A.D. 827M40. Randor Augusta (Kerbos), Sistema Kerbos, Sector Sardan,
Segmento Tempestuoso.
Las normas de la Schola Progenium son claras:
conoce las reglas, síguelas a rajatabla, obedece a tus mayores. Y si
desobedeces, no dejes que te pillen.
A Alara ya la han pillado, más de una vez.
Tenía nueve años cuando, incapaz de aguantarlo más y enfadada por semejante
imposición ridícula, trató de trepar el muro que separa el patio de los niños y
el de las niñas para ver a Mathias. Seguía sin poder entender por qué en la
Schola Progenium le prohibían lo que su familia siempre había alentado. Pero la
vieron -eligió una zona demasiado expuesta- y el castigo fue duro. Le descubrieron
la espalda y la azotaron diez veces con una vara de madera flexible, delante de
todo el mundo. Alara todavía recuerda el dolor y la humillación, y no piensa
permitir que vuelva a sucederle algo así.
Esta vez ha elegido una zona más apartada,
justo al lado de las cocinas. Hace dos años hubiera sido impracticable, pero
durante los últimos inviernos el hielo ha resquebrajado parte del muro y hay
más huecos y grietas que antes. Además, ya tiene once años, ha crecido y
sobresale en los deportes; su cuerpo es mucho más ágil y fuerte que antes. Está
convencida de que podrá conseguirlo. Sólo quiere ver a Mathias una vez más,
aunque sólo sea para decirle que ha cumplido su promesa, que nunca le ha
olvidado, y tal vez trazar un plan para volver a encontrarse una vez acaben los
estudios. Al fin y al cabo, ningún progénito permanece en la Schola para
siempre.
Aprovecha el primer despiste de las celadoras
para deslizarse tras la esquina. Una vez junto al muro, inserta los dedos en la
primera grieta y comienza a escalar. Es más difícil de lo que se había
figurado, pero a pesar de todo consigue subir. Apoya las puntas de los pies
para darse impulso en todas las oquedades que le parecen seguras. Y poco a
poco, lentamente, va avanzando.
Ha llegado a más de media altura cuando
alarga la pierna para apoyarla en otra oquedad. Pero de una manera absurda,
inexplicable, la argamasa se deshace y el pie le resbala. Alara siente una
oleada de pánico.
-¡No!- grita al darse cuenta de que no será
capaz de sostenerse.
Entonces, cae. Un grito de dolor escapa de
sus labios al golpearse contra el suelo. Gimiendo, se palpa miembro a miembro,
aliviada al darse cuenta de que no tiene ningún hueso roto. Pero entonces oye
el grito de la celadora jefe, y el pánico la ciega al darse cuenta de que el
dolor no ha hecho más que comenzar. Levanta la cabeza buscando con
desesperación una vía de escape, pero es demasiado tarde; ya la han visto.
-¡Tú!- grita Helga, furibunda. Casi todas las
niñas del patio dejan sus juegos y se giran para mirar.- ¡Alara Farlane! ¡Otra
vez! ¿Cómo es posible? ¡Es intolerable!-.
Apenas se da cuenta de que Alara no está
herida, la agarra del brazo sin miramientos, la obliga a ponerse en pie y le
cruza la cara de una bofetada.
-¡Niña necia y desobediente! ¡Vas a pagar
cara tu imprudencia! ¡Ya que al parecer diez azotes no fueron suficientes para
hacerte entender las normas la primera vez, ahora recibirás el doble!-.
Alara se retuerce, presa del pánico. ¿Veinte?
¡Si apenas fue capaz de aguantar aquellos diez!
-Por favor, no- solloza.- Yo no quería hacer
nada malo. ¡Sólo quería ver a mi amigo!-.
Helga no la escucha. Alara tiene la absoluta
certeza de que esa mujer la odia, de que la lleva odiando desde el día en que
llegó a la Schola Progenium. Al parecer, doblegar la voluntad de Alara se ha
convertido en una especie de misión sagrada para ella, y no va a cejar hasta
verla cumplida. Su mano de hierro arrastra sin misericordia a Alara hasta el
poste de los castigos.
-Quítate la blusa- le ordena.
-Por favor- suplica Alara, temblando, aunque
a estas alturas ya debería saber que las súplicas sólo consiguen enfurecer
todavía más a Helga.- Por f-f-favvv...
-¡Si no te quitas la blusa de inmediato te la
arrancaré yo y no te permitiré dormir hasta que la hayas remendado!- ruge la
celadora, y Alara se quita la blusa.
Poco después, sus brazos quedan sujetos a la
argolla que corona el poste, exponiendo su espalda desnuda. En el patio, el
silencio es sepulcral; ya no se oyen voces ni risas, todas las niñas están
mirando. Las caras son serias; a ninguna le complace ver cómo se castiga a una
compañera. Al levantar la cabeza, Alara ve a Octavia y a Valeria frente a sí.
Sus dos amigas tienen los ojos llenos de lágrimas.
La vara emite un silbido al cortar el aire.
Alara se jura que será fuerte, que esta vez no gritará, pero poco después el
dolor estalla como un relámpago de fuego abrasándole la piel, y Alara grita.
Helga golpea aún más fuerte que de costumbre,
tal vez porque odia especialmente a las reincidentes, y a Alara todavía más. Al
principio, la niña intenta pensar en algo que distraiga su mente de dolor:
Mathias, por quien tanto ha arriesgado para volver a ver, sus padres, que jamás
en toda su vida le pusieron una mano encima. Las lágrimas ruedan por las
mejillas de Alara al recordar el rostro del capitán Farlane; si su padre
viviera, habría matado con sus propias manos a cualquier persona que se
atreviera a hacerle a su hija lo que le estaban haciendo ahora. Pero al
decimotercer golpe Alara está sangrando, llora a gritos, y el dolor es demasiado
intenso como para recordar nada, o para pensar siquiera. Jamás había imaginado que
existiera un dolor como ese.
Al decimosexto golpe, Alara se desmaya. Las
rodillas le flaquean y la barbilla cae sobre su pecho; el dolor la ha hecho
perder el sentido, pero Helga vuelve a golpear con más fuerza si cabe. En ese momento, Octavia Branwen lanza un grito.
-¡Déjela! ¡Se ha desmayado! ¡Suéltela!-.
Valeria, espantada, se une a sus gritos.
-¡Deje de pegar a Alara! ¡Le está haciendo
mucho daño! ¡Le está...
Helga se aparta un instante de Alara lo justo
para señalar a las dos niñas con la vara, en ademán amenazante.
-¡Una palabra más y seréis las siguientes!-
ruge.
Y llena de ira, vuelve a golpear. Pero los
gritos de las niñas hacen que las demás celadoras, que estaban atentas en
comprobar que todas las alumnas contemplaran el castigo, se den cuenta de lo
que está pasando.
-¡Detente, Helga!- le exige una de ellas, una
mujer rubia de mediana edad llamada Trudie.- Ya conoces el reglamento. La niña
está sangrando y se ha desmayado-.
La mujer no parece oírla. Sigue golpeando una
y otra vez con fuerza, con rabia, cada vez más deprisa, hasta que Trudie la
detiene agarrándola por el brazo.
-Helga, ¿qué demonios te ha dado?- le
reprocha con voz grave.- Deja ya de golpear a la niña, por el Dios Emperador.
La vas a matar-.
-Aún no he terminado- gruñe Helga, furibunda.
-Ya llevas veintiún azotes- objeta su
compañera con firmeza.- Por supuesto que has terminado.- Su voz baja hasta
convertirse en un siseo.- Ya sé que tienes problemas para controlar la ira,
pero esto es intolerable. Daré parte de tu comportamiento al Director de la
Schola. Y si golpeas una vez más a esa cría, te juro que lo lamentarás. ¡Por el
Trono, sólo tiene once años!-.
Helga parpadea, y por fin el raciocinio parece
regresar a su rostro.
-He perdido la cuenta- dice con voz seca,
cortante. Señala con un ademán de la cabeza a Octavia y a Valeria, que la miran
incrédulas y llorosas.- Esas dos niñas me han desconcentrado-.
Deja caer la fusta ensangrentada en el suelo
y abandona el patio sin decir una palabra más. Sabe, al igual que sus atónitas
compañeras, que su pérdida de control derivará en su degradación del puesto de
celadora jefe, lo cual hace que odie a la niña todavía más.
Mientras Helga se aleja, Trudie desata los
brazos de Alara. Cuando el cuerpo exánime de la niña cae entre sus brazos, el
uniforme se le mancha de sangre.
-Vosotras, largo de aquí- ordena severamente
a las progénitas, que observan la escena mudas de asombro y horror. Lo único que rompe el silencio son los
sollozos de Octavia y de Valeria.- Voy a llevar a vuestra compañera a la
enfermería-.
Y es allí donde Alara despierta, con la
espalda llena de verdugones inflamados, piel desgarrada y heridas abiertas
cubierta por apósitos medicinales. Tumbada boca abajo en la camilla -la misma
posición en la que deberá permanecer durante tres días más-, pronto rompe a
llorar a pesar del analgésico suave que le han inyectado. Llora de dolor,
impotencia, pena y rabia. Después de que le den el alta, aún tendrá que pasar
una semana más para que pueda dormir boca arriba.
Aquella es su última tentativa de escaparse
para volver a ver a Mathias.
A.D. 844M40. Prelux Magna (Vermix), Sistema
Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.
El tiempo que les restaba juntos aquella tarde pareció a la vez fugaz y eterno. Cuando todo terminó, se
quedaron muy juntos, abrazados, como si sus cuerpos se hubieran convertido en uno solo. Mathias acarició el cabello de Alara y sonrió.
-Te quiero. Gracias por dejar que…
que haya sido yo quien lo hiciera-.
Ella comprendió y le devolvió la sonrisa. Ya
no sentía vergüenza ni timidez; todo aquello se había esfumado.
-Tenías que ser tú- le dijo.- Siempre fuiste tú.
No podría haber sido otro, nunca; sólo tú-.
Él bajó la mirada, repentinamente turbado. En ese momento, una pregunta, o más bien una
certeza, nació en la mente de Alara.
-Para ti no ha sido la primera vez- dijo en
voz baja.- Ya habías hecho esto antes, ¿verdad?-.
Mathias tuvo la delicadeza de parecer avergonzado.
-Sí. Ya lo había hecho antes-.
A pesar de que sabía que se trataba de una
reacción absurda e irracional, Alara no pudo evitar que los celos y la
decepción la golpeasen como un mazazo.
-¿Has amado a otras?- preguntó con amargura.
“¿Y qué esperabas, idiota?” la reprendió su
mente. “¿Qué hubiera estado los últimos veinte años encerrado en un convento,
igual que tú?”.
-No como a ti- respondió él, muy serio.- Te
juro, Alara, que no he amado jamás a ninguna mujer como te amo a ti. Pero…
bueno, yo creía que no volvería a verte jamás. No nos habíamos vuelto a encontrar
desde que éramos unos críos, y yo no sabía siquiera por dónde empezar a
buscarte. Me sentía solo, intenté seguir adelante... Pero ahora me doy cuenta de que todas las
chicas con las que estuve me recordaban a ti en algo, de una manera u otra. Y
la cosa nunca acabó de funcionar con ellas, porque ninguna de ellas eras tú-.
Alara lo miró a los ojos. Parecía sincero.
-¿Y si vuelven a separarnos?- preguntó con
tristeza.- ¿Volverías a buscarme a mí en otras?-.
Una resolución casi fanática destelló en los
ojos de Mathias.
-Nunca volverán a separarnos, Alara. Nunca. Y
aunque lo hicieran, yo ya no podría estar con otra que no fueras tú. Pero no
tendrás que preocuparte por eso, porque no
nos separarán. No voy a permitirlo-.
“Este chico lo ve todo demasiado sencillo”,
pensó ella.
-¿Y cómo lo impedirías?- inquirió.
-No te creas que no le he dado vueltas al
tema- afirmó Mathias acariciándola con suavidad, sin la urgencia que lo había consumido antes.- La
Inquisición tiene la prerrogativa de poder exigir al Adepta Sororitas la cesión
de algunos de sus miembros como Acólitos en un séquito inquisitorial. Todo el mundo sabe las Hermanas Acólitas son
prácticamente incorruptibles, lo cual las convierte en los miembros más fiables
de cualquier séquito cuando hay peligro de corrupción herética. Si tu Palatina pretende enviarte a otro lugar o Lord
Crisagon decide que debemos irnos de aquí, podría convencerle de que te
reclamase para su séquito. Así estaríamos juntos-.
-Eso supondría depender de la benevolencia de
Lord Crisagon- repuso Alara, preocupada.- Nada nos garantiza que accediera a tu
petición. Puede que no necesite a una Hermana de Batalla entre sus filas, o
puede que prescinda de ti en un momento determinado. ¿Y entonces que sería de
nosotros? Siempre vamos a depender de las decisiones de otras personas-.
Mathias asintió.
-Es
sólo una solución temporal, lo sé. Pero
existe la posibilidad de algo más permanente: que yo mismo me convierta
en
Inquisidor. El Magíster Seneca me ha insinuado que no carezco de
potencial para ello. Elegir semejante carrera me parecía demasiado
complicado, pero si es la
única manera de tenerte a mi lado para siempre, lo haré. Conseguiré
ascender al
rango de Inquisidor. Y una vez lo haga, te reclamaré para mi séquito, y
nadie
podrá impedírmelo-.
Alara le miró sorprendida. Le costaba
imaginarse a Mathias convertido en Lord Inquisidor.
-¿Y crees de veras que podrás conseguirlo?
Además, aunque lo lograras, tardarías años en hacerlo…
-Confío en que el Emperador nos
ayudará- dijo Mathias, sonriendo.- De verdad lo creo. Al fin y al cabo, si lo
piensas bien, ¿acaso no nos ha unido él? Fue el Caos lo que nos separó, y
justamente ahora que los dos hemos consagrado nuestras vidas a luchar en nombre
del Emperador, tú en el Adepta Sororitas y yo en la Inquisición, hemos vuelto a
encontrarnos-.
Alara se emocionó al escuchar de los labios
de Mathias un eco de sus propias oraciones, de sus más íntimos pensamientos.
Era casi como si el propio Emperador estuviera recordándoselo a través de los
labios de Mathias. “Ten fe”, parecía decirle. “Si es mi voluntad que estéis
juntos, nada ni nadie os podrá separar”.
-Tienes
razón- dijo.- Yo también lo creo. Él
no permitirá que nos separen, lo sé. Estoy segura-. Entrelazó su mano
con la de él y esbozó una leve sonrisa.- Espero que mi Ejecutora acabe
llegando a la misma conclusión-.
-¿Tu Ejecutora?- preguntó Mathias, confuso. Alara le habló de la advertencia que le había hecho
Tharasia.
-Joder,
vaya si es lista-
gruñó él.- ¿Quién era, la misma hermana de cabello blanco que no nos
quitaba el
ojo de encima ayer, mientras paseábamos por el claustro? No me
extrañaría que
algún día llegue a Canonesa; no se le escapa una. Sin embargo, me da la
sensación de que sólo pretendía meterte miedo para que no bajases la
guardia. Es probable que el verdadero peligro no sea
ella sino la Superiora, Lissandra-.
-Lo mismo da- replicó Alara.- No
pienso dar motivo alguno a mis superioras para que se sientan descontentas
conmigo-.
Aquello le hizo
recordar que seguían estando en un despacho de la capilla inquisitorial,
y que seguía existiendo el peligro de que alguien intentara entrar. Se incorporó de un salto y le dio la espalda para recoger sus prendas de
vestir, desparramadas por el suelo.
-¿Qué es eso?- oyó que Mathias preguntaba a
sus espaldas.- ¿Qué te ha pasado?-.
-¿Qué?- ella se giró, confundida.
Mathias la miraba con preocupación. De
repente, Alara cayó en la cuenta de lo que debía haber visto: el rosario de
cicatrices blancas y alargadas que le recorrían la espalda, fruto del brutal
castigo que había sufrido en la Schola Progenium a manos de Helga, la antigua
celadora jefe. Las heridas se habían curado, pero los daños habían sido tan
profundos que las marcas habían quedado grabadas en su carne para siempre.
-¿Qué son esas marcas en tu espalda?-
inquirió él.- Son como cicatrices alargadas. ¿Te las han hecho en el Sororitas?
¿Es cierto entonces ese rumor de que todas las Hermanas de Batalla se
flagelan?-.
-No. Bueno, sí, pero… -Alara recogió su ropa
interior y comenzó a ponérsela mientras se lo explicaba.- Sí es cierto que
usamos el flagelo como mínimo una vez por semana; es parte de nuestro
entrenamiento para desarrollar resistencia al dolor, aunque algunas lo usan más
a menudo como penitencia si consideran que han pecado. Pero el flagelo que
utilizamos no deja marca ni abre la piel; a lo sumo la deja enrojecida unas
cuantas horas. Está hecho para ser doloroso, no dañino. Mis cicatrices son de
la Schola Progenium-.
-¿De la Schola Progenium?- exclamó Mathias,
horrorizado.- ¿Qué pasó para que te castigaran de semejante manera?-.
Alara sonrió con tristeza.
-Se podría decir que lo que me pasó fuiste
tú-.
Y le contó lo que nunca había contado a
nadie. Ni siquiera con Valeria, Octavia y sus demás compañeras progénitas, que conocían
lo sucedido por haber estado presentes, hablaba de ello jamás. Pero a Mathias
se lo contó todo: su intento infructuoso de contactar con él enviándole una
carta, su fracaso al intentar saltar el muro, y la nueva intentona fallida dos
años después.
-Aquella mujer repugnante me pilló y dijo que
ya que era la segunda vez que intentaba escalar el muro, tendría el doble de
castigo. Veinte golpes en total. Pero a la muy salvaje se le fue la mano y
acabó haciéndome sangrar. De hecho, según me contaron mis amigas después, debió
de írsele la cabeza por completo, porque cuando llegó a los veinte azotes
siguió golpeando, en lugar de parar. Tuvieron que detenerla las demás
celadoras. Aunque yo de eso ya no me enteré; me desmayé al decimosexto azote-.
Mathias se indignó al escuchar aquella
historia.
-¿Pero cómo pudo hacerte eso?- vociferó.-
¡Espero que degradaran y arrestaran a esa bruja malnacida! ¡Si yo hubiera
estado allí le habría arrancado la vara de las manos y se la habría roto
delante de la cara!-.
-Si hubieras hecho eso, te habrían expulsado
de la Schola-.
-¡A la mierda con la Schola!- gritó Mathias,
furioso.- ¡Ya me las hubiera arreglado! ¿Cómo pudo maltratarte así? ¡Sólo
tenías once años!-.
La voz le temblaba de pena e indignación
cuando estrechó a Alara entre sus brazos. Ella apoyó el rostro sobre su hombro,
reconfortada. Hacía ya mucho tiempo de todo aquello, pero aún así la complacía
que Mathias se preocupase tanto por ella.
-Lo siento- dijo en un susurro.
-¿Qué lo sientes? ¿Qué es lo que sientes?-.
-Haber tirado la toalla. No haberlo vuelto a
intentar. Tendría que haber puesto más empeño en tratar de volver a verte. Pero
tuve miedo. No estaba segura de poder volver a soportar un castigo como ese, y
siendo la tercera vez podrían haberme condenado a treinta azotes…
Mathias emitió un sollozo ahogado.
-¿Y tú lo sientes?- dijo, con la voz
quebrada.- No, el que lo siente soy yo. A mí no se me ocurrió nunca intentar
enviarte una nota, y sólo intenté cruzar el muro una vez. Me subí a un árbol
que había en el patio creyendo que desde lo alto podría alcanzar el borde del
muro, pero la rama se rompió y me quedé colgado del borde. Al final tuve que
soltarme, me disloqué el hombro y encima me gané diez azotes, como tú la
primera vez. Pero después de eso ya no lo volví a intentar. Tú fuiste la más
valiente de los dos, Alara; yo sólo fui un cobarde…
Sus lágrimas cayeron sobre los hombros de
Alara. Ella le acarició el cabello.
-No te preocupes por eso, Mathias. Pasó hace
mucho tiempo. Éramos sólo niños, no le des más vueltas. No tuvimos manera de
impedir lo que nos hicieron-.
-Veinte años- dijo él con amargura.- Nos
robaron veinte años…
Ella lo acalló poniendo un dedo sobre sus
labios.
-Estamos juntos otra vez- dijo.- Y vamos a
recuperar el tiempo perdido. Ahora debo marchar, pero mañana volveré a estar
aquí, contigo-.
Mathias depositó un beso sobre su frente.
-Te esperaré con impaciencia, Alara. Contaré
cada minuto que falte para reunirme contigo de nuevo-.
Cuando Alara salió de la capilla
inquisitorial volvía a llover, pero apenas fue consciente de ello. Tras
despedirse de Mathias con un leve apretón de manos -la Adepta Orbiana seguía
vigilando el vestíbulo-, se encaminó a paso ligero hacia el convento del
Sororitas. Casi no sintió la fina llovizna que humedeció sus cabellos durante
el camino de vuelta, y para cuando reaccionó y se cubrió con la capucha del
hábito, ya tenía el pelo medio empapado.
Mientras caminaba por la amplia Avenida del
Emperador, observando las fuentes y las estatuas de mármol, se permitió el lujo
de imaginar cómo habría sido su vida si la Masacre de Galvan nunca hubiera
tenido lugar. Fue tan fácil como recordar las Letanías de la Fe. Mathias y ella habrían crecido juntos, habrían ingresado a
la vez en la Guardia Imperial o en un Collegia
Imperialis, y probablemente se habrían casado. En su mente se dibujó la imagen nítida de una casa unifamiliar
parecida a la que tenían sus padres en la Ciudadela: un
jardín junto a la casa lleno de juegos y risas infantiles; las de sus propios hijos y los de sus hermanos. Selene, Marcus, Alyssa y Randall, ya retirados del servicio activo en la Guardia, convertidos en orgullosos abuelos de aquellos niños…
La imagen destelló en su mente tan claramente
como si la tuviera delante; por un instante casi pudo oír las voces de los hijos que nunca tendría y contemplar el rostro de los padres a quienes jamás volvería a ver. Pero entonces todo se
desvaneció, y Alara volvió a encontrarse sola, bajo la lluvia, en Prelux Magna,
Vermix. Se contempló a sí misma, con el hábito de la Rosa Ensangrentada, el
collar del águila imperial prendido del cuello, el Rosarius y la funda de la
pistola bólter ceñidos al cinto, y comprendió que no tenía ningún sentido
añorar lo que nunca había sido y no sería jamás. Además, al menos ahora era una
Hermana de Batalla, una fiel Hija del Emperador dispuesta a todo para combatir
a los enemigos del Imperio. Llevaba una vida recta y honorable, una buena vida.
Y había encontrado a Mathias. Alara sabía que su vida tal vez no era la que sus
padres hubiesen soñado para ella, pero también sabía que de poder verla se
habrían sentido orgullosos de ella.
“Si esa incursión del Caos nunca hubiera
tenido lugar… ese ataque maldito…”
Alara llevaba toda su vida obsesionada con aquella salvaje matanza perpetrada contra su gente, su hogar. Ya de novicia en el Sororitas, había intentado buscar en los archivos de la sala de cogitación algún informe que le revelara qué había pasado exactamente la noche de las lunas rojas y por qué. Pero lo poco que encontró acerca del tema era información clasificada, y con su identificación de novicia no pudo acceder a ella.
Alara llevaba toda su vida obsesionada con aquella salvaje matanza perpetrada contra su gente, su hogar. Ya de novicia en el Sororitas, había intentado buscar en los archivos de la sala de cogitación algún informe que le revelara qué había pasado exactamente la noche de las lunas rojas y por qué. Pero lo poco que encontró acerca del tema era información clasificada, y con su identificación de novicia no pudo acceder a ella.
“Pero ahora soy militante” pensó de repente.
“Tal vez ahora sí que pueda”.
Sintió un escalofrío de impaciencia y emoción
ante la idea. No había olvidado la pena, la desesperación ni el horror que
había sufrido siendo niña. Aún hoy seguía teniendo pesadillas con la
Matanza de Galvan. Aunque gracias al Emperador no fueran tan frecuentes ni tan
intensas como antes, todavía se despertaba algunas noches gritando después de
ver otra vez a su madre muerta, a su hermano acribillado, o al Rapax del Caos
acercándose a ella con paso amenazador, presto para bañar las púas de la espada
sierra con su sangre…
“Lo haré”, decidió. “Antes de cenar sacaré un
momento de donde sea para poder entrar en la sala de cogitación y comprobar si
con mi acreditación de Militante Redentora puedo acceder al informe”.
La lluvia arreciaba cuando llegó al convento,
justo a tiempo para la oración vespertina. Tras asistir al servicio religioso, Alara dedicó el resto de la tarde a entrenar con energía, corriendo a toda
velocidad, realizando ejercicios de musculación con brío, y batiendo su propio
récord personal de flexiones y abdominales. Podía sentir con claridad cómo trabajaba cada
músculo, cómo se contraían y se distendían todas las fibras articulares, del
mismo modo que había sentido con todo detalle sensaciones nuevas en su cuerpo
que ignoraba ser capaz de sentir. Y por encima de todo, se notaba pletórica de
energía. Nueva, realizada. El cansancio era una ilusión, ahora podía
enfrentarse a todo. Estaba enamorada.
Después de la sesión de mantenimiento físico,
volvió a darse una rápida ducha en su cuarto y prescindió de la limpieza de sus
armas y su armadura aquel día -ya se había empleado a fondo con ellas la tarde
anterior y volvería a hacerlo mañana- para poder acudir a la sala de
cogitación. Recordaba bastante bien cómo
buscó la información siendo novicia, y al cabo de un par de intentos halló el
archivo. Insertó su tarjeta identificativa en el lector del cogitador, tecleó
su clave en la pantalla, y sintió una oleada de triunfo cuando aparecieron las
palabras “ACCESO PERMITIDO” en verde. Unos instantes después, se abrió el
archivo, y Alara pudo leer por fin su contenido:
+++ INFORME
RESERVADO +++
Registro de Operaciones: 159753086420.R - Fecha:
0.306.824.M40
+++ archivo
consultado: MASACRE DE GALVAN +++
Asunto: Incursión del Caos - Nivel de Seguridad:
4 - Adeptus Ministorum
Documento encargado por el Inquisidor General
Darius Ravenstein, Ordo Hereticus.
Anno Domini 824.M40 - Cofradía del Adepta Sororitas en
Aquila Áurea, capital del Planeta Tarion sito en el Sistema Cadwen del Sector
Sardan. Palatina Superiora Flavia Alba de la Rosa Ensangrentada.
Resumen de los hechos acontecidos en la ciudad de
Galvan la noche del 0.302.824.M40 según recoge el informe de la Palatina
Regidora Silvia Fulvia, del Oratorio Provincial, que intervino en los sucesos.
Una
fuerza combinada de Marines Traidores y Adoradores Infieles lanzó un ataque por
sorpresa sobre la ciudad radial de Galvan nada más anochecer. Un destacamento
de Rapaxes[1],
formado por unos 60 efectivos aproximadamente, sobrevoló a gran altura el
distrito militar de la ciudad y lanzó un ataque en picado con bombas
incendiarias sobre el recinto residencial para oficiales de la Ciudadela,
buscando causar la confusión entre los mandos imperiales. Los centinelas
encargados de la vigilancia no pudieron detectar la llegada de los Rapaxes
porque éstos utilizaron un mecanismo supresor de ruidos acoplado a sus retro
propulsores[2].
El bombardeo resultó devastador, pues los Rapaxes arrojaron las bombas por las
ventanas para que detonaran en el interior de las casas unifamiliares,
abrasando a las familias reunidas para la cena. Una vez cometida esta
atrocidad, prosiguieron causando todo el daño posible atacando las casas
restantes con granadas de fragmentación y su armamento convencional.
Las fuerzas defensoras reaccionaron con feroz determinación ante la agresión, pero sus efectivos quedaron divididos cuando se desencadenó un segundo ataque contra el exterior de la Ciudadela por parte de los Adoradores Infieles, que se habían infiltrado dentro de la ciudad, realizado en coordinación con la acometida de los Rapaxes. Los Adoradores utilizaron algún tipo de artefacto impío para balizar su posición y permitir que escuadras de Exterminadores se teleportaran hasta los puntos críticos del asalto. Mientras tanto, una compañía de Marines Traidores aparecía entre las calles de la ciudad próximas en apoyo de los Adoradores. Por todo ello, parecía evidente que pretendían capturar la Ciudadela para poder conquistar y arrasar la ciudad, de modo que el alto mando de la Guardia Imperial decidió concentrarse en defenderla con todas sus fuerzas y detener la ofensiva caótica ante sus murallas. Pero la destrucción perpetrada por los Rapaxes causó que, en el momento del asalto exterior, muchos oficiales imperiales de servicio se hubieran desplazado al frente de sus tropas hacia la zona residencial atacada en la que estaban sus familias, dejando bastante reducida la fuerza desplegada en la defensa del perímetro externo. Por tanto, una vez lanzado el ataque de los Adoradores con apoyo de Marines Regulares y Exterminadores, resultó complicado lograr que los angustiados oficiales retornaran a sus puestos defensivos y dejaran la protección de sus hogares a las unidades de reserva movilizadas dentro de la Ciudadela y los refuerzos que llegaban desde el convento local del Adepta Sororitas en aerodeslizadores, siendo necesario que los Comisarios emplearan toda su persuasión para convencerlos. Esto provocó una notable desorganización entre las fuerzas imperiales durante la primera hora de combates, lo que permitió que el enemigo conquistara el perímetro exterior[3].
Las fuerzas defensoras reaccionaron con feroz determinación ante la agresión, pero sus efectivos quedaron divididos cuando se desencadenó un segundo ataque contra el exterior de la Ciudadela por parte de los Adoradores Infieles, que se habían infiltrado dentro de la ciudad, realizado en coordinación con la acometida de los Rapaxes. Los Adoradores utilizaron algún tipo de artefacto impío para balizar su posición y permitir que escuadras de Exterminadores se teleportaran hasta los puntos críticos del asalto. Mientras tanto, una compañía de Marines Traidores aparecía entre las calles de la ciudad próximas en apoyo de los Adoradores. Por todo ello, parecía evidente que pretendían capturar la Ciudadela para poder conquistar y arrasar la ciudad, de modo que el alto mando de la Guardia Imperial decidió concentrarse en defenderla con todas sus fuerzas y detener la ofensiva caótica ante sus murallas. Pero la destrucción perpetrada por los Rapaxes causó que, en el momento del asalto exterior, muchos oficiales imperiales de servicio se hubieran desplazado al frente de sus tropas hacia la zona residencial atacada en la que estaban sus familias, dejando bastante reducida la fuerza desplegada en la defensa del perímetro externo. Por tanto, una vez lanzado el ataque de los Adoradores con apoyo de Marines Regulares y Exterminadores, resultó complicado lograr que los angustiados oficiales retornaran a sus puestos defensivos y dejaran la protección de sus hogares a las unidades de reserva movilizadas dentro de la Ciudadela y los refuerzos que llegaban desde el convento local del Adepta Sororitas en aerodeslizadores, siendo necesario que los Comisarios emplearan toda su persuasión para convencerlos. Esto provocó una notable desorganización entre las fuerzas imperiales durante la primera hora de combates, lo que permitió que el enemigo conquistara el perímetro exterior[3].
Sin
embargo, todo el ataque desencadenado contra la Ciudadela era una celada
orquestada para mantener ocupada a la Guardia Imperial y ocultar el verdadero
propósito de la incursión en Galvan. Pues, media hora más tarde del asalto a la
Ciudadela, una fuerza de menor tamaño formada sólo por Marines y dirigida por
el Comandante enemigo se trasladó al centro urbano y atacó el distrito
comercial, aniquilando a las unidades desplegadas de las Fuerzas de Defensa Planetaria que
custodiaban la zona[4].
Tras la matanza, entraron en varios establecimientos saqueando y destruyendo
sus mercancías en una espiral de violencia que no tiene todavía explicación
lógica[5].
Incluso asaltaron algunos edificios residenciales del distrito, matando a todo
aquel que encontraban en su camino de forma brutal. En algunos casos, existió
ensañamiento con las desgraciadas víctimas o familias enteras fueron
secuestradas para su posterior sacrificio blasfemo.
Finalmente, la fuerza incursora abandonó la zona al poco tiempo de llegar nuevos refuerzos. Tras abandonar el distrito comercial con un cuantioso botín en sus corruptos vehículos blindados, el Comandante enemigo se dirigió a una zona residencial próxima sembrando la destrucción a su paso. Las fuerzas Sororitas en persecución del enemigo en retirada observaron la existencia de un Portal Dimensional en el interior del parque público que domina el lugar. Un destacamento de Adoradores fuertemente armado había tomado posiciones en la zona estableciendo un perímetro defensivo que permitió a la fuerza incursora alcanzar el Portal y abandonar el planeta, mientras las unidades imperiales eran contenidas. Casi inmediatamente, el contingente enemigo que asediaba la Ciudadela abandonaba la lucha retirándose en orden de combate sin lograr sus objetivos militares[6]. Tras duros enfrentamientos por las calles, el grueso de la fuerza que había atacado a la Guardia Imperial llegó hasta el Portal y logró atravesarlo.
Finalmente, la fuerza incursora abandonó la zona al poco tiempo de llegar nuevos refuerzos. Tras abandonar el distrito comercial con un cuantioso botín en sus corruptos vehículos blindados, el Comandante enemigo se dirigió a una zona residencial próxima sembrando la destrucción a su paso. Las fuerzas Sororitas en persecución del enemigo en retirada observaron la existencia de un Portal Dimensional en el interior del parque público que domina el lugar. Un destacamento de Adoradores fuertemente armado había tomado posiciones en la zona estableciendo un perímetro defensivo que permitió a la fuerza incursora alcanzar el Portal y abandonar el planeta, mientras las unidades imperiales eran contenidas. Casi inmediatamente, el contingente enemigo que asediaba la Ciudadela abandonaba la lucha retirándose en orden de combate sin lograr sus objetivos militares[6]. Tras duros enfrentamientos por las calles, el grueso de la fuerza que había atacado a la Guardia Imperial llegó hasta el Portal y logró atravesarlo.
Una vez
terminados los combates, las fuerzas leales procedieron a registrar
cuidadosamente los distritos atacados y zonas adyacentes en busca de elementos
hostiles ocultos. Los mandos imperiales cursaron órdenes inmediatas de capturar
con vida a todos los enemigos rezagados posibles para poder interrogarlos y
entregarlos a la Inquisición para su posterior escrutinio, purificación y
ejecución. De esta forma pudieron capturarse varias decenas de adversarios, a
pesar de la resistencia que ofrecieron y del posterior intento de suicidio para
evitar el apresamiento. Desde luego, el miserable destino de la inmensa mayoría de los
Adoradores no pudo resultar más aleccionador para escarmiento de todos aquellos
ciudadanos cuya lealtad sea vacilante o débil: abandonados por sus amos
oscuros, fueron sacrificados por cientos como distracción y para cubrir la
cobarde retirada de los Marines Traidores que lograron huir por el Portal
Dimensional gracias al derramamiento de su sangre. No obtuvieron más recompensa
que una muerte ignominiosa ante la furia justiciera de nuestras fuerzas. En el
caso de los pocos supervivientes, la mayor parte de ellos acabaron en manos de
la Santa Inquisición.
En
cuanto al sacrílego Portal Dimensional, estaba oculto tras una pantalla
holográfica para evitar que fuera observado desde las inmediaciones. De todas
formas, el parque público en el que fue ubicado tenía unas dimensiones
importantes (1.800 x 1.200
metros) por lo que era difícil percibirlo desde fuera.
Sólo a menos de 300 metros podía apreciarse la antinatural luminiscencia que
generaba, según informa la Hermana Palatina Silvia Fulvia en su atestado sobre
las operaciones realizadas, gracias a la pantalla holográfica utilizada para
enmascararlo[7].
Todas las evidencias indican que dicho Portal fue el medio que utilizaron para
introducirse en la ciudad evitando las defensas planetarias que protegen la
órbita contra ataques exteriores. Aunque desconocemos los métodos blasfemos
utilizados para abrirlo, sus elementos esenciales debieron ser fabricados o
introducidos clandestinamente en el planeta por estar compuestos, de acuerdo
con el posterior análisis de los expertos, por impíos materiales psicoactivos[8].
Cuando las fuerzas imperiales, encabezadas por un destacamento del Adepta
Sororitas, llegaron al parque tras perseguir a los traidores apóstatas desde el
distrito comercial se encontraron con una hueste numerosa de Adoradores
atrincherada alrededor del Portal. A pesar de la pantalla holográfica, nuestras
hermanas intentaron destruirlo para atrapar a los caóticos y aniquilarlos con
la ayuda de los refuerzos que venían en camino desde otros lugares. Pero
resultó muy difícil dañarlo, y poco después llegó por un lateral del parque
el grueso del contingente que había atacado la Ciudadela, causando un momento
de confusión al flanquear las posiciones imperiales por el lado de su llegada.
Tras duros combates, los Marines Traidores con su botín lograron escapar junto
a un numeroso grupo de Adoradores, tras lo cual pudo examinarse el Portal y comprobarse que el enemigo pretendía su destrucción
controlada: había cargas explosivas con
temporizador colocadas en los puntos clave. Durante unos instantes se discutió
si debían desactivarse para permitir la persecución del enemigo allí dónde
hubiera ido, pero la incertidumbre sobre lo que pudiera esperarse al otro lado
y el temor ignorante de los mandos imperiales que temían acabar metidos con sus
soldados en el Infierno, motivó que la Hermana Palatina Silvia Fulvia
desistiera de continuar persiguiendo al enemigo por el Portal. Unos minutos
después, toda la blasfema construcción quedó destruida tras un potente
estallido y la Batalla de Galvan terminó.
Durante
el conflicto, resultó decisiva la rápida movilización del Adepta Sororitas para
sostener a las fuerzas imperiales, tanto a la Guardia Imperial en la Ciudadela
como a la Milicia Planetaria en la zona atacada de la ciudad. Resultó
providencial que el Centro de Estudios Astronómicos de Galvan estuviera
investigando el extraño fenómeno de las Lunas Rojas que se produce cada trece
años por esas fechas, pues descubrieron la fuerza de Rapaxes sobrevolando la
Ciudadela y nos alertaron al identificar la clase de amenaza que se cernía
sobre ella (uno de ellos había sido antiguo acólito inquisitorial y reconoció
que eran Marines Traidores). Esto permitió un rápido envío de tropas desde
nuestro convento en la ciudad, concretamente todas nuestras Hermanas Serafines,
que fue crucial para reducir la masacre de familias militares al combatir a los
despiadados Rapaxes. Posteriormente, a medida que se conocía la dimensión del
ataque y se localizaban las restantes fuerzas enemigas, fueron a la batalla el
resto de hermanas en apoyo de las unidades imperiales comprometidas en la
defensa.
Loado sea el Emperador por su inspiración.
Hermana Palatina Superiora Flavia Alba de la
Rosa Ensangrentada.
Loado sea el Emperador por su inspiración.
[1] Rapaxes: marines
traidores de asalto equipados con retro propulsores, capaces de volar hasta una
altura máxima de 80 metros
y realizar descensos controlados desde mucha altitud. Suelen ir equipados con
armamento de asalto y bombas portátiles que arrojan desde el aire.
[2] Este dispositivo
supresor de ruidos fue desarrollado en el AD 750.M36 para las fuerzas de asalto
Astartes con el propósito de efectuar operaciones sigilosas y ataques sorpresa.
No se trata de equipo reglamentario, siendo poco frecuente su uso en misiones
que no precisen discreción a causa del notable desgaste que sufre el
dispositivo supresor. Resulta notorio que estos traidores dispongan de este
equipo.
[3] Las fuerzas enemigas
lograron abrir varias brechas en las fortificaciones externas y arrollaron a
los defensores. Su objetivo era capturar el Arsenal Mayor de la Ciudadela, que
albergaba la armería más importante, y el Parque Móvil dónde se encontraban los
carros de combate y los vehículos blindados de la Compañía Acorazada del
Regimiento Imperial. Su pérdida hubiera sido decisiva para causar nuestra
derrota.
[4] Unos pocos milicianos y arbitradores sobrevivieron para relatar algunos detalles del ataque, como el secuestro de algunas familias de comerciantes y los asesinatos brutales de civiles. Varios testimonio señalan la presencia de Tecnosacerdotes Renegados bajo el mando de un Tecnomarine Traidor que lideraba los saqueos.
[5] Las mercancías
robadas o dañadas eran todas de naturaleza electrónica: cogitadores
comerciales, aparatos audiovisuales, accesorios y recambios, comunicadores,
electrodomésticos, implantes cibernéticos, generadores portátiles, dispositivos
eléctricos, etc. Incluso asaltaron armerías civiles para saquear armas y
munición, así como almacenes de maquinaria ligera. Tienen una singular obsesión
por la tecnología.
[6] Siempre que no se
considere que su objetivo era masacrar a las familias imperiales. La acción
heroica de algunos oficiales y soldados fue clave para frustrar el asalto enemigo
que, a pesar de ser una distracción, buscaba igualmente dañar las defensas de
la ciudad. Merece una especial mención la resistencia ofrecida por el capitán
Marcus Farlane, el teniente Randall Trandor y sus soldados en el Parque Móvil.
[7] Dado que éste tipo
de tecnología avanzada tiene un coste elevado y un acceso bastante restringido,
resulta patente que estos traidores apóstatas tienen unos recursos
considerables a su disposición y la ayuda de contrabandistas tecnológicos para
perpetrar sus fechorías.
[8] Según concluyó la
comisión mixta de Tecnosacerdotes y Psíquicos Autorizados organizada por el
gobernador planetario, Lord Everton, el material utilizado para construir el
Portal Dimensional tiene unas características tan inusuales que no puede
encontrarse en la Naturaleza.
Muy correcto y emocionante este capítulo. Me está enganchando cosa mala, que lo sepas ^^*.
ResponderEliminarMe alegro mucho, jejeje. A partir de aquí, pronto empezarás a ver más acción, que sé que ya le tienes ganas ;-)
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