A fe y fuego

A fe y fuego

miércoles, 3 de junio de 2015

Capítulo 8

A.D. 827M40. Randor Augusta (Kerbos), Sistema Kerbos, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.


Las normas de la Schola Progenium son claras: conoce las reglas, síguelas a rajatabla, obedece a tus mayores. Y si desobedeces, no dejes que te pillen.
A Alara ya la han pillado, más de una vez. Tenía nueve años cuando, incapaz de aguantarlo más y enfadada por semejante imposición ridícula, trató de trepar el muro que separa el patio de los niños y el de las niñas para ver a Mathias. Seguía sin poder entender por qué en la Schola Progenium le prohibían lo que su familia siempre había alentado. Pero la vieron -eligió una zona demasiado expuesta- y el castigo fue duro. Le descubrieron la espalda y la azotaron diez veces con una vara de madera flexible, delante de todo el mundo. Alara todavía recuerda el dolor y la humillación, y no piensa permitir que vuelva a sucederle algo así.
Esta vez ha elegido una zona más apartada, justo al lado de las cocinas. Hace dos años hubiera sido impracticable, pero durante los últimos inviernos el hielo ha resquebrajado parte del muro y hay más huecos y grietas que antes. Además, ya tiene once años, ha crecido y sobresale en los deportes; su cuerpo es mucho más ágil y fuerte que antes. Está convencida de que podrá conseguirlo. Sólo quiere ver a Mathias una vez más, aunque sólo sea para decirle que ha cumplido su promesa, que nunca le ha olvidado, y tal vez trazar un plan para volver a encontrarse una vez acaben los estudios. Al fin y al cabo, ningún progénito permanece en la Schola para siempre.
Aprovecha el primer despiste de las celadoras para deslizarse tras la esquina. Una vez junto al muro, inserta los dedos en la primera grieta y comienza a escalar. Es más difícil de lo que se había figurado, pero a pesar de todo consigue subir. Apoya las puntas de los pies para darse impulso en todas las oquedades que le parecen seguras. Y poco a poco, lentamente, va avanzando.
Ha llegado a más de media altura cuando alarga la pierna para apoyarla en otra oquedad. Pero de una manera absurda, inexplicable, la argamasa se deshace y el pie le resbala. Alara siente una oleada de pánico.
-¡No!- grita al darse cuenta de que no será capaz de sostenerse.
Entonces, cae. Un grito de dolor escapa de sus labios al golpearse contra el suelo. Gimiendo, se palpa miembro a miembro, aliviada al darse cuenta de que no tiene ningún hueso roto. Pero entonces oye el grito de la celadora jefe, y el pánico la ciega al darse cuenta de que el dolor no ha hecho más que comenzar. Levanta la cabeza buscando con desesperación una vía de escape, pero es demasiado tarde; ya la han visto.
-¡Tú!- grita Helga, furibunda. Casi todas las niñas del patio dejan sus juegos y se giran para mirar.- ¡Alara Farlane! ¡Otra vez! ¿Cómo es posible? ¡Es intolerable!-.
Apenas se da cuenta de que Alara no está herida, la agarra del brazo sin miramientos, la obliga a ponerse en pie y le cruza la cara de una bofetada.
-¡Niña necia y desobediente! ¡Vas a pagar cara tu imprudencia! ¡Ya que al parecer diez azotes no fueron suficientes para hacerte entender las normas la primera vez, ahora recibirás el doble!-.
Alara se retuerce, presa del pánico. ¿Veinte? ¡Si apenas fue capaz de aguantar aquellos diez!
-Por favor, no- solloza.- Yo no quería hacer nada malo. ¡Sólo quería ver a mi amigo!-.
Helga no la escucha. Alara tiene la absoluta certeza de que esa mujer la odia, de que la lleva odiando desde el día en que llegó a la Schola Progenium. Al parecer, doblegar la voluntad de Alara se ha convertido en una especie de misión sagrada para ella, y no va a cejar hasta verla cumplida. Su mano de hierro arrastra sin misericordia a Alara hasta el poste de los castigos.
-Quítate la blusa- le ordena.
-Por favor- suplica Alara, temblando, aunque a estas alturas ya debería saber que las súplicas sólo consiguen enfurecer todavía más a Helga.- Por f-f-favvv...
-¡Si no te quitas la blusa de inmediato te la arrancaré yo y no te permitiré dormir hasta que la hayas remendado!- ruge la celadora, y Alara se quita la blusa.
Poco después, sus brazos quedan sujetos a la argolla que corona el poste, exponiendo su espalda desnuda. En el patio, el silencio es sepulcral; ya no se oyen voces ni risas, todas las niñas están mirando. Las caras son serias; a ninguna le complace ver cómo se castiga a una compañera. Al levantar la cabeza, Alara ve a Octavia y a Valeria frente a sí. Sus dos amigas tienen los ojos llenos de lágrimas.
La vara emite un silbido al cortar el aire. Alara se jura que será fuerte, que esta vez no gritará, pero poco después el dolor estalla como un relámpago de fuego abrasándole la piel, y Alara grita.
Helga golpea aún más fuerte que de costumbre, tal vez porque odia especialmente a las reincidentes, y a Alara todavía más. Al principio, la niña intenta pensar en algo que distraiga su mente de dolor: Mathias, por quien tanto ha arriesgado para volver a ver, sus padres, que jamás en toda su vida le pusieron una mano encima. Las lágrimas ruedan por las mejillas de Alara al recordar el rostro del capitán Farlane; si su padre viviera, habría matado con sus propias manos a cualquier persona que se atreviera a hacerle a su hija lo que le estaban haciendo ahora. Pero al decimotercer golpe Alara está sangrando, llora a gritos, y el dolor es demasiado intenso como para recordar nada, o para pensar siquiera. Jamás había imaginado que existiera un dolor como ese.
Al decimosexto golpe, Alara se desmaya. Las rodillas le flaquean y la barbilla cae sobre su pecho; el dolor la ha hecho perder el sentido, pero Helga vuelve a golpear con más fuerza si cabe. En  ese momento, Octavia Branwen lanza un grito.
-¡Déjela! ¡Se ha desmayado! ¡Suéltela!-.
Valeria, espantada, se une a sus gritos.
-¡Deje de pegar a Alara! ¡Le está haciendo mucho daño! ¡Le está...
Helga se aparta un instante de Alara lo justo para señalar a las dos niñas con la vara, en ademán amenazante.
-¡Una palabra más y seréis las siguientes!- ruge.
Y llena de ira, vuelve a golpear. Pero los gritos de las niñas hacen que las demás celadoras, que estaban atentas en comprobar que todas las alumnas contemplaran el castigo, se den cuenta de lo que está pasando.
-¡Detente, Helga!- le exige una de ellas, una mujer rubia de mediana edad llamada Trudie.- Ya conoces el reglamento. La niña está sangrando y se ha desmayado-.
La mujer no parece oírla. Sigue golpeando una y otra vez con fuerza, con rabia, cada vez más deprisa, hasta que Trudie la detiene agarrándola por el brazo.
-Helga, ¿qué demonios te ha dado?- le reprocha con voz grave.- Deja ya de golpear a la niña, por el Dios Emperador. La vas a matar-.
-Aún no he terminado- gruñe Helga, furibunda.
-Ya llevas veintiún azotes- objeta su compañera con firmeza.- Por supuesto que has terminado.- Su voz baja hasta convertirse en un siseo.- Ya sé que tienes problemas para controlar la ira, pero esto es intolerable. Daré parte de tu comportamiento al Director de la Schola. Y si golpeas una vez más a esa cría, te juro que lo lamentarás. ¡Por el Trono, sólo tiene once años!-.
Helga parpadea, y por fin el raciocinio parece regresar a su rostro.
-He perdido la cuenta- dice con voz seca, cortante. Señala con un ademán de la cabeza a Octavia y a Valeria, que la miran incrédulas y llorosas.- Esas dos niñas me han desconcentrado-.
Deja caer la fusta ensangrentada en el suelo y abandona el patio sin decir una palabra más. Sabe, al igual que sus atónitas compañeras, que su pérdida de control derivará en su degradación del puesto de celadora jefe, lo cual hace que odie a la niña todavía más.
Mientras Helga se aleja, Trudie desata los brazos de Alara. Cuando el cuerpo exánime de la niña cae entre sus brazos, el uniforme se le mancha de sangre.
-Vosotras, largo de aquí- ordena severamente a las progénitas, que observan la escena mudas de asombro y horror.  Lo único que rompe el silencio son los sollozos de Octavia y de Valeria.- Voy a llevar a vuestra compañera a la enfermería-.
Y es allí donde Alara despierta, con la espalda llena de verdugones inflamados, piel desgarrada y heridas abiertas cubierta por apósitos medicinales. Tumbada boca abajo en la camilla -la misma posición en la que deberá permanecer durante tres días más-, pronto rompe a llorar a pesar del analgésico suave que le han inyectado. Llora de dolor, impotencia, pena y rabia. Después de que le den el alta, aún tendrá que pasar una semana más para que pueda dormir boca arriba.
Aquella es su última tentativa de escaparse para volver a ver a Mathias.





A.D. 844M40. Prelux Magna (Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.

 
El tiempo que les restaba juntos aquella tarde pareció a la vez fugaz y eterno. Cuando todo terminó, se quedaron muy juntos, abrazados, como si sus cuerpos se hubieran convertido en uno solo. Mathias acarició el cabello de Alara y sonrió.
-Te quiero. Gracias por dejar que… que haya sido yo quien lo hiciera-.
Ella comprendió y le devolvió la sonrisa. Ya no sentía vergüenza ni timidez; todo aquello se había esfumado.
-Tenías que ser tú- le dijo.- Siempre fuiste tú. No podría haber sido otro, nunca; sólo tú-.
Él bajó la mirada, repentinamente turbado. En ese momento, una pregunta, o más bien una certeza, nació en la mente de Alara.
-Para ti no ha sido la primera vez- dijo en voz baja.- Ya habías hecho esto antes, ¿verdad?-.
Mathias tuvo la delicadeza de parecer avergonzado.
-Sí. Ya lo había hecho antes-.
A pesar de que sabía que se trataba de una reacción absurda e irracional, Alara no pudo evitar que los celos y la decepción la golpeasen como un mazazo.
-¿Has amado a otras?- preguntó con amargura.
“¿Y qué esperabas, idiota?” la reprendió su mente. “¿Qué hubiera estado los últimos veinte años encerrado en un convento, igual que tú?”.
-No como a ti- respondió él, muy serio.- Te juro, Alara, que no he amado jamás a ninguna mujer como te amo a ti. Pero… bueno, yo creía que no volvería a verte jamás. No nos habíamos vuelto a encontrar desde que éramos unos críos, y yo no sabía siquiera por dónde empezar a buscarte. Me sentía solo, intenté seguir adelante... Pero ahora me doy cuenta de que todas las chicas con las que estuve me recordaban a ti en algo, de una manera u otra. Y la cosa nunca acabó de funcionar con ellas, porque ninguna de ellas eras tú-.
Alara lo miró a los ojos. Parecía sincero.
-¿Y si vuelven a separarnos?- preguntó con tristeza.- ¿Volverías a buscarme a mí en otras?-.
Una resolución casi fanática destelló en los ojos de Mathias.
-Nunca volverán a separarnos, Alara. Nunca. Y aunque lo hicieran, yo ya no podría estar con otra que no fueras tú. Pero no tendrás que preocuparte por eso, porque no nos separarán. No voy a permitirlo-.
“Este chico lo ve todo demasiado sencillo”, pensó ella.
-¿Y cómo lo impedirías?- inquirió.
-No te creas que no le he dado vueltas al tema- afirmó Mathias acariciándola con suavidad, sin la urgencia que lo había consumido antes.- La Inquisición tiene la prerrogativa de poder exigir al Adepta Sororitas la cesión de algunos de sus miembros como Acólitos en un séquito inquisitorial. Todo el mundo sabe las Hermanas Acólitas son prácticamente incorruptibles, lo cual las convierte en los miembros más fiables de cualquier séquito cuando hay peligro de corrupción herética. Si tu Palatina pretende enviarte a otro lugar o Lord Crisagon decide que debemos irnos de aquí, podría convencerle de que te reclamase para su séquito. Así estaríamos juntos-.
-Eso supondría depender de la benevolencia de Lord Crisagon- repuso Alara, preocupada.- Nada nos garantiza que accediera a tu petición. Puede que no necesite a una Hermana de Batalla entre sus filas, o puede que prescinda de ti en un momento determinado. ¿Y entonces que sería de nosotros? Siempre vamos a depender de las decisiones de otras personas-.
Mathias asintió.
-Es sólo una solución temporal, lo sé. Pero existe la posibilidad de algo más permanente: que yo mismo me convierta en Inquisidor. El Magíster Seneca me ha insinuado que no carezco de potencial para ello. Elegir semejante carrera me parecía demasiado complicado, pero si es la única manera de tenerte a mi lado para siempre, lo haré. Conseguiré ascender al rango de Inquisidor. Y una vez lo haga, te reclamaré para mi séquito, y nadie podrá impedírmelo-.
Alara le miró sorprendida. Le costaba imaginarse a Mathias convertido en Lord Inquisidor.
-¿Y crees de veras que podrás conseguirlo? Además, aunque lo lograras, tardarías años en hacerlo…
-Confío en que el Emperador nos ayudará- dijo Mathias, sonriendo.- De verdad lo creo. Al fin y al cabo, si lo piensas bien, ¿acaso no nos ha unido él? Fue el Caos lo que nos separó, y justamente ahora que los dos hemos consagrado nuestras vidas a luchar en nombre del Emperador, tú en el Adepta Sororitas y yo en la Inquisición, hemos vuelto a encontrarnos-.
Alara se emocionó al escuchar de los labios de Mathias un eco de sus propias oraciones, de sus más íntimos pensamientos. Era casi como si el propio Emperador estuviera recordándoselo a través de los labios de Mathias. “Ten fe”, parecía decirle. “Si es mi voluntad que estéis juntos, nada ni nadie os podrá separar”.
-Tienes razón- dijo.- Yo también lo creo. Él no permitirá que nos separen, lo sé. Estoy segura-. Entrelazó su mano con la de él y esbozó una leve sonrisa.- Espero que mi Ejecutora acabe llegando a la misma conclusión-.
-¿Tu Ejecutora?- preguntó Mathias, confuso. Alara le habló de la advertencia que le había hecho Tharasia.
-Joder, vaya si es lista- gruñó él.- ¿Quién era, la misma hermana de cabello blanco que no nos quitaba el ojo de encima ayer, mientras paseábamos por el claustro? No me extrañaría que algún día llegue a Canonesa; no se le escapa una. Sin embargo, me da la sensación de que sólo pretendía meterte miedo para que no bajases la guardia. Es probable que el verdadero peligro no sea ella sino la Superiora, Lissandra-.
-Lo mismo da- replicó Alara.- No pienso dar motivo alguno a mis superioras para que se sientan descontentas conmigo-.
Aquello le hizo recordar que seguían estando en un despacho de la capilla inquisitorial, y que seguía existiendo el peligro de que alguien intentara entrar. Se incorporó de un salto y le dio la espalda para recoger sus prendas de vestir, desparramadas por el suelo.
-¿Qué es eso?- oyó que Mathias preguntaba a sus espaldas.- ¿Qué te ha pasado?-.
-¿Qué?- ella se giró, confundida.
Mathias la miraba con preocupación. De repente, Alara cayó en la cuenta de lo que debía haber visto: el rosario de cicatrices blancas y alargadas que le recorrían la espalda, fruto del brutal castigo que había sufrido en la Schola Progenium a manos de Helga, la antigua celadora jefe. Las heridas se habían curado, pero los daños habían sido tan profundos que las marcas habían quedado grabadas en su carne para siempre.
-¿Qué son esas marcas en tu espalda?- inquirió él.- Son como cicatrices alargadas. ¿Te las han hecho en el Sororitas? ¿Es cierto entonces ese rumor de que todas las Hermanas de Batalla se flagelan?-.
-No. Bueno, sí, pero… -Alara recogió su ropa interior y comenzó a ponérsela mientras se lo explicaba.- Sí es cierto que usamos el flagelo como mínimo una vez por semana; es parte de nuestro entrenamiento para desarrollar resistencia al dolor, aunque algunas lo usan más a menudo como penitencia si consideran que han pecado. Pero el flagelo que utilizamos no deja marca ni abre la piel; a lo sumo la deja enrojecida unas cuantas horas. Está hecho para ser doloroso, no dañino. Mis cicatrices son de la Schola Progenium-.
-¿De la Schola Progenium?- exclamó Mathias, horrorizado.- ¿Qué pasó para que te castigaran de semejante manera?-.
Alara sonrió con tristeza.
-Se podría decir que lo que me pasó fuiste tú-.
Y le contó lo que nunca había contado a nadie. Ni siquiera con Valeria, Octavia y sus demás compañeras progénitas, que conocían lo sucedido por haber estado presentes, hablaba de ello jamás. Pero a Mathias se lo contó todo: su intento infructuoso de contactar con él enviándole una carta, su fracaso al intentar saltar el muro, y la nueva intentona fallida dos años después.
-Aquella mujer repugnante me pilló y dijo que ya que era la segunda vez que intentaba escalar el muro, tendría el doble de castigo. Veinte golpes en total. Pero a la muy salvaje se le fue la mano y acabó haciéndome sangrar. De hecho, según me contaron mis amigas después, debió de írsele la cabeza por completo, porque cuando llegó a los veinte azotes siguió golpeando, en lugar de parar. Tuvieron que detenerla las demás celadoras. Aunque yo de eso ya no me enteré; me desmayé al decimosexto azote-.
Mathias se indignó al escuchar aquella historia.
-¿Pero cómo pudo hacerte eso?- vociferó.- ¡Espero que degradaran y arrestaran a esa bruja malnacida! ¡Si yo hubiera estado allí le habría arrancado la vara de las manos y se la habría roto delante de la cara!-.
-Si hubieras hecho eso, te habrían expulsado de la Schola-.
-¡A la mierda con la Schola!- gritó Mathias, furioso.- ¡Ya me las hubiera arreglado! ¿Cómo pudo maltratarte así? ¡Sólo tenías once años!-.
La voz le temblaba de pena e indignación cuando estrechó a Alara entre sus brazos. Ella apoyó el rostro sobre su hombro, reconfortada. Hacía ya mucho tiempo de todo aquello, pero aún así la complacía que Mathias se preocupase tanto por ella.
-Lo siento- dijo en un susurro.
-¿Qué lo sientes? ¿Qué es lo que sientes?-.
-Haber tirado la toalla. No haberlo vuelto a intentar. Tendría que haber puesto más empeño en tratar de volver a verte. Pero tuve miedo. No estaba segura de poder volver a soportar un castigo como ese, y siendo la tercera vez podrían haberme condenado a treinta azotes…
Mathias emitió un sollozo ahogado.
-¿Y tú lo sientes?- dijo, con la voz quebrada.- No, el que lo siente soy yo. A mí no se me ocurrió nunca intentar enviarte una nota, y sólo intenté cruzar el muro una vez. Me subí a un árbol que había en el patio creyendo que desde lo alto podría alcanzar el borde del muro, pero la rama se rompió y me quedé colgado del borde. Al final tuve que soltarme, me disloqué el hombro y encima me gané diez azotes, como tú la primera vez. Pero después de eso ya no lo volví a intentar. Tú fuiste la más valiente de los dos, Alara; yo sólo fui un cobarde…
Sus lágrimas cayeron sobre los hombros de Alara. Ella le acarició el cabello.
-No te preocupes por eso, Mathias. Pasó hace mucho tiempo. Éramos sólo niños, no le des más vueltas. No tuvimos manera de impedir lo que nos hicieron-.
-Veinte años- dijo él con amargura.- Nos robaron veinte años…
Ella lo acalló poniendo un dedo sobre sus labios.
-Estamos juntos otra vez- dijo.- Y vamos a recuperar el tiempo perdido. Ahora debo marchar, pero mañana volveré a estar aquí, contigo-.
Mathias depositó un beso sobre su frente.
-Te esperaré con impaciencia, Alara. Contaré cada minuto que falte para reunirme contigo de nuevo-.



Cuando Alara salió de la capilla inquisitorial volvía a llover, pero apenas fue consciente de ello. Tras despedirse de Mathias con un leve apretón de manos -la Adepta Orbiana seguía vigilando el vestíbulo-, se encaminó a paso ligero hacia el convento del Sororitas. Casi no sintió la fina llovizna que humedeció sus cabellos durante el camino de vuelta, y para cuando reaccionó y se cubrió con la capucha del hábito, ya tenía el pelo medio empapado.
Mientras caminaba por la amplia Avenida del Emperador, observando las fuentes y las estatuas de mármol, se permitió el lujo de imaginar cómo habría sido su vida si la Masacre de Galvan nunca hubiera tenido lugar. Fue tan fácil como recordar las Letanías de la Fe. Mathias y ella habrían crecido juntos, habrían ingresado a la vez en la Guardia Imperial o en un Collegia Imperialis, y probablemente se habrían casado. En su mente se dibujó la imagen nítida de una casa unifamiliar parecida a la que tenían sus padres en la Ciudadela: un jardín junto a la casa lleno de juegos y risas infantiles; las de sus propios hijos y los de sus hermanos. Selene, Marcus, Alyssa y Randall, ya retirados del servicio activo en la Guardia, convertidos en orgullosos abuelos de aquellos niños…
La imagen destelló en su mente tan claramente como si la tuviera delante; por un instante casi pudo oír las voces de los hijos que nunca tendría y contemplar el rostro de los padres a quienes jamás volvería a ver. Pero entonces todo se desvaneció, y Alara volvió a encontrarse sola, bajo la lluvia, en Prelux Magna, Vermix. Se contempló a sí misma, con el hábito de la Rosa Ensangrentada, el collar del águila imperial prendido del cuello, el Rosarius y la funda de la pistola bólter ceñidos al cinto, y comprendió que no tenía ningún sentido añorar lo que nunca había sido y no sería jamás. Además, al menos ahora era una Hermana de Batalla, una fiel Hija del Emperador dispuesta a todo para combatir a los enemigos del Imperio. Llevaba una vida recta y honorable, una buena vida. Y había encontrado a Mathias. Alara sabía que su vida tal vez no era la que sus padres hubiesen soñado para ella, pero también sabía que de poder verla se habrían sentido orgullosos de ella.
“Si esa incursión del Caos nunca hubiera tenido lugar… ese ataque maldito…”
Alara llevaba toda su vida obsesionada con aquella salvaje matanza perpetrada contra su gente, su hogar. Ya de novicia en el Sororitas, había intentado buscar en los archivos de la sala de cogitación algún informe que le revelara qué había pasado exactamente la noche de las lunas rojas y por qué. Pero lo poco que encontró acerca del tema era información clasificada, y con su identificación de novicia no pudo acceder a ella.
“Pero ahora soy militante” pensó de repente. “Tal vez ahora sí que pueda”.
Sintió un escalofrío de impaciencia y emoción ante la idea. No había olvidado la pena, la desesperación ni el horror que había sufrido siendo niña. Aún hoy seguía teniendo pesadillas con la Matanza de Galvan. Aunque gracias al Emperador no fueran tan frecuentes ni tan intensas como antes, todavía se despertaba algunas noches gritando después de ver otra vez a su madre muerta, a su hermano acribillado, o al Rapax del Caos acercándose a ella con paso amenazador, presto para bañar las púas de la espada sierra con su sangre…
“Lo haré”, decidió. “Antes de cenar sacaré un momento de donde sea para poder entrar en la sala de cogitación y comprobar si con mi acreditación de Militante Redentora puedo acceder al informe”.


La lluvia arreciaba cuando llegó al convento, justo a tiempo para la oración vespertina. Tras asistir al servicio religioso, Alara dedicó el resto de la tarde a entrenar con energía, corriendo a toda velocidad, realizando ejercicios de musculación con brío, y batiendo su propio récord personal de flexiones y abdominales. Podía sentir con claridad cómo trabajaba cada músculo, cómo se contraían y se distendían todas las fibras articulares, del mismo modo que había sentido con todo detalle sensaciones nuevas en su cuerpo que ignoraba ser capaz de sentir. Y por encima de todo, se notaba pletórica de energía. Nueva, realizada. El cansancio era una ilusión, ahora podía enfrentarse a todo. Estaba enamorada.
Después de la sesión de mantenimiento físico, volvió a darse una rápida ducha en su cuarto y prescindió de la limpieza de sus armas y su armadura aquel día -ya se había empleado a fondo con ellas la tarde anterior y volvería a hacerlo mañana- para poder acudir a la sala de cogitación. Recordaba bastante bien cómo buscó la información siendo novicia, y al cabo de un par de intentos halló el archivo. Insertó su tarjeta identificativa en el lector del cogitador, tecleó su clave en la pantalla, y sintió una oleada de triunfo cuando aparecieron las palabras “ACCESO PERMITIDO” en verde. Unos instantes después, se abrió el archivo, y Alara pudo leer por fin su contenido:


+++  INFORME  RESERVADO  +++
Registro de Operaciones: 159753086420.R - Fecha: 0.306.824.M40
+++  archivo consultado: MASACRE DE GALVAN  +++
Asunto: Incursión del Caos - Nivel de Seguridad: 4 - Adeptus Ministorum
Documento encargado por el Inquisidor General Darius Ravenstein, Ordo Hereticus.
Anno Domini 824.M40 - Cofradía del Adepta Sororitas en Aquila Áurea, capital del Planeta Tarion sito en el Sistema Cadwen del Sector Sardan. Palatina Superiora Flavia Alba de la Rosa Ensangrentada.
Resumen de los hechos acontecidos en la ciudad de Galvan la noche del 0.302.824.M40 según recoge el informe de la Palatina Regidora Silvia Fulvia, del Oratorio Provincial, que intervino en los sucesos. 

         Una fuerza combinada de Marines Traidores y Adoradores Infieles lanzó un ataque por sorpresa sobre la ciudad radial de Galvan nada más anochecer. Un destacamento de Rapaxes[1], formado por unos 60 efectivos aproximadamente, sobrevoló a gran altura el distrito militar de la ciudad y lanzó un ataque en picado con bombas incendiarias sobre el recinto residencial para oficiales de la Ciudadela, buscando causar la confusión entre los mandos imperiales. Los centinelas encargados de la vigilancia no pudieron detectar la llegada de los Rapaxes porque éstos utilizaron un mecanismo supresor de ruidos acoplado a sus retro propulsores[2]. El bombardeo resultó devastador, pues los Rapaxes arrojaron las bombas por las ventanas para que detonaran en el interior de las casas unifamiliares, abrasando a las familias reunidas para la cena. Una vez cometida esta atrocidad, prosiguieron causando todo el daño posible atacando las casas restantes con granadas de fragmentación y su armamento convencional.
        Las fuerzas defensoras reaccionaron con feroz determinación ante la agresión, pero sus efectivos quedaron divididos cuando se desencadenó un segundo ataque contra el exterior de la Ciudadela por parte de los Adoradores Infieles, que se habían infiltrado dentro de la ciudad, realizado en coordinación con la acometida de los Rapaxes. Los Adoradores utilizaron algún tipo de artefacto impío para balizar su posición y permitir que escuadras de Exterminadores se teleportaran hasta los puntos críticos del asalto. Mientras tanto, una compañía de Marines Traidores aparecía entre las calles de la ciudad próximas en apoyo de los Adoradores. Por todo ello, parecía evidente que pretendían capturar la Ciudadela para poder conquistar y arrasar la ciudad, de modo que el alto mando de la Guardia Imperial decidió concentrarse en defenderla con todas sus fuerzas y detener la ofensiva caótica ante sus murallas. Pero la destrucción perpetrada por los Rapaxes causó que, en el momento del asalto exterior, muchos oficiales imperiales de servicio se hubieran desplazado al frente de sus tropas hacia la zona residencial atacada en la que estaban sus familias, dejando bastante reducida la fuerza desplegada en la defensa del perímetro externo. Por tanto, una vez lanzado el ataque de los Adoradores con apoyo de Marines Regulares y Exterminadores, resultó complicado lograr que los angustiados oficiales retornaran a sus puestos defensivos y dejaran la protección de sus hogares a las unidades de reserva movilizadas dentro de la Ciudadela y los refuerzos que llegaban desde el convento local del Adepta Sororitas en aerodeslizadores, siendo necesario que los Comisarios emplearan toda su persuasión para convencerlos. Esto provocó una notable desorganización entre las fuerzas imperiales durante la primera hora de combates, lo que permitió que el enemigo conquistara el perímetro exterior[3].
         Sin embargo, todo el ataque desencadenado contra la Ciudadela era una celada orquestada para mantener ocupada a la Guardia Imperial y ocultar el verdadero propósito de la incursión en Galvan. Pues, media hora más tarde del asalto a la Ciudadela, una fuerza de menor tamaño formada sólo por Marines y dirigida por el Comandante enemigo se trasladó al centro urbano y atacó el distrito comercial, aniquilando a las unidades desplegadas de las Fuerzas de Defensa Planetaria que custodiaban la zona[4]. Tras la matanza, entraron en varios establecimientos saqueando y destruyendo sus mercancías en una espiral de violencia que no tiene todavía explicación lógica[5]. Incluso asaltaron algunos edificios residenciales del distrito, matando a todo aquel que encontraban en su camino de forma brutal. En algunos casos, existió ensañamiento con las desgraciadas víctimas o familias enteras fueron secuestradas para su posterior sacrificio blasfemo.  
          Finalmente, la fuerza incursora abandonó la zona al poco tiempo de llegar nuevos refuerzos. Tras abandonar el distrito comercial con un cuantioso botín en sus corruptos vehículos blindados, el Comandante enemigo se dirigió a una zona residencial próxima sembrando la destrucción a su paso. Las fuerzas Sororitas en persecución del enemigo en retirada observaron la existencia de un Portal Dimensional en el interior del parque público que domina el lugar. Un destacamento de Adoradores fuertemente armado había tomado posiciones en la zona estableciendo un perímetro defensivo que permitió a la fuerza incursora alcanzar el Portal y abandonar el planeta, mientras las unidades imperiales eran contenidas. Casi inmediatamente, el contingente enemigo que asediaba la Ciudadela abandonaba la lucha retirándose en orden de combate sin lograr sus objetivos militares[6]. Tras duros enfrentamientos por las calles, el grueso de la fuerza que había atacado a la Guardia Imperial llegó hasta el Portal y logró atravesarlo.
         Una vez terminados los combates, las fuerzas leales procedieron a registrar cuidadosamente los distritos atacados y zonas adyacentes en busca de elementos hostiles ocultos. Los mandos imperiales cursaron órdenes inmediatas de capturar con vida a todos los enemigos rezagados posibles para poder interrogarlos y entregarlos a la Inquisición para su posterior escrutinio, purificación y ejecución. De esta forma pudieron capturarse varias decenas de adversarios, a pesar de la resistencia que ofrecieron y del posterior intento de suicidio para evitar el apresamiento. Desde luego, el miserable destino de la inmensa mayoría de los Adoradores no pudo resultar más aleccionador para escarmiento de todos aquellos ciudadanos cuya lealtad sea vacilante o débil: abandonados por sus amos oscuros, fueron sacrificados por cientos como distracción y para cubrir la cobarde retirada de los Marines Traidores que lograron huir por el Portal Dimensional gracias al derramamiento de su sangre. No obtuvieron más recompensa que una muerte ignominiosa ante la furia justiciera de nuestras fuerzas. En el caso de los pocos supervivientes, la mayor parte de ellos acabaron en manos de la Santa Inquisición.
         En cuanto al sacrílego Portal Dimensional, estaba oculto tras una pantalla holográfica para evitar que fuera observado desde las inmediaciones. De todas formas, el parque público en el que fue ubicado tenía unas dimensiones importantes (1.800 x 1.200 metros) por lo que era difícil percibirlo desde fuera. Sólo a menos de 300 metros podía apreciarse la antinatural luminiscencia que generaba, según informa la Hermana Palatina Silvia Fulvia en su atestado sobre las operaciones realizadas, gracias a la pantalla holográfica utilizada para enmascararlo[7]. Todas las evidencias indican que dicho Portal fue el medio que utilizaron para introducirse en la ciudad evitando las defensas planetarias que protegen la órbita contra ataques exteriores. Aunque desconocemos los métodos blasfemos utilizados para abrirlo, sus elementos esenciales debieron ser fabricados o introducidos clandestinamente en el planeta por estar compuestos, de acuerdo con el posterior análisis de los expertos, por impíos materiales psicoactivos[8]. Cuando las fuerzas imperiales, encabezadas por un destacamento del Adepta Sororitas, llegaron al parque tras perseguir a los traidores apóstatas desde el distrito comercial se encontraron con una hueste numerosa de Adoradores atrincherada alrededor del Portal. A pesar de la pantalla holográfica, nuestras hermanas intentaron destruirlo para atrapar a los caóticos y aniquilarlos con la ayuda de los refuerzos que venían en camino desde otros lugares. Pero resultó muy difícil dañarlo, y poco después llegó por un lateral del parque el grueso del contingente que había atacado la Ciudadela, causando un momento de confusión al flanquear las posiciones imperiales por el lado de su llegada. Tras duros combates, los Marines Traidores con su botín lograron escapar junto a un numeroso grupo de Adoradores, tras lo cual pudo examinarse el Portal y comprobarse que el enemigo pretendía su destrucción controlada: había cargas explosivas con temporizador colocadas en los puntos clave. Durante unos instantes se discutió si debían desactivarse para permitir la persecución del enemigo allí dónde hubiera ido, pero la incertidumbre sobre lo que pudiera esperarse al otro lado y el temor ignorante de los mandos imperiales que temían acabar metidos con sus soldados en el Infierno, motivó que la Hermana Palatina Silvia Fulvia desistiera de continuar persiguiendo al enemigo por el Portal. Unos minutos después, toda la blasfema construcción quedó destruida tras un potente estallido y la Batalla de Galvan terminó.
         Durante el conflicto, resultó decisiva la rápida movilización del Adepta Sororitas para sostener a las fuerzas imperiales, tanto a la Guardia Imperial en la Ciudadela como a la Milicia Planetaria en la zona atacada de la ciudad. Resultó providencial que el Centro de Estudios Astronómicos de Galvan estuviera investigando el extraño fenómeno de las Lunas Rojas que se produce cada trece años por esas fechas, pues descubrieron la fuerza de Rapaxes sobrevolando la Ciudadela y nos alertaron al identificar la clase de amenaza que se cernía sobre ella (uno de ellos había sido antiguo acólito inquisitorial y reconoció que eran Marines Traidores). Esto permitió un rápido envío de tropas desde nuestro convento en la ciudad, concretamente todas nuestras Hermanas Serafines, que fue crucial para reducir la masacre de familias militares al combatir a los despiadados Rapaxes. Posteriormente, a medida que se conocía la dimensión del ataque y se localizaban las restantes fuerzas enemigas, fueron a la batalla el resto de hermanas en apoyo de las unidades imperiales comprometidas en la defensa.
Loado sea el Emperador por su inspiración.
Hermana Palatina Superiora Flavia Alba de la Rosa Ensangrentada. 


+++ Notas y Comentarios - Hermana Palatina Superiora Flavia Alba +++
[1] Rapaxes: marines traidores de asalto equipados con retro propulsores, capaces de volar hasta una altura máxima de 80 metros y realizar descensos controlados desde mucha altitud. Suelen ir equipados con armamento de asalto y bombas portátiles que arrojan desde el aire.
[2] Este dispositivo supresor de ruidos fue desarrollado en el AD 750.M36 para las fuerzas de asalto Astartes con el propósito de efectuar operaciones sigilosas y ataques sorpresa. No se trata de equipo reglamentario, siendo poco frecuente su uso en misiones que no precisen discreción a causa del notable desgaste que sufre el dispositivo supresor. Resulta notorio que estos traidores dispongan de este equipo.
[3] Las fuerzas enemigas lograron abrir varias brechas en las fortificaciones externas y arrollaron a los defensores. Su objetivo era capturar el Arsenal Mayor de la Ciudadela, que albergaba la armería más importante, y el Parque Móvil dónde se encontraban los carros de combate y los vehículos blindados de la Compañía Acorazada del Regimiento Imperial. Su pérdida hubiera sido decisiva para causar nuestra derrota.
[4] Unos pocos milicianos y arbitradores sobrevivieron para relatar algunos detalles del ataque, como el secuestro de algunas familias de comerciantes y los asesinatos brutales de civiles. Varios testimonio señalan la presencia de Tecnosacerdotes Renegados bajo el mando de un Tecnomarine Traidor que lideraba los saqueos.
[5] Las mercancías robadas o dañadas eran todas de naturaleza electrónica: cogitadores comerciales, aparatos audiovisuales, accesorios y recambios, comunicadores, electrodomésticos, implantes cibernéticos, generadores portátiles, dispositivos eléctricos, etc. Incluso asaltaron armerías civiles para saquear armas y munición, así como almacenes de maquinaria ligera. Tienen una singular obsesión por la tecnología.
[6] Siempre que no se considere que su objetivo era masacrar a las familias imperiales. La acción heroica de algunos oficiales y soldados fue clave para frustrar el asalto enemigo que, a pesar de ser una distracción, buscaba igualmente dañar las defensas de la ciudad. Merece una especial mención la resistencia ofrecida por el capitán Marcus Farlane, el teniente Randall Trandor y sus soldados en el Parque Móvil.
[7] Dado que éste tipo de tecnología avanzada tiene un coste elevado y un acceso bastante restringido, resulta patente que estos traidores apóstatas tienen unos recursos considerables a su disposición y la ayuda de contrabandistas tecnológicos para perpetrar sus fechorías.
[8] Según concluyó la comisión mixta de Tecnosacerdotes y Psíquicos Autorizados organizada por el gobernador planetario, Lord Everton, el material utilizado para construir el Portal Dimensional tiene unas características tan inusuales que no puede encontrarse en la Naturaleza.

2 comentarios:

  1. Muy correcto y emocionante este capítulo. Me está enganchando cosa mala, que lo sepas ^^*.

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    1. Me alegro mucho, jejeje. A partir de aquí, pronto empezarás a ver más acción, que sé que ya le tienes ganas ;-)

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