A fe y fuego

A fe y fuego

sábado, 30 de mayo de 2015

Capítulo 6



A.D. 824M40. Randor Augusta (Kerbos), Sistema Kerbos, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.


Alara Farlane no puede dormir. Teme lo que verá si cierra los ojos. Tiene miedo de revivir ante sí el horror que ha tenido que vivir: las bombas de fuego que comenzaron a caer de repente sobre su pacífico barrio, la casa de los Trandor estallando en llamas, aquel aterrador Rapax del Caos asesinando a su madre, que dio su vida por defenderlos a ella y a su hermano. A Kevan cayendo muerto al suelo en plena carrera, con el pecho destrozado por un disparo de bólter, y al marine oscuro amenazándola con la espada sierra, dispuesto a descuartizarla...
"Te concederé el honor de bañar mi armadura con tu sangre".
Alara gime y se encoge sobre sí misma, temblando de terror.
"Astrid. Piensa en Astrid".
Puede verla ante sí tan claramente como si la tuviera a su lado. Servoarmadura roja, túnica negra. Los cabellos casi tan rojos como la armadura. Retro reactores en los hombros, movimientos gráciles y poderosos como los de un ángel vengador. Acribilla al Rapax justo antes de que acabe con Alara, tan rápido que el monstruoso marine apenas alcanza a darse cuenta de lo que ha pasado. Y entonces ella se le acerca, grave, dulce y amable, el rostro de la cordura en medio de un mar de demencia. Y la toma entre sus brazos y la saca de allí, volando como un serafín bendito...
Alara respira hondo; la mera rememoración de su salvadora consigue tranquilizarla un tanto.
"Seguro que ella no tiene miedo", piensa. "Ella no tiene miedo de nada. Si yo fuera como ella, tampoco habría tenido miedo. Hubiera luchado como ella, hubiera matado al Rapax, y hubiera salvado a mamá y a Kevan".
Alara emite un leve sollozo. Rompe a llorar en silencio, avergonzada ante la idea de que sus compañeras de habitación la oigan. Echa tanto de menos a sus padres que le duele, echa de menos a sus hermanos, y echa de menos a Mathias. Incluso el recuerdo de Thomas y Adrien la entristece, aunque ellos no eran sus mejores amigos como lo era él. Toda su vida se ha desmoronado, y ya no le queda nada. Las palabras de consuelo que Astrid le dijo antes de desaparecer le resuenan en la mente.
"Lamento mucho tu pérdida, Alara. Pero no creas que estás sola; nunca vas a estar sola. En la Schola Progenium tendrás preceptores que cuidarán de ti y habrá otros huérfanos que serán tus amigos. Y tienes un padre que nunca morirá ni te abandonará. El Dios Emperador es el padre de todos y tu familia está con él ahora. Si le quieres y eres buena, algún día te reunirás de nuevo con todos ellos".
Desde que oyó aquellas palabras, Alara reza todos los días. Al fin y al cabo, es lo único que le queda. Ya no tiene familia, para sus profesores no es más que una niña más entre un millar, y los adultos que deberían haberla protegido le han arrebatado a su mejor amigo. Si nadie puede ayudarla, si no hay ser humano que se apiade de ella y atienda sus súplicas, tal vez el Dios Emperador sí lo haga. Tal vez él, en su infinita bondad, sea realmente su padre ahora que ya no tiene padre alguno.
"Por favor, Emperador" reza Alara con el pensamiento, entre lágrimas. "Sé que ya no puedes devolverme a mis padres, a Kevan ni a Duncan, pero devuélveme a Mathias. Por favor, por favor, si puedes escucharme, haz que vuelva a ver a Mathias".
Alara no sabe si el Dios Emperador puede oírla. Tal vez la Santa Terra esté demasiado lejos, o su fe aún sea demasiado débil, y sus pensamientos desesperados no puedan llegar hasta él. Pero la hermana Astrid tenía razón, seguro que tenía razón, ella no le hubiese mentido, no después de salvarla. Alara cree que si su fe se hace aún mayor, si alcanza la verdadera pureza, el Emperador algún día la oirá. Y sabe otra cosa, con absoluta certeza: que le debe la vida a Astrid. Admira su fuerza, su pureza, su destreza, su valor. Una Guerrera Serafín. Una Hija del Emperador. Una Hermana de Batalla. Antes de dormirse Alara se jura a sí misma que algún día será como ella. Entonces, seguro que será digna a ojos del Dios Emperador, y nunca más volverá a tener miedo.




A.D. 844M40. Prelux Magna (Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.


Alara regresó a paso ligero al convento, llegando justo a tiempo para los rezos vespertinos. Aquella tarde Alara cantó los himnos con especial fervor, agradeciendo al Dios Emperador que por fin hubiera cumplido el deseo que le pidió cuando era niña, la súplica que le dirigió durante años y años: haber encontrado a Mathias. También le pidió perdón humildemente por haber perdido la esperanza, por haber dejado de lado aquella súplica con el tiempo en la creencia de que, a pesar de todas sus oraciones, Mathias y ella jamás volverían a encontrarse. En su momento, creyó que lo mejor era tratar de superar sus traumas infantiles y seguir adelante, en lugar de seguir soñando con un reencuentro imposible. Pero ahora, haber tomado esa decisión la hacía sentirse avergonzada de sí misma. ¿Cómo era posible que hubiera llegado a perder la esperanza? ¿Cómo había podido creer, aunque sólo fuera por un momento, que Él no la había escuchado, que no estaba pendiente de sus pensamientos más profundos y de sus deseos más íntimos? Decidió ayunar al día siguiente como muestra de penitencia y para recordarse a sí misma que aquella era una prueba más de la infinita benevolencia del Dios Emperador de la Humanidad, un regalo destinado a fortalecer su fe. Él los había unido a Mathias y a ella, nacidos el mismo año en el seno de dos familias vecinas y amigas. La cruel mano del Caos los había separado, pero el Emperador, a cuyos designios nadie podía oponerse, había vuelto a unirlos. ¿Acaso no se habían vuelto a encontrar gracias a que ambos habían consagrado sus vidas a servirle, ella en el Adepta Sororitas y él en la Inquisición? Al final de la oración, Alara cayó de rodillas para jurar al Emperador, tan avergonzada como agradecida, que jamás olvidaría aquella muestra de amor y siempre cumpliría su voluntad.
Después de la oración, sintiéndose feliz y satisfecha, fue en busca de la Hermana Superiora Lissandra, que se mostró de acuerdo con la idea de la conferencia.
-Tendré que consultarlo con la Palatina Sabina, claro- dijo.- Pero no me parece mala idea. Redacte un informe con las notas que ha tomado y preséntemelo mañana a primera hora-.
De modo que Alara se acostó tarde, ya que tuvo que pasarse un par de horas en la sala de cogitación pasando a limpio el informe de Mathias. Cuando hubo terminado de redactarlo, imprimió cuatro copias -una para la Ejecutoria Tharasia, otra para la Superiora Lissandra, otra para la Palatina Sabina y otra para ella misma- y se fue a dormir.
A la mañana siguiente, después de la oración matutina, entregó los informes. Luego, volvió a su celda para vestirse; a mediodía todas las Hermanas deberían estar formadas con los uniformes de gala para salir en procesión solemne a visitar el Palacio Gubernamental y presentar armas al Gobernador Planetario -acto formal que, según la Ejecutoria Tharasia, era al mismo tiempo una muestra de respeto y una demostración de fuerza-, y la sanción para cualquiera que no estuviera de punta en blanco a la hora prevista sería extraordinariamente severa. Primero, Alara se puso el ceñido mono negro de manga y perneras cortas que las Hermanas de Batalla llevaban debajo de la servoarmadura, sobre la cual se ciñó la túnica negra cuyas mangas y faldones negros de forro blanco colgarían visibles bajo el blindaje. Tras ajustar unos electrodos en piernas y brazos, lo cual permitiría que la pesada servoarmadura se moviera a una con sus músculos siguiendo las órdenes de sus terminaciones nerviosas, procedió a colocar una a una todas las piezas del blindaje, murmurando las oraciones rituales adecuadas. Bajó al patio de armas a la hora prevista, formó con su compañía, y cuando todas estuvieron listas, la Palatina Sabina, ataviada con el bastón de mando y la capa negra ribeteada de armiño, dio orden de marcha. Todas las hermanas -a excepción de las que se quedaron de guardia- salieron desfilando del recinto y se dirigieron a la plaza de Emperador. Desde allí, desfilarían por la avenida hasta las puertas del distrito eclesiástico.
Alara marchaba a paso firme como todas las demás. Cuando llegó a la plaza, se dio cuenta de que había mucha gente esperándolas; casi todos los miembros de la Eclesiarquía se habían reunido con sus mejores galas para verlas desfilar. El Obispo estaba entre ellos, bendiciéndolas con una sonrisa de satisfacción, rodeado de varios sacerdotes, entre ellos el padre Bruno. Al principio de la avenida, al poco de dejar la plaza, Alara vio un grupo variopinto, al frente del cual había un hombre alto y ceñudo que llevaba enorme servoarmadura tan dorada como sus cabellos decorada con el símbolo del Ordo Xenos; sin duda se trataba del Inquisidor, Lord Crisagon. Entre ellos, distinguió a una figura en particular que se estiraba hacia delante como si quisiera ver mejor, hasta el punto de trastabillar en la acera; al llegar a la altura del grupo, confirmó su sospecha de que se trataba de Mathias Trandor. El joven iba vestido de gala, igual que sus compañeros; llevaba pantalón y camisa blancos, chaleco y botas negras, y una elegante levita carmesí. No lucía las gafas sin montura del día anterior -debía haberse puesto lentillas para la ocasión- y llevaba el cabello peinado hacia atrás. Miraba fijamente las filas de Sororitas, y al divisar a Alara -que iba la segunda de la izquierda, el lado donde estaba él- esbozó una leve sonrisa y saludó discretamente con la mano. Ella sintió que el corazón le daba un vuelco de alegría al verle y distinguir su saludo. No pudo devolverle el gesto ni la sonrisa, ya que iba desfilando en formación, pero se permitió la concesión de girar ligeramente la cabeza y mirarle con fijeza, para demostrarle que le había visto. Sintió una oleada de ternura al contemplar su rostro.
"Te he encontrado", pensó. "Por fin te he encontrado".
Durante un par de segundos intercambiaron una mirada silenciosa, que sin embargo no pasó desapercibida para los dos acólitos que estaban junto a Mathias, que se inclinaron a murmurarle algo, ni para Lord Crisagon, que rompió su máscara de impasibilidad al enarcar una ceja. Alara no alcanzó a ver más, porque su fila seguía avanzando y no tuvo más remedio que volver la vista hacia delante.
Cuando llegaron a las puertas del distrito, los Arbitradores cedieron de manera solemne el mando de la seguridad a la Palatina Sabina. A partir de entonces, el control y la vigilancia del distrito eclesiástico sería potestad exclusiva del Adepta Sororitas, lo que para Alara y sus compañeras no significaba otra cosa que guardias, guardias y más guardias en perspectiva. Una vez cruzaron las puertas de la muralla, los recibió un inmenso clamor popular; en las tres calles que confluían frente al muro, los Arbitradores y la Policía habían acordonado una zona tras la cual una multitud de personas se aglomeraba saludando con la mano y lanzando vítores. Alara se sintió orgullosa; era maravilloso que los ciudadanos leales reconocieran el inmenso sacrificio que las Hermanas de Batalla hacían por ellos, consagrando sus vidas a defenderlos de los herejes, los poderes oscuros, los mutantes agresivos y los alienígenas hostiles. Sabía que los Arbitradores no contaban con tantos admiradores entre el pueblo.
Frente a las puertas del distrito eclesiástico las esperaban varios aerodeslizadores -"por fin se han dignado a ofrecernos un transporte decente", ironizó Theodora, que marchaba junto a ella- que las transportaron al nivel superior de Prelux Magna. Mientras ascendían, Alara pudo ver por la ventanilla cómo las espirales ascendentes de la ciudad colmena iban volviéndose cada vez más pulcras y refinadas, hasta que al final llegaron a la aguja central, la más alta de todas, desde donde se divisaban los páramos y las marismas en todas direcciones salvo al oeste, donde el semicírculo de la ciudad se cortaba en seco formando un abismo descendente que terminaba a nivel del mar, donde se extendían centenares de hileras de embarcaderos de varios kilómetros de extensión.



La recepción ante el Gobernador fue demasiado larga para Alara, y espantosamente aburrida. Tras aterrizar en la torre central, fueron conducidas por un funcionario hasta el Palacio Gubernamental, donde el Gobernador Planetario y cientos de nobles que lucían peinados y vestidos extravagantes, con diseños complicados y materiales carísimos, las miraron con una mezcla de curiosidad y fascinación que hizo que Alara se sintiera incómoda. Lord Bernard Wargram, el Gobernador, un hombre alto, seco y enjuto entrado en años, recibió a la Palatina Sabina y pronunció un pomposo discurso del cual Alara no escuchó la mayor parte. Para entretenerse, se dedicó a observar a los asistentes. Vio a varios nobles y damas de aspecto singular, a algunas jovencitas que las miraban con fascinación y a varios muchachos que las observaban con los ojos como platos y una expresión casi rayana en el temor. Evidentemente, estos últimos estaban acostumbrados a ver a las mujeres como delicadas y sofisticadas muñecas envueltas en sedas, joyas y miriñaques, no como duras guerreras dispuestas a matar sin vacilar por terrible que fuera su enemigo. Alara también advirtió, no sin sorpresa, que los nobles se alineaban en lados opuestos del salón y que en cada lado había un grupo muy característico: a la diestra, varios hombres con aspecto rudo, fornidos y musculosos, con largas cabelleras onduladas y barbas tan largas y espesas que les llegaban hasta el pecho. A la siniestra, habían varios sujetos cuyo aspecto no podía ser más diferente: altos, pálidos y delgados, casi etéreos, con los largos y finos cabellos sujetos en la nuca y una ausencia absoluta de vello facial. No tenían ni sombra de barba, y sus cejas y pestañas eran tan finas y rubias que resultaban casi invisibles.
"Nobleza rural", comprendió Alara. "Tierras Altas y Tierras Bajas. Dos facciones muy diferenciadas, y por lo que veo, opuestas. Y la aristocracia imperial se alinea con una o con otra según sus intereses".
Alara se sintió feliz cuando la Palatina Sabina dio orden por fin de regresar al convento. Tras el entrenamiento de la tarde, cuando se dirigía a ducharse y adecentarse para la oración nocturna, la Hermana Superiora Lissandra la llamó.
-Hermana Alara, he hablado con la Palatina Sabina y ella ha considerado muy útil la idea de la conferencia. Así que le ruego que avise a su amigo para pedirle que venga a ofrecerla mañana por la tarde, si es posible-.
-Sí, señora- respondió Alara. Iba a girarse, pero Lissandra volvió a hablar.
-Hay otra cosa que nos ha llamado la atención en su informe, hermana. Tanto a la Palatina como a mí. Y, debo decir, también a su Ejecutora, a quien usted tuvo la prudencia de entregar otra copia. Sus teorías respecto a la veneración a ese Gran Gusano son... inquietantes. ¿De verdad cree que puede haber detrás algo peligroso que hasta ahora no haya sido detectado?-.
-Hay que contemplarlo como una posibilidad- respondió Alara.- Aunque hoy por hoy sea poco probable, ya que según parece no existe ningún culto organizado, es un caldo de cultivo excelente para que cualquiera pueda envenenar las mentes de los ignorantes, haciendo que sus supersticiones paganas deriven en algún tipo de creencias herética. Debemos asegurarnos de que no supongan ningún peligro en el futuro-.
-Ajá- dijo Lissandra.- ¿Y cómo sugeriría usted que lo hiciéramos?-.
-Bueno, yo... -Alara sintió un mal presentimiento; ¿por qué iba una Superiora a pedirle sugerencias a una militante recién consagrada?- Como ya he expuesto en mis conclusiones, señora, creo que sería útil hacer una investigación detallada sobre el terreno para averiguar qué hay realmente tras esas supersticiones y hasta qué punto están arraigadas. Y llevar a cabo acciones inmediatas si encontrábamos algo turbio, por supuesto-.
-Pero ya sabe usted que nosotras no podemos llevar a cabo ese tipo de acciones, salvo caso de corrupción flagrante, a menos que recibamos órdenes de alguien con autoridad inquisitorial, ¿verdad, hermana?- preguntó Lissandra con una amabilidad sospechosa.
-Eh... sí, señora. Y el caso es que, según tengo entendido, no hay ningún inquisidor del Ordo Hereticus en Vermix. Pero hay uno del Ordo Xenos, y él sí tiene autoridad para tomar medidas sumarias. Y teniendo en cuenta que la veneración pagana es justamente a unas criaturas cuyo estudio está bajo su potestad...
-Me alegra que haya llegado a la misma conclusión que yo, hermana Alara- la interrumpió Lissandra.- La alegrará saber entonces que usted está la primera de la lista para formar parte del grupo de investigación. Aprenda todo lo que pueda sobre los dinovermos, hermana. Probablemente va a tener que enfrentarse a montones de ellos. ¿Qué mejor demostración de superioridad ante los paganos locales que destruir a las mismas criaturas que veneran?-.




Aquella noche, Alara rehusó la cena y asistió a los rezos nocturnos con gran devoción. Cuando terminó el servicio religioso, una vez hubieron salido de la capilla, buscó un vocofonador y marcó el número de Mathias.
-¡Buenas noticias!- le dijo cuando él respondió.- A la Palatina le ha gustado la idea de la conferencia y quiere que la des mañana a media tarde ¿Crees que será posible?-.
-Por supuesto- respondió él.- Como esperaba que tus superioras aprobasen la idea, me he tomado la libertad de preparar unas cuantas notas y seleccionar unas imágenes, por si acaso. Mañana por la tarde me tendréis ahí-.
-Estupendo- dijo ella, feliz.- Nos vemos mañana, entonces-.
Se fue a dormir llena de una serena alegría y con el corazón en paz.
Al día siguiente, se sentía fuerte y esperanzada. Oró con el alma pletórica de fe y entrenó con más ahínco que nunca. El esfuerzo físico y el ayuno del día anterior la hacían sentirse un tanto débil, pero por fortuna le tocaba guardia en las puertas del convento. Mientras se dirigía a su celda para ponerse la servoarmadura, relató a Octavia y a Valeria su reencuentro con Mathias Trandor.
-¿De verdad va a venir a dar una conferencia esta tarde?- exclamó Valeria, entusiasmada.- ¡Es magnífico! ¡Será maravilloso volver a verle! ¡Un amigo de Tarion!-.
-Debes estar muy contenta, Alara- le dijo Octavia, con su habitual tono gentil.- Aún recuerdo lo mucho que sufriste cuando te separaron de él-.
Alara no dijo nada. Como de costumbre, Octavia había dado en el clavo; aquel doloroso recuerdo nunca se le había borrado del corazón, y desde que había vuelto a ver a Mathias lo tenía cada vez más presente. De hecho, no podía dejar de pensar en él. Aquello la desconcertaba. Había sido muy importante para ella en su infancia, pero, ¿a qué se debía que después de un solo encuentro su corazón latiera desbocado cada vez que lo recordaba?
Faltaban apenas diez minutos para que terminara la guardia de Alara cuando apareció Mathias. La emoción agitó su respiración al verle, aunque tal reacción pasó desapercibida gracias a que llevaba puesta la servoarmadura, casco incluido. En ese momento, se le ocurrió una idea. Cuando Mathias solicitó el paso y la hermana portera abrió la verja, caminó hasta llegar a la altura de la puerta principal, donde Alara y Theodora montaban guardia. Entonces, Alara lo miró de arriba a abajo.
-Llega tarde, doctor Trandor- dijo con voz grave.- Eso podría ser considerado herejía-.
Mathias casi pega un salto de la sorpresa, y la miró, atónito y con un destello de temor en los ojos. Ella se echó a reír.
-¿A... A... Alara?- balbuceó incrédulo.
-Anda, pasa- dijo ella con voz burlona.- Te la debía por intentar hacerme creer que eras un psíquico-.
Mathias la fulminó con la mirada.
-Esta me la pagas, Alara Farlane- masculló.
Cuando desapareció por la puerta, Theodora aún se estaba riendo entre dientes.
-¿Y eso?- preguntó.
-Es un amigo- explicó Alara.- De Tarion-.
-¿De Tarion?- inquirió Theodora, sorprendida.
-Tú lo conocías. Iba a nuestra clase. Mathias Trandor, el hijo del teniente Randall Trandor-.
-¡Ah, sí!- dijo Theodora con tono de sorpresa.- No le había reconocido-.
Poco después, llegó el cambio de guardia. Cuando Alara se visitó con el háito ordinario y bajó a la sala de actos, la conferencia aún no había empezado. La Ejecutoria Tharasia estaba junto a la puerta y se dirigió a ella nada más verla llegar.
-Ah, menos mal que ha llegado, hermana Alara. El doctor Trandor ha solicitado que suba usted al estrado para asistirle con la conferencia-.
-¿Asistirle, yo?- preguntó Alara, extrañada. Un mal presentimiento se adueñó de ella. "Maldita sea, esto tiene pinta de ser una revancha".
-Suba- le insistió Tharasia.- La está esperando-.
Alara subió de mala gana al estrado, donde Mathias, vestido en esta ocasión con su túnica de Acólito, extraía objetos de un maletín.
-¿Qué estás maquinando?- preguntó Alara en voz baja, algo inquieta.- Yo no puedo asistirte, no domino los temas que vas a tratar tú en la conferencia-.
Mathias se giró hacia ella y le dedicó una discreta sonrisa burlona.
-Quédate tranquila, Alara. No será demasiado terrible-.
Parecía disfrutar viéndola nerviosa. Acto seguido, le tendió un fajo de papeles.
-Repártelos a las asistentes- le ordenó.
Alara frunció el ceño.
-¿Estás sugiriendo que haga el trabajo de una novicia?-.
-Becaria- la corrigió Mathias.- En el Collegia Imperialis la llamaríamos becaria. Y sí, eso pretendo. Una cura de humildad no va a venirle mal, hermana Alara-.
-Ya me las pagarás por esto- masculló Alara, y cogió los papeles para repartirlos. Por lo que vio, se trataba de un esquema de los puntos de la conferencia para ayudar a las hermanas asistentes a recordar los aspectos más importantes después de haberla escuchado.
La conferencia duró una hora y media. Alara ya conocía casi toda la información, aunque refrescó gran parte de ella. Se dio cuenta, satisfecha, de que las Ejecutoras, las Superioras y la Palatina parecían muy interesadas. Mathias era un buen orador; sabía captar la atención del público con su voz modulada y agradable e iba directo al grano de un modo que permitía seguir con facilidad sus explicaciones y salpicando de vez en cuando su discurso de anécdotas graciosas para reavivar el interés de sus oyentes.
-No puedo creer que sea Mathias Trandor- susurró Octavia, que estaba sentada a la derecha de Alara.- Qué cambiado está-.
-Ya te digo- musitó apreciativamente Valeria, mirándolo con fijeza.
Alara frunció el ceño.
Cuando terminó la conferencia y llegaron los ruegos y preguntas, varias hermanas alzaron las manos, Valeria entre ellas. Cuando le llegó el turno a su amiga, Valeria dedicó una amplia sonrisa a Mathias al preguntarle acerca del tipo de heridas que podían causar los dinovermos, y él se la devolvió al responder. A pesar de que ambos también habían pertenecido al mismo grupo de amigos de Galvan, aquel intercambio hizo algo más que molestar a Alara; la puso furiosa.
-Debería darte vergüenza- le siseó a Valeria, indignada.- Sonreírle así... es completamente inapropiado-.
Valeria la miró con sorpresa.
-Pero, ¿qué dices?-.
Alara sentía cómo la sangre se le subía a la cara de puro enfado.
-No te hagas la tonta, sabes perfectamente lo que he querido decir-.
Valeria esbozó una sonrisa sarcástica.
-Vaya, Alara, por cómo te has puesto cualquiera diría que estás celosa-.
Las palabras de Valeria habían sido dichas en un susurro, y por consiguiente era harto improbable que las hermanas que estaban a su alrededor las hubiesen oído, pero para Alara fue como si lo hubiese proclamado a gritos. El rosado de sus mejillas se volvió escarlata.
-¡Cállate!- siseó.
La sonrisa de Valeria perdió todo su sarcasmo y se tornó cómplice.
-No te preocupes, Alara, que te guardaré el secreto-.
-No hay ningún secreto que guardar- masculló Alara entre dientes.
Cuando terminó la conferencia, muchas de las hermanas que habían sido progénitas de Galvan ya habían caído en la cuenta de quién era el doctor Trandor, y se acercaron en tropel para saludarle y preguntarle cómo le iba. Aquello fastidió aún más a Alara, que veía cómo la magnífica oportunidad de poder conversar con él un rato después de la conferencia se iba al traste por culpa de sus compañeras. Apartada del grupo, se dio la vuelta para irse, decepcionada, cuando la voz de Mathias la detuvo.
-Y justamente se lo podéis preguntar a... ¡Alara! ¡Eh, Alara, ven aquí! ¿Por qué no les cuentas tu teoría, lo que me dijiste a mí sobre la veneración a los dinovermos?-.
Alara regresó de mala gana y explicó sus temores en pocas palabras. Las demás Sororitas enmudecieron preocupadas, y Mathias aprovechó aquel silencio para deshacerse elegantemente de ellas.
-Os aconsejo que echéis un vistazo a los papeles que os he traído para que lo tengáis todo claro. Y ahora, si me disculpáis, tengo que hablar con la hermana Alara un momento sobre este tema. Ahora que sé que estáis todas aquí, os prometo que vendré otro día para visitaros y charlaremos largo y tendido de qué ha sido de nuestras vidas-.
Ellas se mostraron conformes, se despidieron amistosamente de él y se fueron a disfrutar de la media hora de asueto que les quedaba. Mathias sonrió a Alara en cuanto las demás se alejaron.
-Bueno- dijo.- ¿Qué tal si me enseñas un poco todo esto? ¿Está permitido?-.
-Sí, claro... no veo por qué no- balbuceó Alara, que de repente se sentía muy insegura.- Ven conmigo, te enseñaré el claustro. Es precioso-.
Los dos salieron caminando juntos del salón de actos y se pusieron a pasear por los bellos y apacibles jardines del claustro. Ninguno de los dos se dio cuenta de que la Ejecutoria Tharasia, que había salido detrás de ellos, estaba ahora sentada en uno de los bancos más apartados del jardín y fingía leer un devocionario mientras los observaba de manera disimulada.
Alara se dio cuenta de que un silencio incómodo pesaba sobre ellos, y decidió romperlo.
-Te vi- dijo.- Ayer, con el séquito del Inquisidor Crisagon-.
-Lo sé- respondió él.- Vi que me devolvías la mirada-.
-¿Y qué te pareció?- preguntó ella.- El desfile, me refiero-.
-Impresionante. Todas teníais un aspecto imponente. Aunque debo reconocer que la que más me impactó fuiste tú. Nunca habría podido imaginarte vestida de ese modo. Estabas muy hermosa-.
-Gracias- susurró Alara, y fijó su mirada en un macizo de flores autóctonas de brillantes pétalos verdes, azules y morados, cuyo nombre desconocía.
Mathias hizo ademán de tocarle el brazo, pero se lo pensó mejor y retiró la mano.
-¿Qué tal fue en el Palacio Gubernamental?- preguntó en cambio.
-Aburrido- confesó ella. Le explicó a grandes rasgos cómo había sido la presentación de armas. Luego, cuando el tema derivó hacia la conferencia, le reveló a Mathias que la Palatina Sabina estaba preparando una expedición para llegar al fondo de aquel asunto y que había dispuesto que Alara formase parte del grupo de investigación, ya que la idea había sido suya. Mathias pareció preocupado.
-Si es así, te va a convenir saber lo máximo posible acerca del planeta: no sólo la fauna, sino la flora, las cuestiones básicas de supervivencia y la mejor forma de tratar con sus habitantes-.
-¿Y serías tú quien me enseñara todo eso?- preguntó Alara.
-Sí, si tú quieres, claro. Podrías venir de nuevo a nuestra capilla-.
-Me gustaría mucho- respondió ella.- Pero no puedo hacerlo sin la autorización de mi Superiora-.
-Pues habla con ella, entonces. Seguro que te da permiso por el bien de la misión-.
La mirada de Alara revoloteaba por el claustro, y por fin se fijó en la figura de Tharasia, que los estaba mirando. Se giró hacia Mathias.
-Muy bien. Vamos a verla, debe estar en su despacho-.
-¿Qué? ¿Ahora?-.
-¿Y por qué no?- dijo Alara, encogiéndose de hombros.- Falta poco para que acabe mi tiempo libre, así que no podremos conversar mucho más. Y si se lo explicas tú, puede que se lo tome más en serio-.
Mathias lanzó un suspiro.
-Vale. De acuerdo. Vamos a hablar con tu Superiora-.
Abandonaron juntos el claustro y se dirigieron al despacho de Lissandra, que se mostró sorprendida al verlos aparecer. Mientras Mathias comenzaba a explicarle la idea, Alara se descubrió a sí misma rezando.
"Por favor, que me exima de las guardias y me conceda las tardes libres para estar con él. Por favor, que me exima de las guardias y me conceda las tardes libres para estar con él..."
-Me parece buena idea- dijo Lissandra finalmente.- La hermana Alara podrá acudir a la capilla de Ordo Xenos en sus horas libres-.
Mathias sonrió cortésmente.
-Excelente idea, hermana Lissandra. Estoy seguro de que en un mes la hermana Alara estará perfectamente preparada-.
Lissandra se sobresaltó.
-¿Un mes?- ladró.- ¡La expedición debe estar lista para partir mucho antes!-.
-Lo comprendo, hermana- dijo Mathias, sin romper su máscara de perfecta serenidad.- Pero teniendo en cuenta que la hermana Alara sólo dispondrá de dos horas de descanso al día, y tendrá que emplear como mínimo media hora para ir y volver el convento a la capilla, eso hace tan sólo una hora y media de enseñanza al día. Tal vez si condensamos la información al mínimo podamos reducirlo a tres semanas, pero...
-Supongamos que son seis horas, en lugar de dos- le interrumpió Lissandra.- ¿En ese caso, podría tenerla lista en una semana?-.
Mathias asintió.
-Creo que en ese caso podríamos hacerlo en siete días. Diez, a lo sumo-.
-Muy bien- respondió la Superiora.- Hermana Alara, queda usted eximida de las guardias mientras dure su adiestramiento a cargo del Ordo Xenos. Confío en que el Lord Inquisidor pondrá todo de su parte para asegurarse de que disponemos de toda la información necesaria para llevar a cabo la investigación; al fin y al cabo, la Palatina Sabina ya se ha entrevistado con él, y aunque su Señoría está demasiado ocupado para acompañarnos personalmente, ha prometido a la Palatina que enviará a un legado con autoridad inquisitorial para asistirnos durante nuestra misión-.
Alara apenas parpadeó, intentando parecer indiferente, aunque se sentía sorprendida por múltiples razones: una, porque su ruego hubiera sido atendido con semejante prontitud; segunda, porque hasta entonces desconocía que Sabina hubiese acudido ya a entrevistarse con Lord Crisagon. Y tercera, porque Mathias, por algún motivo, había hablado a Lissandra como si Alara fuese a ser instruida por varios miembros de la cábala inquisitorial, cuando ella había creído entender que las reuniones serían únicamente entre Mathias y ella.
-Si ya está todo claro, pueden retirarse- añadió la Superiora, al ver que ninguno de sus dos interlocutores decían nada.
Mathias dio las gracias y se despidió. Alara se cuadró e hizo lo mismo.
-Te acompañaré a la salida- dijo ella, mientras caminaban pasillo abajo. Cuando estuvieron a una distancia prudencial del despacho de Lissandra, Alara volvió a hablar.- ¿Por qué has hablado en plural todo el tiempo, como si me fuesen a instruir otros acólitos aparte de ti?-.
-Para que no pusiera ninguna traba- contestó Mathias, y no dio más explicaciones.
Sus pasos resonaron al unísono mientras bajaban las escaleras y se dirigían a la puerta principal. Salieron al exterior, donde la luz de Cadwen Astrum estaba atenuada por una gruesa capa de nubarrones que amenazaban tormenta.
-Las lluvias monzónicas se acercan- comentó Mathias, mirando al cielo.- Es la época en que los caminos se embarran y las ciénagas se desbordan. Malos tiempos para ir a cazar gusanos-.
Cuando llegaron a la verja, Alara se sintió triste de repente. No supo si era por lo gris que se había tornado el día, por la desazón que le causaba verle marchar, o por ambas cosas. Cayó en la cuenta de lo sola que iba a sentirse, de lo mucho que ya le pesaba su ausencia cuando aún no se había marchado. Y al ver cómo él atravesaba la verja y la cerraba a sus espaldas, una emoción tan intensa como repentina le llenó el corazón.
-¡Mathias!- le llamó, para que se detuviera.
Él se dio la vuelta y se acercó de nuevo.
-¿Sí, Alara?-.
-¿Cumpliste tu promesa?- preguntó ella sin poderlo evitar.- ¿Me echaste de menos?-.
El rostro de Mathias, tan contenido durante toda la tarde en el convento, se llenó por primera vez de emoción.
-Siempre- respondió con vehemencia. Cediendo por fin al impulso que había estado conteniendo durante todo el tiempo, alargó el brazo y la tomó de la mano a través de la verja.- Te he echado de menos cada día, Alara. Todos los días de mi vida, desde que nos separaron-.
Ella le estrechó la mano con fuerza, entrelazando sus dedos con los de él. Y, de repente, se sintió como aquel día frente a la Schola Progenium, cuando sólo eran dos niños que se aferraban desesperadamente el uno al otro, sabiendo que tenían que despedirse pero resistiéndose a dejarse marchar. Volvió a sentir la mano de él aferrando la suya con el mismo anhelo, y la emoción que había llenado su corazón se desbordó incontrolable como un torrente en el deshielo, arrasándolo todo a su paso.
-Yo también cumplí mi promesa- dijo con voz trémula.- Nunca te olvidé. Nunca-.
Sus miradas se cruzaron, con tanta intensidad que Alara sintió el contacto visual de una manera casi física. Pero al cabo de unos segundos Mathias desvió la mirada y le soltó la mano, tal vez porque fue consciente de repente de las dos hermanas uniformadas que montaban guardia en las puertas del convento, a la vista de ellos.
-Hasta mañana, Alara- dijo con suavidad, inclinando la cabeza.
-Hasta mañana, Mathias- susurró ella.
Él se cubrió la cabeza con la capucha de su túnica, dio media vuelta y se alejó. Alara se quedó de pie durante unos segundos eternos, viendo cómo se alejaba, sin ser consciente de que su mano aún permanecía extendida hacia él como si esperara que volviera, ni de que a continuación su brazo se encogía en un gesto reflejo para apoyarse la mano contra el corazón.
Tampoco fue consciente de que la cámara de seguridad situada a las puertas del convento la estaba enfocando a ella, ni de la expresión grave y pensativa que adoptó el rostro de la Ejecutoria Tharasia mientras la observaba en los monitores de la sala de vigilancia.

Capítulo 5


A.D. 824M40. Randor Augusta (Kerbos), Sistema Kerbos, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.


Hace frío en Randor Augusta cuando los niños descienden de la lanzadera. Alara se estremece, pero no tiene más ropa que la que lleva puesta. Lo único que le han permitido conservar de su vida anterior es el rosario de su madre, las condecoraciones póstumas de su padre y su hermano, y las fotos familiares; en la Schola Progenium los alumnos llevan uniforme y apenas se les permite tener posesiones propias. Octavia sorbe por la nariz, y su amiga Valeria le pasa la mano por los hombros en ademán protector. Inmediatamente, Mathias hace lo mismo con Alara.
-A los aerodeslizadores, niños- les dice uno de los sacerdotes que han venido a recogerles.
Los cuatro amigos suben juntos. Octavia se sienta al lado de Valeria y Alara al lado de Mathias. El camino parece muy largo hasta que por fin arriban a la Schola Progenium. Y cuando descienden, Alara ve algo que hace que el aliento se le congele en la garganta y casi se le pare el corazón: frente a los dos gigantescos edificios gemelos que forman la institución, hay dos filas: una de niños y otra de niñas. La Schola Progenium separa a los niños por sexos.
"No", gime la mente de Alara, demasiado horrorizada para que le salga la voz. "No, no, no..."
Un preceptor de aspecto amable se acerca a los cuatro amigos.
-Niñas, id a vuestra fila- les dice a Octavia, Valeria y Alara. Luego, se gira hacia Mathias.- Y tú, muchacho, sígueme-.
Ante la certeza de lo inevitable, la voz de Alara surge por fin. Teme que sea inútil, pero tiene que hacer algo. Ha perdido a sus padres, sus hermanos, su casa. No puede perder también a Mathias.
-¿Qué?- protesta, desesperada.- ¡No! ¡Él es mi amigo!-.
-Tu amiguito tiene que ir a la otra escuela como todos los chicos- le dice el preceptor con voz afable. Lo coge de la mano.- Vamos, ven conmigo-.
Mathias parece tan desesperado como ella. Se suelta del preceptor y se arroja sobre Alara.
-Siempre seré tu amigo- le susurra con voz temblorosa, abrazándola.- Te voy a echar de menos-.
-Y yo también a ti- gimotea ella. El llanto le quiebra la garganta mientras le devuelve el abrazo.
En esos momentos, Alara oye un correteo de pasos tras de sí. Poco después escucha una voz de mujer, agria y desagradable.
-¿Qué es esto? ¡Niña, a tu fila!-.
-Se están despidiendo, Helga- le reprocha el hombre en voz baja.
-Si seguimos con las despedidas no vamos a terminar en todo el día- refunfuña la mujer.- ¿Tienes idea de cuántos huérfanos nos han llegando desde Tarion, Walter?- agarró a Alara del hombro con brusquedad.- ¡Te he dicho que vengas, niña! ¡Obedéceme o empezarás el curso castigada!-.
A tirones, desembaraza a los dos niños. Tira del brazo de Alara para llevársela.
-¡Alara, ven con nosotras!- la llamó Octavia desde la fila.- ¡Te estamos guardando el sitio!-.
Pero Alara se resiste. No quiere ir; no quiere separarse de Mathias. Siente como si al decirle adiós estuviera diciéndole el adiós definitivo a su vida en Tarion. También siente otras muchas cosas, cosas que su corazón infantil no es capaz de procesar. Sollozando, alarga el brazo libre hacia él, y por un momento sus manos se estrechan, pero el férreo tirón de Helga los separa en seguida.
-¡Alara!- grita Mathias con voz temblorosa. En sus ojos brillan las lágrimas y el mismo espantoso sufrimiento que hiere los ojos de Alara, el mismo sentimiento avasallador al que ninguno de los dos sabe poner nombre.
-¡Nunca te olvidaré, Mathias!- le grita Alara mientras se la llevan.
-¡Esto es intolerable!- exclama la preceptora, indignada.- ¡Deja de gritar y ven aquí de una vez! ¡Te pasarás castigada un día entero por desobediente!-.
Alara no escucha esa voz cruel, insensible a su dolor. Sólo tiene ojos para Mathias, que se aleja de la mano de Walter con la cabeza girada para mirarla. Le desgarra el corazón saber que no les dejarán volver a verse, que los separan sin que puedan impedirlo, sin que ninguna mano se alce para ayudarlos ni ningún poder del mundo sea capaz de defenderlos, de detener la injusticia. Las lágrimas le corren como ríos por la cara. Y lo quiere más que nunca mientras lo ve marchar.
-¡Nunca te olvidaré!- insiste ella por última vez, llorando.- ¡Nunca!-.


  


A.D. 844M40. Prelux Magna (Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.


Alara se quedó pasmada, paralizada por la sorpresa y la incredulidad, mientras toda la rabia se desvanecía como barrida por un maremoto.
"No puede ser", pensó, incrédula. "No puede ser que sea él, después de veinte años".
Le miró de nuevo a la cara, y entonces lo reconoció. Vio en él las facciones familiares que antes le habían pasado desapercibidas: sus ojos, que no había reconocido del todo tras las gafas, el cabello castaño claro, que de niño llevaba más largo y ondulado mientras que ahora lucía corto por detrás de las orejas, las facciones, mucho más marcadas ahora que habían perdido la redondez infantil... Y su corazón estalló de emoción al reconocerle. El rostro de Alara dejó de mostrar sorpresa para llenarse de alegría.
-¡Mathias!- exclamó, feliz. Y salvó a paso ligero la distancia que los separaba para estrecharlo entre sus brazos.
Él se sorprendió durante un instante por aquella efusividad, pero le devolvió el abrazo.
-No sé si será adecuado que una Hermana de Batalla abrace así a alguien- bromeó.
-Cállate, anda- rió ella sin soltarle, el corazón lleno de una alegría tan intensa como repentina.- Ahora ya no hay nadie que me obligue a soltarte por la fuerza-.
Permanecieron abrazados durante varios segundos más, hasta que al fin Alara se apartó. Al mirarle, vio que él tenía dibujada en la cara una amplia sonrisa, la misma sonrisa dulce y encantadora que ella conocía tan bien.
-¿Qué haces aquí?- preguntó ella.- ¡No puedo creer que te haya encontrado aquí, en Vermix!-.
-Llevo cuatro años formando parte del séquito de Lord Crisagon, desde que me converti en Docto Biologis- respondió Mathias, aún sonriente.- Más bien debería preguntarte qué haces tú aquí. ¿Desde hace cuánto tiempo estás en Prelux Magna?-.
-He llegado hoy- contestó Alara con voz alegre.- ¡Hoy mismo! ¡Por el Trono, es increíble! Se me ocurrió venir a la capilla del Ordo Xenos para preguntar por la fauna autóctona del planeta, pero jamás pensé que te encontraría aquí-.
-¿La fauna autóctona?- preguntó él, ofreciéndole una de las sillas de la mesa de reuniones.- ¿Y para qué quiere la pequeña Alara saber algo de la fauna autóctona? ¿Alguna misión para la cámara Dialogante de tu Orden?-.
Ella levanto el dedo índice para señalarle en ademán burlón.
-La "pequeña Alara" no es una Hermana Dialogante, sino Militante Redentora, y podría darte una buena paliza con los ojos cerrados y una mano atada a la espalda-.
Mathias la miró con sorpresa.
-¿Eres una Militante? ¿De las que van friendo herejes y mutantes con el Sagrado Bólter? Vaya, sí que has cambiado-.
Al decirlo, la miró de arriba a abajo. Alara se sintió de repente ligeramente incómoda.
-Tú también- murmuró, devolviéndole la mirada. La última imagen que tenía de Mathias Trandor lo representaba como un niño de ocho años algo bajito, delgado y pálido debido a la tristeza, con las pupilas azules brillando en un mar de lágrimas. No tenía mucho que ver con aquel hombre joven, atractivo y sereno, más alto incluso que ella.
Él fue el primero en retirar la vista.
-Bueno, si has venido hasta aquí en busca de información sobre la fauna autóctona, me alegra decirte que estás hablando con la persona indicada. Soy doctor en Biología y estoy especializado en bioquímica metabólica, pero sé bastante de los no demasiado encantadores bichos que campan por este planeta-.
-No tienes pinta de pertenecer al Adeptus Mechanicus, si me permites el comentario- dijo Alara.- No es que haya conocido a muchos, precisamente, pero las Visioingenieras que ponen a punto nuestros vehículos tienen un aspecto mucho más... peculiar-.
-Eso es porque no soy miembro del Mechanicus- respondió Mathias, volviendo a sonreír.- Me formé en la Collegia Scholastica Imperialis de Randor Augusta. Los Adeptos que escogemos el camino de la erudición en la Schola Progenium también podemos estudiar química y biología; no es un saber que posean en exclusiva los Magus Biologis. Tengo entendido que al Adeptus Mechanicus no le hace demasiada gracia, pero mientras en los Collegi no enseñen nada relacionado con los misterios del Dios Máquina, poco pueden hacer aparte de refunfuñar. Bien, ahora dime: ¿Qué es exactamente lo que quieres saber? ¿Deseas información sobre alguna especie en particular?-.
Alara asintió.
-Quiero informarme acerca de todas las que puedan ser un problema: saurios, insectos gigantes... y en especial, los dinovermos. Necesito saber cómo matarlos o ahuyentarlos-.
Los labios de Mathias se curvaron en una sonrisa irónica.
-Ah, claro, los dinovermos, cómo no. Los queridos dinovermos. A todo el mundo le encantan los dinovermos-.
-Esta vez no vas a conseguir tomarme el pelo- le advirtió Alara.
-Díselo a mi mentor, el Magister Seneca- repuso Mathias.- Está fascinado por esos gusanos. Tiene uno vivo en el tanque del laboratorio, e incluso le ha puesto nombre. Vermilio, lo llama, ¿puedes creerlo? A mí personalmente me parecen repugnantes, aunque tengo que reconocer que son seres interesantísimos desde el punto de vista científico-.
-¿Sólo repugnantes?- inquirió ella.- ¿No peligrosos?-.
-Sobre todo peligrosos- respondió él con gravedad.- Dime, Alara, ¿por qué estás interesada en ellos?-.
Alara le explicó cuál era la misión para la que ella y sus compañeras habían sido destinadas al planeta. Mathias pareció inquietarse al escucharla.
-Vaya, pues sí. Sí que es una faena. No te preocupes, te explicaré todo lo que tienes que saber-.



Durante más de dos horas, Mathias estuvo hablando, y Alara tomando notas. Conforme escribía, se sentía cada vez más satisfecha; sin duda, Tharasia y Lissandra quedaría muy complacidas con la información. Supo que tanto los insectos como los saurios gigantes eran fácilmente rechazables a tiro de bólter y además tenían pavor al fuego, con lo cual un buen lanzallamas como el que manejaba Cecilia sería suficiente para hacerlos huir si se acercaban demasiado. Los dinovermos, en cambio, eran harina de otro costal.
-Son unos auténticos monstruos- afirmó Mathias.- Los mayores depredadores de este planeta, y están en la cúspide de la cadena alimenticia, lo que significa que ellos no tienen prácticamente ninguno. Eso los ha convertido en una auténtica plaga. Son hermafroditas y pueden llegar a poner un centenar de huevos en cada puesta; por suerte sólo se aparean una vez al año. Para colmo, el fuego los daña, pero en lugar de hacerlos huir los pone furiosos. Las crías ya miden un palmo de ancho y metro y medio de largo nada más nacer; un dinovermo adulto pequeño tiene unos dos metros de ancho y alrededor de doce metros de longitud, y puede tragarse sin problemas a un hombre fornido. Los más grandes y ancianos de todos tienen cuatro metros de ancho y veinticuatro metros de longitud. Y entre los lugareños se habla de un dinovermo todavía mayor, casi mítico, que mide seis metros de ancho y treinta y seis de largo y podría llegar a tragarse un Leman Russ. Aunque, en honor a la verdad, ese tipo de gusano aún no ha sido catalogado, al menos por esta cábala. Personalmente creo que hay mucho de superstición en esa veneración al Gran Gusano-.
-¿Veneración... al Gran Gusano?- preguntó Alara, inquieta. Aquello sonaba muy mal.
-Sí, son supersticiones locales. Creencias paganas de los ignorantes a los que aún no han llevado la luz de la verdadera fe. Esos ignorantes a los que van a tener que convertir tus predicadores, por cierto-.
-Humm... ¿y todos los lugareños del planeta veneran a ese... Gran Gusano?-.
Mathias se quitó un momento las gafas para frotarse el puente de la nariz, con gesto de cansancio.
-No, no todos. Ese culto es propio de las Tierras Bajas. En las Tierras Altas, es más común venerar al Gran Saurio-.
-¿Has dicho culto? ¿Significa eso que estamos ante una religión organizada?-.
-Sí, pero no... En realidad, he empleado la palabra "culto" de manera un tanto incorrecta. Como he dicho, se trata más bien de una veneración supersticiosa. No nos consta que haya sacerdotes, ni ritos, ni nada de eso ¿Por qué te importa tanto? Creía que deseabas saber cómo matarlos, no cómo adorarlos-.
Alara se cruzó de brazos y frunció el ceño.
-¡Mi misión también es informarme acerca de esas repugnantes supersticiones heréticas! Y una veneración al Gran Gusano no me ha sonado nada bien. Y tampoco creo que le suene bien a la Palatina de mi Orden-.
Mathias lanzó un suspiro.
-Por el Trono, se me había olvidado que estaba hablando con una Hermana de Batalla. La verdad es que con esa túnica blanca y negra podrías pasar por una acólita inquisitorial más. Me cuesta recordar lo que eres al verte sin servoarmadura-.
-No llevamos todo el tiempo la servoarmadura- le dijo Alara, molesta. Ya estaba más que acostumbrada a las ideas preconcebidas que casi todos los ciudadanos imperiales tenían sobre ellas, pero por algún motivo la fastidiaba que Mathias también las tuviera.- Sólo nos la ponemos en misión de combate o en actos ceremoniales solemnes. Y sí, el corte de pelo es obligatorio por reglamento, y no, las que tienen el pelo blanco no es por haber visto a un demonio sino porque se lo tiñen, y no, el Adepta Sororitas no está lleno de lesbianas. Lo digo para ahorrarte las siguientes tres preguntas-.
Mathias levantó las dos manos en señal de rendición.
-Vale, vale; disculpa si te han molestado mis palabras. No tenía intención de ofenderte-.
Parecía entristecido, y el corazón de Alara se ablandó.
-Perdóname tú a mí por ponerme así. Es que estoy harta de los prejuicios que mucha gente tiene sobre nosotras. Nadie nos mira como si fuésemos personas reales. No niego que nuestras vidas estén muy controladas y nuestra disciplina sea rígida, y también es cierto que raramente tenemos la oportunidad de mezclarnos con los demás ciudadanos, sobre todo si no pertenecen de alguna manera a la Santa Eclesiarquía, ¡pero seguimos siendo humanas!-.
Mathias esbozó una media sonrisa.
-Lo sé- respondió.- No tienes que preocuparte de eso en lo que a mí respecta. Para mí, tú sigues siendo simplemente Alara. Mi amiga Alara. Si es que aún me consideras tu amigo después de veinte años, claro-.
En ese momento, la voz entrecortada de un Mathias niño le vino a la memoria.
"Siempre seré tu amigo".
Se le hizo un nudo en la garganta.
-Claro que sí- susurró.
Él volvió a mirarla fijamente durante un instante, antes de apartar los ojos y volver al tema. Le contó cómo los dinovermos se desplazaban reptando por la tierra húmeda y fangosa o por el lecho de los ríos, cómo cazaban percibiendo las vibraciones de su presa en la superficie y emergiendo de repente para atraparla entre sus fauces tetarlobuladas repletas de dientes engarfiados.
-Una servoarmadura podría resistir todo el viaje hasta el estómago- le explicó.- Aunque su portador quedaría lesionado, y no podría resistir mucho antes de que empezara a disolverse por los ácidos. Una armadura caparazón puede que resistiera los peores daños de la mordedura, pero no resistiría el esófago triturador que hay justo después de la garganta, lleno de más colmillos todavía y capaz de estrujar con una fuerza descomunal. Los dinovermos no tienen mandíbulas y no pueden masticar, de modo que ese esófago se encarga de destrozar la carne y triturar los huesos, preparándolos para la digestión-.
Alara hizo una mueca de repugnancia.
-Menuda pinta deben tener los que acaban ahí dentro-.
-No es agradable, te lo puedo asegurar- dijo Mathias, meneando la cabeza.
-¿Acaso has visto alguno?- inquirió Alara, extrañada.
Mathias pareció incómodo.
-Lord Crisagon alimentó a algunos dinovermos con reos de muerte de la prisión de Prelux. Luego, hizo que los diseccionáramos en distintos momentos de la digestión para observar los efectos-.
Alara frunció el ceño.
-¿Y tú participaste en eso?-. Sabía que cosas así eran necesarias para obtener conocimiento, pero no le resultaban gratas, y al Mathias que ella creía conocer no lo consideraba capaz de observar algo así y quedarse impertérrito.
-No es algo que me guste ni que apruebe, y yo no participé en... la fase activa de alimentación. Aunque sí tuve que encargarme de las disecciones. Lord Crisagon así me lo ordenó-.
Alara sintió una extraña sensación de tristeza.
-Definitivamente, estos veinte años nos han cambiado mucho- murmuró.
Mathias no contestó. Parecía algo apesadumbrado por la reacción de Alara, que por vez primera cobró plena consciencia de que, por muy amigos que hubieran sido en el pasado, dos décadas de separación habían hecho mella entre ellos.
"Conocías al niño", pensó. "Al hombre no lo conoces de nada".
-¿Quieres verlo?- preguntó Mathias de repente.
-¿Qué?-.
-Al dinovermo; ¿quieres verlo?-.
Alara se encogió de hombros.
-Supongo que será interesante ir familiarizándome con ellos-.
Mathias esbozó una leve sonrisa, como si estuviera ideando una broma secreta.
-Ven conmigo-.
Alara dejó sus notas en la mesa y se levantó para seguir a Mathias más allá de la cristalera hasta la puerta metálica, que resultó ser la entrada a un ascensor. Él pulsó un botón, y descendieron dos niveles, tras lo cual empujó la puerta para salir. Allí, Alara pudo contemplar el auténtico laboratorio: una sala gigantesca llena de mesas alargadas, microscopios, alambiques, probetas y muchos más instrumentos científicos que no hubiera podido nombrar. En una mesa metálica particularmente larga, Alara vio un cuerpo blanquecino y viscoso extendido de lado a lado.
-Este es el ejemplar que he diseccionado- le explicó Mathias.- Te lo puedo mostrar luego, si quieres, pero no es lo que te quería enseñar-.
La condujo hasta una última puerta, situada al fondo de la enorme sala. Pasó su tarjeta de identificación por el lector para abrirla, y encendió las luces. Allí, Alara vio un gran tanque de agua, en el cual flotaba como adormilado un gusano descomunal. Tenía el mismo color blanquecino que el diseccionado, pero su tamaño era aún mayor.
-No parece haberse dado cuenta de que has encendido la luz- observó Alara.
-Eso es porque son ciegos- le explicó Mathias, acercándose al tanque y haciéndole un gesto para que ella también se acercara.- Sus sentidos básicos son el tacto y el oído. Perciben las vibraciones, tanto en la tierra como en el aire. Por ejemplo, mira qué pasa si...
Golpeó con el puño el cristal del tanque. Al instante, el monstruo se estremeció, y con la rapidez atávica de un depredador, se abalanzó contra el cristal abriendo sus fauces erizadas de colmillos, justo en frente de Alara. Ella se limitó a enarcar una ceja.
-Vaya- dijo con tranquilidad.- Francamente aterrador-.
Mathias puso una cara de asombro y decepción casi cómica.
-Sororitas- murmuró, enfurruñado.
Alara lanzó una carcajada burlona.
-Vas a tener que mostrarme mucho más que eso para impresionarme- bromeó.
Subieron de nuevo a la sala de reuniones, dejando el laboratorio atrás. Mientras ascendían, el agujero que sentía en el estómago le reveló a Alara que se acercaba la hora de cenar.
-Creo que debo marcharme- dijo.- Se hace tarde, y no puedo faltar a la oración vespertina-.
-Confío en que la información que te he dado haya sido suficiente- dijo Mathias.- Aunque claro, si no lo es, siempre puedes volver otro día...
Alara sonrió.
-Se me acaba de ocurrir una idea. Tendría que consultarla con la Hermana Superiora, claro, pero, ¿te vendría bien venir a mi convento para dar una conferencia acerca de todo lo que me has explicado a mí? Así todas mis hermanas compartirían mi conocimiento y tendrían la posibilidad de preguntarte las dudas que les surgieran. ¿Qué te parece?-.
-Estaré encantado de dar esa conferencia si a tu Superiora le parece útil. Ten, apunta el número de mi vocófono; así podrás llamarme en cuanto te digan algo-.
Tras darle el número, él la acompañó hasta la salida. Cuando llegaron al vestíbulo, los recibió la mirada escrutadora de la Adepta Orbiana, que aún se encontraba allí.
-Adiós- se despidió Alara.
-Adiós- contestó Orbiana con voz seca, casi como si la contrariara tener que devolverle la despedida.
-Vieja bruja- masculló Alara.
Mathias se rió.
-No te tomes a mal el carácter de Orbiana- le dijo en voz baja.- Se pasa el día gruñendo, pero en el fondo no es mala persona. Algunos de nosotros tenemos la teoría de que se debe a que está un poco enamoriscada de nuestro Jefe de Seguridad, y él no le hace mucho caso. De momento. Aunque todo se andará, ¿no crees?-.
Alara se encogió de hombros.
-La verdad es que no entiendo mucho de esas cosas- admitió.
-Ah, claro- suspiró Mathias.- La pureza y castidad de las Sororitas. Entiendo-.
-Celibato- puntualizó Alara.
-¿Cómo dices?- inquirió él, sorprendido.
-Hacemos voto de celibato, no de castidad- le explicó Alara, aunque se sentía algo incómoda con aquel tema.- No podemos casarnos ni tener hijos, pero técnicamente hablando no tenemos prohibidas las relaciones... eh... sentimentales-.
-¿De veras?- preguntó Mathias, mirándola fijamente.- ¿Y por qué está tan extendida la creencia de que todas las Hermanas de Batalla son... este... castas?-.
-Bueno, realmente muy pocas de nosotras tenemos ocasión de entablar ese tipo de relaciones alguna vez. Quiero decir que, haciendo vida monacal y saliendo sólo para luchar en campaña o cumplir alguna misión de apoyo o escolta, ¿qué oportunidad hay de conocer a alguien? Las hospitalarias o las dialogantes podrían tener ocasión, pero las militantes... bueno, digamos que sólo las que se retiran del servicio activo a un destino más tranquilo podrían tener ocasión de ello, y eso no sucede hasta que llegan a la madurez. Y aún así, nuestros deberes rara vez nos permiten disponer libremente de nuestro tiempo-.
Miró al suelo, turbada. Nunca había hablando de aquel tema con nadie. Al ver que Mathias no contestaba, volvió la vista a él y esbozó una sonrisa tímida.
-Bueno... tengo que irme, de verdad. No quiero llegar tarde. Espero que volvamos a vernos pronto; me alegro mucho de haberte encontrado-.
Él también sonrió.
-Yo también, Alara. Llámame cuando sepas algo acerca de la conferencia-.