A.D. 824M40. Randor Augusta (Kerbos), Sistema Kerbos, Sector Sardan,
Segmento Tempestuoso.
Alara Farlane no puede dormir. Teme lo que
verá si cierra los ojos. Tiene miedo de revivir ante sí el horror que ha tenido
que vivir: las bombas de fuego que comenzaron a caer de repente sobre su
pacífico barrio, la casa de los Trandor estallando en llamas, aquel aterrador
Rapax del Caos asesinando a su madre, que dio su vida por defenderlos a ella y
a su hermano. A Kevan cayendo muerto al suelo en plena carrera, con el pecho
destrozado por un disparo de bólter, y al marine oscuro amenazándola con la
espada sierra, dispuesto a descuartizarla...
"Te concederé el honor de bañar mi
armadura con tu sangre".
Alara gime y se encoge sobre sí misma,
temblando de terror.
"Astrid. Piensa en Astrid".
Puede verla ante sí tan claramente como si la
tuviera a su lado. Servoarmadura roja, túnica negra. Los cabellos casi tan
rojos como la armadura. Retro reactores en los hombros, movimientos gráciles y
poderosos como los de un ángel vengador. Acribilla al Rapax justo antes de que
acabe con Alara, tan rápido que el monstruoso marine apenas alcanza a darse
cuenta de lo que ha pasado. Y entonces ella se le acerca, grave, dulce y
amable, el rostro de la cordura en medio de un mar de demencia. Y la toma entre
sus brazos y la saca de allí, volando como un serafín bendito...
Alara respira hondo; la mera rememoración de
su salvadora consigue tranquilizarla un tanto.
"Seguro que ella no tiene miedo",
piensa. "Ella no tiene miedo de nada. Si yo fuera como ella, tampoco
habría tenido miedo. Hubiera luchado como ella, hubiera matado al Rapax, y
hubiera salvado a mamá y a Kevan".
Alara emite un leve sollozo. Rompe a llorar
en silencio, avergonzada ante la idea de que sus compañeras de habitación la
oigan. Echa tanto de menos a sus padres que le duele, echa de menos a sus
hermanos, y echa de menos a Mathias. Incluso el recuerdo de Thomas y Adrien la
entristece, aunque ellos no eran sus mejores amigos como lo era él. Toda su
vida se ha desmoronado, y ya no le queda nada. Las palabras de consuelo que
Astrid le dijo antes de desaparecer le resuenan en la mente.
"Lamento mucho tu pérdida, Alara. Pero
no creas que estás sola; nunca vas a estar sola. En la Schola Progenium tendrás
preceptores que cuidarán de ti y habrá otros huérfanos que serán tus amigos. Y
tienes un padre que nunca morirá ni te abandonará. El Dios Emperador es el
padre de todos y tu familia está con él ahora. Si le quieres y eres buena,
algún día te reunirás de nuevo con todos ellos".
Desde que oyó aquellas palabras, Alara reza
todos los días. Al fin y al cabo, es lo único que le queda. Ya no tiene
familia, para sus profesores no es más que una niña más entre un millar, y los
adultos que deberían haberla protegido le han arrebatado a su mejor amigo. Si
nadie puede ayudarla, si no hay ser humano que se apiade de ella y atienda sus
súplicas, tal vez el Dios Emperador sí lo haga. Tal vez él, en su infinita
bondad, sea realmente su padre ahora que ya no tiene padre alguno.
"Por favor, Emperador" reza Alara
con el pensamiento, entre lágrimas. "Sé que ya no puedes devolverme a mis
padres, a Kevan ni a Duncan, pero devuélveme a Mathias. Por favor, por favor,
si puedes escucharme, haz que vuelva a ver a Mathias".
Alara no sabe si el Dios Emperador puede
oírla. Tal vez la Santa Terra esté demasiado lejos, o su fe aún sea demasiado
débil, y sus pensamientos desesperados no puedan llegar hasta él. Pero la
hermana Astrid tenía razón, seguro que tenía razón, ella no le hubiese mentido,
no después de salvarla. Alara cree que si su fe se hace aún mayor, si alcanza
la verdadera pureza, el Emperador algún día la oirá. Y sabe otra cosa, con
absoluta certeza: que le debe la vida a Astrid. Admira su fuerza, su pureza, su
destreza, su valor. Una Guerrera Serafín. Una Hija del Emperador. Una Hermana
de Batalla. Antes de dormirse Alara se jura a sí misma que algún día será como
ella. Entonces, seguro que será digna a ojos del Dios Emperador, y nunca más
volverá a tener miedo.
A.D. 844M40. Prelux Magna (Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan,
Segmento Tempestuoso.
Alara regresó a paso ligero al convento,
llegando justo a tiempo para los rezos vespertinos. Aquella tarde Alara cantó los himnos con especial fervor, agradeciendo
al Dios Emperador que por fin hubiera cumplido el deseo que le pidió cuando era
niña, la súplica que le dirigió durante años y años: haber encontrado a
Mathias. También le pidió perdón humildemente por haber perdido la esperanza,
por haber dejado de lado aquella súplica con el tiempo en la creencia de que, a
pesar de todas sus oraciones, Mathias y ella jamás volverían a encontrarse. En
su momento, creyó que lo mejor era tratar de superar sus traumas infantiles y
seguir adelante, en lugar de seguir soñando con un reencuentro imposible. Pero
ahora, haber tomado esa decisión la hacía sentirse avergonzada de sí misma.
¿Cómo era posible que hubiera llegado a perder la esperanza? ¿Cómo había podido
creer, aunque sólo fuera por un momento, que Él no la había escuchado, que no
estaba pendiente de sus pensamientos más profundos y de sus deseos más íntimos?
Decidió ayunar al día siguiente como muestra de penitencia y para recordarse a
sí misma que aquella era una prueba más de la infinita benevolencia del Dios
Emperador de la Humanidad, un regalo destinado a fortalecer su fe. Él los había
unido a Mathias y a ella, nacidos el mismo año en el seno de dos familias
vecinas y amigas. La cruel mano del Caos los había separado, pero el Emperador,
a cuyos designios nadie podía oponerse, había vuelto a unirlos. ¿Acaso no se
habían vuelto a encontrar gracias a que ambos habían consagrado sus vidas a
servirle, ella en el Adepta Sororitas y él en la Inquisición? Al final de la
oración, Alara cayó de rodillas para jurar al Emperador, tan avergonzada como
agradecida, que jamás olvidaría aquella muestra de amor y siempre cumpliría su
voluntad.
Después de la oración, sintiéndose feliz y
satisfecha, fue en busca de la Hermana Superiora Lissandra, que se mostró de
acuerdo con la idea de la conferencia.
-Tendré que consultarlo con la Palatina Sabina, claro- dijo.- Pero no me parece mala idea. Redacte un informe con las
notas que ha tomado y preséntemelo mañana a primera hora-.
De modo que Alara se acostó tarde, ya que
tuvo que pasarse un par de horas en la sala de cogitación pasando a limpio el
informe de Mathias. Cuando hubo terminado de redactarlo, imprimió cuatro copias
-una para la Ejecutoria Tharasia, otra para la Superiora Lissandra, otra para
la Palatina Sabina y otra para ella misma- y se fue a dormir.
A la mañana siguiente, después de la oración
matutina, entregó los informes. Luego, volvió a su
celda para vestirse; a mediodía todas las Hermanas deberían estar formadas con
los uniformes de gala para salir en procesión solemne a visitar el Palacio
Gubernamental y presentar armas al Gobernador Planetario -acto formal que,
según la Ejecutoria Tharasia, era al mismo tiempo una muestra de respeto y una
demostración de fuerza-, y la sanción para cualquiera que no estuviera de punta
en blanco a la hora prevista sería extraordinariamente severa. Primero, Alara
se puso el ceñido mono negro de manga y perneras cortas que las Hermanas de
Batalla llevaban debajo de la servoarmadura, sobre la cual se ciñó la túnica
negra cuyas mangas y faldones negros de forro blanco colgarían visibles bajo el
blindaje. Tras ajustar unos electrodos en piernas y brazos, lo cual permitiría
que la pesada servoarmadura se moviera a una con sus músculos siguiendo las
órdenes de sus terminaciones nerviosas, procedió a colocar una a una todas las
piezas del blindaje, murmurando las oraciones rituales adecuadas. Bajó al patio de armas a la hora
prevista, formó con su compañía, y cuando todas estuvieron listas, la Palatina
Sabina, ataviada con el bastón de mando y la capa negra ribeteada de armiño,
dio orden de marcha. Todas las hermanas -a excepción de las que se quedaron de
guardia- salieron desfilando del recinto y se dirigieron a la plaza de
Emperador. Desde allí, desfilarían por la avenida hasta las puertas del distrito
eclesiástico.
Alara marchaba a paso firme como todas las
demás. Cuando llegó a la plaza, se dio cuenta de que había mucha gente
esperándolas; casi todos los miembros de la Eclesiarquía se habían reunido con
sus mejores galas para verlas desfilar. El Obispo estaba entre ellos,
bendiciéndolas con una sonrisa de satisfacción, rodeado de varios sacerdotes,
entre ellos el padre Bruno. Al principio de la avenida, al poco de dejar la
plaza, Alara vio un grupo variopinto, al frente del cual había un hombre alto y
ceñudo que llevaba enorme
servoarmadura tan dorada como sus cabellos decorada con el símbolo del Ordo Xenos; sin duda se
trataba del Inquisidor, Lord Crisagon. Entre ellos, distinguió a una figura en
particular que se estiraba hacia delante como si quisiera ver mejor, hasta el punto
de trastabillar en la acera; al llegar a la altura del grupo, confirmó su
sospecha de que se trataba de Mathias Trandor. El joven iba vestido de gala,
igual que sus compañeros; llevaba pantalón y camisa blancos, chaleco y botas
negras, y una elegante levita carmesí. No lucía las gafas sin montura del día
anterior -debía haberse puesto lentillas para la ocasión- y llevaba el cabello
peinado hacia atrás. Miraba fijamente las filas de Sororitas, y al divisar a
Alara -que iba la segunda de la izquierda, el lado donde estaba él- esbozó una
leve sonrisa y saludó discretamente con la mano. Ella sintió que el corazón le
daba un vuelco de alegría al verle y distinguir su saludo. No pudo devolverle
el gesto ni la sonrisa, ya que iba desfilando en formación, pero se permitió la
concesión de girar ligeramente la cabeza y mirarle con fijeza, para demostrarle
que le había visto. Sintió una oleada de ternura al contemplar su rostro.
"Te he encontrado", pensó.
"Por fin te he encontrado".
Durante un par de segundos intercambiaron una
mirada silenciosa, que sin embargo no pasó desapercibida para los dos acólitos
que estaban junto a Mathias, que se inclinaron a murmurarle algo, ni para Lord
Crisagon, que rompió su máscara de impasibilidad al enarcar una ceja. Alara no
alcanzó a ver más, porque su fila seguía avanzando y no tuvo más remedio que
volver la vista hacia delante.
Cuando llegaron a las puertas del distrito,
los Arbitradores cedieron de manera solemne el mando de la seguridad a la
Palatina Sabina. A partir de entonces, el control y la vigilancia del distrito
eclesiástico sería potestad exclusiva del Adepta Sororitas, lo que para Alara y
sus compañeras no significaba otra cosa que guardias, guardias y más guardias
en perspectiva. Una vez cruzaron las puertas de la muralla, los recibió un
inmenso clamor popular; en las tres calles que confluían frente al muro, los
Arbitradores y la Policía habían acordonado una zona tras la cual una multitud
de personas se aglomeraba saludando con la mano y lanzando vítores. Alara se sintió
orgullosa; era maravilloso que los ciudadanos leales reconocieran el inmenso
sacrificio que las Hermanas de Batalla hacían por ellos, consagrando sus vidas
a defenderlos de los herejes, los poderes oscuros, los mutantes agresivos y los
alienígenas hostiles. Sabía que los Arbitradores no contaban con tantos admiradores entre el pueblo.
Frente a las puertas del distrito
eclesiástico las esperaban varios aerodeslizadores -"por fin se han
dignado a ofrecernos un transporte decente", ironizó Theodora, que
marchaba junto a ella- que las transportaron al nivel superior de Prelux Magna.
Mientras ascendían, Alara pudo ver por la ventanilla cómo las espirales
ascendentes de la ciudad colmena iban volviéndose cada vez más pulcras y
refinadas, hasta que al final llegaron a la aguja central, la más alta de
todas, desde donde se divisaban los páramos y las marismas en todas direcciones
salvo al oeste, donde el semicírculo de la ciudad se cortaba en seco formando un
abismo descendente que terminaba a nivel del mar, donde se extendían centenares de hileras
de embarcaderos de varios kilómetros de extensión.
La recepción ante el Gobernador fue demasiado
larga para Alara, y espantosamente aburrida. Tras aterrizar en la torre
central, fueron conducidas por un funcionario hasta el Palacio Gubernamental, donde el
Gobernador Planetario y cientos de nobles que lucían peinados y vestidos
extravagantes, con diseños complicados y materiales carísimos, las miraron con
una mezcla de curiosidad y fascinación que hizo que Alara se sintiera incómoda. Lord Bernard Wargram, el Gobernador, un
hombre alto, seco y enjuto entrado en años, recibió a la Palatina Sabina y pronunció un pomposo discurso del cual Alara no escuchó la
mayor parte. Para entretenerse, se dedicó a observar a los asistentes. Vio a
varios nobles y damas de aspecto singular, a algunas jovencitas que las miraban
con fascinación y a varios muchachos que las observaban con los ojos como
platos y una expresión casi rayana en el temor. Evidentemente, estos últimos
estaban acostumbrados a ver a las mujeres como delicadas y sofisticadas muñecas
envueltas en sedas, joyas y miriñaques, no como duras guerreras dispuestas a
matar sin vacilar por terrible que fuera su enemigo. Alara también advirtió, no
sin sorpresa, que los nobles se alineaban en lados opuestos del salón y que en
cada lado había un grupo muy característico: a la diestra, varios hombres con
aspecto rudo, fornidos y musculosos, con largas cabelleras onduladas y barbas
tan largas y espesas que les llegaban hasta el pecho. A la siniestra, habían
varios sujetos cuyo aspecto no podía ser más diferente: altos, pálidos y
delgados, casi etéreos, con los largos y finos cabellos sujetos en la nuca y
una ausencia absoluta de vello facial. No tenían ni sombra de barba, y sus
cejas y pestañas eran tan finas y rubias que resultaban casi invisibles.
"Nobleza rural", comprendió Alara.
"Tierras Altas y Tierras Bajas. Dos facciones muy diferenciadas, y por lo
que veo, opuestas. Y la aristocracia imperial se alinea con una o con otra
según sus intereses".
Alara se sintió feliz cuando la Palatina Sabina dio orden por fin de regresar al convento. Tras el entrenamiento de la tarde, cuando se dirigía a
ducharse y adecentarse para la oración nocturna, la Hermana Superiora Lissandra
la llamó.
-Hermana Alara, he hablado con la Palatina
Sabina y ella ha considerado muy útil la idea de la conferencia. Así que le
ruego que avise a su amigo para pedirle que venga a ofrecerla mañana por la
tarde, si es posible-.
-Sí, señora- respondió Alara. Iba a girarse,
pero Lissandra volvió a hablar.
-Hay otra cosa que nos ha llamado la atención
en su informe, hermana. Tanto a la Palatina como a mí. Y, debo decir, también a
su Ejecutora, a quien usted tuvo la prudencia de entregar otra copia. Sus
teorías respecto a la veneración a ese Gran Gusano son... inquietantes. ¿De
verdad cree que puede haber detrás algo peligroso que hasta ahora no haya sido detectado?-.
-Hay que contemplarlo como una posibilidad-
respondió Alara.- Aunque hoy por hoy sea poco probable, ya que según parece no
existe ningún culto organizado, es un caldo de cultivo excelente para que
cualquiera pueda envenenar las mentes de los ignorantes, haciendo que sus
supersticiones paganas deriven en algún tipo de creencias herética. Debemos asegurarnos de que no
supongan ningún peligro en el futuro-.
-Ajá- dijo Lissandra.- ¿Y cómo sugeriría
usted que lo hiciéramos?-.
-Bueno, yo... -Alara sintió un mal
presentimiento; ¿por qué iba una Superiora a pedirle sugerencias a una militante recién consagrada?- Como ya he expuesto en mis conclusiones, señora,
creo que sería útil hacer una investigación detallada sobre el terreno para
averiguar qué hay realmente tras esas supersticiones y hasta qué punto están
arraigadas. Y llevar a cabo acciones inmediatas si encontrábamos algo turbio, por
supuesto-.
-Pero ya sabe usted que nosotras no podemos
llevar a cabo ese tipo de acciones, salvo caso de corrupción flagrante, a menos
que recibamos órdenes de alguien con autoridad inquisitorial, ¿verdad,
hermana?- preguntó Lissandra con una amabilidad sospechosa.
-Eh... sí, señora. Y el caso es que, según
tengo entendido, no hay ningún inquisidor del Ordo Hereticus en Vermix.
Pero hay uno del Ordo Xenos, y él sí tiene autoridad para tomar medidas
sumarias. Y teniendo en cuenta que la veneración pagana es justamente a unas
criaturas cuyo estudio está bajo su potestad...
-Me alegra que haya llegado a la misma conclusión que yo,
hermana Alara- la interrumpió Lissandra.- La alegrará saber entonces que usted
está la primera de la lista para formar parte del grupo de investigación.
Aprenda todo lo que pueda sobre los dinovermos, hermana. Probablemente va
a tener que enfrentarse a montones de ellos. ¿Qué mejor demostración de
superioridad ante los paganos locales que destruir a las mismas criaturas que veneran?-.
Aquella noche, Alara rehusó la cena y asistió
a los rezos nocturnos con gran devoción. Cuando terminó el servicio religioso,
una vez hubieron salido de la capilla, buscó un vocofonador y marcó el
número de Mathias.
-¡Buenas noticias!- le dijo cuando él respondió.- A la Palatina le ha gustado la idea de la conferencia y quiere que la des
mañana a media tarde ¿Crees que será posible?-.
-Por supuesto- respondió él.- Como esperaba
que tus superioras aprobasen la idea, me he tomado la libertad de preparar
unas cuantas notas y seleccionar unas imágenes, por si acaso. Mañana por la tarde me
tendréis ahí-.
-Estupendo- dijo ella, feliz.- Nos vemos
mañana, entonces-.
Se fue a dormir llena de una serena alegría y
con el corazón en paz.
Al día siguiente, se sentía fuerte y
esperanzada. Oró con el alma pletórica de fe y entrenó con más ahínco que
nunca. El esfuerzo físico y el ayuno del día anterior la hacían sentirse un
tanto débil, pero por fortuna le tocaba guardia en las puertas del convento.
Mientras se dirigía a su celda para ponerse la servoarmadura, relató a Octavia
y a Valeria su reencuentro con Mathias Trandor.
-¿De verdad va a venir a dar una conferencia
esta tarde?- exclamó Valeria, entusiasmada.- ¡Es magnífico! ¡Será maravilloso
volver a verle! ¡Un amigo de Tarion!-.
-Debes estar muy contenta, Alara- le dijo
Octavia, con su habitual tono gentil.- Aún recuerdo lo mucho que sufriste
cuando te separaron de él-.
Alara no dijo nada. Como de costumbre,
Octavia había dado en el clavo; aquel doloroso recuerdo nunca se le había
borrado del corazón, y desde que había vuelto a ver a Mathias lo tenía cada vez
más presente. De hecho, no podía dejar de pensar en él. Aquello la
desconcertaba. Había sido muy importante para ella en su infancia, pero, ¿a qué
se debía que después de un solo encuentro su corazón latiera desbocado cada vez
que lo recordaba?
Faltaban apenas diez minutos para que terminara
la guardia de Alara cuando apareció Mathias. La emoción agitó su respiración al
verle, aunque tal reacción pasó desapercibida gracias a que llevaba puesta la
servoarmadura, casco incluido. En ese momento, se le ocurrió una idea. Cuando
Mathias solicitó el paso y la hermana portera abrió la verja, caminó hasta
llegar a la altura de la puerta principal, donde Alara y Theodora montaban
guardia. Entonces, Alara lo miró de arriba a abajo.
-Llega tarde, doctor Trandor- dijo con voz
grave.- Eso podría ser considerado herejía-.
Mathias casi pega un salto de la sorpresa, y
la miró, atónito y con un destello de temor en los ojos. Ella se echó a reír.
-¿A... A... Alara?- balbuceó incrédulo.
-Anda, pasa- dijo ella con voz burlona.- Te la
debía por intentar hacerme creer que eras un psíquico-.
Mathias la fulminó con la mirada.
-Esta me la pagas, Alara Farlane- masculló.
Cuando desapareció por la puerta, Theodora
aún se estaba riendo entre dientes.
-¿Y eso?- preguntó.
-Es un amigo- explicó Alara.- De Tarion-.
-¿De Tarion?- inquirió Theodora, sorprendida.
-Tú lo conocías. Iba a nuestra clase. Mathias
Trandor, el hijo del teniente Randall Trandor-.
-¡Ah, sí!- dijo Theodora con tono de
sorpresa.- No le había reconocido-.
Poco después, llegó el cambio de guardia.
Cuando Alara se visitó con el háito ordinario y bajó
a la sala de actos, la conferencia aún no había empezado. La Ejecutoria Tharasia
estaba junto a la puerta y se dirigió a ella nada más verla llegar.
-Ah, menos mal que ha llegado, hermana Alara.
El doctor Trandor ha solicitado que suba usted al estrado para asistirle con la
conferencia-.
-¿Asistirle, yo?- preguntó Alara, extrañada.
Un mal presentimiento se adueñó de ella. "Maldita sea, esto tiene pinta de
ser una revancha".
-Suba- le insistió Tharasia.- La está
esperando-.
Alara subió de mala gana al estrado, donde
Mathias, vestido en esta ocasión con su túnica de Acólito, extraía objetos de
un maletín.
-¿Qué estás maquinando?- preguntó Alara en
voz baja, algo inquieta.- Yo no puedo asistirte, no domino los temas que vas a
tratar tú en la conferencia-.
Mathias se giró hacia ella y le dedicó una
discreta sonrisa burlona.
-Quédate tranquila, Alara. No será demasiado terrible-.
Parecía disfrutar viéndola nerviosa. Acto
seguido, le tendió un fajo de papeles.
-Repártelos a las asistentes- le ordenó.
Alara frunció el ceño.
-¿Estás sugiriendo que haga el trabajo de una
novicia?-.
-Becaria- la corrigió Mathias.- En el
Collegia Imperialis la llamaríamos becaria. Y sí, eso pretendo. Una cura de
humildad no va a venirle mal, hermana Alara-.
-Ya me las pagarás por esto- masculló Alara,
y cogió los papeles para repartirlos. Por lo que vio, se trataba de un esquema
de los puntos de la conferencia para ayudar a las hermanas asistentes a
recordar los aspectos más importantes después de haberla escuchado.
La conferencia duró una hora y media. Alara
ya conocía casi toda la información, aunque refrescó gran parte de ella. Se dio
cuenta, satisfecha, de que las Ejecutoras, las Superioras y la Palatina
parecían muy interesadas. Mathias era un buen orador; sabía captar la atención
del público con su voz modulada y agradable e iba directo al grano de un modo que permitía seguir con facilidad sus explicaciones y salpicando de
vez en cuando su discurso de anécdotas graciosas para reavivar el interés de
sus oyentes.
-No puedo creer que sea Mathias Trandor-
susurró Octavia, que estaba sentada a la derecha de Alara.- Qué cambiado está-.
-Ya te digo- musitó apreciativamente Valeria,
mirándolo con fijeza.
Alara frunció el ceño.
Cuando terminó la conferencia y llegaron los
ruegos y preguntas, varias hermanas alzaron las manos, Valeria entre ellas.
Cuando le llegó el turno a su amiga, Valeria dedicó una amplia sonrisa a
Mathias al preguntarle acerca del tipo de heridas que podían causar los
dinovermos, y él se la devolvió al responder. A pesar de que ambos también
habían pertenecido al mismo grupo de amigos de Galvan, aquel intercambio hizo
algo más que molestar a Alara; la puso furiosa.
-Debería darte vergüenza- le siseó a Valeria,
indignada.- Sonreírle así... es completamente inapropiado-.
Valeria la miró con sorpresa.
-Pero, ¿qué dices?-.
Alara sentía cómo la sangre se le subía a la
cara de puro enfado.
-No te hagas la tonta, sabes perfectamente lo
que he querido decir-.
Valeria esbozó una sonrisa sarcástica.
-Vaya, Alara, por cómo te has puesto
cualquiera diría que estás celosa-.
Las palabras de Valeria habían sido
dichas en un susurro, y por consiguiente era harto improbable que
las hermanas que estaban a su alrededor las hubiesen oído, pero para Alara fue como si lo hubiese proclamado a gritos. El rosado de sus mejillas se volvió escarlata.
-¡Cállate!- siseó.
La sonrisa de Valeria perdió todo su sarcasmo y se tornó cómplice.
-No te preocupes, Alara, que te guardaré el secreto-.
-No hay ningún secreto que guardar- masculló
Alara entre dientes.
Cuando terminó la conferencia, muchas de las
hermanas que habían sido progénitas de Galvan ya habían caído en la cuenta de
quién era el doctor Trandor, y se acercaron en tropel para saludarle y
preguntarle cómo le iba. Aquello fastidió aún más a Alara, que veía cómo la
magnífica oportunidad de poder conversar con él un rato después de la conferencia
se iba al traste por culpa de sus compañeras. Apartada del grupo, se dio la
vuelta para irse, decepcionada, cuando la voz de Mathias la detuvo.
-Y justamente se lo podéis preguntar a...
¡Alara! ¡Eh, Alara, ven aquí! ¿Por qué no les cuentas tu teoría, lo que me
dijiste a mí sobre la veneración a los dinovermos?-.
Alara regresó de mala gana y explicó sus
temores en pocas palabras. Las demás Sororitas enmudecieron
preocupadas, y Mathias aprovechó aquel silencio para deshacerse elegantemente
de ellas.
-Os aconsejo que echéis un vistazo a los
papeles que os he traído para que lo tengáis todo claro. Y ahora, si me
disculpáis, tengo que hablar con la hermana Alara un momento sobre este tema.
Ahora que sé que estáis todas aquí, os prometo que vendré otro día para
visitaros y charlaremos largo y tendido de qué ha sido de nuestras vidas-.
Ellas se mostraron conformes, se despidieron
amistosamente de él y se fueron a disfrutar de la media hora de asueto que les
quedaba. Mathias sonrió a Alara en cuanto las demás se alejaron.
-Bueno- dijo.- ¿Qué tal si me enseñas un poco
todo esto? ¿Está permitido?-.
-Sí, claro... no veo por qué no- balbuceó
Alara, que de repente se sentía muy insegura.- Ven conmigo, te enseñaré el
claustro. Es precioso-.
Los dos salieron caminando juntos del salón
de actos y se pusieron a pasear por los bellos y apacibles jardines del
claustro. Ninguno de los dos se dio cuenta de que la Ejecutoria Tharasia, que
había salido detrás de ellos, estaba ahora sentada en uno de los bancos más
apartados del jardín y fingía leer un devocionario mientras los observaba de
manera disimulada.
Alara se dio cuenta de que un silencio
incómodo pesaba sobre ellos, y decidió romperlo.
-Te vi- dijo.- Ayer, con el séquito del
Inquisidor Crisagon-.
-Lo sé- respondió él.- Vi que me devolvías la
mirada-.
-¿Y qué te pareció?- preguntó ella.- El
desfile, me refiero-.
-Impresionante. Todas teníais un aspecto
imponente. Aunque debo reconocer que la que más me impactó fuiste tú. Nunca
habría podido imaginarte vestida de ese modo. Estabas muy hermosa-.
-Gracias- susurró Alara, y fijó su mirada en
un macizo de flores autóctonas de brillantes pétalos verdes, azules y morados,
cuyo nombre desconocía.
Mathias hizo ademán de tocarle el brazo, pero
se lo pensó mejor y retiró la mano.
-¿Qué tal fue en el Palacio Gubernamental?-
preguntó en cambio.
-Aburrido- confesó ella. Le explicó a grandes
rasgos cómo había sido la presentación de armas. Luego, cuando el tema derivó
hacia la conferencia, le reveló a Mathias que la Palatina Sabina estaba
preparando una expedición para llegar al fondo de aquel
asunto y que había dispuesto que Alara formase parte del grupo de investigación, ya que la idea había sido suya. Mathias pareció preocupado.
-Si es así, te va a convenir saber lo máximo
posible acerca del planeta: no sólo la fauna, sino la flora, las cuestiones
básicas de supervivencia y la mejor forma de tratar con sus habitantes-.
-¿Y serías tú quien me enseñara todo eso?-
preguntó Alara.
-Sí, si tú quieres, claro. Podrías venir de
nuevo a nuestra capilla-.
-Me gustaría mucho- respondió ella.- Pero no puedo
hacerlo sin la autorización de mi Superiora-.
-Pues habla con ella, entonces. Seguro que te
da permiso por el bien de la misión-.
La mirada de Alara revoloteaba por el claustro,
y por fin se fijó en la figura de Tharasia, que los estaba mirando. Se giró
hacia Mathias.
-Muy bien. Vamos a verla, debe estar en su
despacho-.
-¿Qué? ¿Ahora?-.
-¿Y por qué no?- dijo Alara, encogiéndose de
hombros.- Falta poco para que acabe mi tiempo libre, así que no podremos
conversar mucho más. Y si se lo explicas tú, puede que se lo tome más en
serio-.
Mathias lanzó un suspiro.
-Vale. De acuerdo. Vamos a hablar con tu
Superiora-.
Abandonaron juntos el claustro y se
dirigieron al despacho de Lissandra, que se mostró sorprendida al verlos
aparecer. Mientras Mathias comenzaba a explicarle la idea, Alara se descubrió a
sí misma rezando.
"Por favor, que me exima de las guardias
y me conceda las tardes libres para estar con él. Por favor, que me exima de
las guardias y me conceda las tardes libres para estar con él..."
-Me parece buena idea- dijo Lissandra
finalmente.- La hermana Alara podrá acudir a la capilla de Ordo Xenos en sus
horas libres-.
Mathias sonrió cortésmente.
-Excelente idea, hermana Lissandra. Estoy
seguro de que en un mes la hermana Alara estará perfectamente preparada-.
Lissandra se sobresaltó.
-¿Un mes?- ladró.- ¡La expedición debe estar
lista para partir mucho antes!-.
-Lo comprendo, hermana- dijo Mathias, sin
romper su máscara de perfecta serenidad.- Pero teniendo en cuenta que la
hermana Alara sólo dispondrá de dos horas de descanso al día, y tendrá que
emplear como mínimo media hora para ir y volver el convento a la capilla, eso
hace tan sólo una hora y media de enseñanza al día. Tal vez si condensamos la
información al mínimo podamos reducirlo a tres semanas, pero...
-Supongamos que son seis horas, en lugar de
dos- le interrumpió Lissandra.- ¿En ese caso, podría tenerla lista en una
semana?-.
Mathias asintió.
-Creo que en ese caso podríamos hacerlo en
siete días. Diez, a lo sumo-.
-Muy bien- respondió la Superiora.- Hermana
Alara, queda usted eximida de las guardias mientras dure su adiestramiento a
cargo del Ordo Xenos. Confío en que el Lord Inquisidor pondrá todo de su parte
para asegurarse de que disponemos de toda la información necesaria para llevar
a cabo la investigación; al fin y al cabo, la Palatina Sabina ya se ha
entrevistado con él, y aunque su Señoría está demasiado ocupado para
acompañarnos personalmente, ha prometido a la Palatina que enviará a un legado
con autoridad inquisitorial para asistirnos durante nuestra misión-.
Alara apenas parpadeó, intentando parecer
indiferente, aunque se sentía sorprendida por múltiples razones: una, porque su
ruego hubiera sido atendido con semejante prontitud; segunda, porque hasta
entonces desconocía que Sabina hubiese acudido ya a entrevistarse con Lord
Crisagon. Y tercera, porque Mathias, por algún motivo, había hablado a Lissandra como si Alara fuese a ser
instruida por varios miembros de la cábala inquisitorial, cuando ella había
creído entender que las reuniones serían únicamente entre Mathias y ella.
-Si ya está todo claro, pueden retirarse-
añadió la Superiora, al ver que ninguno de sus dos interlocutores decían nada.
Mathias dio las gracias y se despidió. Alara
se cuadró e hizo lo mismo.
-Te acompañaré a la salida- dijo ella,
mientras caminaban pasillo abajo. Cuando estuvieron a una distancia prudencial
del despacho de Lissandra, Alara volvió a hablar.- ¿Por qué has hablado en
plural todo el tiempo, como si me fuesen a instruir otros acólitos aparte de
ti?-.
-Para que no pusiera ninguna traba- contestó Mathias,
y no dio más explicaciones.
Sus pasos resonaron al unísono mientras
bajaban las escaleras y se dirigían a la puerta principal. Salieron al
exterior, donde la luz de Cadwen Astrum estaba atenuada por una gruesa capa de
nubarrones que amenazaban tormenta.
-Las lluvias monzónicas se acercan- comentó
Mathias, mirando al cielo.- Es la época en que los caminos se embarran y las
ciénagas se desbordan. Malos tiempos para ir a cazar gusanos-.
Cuando llegaron a la verja, Alara se sintió
triste de repente. No supo si era por lo gris que se había tornado el día, por
la desazón que le causaba verle marchar, o por ambas cosas. Cayó en la cuenta
de lo sola que iba a sentirse, de lo mucho que ya le pesaba su ausencia cuando
aún no se había marchado. Y al ver cómo él atravesaba la verja y la cerraba a
sus espaldas, una emoción tan intensa como repentina le llenó el corazón.
-¡Mathias!- le llamó, para que se detuviera.
Él se dio la vuelta y se acercó de nuevo.
-¿Sí, Alara?-.
-¿Cumpliste tu promesa?- preguntó ella sin
poderlo evitar.- ¿Me echaste de menos?-.
El rostro de Mathias, tan contenido durante toda
la tarde en el convento, se llenó por primera vez de emoción.
-Siempre- respondió con
vehemencia. Cediendo por fin al impulso que había estado conteniendo durante
todo el tiempo, alargó el brazo y la tomó de la mano a través de la verja.- Te
he echado de menos cada día, Alara. Todos los días de mi vida, desde que nos
separaron-.
Ella le estrechó la mano con fuerza,
entrelazando sus dedos con los de él. Y, de repente, se sintió como aquel día
frente a la Schola Progenium, cuando sólo eran dos niños que se aferraban
desesperadamente el uno al otro, sabiendo que tenían que despedirse pero resistiéndose
a dejarse marchar. Volvió a sentir la mano de él aferrando la suya con el mismo
anhelo, y la emoción que había llenado su corazón se desbordó incontrolable como
un torrente en el deshielo, arrasándolo todo a su paso.
-Yo también cumplí mi promesa- dijo con voz
trémula.- Nunca te olvidé. Nunca-.
Sus miradas se cruzaron, con tanta intensidad
que Alara sintió el contacto visual de una manera casi física. Pero al cabo de
unos segundos Mathias desvió la mirada y le soltó la mano, tal vez porque fue
consciente de repente de las dos hermanas uniformadas que montaban guardia en
las puertas del convento, a la vista de ellos.
-Hasta mañana, Alara- dijo con suavidad, inclinando
la cabeza.
-Hasta mañana, Mathias- susurró ella.
Él se cubrió la cabeza con la capucha de su
túnica, dio media vuelta y se alejó. Alara se quedó
de pie durante unos segundos eternos, viendo cómo se alejaba, sin ser
consciente de que su mano aún permanecía extendida hacia él como si esperara
que volviera, ni de que a continuación su brazo se encogía en un gesto reflejo
para apoyarse la mano contra el corazón.
Tampoco fue consciente de que la cámara de seguridad
situada a las puertas del convento la estaba enfocando a ella, ni de la
expresión grave y pensativa que adoptó el rostro de la Ejecutoria Tharasia
mientras la observaba en los monitores de la sala de vigilancia.