A fe y fuego

A fe y fuego

viernes, 3 de junio de 2016

Capítulo 30


A.D .844M40. Morloss Sacra (Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.


Mathias trabaja inmerso en una actividad febril, que no deja sitio para nada más. Aunque exteriormente está casi inmóvil, sentado frente a una mesa repleta de probetas mientras mira a través de un microscopio, su mente funciona a toda velocidad. Gracias al Emperador, cuenta con las muestras de sangre de los terroristas que le ha enviado Alara -la única señal que ha tenido de ella- y con el material de laboratorio más avanzado del que dispone el Adeptus Medicae del Hospital General de Santa Sybila de Morloss. Por supuesto, mencionar las palabras “Inquisición Imperial” facilita mucho las cosas.
La habitación no cuenta con ventanas y está aislada del resto del hospital, en una zona de contención para cepas infecciosas. Mathias usa equipo de aislamiento biológico de Nivel 5, pero los guantes estás diseñados para no estorbar los movimientos de los dedos. Ajusta un poco más el microscopio, consulta su tabla de datos, y dicta unas notas que la holopluma redacta de inmediato.
“Muy bien” piensa. “Creo que ya lo tengo”.
Su plan consiste en aislar el virus y someter las muestras a distintas concentraciones de la vacuna. El equilibrio que debe conseguir es delicado: debe lograr una cepa lo bastante activa como para hacer reaccionar los anticuerpos del organismo pero lo bastante débil para impedir la infección. Y tiene que conseguirlo cuanto antes, porque la evolución de los infectados está empezando a ser preocupante.
Muy preocupante.
Mathias trabaja en completa soledad. Hace varias horas, una explosión descomunal ha hecho temblar las paredes; por un momento ha temido que los terroristas estuvieran intentando bombardear el hospital. Sin embargo, el temblor no se ha repetido. Sea lo que sea, no se ha tratado de un ataque al hospital.
Por un instante, en su mente aparece el rostro de Alara. Aprieta los dientes y se esfuerza por alejar esa imagen; tiene que concentrarse al máximo en encontrar la cura para el virus que los terroristas han extendido por doquier. La vida de incontables inocentes depende de ello. Además, Alara sabe cuidar de sí misma, está seguro de ello. No ha dado señales de vida desde que se separaron, pero entre las interferencias que tanto dificultan las comunicaciones y lo ocupada que debe estar exterminado rebeldes, es normal que no sepa todavía nada de ella. O al menos, eso se dice a sí mismo mientras se fuerza a seguir trabajando.
Continúa trabajando absorto hasta que sus tripas le advierten con un rugido de que lleva casi todo el día sin comer. El hambre le hace levantar la mirada hacia el crono de pared, y la sorpresa lo invade al darse cuenta de que ya es noche cerrada; hace mucho que pasó la hora de cenar. Al instante, una sombra de inquietud lo invade de nuevo. ¿Alara no debería haber regresado ya? ¿No tendría que haber dado señales de vida?
Mathias se dispone a levantarse para ir a tomar un bocado y buscar a Valeria, pero apenas ha movido la silla cuando llaman a la puerta.
-Mathias, soy yo- dice la voz de la Hospitalaria.
-En seguida salgo- responde él. Acude a la sala contigua para quitarse la máscara, la bata y los guantes, se lava las manos con el compuesto desinfectante que han dejado a su disposición, y acto seguido sale al pasillo.
El hambre que ruge en su estómago se desvanece de inmediato al contemplar la expresión del rostro de Valeria. La Hospitalaria tiene el rostro pálido y consumido, como si llevase varias horas sufriendo una tensión extrema. Una fría cuchillada de miedo lacera el corazón de Mathias.
-Valeria, ¿qué ha pasado?- al instante, un terrible presentimiento se abre paso en su mente.- ¿Dónde está Alara?-.
Ella traga saliva. El miedo de Mathias se convierte en terror.
-¿Sabes algo de ella? ¿Se encuentra bien?-.
Valeria lo mira contrita; da la impresión de que no sabe muy bien qué decir. Mathias la agarra de los brazos.
-Por amor del Emperador, Valeria, ¿está viva? ¿Está viva?-.
-Clínicamente sí- responde la Hospitalaria finalmente.- De momento-.
-¿Clínicamente?- balbucea Mathias.- ¿De… momento?-.
El rostro de Valeria está sereno, pero en sus ojos comienzan a brillar las lágrimas.
-Llegó hace más de diez horas. Lo siento, debí mandar que te avisaran, pero la trajeron de repente y no hubo tiempo para nada; tuvimos que meterla en el quirófano de inmediato. No sé cómo, pero… estaba dentro de un edificio de quince plantas cuando se derrumbó. Tuvieron que enviar servidores del Mechanicus para sacarla de entre los escombros. El sistema de soporte vital de la servoarmadura consiguió mantenerla con vida, pero… no voy a engañarte. Está muy mal-.
Mathias siente que se marea. Todos los problemas que lo acuciaban se desvanecen a su alrededor.
-¿Cómo de mal?-.
-En coma. Tiene el cráneo roto, fracturas múltiples por todo el cuerpo. También tenía hemorragias y lesiones internas muy graves. Los Adeptus Medicae que la trajeron pensaban que no llegaría viva al hospital-.
La conmoción es tan grande que a Mathias le cuesta reaccionar.
“Esto no puede estar pasando”, repite una y otra vez su cerebro. “No puede ser real”.
-¿Dónde está?- acierta a preguntar.- Quiero verla-.
-Ven conmigo.
Mathias se siente inmerso en una sensación de irrealidad mientras bajan a la tercera planta, como si estuviera sufriendo una terrible pesadilla. Valeria le tiende una bata, un gorro y una mascarilla antes de permitirle entrar en el ala de cuidados intensivos. Allí, en una habitación acristalada al fondo del pasillo, Mathias contempla una camilla en la que hay tendida una persona. Le cuesta varios segundos reconocerla, y cuando lo hace, el impacto es tan brutal que lo deja vacío por dentro. Porque no puede ser ella. Alara no puede ser ese cuerpo inmóvil de piel blanca como el alabastro, vendado y entablillado de la cabeza a los pies, erizado de tubos y cables por todas partes. No puede ser ese ser pálido e indefenso rodeado de máquinas de soporte vital, con media cara oculta por la mascarilla de un respirador.
Tiene que hacer un esfuerzo para que no le tiemble la voz. Teme hacer la siguiente pregunta, lo teme más que nada, pero tiene que hacerla.
-¿Va a despertar?-.
Un silencio eterno trascurre antes de que Valeria conteste con un hilo de voz.
-No lo sé. Aún no sabemos el alcance del daño neurológico que ha sufrido, o si su cuerpo aguantará. Por ahora, la prioridad es mantenerla estable-.
Algo se cierra en la garganta y en el corazón de Mathias. La incredulidad apenas le deja reaccionar, el golpe está siendo demasiado repentino, demasiado brutal. Se alegra de que Valeria no le pida que se marchen, porque no sabría hacerlo. De hecho, ahora mismo ni siquiera recuerda cómo caminar. Está inmóvil como si hubiera echado raíces, como si ya no supiera moverse de nuevo.
-Mathias…
La voz de Valeria le llega desde muy lejos. Mathias le dirige una mirada perdida, casi ausente. Entonces, la Hospitalaria rebusca en los bolsillos de la bata de hospital que lleva puesta y saca un objeto. Un vocófono portátil algo abollado.
-Toma- dice, tendiéndoselo a Mathias.- Alara se lo dio a Octavia y le pidió que te lo entregara si le sucedía algo-.
Pone el vocófono en manos de Mathias, que lo acepta sin decir palabra. Una lágrima rueda por la mejilla de Valeria.
-Te dejaré un momento a solas- dice.- Estaré fuera esperándote-.
Cuando los pasos se alejan, Mathias contempla el aparato que tiene en las manos. Con dedos temblorosos, aprieta los botones hasta que encuentra un único archivo de sonido grabado. Cuando lo activa, la voz de Alara, como si fuera el eco de un fantasma, resuena en el pasillo vacío. Parece tensa, como si estuviera aprovechando un fugaz momento de calma en medio de un enfrentamiento.

“Mi querido Mathias, si estás escuchando esto, es que no he sobrevivido a la batalla por Morloss. En realidad, he decidido dejarte este mensaje porque dadas mis actuales circunstancias creo que tengo muy pocas posibilidades de sobrevivir a lo que se avecina.
Lo siento mucho.
Te he mandado a un grupo de arbitradores en una patrullera con varios prisioneros terroristas. Por si tuvieran alguna contingencia durante el viaje y no hubieran llegado a su destino, te comunico que es fundamental capturar a algún terrorista vivo, a cualquier precio, porque son inmunes a la infección gracias a que les han inoculado algún tipo de vacuna. En su sangre llevan la cura, o al menos los anticuerpos capaces de combatir la enfermedad. Tienes que encontrarla, Mathias. Tienes que salvar a la gente.
En estos momentos me encuentro cerca de la avenida General Leopold Kareman de la isla Zarasakis, después de acabar con varios comandos que estaban infectando a cientos de civiles. Acaban de volar los puentes, para que nadie pueda salir de la isla. Tengo la fundada sospecha de que hay brujos blasfemos al final de la avenida y que se disponen a realizar algún tipo de ritual impío. Algo de lo que quieren asegurarse que nadie pueda escapar. Ahora mismo voy a dirigirme hacia allá con toda la premura posible, acompañada por cuatro escuadras de arbitradores y dos escuadras mermadas de Frateris Militia que han decidido unirse a Octavia y a mí. Espero poder detener a los brujos. Tengo que salvar esta ciudad. No puedo dejar que los planes de los herejes tengan éxito. Pero no sé si seré capaz de contener yo sola a los brujos y vivir para contarlo”

En ese instante, la voz de Alara pierde algo de su entereza, invadida por un leve temblor.

“Ignoro si he conseguido o no mi objetivo antes de caer, pero sea como sea, no lamento el precio que he tenido que pagar. Es para mí un orgullo y un honor convertirme en mártir del Imperio. Es lo que Su Divina Majestad espera de mí. Lo único… lo único que en verdad lamento es que nos tengamos que volver a separar, y que estés sufriendo por mí. Aun así, doy gracias al Emperador por haberme permitido cumplir mi mayor anhelo antes de morir: volver a encontrarte”.

Alara se detiene unos instantes, como si estuviera tragando saliva o tomando aliento. Al cabo de un par de segundos, su voz se reanuda. Ya no tiembla; más bien parece llena de una serenidad fatalista. Pero al mismo tiempo tiene un deje de emoción que permite dilucidar que la que habla ya no es la Hermana de Batalla, sino simplemente Alara Farlane.

“Quiero que sepas que no he dejado de pensar en ti hasta el último momento, y que mi último aliento llevaba tu nombre en mis labios. Que esto no es el final, y que volveremos a encontrarnos, aunque ahora te parezca imposible. Igual que hicimos la última vez.
Te amo. Esté donde esté, sea lo que sea lo que me haya sucedido, eso no ha cambiado. No cambiará jamás. Ten fe; el Emperador ya nos reunió una vez, y nos reunirá de nuevo. Nunca dejes que tu fervor vacile, porque será el camino que te lleve a mí de nuevo.
Te quiero, Mathias. Te quiero con todo mi corazón, para siempre.
Fin de la transmisión”.

La voz de Alara se desvanece cuando la grabación se detiene. Mathias agarra el vocófono con tanta fuerza que se le ponen los nudillos blancos. Y entonces, al fin, una oleada de emoción barre como un maremoto el muro de hielo que la conmoción había levantado en su interior, y los sentimientos se desbordan de su corazón. La desesperación lo hace golpear con los puños el cristal, como si de esa forma pudiera despertar a la figura inconsciente que se encuentra al otro lado. Un grito desconsolado, a la vez un lamento y un gemido, brota de su garganta.
-¡ALARAAA!-.
La voz de Mathias se quiebra transformándose en un sollozo desconsolado. Cae de rodillas, cubriéndose la cara con las manos, y rompe a llorar como no había llorado desde el día en que perdió a su familia en Galvan.



A.D .844M40. Morloss (Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.


“¿Es esto la muerte?”.
Alara nunca se lo había imaginado así. En realidad, no se había imaginado nada en absoluto. La muerte no es algo que preocupe a una hermana del Adepta Sororitas. En su profunda creencia de que cuando mueran gozarán de la dicha eterna bajo la protección de Dios Emperador, empeñan todos sus esfuerzos en vivir de la forma más pura, justa y devota posible. La muerte es algo que sucederá de manera inevitable, algo de no depende de ellas, sino de los designios de su Padre Celestial. Ellas sólo deben preocuparse de que dicha muerte sirva al bien del Imperio, que sea lo más digna y heroica posible. No les inquieta qué haya más allá. El Emperador protege.
“Oscuridad”.
Alara no sabe dónde está, no siente, apenas piensa. Sólo sabe que está envuelta en un manto de tinieblas. Y que al fondo, a lo lejos, se vislumbra una luz. Cada vez está más cerca. ¿O es ella la que se aproxima?
Alara, ven a mí…
Una voz masculina la llama. Es dulce, benevolente, y está llena de amor. Alara se estremece. ¿Acaso está escuchando la voz del mismísimo Dios Emperador?
La luz se acerca cada vez más. Es brillante, reluciente. Una llamada a la paz y al bienestar, a la dicha y a la gloria. Alara anhela acercarse a la luz, rendirse a ella. Sólo una sombra oscurece su ánimo: en el fondo más recóndito de su mente, sabe que está dejando a Mathias atrás. Pero no importa, la separación sólo será temporal. Tarde o temprano, él se reunirá con ella y compartirán juntos la dicha eterna.
Alara, ven conmigo…
No hay duda. Tiene que ser él. El Divino Emperador. Poco a poco, la luz se aproxima, y al otro lado comienza a distinguir una vaga silueta. ¿Es Él, por fin? ¿Va a tener la infinita dicha de contemplar por fin su rostro? La luz brilla y Alara flota hacia ella, ansiosa. Esperanzada.
Alara, despierta…
“¿Despertar?”.
Por un momento, se siente confusa. ¿Cómo va a despertar, si tiene los ojos abiertos? Su alma se abre henchida de amor para abrazar la luz y la silueta que le aguarda tras el deslumbrante resplandor. Tiene que alcanzar la luz. En ella estarán todas las respuestas.
Despierta…
Entonces, algo extraño sucede. La luz pierde intensidad, recortándose en torno a la silueta, que se vuelve más nítida. Se trata de un hombre, inclinado sobre ella. Pero no parece el Emperador. Todos los grabados lo representan como un hombre inmenso, más fuerte y alto incluso que los Astartes, de facciones tan bellas como severas, el largo cabello negro flotando al viento y una corona de laurel dorado ciñéndole las sienes. La silueta masculina que aparece frente a Alara es demasiado pequeña. Tiene el cabello corto y ondulado. Y no es negro, sino de color arena. A decir verdad, se parece mucho a…
-¡Alara! Alara, ¿puedes oírme? ¡Despierta!-.
“¡Mathias!”.
Alara parpadeó sumida en la confusión, con la mente aún entre el sueño y la vigilia. Finalmente, consiguió enfocar la mirada lo suficiente para confirmar su primera impresión: el hombre que estaba frente a ella era Mathias. Y la luz que recortaba su silueta no es era el más allá, sino una lámpara cuya luz blanca se derramaba desde el techo. Todo era blanco en aquel lugar: las paredes, el techo, la ropa de Mathias…
De sus labios emergió un susurro ronco y ahogado. “¿Qué ha pasado?” intentó preguntar, pero las palabras costaban de salir, como si no hubiese utilizado la garganta en mucho tiempo. La mano suave y cálida de Mathias Trandor se cerró en torno a la suya.
-Alara, mi amor, ¿me oyes?-.
Ella asintió levemente con la cabeza. Mathias la miró con una mezcla de incredulidad, alegría y emoción. En sus ojos brillaban las lágrimas.
-Gracias al Trono- susurró.- El Emperador te ha devuelto a mí. Temía que no despertaras nunca. ¿Me reconoces? ¿Sabes quién soy?-.
Claro que lo sabía. En aquellos momentos, era lo único que Alara sabía con certeza.
-Mathias- susurró.
Él le apretó la mano y se la llevó a los labios.
-Sí - dijo con voz ahogada.- Soy yo-.
Alara volvió a parpadear. Sentía el cuerpo extrañamente pesado y torpe, como si estuviera sepultado bajo una avalancha de rocas. Una avalancha… aquel pensamiento trajo consigo una confusa imagen: la de un millar de piedras y cascotes que caían, caían, caían…
No recordaba nada más. Se sentía extrañamente somnolienta. Su mirada se desenfocaba. Mathias se levantó de un salto y corrió hacia la puerta.
-¡Valeria!- exclamó.- ¡Ha despertado! ¡Valeria!-.
Pasos apresurados resonaron en el exterior. Pocos segundos después, la Hospitalaria apareció por la puerta. Alara volvió a parpadear.
“¡Valeria!”, trató de decir, pero su boca pronunció un sonido extraño.
-Vaeiaaa…
-Es la medicación- dijo Valeria girándose hacia Mathias, que las miraba con preocupación.- Se va a poner bien. Ve a buscar a Lyrk Davin, rápido. Yo me encargo de ella-.



Las siguientes horas fueron muy confusas para Alara. Al menos, le pareció que fueron horas; algo tan relativo como el tiempo se había vuelto muy elástico. Al poco de irse Mathias, llegó un hombre alto y ancho de huesos con el pelo rapado a lo militar y sendos implantes biónicos en las sienes, que se presentó como el doctor Davin. Entre él y Valeria la deslumbraron con la hiriente luz de una pequeña linterna, la obligaron a cumplir órdenes absurdas (“sigue mis dedos con la mirada”, “levanta la mano izquierda y tócate la nariz”) y le hicieron preguntas extrañas (“¿cuál es tu apellido?” “¿cómo se llama la Santa Fundadora de tu Orden?”, “¿en qué planeta naciste?”). Finalmente, después de someterla a varias pruebas incómodas que involucraron gomas, cables y algún que otro pinchazo, la dejaron descansar. Los ojos de Alara se cerraron mientras oía hablar a Valeria y al tal Davin en una jerga incomprensible acerca de retirarle tal medicación y pautarle tal otra. Sabía que tenía que recordar por qué estaba allí y cómo había llegado, pero aún ni podía hacerlo. Estaba demasiado cansada. Antes de que las voces se desvanecieran, se durmió.
Volvió a despertar un número indeterminado de horas después, con la mente un poco más clara. Al abrir los ojos, descubrió que Mathias estaba junto a ella otra vez, leyendo algo en una placa de datos. Abrió los labios resecos y habló con voz ahogada. En aquella ocasión, las palabras sí le salieron.
-Agua… dame agua…
Mathias levantó la vista de golpe y dejó la placa de datos a un lado con rapidez.
-Sí, claro- oteó unos instantes a su alrededor, antes de encontrar lo que buscaba. Cogió un vaso de plástico duro y le acercó a los labios la pajita que sobresalía por el borde.- Bebe, anda-.
Alara bebió, primero con cuidado y luego con avidez. Tenía la boca como papel secante. Le daba la sensación de que habían pasado días desde que sus labios hubieran rozado una gota de agua.
Entonces, se le ocurrió que tal vez aquello significaba que de verdad habían pasado días desde la última vez que bebiera agua. Le dio un vuelco el corazón, y la pequeña descarga de adrenalina hizo que los recuerdos volviesen poco a poco a su memoria: una batalla en el mar. Ella y Octavia desembarcando en la costa. Gente que moría, gente que escapaba. Combate, disparos. Un viaje a través de una apestosa e inmunda oscuridad. Astellas, los Arbites, la plaza…
“El Libertador”.
Abrió mucho los ojos y trató de incorporarse. No lo consiguió.
-¿Dónde estoy?-farfullo.
-En el Hospital General de Santa Sybila, en Morloss Sacra. ¿Quieres beber un poco más?-.
Ella tomó otro par de sorbos.
-¿Cuánto… tiempo?- preguntó.
-¿Cómo dices?- preguntó Mathias, confuso.
Alara apartó la cabeza a un lado para rechazar la pajita. Ahora que volvía a tener la boca húmeda, también podía hablar con más claridad.
-¿Cuánto… llevo aquí?-.
Mathias la miró con una mezcla de compasión y cautela, como calibrando el modo en que ella se tomaría la respuesta a aquella pregunta.
-Algunos días-.
Alara vislumbró en sus ojos algo que no le gustó.
-¿Cuántos?- graznó, insistente.- ¿Cuántos?-.
-Dos semanas-.
Alara se quedó sin respiración durante un instante. Una descarga de adrenalina recorrió sus venas lo suficiente para hacerla incorporarse.
-¿¿Dos semanas??-.
-¡No te levantes!- le exigió Mathias, poniéndole una mano al pecho para retenerla.- ¡Aún estás débil!-.
El corazón de Alara palpitaba enloquecido en su pecho. Una de las máquinas a las que estaba conectada empezó a pitar. Mathias se levantó de un salto y corrió hacia la puerta.
-¡Valeria! ¡Valeria!-.
Como si fuera una repetición onírica de su despertar anterior, Valeria entró en seguida en la habitación, vestida con su uniforme de Hospitalaria.
-¿Qué le pasa?-.
-Le he dicho que lleva en el hospital dos semanas. Se ha alterado mucho-.
Valeria se acercó rápidamente a ella.
-Alara, tranquilízate. Estás a salvo. Te vas a poner bien…
Alara, angustiada, la cogió de la mano.
-¡El Libertador!- dijo con voz ahogada.
Tanto su amiga como Mathias, que aguardaba en segundo plano, la miraron con incomprensión.
-¿Qué dices?- preguntó Valeria, desconcertada.
-El Libertador- insistió Alara, apremiante.- ¿Llegaron a tiempo? ¿Alexia? ¿Octavia? ¿Lo mataron? ¿Está muerto?-.
Mathias la miró extrañado.
-¿El Libertador? ¿De qué estás hablando?-.
-Está muy alterada- dijo Valeria, frunciendo el ceño con preocupación.- El pulso se le está acelerando. Es no es bueno…
-¡Escúchame!- la interrumpió Alara.- El Libertador estaba allí. ¡Él me mató!- se corrigió de inmediato al darse cuenta de lo que había dicho.- Lo… lo intentó. Derribó el edificio. Caí…
-Alara, por favor, intenta tranquilizarte- insistió Valeria.- Estás confundida. Es normal, no te preocupes. Voy a ponerte un sedante…
Alara lanzó un gemido de impotencia.
-¡Estaba allí!- insistió.- ¡ Le vi!-.
-Alara, Valeria tiene razón- intervino Mathias, hablando con suavidad.- Es imposible que vieras al Libertador en Morloss. Estaba en Prelux Magna-.
Aquellas palabras dejaron a Alara muda durante varios segundos. Por un instante, dudó de sí misma, angustiada. ¿Sería posible que todo lo que había pasado, todo lo que había visto, no fuera real?
-No- balbuceó.- No es posible…
-Cariño, Mathias tienes razón- replicó Valeria con dulzura.- El Libertador estaba con los rebeldes que atacaron Prelux. Todo el mundo le vio, incluso la Palatina Sabina y Lord Crisagon-.
-¿Cómo lo saben?- susurró Alara en voz baja.- ¿Cómo saben que era el Libertador?-.
-Porque así lo llamaban sus subordinados- respondió Valeria.- Todos los aclamaban mientras luchaba, y fue devastador. Mató a muchos imperiales antes de que nuestras Hermanas lo hicieran batirse en retirada, mano a mano con la Inquisición-.
-Lo vieron muchas personas- repuso Mathias, cuya voz adquirió un tono de pesar.- Hablé con Lord Crisagon. Dijo que parecía como si su armadura se derritiera mientras luchaba, pero era la sangre de sus víctimas que chorreaba, confundiéndose con el blindaje rojo…
-Alara no necesita conocer aún ese tipo de detalles- le reprochó Valeria, mirándolo con severidad.- Creo que ya le hemos contado bastante-.
Alara cerró los ojos durante un segundo, intentando pensar. Había algo raro en aquella historia, pero, ¿qué? ¿Qué era lo que fallaba? Entonces se acordó. Volvió a abrir los ojos.
-Era verde- dijo con voz ronca.
Valeria y Mathias la miraron como si hubiera hablado en dialecto montano.
-Alara… -comenzó a decir su amiga.
-¡Era verde!- insistió Alara en voz más alta.- ¡La armadura del Libertador! ¡Yo también oí llamarlo así! ¡El brujo lo llamó! Pero su armadura no era roja, era verde.- Una oleada de náuseas la invadió al recordar el cristal impío que llevaba a la espalda, la horrible voz que surgió del espacio disforme, ansiosa por regresar al mundo. Comenzó a temblar.- ¡Estaba llamándolo, trayéndolo…! ¡Quería devolver al mundo al Heraldo!-.
Una de las máquinas conectadas al cuerpo de Alara emitió un pitido.
-¡Se acabó!- exclamó Valeria con una mezcla de preocupación y enfado.- ¡Te está subiendo la presión arterial! Es peligroso, Alara. Te voy a sedar-.
Cogió un paquete transparente lleno de algo que parecía suero, e ignorando las protestas de Alara, lo inyectó en el gotero que tenía conectado por vía intravenosa. Al cabo de unos segundos, la joven Militante comenzó a notar que un dulce sopor iba invadiendo su cuerpo y los latidos de su corazón se serenaban.
-Ahora tienes que descansar- le dijo Valeria.- Te sentirás más tranquila cuando despiertes, y tendrás la cabeza más clara. A partir de ahora vas a ir hacia arriba, la lo verás-.
Alara no respondió. Su amiga miró a Mathias.
-Quédate con ella mientras puedas, por favor. Si tienes que marchar, avisa a Octavia para que te cambie el turno-.
El joven asintió y se despidió de la Hopitalaria, que salió a paso ligero de la habitación. Se sentó junto a Alara y la cogió de la mano con cariño.
-Tranquila- susurró.- Estoy contigo-.
Alara trató de abrir la boca para responder, pero en lugar de ello, se durmió.



La siguiente vez que volvió a despertar, estaba sola. No sabía qué hora era ni en qué día estaban, pero vio una suave luz crepuscular entrando a través de la ventana.
“¿Es el atardecer o el amanecer?”.
No habría podido decirlo. Sola por primera vez tras su despertar, pudo escuchar en silencio, y oyó algo que las veces anteriores le había pasado desapercibido. Rumores y retumbares lejanos, como truenos de una tempestad. Sólo que el cielo que se vislumbraba a través de la ventana no estaba nublado.
“Eso es artillería”.
Tragó saliva, intentando controlar su respiración. Se forzó a dejar en calma sus pensamientos, a reflexionar. Fuera lo que fuese lo que estaba pasando, el lugar donde se encontraba no parecía correr peligro. Poco a poco, comenzó a rememorar en su mente todo lo que había sucedido el día de la infección, desde la atroz pesadilla que había tenido sobre Mathias hasta el momento en que notó cómo los muros del edificio en la plaza General Kareman temblaron y se hundieron a su alrededor. Al recordar la agitada conversación que había tenido con Valeria, frunció el ceño. Le daba igual lo que dijeran ella y Mathias; estaba convencida de que el brujo de la plaza había llamado “Libertador” al gigante de la armadura verde. También estaba segura de haber oído la voz de Pustus justo antes de que su disparo hiriera al Libertador y detuviera el ritual, impidiendo que se abriera la brecha disforme. Después, todo había sucedido muy deprisa. Al derrumbarse el edificio bajo sus pies, había caído, agarrada a una pared maestra. Había encomendado su alma al Emperador. Y había pensado en Mathias. Después de eso... nada.
“Pero algo tuvo que suceder. Algo pasó. Si no, estaría muerta. Debería estarlo, y no lo estoy”.
No, no había muerto, pero, ¿cuál había sido el coste para su cuerpo?
Miró hacia abajo, examinándose a sí misma. Lo primero que constató fue que había perdido masa muscular. Tenía los brazos más delgados que de costumbres, plagados de cicatrices recientes, aunque no estaban vendados ni escayolados. Aquello la confundió. Trató de observar el resto de su cuerpo, pero llevaba puesto un camisón blanco, y sus piernas estaban cubiertas por las sábanas. Probó a levantar un brazo. Pudo hacerlo, aunque lo notó torpe y pesado. Trató de mover las piernas, y sintió un extraño hormigueo acompañado de leves punzadas de dolor.
En ese momento, la puerta se abrió. Mathias entró con un vaso en una mano y un paquete envuelto en papel en la otra. Pareció sorprendido al verla despierta.
-Alara, ¿qué haces? No deberías moverte; lo ha dicho Valeria-.
Alara se quedó quieta.
-Lo siento. Nadie me ha dicho cómo me encuentro; quería comprobarlo yo-.
Mathias se sentó junto a ella y la miró con fijeza.
-Ya veo que te encuentras mejor- dijo, y sonrió.- Tienes la mirada más clara, hablas sin trabarte y estás recuperando tu mal genio habitual-.
Alara puso mala cara, lo cual hizo que la sonrisa de Mathias se ensanchara.
-¿Qué es eso?- preguntó la joven, mirando lo que él sostenía.
-¿Esto? Es mi cena- Mathias dejó el vaso sobre una mesilla blanca y comenzó a desenvolver el papel.- Nada del otro mundo; un bocadillo y un recafeinado. Hace mucho que no tengo tiempo para alimentarme con comida de verdad-.
Alara lo observó durante unos segundos, y se dio cuenta de que no parecía el mismo. Él también había adelgazado, estaba más pálido de lo normal, y tenía unas profundas ojeras que al principio habían pasado desapercibidas tras sus gafas. Su clara mirada había perdido el optimismo chispeante que la caracterizaba y se había vuelto más dura. Parecía más grave, más endurecido, y en las comisuras de sus labios había dos pequeñas arrugas que antes no estaban allí. Era como si hubiera envejecido diez años en aquellas dos semanas.
-Mathias- dijo en voz baja.- Tengo que preguntarte algo-.
Él, que estaba a punto de pegarle el primer mordisco a su bocadillo, se detuvo.
-Bueno- dijo con recelo.- Valeria y el doctor Davin dicen que no tenemos que marearte. Que aún estás débil después de lo que te ha pasado-.
-¿Y qué me ha pasado?- preguntó ella. Al ver que él vacilaba, insistió.- Por favor, Mathias, necesito saberlo. Me importa un cuerno lo que digan Valeria y ese tal Davin; si no contestas a mis preguntas me voy a poner nerviosa, y dijisteis que eso era malo. No podéis tenerme sedada todo el día para impedirme preguntar-.
-Vale. De acuerdo. Vamos a hacer una cosa; dame diez minutos para que termine de cenar y entonces hablaremos. Me he saltado la comida del mediodía y estoy muerto de hambre-.
“Mediodía”, pensó Alara. “Así que esa luz es del atardecer”.
Era extraño; a saber cuánto tiempo llevaba ella sin comer, pero a pesar de todo no tenía hambre. Mathias, en cambio, atacó el bocadillo a dentelladas mientras bebía grandes tragos de recafeinado. En menos de diez minutos había acabado su cena. Se levantó un momento y fue al baño de la habitación para beber un trago de agua y lavarse las manos.
-Muy bien- dijo al regresar.- Pregunta. Pero no te garantizo que pueda responderlo todo-.
-¿Pero me dirás la verdad?-.
Mathias se sentó de nuevo junto a ella y la miró a los ojos.
-Si hay algo que no sepa o no pueda decirte, no te lo diré, pero no voy a mentirte. Te lo prometo-.
-Bien. Empezaré con algo fácil. ¿Cuántos días han pasado desde que caí?-.
-Diecisiete-.
-¿Seguro?-.
Mathias frunció el ceño.
-¿Por qué no me crees?-.
Alara tragó saliva.
-Porque al observarte me ha dado la sensación de que parecías más mayor-.
Mathias meneó la cabeza con tristeza.
-Las últimas dos semanas han sido una pesadilla. Supongo que es normal que se me note en la cara-.
-¿Por qué?- preguntó Alara.
-Estoy cansado, eso es todo-.
No la miraba.
-¿Qué ha sucedido durante todo este tiempo? ¿Encontraste la vacuna?-.
Mathias esbozó una amarga sonrisa.
-Sí, la encontré. Aunque llegó tarde para mucha gente. Demasiada-.
-¿Cuánta?-.
-Alara, tienes que descansar-.
-¿Cuánta?- insistió ella.
-Valeria va a matarme…
-Será peor para mí si no me lo dices. ¿Cuánta?-.
Mathias suspiró.
-Doce millones en toda Kamrea. Sólo son cifras provisionales, claro; nadie ha tenido tiempo de hacer un recuento oficial de bajas-.
-¿Por qué?-.
-¿Cómo dices?-.
-Han pasado más de dos semanas. ¿Por qué no ha habido tiempo aún para un recuento oficial?-.
Mathias volvió a desviar la mirada. Alara sintió un escalofrío.
-Mathias, ¿qué ha ocurrido con la rebelión?- preguntó en voz baja.- ¿Ha fracasado? ¿Ha triunfado?-.
-Ni una cosa ni la otra-.
Los puños de Alara se tensaron bajo las sábanas.
-¿Estamos en guerra civil?-.
Mathias lanzó un suspiro que era a la vez de amargura y de resignación.
-Sí, Alara. Estamos en guerra civil desde el día de la infección. De momento, los herejes llevan las de perder. Gracias a nuestro aviso, conseguimos evitar los peores efectos de los atentados en buena parte de Kamrea y de los otros continentes de Vermix, pero aun así los rebeldes siguen luchando. Controlan casi todo el sur del continente, aunque la mayor parte del norte permanece leal. Los herejes han fracasado en sus objetivos principales; no han conseguido tomar Morloss, ni Gemdall, y aunque tienen rodeada Prelux Magna, la capital resiste al asedio. Lord Crisagon dice que es cuestión de tiempo que rompamos el cerco-.
Alara se llevó una mano a la frente, súbitamente mareada.
-¿Alara?- susurró Mathias, preocupado.- Valeria dijo que no debías saberlo aún, pero insistías tanto…
-No pasa nada- musitó ella.- Te agradezco que me lo hayas contado-.
-Y ahora vamos a cambiar de tema, por favor. Ya tendrás tiempo de conocer los detalles cuando te recuperes. ¿Por qué seguimos con algo más sencillo de contestar?-.
Alara suspiró.
-Muy bien. ¿Qué pasó después de que el edificio se derrumbara?-.
-La hermana Alexia y sus tropas llegaron en un Valkyria casi de inmediato. Atacaron la plaza e hicieron una escabechina con los brujos y los herejes que había allí reunidos-.
-¿Los mataron a todos?- preguntó Alara, esperanzada.
-No. El líder y sus subalternos, que llevaban algún tipo de blindaje de alta calidad, resistieron la primera andanada de tiros y desaparecieron. Al parecer, llevaban consigo un teleportador portátil-.
Un peso semejante al de una losa cayó sobre el corazón de Alara.
-¿Entonces el de la armadura verde sigue vivo? ¿Escapó?-.
Mathias asintió.
-Huyó como un cobarde, abandonando a todos sus aliados. La Guardia, los Arbitradores y las Hermanas los barrieron; no sobrevivió ni uno-.
Alara lo miró con abatimiento.
-Entonces he fallado- dijo, derrotada.
-¡No!- exclamó Mathias.- ¿Cómo se te ocurre? Nos salvaste a todos, Alara. Salvaste la ciudad de Morloss, y probablemente todo el planeta Vermix. Estaban haciendo un ritual para abrir una brecha a la Disformidad. Iban a traer una hueste demoníaca…
-Lo sé- susurró Alara.- Pustus, el Heraldo de Ledeesme… estaba allí. Oí su voz. Se estaba materializando. Querían traerlo de nuevo. A él… y a muchos más-.
Mathias abrió mucho los ojos.
-¿Ese engendro estaba volviendo de nuevo? Pero… claro… ¡tiene sentido! ¿Cuál era el templo que dominaba esta región? ¡Shantuor Ledeesme! Es lógico que quisieran traer a su Guardián de vuelta-.
-Pues no se lo permití- susurró Alara.
-No- dijo él, acariciándole el rostro.- Por supuesto que no se lo permitiste. Salvaste incontables almas aquel día, Alara-.
Ella meneó la cabeza.
-Mathias, no sé lo que pasaría en Prelux Magna, pero al brujo de la armadura verde lo llamaron Libertador. Estoy segura de que no me confundí-.
Él la miró confuso.
-No lo entiendo. No es posible-.
-Yo creo que sí- dijo ella mordiéndose el labio.- Lo he estado pensando y creo que sólo existe una opción-.
-Pues ya me dirás cuál es-.
-Hay más de un Libertador-.
Mathias la miró con los ojos muy abiertos.
-¿Estás segura de lo que dices?-.
Alara asintió con vehemencia.
-Piénsalo. Los Vermisionarios están bajo el influjo de Nurgle; los Saurosicarios, bajo el influjo de Khorne. Era nuestra teoría, y coincide con lo que sabemos de ellos. El Libertador Vermisionario era un brujo de armadura verde que intentaba traer de vuelta a Pustus. El Libertador Saurosicario era un guerrero sanguinario de armadura roja que luchaba como un salvaje. Y eso significa…
-… que tiene que haber un tercero- dedujo Mathias de inmediato. Sus ojos claros se llenaron de preocupación.- Mierda, esto es aún peor de lo que imaginábamos. Si ambos cultos son opuestos, tenían que tener un líder que los uniera a ambos. Nuestra teoría apuntaba a los Deomecanicistas-.
-Tzeench- dijo Alara, sintiendo un escalofrío.- Me juego lo que sea a que existe un tercer monstruo con armadura. El mismo que les está proporcionando toda la arcanotecnología que usan, como esa máquina de cristales que recibían energía y el condenado teleportador portátil-.
-Sólo es una teoría…
-Que encaja con todo lo que sabemos. Y es la única explicación posible de que hubiera dos Libertadores atacando al mismo tiempo en Morloss y en Prelux. Deberías informar a Lord Crisagon-.
-Tienes razón- murmuró él. Se quitó las gafas y se frotó los ojos.- Maldita sea, como si no…
-Aún no he acabado de preguntar- lo interrumpió Alara.
Mathias levantó hacia ella unos ojos cargados de cansancio.
-¿Qué más quieres saber?-.
-¿Octavia está bien? ¿Cuándo apareció? ¿Cómo me encontraron? ¿Y qué pasó con los Frateris Militia, y con los arbitradores que me acompañaban?-.
-Calma, calma. Son muchas preguntas de golpe. Vamos a ver, respondiendo a tu primera pregunta, Octavia se encuentra bien. Me sustituye aquí contigo durante las guardias, aunque la pobre aún no ha tenido la suerte de verte despierta. Ella y sus hombres atacaron casi al mismo tiempo que la Ejecutora Alexia; al parecer, estaban esperando bajo tierra a que el Valkyria llegara. Hubo algunas bajas entre los Frateris, aunque la mayoría sobrevivieron. De hecho, un tal Fenner y un tal Axel han preguntado por ti, aunque no les han dicho nada salvo que seguías con vida. En cuanto a los arbitradores que te acompañaban… no sobrevivieron. Los que no murieron en la batalla lo hicieron cuando se derrumbó el edificio. Lo siento-.
Alara bajó la mirada con pesar, sintiendo una oleada que era a la vez de dolor y orgullo por aquellos hombres valientes que habían entregado la vida luchando a su lado contra el Caos.
-Que el Emperador los haya acogido en su seno- murmuró, haciendo el Signo del Aquila.
-Sin duda- Mathias la imitó.- Fueron honrados como héroes del Imperio. El Archidiácono de Morloss ofició el funeral en persona-.
-¿Y por qué no el mío?- preguntó ella en un susurro.- ¿Cómo sobreviví?-.
Mathias vaciló durante un segundo.
-No lo sé, Alara. No sé si lo sabremos con seguridad alguna vez. Al poco de que las Sororitas barriesen a los herejes, llegó un segundo Valkyria. Venía directamente desde Shantuor Ledeesme-.
Aquello provocó en Alara una sorpresa mayúscula.
-¿Desde Shantuor Ledeesme?-.
-Así es. En él viajaban varios agentes del Ordo Xenos, dirigidos por el Interrogador Kyrion y guiados por Dymas Molocai. Ya sabes, el vidente. La verdad es que Lord Crisagon ya les había pedido que reunieran un grupo de apoyo para venir a ayudarnos con nuestra investigación, pero Dymas apresuró la partida. Presintió que algo malo iba a suceder. En concreto, que iba a sucederte a ti- Mathias la miró- y que necesitarías su ayuda. Aterrizaron directamente en la plaza, detrás de los otros Valkyrias, y fueron a buscar a Octavia, que según me ha contado ella misma estaba frenética porque te había visto atacar a los brujos desde el edificio antes de que se derrumbase. La Ejecutora Alexia y todos los demás te daban por muerta, pero Dymas le dio la razón a Octavia e insistió en buscarte. Por fortuna, para entonces el Adeptus Mechanicus ya había conseguido arrebatar a los herejes el control de la estación de radio donde se habían atrincherado, y desde donde estaban boicoteando las comunicaciones. Al estar restablecidas las señales, el Interrogador Kyrion, pudo contactar con el Mechanicus y pedirles que enviaran de inmediato varios servidores especializados-.
Mathias se detuvo un momento y emitió un largo suspiro tembloroso, como si quisiera refrenar las emociones que estaban aflorando en su interior. Alara escuchaba en silencio, sobrecogida.
-Nadie esperaba encontrarte con vida a esas alturas- continuó él con voz queda.- Ni siquiera Octavia. Cuando llegaron los refuerzos del Mechanicus, que consistían en dos tecnoadeptos y varios servidores se carga equipados con brazos hidráulicos, había pasado más de media hora desde el derrumbe. Pero Dymas dirigió la excavación, indicando a los servidores dónde debían buscar… y al cabo de un rato te encontró. Me d… dddijo que estabas destrozada… que tu cuerpo…
Se interrumpió de nuevo, ahogando un sollozo. Alara lo agarró de la mano con fuerza.
-Estoy contigo- susurró.
-Lo sé- dijo él, devolviéndole el apretón. Sus ojos brillaban tras los cristales de las gafas.- Lo siento. Pero cuando me lo dijeron… Dymas me dijo que tenías la servoarmadura hecha pedazos, que no entendía cómo era posible que aún te funcionara el sistema de soporte vital. Eso fue lo que te salvó; de otro modo, te habrías asfixiado. Y aun así… aun así es un milagro que consiguieran rescatarte con vida, Alara. Caíste desde una altura de siete pisos y estabas sepultada bajo varias toneladas de escombros. Tenías rotos los brazos, las piernas, la mayor parte de las costillas, la cadera, varios huesos de las manos y los pies, incluso habías sufrido una fractura de cráneo. Tenías hemorragias internas y externas; tu cuerpo se estaba desangrando. De hecho, estabas tan mal que al principio te dieron por muerta, pero luego se dieron cuenta de que seguías respirando. Te trasladaron en un helicóptero del Adeptus Medicae hasta el hospital. Octavia te acompañó; no dejó de rezar por ti durante todo el camino. Cuando llegaste estabas al borde de la muerte, y has estado dos semanas en coma. Aún no puedo creer que hayas despertado…
Dos lágrimas cayeron por sus mejillas antes de que pudiese evitarlo. Alara se sintió dividida; deseaba consolarlo, pero el deseo de saber y comprender era más fuerte aún.
-No lo entiendo. Puedo mover las piernas, puedo mover los brazos. Si es verdad que sólo han pasado diecisiete días, no podría no moverme. ¿Cómo es posible que me haya curado tan rápido?-.
Mathias tragó saliva.
-La doctora Ridia hizo un buen trabajo- dijo.- Ella y Valeria estuvieron codo con codo en el quirófano junto al doctor Davin, el jefe de neurología. Consiguieron estabilizarte, detener las hemorragias y colocar tus huesos de nuevo en el sitio. La operación duró muchas horas-.
-Eso explica cómo sobreviví, no que me haya curado tan rápido-.
-Déjame terminar; eso no es todo. En primer lugar, conseguí que te administraran varias dosis de mi suero regenerador. Ha funcionado muy bien; de hecho, el Adeptus Medicae está interesado en hacer más pruebas para estandarizarlo en la medicina militar. Creen que podrían salvarse al año…
-Mathias… -la voz de Alara era algo más que una advertencia.
-Está bien- dijo él de mala gana.- Cuando se enteró de lo que te había sucedido, Lord Crisagon envió a su biomante personal desde Prelux Magna para atenderte-.
A Alara se le pusieron los pelos de punta.
-¿Un biomante me tocó? ¿A ?-.
-Las sesiones fueron pocas- se apresuró a explicar Mathias.- Y estuvieron supervisadas. Por Octavia y por Valeria en persona, y… bueno, y todos nos aseguramos de que no interfirieran lo más mínimo con la pureza de tu alma. En ese sentido estás intacta, puedo jurártelo. Y en cuanto a tu cuerpo… qué quieres que te diga. Incluso con mi suero regenerador, sin ayuda de la biomancia hubieras necesitado seis meses para regresar al servicio activo, y probablemente lo habrías hecho con secuelas. El doctor Davin dice que habías sufrido daños neurológicos; podrías haber perdido el habla, o la movilidad, o alguno de tus sentidos, o haber sufrido pérdidas de memoria a corto o largo plazo. En cambio, tu cerebro está ileso, y los huesos de tu cuerpo ya se han soldado. Necesitarás rehabilitación, pero en poco tiempo te habrás recuperado. Más que enfadarte, creo que deberías darle las gracias-.
“Tiene razón”, admitió para sí Alara con fastidio. Por mucho que la incomodara reconocerlo, tres de los psíquicos que ella y sus Hermanas tanto despreciaban eran los que la habían salvado. Ese biomante del que no conocía el nombre había sanado su cuerpo, Dymas Molocai la había encontrado, y en cuanto a Baltazhar Astellas…
-¿Y Baltazhar?- exclamó, con el corazón dándole un vuelco.
Mathias pareció desconcertado ante el repentino cambio de tema.
-¿Qué dices?-.
-Baltazhar Astellas. El mentalista del Ordo Hereticus. Combatió conmigo contra los brujos que iban a abrir la puerta al infierno. Sin él, no habríamos logrado detenerlos. ¿Está vivo? ¿Está a salvo?-.
-Está vivo- respondió Mathias, pero su expresión no era muy halagüeña.- Lo de a salvo… podríamos decir que fue gravemente herido, aunque no en lo físico. Y todavía no se ha recuperado-.
-¿Por qué?- preguntó Alara, preocupada. La suerte de aquel psíquico la angustiaba como jamás habría creído posible; aunque fuese absurdo, de algún modo era como si hubiese llegado a apreciarlo.- ¿Qué le hicieron? ¿Qué le ha pasado?-.
-Uno de los telépatas lo atacó. Atrapó su mente, y lo sometió a la peor de las torturas posibles. Le obligó a contemplar lo que había al Otro Lado-.
Alara sintió que se le revolvía el estómago de asco y horror.
-¿Quieres decir que le mostró la… la Disformidad?-.
Mathias asintió.
-Le hizo contemplar en su propia mente un esbozo del reino demoníaco donde moraban los amos a quienes servían. El lugar donde aguardaban Pustus y sus amigos. Su hogar-.
Alara se cubrió la boca con las manos.
-Por la misericordia del Emperador… se habrá vuelto loco…
-No, no enloqueció. Su mente es más fuerte de lo que podrías imaginar. Consiguió desasirse del telépata y huyó de regreso a su cuerpo. Pero aún le quedan secuelas de la experiencia-.
-¿Qué… qué secuelas?-.
-Se ha quedado ciego. Lo que vio fue tan horrible, que por algún mecanismo psicosomático sus ojos se niegan a funcionar. Físicamente no le pasa nada, pero tardará mucho tiempo en volver al servicio activo, si es que alguna vez lo puede lograr. En cierto modo es aún peor que si hubiera recibido daño físico, porque eso con implantes biónicos lo podrían solucionar. Pero estando así…
Alara bajó la mirada, sintiendo un hondo pesar. Mathias le retiró el cabello de la frente.
-Ya han sido suficientes preguntas por ahora- dijo.- ¿Por qué no intentas dormir un poco? Valeria dice que tienes que descansar-.
Alara quiso protestar, pero lo cierto es que se sentía muy cansada. Aquella avalancha de información la había dejado mentalmente agotada. Miró a Mathias con los ojos entrecerrados y apoyó la cabeza en la almohada.
-No te vayas- susurró.
-Nunca- dijo él, tomándola de la mano.- Estaré junto a ti cuando despiertes-.
Alara cerró los ojos, sintiendo el cerebro como una masa espesa y gelatinosa que apenas la dejaba pensar. Tenía mucho sueño. Pensó en el Emperador.
“Si no he muerto, es que aún debe querer algo de mí”.
Aquel fue su último pensamiento antes de quedarse dormida.



Tal vez la guerra siguiera librándose en el exterior, pero en el hospital reinaba la calma. A lo largo de los siguientes días Alara se vio sometida a más exámenes y pruebas, fue recibiendo más información y le llegaron nuevos detalles de la que ya conocía.
Octavia se reunió con ella al día siguiente. Llegó acompañando a Valeria, corrió hasta ella y la abrazó con lágrimas de alegría en los ojos, dando gracias al Emperador.
-¡Estaba tan preocupada!- sollozó, rodeándola con sus brazos.- ¡Valeria y yo hemos rezado todos los días por ti! Y también la Ejecutoria Alexia, y la Ejecutoria Tharasia, y todas nuestras hermanas en Prelux-.
-¿Te refieres a la Hermana Superiora Marcia?- preguntó Alara, impresionada.
-¡Y a la Palatina Sabina, y al mismísimo Obispo Theocratos! Todos los fieles de Vermix rezaban por ti, Alara. Todos rogábamos porque despertaras-.
Alara la miró desconcertada.
-¿Todos… los fieles… de Vermix?-.
Valeria la fulminó con la mirada.
-¿Tú también, Octavilla? ¿Qué parte de “revelarle la información poco a poco” es la que no habéis entendido?-.
-No nos sobra el tiempo, Valeria- repuso Octavia, mirando con seriedad a su amiga.- Y por lo que tengo entendido, el doctor Mathias Trandor, aquí presente, le contó ayer con bastante detalle la mayor parte de lo que ha sucedido en las últimas dos semanas. Si pudo escucharlo sin que le diera un síncope, tanta precaución está de más. Alara es más fuerte aún de lo que parece-.
-¿Cómo es posible que todo el mundo en Vermix haya estado rezando por mí?- insistió Alara, impaciente.
Mathias lanzo un suspiro.
-En realidad se trata de un caso… podríamos decir… de propaganda-.
-¿Propaganda?-.
Alara cada vez estaba más confundida, pero tenía un presentimiento. Y lo que comenzaba a presentir no le gustaba. Parecía demasiado abrumador. Intentó incorporarse, y un doloroso calambre le recorrió los miembros.
-Ah, no- dijo Valeria, enfadada, inclinándose hacia ella.- De eso nada. Quieta ahí donde estás, Alara Farlane. Yo me voy a encargar de tus sesiones de rehabilitación, y hasta que no comencemos no quiero que te muevas para nada. Un solo meneo más, y les prohíbo que te cuenten nada-.
-Vale, vale- Alara alzó la mirada con resignación.- Me quedaré quietecita aquí sentada. ¿Qué es lo que está pasando?-.
-Como ya te he dicho, es un simple caso de propaganda- le respondió Mathias.- Los herejes aclaman al Libertador… ese que en realidad son tres Libertadores- puntualizó con una mueca de fastidio.- Gritan su nombre en el combate, para ellos simboliza la victoria. El efecto de los atentados y las infecciones fue devastador para los ciudadanos leales; no sólo por las bajas, sino por el puñetazo que supuso para la moral de civiles y tropas. Compañías enteras de la Milicia Planetaria se unieron a la rebelión y se pasaron al bando de los herejes, desertando de nuestras filas. Muchas de ellas atacaron a las unidades de la Guardia Imperial a las que se suponía que debían apoyar. Nuestras tropas resistieron el primer envite, pero los altos mandos del Astra Militarum y el Adeptus Administratum, con el Gobernador Wargram a la cabeza, decidieron que hacía falta una inyección de moral. Y la Eclesiarquía sugirió la idea. Esa inyección de moral ibas a ser tú-.
Alara abrió la boca y la volvió a cerrar, demasiado sorprendida para decir nada.
-¿Yo?- balbuceó finalmente.- Pero… pero… ¿por qué?-
Mathias puso los ojos en blanco.
-¿Y tú lo preguntas? Una cosa es la modestia de las Sororitas, pero esto es pasarse de la raya…
-Muchos testigos te vieron atacar el Cónclave de los Brujos- lo interrumpió Octavia, hablando con suavidad.- Contemplaron cómo lo arriesgaste todo por proteger a los civiles, por detener el ritual e impedir que culminara. Vieron cómo los blasfemos caían uno a uno bajo el fuego de tu sagrado bólter, y vieron cómo te mantenías impávida en aquel balcón para atraer su atención hacia ti y permitir que nosotras cayésemos sobre ellos por la espalda. Te vieron luchar como una heroína y ofrecer tu vida como una mártir. Y cuando corrió el rumor de que el derrumbe no te había matado, que seguías viva, algunos predicadores comenzaron a esparcir rumores entre el populacho-.
Alara tragó saliva.
-¿Qué… qué tipo de rumores?-.
Octavia suspiró.
-¿Por dónde quieres que empiece?-.
Mientras sus amigos se lo contaban, Alara escuchaba con una mezcla de conmoción e incredulidad. Al parecer, aquello había sido como una bola de nieve. Alguien dijo una verdad, y miles de voces se encargaron de magnificarla. Una Hermana de Batalla, a quien llamaban la Demonicida porque había matado a cien demonios, había salvado Morloss de la destrucción. La Demonicida había reunido una hueste de ciudadanos fanáticos, y tras inflamar sus corazones de fe, los había dirigido para matar a cientos de terroristas. La Demonicida había sembrado el terror entre los brujos heréticos y éstos habían caído fulminados sin poder soportar la pureza de su devoción. La Demonicida portaba una espada de fuego y había desafiado al Libertador a combate singular, haciéndolo huir acobardado. La Demonicida había muerto en el derrumbe de un edificio, pero el Emperador la había traído de vuelta a la vida, igual que a Santa Celestine. La Demonicida era una Santa en Vida.
-¡Basta!- exclamó Alara, al oír el último de los rumores.- ¡Basta, basta! Esto… esto es una locura. ¡Yo no soy ninguna Santa en Vida!-.
Esperaba que Mathias y sus amigas se rieran. Ninguno de los tres dijo nada.
-¡Oh, por favor! ¡Miradme! ¿Tengo alas? ¿Estoy envuelta en una nube de luz? ¿Voy… envuelta en un halo celestial soltando palomas blancas? ¡No hice nada fuera de lo común, por el Trono! ¡No para una Adepta Sororitas! ¡Cualquier Hermana habría hecho exactamente lo mismo de haber estado en mi lugar!-.
-Es cierto- dijo Octavia en voz baja.- Pero fuiste tú quien lo hizo. Tú estabas allí. Y, por lo tanto, es a ti a quien han elegido como símbolo. Por tu seguridad, las autoridades no han revelado tu nombre ni tu ubicación, y tampoco han hecho pública tu cara. Pero todas las tropas leales que se lanzan a la batalla lo hacen gritando el nombre de la Demonicida junto al del Emperador-.
Alara miró a su amiga, que la observaba con gravedad. A Valeria, que fruncía el ceño de un modo casi imperceptible. A Mathias, que evitaba deliberadamente su mirada. Y supo, con una certeza rayana en la intuición, que allí había algo más que no le contaban.
Entonces, algo de lo que había dicho Octavia encendió una alarma en su interior.
-¿No han hecho público mi nombre… por mi seguridad?- preguntó.- ¿Por qué? ¿Quién la amenaza?-.
-Estamos en guerra… -comenzó a decir la Dialogante, pero Alara levantó la mano para acallarla.
-Aunque tenga la desdicha de tenérselo que agradecer a un biomante, la caída que sufrí no me ha dejado atontada. Ya sé que estamos en guerra. Entiendo lo de mi ubicación, para no hacer de esta ciudad ni del hospital un objetivo de los bombardeos enemigos. Pero, ¿mi nombre? ¿Mi cara? ¿Qué más está pasando para que sea imprescindible mantenerlos en secreto? ¿No soy la Demonicida, no soy un símbolo de esperanza? ¿Por qué van a esconderme en lugar de mostrar todo lo posible a las masas?-.
Valeria miró a Octavia con exasperación.
-Ya lo has conseguido. Estás contenta, ¿verdad?-.
Alara frunció el ceño.
-Por el Trono, no soy tan débil. ¿Tengo cara de ir a desmayarme? Decidme qué pasa-.
Tras intercambiar una breve mirada con la Hospitalaria, Mathias se giró hacia ella. La preocupación teñía de gravedad los rasgos de su cara.
-Es el Libertador. Los herejes han esparcido el rumor de que ha puesto precio a tu cabeza-.
Alara lanzó un bufido de desdén.
-Como si hiciera falta. Cualquier soldado enemigo querría matarme. ¿Acaso no arruiné el ritual?-.
-Pero nadie conoce tu paradero. Los herejes saben que estás viva, pero deben suponer que sigues hospitalizada, por la gravedad de tus heridas y porque todavía no has vuelto al campo de batalla. Quieren que cualquiera se sienta tentado de buscarte y matarte o llevarte hasta ellos para cobrar la recompensa. Por eso las autoridades te mantienen oculta, estás ingresada en este hospital bajo un nombre falso, y te encuentras en una planta aislada y custodiada por los Adeptus Arbites día y noche-.
-¿Y cuál es la recompensa?- preguntó la joven.- ¿Qué podría motivar a alguien a correr el riesgo de buscarme, sabiendo lo que le harán si lo atrapan? ¿Diez mil tronos? ¿Cien mil?-.
Mathias negó con la cabeza. La preocupación que reflejaba su rostro se acrecentó.
-No se trata de dinero. Al parecer, la recompensa que el Libertador ofrece a cambio de ti es la vida eterna. Ha jurado que a quien le entregue a la Demonicida, viva o muerta, lo recompensará con la inmortalidad-.