A.D .844M40. Morloss Sacra (Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.
Mathias trabaja inmerso en una actividad febril, que no deja sitio para
nada más. Aunque exteriormente está casi inmóvil, sentado frente a una mesa
repleta de probetas mientras mira a través de un microscopio, su mente funciona
a toda velocidad. Gracias al Emperador, cuenta con las muestras de sangre de
los terroristas que le ha enviado Alara -la única señal que ha tenido de ella-
y con el material de laboratorio más avanzado del que dispone el Adeptus
Medicae del Hospital General de Santa Sybila de Morloss. Por supuesto,
mencionar las palabras “Inquisición Imperial” facilita mucho las cosas.
La habitación no cuenta con ventanas y está aislada del resto del hospital,
en una zona de contención para cepas infecciosas. Mathias usa equipo de
aislamiento biológico de Nivel 5, pero los guantes estás diseñados para no
estorbar los movimientos de los dedos. Ajusta un poco más el microscopio,
consulta su tabla de datos, y dicta unas notas que la holopluma redacta de
inmediato.
“Muy bien” piensa. “Creo que ya lo tengo”.
Su plan consiste en aislar el virus y someter las muestras a distintas
concentraciones de la vacuna. El equilibrio que debe conseguir es delicado:
debe lograr una cepa lo bastante activa como para hacer reaccionar los
anticuerpos del organismo pero lo bastante débil para impedir la infección. Y
tiene que conseguirlo cuanto antes, porque la evolución de los infectados está
empezando a ser preocupante.
Muy preocupante.
Mathias trabaja en completa soledad. Hace varias horas, una explosión
descomunal ha hecho temblar las paredes; por un momento ha temido que los
terroristas estuvieran intentando bombardear el hospital. Sin embargo, el
temblor no se ha repetido. Sea lo que sea, no se ha tratado de un ataque al
hospital.
Por un instante, en su mente aparece el rostro de Alara. Aprieta los
dientes y se esfuerza por alejar esa imagen; tiene que concentrarse al máximo
en encontrar la cura para el virus que los terroristas han extendido por
doquier. La vida de incontables inocentes depende de ello. Además, Alara sabe
cuidar de sí misma, está seguro de ello. No ha dado señales de vida desde que
se separaron, pero entre las interferencias que tanto dificultan las
comunicaciones y lo ocupada que debe estar exterminado rebeldes, es normal que
no sepa todavía nada de ella. O al menos, eso se dice a sí mismo mientras se
fuerza a seguir trabajando.
Continúa trabajando absorto hasta que sus tripas le advierten con un rugido
de que lleva casi todo el día sin comer. El hambre le hace levantar la mirada
hacia el crono de pared, y la sorpresa lo invade al darse cuenta de que ya es
noche cerrada; hace mucho que pasó la hora de cenar. Al instante, una sombra de
inquietud lo invade de nuevo. ¿Alara no debería haber regresado ya? ¿No tendría
que haber dado señales de vida?
Mathias se dispone a levantarse para ir a tomar un bocado y buscar a
Valeria, pero apenas ha movido la silla cuando llaman a la puerta.
-Mathias, soy yo- dice la voz de la Hospitalaria.
-En seguida salgo- responde él. Acude a la sala contigua para quitarse la
máscara, la bata y los guantes, se lava las manos con el compuesto
desinfectante que han dejado a su disposición, y acto seguido sale al pasillo.
El hambre que ruge en su estómago se desvanece de inmediato al contemplar
la expresión del rostro de Valeria. La Hospitalaria tiene el rostro pálido y
consumido, como si llevase varias horas sufriendo una tensión extrema. Una fría
cuchillada de miedo lacera el corazón de Mathias.
-Valeria, ¿qué ha pasado?- al instante, un terrible presentimiento se abre
paso en su mente.- ¿Dónde está Alara?-.
Ella traga saliva. El miedo de Mathias se convierte en terror.
-¿Sabes algo de ella? ¿Se encuentra bien?-.
Valeria lo mira contrita; da la impresión de que no sabe muy bien qué decir.
Mathias la agarra de los brazos.
-Por amor del Emperador, Valeria, ¿está viva? ¿Está viva?-.
-Clínicamente sí- responde la Hospitalaria finalmente.- De momento-.
-¿Clínicamente?- balbucea Mathias.- ¿De… momento?-.
El rostro de Valeria está sereno, pero en sus ojos comienzan a brillar las
lágrimas.
-Llegó hace más de diez horas. Lo siento, debí mandar que te avisaran, pero
la trajeron de repente y no hubo tiempo para nada; tuvimos que meterla en el
quirófano de inmediato. No sé cómo, pero… estaba dentro de un edificio de
quince plantas cuando se derrumbó. Tuvieron que enviar servidores del
Mechanicus para sacarla de entre los escombros. El sistema de soporte vital de
la servoarmadura consiguió mantenerla con vida, pero… no voy a engañarte. Está
muy mal-.
Mathias siente que se marea. Todos los problemas que lo acuciaban se
desvanecen a su alrededor.
-¿Cómo de mal?-.
-En coma. Tiene el cráneo roto, fracturas múltiples por todo el cuerpo.
También tenía hemorragias y lesiones internas muy graves. Los Adeptus Medicae
que la trajeron pensaban que no llegaría viva al hospital-.
La conmoción es tan grande que a Mathias le cuesta reaccionar.
“Esto no puede estar pasando”, repite una y otra vez su cerebro. “No puede
ser real”.
-¿Dónde está?- acierta a preguntar.- Quiero verla-.
-Ven conmigo.
Mathias se siente inmerso en una sensación de irrealidad mientras bajan a
la tercera planta, como si estuviera sufriendo una terrible pesadilla. Valeria
le tiende una bata, un gorro y una mascarilla antes de permitirle entrar en el
ala de cuidados intensivos. Allí, en una habitación acristalada al fondo del
pasillo, Mathias contempla una camilla en la que hay tendida una persona. Le
cuesta varios segundos reconocerla, y cuando lo hace, el impacto es tan brutal
que lo deja vacío por dentro. Porque no puede ser ella. Alara no puede ser ese
cuerpo inmóvil de piel blanca como el alabastro, vendado y entablillado de la
cabeza a los pies, erizado de tubos y cables por todas partes. No puede ser ese
ser pálido e indefenso rodeado de máquinas de soporte vital, con media cara
oculta por la mascarilla de un respirador.
Tiene que hacer un esfuerzo para que no le tiemble la voz. Teme hacer la
siguiente pregunta, lo teme más que nada, pero tiene que hacerla.
-¿Va a despertar?-.
Un silencio eterno trascurre antes de que Valeria conteste con un hilo de
voz.
-No lo sé. Aún no sabemos el alcance del daño neurológico que ha sufrido, o
si su cuerpo aguantará. Por ahora, la prioridad es mantenerla estable-.
Algo se cierra en la garganta y en el corazón de Mathias. La incredulidad
apenas le deja reaccionar, el golpe está siendo demasiado repentino, demasiado
brutal. Se alegra de que Valeria no le pida que se marchen, porque no sabría
hacerlo. De hecho, ahora mismo ni siquiera recuerda cómo caminar. Está inmóvil
como si hubiera echado raíces, como si ya no supiera moverse de nuevo.
-Mathias…
La voz de Valeria le llega desde muy lejos. Mathias le dirige una mirada
perdida, casi ausente. Entonces, la Hospitalaria rebusca en los bolsillos de la
bata de hospital que lleva puesta y saca un objeto. Un vocófono portátil algo
abollado.
-Toma- dice, tendiéndoselo a Mathias.- Alara se lo dio a Octavia y le pidió
que te lo entregara si le sucedía algo-.
Pone el vocófono en manos de Mathias, que lo acepta sin decir palabra. Una
lágrima rueda por la mejilla de Valeria.
-Te dejaré un momento a solas- dice.- Estaré fuera esperándote-.
Cuando los pasos se alejan, Mathias contempla el aparato que tiene en las
manos. Con dedos temblorosos, aprieta los botones hasta que encuentra un único
archivo de sonido grabado. Cuando lo activa, la voz de Alara, como si fuera el
eco de un fantasma, resuena en el pasillo vacío. Parece tensa, como si
estuviera aprovechando un fugaz momento de calma en medio de un enfrentamiento.
“Mi querido Mathias, si estás escuchando esto, es que no he sobrevivido a
la batalla por Morloss. En realidad, he decidido dejarte este mensaje porque dadas
mis actuales circunstancias creo que tengo muy pocas posibilidades de
sobrevivir a lo que se avecina.
Lo siento mucho.
Te he mandado a un grupo de arbitradores en una patrullera con varios
prisioneros terroristas. Por si tuvieran alguna contingencia durante el viaje y
no hubieran llegado a su destino, te comunico que es fundamental capturar a
algún terrorista vivo, a cualquier precio, porque son inmunes a la infección
gracias a que les han inoculado algún tipo de vacuna. En su sangre llevan la
cura, o al menos los anticuerpos capaces de combatir la enfermedad. Tienes que
encontrarla, Mathias. Tienes que salvar a la gente.
En estos momentos me encuentro cerca de la avenida General Leopold Kareman
de la isla Zarasakis, después de acabar con varios comandos que estaban
infectando a cientos de civiles. Acaban de volar los puentes, para que nadie
pueda salir de la isla. Tengo la fundada sospecha de que hay brujos blasfemos
al final de la avenida y que se disponen a realizar algún tipo de ritual impío.
Algo de lo que quieren asegurarse que nadie pueda escapar. Ahora mismo voy a
dirigirme hacia allá con toda la premura posible, acompañada por cuatro
escuadras de arbitradores y dos escuadras mermadas de Frateris Militia que han
decidido unirse a Octavia y a mí. Espero poder detener a los brujos. Tengo que
salvar esta ciudad. No puedo dejar que los planes de los herejes tengan éxito.
Pero no sé si seré capaz de contener yo sola a los brujos y vivir para
contarlo”
En ese instante, la voz de Alara pierde algo de su entereza, invadida por
un leve temblor.
“Ignoro si he conseguido o no mi objetivo antes de caer, pero sea como sea,
no lamento el precio que he tenido que pagar. Es para mí un orgullo y un honor
convertirme en mártir del Imperio. Es lo que Su Divina Majestad espera de mí.
Lo único… lo único que en verdad lamento es que nos tengamos que volver a
separar, y que estés sufriendo por mí. Aun así, doy gracias al Emperador por
haberme permitido cumplir mi mayor anhelo antes de morir: volver a
encontrarte”.
Alara se detiene unos instantes, como si estuviera tragando saliva o
tomando aliento. Al cabo de un par de segundos, su voz se reanuda. Ya no
tiembla; más bien parece llena de una serenidad fatalista. Pero al mismo tiempo
tiene un deje de emoción que permite dilucidar que la que habla ya no es la
Hermana de Batalla, sino simplemente Alara Farlane.
“Quiero que sepas que no he dejado de pensar en ti hasta el último momento,
y que mi último aliento llevaba tu nombre en mis labios. Que esto no es el
final, y que volveremos a encontrarnos, aunque ahora te parezca imposible.
Igual que hicimos la última vez.
Te amo. Esté donde esté, sea lo que sea lo que me haya sucedido, eso no ha
cambiado. No cambiará jamás. Ten fe; el Emperador ya nos reunió una vez, y nos
reunirá de nuevo. Nunca dejes que tu fervor vacile, porque será el camino que
te lleve a mí de nuevo.
Te quiero, Mathias. Te quiero con todo mi corazón, para siempre.
Fin de la transmisión”.
La voz de Alara se desvanece cuando la grabación se detiene. Mathias agarra
el vocófono con tanta fuerza que se le ponen los nudillos blancos. Y entonces,
al fin, una oleada de emoción barre como un maremoto el muro de hielo que la
conmoción había levantado en su interior, y los sentimientos se desbordan de su
corazón. La desesperación lo hace golpear con los puños el cristal, como si de
esa forma pudiera despertar a la figura inconsciente que se encuentra al otro
lado. Un grito desconsolado, a la vez un lamento y un gemido, brota de su
garganta.
-¡ALARAAA!-.
La voz de Mathias se quiebra transformándose en un sollozo desconsolado.
Cae de rodillas, cubriéndose la cara con las manos, y rompe a llorar como no
había llorado desde el día en que perdió a su familia en Galvan.
A.D .844M40. Morloss (Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.
“¿Es esto la
muerte?”.
Alara nunca se lo
había imaginado así. En realidad, no se había imaginado nada en absoluto. La
muerte no es algo que preocupe a una hermana del Adepta Sororitas. En su
profunda creencia de que cuando mueran gozarán de la dicha eterna bajo la
protección de Dios Emperador, empeñan todos sus esfuerzos en vivir de la forma
más pura, justa y devota posible. La muerte es algo que sucederá de manera
inevitable, algo de no depende de ellas, sino de los designios de su Padre
Celestial. Ellas sólo deben preocuparse de que dicha muerte sirva al bien del
Imperio, que sea lo más digna y heroica posible. No les inquieta qué haya más
allá. El Emperador protege.
“Oscuridad”.
Alara no sabe
dónde está, no siente, apenas piensa. Sólo sabe que está envuelta en un manto
de tinieblas. Y que al fondo, a lo lejos, se vislumbra una luz. Cada vez está
más cerca. ¿O es ella la que se aproxima?
Alara, ven a mí…
Una voz masculina
la llama. Es dulce, benevolente, y está llena de amor. Alara se estremece.
¿Acaso está escuchando la voz del mismísimo Dios Emperador?
La luz se acerca
cada vez más. Es brillante, reluciente. Una llamada a la paz y al bienestar, a
la dicha y a la gloria. Alara anhela acercarse a la luz, rendirse a ella. Sólo
una sombra oscurece su ánimo: en el fondo más recóndito de su mente, sabe que está
dejando a Mathias atrás. Pero no importa, la separación sólo será temporal.
Tarde o temprano, él se reunirá con ella y compartirán juntos la dicha eterna.
Alara, ven conmigo…
No hay duda. Tiene
que ser él. El Divino Emperador. Poco a poco, la luz se aproxima, y al otro
lado comienza a distinguir una vaga silueta. ¿Es Él, por fin? ¿Va a tener la
infinita dicha de contemplar por fin su rostro? La luz brilla y Alara flota
hacia ella, ansiosa. Esperanzada.
Alara, despierta…
“¿Despertar?”.
Por un momento, se
siente confusa. ¿Cómo va a despertar, si tiene los ojos abiertos? Su alma se
abre henchida de amor para abrazar la luz y la silueta que le aguarda tras el
deslumbrante resplandor. Tiene que alcanzar la luz. En ella estarán todas las
respuestas.
Despierta…
Entonces, algo
extraño sucede. La luz pierde intensidad, recortándose en torno a la silueta,
que se vuelve más nítida. Se trata de un hombre, inclinado sobre ella. Pero no
parece el Emperador. Todos los grabados lo representan como un hombre inmenso,
más fuerte y alto incluso que los Astartes, de facciones tan bellas como
severas, el largo cabello negro flotando al viento y una corona de laurel
dorado ciñéndole las sienes. La silueta masculina que aparece frente a Alara es
demasiado pequeña. Tiene el cabello corto y ondulado. Y no es negro, sino de
color arena. A decir verdad, se parece mucho a…
-¡Alara! Alara,
¿puedes oírme? ¡Despierta!-.
“¡Mathias!”.
Alara parpadeó
sumida en la confusión, con la mente aún entre el sueño y la vigilia.
Finalmente, consiguió enfocar la mirada lo suficiente para confirmar su primera
impresión: el hombre que estaba frente a ella era Mathias. Y la luz que
recortaba su silueta no es era el más allá, sino una lámpara cuya luz blanca se
derramaba desde el techo. Todo era blanco en aquel lugar: las paredes, el
techo, la ropa de Mathias…
De sus labios
emergió un susurro ronco y ahogado. “¿Qué ha pasado?” intentó preguntar, pero
las palabras costaban de salir, como si no hubiese utilizado la garganta en
mucho tiempo. La mano suave y cálida de Mathias Trandor se cerró en torno a la
suya.
-Alara, mi amor,
¿me oyes?-.
Ella asintió
levemente con la cabeza. Mathias la miró con una mezcla de incredulidad,
alegría y emoción. En sus ojos brillaban las lágrimas.
-Gracias al Trono-
susurró.- El Emperador te ha devuelto a mí. Temía que no despertaras nunca. ¿Me
reconoces? ¿Sabes quién soy?-.
Claro que lo
sabía. En aquellos momentos, era lo único que Alara sabía con certeza.
-Mathias- susurró.
Él le apretó la
mano y se la llevó a los labios.
-Sí - dijo con voz
ahogada.- Soy yo-.
Alara volvió a
parpadear. Sentía el cuerpo extrañamente pesado y torpe, como si estuviera
sepultado bajo una avalancha de rocas. Una avalancha… aquel pensamiento trajo
consigo una confusa imagen: la de un millar de piedras y cascotes que caían,
caían, caían…
No recordaba nada
más. Se sentía extrañamente somnolienta. Su mirada se desenfocaba. Mathias se levantó
de un salto y corrió hacia la puerta.
-¡Valeria!-
exclamó.- ¡Ha despertado! ¡Valeria!-.
Pasos apresurados
resonaron en el exterior. Pocos segundos después, la Hospitalaria apareció por
la puerta. Alara volvió a parpadear.
“¡Valeria!”, trató
de decir, pero su boca pronunció un sonido extraño.
-Vaeiaaa…
-Es la medicación-
dijo Valeria girándose hacia Mathias, que las miraba con preocupación.- Se va a
poner bien. Ve a buscar a Lyrk Davin, rápido. Yo me encargo de ella-.
Las siguientes
horas fueron muy confusas para Alara. Al menos, le pareció que fueron horas;
algo tan relativo como el tiempo se había vuelto muy elástico. Al poco de irse
Mathias, llegó un hombre alto y ancho de huesos con el pelo rapado a lo militar
y sendos implantes biónicos en las sienes, que se presentó como el doctor Davin.
Entre él y Valeria la deslumbraron con la hiriente luz de una pequeña linterna,
la obligaron a cumplir órdenes absurdas (“sigue mis dedos con la mirada”,
“levanta la mano izquierda y tócate la nariz”) y le hicieron preguntas extrañas
(“¿cuál es tu apellido?” “¿cómo se llama la Santa Fundadora de tu Orden?”, “¿en
qué planeta naciste?”). Finalmente, después de someterla a varias pruebas
incómodas que involucraron gomas, cables y algún que otro pinchazo, la dejaron
descansar. Los ojos de Alara se cerraron mientras oía hablar a Valeria y al tal
Davin en una jerga incomprensible acerca de retirarle tal medicación y pautarle
tal otra. Sabía que tenía que recordar por qué estaba allí y cómo había
llegado, pero aún ni podía hacerlo. Estaba demasiado cansada. Antes de que las
voces se desvanecieran, se durmió.
Volvió a despertar
un número indeterminado de horas después, con la mente un poco más clara. Al
abrir los ojos, descubrió que Mathias estaba junto a ella otra vez, leyendo
algo en una placa de datos. Abrió los labios resecos y habló con voz ahogada.
En aquella ocasión, las palabras sí le salieron.
-Agua… dame agua…
Mathias levantó la
vista de golpe y dejó la placa de datos a un lado con rapidez.
-Sí, claro- oteó
unos instantes a su alrededor, antes de encontrar lo que buscaba. Cogió un vaso
de plástico duro y le acercó a los labios la pajita que sobresalía por el
borde.- Bebe, anda-.
Alara bebió,
primero con cuidado y luego con avidez. Tenía la boca como papel secante. Le
daba la sensación de que habían pasado días desde que sus labios hubieran
rozado una gota de agua.
Entonces, se le
ocurrió que tal vez aquello significaba que de verdad habían pasado días desde
la última vez que bebiera agua. Le dio un vuelco el corazón, y la pequeña
descarga de adrenalina hizo que los recuerdos volviesen poco a poco a su
memoria: una batalla en el mar. Ella y Octavia desembarcando en la costa. Gente
que moría, gente que escapaba. Combate, disparos. Un viaje a través de una
apestosa e inmunda oscuridad. Astellas, los Arbites, la plaza…
“El Libertador”.
Abrió mucho los
ojos y trató de incorporarse. No lo consiguió.
-¿Dónde estoy?-farfullo.
-En el Hospital
General de Santa Sybila, en Morloss Sacra. ¿Quieres beber un poco más?-.
Ella tomó otro par
de sorbos.
-¿Cuánto… tiempo?-
preguntó.
-¿Cómo dices?-
preguntó Mathias, confuso.
Alara apartó la
cabeza a un lado para rechazar la pajita. Ahora que volvía a tener la boca
húmeda, también podía hablar con más claridad.
-¿Cuánto… llevo
aquí?-.
Mathias la miró
con una mezcla de compasión y cautela, como calibrando el modo en que ella se
tomaría la respuesta a aquella pregunta.
-Algunos días-.
Alara vislumbró en
sus ojos algo que no le gustó.
-¿Cuántos?-
graznó, insistente.- ¿Cuántos?-.
-Dos semanas-.
Alara se quedó sin
respiración durante un instante. Una descarga de adrenalina recorrió sus venas
lo suficiente para hacerla incorporarse.
-¿¿Dos semanas??-.
-¡No te levantes!-
le exigió Mathias, poniéndole una mano al pecho para retenerla.- ¡Aún estás
débil!-.
El corazón de
Alara palpitaba enloquecido en su pecho. Una de las máquinas a las que estaba
conectada empezó a pitar. Mathias se levantó de un salto y corrió hacia la
puerta.
-¡Valeria!
¡Valeria!-.
Como si fuera una
repetición onírica de su despertar anterior, Valeria entró en seguida en la
habitación, vestida con su uniforme de Hospitalaria.
-¿Qué le pasa?-.
-Le he dicho que
lleva en el hospital dos semanas. Se ha alterado mucho-.
Valeria se acercó
rápidamente a ella.
-Alara,
tranquilízate. Estás a salvo. Te vas a poner bien…
Alara, angustiada,
la cogió de la mano.
-¡El Libertador!-
dijo con voz ahogada.
Tanto su amiga
como Mathias, que aguardaba en segundo plano, la miraron con incomprensión.
-¿Qué dices?-
preguntó Valeria, desconcertada.
-El Libertador-
insistió Alara, apremiante.- ¿Llegaron a tiempo? ¿Alexia? ¿Octavia? ¿Lo
mataron? ¿Está muerto?-.
Mathias la miró
extrañado.
-¿El Libertador?
¿De qué estás hablando?-.
-Está muy
alterada- dijo Valeria, frunciendo el ceño con preocupación.- El pulso se le
está acelerando. Es no es bueno…
-¡Escúchame!- la
interrumpió Alara.- El Libertador estaba allí. ¡Él me mató!- se corrigió de
inmediato al darse cuenta de lo que había dicho.- Lo… lo intentó. Derribó el
edificio. Caí…
-Alara, por favor,
intenta tranquilizarte- insistió Valeria.- Estás confundida. Es normal, no te
preocupes. Voy a ponerte un sedante…
Alara lanzó un
gemido de impotencia.
-¡Estaba allí!-
insistió.- ¡ Le vi!-.
-Alara, Valeria
tiene razón- intervino Mathias, hablando con suavidad.- Es imposible que vieras
al Libertador en Morloss. Estaba en Prelux Magna-.
Aquellas palabras
dejaron a Alara muda durante varios segundos. Por un instante, dudó de sí
misma, angustiada. ¿Sería posible que todo lo que había pasado, todo lo que
había visto, no fuera real?
-No- balbuceó.- No
es posible…
-Cariño, Mathias
tienes razón- replicó Valeria con dulzura.- El Libertador estaba con los
rebeldes que atacaron Prelux. Todo el mundo le vio, incluso la Palatina Sabina
y Lord Crisagon-.
-¿Cómo lo saben?-
susurró Alara en voz baja.- ¿Cómo saben que era el Libertador?-.
-Porque así lo
llamaban sus subordinados- respondió Valeria.- Todos los aclamaban mientras
luchaba, y fue devastador. Mató a muchos imperiales antes de que nuestras
Hermanas lo hicieran batirse en retirada, mano a mano con la Inquisición-.
-Lo vieron muchas
personas- repuso Mathias, cuya voz adquirió un tono de pesar.- Hablé con Lord
Crisagon. Dijo que parecía como si su armadura se derritiera mientras luchaba,
pero era la sangre de sus víctimas que chorreaba, confundiéndose con el
blindaje rojo…
-Alara no necesita
conocer aún ese tipo de detalles- le reprochó Valeria, mirándolo con
severidad.- Creo que ya le hemos contado bastante-.
Alara cerró los
ojos durante un segundo, intentando pensar. Había algo raro en aquella
historia, pero, ¿qué? ¿Qué era lo que fallaba? Entonces se acordó. Volvió a
abrir los ojos.
-Era verde- dijo
con voz ronca.
Valeria y Mathias
la miraron como si hubiera hablado en dialecto montano.
-Alara… -comenzó a
decir su amiga.
-¡Era verde!-
insistió Alara en voz más alta.- ¡La armadura del Libertador! ¡Yo también oí
llamarlo así! ¡El brujo lo llamó! Pero su armadura no era roja, era verde.- Una
oleada de náuseas la invadió al recordar el cristal impío que llevaba a la
espalda, la horrible voz que surgió del espacio disforme, ansiosa por regresar
al mundo. Comenzó a temblar.- ¡Estaba llamándolo, trayéndolo…! ¡Quería devolver
al mundo al Heraldo!-.
Una de las
máquinas conectadas al cuerpo de Alara emitió un pitido.
-¡Se acabó!- exclamó
Valeria con una mezcla de preocupación y enfado.- ¡Te está subiendo la presión
arterial! Es peligroso, Alara. Te voy a sedar-.
Cogió un paquete
transparente lleno de algo que parecía suero, e ignorando las protestas de
Alara, lo inyectó en el gotero que tenía conectado por vía intravenosa. Al cabo
de unos segundos, la joven Militante comenzó a notar que un dulce sopor iba
invadiendo su cuerpo y los latidos de su corazón se serenaban.
-Ahora tienes que
descansar- le dijo Valeria.- Te sentirás más tranquila cuando despiertes, y
tendrás la cabeza más clara. A partir de ahora vas a ir hacia arriba, la lo
verás-.
Alara no
respondió. Su amiga miró a Mathias.
-Quédate con ella
mientras puedas, por favor. Si tienes que marchar, avisa a Octavia para que te
cambie el turno-.
El joven asintió y
se despidió de la Hopitalaria, que salió a paso ligero de la habitación. Se
sentó junto a Alara y la cogió de la mano con cariño.
-Tranquila-
susurró.- Estoy contigo-.
Alara trató de
abrir la boca para responder, pero en lugar de ello, se durmió.
La siguiente vez
que volvió a despertar, estaba sola. No sabía qué hora era ni en qué día
estaban, pero vio una suave luz crepuscular entrando a través de la ventana.
“¿Es el atardecer
o el amanecer?”.
No habría podido
decirlo. Sola por primera vez tras su despertar, pudo escuchar en silencio, y
oyó algo que las veces anteriores le había pasado desapercibido. Rumores y
retumbares lejanos, como truenos de una tempestad. Sólo que el cielo que se
vislumbraba a través de la ventana no estaba nublado.
“Eso es
artillería”.
Tragó saliva,
intentando controlar su respiración. Se forzó a dejar en calma sus
pensamientos, a reflexionar. Fuera lo que fuese lo que estaba pasando, el lugar
donde se encontraba no parecía correr peligro. Poco a poco, comenzó a rememorar
en su mente todo lo que había sucedido el día de la infección, desde la atroz
pesadilla que había tenido sobre Mathias hasta el momento en que notó cómo los
muros del edificio en la plaza General Kareman temblaron y se hundieron a su alrededor.
Al recordar la agitada conversación que había tenido con Valeria, frunció el
ceño. Le daba igual lo que dijeran ella y Mathias; estaba convencida de que el
brujo de la plaza había llamado “Libertador” al gigante de la armadura verde.
También estaba segura de haber oído la voz de Pustus justo antes de que su
disparo hiriera al Libertador y detuviera el ritual, impidiendo que se abriera
la brecha disforme. Después, todo había sucedido muy deprisa. Al derrumbarse el
edificio bajo sus pies, había caído, agarrada a una pared maestra. Había
encomendado su alma al Emperador. Y había pensado en Mathias. Después de eso...
nada.
“Pero algo tuvo
que suceder. Algo pasó. Si no, estaría muerta. Debería estarlo, y no lo estoy”.
No, no había
muerto, pero, ¿cuál había sido el coste para su cuerpo?
Miró hacia abajo,
examinándose a sí misma. Lo primero que constató fue que había perdido masa
muscular. Tenía los brazos más delgados que de costumbres, plagados de
cicatrices recientes, aunque no estaban vendados ni escayolados. Aquello la
confundió. Trató de observar el resto de su cuerpo, pero llevaba puesto un
camisón blanco, y sus piernas estaban cubiertas por las sábanas. Probó a
levantar un brazo. Pudo hacerlo, aunque lo notó torpe y pesado. Trató de mover
las piernas, y sintió un extraño hormigueo acompañado de leves punzadas de
dolor.
En ese momento, la
puerta se abrió. Mathias entró con un vaso en una mano y un paquete envuelto en
papel en la otra. Pareció sorprendido al verla despierta.
-Alara, ¿qué
haces? No deberías moverte; lo ha dicho Valeria-.
Alara se quedó
quieta.
-Lo siento. Nadie
me ha dicho cómo me encuentro; quería comprobarlo yo-.
Mathias se sentó
junto a ella y la miró con fijeza.
-Ya veo que te
encuentras mejor- dijo, y sonrió.- Tienes la mirada más clara, hablas sin
trabarte y estás recuperando tu mal genio habitual-.
Alara puso mala
cara, lo cual hizo que la sonrisa de Mathias se ensanchara.
-¿Qué es eso?-
preguntó la joven, mirando lo que él sostenía.
-¿Esto? Es mi
cena- Mathias dejó el vaso sobre una mesilla blanca y comenzó a desenvolver el
papel.- Nada del otro mundo; un bocadillo y un recafeinado. Hace mucho que no
tengo tiempo para alimentarme con comida de verdad-.
Alara lo observó
durante unos segundos, y se dio cuenta de que no parecía el mismo. Él también
había adelgazado, estaba más pálido de lo normal, y tenía unas profundas ojeras
que al principio habían pasado desapercibidas tras sus gafas. Su clara mirada
había perdido el optimismo chispeante que la caracterizaba y se había vuelto
más dura. Parecía más grave, más endurecido, y en las
comisuras de sus labios había dos pequeñas arrugas que antes no estaban allí.
Era como si hubiera envejecido diez años en aquellas dos semanas.
-Mathias- dijo en
voz baja.- Tengo que preguntarte algo-.
Él, que estaba a
punto de pegarle el primer mordisco a su bocadillo, se detuvo.
-Bueno- dijo con
recelo.- Valeria y el doctor Davin dicen que no tenemos que marearte. Que aún
estás débil después de lo que te ha pasado-.
-¿Y qué me ha
pasado?- preguntó ella. Al ver que él vacilaba, insistió.- Por favor, Mathias,
necesito saberlo. Me importa un cuerno lo que digan Valeria y ese tal Davin; si
no contestas a mis preguntas me voy a poner nerviosa, y dijisteis que eso era
malo. No podéis tenerme sedada todo el día para impedirme preguntar-.
-Vale. De acuerdo.
Vamos a hacer una cosa; dame diez minutos para que termine de cenar y entonces
hablaremos. Me he saltado la comida del mediodía y estoy muerto de hambre-.
“Mediodía”, pensó
Alara. “Así que esa luz es del atardecer”.
Era extraño; a
saber cuánto tiempo llevaba ella sin comer, pero a pesar de todo no tenía
hambre. Mathias, en cambio, atacó el bocadillo a dentelladas mientras bebía
grandes tragos de recafeinado. En menos de diez minutos había acabado su cena.
Se levantó un momento y fue al baño de la habitación para beber un trago de
agua y lavarse las manos.
-Muy bien- dijo al
regresar.- Pregunta. Pero no te garantizo que pueda responderlo todo-.
-¿Pero me dirás la
verdad?-.
Mathias se sentó
de nuevo junto a ella y la miró a los ojos.
-Si hay algo que
no sepa o no pueda decirte, no te lo diré, pero no voy a mentirte. Te lo
prometo-.
-Bien. Empezaré
con algo fácil. ¿Cuántos días han pasado desde que caí?-.
-Diecisiete-.
-¿Seguro?-.
Mathias frunció el
ceño.
-¿Por qué no me
crees?-.
Alara tragó
saliva.
-Porque al
observarte me ha dado la sensación de que parecías más mayor-.
Mathias meneó la
cabeza con tristeza.
-Las últimas dos
semanas han sido una pesadilla. Supongo que es normal que se me note en la
cara-.
-¿Por qué?- preguntó
Alara.
-Estoy cansado,
eso es todo-.
No la miraba.
-¿Qué ha sucedido
durante todo este tiempo? ¿Encontraste la vacuna?-.
Mathias esbozó una
amarga sonrisa.
-Sí, la encontré.
Aunque llegó tarde para mucha gente. Demasiada-.
-¿Cuánta?-.
-Alara, tienes que
descansar-.
-¿Cuánta?-
insistió ella.
-Valeria va a
matarme…
-Será peor para mí
si no me lo dices. ¿Cuánta?-.
Mathias suspiró.
-Doce millones en
toda Kamrea. Sólo son cifras provisionales, claro; nadie ha tenido tiempo de
hacer un recuento oficial de bajas-.
-¿Por qué?-.
-¿Cómo dices?-.
-Han pasado más de
dos semanas. ¿Por qué no ha habido tiempo aún para un recuento oficial?-.
Mathias volvió a
desviar la mirada. Alara sintió un escalofrío.
-Mathias, ¿qué ha
ocurrido con la rebelión?- preguntó en voz baja.- ¿Ha fracasado? ¿Ha
triunfado?-.
-Ni una cosa ni la
otra-.
Los puños de Alara
se tensaron bajo las sábanas.
-¿Estamos en
guerra civil?-.
Mathias lanzó un
suspiro que era a la vez de amargura y de resignación.
-Sí, Alara.
Estamos en guerra civil desde el día de la infección. De momento, los herejes
llevan las de perder. Gracias a nuestro aviso, conseguimos evitar los peores
efectos de los atentados en buena parte de Kamrea y de los otros continentes de
Vermix, pero aun así los rebeldes siguen luchando. Controlan casi todo el sur
del continente, aunque la mayor parte del norte permanece leal. Los herejes han
fracasado en sus objetivos principales; no han conseguido tomar Morloss, ni
Gemdall, y aunque tienen rodeada Prelux Magna, la capital resiste al asedio.
Lord Crisagon dice que es cuestión de tiempo que rompamos el cerco-.
Alara se llevó una
mano a la frente, súbitamente mareada.
-¿Alara?- susurró
Mathias, preocupado.- Valeria dijo que no debías saberlo aún, pero insistías
tanto…
-No pasa nada-
musitó ella.- Te agradezco que me lo hayas contado-.
-Y ahora vamos a
cambiar de tema, por favor. Ya tendrás tiempo de conocer los detalles cuando te
recuperes. ¿Por qué seguimos con algo más sencillo de contestar?-.
Alara suspiró.
-Muy bien. ¿Qué pasó
después de que el edificio se derrumbara?-.
-La hermana Alexia
y sus tropas llegaron en un Valkyria casi de inmediato. Atacaron la plaza e
hicieron una escabechina con los brujos y los herejes que había allí reunidos-.
-¿Los mataron a
todos?- preguntó Alara, esperanzada.
-No. El líder y
sus subalternos, que llevaban algún tipo de blindaje de alta calidad,
resistieron la primera andanada de tiros y desaparecieron. Al parecer, llevaban
consigo un teleportador portátil-.
Un peso semejante
al de una losa cayó sobre el corazón de Alara.
-¿Entonces el de
la armadura verde sigue vivo? ¿Escapó?-.
Mathias asintió.
-Huyó como un
cobarde, abandonando a todos sus aliados. La Guardia, los Arbitradores y las
Hermanas los barrieron; no sobrevivió ni uno-.
Alara lo miró con
abatimiento.
-Entonces he
fallado- dijo, derrotada.
-¡No!- exclamó
Mathias.- ¿Cómo se te ocurre? Nos salvaste a todos, Alara. Salvaste la ciudad
de Morloss, y probablemente todo el planeta Vermix. Estaban haciendo un ritual
para abrir una brecha a la Disformidad. Iban a traer una hueste demoníaca…
-Lo sé- susurró
Alara.- Pustus, el Heraldo de Ledeesme… estaba allí. Oí su voz. Se estaba
materializando. Querían traerlo de nuevo. A él… y a muchos más-.
Mathias abrió
mucho los ojos.
-¿Ese engendro
estaba volviendo de nuevo? Pero… claro… ¡tiene sentido! ¿Cuál era el templo que
dominaba esta región? ¡Shantuor Ledeesme! Es lógico que quisieran traer a su Guardián
de vuelta-.
-Pues no se lo
permití- susurró Alara.
-No- dijo él,
acariciándole el rostro.- Por supuesto que no se lo permitiste. Salvaste
incontables almas aquel día, Alara-.
Ella meneó la
cabeza.
-Mathias, no sé lo
que pasaría en Prelux Magna, pero al brujo de la armadura verde lo llamaron
Libertador. Estoy segura de que no me confundí-.
Él la miró
confuso.
-No lo entiendo.
No es posible-.
-Yo creo que sí-
dijo ella mordiéndose el labio.- Lo he estado pensando y creo que sólo existe
una opción-.
-Pues ya me dirás
cuál es-.
-Hay más de un
Libertador-.
Mathias la miró
con los ojos muy abiertos.
-¿Estás segura de
lo que dices?-.
Alara asintió con
vehemencia.
-Piénsalo. Los
Vermisionarios están bajo el influjo de Nurgle; los Saurosicarios, bajo el
influjo de Khorne. Era nuestra teoría, y coincide con lo que sabemos de ellos.
El Libertador Vermisionario era un brujo de armadura verde que intentaba traer
de vuelta a Pustus. El Libertador Saurosicario era un guerrero sanguinario de
armadura roja que luchaba como un salvaje. Y eso significa…
-… que tiene que
haber un tercero- dedujo Mathias de inmediato. Sus ojos claros se llenaron de
preocupación.- Mierda, esto es aún peor de lo que imaginábamos. Si ambos cultos
son opuestos, tenían que tener un líder que los uniera a ambos. Nuestra teoría
apuntaba a los Deomecanicistas-.
-Tzeench- dijo
Alara, sintiendo un escalofrío.- Me juego lo que sea a que existe un tercer
monstruo con armadura. El mismo que les está proporcionando toda la
arcanotecnología que usan, como esa máquina de cristales que recibían energía y
el condenado teleportador portátil-.
-Sólo es una
teoría…
-Que encaja con todo
lo que sabemos. Y es la única explicación posible de que hubiera dos
Libertadores atacando al mismo tiempo en Morloss y en Prelux. Deberías informar
a Lord Crisagon-.
-Tienes razón-
murmuró él. Se quitó las gafas y se frotó los ojos.- Maldita sea, como si no…
-Aún no he acabado
de preguntar- lo interrumpió Alara.
Mathias levantó
hacia ella unos ojos cargados de cansancio.
-¿Qué más quieres
saber?-.
-¿Octavia está
bien? ¿Cuándo apareció? ¿Cómo me encontraron? ¿Y qué pasó con los Frateris
Militia, y con los arbitradores que me acompañaban?-.
-Calma, calma. Son
muchas preguntas de golpe. Vamos a ver, respondiendo a tu primera pregunta,
Octavia se encuentra bien. Me sustituye aquí contigo durante las guardias,
aunque la pobre aún no ha tenido la suerte de verte despierta. Ella y sus
hombres atacaron casi al mismo tiempo que la Ejecutora Alexia; al parecer,
estaban esperando bajo tierra a que el Valkyria llegara. Hubo algunas bajas
entre los Frateris, aunque la mayoría sobrevivieron. De hecho, un tal Fenner y un
tal Axel han preguntado por ti, aunque no les han dicho nada salvo que seguías
con vida. En cuanto a los arbitradores que te acompañaban… no sobrevivieron.
Los que no murieron en la batalla lo hicieron cuando se derrumbó el edificio.
Lo siento-.
Alara bajó la
mirada con pesar, sintiendo una oleada que era a la vez de dolor y orgullo por
aquellos hombres valientes que habían entregado la vida luchando a su lado
contra el Caos.
-Que el Emperador
los haya acogido en su seno- murmuró, haciendo el Signo del Aquila.
-Sin duda- Mathias
la imitó.- Fueron honrados como héroes del Imperio. El Archidiácono de Morloss
ofició el funeral en persona-.
-¿Y por qué no el
mío?- preguntó ella en un susurro.- ¿Cómo sobreviví?-.
Mathias vaciló
durante un segundo.
-No lo sé, Alara.
No sé si lo sabremos con seguridad alguna vez. Al poco de que las Sororitas
barriesen a los herejes, llegó un segundo Valkyria. Venía directamente desde Shantuor
Ledeesme-.
Aquello provocó en
Alara una sorpresa mayúscula.
-¿Desde Shantuor
Ledeesme?-.
-Así es. En él
viajaban varios agentes del Ordo Xenos, dirigidos por el Interrogador Kyrion y
guiados por Dymas Molocai. Ya sabes, el vidente. La verdad es que Lord Crisagon
ya les había pedido que reunieran un grupo de apoyo para venir a ayudarnos con
nuestra investigación, pero Dymas apresuró la partida. Presintió que algo malo
iba a suceder. En concreto, que iba a sucederte a ti- Mathias la miró- y que
necesitarías su ayuda. Aterrizaron directamente en la plaza, detrás de los
otros Valkyrias, y fueron a buscar a Octavia, que según me ha contado ella
misma estaba frenética porque te había visto atacar a los
brujos desde el edificio antes de que se derrumbase. La Ejecutora Alexia y
todos los demás te daban por muerta, pero Dymas le dio la razón a Octavia e
insistió en buscarte. Por fortuna, para entonces el Adeptus Mechanicus ya había
conseguido arrebatar a los herejes el control de la estación de radio donde se
habían atrincherado, y desde donde estaban boicoteando las comunicaciones. Al estar
restablecidas las señales, el Interrogador Kyrion, pudo contactar con el
Mechanicus y pedirles que enviaran de inmediato varios servidores
especializados-.
Mathias se detuvo
un momento y emitió un largo suspiro tembloroso, como si quisiera refrenar las
emociones que estaban aflorando en su interior. Alara escuchaba en silencio,
sobrecogida.
-Nadie esperaba
encontrarte con vida a esas alturas- continuó él con voz queda.- Ni siquiera
Octavia. Cuando llegaron los refuerzos del Mechanicus, que consistían en dos tecnoadeptos y varios servidores se carga
equipados con brazos hidráulicos, había pasado más de media hora desde el
derrumbe. Pero Dymas dirigió la excavación, indicando a los servidores dónde
debían buscar… y al cabo de un rato te encontró. Me d… dddijo que estabas
destrozada… que tu cuerpo…
Se interrumpió de
nuevo, ahogando un sollozo. Alara lo agarró de la mano con fuerza.
-Estoy contigo-
susurró.
-Lo sé- dijo él,
devolviéndole el apretón. Sus ojos brillaban tras los cristales de las gafas.-
Lo siento. Pero cuando me lo dijeron… Dymas me dijo que tenías la servoarmadura
hecha pedazos, que no entendía cómo era posible que aún te funcionara el
sistema de soporte vital. Eso fue lo que te salvó; de otro modo, te habrías
asfixiado. Y aun así… aun así es un milagro que consiguieran rescatarte con
vida, Alara. Caíste desde una altura de siete pisos y estabas sepultada bajo
varias toneladas de escombros. Tenías rotos los brazos, las piernas, la mayor
parte de las costillas, la cadera, varios huesos de las manos y los pies,
incluso habías sufrido una fractura de cráneo. Tenías hemorragias internas y
externas; tu cuerpo se estaba desangrando. De hecho, estabas tan mal que al
principio te dieron por muerta, pero luego se dieron cuenta de que seguías
respirando. Te trasladaron en un helicóptero del Adeptus Medicae hasta el hospital.
Octavia te acompañó; no dejó de rezar por ti durante todo el camino. Cuando
llegaste estabas al borde de la muerte, y has estado dos semanas en coma. Aún
no puedo creer que hayas despertado…
Dos lágrimas
cayeron por sus mejillas antes de que pudiese evitarlo. Alara se sintió
dividida; deseaba consolarlo, pero el deseo de saber y comprender era más
fuerte aún.
-No lo entiendo.
Puedo mover las piernas, puedo mover los brazos. Si es verdad que sólo han
pasado diecisiete días, no podría no moverme. ¿Cómo es posible que me haya
curado tan rápido?-.
Mathias tragó
saliva.
-La doctora Ridia
hizo un buen trabajo- dijo.- Ella y Valeria estuvieron codo con codo en el
quirófano junto al doctor Davin, el jefe de neurología. Consiguieron
estabilizarte, detener las hemorragias y colocar tus huesos de nuevo en el
sitio. La operación duró muchas horas-.
-Eso explica cómo
sobreviví, no que me haya curado tan rápido-.
-Déjame terminar;
eso no es todo. En primer lugar, conseguí que te administraran varias dosis de
mi suero regenerador. Ha funcionado muy bien; de hecho, el Adeptus Medicae está
interesado en hacer más pruebas para estandarizarlo en la medicina militar.
Creen que podrían salvarse al año…
-Mathias… -la voz
de Alara era algo más que una advertencia.
-Está bien- dijo
él de mala gana.- Cuando se enteró de lo que te había sucedido, Lord Crisagon
envió a su biomante personal desde Prelux Magna para atenderte-.
A Alara se le
pusieron los pelos de punta.
-¿Un biomante me tocó?
¿A mí?-.
-Las sesiones
fueron pocas- se apresuró a explicar Mathias.- Y estuvieron supervisadas. Por
Octavia y por Valeria en persona, y… bueno, y todos nos aseguramos de que no
interfirieran lo más mínimo con la pureza de tu alma. En ese sentido estás
intacta, puedo jurártelo. Y en cuanto a tu cuerpo… qué quieres que te diga.
Incluso con mi suero regenerador, sin ayuda de la biomancia hubieras necesitado
seis meses para regresar al servicio activo, y probablemente lo habrías hecho
con secuelas. El doctor Davin dice que habías sufrido daños neurológicos;
podrías haber perdido el habla, o la movilidad, o alguno de tus sentidos, o
haber sufrido pérdidas de memoria a corto o largo plazo. En cambio, tu cerebro
está ileso, y los huesos de tu cuerpo ya se han soldado. Necesitarás
rehabilitación, pero en poco tiempo te habrás recuperado. Más que enfadarte,
creo que deberías darle las gracias-.
“Tiene razón”,
admitió para sí Alara con fastidio. Por mucho que la incomodara reconocerlo,
tres de los psíquicos que ella y sus Hermanas tanto despreciaban eran los que
la habían salvado. Ese biomante del que no conocía el nombre había sanado su
cuerpo, Dymas Molocai la había encontrado, y en cuanto a Baltazhar Astellas…
-¿Y Baltazhar?-
exclamó, con el corazón dándole un vuelco.
Mathias pareció
desconcertado ante el repentino cambio de tema.
-¿Qué dices?-.
-Baltazhar
Astellas. El mentalista del Ordo Hereticus. Combatió conmigo contra los brujos
que iban a abrir la puerta al infierno. Sin él, no habríamos logrado
detenerlos. ¿Está vivo? ¿Está a salvo?-.
-Está vivo-
respondió Mathias, pero su expresión no era muy halagüeña.- Lo de a salvo…
podríamos decir que fue gravemente herido, aunque no en lo físico. Y todavía no
se ha recuperado-.
-¿Por qué?-
preguntó Alara, preocupada. La suerte de aquel psíquico la angustiaba como
jamás habría creído posible; aunque fuese absurdo, de algún modo era como si
hubiese llegado a apreciarlo.- ¿Qué le hicieron? ¿Qué le ha pasado?-.
-Uno de los
telépatas lo atacó. Atrapó su mente, y lo sometió a la peor de las torturas
posibles. Le obligó a contemplar lo que había al Otro Lado-.
Alara sintió que
se le revolvía el estómago de asco y horror.
-¿Quieres decir
que le mostró la… la Disformidad?-.
Mathias asintió.
-Le hizo
contemplar en su propia mente un esbozo del reino demoníaco donde moraban los
amos a quienes servían. El lugar donde aguardaban Pustus y sus amigos. Su
hogar-.
Alara se cubrió la
boca con las manos.
-Por la
misericordia del Emperador… se habrá vuelto loco…
-No, no
enloqueció. Su mente es más fuerte de lo que podrías imaginar. Consiguió
desasirse del telépata y huyó de regreso a su cuerpo. Pero aún le quedan
secuelas de la experiencia-.
-¿Qué… qué
secuelas?-.
-Se ha quedado ciego.
Lo que vio fue tan horrible, que por algún mecanismo psicosomático sus ojos se
niegan a funcionar. Físicamente no le pasa nada, pero tardará mucho tiempo en
volver al servicio activo, si es que alguna vez lo puede lograr. En cierto modo
es aún peor que si hubiera recibido daño físico, porque eso con implantes
biónicos lo podrían solucionar. Pero estando así…
Alara bajó la
mirada, sintiendo un hondo pesar. Mathias le retiró el cabello de la frente.
-Ya han sido
suficientes preguntas por ahora- dijo.- ¿Por qué no intentas dormir un poco?
Valeria dice que tienes que descansar-.
Alara quiso
protestar, pero lo cierto es que se sentía muy cansada. Aquella avalancha de
información la había dejado mentalmente agotada. Miró a Mathias con los ojos
entrecerrados y apoyó la cabeza en la almohada.
-No te vayas-
susurró.
-Nunca- dijo él,
tomándola de la mano.- Estaré junto a ti cuando despiertes-.
Alara cerró los
ojos, sintiendo el cerebro como una masa espesa y gelatinosa que apenas la
dejaba pensar. Tenía mucho sueño. Pensó en el Emperador.
“Si no he muerto,
es que aún debe querer algo de mí”.
Aquel fue su
último pensamiento antes de quedarse dormida.
Tal vez la guerra
siguiera librándose en el exterior, pero en el hospital reinaba la calma. A lo
largo de los siguientes días Alara se vio sometida a más exámenes y pruebas,
fue recibiendo más información y le llegaron nuevos detalles de la que ya
conocía.
Octavia se reunió
con ella al día siguiente. Llegó acompañando a Valeria, corrió hasta ella y la
abrazó con lágrimas de alegría en los ojos, dando gracias al Emperador.
-¡Estaba tan
preocupada!- sollozó, rodeándola con sus brazos.- ¡Valeria y yo hemos rezado
todos los días por ti! Y también la Ejecutoria Alexia, y la Ejecutoria
Tharasia, y todas nuestras hermanas en Prelux-.
-¿Te refieres a la
Hermana Superiora Marcia?- preguntó Alara, impresionada.
-¡Y a la Palatina
Sabina, y al mismísimo Obispo Theocratos! Todos los fieles de Vermix rezaban
por ti, Alara. Todos rogábamos porque despertaras-.
Alara la miró
desconcertada.
-¿Todos… los
fieles… de Vermix?-.
Valeria la fulminó
con la mirada.
-¿Tú también,
Octavilla? ¿Qué parte de “revelarle la información poco a poco” es la que no
habéis entendido?-.
-No nos sobra el
tiempo, Valeria- repuso Octavia, mirando con seriedad a su amiga.- Y por lo que
tengo entendido, el doctor Mathias Trandor, aquí presente, le contó ayer con
bastante detalle la mayor parte de lo que ha sucedido en las últimas dos
semanas. Si pudo escucharlo sin que le diera un síncope, tanta precaución está de
más. Alara es más fuerte aún de lo que parece-.
-¿Cómo es posible
que todo el mundo en Vermix haya estado rezando por mí?- insistió Alara,
impaciente.
Mathias lanzo un
suspiro.
-En realidad se
trata de un caso… podríamos decir… de propaganda-.
-¿Propaganda?-.
Alara cada vez
estaba más confundida, pero tenía un presentimiento. Y lo que comenzaba a
presentir no le gustaba. Parecía demasiado abrumador. Intentó incorporarse, y
un doloroso calambre le recorrió los miembros.
-Ah, no- dijo
Valeria, enfadada, inclinándose hacia ella.- De eso nada. Quieta ahí donde
estás, Alara Farlane. Yo me voy a encargar de tus sesiones de rehabilitación, y
hasta que no comencemos no quiero que te muevas para nada. Un solo meneo más, y
les prohíbo que te cuenten nada-.
-Vale, vale- Alara
alzó la mirada con resignación.- Me quedaré quietecita aquí sentada. ¿Qué es lo
que está pasando?-.
-Como ya te he
dicho, es un simple caso de propaganda- le respondió Mathias.- Los herejes
aclaman al Libertador… ese que en realidad son tres Libertadores- puntualizó
con una mueca de fastidio.- Gritan su nombre en el combate, para ellos
simboliza la victoria. El efecto de los atentados y las infecciones fue
devastador para los ciudadanos leales; no sólo por las bajas, sino por el
puñetazo que supuso para la moral de civiles y tropas. Compañías enteras de la
Milicia Planetaria se unieron a la rebelión y se pasaron al bando de los
herejes, desertando de nuestras filas. Muchas de ellas atacaron a las unidades
de la Guardia Imperial a las que se suponía que debían apoyar. Nuestras tropas
resistieron el primer envite, pero los altos mandos del Astra Militarum y el
Adeptus Administratum, con el Gobernador Wargram a la cabeza, decidieron que
hacía falta una inyección de moral. Y la Eclesiarquía sugirió la idea. Esa
inyección de moral ibas a ser tú-.
Alara abrió la
boca y la volvió a cerrar, demasiado sorprendida para decir nada.
-¿Yo?- balbuceó
finalmente.- Pero… pero… ¿por qué?-
Mathias puso los
ojos en blanco.
-¿Y tú lo
preguntas? Una cosa es la modestia de las Sororitas, pero esto es pasarse de la
raya…
-Muchos testigos
te vieron atacar el Cónclave de los Brujos- lo interrumpió Octavia, hablando
con suavidad.- Contemplaron cómo lo arriesgaste todo por proteger a los
civiles, por detener el ritual e impedir que culminara. Vieron cómo los
blasfemos caían uno a uno bajo el fuego de tu sagrado bólter, y vieron cómo te
mantenías impávida en aquel balcón para atraer su atención hacia ti y permitir
que nosotras cayésemos sobre ellos por la espalda. Te vieron luchar como una
heroína y ofrecer tu vida como una mártir. Y cuando corrió el rumor de que el
derrumbe no te había matado, que seguías viva, algunos predicadores comenzaron
a esparcir rumores entre el populacho-.
Alara tragó
saliva.
-¿Qué… qué tipo de
rumores?-.
Octavia suspiró.
-¿Por dónde
quieres que empiece?-.
Mientras sus amigos se lo contaban, Alara escuchaba con una mezcla de
conmoción e incredulidad. Al parecer, aquello había sido como una bola de
nieve. Alguien dijo una verdad, y miles de voces se encargaron de magnificarla.
Una Hermana de Batalla, a quien llamaban la Demonicida porque había matado a
cien demonios, había salvado Morloss de la destrucción. La Demonicida había
reunido una hueste de ciudadanos fanáticos, y tras inflamar sus corazones de
fe, los había dirigido para matar a cientos de terroristas. La Demonicida había
sembrado el terror entre los brujos heréticos y éstos habían caído fulminados
sin poder soportar la pureza de su devoción. La Demonicida portaba una espada
de fuego y había desafiado al Libertador a combate singular, haciéndolo huir
acobardado. La Demonicida había muerto en el derrumbe de un edificio, pero el
Emperador la había traído de vuelta a la vida, igual que a Santa Celestine. La
Demonicida era una Santa en Vida.
-¡Basta!- exclamó
Alara, al oír el último de los rumores.- ¡Basta, basta! Esto… esto es una
locura. ¡Yo no soy ninguna Santa en Vida!-.
Esperaba que
Mathias y sus amigas se rieran. Ninguno de los tres dijo nada.
-¡Oh, por favor!
¡Miradme! ¿Tengo alas? ¿Estoy envuelta en una nube de luz? ¿Voy… envuelta en un
halo celestial soltando palomas blancas? ¡No hice nada fuera de lo común, por
el Trono! ¡No para una Adepta Sororitas! ¡Cualquier Hermana habría hecho
exactamente lo mismo de haber estado en mi lugar!-.
-Es cierto- dijo
Octavia en voz baja.- Pero fuiste tú quien lo hizo. Tú estabas allí. Y, por lo
tanto, es a ti a quien han elegido como símbolo. Por tu seguridad, las
autoridades no han revelado tu nombre ni tu ubicación, y tampoco han hecho
pública tu cara. Pero todas las tropas leales que se lanzan a la batalla lo
hacen gritando el nombre de la Demonicida junto al del Emperador-.
Alara miró a su
amiga, que la observaba con gravedad. A Valeria, que fruncía el ceño de un modo
casi imperceptible. A Mathias, que evitaba deliberadamente su mirada. Y supo,
con una certeza rayana en la intuición, que allí había algo más que no le
contaban.
Entonces, algo de
lo que había dicho Octavia encendió una alarma en su interior.
-¿No han hecho
público mi nombre… por mi seguridad?- preguntó.- ¿Por qué? ¿Quién la amenaza?-.
-Estamos en
guerra… -comenzó a decir la Dialogante, pero Alara levantó la mano para
acallarla.
-Aunque tenga la
desdicha de tenérselo que agradecer a un biomante, la caída que sufrí no me ha
dejado atontada. Ya sé que estamos en guerra. Entiendo lo de mi ubicación, para
no hacer de esta ciudad ni del hospital un objetivo de los bombardeos enemigos.
Pero, ¿mi nombre? ¿Mi cara? ¿Qué más está pasando para que sea imprescindible
mantenerlos en secreto? ¿No soy la Demonicida, no soy un símbolo de esperanza?
¿Por qué van a esconderme en lugar de mostrar todo lo posible a las masas?-.
Valeria miró a
Octavia con exasperación.
-Ya lo has
conseguido. Estás contenta, ¿verdad?-.
Alara frunció el
ceño.
-Por el Trono, no
soy tan débil. ¿Tengo cara de ir a desmayarme? Decidme qué pasa-.
Tras intercambiar
una breve mirada con la Hospitalaria, Mathias se giró hacia ella. La
preocupación teñía de gravedad los rasgos de su cara.
-Es el Libertador.
Los herejes han esparcido el rumor de que ha puesto precio a tu cabeza-.
Alara lanzó un
bufido de desdén.
-Como si hiciera
falta. Cualquier soldado enemigo querría matarme. ¿Acaso no arruiné el
ritual?-.
-Pero nadie conoce
tu paradero. Los herejes saben que estás viva, pero deben suponer que sigues
hospitalizada, por la gravedad de tus heridas y porque todavía no has vuelto al
campo de batalla. Quieren que cualquiera se sienta tentado de buscarte y
matarte o llevarte hasta ellos para cobrar la recompensa. Por eso las autoridades
te mantienen oculta, estás ingresada en este hospital bajo un nombre falso, y
te encuentras en una planta aislada y custodiada por los Adeptus Arbites día y
noche-.
-¿Y cuál es la
recompensa?- preguntó la joven.- ¿Qué podría motivar a alguien a correr el
riesgo de buscarme, sabiendo lo que le harán si lo atrapan? ¿Diez mil tronos?
¿Cien mil?-.
Mathias negó con
la cabeza. La preocupación que reflejaba su rostro se acrecentó.
-No se trata de
dinero. Al parecer, la recompensa que el Libertador ofrece a cambio de ti es la
vida eterna. Ha jurado que a quien le entregue a la Demonicida, viva o muerta,
lo recompensará con la inmortalidad-.