A fe y fuego

A fe y fuego

domingo, 21 de junio de 2015

Capítulo 14



A.D. 835M40. Randor Augusta (Kerbos), Sistema Kerbos, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.


“Una noche ideal para desaparecer”.
Mathias Trandor guarda la carpeta de los apuntes en un cajón de su cómoda y se deja caer cuan largo es sobre la cama. Libre. Por fin es libre, al menos durante un par de semanas. Acaba de terminar los exámenes y está agotado mentalmente.
Aún así, se siente satisfecho. Le han ido bien. Los estudios de Biología son interesantes, y al contrario que en la Schola Progenium, sus compañeros admiran su cerebro privilegiado en lugar de mirarlo con cara de sospecha. Tras cerrar los ojos unos segundos, se incorpora y sacude la cabeza. Esa noche no es para descansar, sino para celebrar. Ha quedado con sus amigos quince minutos más tarde para ir a cenar y a divertirse a la zona de bares para estudiantes de Kerbos. Habrá mucha gente allí: estudiantes de todos los cursos contentos de haber terminado los exámenes y dispuestos a celebrarlo por todo lo alto.
“Y entre tanta gente… tal vez me encuentre con ella”.
La esperanza es muy pequeña. Hay cientos de miles de estudiantes en los Collegia Imperialis de Kerbos. Pero quizás, sólo quizás, Alara esté allí. ¿Y por qué no? ¿Quién sabe? Jamás pudo averiguar nada sobre ella. La única pista que tenía -las aspiraciones infantiles de Alara por ser oficial de la Guardia Imperial, como su padre- acabó siendo falsa. Mathias tenía un par de amigos en la Schola Progenium que ingresaron en la Escuela de Oficiales de la Guardia Imperial y prometieron hacerle el favor de averiguar si Alara estaba allí. Todo había sido en balde. Tras muchas averiguaciones, todo lo que sus amigos pudieron decirle es que no había ninguna Alara Farlane alistada en la Guardia; ni como soldado raso ni como aspirante a oficial.
La noticia le había sentado a Mathias como un puñetazo en el estómago. Si no estaba allí, se había quedado sin pistas. Podía estar en cualquier parte. ¿Arbites? ¿Eclesiarquía? ¿Inquisición? ¿O tal vez Collegia Imperialis, como él?
“En marcha. Esta noche va a ser la gran noche”.
Se afeita, se perfuma, se cambia de ropa y se pone una levita para protegerse del frío. Una vez listo, se reúne con sus amigos. Todos parten animados, cenan en un restaurante donde sirven platillos combinados a buen precio, y después se van al bar. Lothar, uno de los nuevos amigos que ha hecho a lo largo de aquel año, pide un combinado llamado Grog, y Mathias pide lo mismo. La bebida tiene un sabor dulzón y muy alcoholizado.
Al terminar el vaso, siente un agradable mareo. Sus ojos miran en todas direcciones sin poderlo evitar. ¿Verá a Alara? ¿Realmente la encontrará? ¿Y si está en otro bar? Anima a sus amigos a hacer la ronda por diferentes locales con la esperanza de localizarla.
Tres horas más tarde, Mathias está algo más que ligeramente borracho. Está sentado en una barra, preguntándose si se enfrenta o no al quinto Grog, cuando de repente se le para el corazón.
“¡Es ella!”.
Una joven de falda corta y melena negra larga por debajo de los hombros charla con unas amigas. Mathias sólo la ve de perfil, pero está casi convencido de que es Alara. Con paso vacilante, deja la barra y se acerca a ella. Tras vacilar un momento, le golpea el hombro con los dedos.
-Perdona- dice.- ¿Eres…
Se interrumpe antes de terminar cuando la chica se gira. No es Alara, pero se parece a ella, o al menos a la imagen mental que tiene Mathias de cómo debería ser Alara tras diez años sin verla: alta, de busto generoso, rostro ovalado y cabello negro. Una oleada de decepción lo abruma durante un instante.
-¿Sí?- pregunta la chica. Lo mira de arriba abajo y sonríe.- ¿Qué quieres?-.
-Perdóname- se disculpa Mathias.- Te he confundido con alguien que conozco-.
La chica esboza una sonrisa pícara, como si la explicación le sonara a excusa.
-No importa. ¿Cómo te llamas?-.
-Mathias-.
-Yo soy Neria- dice, volviendo a sonreír. Esta vez es una sonrisa coqueta, y sus amigas estallan en disimuladas risitas.
Mathias está atontado por el alcohol, y el mundo y los recuerdos parecen estar muy lejos. Le parece que la chica tiene una bonita sonrisa, y sonríe a su vez.
Neria le invita a otra copa y habla con él el resto de la noche. Mathias sonríe, asiente y parece escuchar. Al final, no sabe muy bien cómo, ha quedado con ella para el día siguiente. A pesar de que amanece con una resaca de campeonato y no recuerda con claridad todo lo que ha sucedido la noche anterior, decide acudir a la cita. La joven llega un par de minutos tarde, luciendo un vestido discretamente provocador. Es simpática, es bonita. Pero no es Alara Farlane.
Sin embargo, mientras charla con ella Mathias consigue distraerse. Casi sin darse cuenta, comienza a imaginar. Se pregunta si Alara vestiría de ese modo, si tendría ese aspecto. Cuando Neria habla de sus opiniones o de sus gustos, se pregunta si Alara pensaría igual.
“Esto sí. Esto no. Eso… tal vez. Ah, no, eso otro nunca”.
Y la joven, cada vez más entusiasmada ante un chico que parece escucharla con atención, lo mira con ojos cada vez más brillantes. El camarero trae una botella de Amasec joven, y Mathias y Neria se la acaban entera.
Cuando termina la velada, Neria pregunta a Mathias con una sonrisa casi tímida si quiere acompañarla hasta su habitación en la planta residencial, y él no se opone. Vuelve a tener la cabeza ligeramente nublada por el Amasec. Cuando llegan a la habitación, se besan. Mathias jamás había besado a nadie, y le agrada el sabor del licor, dulce y amargo a la vez, en los labios de la chica. Aún siguen besándose cuando ella cierra la puerta de la habitación con el pie y lo arrastra hacia la cama. Mathias no sabe muy bien qué hacer, pero por fortuna Neria tiene más experiencia y lo va guiando. Cuando contempla su cuerpo desnudo, Mathias recuerda a las mujeres desnudas de las láminas que una vez vio en la Schola Progenium, y vuelve a pensar en Alara.
Es de lo más estúpido; está en la cama con Neria, y la añoranza por su amiga lo golpea de una manera casi física. Mientras la acaricia, cierra los ojos, y se imagina que está tocando el cuerpo de Alara. Ese pensamiento lo excita más allá de lo inimaginable, y arremete entre las caderas de Neria con un ímpetu que los sorprende a ambos. Ella grita y le clava las uñas en la espalda.
Mathias tiene los ojos cerrados, se mueve cada vez más deprisa, y no deja de imaginar. De algún modo, es como si su cuerpo y su mente estuvieran escindidos. ¿Y su corazón? No está muy seguro; va a la deriva por alguna parte flotando en un río de Amasec. Mathias imagina que está penetrando a Alara, que besa los labios de Alara, que estrecha contra sí el cuerpo sudoroso de Alara. Entonces, el clímax le sobreviene de improviso, anegando a la vez cuerpo y mente, y sus labios pronuncian inconscientes el objeto de su ardiente deseo.
-¡Alara!- gime.- ¡Alara!-.
El cuerpo de Neria se queda rígido de inmediato. La chica se retuerce y se lo quita de encima de un empujón.
-¿Alara?- grita.- ¿Quién es Alara, cabrón?-.
Mathias abre los ojos, súbitamente consciente y horrorizado por el desliz que acaba de cometer. Su amante se cubre los pechos con la mano izquierda y con la derecha le propina una bofetada.
-¡Desgraciado! ¿Tienes novia? ¿Estabas pensando en otra? ¿Cómo te atreves?-.
-Yo… yo… -balbucea Mathias, aún atónito.- Lo siento, Neria. Yo…
-¡Vete de aquí!- chilla ella, haciendo una bola con sus ropas y arrojándola a los pies de la cama.- ¡Lárgate! ¡No quiero volver a verte nunca!-.
Confuso y avergonzado, Mathias obedece. Se viste con rapidez y abandona a toda prisa la habitación de Neria. Apenas se va, los sollozos de la joven se hacen audibles a través de la puerta.
El aire frío del exterior lo despeja al salir, lo suficiente como para que se aborrezca seriamente a sí mismo. No sabe si ha sido el Amasec, la soledad, la desesperación o todo a la vez, pero acaba de cometer el mayor error de su vida, haciéndole daño a una chica simpática que no se lo merecía.
Con paso vacilante, se dirige al primer bar que encuentra y pide un Grog doble. Va a necesitar mucho alcohol para asumir que se ha dado cuenta de que está enamorado de Alara al mismo tiempo que perdía la virginidad entre los brazos de otra chica.





A.D. 844M40. Afueras de Marlav (Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.


El cielo encapotado amenazaba tormenta cuando el convoy llegó al parador de Marlav. La ciudad era un punto intermedio en el largo viaje entre Karlorn y Gemdall, y Mathias acababa de ordenar un alto para almorzar. Era casi la una del mediodía, habían salido de Karlorn cuatro horas atrás, y todo el mundo estaba hambriento. Por fortuna, no haría falta entrar en la ciudad; junto a la carretera secundaria, a unos diez kilómetros de Marlav, había una zona verde lo suficientemente amplia para que todos los vehículos pudieran aparcar.
Como siempre, el todoterreno llegó primero, y Alara bajó de un salto, impaciente por estirar las piernas. A su alrededor, a ambos lados de la carretera, se extendía una explanada de hierba verde rodeada de árboles en las lindes. Frente a ellos, en un montículo tan verde y cuidado como el resto del entorno, se erguía un estrado monumental de varios metros de ancho por otros tantos de alto, en cuya cúspide reposaba un antiguo Chimera desgastado por el paso de los años y con la carrocería parcialmente dañada por un disparo de artillería. Justo debajo, en el pedestal, podía leerse A LOS HÉROES DE LA BATALLA DE MARLAV.
-¿Cuál fue la batalla de Marlav?- quiso saber Alara, girándose hacia Octavia.
-Forma parte de la historia antigua de Vermix- respondió la Dialogante, sonriendo y ajustándose las gafas.- No la he estudiado con detalle porque preferí centrarme en la historia reciente y en los idiomas, pero según tengo entendido, fue una de las batallas más importantes que se libraron hará cosa de dos mil años, cuando el Imperio se enfrentó a los nativos que gobernaban este planeta. En la batalla de Marlav murieron la mayoría de nobles que apoyaban al rey de Prelusia y cayeron las fortificaciones de la vieja ciudad, lo cual abrió camino libre para conquistar Prelux Magna-.
-¡Una auténtica gesta!- atronó una voz masculina a espaldas de Alara. La Militante se giró y vio que varios de los Chimera de la Guardia Imperial ya habían llegado. Quien hablaba era el teniente Travis, que observaba el monumento con una sonrisa de orgullo.
-¿También usted conoce la batalla de Marlav, teniente?- preguntó Alara.
-¡Por supuesto, hermana!- exclamó Travis con una sonrisa.- ¡Es la mayor gesta que hizo la Guardia Imperial durante la conquista de este planeta! Y créame cuando le digo que no andamos escasos de gestas, precisamente. La resistencia inicial al dominio imperial fue muy violenta en Vermix. ¿Ve?- señaló con el dedo- ¡Fíjese en los relieves grabados en la piedra! Muestran las escenas más importantes y gloriosas de nuestro triunfo. Me parece que justo debajo está la fosa común de los caídos, con los nombres de todos y cada uno de los soldados grabados en una placa-.
Alara pensó que la batalla tenía que haber sido cruenta si la placa ocupaba todo el espacio disponible en la piedra. Entonces, un exclamación a sus espaldas la hizo girar la cabeza.
-¡Por la gloria del Omnissiah!-.
El tecnosacerdote Crane acababa de bajar de su transporte blindado. Él y sus tecnomantes miraban el Chimera que coronaba el monumento como si se tratara de una estatua del mismísimo Emperador en persona.
-Contemplad, hermanos- dijo Crane con voz solemne- y admiraos ante esa reliquia sagrada. Sin duda, debió estar envuelta en hechos gloriosos para que le haya sido concedido un lugar de tamaño honor. Y los tecnoadeptos que se encargaran de su conservación han hecho un trabajo excelente. Sí, excelente…
Mientras Ophirus Crane y sus subalternos rodeaban el Chimera pronunciando lo que Alara suponía que eran oraciones sagradas, ella se acercó a echar una ojeada al estrado. Los relieves que herían la pulida superficie de piedra se veían con claridad. Había docenas de ellos y cada uno contaba una historia o representaba una escena: un comandante de la Guardia Imperial arengando a las tropas, un sacerdote de la Eclesiarquía bendiciendo a los soldados, un Chimera triunfante sobre una colina con varios carros blindados destrozados a sus pies -tal vez, pensó Alara, se trataba de mismo Chimera que reposaba en lo alto-, una ciudad que ardía entre las llamas… Y, entonces, algo hizo que Alara se detuviera en seco y mirase con más atención. El siguiente relieve representaba la lucha entre dos hombres que portaban una especie de bastones. El de la izquierda era sin duda un psíquico imperial; lo delataban el águila bicéfala que coronaba su bastón y el emblema del ojo abierto propio del Adeptus Astra Telephatica que lucía colgado del cuello y bordado en su fajín. El de la derecha, sin embargo, era un sujeto vestido con una túnica encapuchada que le ocultaba la parte superior del rostro. Tanto en el medallón que llevaba al pecho como en el extremo superior de su báculo destacaba un ocho invertido semejante al símbolo del infinito: el mismo emblema que habían en el colgante de los Guerreros Gusano, el que aquel pandillero había llamado “vermívoros”.
-¡Mathias! ¡Octavia!- llamó Alara.- ¡Venid aquí!-.
Mathias se acercó a paso ligero, seguido de cerca por la Dialogante. Valeria y Mikael, aunque no habían sido llamados, siguieron a los otros tras una breve vacilación.
-¿Ocurre algo, Alara?-.
-Sí; mirad esto- dijo ella, señalando el relieve.- Es el vermívoros. El símbolo que los Guerreros Gusano llevaban como emblema-.
-¡Es cierto!- exclamó Octavia. Ajustándose las gafas para ver mejor, acercó la nariz a la piedra.- Es… no es un símbolo del infinito. De lejos lo parece, pero en realidad es un gusano. Un dinovermo que se devora a sí mismo-.
-¿Estáis seguras de que es el mismo?- preguntó Valeria, mirando la imagen con el ceño fruncido.
-Yo diría que sí. Necesitaríamos tener delante el colgante para comparar, pero…
-Eso no es problema- la interrumpió Mathias.- Mikael, por favor, ve al coche y trae los colgantes-.
-¿Los colgantes?- preguntó Octavia, sorprendida.- ¿Cómo es que los tienes tú?-.
-Después de que el Alguacil del Arbites los viera y ordenara tomarles un pictograma, le dije que quería llevármelos, que tal vez nos fueran útiles en nuestra investigación, y él accedió-.
-Vaya- suspiró Octavia.- Desde luego, lo que no consiga un sello inquisitorial…
Mikael regresó llevando en la mano los colgantes. Mathias los apoyó en la pared junto al relieve.
-No hay duda- afirmó.- Es exactamente el mismo símbolo-.
-Pero, ¿por qué lo llevaría un brujo?- quiso saber Alara.
-Eso es lo que debemos averiguar- dijo Mathias.- Tal vez ese símbolo esté relacionada con la veneración al Gran Gusano que tanto te preocupa, Alara. Si había brujos que portaban su emblema en batalla, es probable que se tratarse de un culto mucho más organizado de lo que pensábamos-.
-Pero, en ese caso, ¿no debería estar registrado en algún archivo histórico?- inquirió Valeria.- No pudo ser un secreto para el Imperio si los rebeldes de este planeta luchaban bajo su signo-.
-Si se trataba de un culto religioso, dudo que lo encontremos en ningún archivo accesible al público normal, Valeria- dijo Mathias, negando con la cabeza.- Valdría la pena investigarlo, pero tendremos que acceder a información restringida-
-Tal vez puedan ayudarnos en el Museo de Marlav- sugirió Octavia.
Cuatro pares de ojos se volvieron a mirarla.
-El Museo Histórico de Marlav- explicó la Dialogante con timidez.- Antes de partir, me estuve informando sobre los lugares públicos más reseñables de nuestra ruta. En Marlav está el mayor archivo de la región sobre la historia antigua de Prelusia. Tal vez los adeptos que lo custodian puedan contarnos algo-.
-Muy buena idea, Octavia- sonrió Mathias.- Creo que valdrá la pena echarle un vistazo. Voy a informar a los demás-.
El joven Legado reunió a Hoffman, Tharasia, Bruno, Ophirus y Travis en torno suyo para comunicarles lo que había decidido. Aunque Alara no estaba incluida en el grupo, pudo escuchar algunas exclamaciones de protesta.
-¡Pero esto nos retrasará!- se quejó Hoffman.- ¡En nuestro plan de viaje estaba previsto que llegáramos al Gemdall al atardecer!-.
-Lo sé, Auditor Hoffman, pero también estaba previsto que nuestro itinerario estuviera sujeto a variaciones imprevistas- repuso Mathias.- No podemos permitirnos dejar de recabar información sólo por ceñirnos al plan de viaje original-.
-No se trata sólo de eso, Doctor Trandor- intervino Ophirus Crane.- Es mi deber advertirle que la previsión  meteorológica para el día de hoy avisa de lluvias localmente fuertes en esta zona. Si salimos demasiado tarde, tal vez nos veamos forzados a hacer un alto en el camino hasta que las condiciones climáticas mejoren-.
-Muy mal tiempo tendría que hacer para frenar a nuestros Chimera- comentó el teniente Travis con ironía.
-El problema no son los Chimera ni los Rhinos, sino el todoterreno del Investigador Legado- dijo Crane.- Y, de todos modos, si la lluvia es realmente torrencial, es posible que nuestra visibilidad en la carretera se vea seriamente mermada. Creo que usted y sus hombres llevan en Vermix el tiempo suficiente para no tener que explicarles cómo son los monzones-.
-De ese problema ya nos ocuparemos a su debido tiempo, si es que se plantea- dijo Mathias.- Ahora, con el permiso de ustedes, nos vamos a Marlav. Cuanto antes terminemos nuestro trabajo allí, antes saldremos hacia Gemdall. Mientras tanto, todo el convoy deberá permanecer aquí hasta nueva orden-.



El todoterreno llegó a las puertas de Marlav pocos minutos después. Se trataba de una ciudad radial, una capital de provincias tranquila y limpia. Los edificios no eran muy altos ni muy recargados, pero había árboles en las calles y hasta algún jardín. Mikael condujo guiado por Octavia hasta que llegaron a un gran edificio de piedra de tres plantas, situado al otro extremo de la ciudad. Sobre su puerta principal había una placa adornada con dos águilas bicéfalas en la que podía leerse: MUSEO HISTÓRICO DE MARLAV. Tras el museo, la ciudad terminaba; sólo se veían campos de cultivo, plantas de reciclado, y un poco más a lo lejos algo que parecía un yacimiento en ruinas.
Alara y los demás bajaron del coche y entraron en el museo, que estaba abierto. Un adepto de mediana edad con la afeitada cabeza llena de implantes se acercó a recibirlos.
-Buenas tardes- dijo.- Soy el Amanuense Khalrav. ¿Puedo ayudarles en algo?-.
-Buenas tardes, Amanuense. Necesitamos hablar con el Conservador de este museo ahora mismo, si es posible-.
Kharlav puso la misma cara que pondría un niño al chupar un limón.
-¿El Conservador? Me temo, joven, que su señoría es un hombre muy ocupado…
Mathias se sacó del bolsillo el sello inquisitorial y se lo mostró al Amanuense, que palideció a ojos vista.
-Le ruego que me perdone, Excelencia; por supuesto, el Conservador Harold Neshtar los recibirá de inmediato. Voy a avisarle en seguida; les ruego que se pongan cómodos mientras tanto…
Se alejó a paso ligero, haciendo ondear su túnica de adepto al ritmo de sus zancadas. Mikael Skyros rió por lo bajo mientras lo veía desaparecer.
-Puede que vaya a avisar al Conservador, pero seguro que después tiene que hacer una parada técnica en el retrete- dijo con tono jocoso.
-No creo que sea para tanto- dijo Mathias, guardándose de nuevo el sello con una media sonrisa.
Pocos minutos después, el Conservador en persona descendió de las alturas para recibir en persona al Legado Inquisitorial. Era uno de esos ratones de biblioteca que, a juicio de Alara, envidiaban en el fondo de su corazón a los Magus del Adeptus Mechanicus. Harold Neshtar andaba medio encorvado y tenía la piel del color de la leche cortada, señal de que pasaba la mayor parte del tiempo sentado en su despacho y rara vez salía a la luz de Cadwen Astrum. Varios cables emergían directamente de su carne, la mayoría de ellos desde el cráneo –donde podía tener implantados chips de datos o nanoplacas de mejora cognitiva- y uno de ellos desde su ojo biónico. Esbozó una sonrisa cortés al encontrarse con los visitantes.
-Sean bienvenidos usted y su séquito, señor Legado. Es un honor tenerlos en este humilde templo de saber imperial. ¿En qué puedo ayudarlos?-.
Mathias le saludó con amabilidad y le dijo que venían a conocer todo lo posible acerca de la conquista de Vermix, y muy especialmente de la batalla de Marlav y los enemigos contra los que el Imperio se tuvo que enfrentar. Aquello provocó una animada respuesta en el Conservador, que se empeñó en guiarlos personalmente a través de la trece salas del museo, encantado con aquella oportunidad de demostrar sus conocimientos. Los únicos que no se cansaron de la verborrea fueron Mathias, que asentía todo el tiempo con educado interés, y Octavia, que no dejaba de tomar notas en su placa de datos. Alara examinó con discreto interés las armas, uniformes y condecoraciones de ambos bandos conservadas tras la batalla mientras escuchaba el relato de la Guerra de Sometimiento en Kamrea, el continente más grande y poblado de Vermix, y la caída de su región principal, Prelusia, donde se encontraban.
-Prelux Magna cayó tras un largo asedio- explicó el Conservador- pero el Imperio la tenía ganada en el momento en que derrotó a las fuerzas nativas en Marlav. Fue la mayor batalla de todo el planeta, donde murieron o fueron capturados todos los nobles leales al rey sacerdote de Prelusia, del cual se dice que fue asesinado por un Vindicare durante el asedio de Prelux-.
-¿Rey sacerdote?- inquirió Mathias.
-Sí, eso es- respondió el Conservador.- Cuando los colonos imperiales llegaron a este planeta en el trigésimo octavo milenio, se encontraron un gobierno feudal, con varias casas nobiliarias que rendían vasallaje al rey de su continente. Y, por supuesto, tenían sus propias tradiciones y costumbres, entre ellas sus religiones paganas. No sabemos gran cosa de tales cultos, ya que la Santa Eclesiarquía se encargó de destruir cualquier rastro de ellos y ejecutar a los contumaces que no quisieron adorar al Divino Emperador. Pero tenemos constancia de que tenían a los hechiceros en muy alta estima y aquellos que nacían con tales capacidades se convertían en sacerdotes, gobernantes, sanadores o guerreros de élite. Una numerosa fuerza guerreros brujos acudió a luchar a la batalla de Marlav, pero fueron derrotados por los psíquicos imperiales-.
Mientras el Conservador Neshtar seguía hablando, Alara se asomó a la siguiente sala del museo y vio que estaba lleno de mapas. Fortalezas, ciudades, regiones enteras, todas cartografiadas por eruditos del Administratum. Y presidiendo la sala, ocupando toda una pared, un mapa gigantesco de Kamrea. Alara se acercó para verlo mejor: ciudades, pueblos, montañas, ríos, llanuras, lagos y toda clase de accidentes geográficos se extendían de lado a lado del dibujo. Kamrea era una enorme masa informe en medio del mar, redonda e informe como una bola de barro aplastada sobre la superficie del planeta. La joven Sororita buscó con la mirada hasta encontrar Prelux Magna, situada a orillas del océano en la parte superior izquierda del mapa. No tuvo muchas dificultades para seguir la ruta de la expedición: allí estaba el camino que bajaba hasta Karlorn, un poco más allá Marlav, y torciendo un poco más al interior, la ciudad de Gemdall.
Entonces, los ojos de Alara captaron algo extraño en la ruta entre Marlav y Gemdall. Acercó la cara todavía más al mapa para verlo mejor, y confirmó que no se había equivocado: entre ambas ciudades, algo alejado del camino principal, había un promontorio señalado con la inconfundible imagen de un vermívoros.
-¡Conservador Neshtar!- llamó.- ¡Venga aquí, por favor!-.
El parloteo que resonaba en la sala contigua se interrumpió, y un segundo después el Conservador entró seguido del resto de sus visitantes.
-¿Sí, señorita?-.
Alara señaló el mapa con el dedo.
-¿Qué significa este símbolo, y por qué aparece aquí?-.
Harold Neshtar se acercó al mapa y ajustó su ojo biónico para ver lo que Alara señalaba.
-¡Ah, eso! Es el vermívoros, un antiguo símbolo local. Representa a un dinovermo devorándose a sí mismo, en una alegoría del infinito, según creemos. Era el símbolo del sacerdocio local, de modo que los antiguos cartógrafos que elaboraron estos mapas lo usaron para señalar los principales templos de Prelusia. Este que usted señala, por ejemplo, se llamaba Shantuor Ledeesme, que en la lengua paliana significa “Santuario de la Laguna Verde”-.
-¿Y qué fue de él?- inquirió Alara.
-Actualmente está abandonado, como los demás. En concreto, Shantuor Ledeesme fue construido originalmente como fortaleza castrense para custodiar el Paso de Kyrna, pero un corrimiento de tierras la hizo caer en desuso militar y se convirtió en una fortaleza santuario gestionada por el sacerdocio local, que hacías las veces de refugio civil cuando los nobles de la región entraban en guerra unos contra otros. Durante la Guerra de Sometimiento se convirtió en el principal centro de resistencia de los religiosos locales, fue asediada y finalmente conquistada. Durante unos pocos siglos se utilizó como fortaleza de la Guardia Imperial, pero su aislamiento y su pérdida de importancia estratégica después de que el Imperio despejase el Paso de Kyrna y construyera la autovía, hicieron que fuera desmantelada hace casi dos milenios-.
Mathias observó el mapa con atención.
-¿Y dice que hay más santuarios como este?-.
-Sí, sí; hay siete santuarios principales en total. Todos abandonados, como ya he dicho. No todos estaban fortificados como Shantuor Ledeesme, pero todos ocupaban posiciones estratégicas, suponemos que por la preeminencia de la casta sacerdotal en la región. Bien, y si me permiten, ahora quisiera mostrarles una de las mejores piezas de nuestra colección…
 Después de tres horas de visita y charla interminable, finalmente el Conservador les dejó marchar, asegurándose de que no tenían más preguntas que hacer y rogándoles que volvieran a concederle el honor de una visita. Mathias, Alara y los demás se despidieron cortésmente y emprendieron el camino de regreso al Memorial.
Antes de subir al coche, Mathias se demoró unos instantes para hacer una llamada con su vocofonador.
-Acabo de hablar con Lord Crisagon- anunció a sus compañeros mientras arrancaba el vehículo.- Después de lo que hemos averiguado aquí en Marvan, es prioritario que averigüemos todo lo posible acerca de las antiguas religiones paganas de Vermix-.
-Pero el Conservador nos ha dicho que la Eclesiarquía se encargó de destruirlo todo- objetó Valeria.
-Y no me cabe duda de que así fue. Pero apostaría todos los tronos que llevo encima a que la Inquisición guardó una copia de los informes. Y Lord Crisagon ha dicho que si es así se encargará de encontrarlos y enviarme toda la información que pueda sernos de interés. Si todo va bien, es posible que dispongamos de ella en las próximas horas-.
Cuando llegaron, el Auditor Hoffman los recibió con grandes aspavientos y una mueca de enfado.
-¡Doctor Trandor, han estado fuera más de tres horas! ¡Se ha hecho tardísimo! ¡Llegaremos a Gemdall de madrugada!-.
-Lo lamento, Auditor, pero nuestras averiguaciones han sido de sumo interés y eran improrrogables- dijo Mathias, tan amable como tajante.- Pongámonos en marcha cuanto antes; ya descansaremos a nuestra llegada-.
Un trueno ensordecedor rubricó sus palabras.



El convoy tardó diez minutos en ponerse en marcha. El todoterreno pronto aceleró dejando atrás a los lentos vehículos oruga; Mathias conducía con premura, listo para llegar a Gemdall con varias horas de antelación y prepararlo todo para la llegada de los demás.
Tras veinte minutos de marcha, las predicciones del Tecnosacerdote se cumplieron y comenzó a llover. Al principio se trataba de lluvia ordinaria, aunque abundante, y Mathias tuvo que encender los faros y reducir la velocidad para no perder estabilidad. Sin embargo, al cabo de una hora se desató el infierno. El cielo se puso negro, tragándose la poca luz crepuscular que quedaba en el ambiente, y las nubes tormentosas se pusieron a descargar una intensa cortina de lluvia. Alara jamás había visto llover así. Incluso con todas las luces del coche encendidas, no se veía a más de cien metros.
-¿Esto es el famoso monzón?- preguntó Octavia, mirando por la ventanilla.
-Así es- asintió Mikael, que estaba sentado a su lado.- Queda oficialmente inaugurada esta temporada-.
-Pues menudo momento ha escogido- refunfuñó Octavia.
-¿Crees que será prudente seguir conduciendo?- preguntó Valeria, preocupada.- Quizás deberíamos parar-.
A sus palabras siguió el fulgor violeta del rayo más grande que Alara había visto en su vida, seguido de un trueno que hizo temblar los asientos. Como si aquello fuera una especie de señal, la lluvia se abalanzó sobre el vehículo con más intensidad que antes. Más que llover, parecía que alguien estuviera lanzando cubos de agua contra el cristal. No se veía absolutamente nada, ni por las lunas delanteras ni por las traseras, y los limpiaparabrisas no daban abasto a pesar de que funcionaban a toda velocidad.
-¡Tenemos que parar!- exclamó Valeria, esta vez alarmada.
-¿Y dónde lo hacemos?- inquirió Mathias.- ¿En el arcén? Podría inundarse, y sería peor el remedio que la enfermedad. El pueblo más cercano está a cincuenta kilómetros, y con este tiempo sería imposible acampar. No tenemos más remedio que continuar-.
Redujo la velocidad a cincuenta por hora, pero la estabilidad del vehículo no mejoró. Alara vio que Mathias fruncía el ceño y tragaba saliva, mucho más nervioso de lo que pretendía aparentar, y comprendió que si no encontraban algún lugar donde poderse refugiar acabarían teniendo un accidente.
-Mathias, Valeria tiene razón; tenemos que parar-.
-¡Ya os he dicho que no hay dónde hacerlo!- exclamó él con voz airada.- ¡Si nos detenemos en la autovía…
Alara le interrumpió.
-¡Mathias, escúchame! ¡Este todoterreno puede ponerse a patinar en cualquier momento y no tenemos visibilidad! ¡Los Rhinos y los Chimera no tendrán ningún problema en avanzar, pero los conductores verán todavía peor que nosotros y si tenemos un accidente podrían pasarnos por encima! Es demasiado arriesgado conducir con semejante tormenta, no podemos continuar. Aunque no haya pueblos cerca, hay un sitio donde nos podemos refugiar-.
-Ah, ¿sí? ¿Dónde?-.
-Shantuor Ledeesme. El desvío no debe estar lejos de aquí, y según el mapa se encuentra poco más de diez kilómetros de la autovía-.
-¡Ese sitio estará en ruinas! ¡Lleva siglos abandonado!-.
-Cierto, pero es muy probable que la estructura central siga en pie. Era una fortaleza de la Guardia Imperial; sin duda tendrá suficiente espacio para albergar a todos los carros blindados de nuestro convoy. Da igual que esté abandonado si aún conserva el techo; sólo necesitamos un lugar seco de suelo firme donde parar. Tan pronto como amaine la tormenta, podremos seguir conduciendo hacia Gemdall-.
-¡Alara tiene razón, es una buena idea!- se apresuró a decir Valeria.
-Yo creo que las dos tienen razón, je… Mathias- añadió Mikael.- Nací en Prelux Magna, llevo toda la vida en Vermix y conozco bien los monzones. A principio de temporada las lluvias son intensas, pero intermitentes. No creo que descargue de esta manera durante muchos días, pero hasta que amaine sería peligroso continuar. Se sabe de camiones que han volcado en carretera por culpa de seguir adelante con lluvias como estas, y si hubiera sucedido algún accidente más adelante casi no tendríamos tiempo de reaccionar-.
-Está bien- cedió Mathias con un refunfuño.- Alara, contacta por radio con el Salamandra para comunicarles el cambio de ruta; yo voy a estar demasiado ocupado intentado que no nos matemos antes de llegar-.
Mientras Alara activaba el comunicador, Octavia vio un cartel que señalizaba el desvío al Paso de Kyrna y se lo señaló a Mathias. Él redujo la velocidad a veinte por hora y tomó la salida en dirección a la carretera, que se perdía de vista bajo una cortina de lluvia torrencial.


El todoterreno arribó a Shantuor Ledeesme en medio de una cortina de lluvia tan intensa que apenas dejaba ver a cincuenta metros de distancia. Aquello significó que recorrieron los últimos kilómetros casi a ciegas, ascendiendo por una carretera tortuosa y llena de baches con una ladera en peligro de derrumbe a la derecha y un abismo que se precipitaba cada vez más profundo hacia los marjales pantanosos a la izquierda. Poco más allá, el marjal daba paso a una enorme laguna cuya superficie parecía hervir por las salpicaduras de la lluvia torrencial; fue la primera señal de que estaban llegando a su destino. La envergadura y dimensiones de la laguna quedaban ocultas por la cortina de agua, que difuminaba todo el paisaje en una neblina gris.
-Tal vez sea verde durante la estación seca- comentó Mikael Skryos con inquieto buen humor.- Pero ahora mismo debería llamarse más bien la Laguna Gris-.
Alara no fue capaz de reírle la gracia. Aquel clima le parecía deprimente y escalofriante; no estaba acostumbrada a tanta humedad. Ni el dulce clima de Galvan, con sus lagos serenos de aguas espejadas y sus praderas floridas de mullida hierba verde, ni el fuerte clima continental de Kerbos, con los veranos calurosos y los inviernos llenos de heladas y frío seco, se parecían en lo más mínimo al clima predominante de Vermix.
“Asqueroso planeta”, pensó Alara pon enésima vez. “Asqueroso planeta encharcado e inhóspito lleno de plantas raras, bichos asquerosos y lluvia infernal”. Compadecía a Mikael por haber tenido la desgracia de nacer en Vermix.
Fue entonces cuando una silueta sombría e imponente, aún difusa tras la lluvia, se reveló ante ellos al dar la vuelta a la colina. En la cima, a poca distancia ya, se erguía lo que sin duda era, al fin, Shantuor Ledeesme. Alara se dio cuenta de que estaba rodeada por altas murallas inclinadas en forma de estrella, y en medio se alzaban varias edificaciones dispuestas en círculo, en cuyo centro destacaba una torre.
-Al fin- suspiró Mathias, aliviado.- Empezaba a temer que la carretera se nos deshiciera debajo de las ruedas en cualquier momento. ¡Por el Trono, qué manera de llover!-.
Condujo el todoterreno hasta las puertas de la fortaleza, que estaban abiertas. Todo el complejo parecía abandonado. Entre las grietas del cemento y la piedra gris crecía el musgo, y entre las baldosas agrietadas de la calzada brotaban plantas silvestres. Una vez atravesado el portón, el todoterreno avanzó por un amplio camino asfaltado hasta llegar a la entrada principal, cuyo rastrillo estaba subido. Las enormes puertas, aunque juntas, no parecían del todo cerradas. Mathias detuvo el vehículo.
-Bueno, ya hemos llegado- dijo.- Por suerte el rastrillo está levantado. Lógico; si sólo se puede manejar desde dentro tuvieron que dejarlo subido para irse. De todos modos, está tan oxidado que dudo que se pueda manipular ya, sea por dentro o por fuera. Bien, ¿quién baja a ver si se abren las puertas?-.
-Yo- respondió Alara de inmediato.
-Voy contigo- dijo Valeria.
Las dos salieron al exterior. Alara sintió como una bofetada la oleada de aire frío y las gotas heladas que comenzaron a mojarla; diez segundos más tarde, Valeria y ella estaban caladas hasta los huesos. Ambas caminaron hacia la puerta y apoyaron el hombro.
-A la de una- contó Alara.- A la de dos, y a la de… ¡¡treeesss!!-.
Con un chirrido quejumbroso, las puertas comenzaron a abrirse. Poco a poco, Alara y Valeria empujaron lo suficiente como para dejar pasar al todoterreno y los vehículos blindados que llegarían después.
Cuando sus ojos de acostumbraron a la oscuridad, Alara se dio cuenta de que se encontraban en un garaje. Un amplio, oscuro y espacioso garaje. Entre las enormes columnas de hormigón armado que sostenían el techo, había multitud de plazas de aparcamiento señaladas con leves rastros de pintura blanca. A ambos lado, formando una T, se abrían sendos compartimentos: uno de ellos era un almacén de suministros, y el otro un taller de reparaciones. Al fondo, cinco amplios escalones dispuestos en semicírculo conducían a una puerta alta de doble hoja. El garaje estaba vacío por completo, a excepción de un par de vehículos abandonados en un rincón y convertidos casi en un puñado de despojos oxidados, y un enorme ventilador para renovar el aire que décadas atrás había caído al suelo.
-Menudo asco de sitio- comentó Valeria arrugando la nariz.- Pero por lo menos está seco, y es lo bastante amplio como para que podamos aparcar los vehículos y montar nuestro campamento aquí durante la noche. Has tenido una buena idea, Alara-.
Alara sonrió.
-¿Cuánto crees que tardarán en llegar los demás?-.
-Con la que está cayendo, y teniendo en cuenta el estado de la carretera, no les doy menos de una hora. Tal vez más-.
Octavia, Mathias y Mikael descendieron del todoterreno. Mathias se acercó al remolque para abrirlo.
-Sugiero- dijo, mientras comenzaba a sacar unas internas- que echemos un vistazo al garaje para asegurarnos de que no hay alimañas y que la estructura del edificio es estable-.
Tendió una linterna a Mikael, y se quedó otro para sí.
-Alara, ven conmigo- dijo.- Mikael, tú ve con Octavia y Valeria. Vosotros explorad el ala izquierda y nosotros iremos por la derecha-.
-Joder, mirad eso- exclamó de pronto Mikael, alumbrando con la linterna un rincón, cerca de los vehículos herrumbrosos.
Todos miraron. Semioculta detrás del vehículo más apartado había una especie de bola oscura de la que emergía algo parecido a ocho cables enmarañados. Mathias fue el primero en reconocerla.
-¡Un dinorácnido! Una araña gigante. Aunque parece… -la alumbró con su propia linterna.- Yo diría que está muerta-.
Se acercó con paso vacilante, y a medida que la veía mejor, con más seguridad.
-Sí, está muerta- dijo.
-¿Está sola?- preguntó Alara, inquieta. Miró al techo y la parte superior de las paredes, pero no vio nada extraño.- ¿Qué la ha matado?-.
-Eso es lo raro- dijo Mathias, inclinándose para examinarla.- Parece que la ha matado un disparo. De láser. Probablemente un rifle-.
Alara se dio cuenta en seguida de que aquello no cuadraba.
-No puede ser. Este sitio lleva casi dos milenios abandonado desde que lo dejó la Guardia Imperial. ¿Cómo es posible que a esa araña la haya matado un disparo? ¡No puede llevar muerta mil quinientos años, ya no quedaría nada de ella!-.
-No, evidentemente no lleva muerta tanto tiempo- dijo Mathias, tocando el caparazón quitinoso con el dedo.- Es difícil establecerlo sin un análisis forense, pero yo diría que lleva muerta entre uno y cinco años. No creo que sean más-.
-Pero… pero… ¿quién ha podido estar aquí, con un rifle láser, matando arañas, hace tan poco tiempo?- se preguntó Octavia, desconcertada.
Alara frunció el ceño.
-Tal vez este lugar no sea tan solitario como imaginábamos. Sugiero que echemos un vistazo por este sitio para asegurarnos de que no nos vamos a llevar sorpresas desagradables-.
-Muy bien, pero primero terminaremos de explorar el garaje- decidió Mathias.- La puerta principal estaba cerrada, de modo que ese bicho se ha tenido que colar aquí por alguna parte-.
Los dos grupos se separaron; Mikael, Octavia y Valeria fueron a la izquierda, y Mathias y Alara a la derecha.
-Este sitio me da asco- gruñó Alara, mientras el haz de luz de Mathias barría el taller de reparaciones, vacío a excepción de unos pozos con raíles para examinar vehículos desde abajo.
-Ha sido idea tuya- dijo él, iluminando las paredes y el techo del taller.
-Bueno, aún sería más asqueroso tener que dormir en medio del barro-.
Salieron del taller sin haber visto nada en particular. Una vez fuera de allí, se dirigieron al fondo del garaje, vigilando paredes y techos para localizar cualquier sitio por donde hubiera podido colarse una araña como la que yacía muerta junto a la chatarra.
Al llegar junto a los escalones y la puerta de doble hoja, hallaron la solución. Junto al techo se abrían enormes respiraderos para ventilar y renovar el aire de la estancia. Las rejillas que deberían haberlos cubierto estaban en el suelo.
-La mayoría de los ventiladores siguen en su sitio- dijo Mathias, alumbrando los agujeros.- Eso impediría que se colase cualquier araña, excepto las crías. Pero en el lado de Mikael y las chicas hay un ventilador caído en el suelo. Eso significa que hay un hueco lo bastante grande como para que una araña adulta pueda pasar-.
Los túneles de ventilación desaparecían al otro lado de la pared.
-Será mejor que vaya a echar un vistazo- dijo Alara.- No quiero que uno de esos bichos asquerosos aparezca en el garaje mientras duermo-.
-No vayas sola- le pidió Mathias.
-¿Y quién vendrá conmigo? Tú eres el Legado Inquisitorial, no puedes arriesgarte. Y tienes que recibir al convoy cuando lleguen-.
-Yo iré contigo- dijo la voz de Mikael tras ella. Alara se giró, y lo vio llegar seguido de Valeria y Octavia.- Aparte del ventilador caído, no hemos encontrado nada. Creo que es evidente que las arañas se cuelan por ahí. Cuando llegue la Guardia Imperial podríamos pedirles que intenten fijar al agujero la rejilla que en mejor estado se encuentre, pero no sé si contar con ello-.
-Me imagino que los dinorácnidos muerden, ¿no?- preguntó Alara.
-Claro que muerden- respondió Mathias.- Son cazadoras-.
-Muy bien, en ese caso creo que será mejor que hagamos uso de nuestros blindajes-.
Alara se dirigió al remolque y sacó algo del fondo: las piezas de su servoarmadura, cuidadosamente empaquetadas. Se deshizo de la peluca larga tras quitarse los ganchos que la sujetaban a su auténtico cabello, y acto seguido comenzó a desnudarse.
-Valeria, ayúdame- pidió a su amiga.- Acabaré antes si me ayuda alguien-.
Se deshizo de su disfraz de civil y se quedó en ropa interior. Mientras Valeria extraía las piezas de su envoltorio protector y rezaba las adecuadas oraciones al Omnissiah antes de ponérselas, Alara se dio cuenta de que Mathias la observaba con el rabillo del ojo. Mikael, sin embargo, estaba demasiado ocupado en la parte delantera del vehículo poniéndose su propio blindaje como para prestarle atención.
Cuando la servoarmadura estuvo lista, Valeria le tendió el casco. Alara lo encajó sobre su cabeza, cerrando herméticamente el blindaje, y el mundo cambió a sus ojos. Seguía viendo con claridad, pero ahora lo hacía a través del visor de cristal blindado: un visor perfeccionado que le permitía ver en espectro normal, visión nocturna, infrarrojo y ultravioleta. Se metió la pistola bólter en la funda, encajó cargadores y granadas en el cinto, prendió de su hombro la correa del rifle bólter, y envainó la espada sierra.
-Ya estoy preparada- dijo. Su voz sonaba ligeramente metalizada a través del vocotransmisor acoplado a su pectoral.
-Yo también- dijo Mikael.
Al verle, Alara se sorprendió. Mikael Skyros tampoco era ya reconocible bajo su blindaje. Llevaba una ceñida malla de nanotubos que le cubría todo el cuerpo, desde los dedos de los pies hasta la coronilla. Llevaba botas, rodilleras, brazales, hombreras, y un casco con vocotransmisor y visores que le permitían ver en los mismos espectros que ella.
-Sintonicemos los canales de nuestros vocotransmisores- sugirió Mikael.- Así podremos hablar, llegado el caso, sin tener que proyectar nuestra voz al exterior-.
-Mi vocotransmisor está ya sintonizado con la frecuencia de mi pelotón y mi escuadra- dijo Alara.- Ajusta el tuyo a la misma frecuencia que el mío, así no tendré que ajustarlo yo de nuevo para poder hablar con mis hermanas-.
Mikael asintió. Mientras ajustaba la frecuencia siguiendo las instrucciones de Alara, ella se giró hacia Mathias. Vio que la estaba mirando con una mezcla de extrañeza, admiración y temor reverencial. Le sonrió, aún sabiendo que sus facciones ya no eran visibles tras el casco.
-Vámonos- dijo Mikael.
-Voy a conducir de nuevo afuera- les informó Mathias.- Dejaré los faros delanteros del todoterreno encendidos para servir de guía al convoy. Aprovecharé para consultar mi cogitador portátil mientras esperamos. Quiero comprobar si Lord Crisagon ya me ha enviado el informe que estamos esperando acerca de las religiones locales ¿Llevas el comunicador, Alara?-.
Ella lo señaló dándose una palmadita en el cinto. Mathias, tras vacilar un instante, alargó la mano y le tocó el brazal de la servoarmadura.
-Ten cuidado, Alara. Volved pronto-.
-No te preocupes- le dijo ella.- Y ve con cuidado tú también-.
Se giró y marchó en pos de Mikael hacia la puerta grande de doble hoja que se adentraba en el interior de la fortaleza, hacia el corazón de la torre. Mientras subía las escaleras, se dio por última vez la vuelta. Mathias estaba de pie junto al coche, sin moverse, mirándola fijamente, esperando a que desapareciese tragada por la negrura que aguardaba al otro lado de la puerta.



Cuando Mikael abrió la puerta, Alara cambió rápidamente su visor a luz infrarroja para poder ver en aquella absoluta oscuridad. El visor infrarrojo era sumamente útil; no tenía mucho alcance, pero de su cinturón brotaba un haz de luz infrarroja invisible para los ojos humanos pero que gracias al visor de su casco iluminaba como una linterna el camino que se extendía frente a ella. También permitía ver la silueta de los cuerpos vivos, que desprendían calor.
Cuando cerraron la puerta tras de sí, se hallaron en un vestíbulo ruinoso y lleno de polvo. Una hilera de ventanas daban a la oscuridad del exterior; algunas estaban rotas y por ellas se colaba el agua de lluvia. De vez en cuando, un rayo hería el cielo en el exterior, y pocos segundos más tarde los truenos retumbaban con un estruendo infernal. Tras ellos, una escalera doble ascendía a un rellano que conducía al primer piso de la torre central.
-Bueno- dijo Mikael por el vocotransmisor.- ¿Y ahora q…
Enmudeció de repente; algo debía haber captado su atención. Alara aguzó el oído. Dos segundos más tarde, por encima del murmullo del chaparrón, escuchó un correteo. Luego otro. Y algo parecido a un crujido.
Mikael encendió la linterna que llevaba acoplada a su escopeta de combate, y dirigió el haz de luz hacia el techo.
-Mierda- masculló.
-¿Qué?- preguntó Alara, tensa, alzando el rifle bólter.
-Dinorácnidos- siseó Mikael, en guardia.- Al menos seis. Estaban agrupados en el techo, pero nos han visto. Y nos están cazando-.
-¿Nos están qué?- graznó Alara con voz estridente.
Justo en ese momento, el sonido de correteo aumentó, y varias figuras oscuras descendieron como fantasmas zigzagueantes por la pared. Arañas gigantes, vivas, del tamaño de un coche pequeño, negras como la tinta y con ocho patas peludas y afiladas. Los quelíceros de su boca entrechocaron con un sonido a la vez furioso y hambriento. Y se abalanzaron sobre sus presas: dos fueron a por Mikael; las otras dos a por Alara.
Alara no retrocedió, y no vaciló. No sentía miedo, sólo una extraña euforia. Por fin estaba en su elemento, por fin podía hacer lo mejor que sabía hacer: luchar. Apuntó directamente a la cabeza del dinorácnido más cercano y disparó. El animal reventó de inmediato y cayó al suelo muerto en el acto. El segundo dinorácnido, acobardado por el estruendo del bólter, retrocedió y se arrimó a la pared.
-¡Cuidado!- gritó Mikael.- ¡A tu espalda!-.
Alara se giró, justo a tiempo de ver a Mikael junto a los restos de otro dinorácnido muerto, antes de que una bola oscura se le echase encima. Rodó por el suelo, intentando ponerse fuera del alcance de la araña. Los colmillos de la criatura se cerraron en torno a su pierna, y uno de ellos consiguió colarse por la juntura de la servoarmadura. Aunque no pudieron atravesar la malla blindada, el mordisco le hizo daño. Un hilo de veneno oscuro y aceitoso se escurrió por la ceramita que revestía su pierna.
Sin levantarse, Alara apuntó en dirección al bicho, que volvía a cernirse sobre ella, y disparó. Lo alcanzó en el vientre; la cubierta quitinosa de la araña estalló salpicando sangre negra y vísceras en todas direcciones. El dinorácnido cayó boca arriba retorciendo las patas y lanzando chillidos de agonía antes de quedarse inmóvil en el suelo.
Mientras tanto, las dos que quedaban habían decidido que las presas que tenían delante no eran un bocado tan apetecible como habían pensado y trataron de huir por la ventana rota que dejaba entrar la lluvia del exterior. Alara y Mikael se levantaron de un salto, apuntaron al unísono, y la escopeta de combate y el rifle bólter retumbaron juntos con un estruendo atronador. Los dos dinorácnidos cayeron de la pared y rodaron por el suelo, destrozados y tan muertos como los demás.
-Bueno- dijo Alara- no ha sido tan difícil-.
-¿Estás bien?- le preguntó Mikael.- Esa puta te ha mordido-.
-No es grave. No ha traspasado. Duele un poco, pero se me pasará-.
El asesino asintió.
-¿A dónde vamos ahora?-.
Alara señaló las escaleras.
-Por ahí arriba. Quiero asegurarme de que no hay más-.
Mentalmente, dio las gracias al Emperador por haber sido ella quien encontrara a los dinorácnidos, y por haber tenido la idea de salir a explorar. No quería ni imaginarse lo que hubiera sucedido si hubiesen sido Octavia, Valeria o Mathias, que no llevaban armadura, quienes las hubiesen encontrado.
Las escaleras presentaban un aspecto cochambroso; la piedra estaba resquebrajada y algunas esquirlas se habían soltado. La barandilla estaba mu oxidada y varios fragmentos se habían soltado. Aún así, cuando Alara apoyó el pie en el primer escalón, el conjunto le pareció sólido. Mikael y ella subieron hasta el primer piso, empujaron una puerta metálica, que se abrió con un patético chirrido, y entraron a un pasillo sucio y destartalado. Si alguna vez había habido pintura en aquellas paredes, hacía muchos siglos que se había desprendido. Todas las habitaciones estaban vacías. Cuando subieron al segundo piso, encontraron un espectáculo similar, aunque con una única diferencia: una de las habitaciones, al fondo de un pasillo recto que se abría entremedias a un rellano con salida a dos cuartuchos sin puerta, estaba cerrada con un candado.
-Este candado no tiene dos mil años- observó Mikael, examinándolo.- De hecho, parece bastante nuevo-.
-Sólo queda el piso final de la torre- dijo Alara.- Mira a ver si puedes abrir la puerta mientras yo le echo un vistazo al último nivel-.
Se alejó hacia la puerta que se abría en un rincón, al otro lado del corredor en cuyo extremo opuesto se encontraba Mikael. Alara se asombró de que aquella puerta pudiese continuar en pie; estaba tan llena de óxido y herrumbre que tendría que haberse deshecho en pedazos hacía tiempo. Cuando la empujó, las bisagras gimieron como un torturado en medio de su agonía.
Al instante, un fuerte viento y una violenta oleada de lluvia salpicaron la servoarmadura de Alara. Sin embargo, ella no sintió el frío ni la humedad; su blindaje era también un compartimento estanco, con la temperatura y la humedad reguladas, que la hacía inmune a las inclemencias del tiempo.
Con paso firme, subió las escaleras de piedra rugosa que ascendían hasta la cúspide de la torre. Echó un vistazo a su alrededor, pero a pesar de tener activada la visión nocturna no pudo ver gran cosa, a excepción de lo que parecía maquinaria y una especie de cañón. Lo más impresionante del entorno, sin duda, era el paisaje: desde aquella torre podía verse todo el paisaje que circundaba la fortaleza. En un día claro y despejado sin duda se habrían podido avistar muchos kilómetros a la redonda, pero en aquella noche tormentosa y oscura Alara sólo pudo distinguir las siluetas de los árboles alienígenas que crecían en los marjales, agitándose bajo el bramido el viento, así como la espesa cortina de lluvia que castigaba con furia la Laguna Verde y ocultaba de la vista las colinas, montañas y pantanos que pudiera haber alrededor. Y vio algo más: allá a lo lejos, en la oscuridad, se movían lentamente un puñado de luces en hilera, como un desfile de luciérnagas en la distancia. Iban haciendo eses, siguiendo el sinuoso trazado de la carretera.
“Es el convoy. Aún están muy lejos, pero se van acercando. Espero que la carretera aguante y consigan llegar sin ninguna dificultad”.
Alara se dio la vuelta y bajó de nuevo las escaleras; allí no había nada más que mirar. Mientras descendía, un estruendo seco y potente que venía del piso inferior la sobresaltó. Aligeró el paso, penetró en el pasillo y cerró la puerta.
-¿Mikael?- preguntó.- ¿Has sido tú?-.
-Sí- contestó una voz desde el otro extremo del corredor.- He logrado abrir la puerta-.
Cuando Alara se acercó, comprendió el motivo de aquel estruendo: Mikael había usado una granada explosiva para hacer saltar el candado y el pomo, abriendo un boquete en la plancha metálica de la puerta.
-No ha sido lo que se dice sutil- comentó ella con ironía.
-Entra- la llamó Mikael desde el fondo de la habitación.- No vas a creer lo que he encontrado-.
Llena de curiosidad, Alara entró. Mikael estaba inclinado sobre una multitud de cajas cuyas tapas estaban desparramadas por el suelo. Se acercó a la primera; algo brillaba en su interior. Al acercarse, descubrió que eran relojes: una multitud de relojes de oro. Otras cajas estaban repletas de pulseras, collares, anillos y otras alhajas, todas de oro, plata, platino o titanio, muchas de ellas adornadas con piedras preciosas de todos los colores y tamaños, exquisitamente talladas. En otro grupo de cajas, al fondo de la habitación, había bolsas repletas de monedas y billetes: tronos de oro, águilas de plata y coronas de bronce; tantos, que sin duda constituían una pequeña fortuna.
-Vaya- comentó Alara, inclinándose junto a Mikael para examinar el botín.- Parece que hemos descubierto el botín de una panda de ladrones-.
-Mira esto- dijo Mikael, extrayendo de una de las cajas un fabuloso collar semejante a una cadena de eslabones dorados. En el interior de cada eslabón había engarzada una gema diferente.- ¿No te parece hermosa?-.
-No me interesan las joyas- dijo Alara con tono despreciativo.- Las Hermanas del Sororitas no podemos poseer alhajas ostentosas, y además no las necesitamos. No son más que un instrumento para halagar la vanidad y la soberbia de quien las porta-.
Mikael se giró para mirarla con sorpresa, y rió entre dientes.
-Vaya, jamás imaginé que conocería a una mujer que despreciara las joyas-.
-Será mejor que informemos a Mathias de inmediato- decidió Alara.- Estos objetos tendrán dueños legítimos que habrán denunciado su desaparición. Debemos cargar estas cajas en los vehículos blindados del convoy y llevarlas a Gemdall para entregarlas al Adeptus Arbites-.
-Claro, claro- se apresuró a decir Mikael.
Alara frunció el ceño; le daba la sensación de que si hubiera propuesto quedarse con el botín sin más, el asesino no habría dudado mucho antes de encogerse de hombros y empezar a llenarse los bolsillos. Cogió el comunicador que portaba al cinto y lo encendió.
-Al habla Alara. Mathias, ¿me recibes?-.
Sonó un leve chasquido de estática antes de que recibiera la respuesta.
-Aquí Mathias, te recibo. ¿Sucede algo?-.
-No te vas a creer lo que hemos encontrado- dijo Alara, emocionada.- Es un… bueno, en realidad creo que es mejor que baje y te lo explique. En seguida estoy ahí-.
-Te espero impaciente- contestó Mathias.- Cambio y corto-.
Alara y Mikael se incorporaron, salieron de la habitación y se dirigieron por el corredor de vuelta al pasillo central, el que conducía recto hasta el rellano donde estaban las escaleras. Estaban a punto de doblar la esquina para penetrar en él, cuando se dieron cuenta de que algo iba mal.
“Luz” pensó Alara de repente. “Al final del pasillo, en el rellano. Hay demasiada luz”.
Y justo en ese momento, Mikael y ella oyeron las voces.



-¡Joder, lo he oído aquí arriba, estoy seguro!-.
-¿Crees que han sido los mismos que han matado a las arañas?-.
-¿Cómo van a ser otros, gilipollas?-.
Un grupo de personas apareció por el fondo del pasillo. Inmediatamente, Alara y Mikael se retiraron para esconderse cada uno tras una de las esquinas del corredor, pero ya era tarde.
-¡He visto moverse algo!- exclamó el que iba delante.- ¡Creo que están ahí! Mierda, han encontrado el alijo-.
Gracias a su sistema de visión con potenciación lumínica, Alara pudo ver al grupo tan claramente como si fuera de día. Se trataba de un grupo de hombres vestidos con ropajes oscuros de cuero grueso y reforzado, lleno de correas. El que marchaba delante llevaba un par de aparatosas gafas que debían ser de visión nocturna, y portaba entre las manos una escopeta. Tras él, había siete más: tres de ellos portaban rifles automáticos, otros tres enarbolaban escopetas de corredera, el más robusto de todos, que caminaba atrás de la comitiva, llevaba un rifle automático, y justo por delante de él avanzaba un sujeto con el rostro cubierto por una máscara de metal que sujetaba entre las manos un lanzallamas ligero. A juzgar por su aspecto -altos, de tez clara, barbas y cabellos desaliñados, y todos ellos de figura esbelta exceptuando a los dos más fornidos que parecían llevar la voz cantante- eran forajidos de las Tierras Bajas.
Al verlos, Alara maldijo para sus adentros; no se le había ocurrido pensar que los ladrones que habían escondido allí el alijo estuvieran en la fortaleza. Sin duda, debían haber establecido en ella su base -de lo contrario, no se hubieran encontrado allí en una noche tan desapacible y tormentosa, aún menos al comienzo de la temporada del monzón, cuando era del todo posible quedar aislados por un corrimiento de tierras o una inundación-. Por una parte, quedaba resuelto el misterio de la araña muerta: sin duda habían sido ellos quienes habían acabado con el insecto de un disparo. Por otra parte, su presencia allí, atraídos por los disparos de escopeta y bólter que habían acabado con las arañas en el vestíbulo inferior, significaba un hecho insoslayable: Mikael y ella estaban atrapados. No había ninguna salida a excepción del pasillo central que ellos ya habían ocupado. Si querían salir, tendrían que pasar por encima de ellos... y no sólo los cuadruplicaban en número sino que iban fuertemente armados.
“Si les dejamos llegar hasta aquí, perderemos la ventaja del atrincheramiento” pensó Alara. “Tenemos que atacarlos cuando aún estén en el pasillo, es nuestra única opción”. Accionó el vocotransmisor privado entre ella y Mikael.
-Voy a lanzar una granada- dijo.- Después, atacamos-.
-De acuerdo- murmuró Mikael.
Alara se llevó la mano al cinto, extrajo una granada perforante y le quitó la anilla.
“Uno” empezó a contar mentalmente. “Dos, tres…”
-¡Eh, vosotros de ahí!- gritó el explorador, apuntándolos con su escopeta de corredera.- ¡Os hemos visto! ¡Salid donde podamos veros con las manos levantadas!-.
“Cuatro, cinco, seis… ¡ahora!”.
Arrojó la granada con toda la puntería que fue capaz, intentando hacerla caer en el espacio abierto que había en medio del pasillo, justo en el centro del grupo de bandidos. Dio en el blanco, y el proyectil cayó entre las piernas de los hombres rebotando con un sonido hueco.
-¡A cubierto!- chilló una voz.
Los bandidos se arrojaron al suelo en todas direcciones, pero el proyectil explotó casi de inmediato. El más robusto del grupo y los dos que lo acompañaban, el del rifle y el del lanzallamas, eran lo que estaban más alejados, y consiguieron ponerse a salvo retrocediendo hasta la entrada del pasillo. Los de delante no tuvieron tanta suerte; la explosión envolvió de lleno a dos de ellos, que murieron en el acto cuando sus cuerpos estallaron y cayeron al suelo desmembrados. Otros tres, protegidos por los propios cuerpos de sus compañeros muertos, que se encontraban en el radio de acción directo de la granada, salieron despedidos contra las paredes del pasillo, heridos de diversa consideración. Apenas se apagó el estallido de la explosión, Alara asomó medio cuerpo de inmediato por detrás de la pared, apuntó al explorador de las gafas de visión nocturna, y disparó.
El explorador se estaba poniendo de pie, gimiendo de dolor y escupiendo maldiciones. Al segundo siguiente, lo que escupía era sangre; el bólter le había impactado en el pecho, y un segundo más tarde la munición explosiva reventó, abriéndole un boquete en el tórax y quebrándole las costillas. Cayó de rodillas y se desplomó en el suelo, tan muerto como sus compañeros. Mikael también disparó; los perdigones de su escopeta hirieron gravemente el brazo de otro de los heridos, que también trataba de incorporarse y cayó de nuevo al suelo con un aullido.
Aquel repentino y violento ataque generó una inmediata lluvia de balas sobre Mikael y Alara. Afortunadamente, se encontraban bajo cobertura parcial y el resto de bandidos no poseían un sistema de visión nocturna como el que llevaba el explorador muerto, de modo que sus disparos no dieron en el blanco o rebotaron inofensivos contra el blindaje.
-¡Matadlos!- gritó el que parecía lugarteniente del jefe, un hombre de grandes músculos abultados y cabello cortado al rape.- ¡Matad a esos hijos de puta!-.
Siguiendo su propia orden, apuntó a Mikael con su escopeta y disparó. El asesino se apartó con rapidez, pero no pudo evitar que varios de los perdigones atravesaran su malla de nanotubos y se le incrustaran en el hombro. Lanzó un gemido de dolor, apretó los dientes con una mueca de rabia y devolvió el fuego.
Mientras el lugarteniente y el asesino se enzarzaban en aquel fuego cruzado, Alara intentó alcanzar al líder, y le disparó una ráfaga. Los dos primeros tiros fallaron; el tercero lo alcanzó en el tórax. Sin embargo, debió darle en un costado, porque a pesar de la explosión de sangre que salpicó la pared del rellano del fondo, el hombre lanzó un grito que parecía más de rabia que de dolor y se incorporó para devolver el ataque. Su rifle láser alcanzó a Alara con un certero disparo que, sin embargo, rebotó inofensivo contra su servoarmadura.
-Que el Trono te lleve- masculló Alara.
La distrajo el repentino grito de Mikael, cuya malla no era ni por asomo tan resistente como el blindaje de Alara; el lugarteniente y dos de los secuaces que quedaban vivos habían concentrado el fuego sobre él, y uno de ellos lo había herido. Mikael vaciló y se apoyó en la pared opuesta del pasillo, dejando una impronta de sangre en ella.
Alara sintió una oleada de rabia. Aquellos bandidos habían herido a un Acólito a las órdenes de la Inquisición, a un siervo del Dios Emperador. Sin dudarlo ni un instante, abandonó la cobertura que le proporcionaba la esquina de la pared y se plantó en medio del pasillo, mostrándose por completo. Los bandidos la miraron con una mezcla de sorpresa y alarma: sorpresa al ver que uno de sus enemigos tenía el atrevimiento de abandonar su escondite y ofrecerse a cuerpo abierto; alarma al contemplar una espectacular servoarmadura roja, el cañón de un rifle bólter, y escuchar una voz aguda, femenina, que gritaba:
-¡Por el Emperador!-.
Alara disparó una ráfaga. La cabeza de uno de los secuaces estalló, esparciendo fragmentos de hueso y materia gris en todas direcciones. El lugarteniente que había herido a Mikael salió despedido hacia atrás por la fuerza del impacto y cayó al suelo junto al jefe, hecho un bulto. Uno de los secuaces, que estaba herido, lanzó un grito de pánico e intentó echar a correr, pero el jefe lo agarró del brazo y lo estampó contra la pared.
-¡Sigue luchando o seré yo quien te mate!- rugió.
El bandido se retorció, farfullando. Alara vio clara la oportunidad, e hizo ademán de posicionarse para cargar… pero en ese momento apareció alguien que había estado oculto hasta ese momento: el sujeto que portaba el lanzallamas. Con una rapidez felina, dirigió la boca del arma contra Mikael y Alara y disparó.
Alara reaccionó por puro instinto; saltó para ponerse delante de Mikael, que aún estaba doblado sobre sí mismo sujetándose el hombro sangrante con la mano. Sabía de sobra que la malla de nanotubos del asesino era un blindaje demasiado ligero como para protegerlo del fuego. La servoarmadura, en cambio, era mucho más gruesa y estaba revestida de ceramita; si algo podía resistir a las llamas, era ella.
Una oleada de llamas candentes se precipitó sobre ellos con la fuerza de un huracán. Mikael gritó de dolor. Alara también, al sentir como a través de las junturas de su armadura el calor se hacía sentir hasta volverse insoportable. Sin embargo, un segundo más tarde las llamas se desvanecieron, y Alara comprobó que exceptuando las quemaduras superficiales que le laceraban la piel de los codos y parte de los antebrazos, estaba ilesa. La voz dolorida de Mikael se dejó oír por el vocotransmisor interno.
-G…gracias, Alara. Pero me he… me he quemado las p… piernas. T… tengo que retirarme-.
Alara respondió con un leve asentimiento de cabeza, que el alucinado portador del lanzallamas estaba demasiado atónito como para advertir. El hombre se había quedado inmóvil, paralizado, mirándola con lo que debía ser una mueca de incredulidad debajo de su máscara blindada.
-¡Tus llamas nada pueden contra mí, impío!- rugió Alara. Disparó el bólter contra él, pero sus palabras llenas de fervorosa cólera habían sacado de su estupefacción al saqueador, que se retiró justo a tiempo para esquivar el disparo lanzado un grito de pánico.
-¡Maldita sea!- rugió el jefe.- ¡Maldita sea!-.
-¡Es un demoniooo!- sollozó el secuaz, todavía acobardado.
-¡Idiota, si ha invocado al Emperador!- gritó el jefe, disparando. Tenía una gran mancha oscura en el costado, ahí donde Alara le había acertado la primera vez, pero no parecía que el dolor le limitase demasiado los movimientos. Apuntó y disparó. El secuaz disparó también, pero los nervios le hicieron perder el control; el arma se le había encasquillado. Alara le disparó y le acertó en el brazo; el hombre cayó al suelo lanzando alaridos, con el codo destrozado, y comenzó a arrastrarse como un gusano hacia las escaleras.
Un segundo disparo del jefe acertó a Alara en un punto débil de la juntura de la pierna. No le hizo demasiado daño, pero sí la sorprendió; el bandido del lanzallamas aprovechó la momentánea distracción para volver a rociarla con una nube de llamas. Pero en aquella ocasión Alara estaba preparada, y reaccionó con rapidez cubriendo sus puntos débiles. El fuego la rodeó sin dañarla lo más mínimo.
“Estoy harta de este imbécil”, pensó, furiosa. Volvió a dispararle, esta vez sin perder el tiempo en diatribas, y en aquella ocasión acertó. El enmascarado estalló con el torso partido en dos, salpicando sangre y vísceras en todas direcciones.
El jefe la miró con rabia, pero se había quedado solo y los dos únicos hombres que le quedaban -el lugarteniente y el secuaz sollozante- estaban gravemente heridos. Se echó a hombros al lugarteniente y huyó de allí a toda velocidad.
Por la mente de Alara pasó fugaz la idea de perseguirlos, pero la desechó de inmediato para ir a ver a Mikael. Lo encontró tirado en el suelo, apoyado en la pared junto a la puerta de la sala donde se ocultaba el alijo, resollando.
-¡Mikael!- Alara se arrodilló junto a él.- ¿Cómo estás?-.
-Jodido- farfulló el asesino.- Hecho una mierda. Pero me… recuperaré-.
Señaló gesticulando con la mano una ampolla vacía con aguja y un embolo aplicador.
-¿Qué es eso?- inquirió Alara.
.Drogas regenerativas- contestó Mikael con un susurro.- Te curan en un t… tiempo récord, pero te d… dejan hecho polvo mientras t… tanto. Las fabrica tu n… novio- rió entre dientes.
Obviando que se trataba de la primera vez que Mikael hacía mención directa a la relación que la unía a Mathias, Alara le rodeó los hombros con el brazo.
-¿Puedes andar?-.
-N… no-.
-Bien, voy a comunicar con Mathias. Valeria podrá prestarnos ayuda-.
Extrajo el comunicador y lo encendió.
-Mathias, soy Alara, ¿me recibes?-.
La única respuesta que obtuvo fue el sonido de la estática.
-Mathias- repitió.- Soy Alara, ¿estás ahí?-.
Silencio. Pasaron los segundos, pero nadie contestaba. El miedo comenzó a incrustarse como una cuchilla insidiosa en el corazón de Alara.
-T… tienes un mensaje- dijo Mikael con voz ronca.- El v... vocofonador celular-.
Al mirarlo, Alara se dio cuenta de que era verdad; una luz naranja destellaba en un costado del aparato anunciando un mensaje de texto. Provenía el número de Octavia. Lo abrió. Sólo constaba de tres palabras: NOS ESTÁN ATAC. No había podido terminar el mensaje, pero era más que suficiente para comprenderlo. El miedo de Alara eclosionó y estalló convertido en pánico.
“¡Mathias! ¡Octavia! ¡Valeria!”.
-¡Hay más bandidos!- exclamó con la voz llena de horror.- ¡Han atrapado a Mathias y a mis hermanas!-.
Mikael respiró hondo antes de farfullar una sola palabra.
-Mierda-.

4 comentarios:

  1. ¡Por fín las ostias! De vez en cuando se agradece un poco de acción, aunque menudo panorama ha quedado...

    Iba a comentar lo mucho, muchísimo que me desagradan las arañas, aunque Alara y Mikael se han desecho de ellas fácilmente, pensaba que esa parte del relato me lo iba a hacer pasar mal cuando han llegado estos tipos a complicar las cosas. Y no porque les haya costado disolver el grupo que los ha pillado cerca del alijo, sino porque seguramente los que se han topado con el grupo de Mathias sean muchos más y mucho mejor armados, ya pueden estarlo para poder capturar dos hermanas de batalla.

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  2. ¡Por el Trono, empieza lo hardcore!

    Ha sido un capítulo muy emocionante y, sobre todo, muy movido. Aunque a veces me mareaba un poco el ritmo vertiginoso de la batalla, ^^U. Me da pena que Mikael haya quedado herido; es un personaje que me cae mejor después de verle (leerle) luchar y me apetece saber más de él.

    Y opino igual que Narwen: Muy mal tiene que estar la cosa como para que dos Sororitas armadas y peligrosas no le den por culo a sus captores.

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    1. Tened en cuenta una cosa: son dos Sororitas, pero no militantes (una es dialogante y la otra hospitalaria), aunque saben luchar, el combate no es su especialidad, y si encima un grupo de enemigos muy superior en número las pilla con la guardia baja...

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