A.D. 835M40.
Randor Augusta (Kerbos), Sistema Kerbos, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.
“Una noche ideal para desaparecer”.
Mathias Trandor guarda la carpeta de los
apuntes en un cajón de su cómoda y se deja caer cuan largo es sobre la cama.
Libre. Por fin es libre, al menos durante un par de semanas. Acaba de terminar
los exámenes y está agotado mentalmente.
Aún así, se siente satisfecho. Le han ido
bien. Los estudios de Biología son interesantes, y al contrario que en la
Schola Progenium, sus compañeros admiran su cerebro privilegiado en lugar de
mirarlo con cara de sospecha. Tras cerrar los ojos unos segundos, se incorpora
y sacude la cabeza. Esa noche no es para descansar, sino para celebrar. Ha
quedado con sus amigos quince minutos más tarde para ir a cenar y a divertirse
a la zona de bares para estudiantes de Kerbos. Habrá mucha gente allí:
estudiantes de todos los cursos contentos de haber terminado los exámenes y
dispuestos a celebrarlo por todo lo alto.
“Y entre tanta gente… tal vez me encuentre
con ella”.
La esperanza es muy pequeña. Hay cientos de
miles de estudiantes en los Collegia Imperialis de Kerbos. Pero quizás, sólo
quizás, Alara esté allí. ¿Y por qué no? ¿Quién sabe? Jamás pudo averiguar nada
sobre ella. La única pista que tenía -las aspiraciones infantiles de Alara por
ser oficial de la Guardia Imperial, como su padre- acabó siendo falsa. Mathias
tenía un par de amigos en la Schola Progenium que ingresaron en la Escuela de
Oficiales de la Guardia Imperial y prometieron hacerle el favor de averiguar si
Alara estaba allí. Todo había sido en balde. Tras muchas averiguaciones, todo
lo que sus amigos pudieron decirle es que no había ninguna Alara Farlane
alistada en la Guardia; ni como soldado raso ni como aspirante a oficial.
La noticia le había sentado a Mathias como un
puñetazo en el estómago. Si no estaba allí, se había quedado sin pistas. Podía
estar en cualquier parte. ¿Arbites? ¿Eclesiarquía? ¿Inquisición? ¿O tal vez
Collegia Imperialis, como él?
“En marcha. Esta noche va a ser la gran
noche”.
Se afeita, se perfuma, se cambia de ropa y se
pone una levita para protegerse del frío. Una vez listo, se reúne con sus
amigos. Todos parten animados, cenan en un restaurante donde sirven platillos
combinados a buen precio, y después se van al bar. Lothar, uno de los nuevos
amigos que ha hecho a lo largo de aquel año, pide un combinado llamado Grog, y
Mathias pide lo mismo. La bebida tiene un sabor dulzón y muy alcoholizado.
Al terminar el vaso, siente un agradable
mareo. Sus ojos miran en todas direcciones sin poderlo evitar. ¿Verá
a Alara? ¿Realmente la encontrará? ¿Y si está en otro bar? Anima a sus
amigos a hacer la ronda por diferentes locales con la esperanza de localizarla.
Tres horas más tarde, Mathias está algo más
que ligeramente borracho. Está sentado en una barra, preguntándose si se
enfrenta o no al quinto Grog, cuando de repente se le para el corazón.
“¡Es ella!”.
Una joven de falda corta y melena negra larga
por debajo de los hombros charla con unas amigas. Mathias sólo la ve de perfil,
pero está casi convencido de que es Alara. Con paso vacilante, deja la barra y
se acerca a ella. Tras vacilar un momento, le golpea el hombro con los dedos.
-Perdona- dice.- ¿Eres…
Se interrumpe antes de terminar cuando la
chica se gira. No es Alara, pero se parece a ella, o al menos a la imagen
mental que tiene Mathias de cómo debería ser Alara tras diez años sin verla:
alta, de busto generoso, rostro ovalado y cabello negro. Una oleada de decepción lo abruma durante un instante.
-¿Sí?- pregunta la chica. Lo mira de arriba
abajo y sonríe.- ¿Qué quieres?-.
-Perdóname- se disculpa Mathias.- Te he
confundido con alguien que conozco-.
La chica esboza una sonrisa pícara, como si la
explicación le sonara a excusa.
-No importa. ¿Cómo te llamas?-.
-Mathias-.
-Yo soy Neria- dice, volviendo a sonreír.
Esta vez es una sonrisa coqueta, y sus amigas estallan en disimuladas risitas.
Mathias está atontado por el alcohol, y el
mundo y los recuerdos parecen estar muy lejos. Le parece que la chica tiene una
bonita sonrisa, y sonríe a su vez.
Neria le invita a otra copa y habla con él el
resto de la noche. Mathias sonríe, asiente y parece escuchar. Al final, no sabe
muy bien cómo, ha quedado con ella para el día siguiente. A pesar de que
amanece con una resaca de campeonato y no recuerda con claridad todo lo que ha
sucedido la noche anterior, decide acudir a la cita. La joven llega un par de
minutos tarde, luciendo un vestido discretamente provocador. Es simpática, es
bonita. Pero no es Alara Farlane.
Sin embargo, mientras charla con ella Mathias
consigue distraerse. Casi sin darse cuenta, comienza a imaginar. Se pregunta si
Alara vestiría de ese modo, si tendría ese aspecto. Cuando Neria habla de sus
opiniones o de sus gustos, se pregunta si Alara pensaría igual.
“Esto sí. Esto no. Eso… tal vez. Ah, no, eso
otro nunca”.
Y la joven, cada vez más entusiasmada ante un
chico que parece escucharla con atención, lo mira con ojos cada vez más
brillantes. El camarero trae una botella de Amasec joven, y Mathias y Neria se
la acaban entera.
Cuando termina la velada, Neria pregunta a
Mathias con una sonrisa casi tímida si quiere acompañarla hasta su habitación
en la planta residencial, y él no se opone. Vuelve a tener la cabeza
ligeramente nublada por el Amasec. Cuando llegan a la habitación, se besan.
Mathias jamás había besado a nadie, y le agrada el sabor del licor, dulce y
amargo a la vez, en los labios de la chica. Aún siguen besándose cuando ella
cierra la puerta de la habitación con el pie y lo arrastra hacia la cama.
Mathias no sabe muy bien qué hacer, pero por fortuna Neria tiene más
experiencia y lo va guiando. Cuando contempla su cuerpo desnudo, Mathias
recuerda a las mujeres desnudas de las láminas que una vez vio en la Schola
Progenium, y vuelve a pensar en Alara.
Es de lo más estúpido; está en la cama con Neria,
y la añoranza por su amiga lo golpea de una manera casi física. Mientras la
acaricia, cierra los ojos, y se imagina que está tocando el cuerpo de Alara.
Ese pensamiento lo excita más allá de lo inimaginable, y arremete entre las
caderas de Neria con un ímpetu que los sorprende a ambos. Ella grita y le clava
las uñas en la espalda.
Mathias tiene los ojos cerrados, se mueve
cada vez más deprisa, y no deja de imaginar. De algún modo, es como si su
cuerpo y su mente estuvieran escindidos. ¿Y su corazón? No está muy seguro; va
a la deriva por alguna parte flotando en un río de Amasec. Mathias imagina que
está penetrando a Alara, que besa los labios de Alara, que estrecha contra sí
el cuerpo sudoroso de Alara. Entonces, el clímax le sobreviene de improviso,
anegando a la vez cuerpo y mente, y sus labios pronuncian inconscientes el
objeto de su ardiente deseo.
-¡Alara!- gime.- ¡Alara!-.
El cuerpo de Neria se queda rígido de
inmediato. La chica se retuerce y se lo quita de encima de un empujón.
-¿Alara?- grita.- ¿Quién es Alara, cabrón?-.
Mathias abre los ojos, súbitamente consciente
y horrorizado por el desliz que acaba de cometer. Su amante se cubre los pechos
con la mano izquierda y con la derecha le propina una bofetada.
-¡Desgraciado! ¿Tienes novia? ¿Estabas
pensando en otra? ¿Cómo te atreves?-.
-Yo… yo… -balbucea Mathias, aún atónito.- Lo
siento, Neria. Yo…
-¡Vete de aquí!- chilla ella, haciendo una
bola con sus ropas y arrojándola a los pies de la cama.- ¡Lárgate! ¡No quiero
volver a verte nunca!-.
Confuso y avergonzado, Mathias obedece. Se
viste con rapidez y abandona a toda prisa la habitación de Neria. Apenas se va,
los sollozos de la joven se hacen audibles a través de la puerta.
El aire frío del exterior lo despeja al
salir, lo suficiente como para que se aborrezca seriamente a sí mismo. No sabe
si ha sido el Amasec, la soledad, la desesperación o todo a la vez, pero acaba
de cometer el mayor error de su vida, haciéndole daño a una chica simpática que
no se lo merecía.
Con paso vacilante, se dirige al primer bar
que encuentra y pide un Grog doble. Va a necesitar mucho alcohol para asumir
que se ha dado cuenta de que está enamorado de Alara al mismo tiempo que perdía
la virginidad entre los brazos de otra chica.
A.D. 844M40. Afueras
de Marlav (Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.
El cielo
encapotado amenazaba tormenta cuando el convoy llegó al parador de Marlav. La
ciudad era un punto intermedio en el largo viaje entre Karlorn y Gemdall, y
Mathias acababa de ordenar un alto para almorzar. Era casi la una del mediodía,
habían salido de Karlorn cuatro horas atrás, y todo el mundo estaba hambriento.
Por fortuna, no haría falta entrar en la ciudad; junto a la carretera
secundaria, a unos diez kilómetros de Marlav, había una zona verde lo
suficientemente amplia para que todos los vehículos pudieran aparcar.
Como siempre, el
todoterreno llegó primero, y Alara bajó de un salto, impaciente por estirar las
piernas. A su alrededor, a ambos lados de la carretera, se extendía una
explanada de hierba verde rodeada de árboles en las lindes. Frente a ellos, en
un montículo tan verde y cuidado como el resto del entorno, se erguía un
estrado monumental de varios metros de ancho por otros tantos de alto, en cuya
cúspide reposaba un antiguo Chimera desgastado por el paso de los años y con la
carrocería parcialmente dañada por un disparo de artillería. Justo debajo, en
el pedestal, podía leerse A LOS HÉROES DE LA BATALLA DE MARLAV.
-¿Cuál fue la
batalla de Marlav?- quiso saber Alara, girándose hacia Octavia.
-Forma parte de la
historia antigua de Vermix- respondió la Dialogante, sonriendo y ajustándose
las gafas.- No la he estudiado con detalle porque preferí centrarme en la
historia reciente y en los idiomas, pero según tengo entendido, fue una de las
batallas más importantes que se libraron hará cosa de dos mil años, cuando el
Imperio se enfrentó a los nativos que gobernaban este planeta. En la batalla de
Marlav murieron la mayoría de nobles que apoyaban al rey de Prelusia y cayeron las fortificaciones de la vieja
ciudad, lo cual abrió camino libre para conquistar Prelux Magna-.
-¡Una auténtica
gesta!- atronó una voz masculina a espaldas de Alara. La Militante se giró y
vio que varios de los Chimera de la Guardia Imperial ya habían llegado. Quien
hablaba era el teniente Travis, que observaba el monumento con una sonrisa de
orgullo.
-¿También usted
conoce la batalla de Marlav, teniente?- preguntó Alara.
-¡Por supuesto,
hermana!- exclamó Travis con una sonrisa.- ¡Es la mayor gesta que hizo la
Guardia Imperial durante la conquista de este planeta! Y créame cuando le digo
que no andamos escasos de gestas, precisamente. La resistencia inicial al
dominio imperial fue muy violenta en Vermix. ¿Ve?- señaló con el dedo- ¡Fíjese
en los relieves grabados en la piedra! Muestran las escenas más importantes y
gloriosas de nuestro triunfo. Me parece que justo debajo está la fosa común de
los caídos, con los nombres de todos y cada uno de los soldados grabados en una
placa-.
Alara pensó que la
batalla tenía que haber sido cruenta si la placa ocupaba todo el espacio
disponible en la piedra. Entonces, un exclamación a sus espaldas la hizo girar
la cabeza.
-¡Por la gloria
del Omnissiah!-.
El tecnosacerdote
Crane acababa de bajar de su transporte blindado. Él y sus tecnomantes miraban
el Chimera que coronaba el monumento como si se tratara de una estatua del
mismísimo Emperador en persona.
-Contemplad,
hermanos- dijo Crane con voz solemne- y admiraos ante esa reliquia sagrada. Sin
duda, debió estar envuelta en hechos gloriosos para que le haya sido concedido
un lugar de tamaño honor. Y los tecnoadeptos que se encargaran de su
conservación han hecho un trabajo excelente. Sí, excelente…
Mientras Ophirus
Crane y sus subalternos rodeaban el Chimera pronunciando lo que Alara suponía
que eran oraciones sagradas, ella se acercó a echar una
ojeada al estrado. Los relieves que herían la pulida superficie de piedra se
veían con claridad. Había docenas de ellos y cada uno contaba una historia o
representaba una escena: un comandante de la Guardia Imperial arengando a las
tropas, un sacerdote de la Eclesiarquía bendiciendo a los soldados, un Chimera
triunfante sobre una colina con varios carros blindados destrozados a sus pies
-tal vez, pensó Alara, se trataba de mismo Chimera que reposaba en lo alto-,
una ciudad que ardía entre las llamas… Y, entonces, algo hizo que Alara se
detuviera en seco y mirase con más atención. El siguiente relieve representaba
la lucha entre dos hombres que portaban una especie de bastones. El de la
izquierda era sin duda un psíquico imperial; lo delataban el águila bicéfala
que coronaba su bastón y el emblema del ojo abierto propio del Adeptus Astra
Telephatica que lucía colgado del cuello y bordado en su fajín. El de la
derecha, sin embargo, era un sujeto vestido con una túnica encapuchada que le
ocultaba la parte superior del rostro. Tanto en el medallón que llevaba al
pecho como en el extremo superior de su báculo destacaba un ocho invertido
semejante al símbolo del infinito: el mismo emblema que habían en el colgante
de los Guerreros Gusano, el que aquel pandillero había llamado “vermívoros”.
-¡Mathias!
¡Octavia!- llamó Alara.- ¡Venid aquí!-.
Mathias se acercó
a paso ligero, seguido de cerca por la Dialogante. Valeria y Mikael, aunque no
habían sido llamados, siguieron a los otros tras una breve vacilación.
-¿Ocurre algo,
Alara?-.
-Sí; mirad esto-
dijo ella, señalando el relieve.- Es el vermívoros. El símbolo que los
Guerreros Gusano llevaban como emblema-.
-¡Es cierto!-
exclamó Octavia. Ajustándose las gafas para ver mejor, acercó la nariz a la
piedra.- Es… no es un símbolo del infinito. De lejos lo parece, pero en
realidad es un gusano. Un dinovermo que se devora a sí mismo-.
-¿Estáis seguras
de que es el mismo?- preguntó Valeria, mirando la imagen con el ceño fruncido.
-Yo diría que sí.
Necesitaríamos tener delante el colgante para comparar, pero…
-Eso no es
problema- la interrumpió Mathias.- Mikael, por favor, ve al coche y trae los
colgantes-.
-¿Los colgantes?-
preguntó Octavia, sorprendida.- ¿Cómo es que los tienes tú?-.
-Después de que el
Alguacil del Arbites los viera y ordenara tomarles un pictograma, le dije que
quería llevármelos, que tal vez nos fueran útiles en nuestra investigación, y
él accedió-.
-Vaya- suspiró
Octavia.- Desde luego, lo que no consiga un sello inquisitorial…
Mikael regresó
llevando en la mano los colgantes. Mathias los apoyó en la pared junto al
relieve.
-No hay duda-
afirmó.- Es exactamente el mismo símbolo-.
-Pero, ¿por qué lo
llevaría un brujo?- quiso saber Alara.
-Eso es lo que
debemos averiguar- dijo Mathias.- Tal vez ese símbolo esté relacionada con la
veneración al Gran Gusano que tanto te preocupa, Alara. Si había brujos que
portaban su emblema en batalla, es probable que se tratarse de un culto mucho
más organizado de lo que pensábamos-.
-Pero, en ese
caso, ¿no debería estar registrado en algún archivo histórico?- inquirió
Valeria.- No pudo ser un secreto para el Imperio si los rebeldes de este planeta
luchaban bajo su signo-.
-Si se trataba de
un culto religioso, dudo que lo encontremos en ningún archivo accesible al
público normal, Valeria- dijo Mathias, negando con la cabeza.- Valdría la pena
investigarlo, pero tendremos que acceder a información restringida-
-Tal vez puedan
ayudarnos en el Museo de Marlav- sugirió Octavia.
Cuatro pares de
ojos se volvieron a mirarla.
-El Museo
Histórico de Marlav- explicó la Dialogante con timidez.- Antes de partir, me
estuve informando sobre los lugares públicos más reseñables de nuestra ruta. En
Marlav está el mayor archivo de la región sobre la historia antigua de
Prelusia. Tal vez los adeptos que lo custodian puedan contarnos algo-.
-Muy buena idea,
Octavia- sonrió Mathias.- Creo que valdrá la pena echarle un vistazo. Voy a
informar a los demás-.
El joven Legado
reunió a Hoffman, Tharasia, Bruno, Ophirus y Travis en torno suyo para
comunicarles lo que había decidido. Aunque Alara no estaba incluida en el
grupo, pudo escuchar algunas exclamaciones de protesta.
-¡Pero esto nos
retrasará!- se quejó Hoffman.- ¡En nuestro plan de viaje estaba previsto que
llegáramos al Gemdall al atardecer!-.
-Lo sé, Auditor
Hoffman, pero también estaba previsto que nuestro itinerario estuviera sujeto a
variaciones imprevistas- repuso Mathias.- No podemos permitirnos dejar de
recabar información sólo por ceñirnos al plan de viaje original-.
-No se trata sólo
de eso, Doctor Trandor- intervino Ophirus Crane.- Es mi deber advertirle que la
previsión meteorológica para el día de
hoy avisa de lluvias localmente fuertes en esta zona. Si salimos demasiado
tarde, tal vez nos veamos forzados a hacer un alto en el camino hasta que las
condiciones climáticas mejoren-.
-Muy mal tiempo
tendría que hacer para frenar a nuestros Chimera- comentó el teniente Travis
con ironía.
-El problema no
son los Chimera ni los Rhinos, sino el todoterreno del Investigador Legado-
dijo Crane.- Y, de todos modos, si la lluvia es realmente torrencial, es
posible que nuestra visibilidad en la carretera se vea seriamente mermada. Creo
que usted y sus hombres llevan en Vermix el tiempo suficiente para no tener que
explicarles cómo son los monzones-.
-De ese problema
ya nos ocuparemos a su debido tiempo, si es que se plantea- dijo Mathias.-
Ahora, con el permiso de ustedes, nos vamos a Marlav. Cuanto antes terminemos
nuestro trabajo allí, antes saldremos hacia Gemdall. Mientras tanto, todo el
convoy deberá permanecer aquí hasta nueva orden-.
El todoterreno
llegó a las puertas de Marlav pocos minutos después. Se trataba de una ciudad
radial, una capital de provincias tranquila y limpia. Los edificios no eran muy
altos ni muy recargados, pero había árboles en las calles y hasta algún jardín.
Mikael condujo guiado por Octavia hasta que llegaron a un gran edificio de
piedra de tres plantas, situado al otro extremo de la ciudad. Sobre su puerta
principal había una placa adornada con dos águilas bicéfalas en la que podía
leerse: MUSEO HISTÓRICO DE MARLAV. Tras el museo, la ciudad terminaba; sólo se
veían campos de cultivo, plantas de reciclado, y un poco más a lo lejos algo
que parecía un yacimiento en ruinas.
Alara y los demás
bajaron del coche y entraron en el museo, que estaba abierto. Un adepto de
mediana edad con la afeitada cabeza llena de implantes se acercó a recibirlos.
-Buenas tardes-
dijo.- Soy el Amanuense Khalrav. ¿Puedo ayudarles en algo?-.
-Buenas tardes,
Amanuense. Necesitamos hablar con el Conservador de este museo ahora mismo, si
es posible-.
Kharlav puso la
misma cara que pondría un niño al chupar un limón.
-¿El Conservador?
Me temo, joven, que su señoría es un hombre muy ocupado…
Mathias se sacó
del bolsillo el sello inquisitorial y se lo mostró al Amanuense, que palideció
a ojos vista.
-Le ruego que me
perdone, Excelencia; por supuesto, el Conservador Harold Neshtar los recibirá
de inmediato. Voy a avisarle en seguida; les ruego que se pongan cómodos
mientras tanto…
Se alejó a paso
ligero, haciendo ondear su túnica de adepto al ritmo de sus zancadas. Mikael
Skyros rió por lo bajo mientras lo veía desaparecer.
-Puede que vaya a
avisar al Conservador, pero seguro que después tiene que hacer una parada
técnica en el retrete- dijo con tono jocoso.
-No creo que sea
para tanto- dijo Mathias, guardándose de nuevo el sello con una media sonrisa.
Pocos minutos
después, el Conservador en persona descendió de las alturas para recibir en
persona al Legado Inquisitorial. Era uno de esos ratones de biblioteca que, a
juicio de Alara, envidiaban en el fondo de su corazón a los Magus del Adeptus
Mechanicus. Harold Neshtar andaba medio encorvado y tenía la piel del color de
la leche cortada, señal de que pasaba la mayor parte del tiempo sentado en su
despacho y rara vez salía a la luz de Cadwen Astrum. Varios cables emergían
directamente de su carne, la mayoría de ellos desde el cráneo –donde podía
tener implantados chips de datos o nanoplacas de mejora cognitiva- y uno de
ellos desde su ojo biónico. Esbozó una sonrisa cortés al encontrarse con los
visitantes.
-Sean bienvenidos
usted y su séquito, señor Legado. Es un honor tenerlos en este humilde templo
de saber imperial. ¿En qué puedo ayudarlos?-.
Mathias
le saludó
con amabilidad y le dijo que venían a conocer todo lo posible acerca de
la
conquista de Vermix, y muy especialmente de la batalla de Marlav y los
enemigos
contra los que el Imperio se tuvo que enfrentar. Aquello provocó una
animada
respuesta en el Conservador, que se empeñó en guiarlos personalmente a
través de la trece salas del museo, encantado con aquella oportunidad de
demostrar sus
conocimientos. Los únicos que no se cansaron de la verborrea fueron
Mathias,
que asentía todo el tiempo con educado interés, y Octavia, que no dejaba
de
tomar notas en su placa de datos. Alara examinó con discreto interés las
armas,
uniformes y condecoraciones de ambos bandos conservadas tras la batalla
mientras escuchaba el relato de la Guerra de Sometimiento en Kamrea, el
continente más grande y poblado de Vermix, y la caída de su región
principal,
Prelusia, donde se encontraban.
-Prelux Magna cayó
tras un largo asedio- explicó el Conservador- pero el Imperio la tenía ganada
en el momento en que derrotó a las fuerzas nativas en Marlav. Fue la mayor
batalla de todo el planeta, donde murieron o fueron capturados todos los nobles
leales al rey sacerdote de Prelusia, del cual se dice que fue asesinado por un
Vindicare durante el asedio de Prelux-.
-¿Rey sacerdote?-
inquirió Mathias.
-Sí, eso es-
respondió el Conservador.- Cuando los colonos imperiales llegaron a este
planeta en el trigésimo octavo milenio, se encontraron un gobierno feudal, con
varias casas nobiliarias que rendían vasallaje al rey de su continente. Y, por
supuesto, tenían sus propias tradiciones y costumbres, entre ellas sus
religiones paganas. No sabemos gran cosa de tales cultos, ya que la Santa
Eclesiarquía se encargó de destruir cualquier rastro de ellos y ejecutar a los
contumaces que no quisieron adorar al Divino Emperador. Pero tenemos constancia
de que tenían a los hechiceros en muy alta estima y aquellos que nacían con
tales capacidades se convertían en sacerdotes, gobernantes, sanadores o
guerreros de élite. Una numerosa fuerza guerreros brujos acudió a luchar a la
batalla de Marlav, pero fueron derrotados por los psíquicos imperiales-.
Mientras el
Conservador Neshtar seguía hablando, Alara se asomó a la siguiente sala del
museo y vio que estaba lleno de mapas. Fortalezas, ciudades, regiones enteras,
todas cartografiadas por eruditos del Administratum. Y presidiendo la sala,
ocupando toda una pared, un mapa gigantesco de Kamrea. Alara se acercó para
verlo mejor: ciudades, pueblos, montañas, ríos, llanuras, lagos y toda clase de
accidentes geográficos se extendían de lado a lado del dibujo. Kamrea era una
enorme masa informe en medio del mar, redonda e informe como una bola de barro
aplastada sobre la superficie del planeta. La joven Sororita buscó con la
mirada hasta encontrar Prelux Magna, situada a orillas del océano en la parte
superior izquierda del mapa. No tuvo muchas dificultades para seguir la ruta de
la expedición: allí estaba el camino que bajaba hasta Karlorn, un poco más allá
Marlav, y torciendo un poco más al interior, la ciudad de Gemdall.
Entonces, los ojos
de Alara captaron algo extraño en la ruta entre Marlav y Gemdall. Acercó la
cara todavía más al mapa para verlo mejor, y confirmó que no se había
equivocado: entre ambas ciudades, algo alejado del camino principal, había un
promontorio señalado con la inconfundible imagen de un vermívoros.
-¡Conservador
Neshtar!- llamó.- ¡Venga aquí, por favor!-.
El parloteo que
resonaba en la sala contigua se interrumpió, y un segundo después el
Conservador entró seguido del resto de sus visitantes.
-¿Sí, señorita?-.
Alara señaló el
mapa con el dedo.
-¿Qué significa
este símbolo, y por qué aparece aquí?-.
Harold Neshtar se
acercó al mapa y ajustó su ojo biónico para ver lo que Alara señalaba.
-¡Ah, eso! Es el
vermívoros, un antiguo símbolo local. Representa a un dinovermo devorándose a
sí mismo, en una alegoría del infinito, según creemos. Era el símbolo del
sacerdocio local, de modo que los antiguos cartógrafos que elaboraron estos
mapas lo usaron para señalar los principales templos de Prelusia. Este que
usted señala, por ejemplo, se llamaba Shantuor Ledeesme, que en la lengua
paliana significa “Santuario de la Laguna Verde”-.
-¿Y qué fue de
él?- inquirió Alara.
-Actualmente está
abandonado, como los demás. En concreto, Shantuor Ledeesme fue construido
originalmente como fortaleza castrense para custodiar el Paso de Kyrna, pero un
corrimiento de tierras la hizo caer en desuso militar y se convirtió en una
fortaleza santuario gestionada por el sacerdocio local, que hacías las veces de
refugio civil cuando los nobles de la región entraban en guerra unos contra
otros. Durante la Guerra de Sometimiento se convirtió en el principal centro de
resistencia de los religiosos locales, fue asediada y finalmente conquistada.
Durante unos pocos siglos se utilizó como fortaleza de la Guardia Imperial,
pero su aislamiento y su pérdida de importancia estratégica después de que el
Imperio despejase el Paso de Kyrna y construyera la autovía, hicieron que fuera
desmantelada hace casi dos milenios-.
Mathias observó el
mapa con atención.
-¿Y dice que hay
más santuarios como este?-.
-Sí, sí; hay siete
santuarios principales en total. Todos abandonados, como ya he dicho. No todos
estaban fortificados como Shantuor Ledeesme, pero todos ocupaban posiciones
estratégicas, suponemos que por la preeminencia de la casta sacerdotal en la
región. Bien, y si me permiten, ahora quisiera mostrarles una de las mejores
piezas de nuestra colección…
Después de tres horas de visita y charla
interminable, finalmente el Conservador les dejó marchar, asegurándose de que
no tenían más preguntas que hacer y rogándoles que volvieran a concederle el
honor de una visita. Mathias, Alara y los demás se despidieron cortésmente y
emprendieron el camino de regreso al Memorial.
Antes de subir al coche, Mathias se demoró unos instantes para hacer una llamada con su vocofonador.
-Acabo
de hablar con Lord Crisagon- anunció a sus compañeros mientras
arrancaba el vehículo.- Después de lo que hemos averiguado aquí en
Marvan, es prioritario que averigüemos todo lo posible acerca de las
antiguas religiones paganas de Vermix-.
-Pero el Conservador nos ha dicho que la Eclesiarquía se encargó de destruirlo todo- objetó Valeria.
-Y
no me cabe duda de que así fue. Pero apostaría todos los tronos que
llevo encima a que la Inquisición guardó una copia de los informes. Y
Lord Crisagon ha dicho que si es así se encargará de encontrarlos y
enviarme toda la información que pueda sernos de interés. Si todo va
bien, es posible que dispongamos de ella en las próximas horas-.
Cuando llegaron,
el Auditor Hoffman los recibió con grandes aspavientos y una mueca de enfado.
-¡Doctor Trandor,
han estado fuera más de tres horas! ¡Se ha hecho tardísimo! ¡Llegaremos a
Gemdall de madrugada!-.
-Lo lamento,
Auditor, pero nuestras averiguaciones han sido de sumo interés y eran
improrrogables- dijo Mathias, tan amable como tajante.- Pongámonos en marcha
cuanto antes; ya descansaremos a nuestra llegada-.
Un trueno
ensordecedor rubricó sus palabras.
El convoy tardó
diez minutos en ponerse en marcha. El todoterreno pronto aceleró dejando atrás
a los lentos vehículos oruga; Mathias conducía con premura, listo para llegar a
Gemdall con varias horas de antelación y prepararlo todo para la llegada de los
demás.
Tras veinte
minutos de marcha, las predicciones del Tecnosacerdote se cumplieron y comenzó
a llover. Al principio se trataba de lluvia ordinaria, aunque abundante, y
Mathias tuvo que encender los faros y reducir la velocidad para no perder
estabilidad. Sin embargo, al cabo de una hora se desató el infierno. El cielo
se puso negro, tragándose la poca luz crepuscular que quedaba en el ambiente, y
las nubes tormentosas se pusieron a descargar una intensa cortina de lluvia.
Alara jamás había visto llover así. Incluso con todas las luces del coche
encendidas, no se veía a más de cien metros.
-¿Esto es el
famoso monzón?- preguntó Octavia, mirando por la ventanilla.
-Así es- asintió
Mikael, que estaba sentado a su lado.- Queda oficialmente inaugurada esta
temporada-.
-Pues menudo
momento ha escogido- refunfuñó Octavia.
-¿Crees que será
prudente seguir conduciendo?- preguntó Valeria, preocupada.- Quizás deberíamos
parar-.
A sus palabras
siguió el fulgor violeta del rayo más grande que Alara había visto en su vida,
seguido de un trueno que hizo temblar los asientos. Como si aquello fuera una
especie de señal, la lluvia se abalanzó sobre el vehículo con más intensidad
que antes. Más que llover, parecía que alguien estuviera lanzando cubos de agua
contra el cristal. No se veía absolutamente nada, ni por las lunas delanteras
ni por las traseras, y los limpiaparabrisas no daban abasto a pesar de que
funcionaban a toda velocidad.
-¡Tenemos que
parar!- exclamó Valeria, esta vez alarmada.
-¿Y dónde lo
hacemos?- inquirió Mathias.- ¿En el arcén? Podría inundarse, y sería peor el
remedio que la enfermedad. El pueblo más cercano está a cincuenta kilómetros, y
con este tiempo sería imposible acampar. No tenemos más remedio que continuar-.
Redujo la
velocidad a cincuenta por hora, pero la estabilidad del vehículo no mejoró.
Alara vio que Mathias fruncía el ceño y tragaba saliva, mucho más nervioso de
lo que pretendía aparentar, y comprendió que si no encontraban algún lugar
donde poderse refugiar acabarían teniendo un accidente.
-Mathias, Valeria
tiene razón; tenemos que parar-.
-¡Ya os he dicho
que no hay dónde hacerlo!- exclamó él con voz airada.- ¡Si nos detenemos en la
autovía…
Alara le
interrumpió.
-¡Mathias,
escúchame! ¡Este todoterreno puede ponerse a patinar en cualquier momento y no
tenemos visibilidad! ¡Los Rhinos y los Chimera no tendrán ningún problema en
avanzar, pero los conductores verán todavía peor que nosotros y si tenemos un
accidente podrían pasarnos por encima! Es demasiado arriesgado conducir con
semejante tormenta, no podemos continuar. Aunque no haya pueblos cerca, hay un
sitio donde nos podemos refugiar-.
-Ah, ¿sí?
¿Dónde?-.
-Shantuor
Ledeesme. El desvío no debe estar lejos de aquí, y según el mapa se encuentra
poco más de diez kilómetros de la autovía-.
-¡Ese sitio estará
en ruinas! ¡Lleva siglos abandonado!-.
-Cierto, pero es muy
probable que la estructura central siga en pie. Era una fortaleza de la Guardia
Imperial; sin duda tendrá suficiente espacio para albergar a todos los carros
blindados de nuestro convoy. Da igual que esté abandonado si aún conserva el
techo; sólo necesitamos un lugar seco de suelo firme donde parar. Tan pronto
como amaine la tormenta, podremos seguir conduciendo hacia Gemdall-.
-¡Alara tiene
razón, es una buena idea!- se apresuró a decir Valeria.
-Yo creo que las
dos tienen razón, je… Mathias- añadió Mikael.- Nací en Prelux Magna, llevo toda la vida en Vermix y conozco bien los monzones. A principio de temporada las lluvias
son intensas, pero intermitentes. No creo que descargue de esta manera durante
muchos días, pero hasta que amaine sería peligroso continuar. Se sabe de
camiones que han volcado en carretera por culpa de seguir adelante con lluvias
como estas, y si hubiera sucedido algún accidente más adelante casi no
tendríamos tiempo de reaccionar-.
-Está bien- cedió
Mathias con un refunfuño.- Alara, contacta por radio con el Salamandra para
comunicarles el cambio de ruta; yo voy a estar demasiado ocupado intentado que
no nos matemos antes de llegar-.
Mientras Alara
activaba el comunicador, Octavia vio un cartel que señalizaba el desvío al Paso
de Kyrna y se lo señaló a Mathias. Él redujo la velocidad a veinte por hora y tomó
la salida en dirección a la carretera, que se perdía de vista bajo una cortina
de lluvia torrencial.
El todoterreno
arribó a Shantuor Ledeesme en medio de una cortina de lluvia tan intensa que
apenas dejaba ver a cincuenta metros de distancia. Aquello significó que recorrieron
los últimos kilómetros casi a ciegas, ascendiendo por una carretera tortuosa y
llena de baches con una ladera en peligro de derrumbe a la derecha y un abismo
que se precipitaba cada vez más profundo hacia los marjales pantanosos a la
izquierda. Poco más allá, el marjal daba paso a una enorme laguna cuya superficie
parecía hervir por las salpicaduras de la lluvia torrencial; fue la primera
señal de que estaban llegando a su destino. La envergadura y dimensiones de la
laguna quedaban ocultas por la cortina de agua, que difuminaba todo el paisaje
en una neblina gris.
-Tal vez sea verde
durante la estación seca- comentó Mikael Skryos con inquieto buen humor.- Pero
ahora mismo debería llamarse más bien la Laguna Gris-.
Alara no fue capaz
de reírle la gracia. Aquel clima le parecía deprimente y escalofriante; no
estaba acostumbrada a tanta humedad. Ni el dulce clima de Galvan, con sus lagos
serenos de aguas espejadas y sus praderas floridas de mullida hierba verde, ni
el fuerte clima continental de Kerbos, con los veranos calurosos y los
inviernos llenos de heladas y frío seco, se parecían en lo más mínimo al clima
predominante de Vermix.
“Asqueroso
planeta”, pensó Alara pon enésima vez. “Asqueroso planeta encharcado e
inhóspito lleno de plantas raras, bichos asquerosos y lluvia infernal”.
Compadecía a Mikael por haber tenido la desgracia de nacer en Vermix.
Fue entonces
cuando una silueta sombría e imponente, aún difusa tras la lluvia, se reveló
ante ellos al dar la vuelta a la colina. En la cima, a poca distancia ya, se
erguía lo que sin duda era, al fin, Shantuor Ledeesme. Alara se
dio cuenta de que estaba rodeada por altas murallas inclinadas en forma de
estrella, y en medio se alzaban varias edificaciones dispuestas en círculo, en
cuyo centro destacaba una torre.
-Al fin- suspiró
Mathias, aliviado.- Empezaba a temer que la carretera se nos deshiciera debajo
de las ruedas en cualquier momento. ¡Por el Trono, qué manera de llover!-.
Condujo el
todoterreno hasta las puertas de la fortaleza, que estaban abiertas. Todo el
complejo parecía abandonado. Entre las grietas del cemento y la piedra gris
crecía el musgo, y entre las baldosas agrietadas de la calzada brotaban plantas
silvestres. Una vez atravesado el portón, el todoterreno avanzó por un amplio
camino asfaltado hasta llegar a la entrada principal, cuyo rastrillo estaba
subido. Las enormes puertas, aunque juntas, no parecían del todo cerradas. Mathias
detuvo el vehículo.
-Bueno, ya hemos
llegado- dijo.- Por suerte el rastrillo está levantado. Lógico; si sólo se
puede manejar desde dentro tuvieron que dejarlo subido para irse. De todos
modos, está tan oxidado que dudo que se pueda manipular ya, sea por dentro o
por fuera. Bien, ¿quién baja a ver si se abren las puertas?-.
-Yo- respondió Alara
de inmediato.
-Voy contigo- dijo
Valeria.
Las dos salieron
al exterior. Alara sintió como una bofetada la oleada de aire frío y las gotas
heladas que comenzaron a mojarla; diez segundos más tarde, Valeria y ella
estaban caladas hasta los huesos. Ambas caminaron hacia la puerta y apoyaron el
hombro.
-A la de una-
contó Alara.- A la de dos, y a la de… ¡¡treeesss!!-.
Con un chirrido
quejumbroso, las puertas comenzaron a abrirse. Poco a poco, Alara y Valeria
empujaron lo suficiente como para dejar pasar al todoterreno y los vehículos
blindados que llegarían después.
Cuando sus ojos de
acostumbraron a la oscuridad, Alara se dio cuenta de que se encontraban en un
garaje. Un amplio, oscuro y espacioso garaje. Entre las enormes columnas de
hormigón armado que sostenían el techo, había multitud de plazas de
aparcamiento señaladas con leves rastros de pintura blanca. A ambos lado,
formando una T, se abrían sendos compartimentos: uno de ellos era un almacén de
suministros, y el otro un taller de reparaciones. Al fondo, cinco amplios
escalones dispuestos en semicírculo conducían a una puerta alta de doble hoja.
El garaje estaba vacío por completo, a excepción de un par de vehículos
abandonados en un rincón y convertidos casi en un puñado de despojos oxidados,
y un enorme ventilador para renovar el aire que décadas atrás había caído al
suelo.
-Menudo asco de
sitio- comentó Valeria arrugando la nariz.- Pero por lo menos está seco, y es
lo bastante amplio como para que podamos aparcar los vehículos y montar nuestro
campamento aquí durante la noche. Has tenido una buena idea, Alara-.
Alara sonrió.
-¿Cuánto crees que
tardarán en llegar los demás?-.
-Con la que está
cayendo, y teniendo en cuenta el estado de la carretera, no les doy menos de
una hora. Tal vez más-.
Octavia, Mathias y
Mikael descendieron del todoterreno. Mathias se acercó al remolque para
abrirlo.
-Sugiero- dijo,
mientras comenzaba a sacar unas internas- que echemos un vistazo al garaje para
asegurarnos de que no hay alimañas y que la estructura del edificio es estable-.
Tendió una
linterna a Mikael, y se quedó otro para sí.
-Alara, ven
conmigo- dijo.- Mikael, tú ve con Octavia y Valeria. Vosotros explorad el ala
izquierda y nosotros iremos por la derecha-.
-Joder, mirad eso-
exclamó de pronto Mikael, alumbrando con la linterna un rincón, cerca de los
vehículos herrumbrosos.
Todos miraron.
Semioculta detrás del vehículo más apartado había una especie de bola oscura de
la que emergía algo parecido a ocho cables enmarañados. Mathias fue el primero
en reconocerla.
-¡Un dinorácnido!
Una araña gigante. Aunque parece… -la alumbró con su propia linterna.- Yo diría
que está muerta-.
Se acercó con paso
vacilante, y a medida que la veía mejor, con más seguridad.
-Sí, está muerta-
dijo.
-¿Está sola?-
preguntó Alara, inquieta. Miró al techo y la parte superior de las paredes,
pero no vio nada extraño.- ¿Qué la ha matado?-.
-Eso es lo raro-
dijo Mathias, inclinándose para examinarla.- Parece que la ha matado un
disparo. De láser. Probablemente un rifle-.
Alara se dio
cuenta en seguida de que aquello no cuadraba.
-No puede ser.
Este sitio lleva casi dos milenios abandonado desde que lo dejó la Guardia
Imperial. ¿Cómo es posible que a esa araña la haya matado un disparo? ¡No puede
llevar muerta mil quinientos años, ya no quedaría nada de ella!-.
-No, evidentemente
no lleva muerta tanto tiempo- dijo Mathias, tocando el caparazón quitinoso con
el dedo.- Es difícil establecerlo sin un análisis forense, pero yo diría que
lleva muerta entre uno y cinco años. No creo que sean más-.
-Pero… pero…
¿quién ha podido estar aquí, con un rifle láser, matando arañas, hace tan poco
tiempo?- se preguntó Octavia, desconcertada.
Alara frunció el
ceño.
-Tal vez este
lugar no sea tan solitario como imaginábamos. Sugiero que echemos un vistazo
por este sitio para asegurarnos de que no nos vamos a llevar sorpresas
desagradables-.
-Muy bien, pero
primero terminaremos de explorar el garaje- decidió Mathias.- La puerta
principal estaba cerrada, de modo que ese bicho se ha tenido que colar aquí por
alguna parte-.
Los dos grupos se
separaron; Mikael, Octavia y Valeria fueron a la izquierda, y Mathias y Alara a
la derecha.
-Este sitio me da
asco- gruñó Alara, mientras el haz de luz de Mathias barría el taller de
reparaciones, vacío a excepción de unos pozos con raíles para examinar
vehículos desde abajo.
-Ha sido idea
tuya- dijo él, iluminando las paredes y el techo del taller.
-Bueno, aún sería
más asqueroso tener que dormir en medio del barro-.
Salieron del
taller sin haber visto nada en particular. Una vez fuera de allí, se dirigieron
al fondo del garaje, vigilando paredes y techos para localizar cualquier sitio
por donde hubiera podido colarse una araña como la que yacía muerta junto a la
chatarra.
Al llegar junto a
los escalones y la puerta de doble hoja, hallaron la solución. Junto al techo
se abrían enormes respiraderos para ventilar y renovar el aire de la estancia.
Las rejillas que deberían haberlos cubierto estaban en el suelo.
-La mayoría de los
ventiladores siguen en su sitio- dijo Mathias, alumbrando los agujeros.- Eso
impediría que se colase cualquier araña, excepto las crías. Pero en el lado de
Mikael y las chicas hay un ventilador caído en el suelo. Eso significa que hay
un hueco lo bastante grande como para que una araña adulta pueda pasar-.
Los túneles de
ventilación desaparecían al otro lado de la pared.
-Será mejor que
vaya a echar un vistazo- dijo Alara.- No quiero que uno de esos bichos
asquerosos aparezca en el garaje mientras duermo-.
-No vayas sola- le
pidió Mathias.
-¿Y quién vendrá
conmigo? Tú eres el Legado Inquisitorial, no puedes arriesgarte. Y tienes que
recibir al convoy cuando lleguen-.
-Yo iré contigo-
dijo la voz de Mikael tras ella. Alara se giró, y lo vio llegar seguido de
Valeria y Octavia.- Aparte del ventilador caído, no hemos encontrado nada. Creo
que es evidente que las arañas se cuelan por ahí. Cuando llegue la Guardia
Imperial podríamos pedirles que intenten fijar al agujero la rejilla que en
mejor estado se encuentre, pero no sé si contar con ello-.
-Me imagino que
los dinorácnidos muerden, ¿no?- preguntó Alara.
-Claro que
muerden- respondió Mathias.- Son cazadoras-.
-Muy bien, en ese
caso creo que será mejor que hagamos uso de nuestros blindajes-.
Alara se dirigió
al remolque y sacó algo del fondo: las piezas de su servoarmadura,
cuidadosamente empaquetadas. Se deshizo de la peluca larga tras quitarse los
ganchos que la sujetaban a su auténtico cabello, y acto seguido comenzó a
desnudarse.
-Valeria, ayúdame-
pidió a su amiga.- Acabaré antes si me ayuda alguien-.
Se deshizo de su
disfraz de civil y se quedó en ropa interior. Mientras Valeria extraía las
piezas de su envoltorio protector y rezaba las adecuadas oraciones al Omnissiah
antes de ponérselas, Alara se dio cuenta de que Mathias la observaba con el
rabillo del ojo. Mikael, sin embargo, estaba demasiado ocupado en la parte
delantera del vehículo poniéndose su propio blindaje como para prestarle
atención.
Cuando la
servoarmadura estuvo lista, Valeria le tendió el casco. Alara lo encajó sobre su cabeza, cerrando herméticamente el blindaje, y el mundo cambió
a sus ojos. Seguía viendo con claridad, pero ahora lo hacía a través del
visor de cristal blindado: un visor perfeccionado que le permitía ver en
espectro normal, visión nocturna, infrarrojo y ultravioleta. Se metió la
pistola bólter en la funda, encajó cargadores y granadas en el cinto, prendió de su hombro la correa del rifle bólter, y envainó la espada sierra.
-Ya estoy
preparada- dijo. Su voz sonaba ligeramente metalizada a través del vocotransmisor
acoplado a su pectoral.
-Yo también- dijo
Mikael.
Al verle, Alara se
sorprendió. Mikael Skyros tampoco era ya reconocible bajo su blindaje. Llevaba
una ceñida malla de nanotubos que le cubría todo el cuerpo, desde los dedos de
los pies hasta la coronilla. Llevaba botas, rodilleras, brazales, hombreras, y
un casco con vocotransmisor y visores que le permitían ver en los mismos
espectros que ella.
-Sintonicemos los
canales de nuestros vocotransmisores- sugirió Mikael.- Así podremos hablar,
llegado el caso, sin tener que proyectar nuestra voz al exterior-.
-Mi vocotransmisor
está ya sintonizado con la frecuencia de mi pelotón y mi escuadra- dijo Alara.-
Ajusta el tuyo a la misma frecuencia que el mío, así no tendré que ajustarlo yo
de nuevo para poder hablar con mis hermanas-.
Mikael asintió.
Mientras ajustaba la frecuencia siguiendo las instrucciones de Alara, ella se
giró hacia Mathias. Vio que la estaba mirando con una mezcla de extrañeza,
admiración y temor reverencial. Le sonrió, aún sabiendo que sus facciones ya no
eran visibles tras el casco.
-Vámonos- dijo
Mikael.
-Voy
a conducir de
nuevo afuera- les informó Mathias.- Dejaré los faros delanteros del
todoterreno
encendidos para servir de guía al convoy. Aprovecharé para consultar mi
cogitador portátil mientras esperamos. Quiero comprobar si Lord Crisagon
ya me ha enviado el informe que estamos esperando acerca de las
religiones locales ¿Llevas el comunicador, Alara?-.
Ella lo señaló
dándose una palmadita en el cinto. Mathias, tras vacilar un instante, alargó la
mano y le tocó el brazal de la servoarmadura.
-Ten cuidado,
Alara. Volved pronto-.
-No te preocupes-
le dijo ella.- Y ve con cuidado tú también-.
Se giró y marchó
en pos de Mikael hacia la puerta grande de doble hoja que se adentraba en el
interior de la fortaleza, hacia el corazón de la torre. Mientras subía las
escaleras, se dio por última vez la vuelta. Mathias estaba de pie junto al
coche, sin moverse, mirándola fijamente, esperando a que desapareciese tragada
por la negrura que aguardaba al otro lado de la puerta.
Cuando Mikael
abrió la puerta, Alara cambió rápidamente su visor a luz infrarroja para poder
ver en aquella absoluta oscuridad. El visor infrarrojo era sumamente útil; no
tenía mucho alcance, pero de su cinturón brotaba un haz de luz infrarroja
invisible para los ojos humanos pero que gracias al visor de su casco iluminaba
como una linterna el camino que se extendía frente a ella. También permitía ver
la silueta de los cuerpos vivos, que desprendían calor.
Cuando cerraron la
puerta tras de sí, se hallaron en un vestíbulo ruinoso y lleno de polvo. Una
hilera de ventanas daban a la oscuridad del exterior; algunas estaban rotas y
por ellas se colaba el agua de lluvia. De vez en cuando, un rayo hería el cielo
en el exterior, y pocos segundos más tarde los truenos retumbaban con un
estruendo infernal. Tras ellos, una escalera doble ascendía a un rellano que
conducía al primer piso de la torre central.
-Bueno- dijo
Mikael por el vocotransmisor.- ¿Y ahora q…
Enmudeció de
repente; algo debía haber captado su atención. Alara aguzó el oído. Dos
segundos más tarde, por encima del murmullo del chaparrón, escuchó un correteo.
Luego otro. Y algo parecido a un crujido.
Mikael encendió la
linterna que llevaba acoplada a su escopeta de combate, y dirigió el haz de luz
hacia el techo.
-Mierda- masculló.
-¿Qué?- preguntó
Alara, tensa, alzando el rifle bólter.
-Dinorácnidos-
siseó Mikael, en guardia.- Al menos seis. Estaban agrupados en el techo, pero
nos han visto. Y nos están cazando-.
-¿Nos están qué?-
graznó Alara con voz estridente.
Justo en ese
momento, el sonido de correteo aumentó, y varias figuras oscuras descendieron
como fantasmas zigzagueantes por la pared. Arañas gigantes, vivas, del tamaño
de un coche pequeño, negras como la tinta y con ocho patas peludas y afiladas.
Los quelíceros de su boca entrechocaron con un sonido a la vez furioso y
hambriento. Y se abalanzaron sobre sus presas: dos fueron a por Mikael; las
otras dos a por Alara.
Alara no retrocedió,
y no vaciló. No sentía miedo, sólo una extraña euforia. Por fin estaba en su
elemento, por fin podía hacer lo mejor que sabía hacer: luchar. Apuntó
directamente a la cabeza del dinorácnido más cercano y disparó. El animal
reventó de inmediato y cayó al suelo muerto en el acto. El segundo dinorácnido,
acobardado por el estruendo del bólter, retrocedió y se arrimó a la pared.
-¡Cuidado!- gritó
Mikael.- ¡A tu espalda!-.
Alara se giró,
justo a tiempo de ver a Mikael junto a los restos de otro dinorácnido muerto,
antes de que una bola oscura se le echase encima. Rodó por el suelo, intentando
ponerse fuera del alcance de la araña. Los colmillos de la criatura se cerraron
en torno a su pierna, y uno de ellos consiguió colarse por la juntura de la
servoarmadura. Aunque no pudieron atravesar la malla blindada, el mordisco le
hizo daño. Un hilo de veneno oscuro y aceitoso se escurrió por la ceramita que
revestía su pierna.
Sin levantarse,
Alara apuntó en dirección al bicho, que volvía a cernirse sobre ella, y disparó.
Lo alcanzó en el vientre; la cubierta quitinosa de la araña estalló salpicando
sangre negra y vísceras en todas direcciones. El dinorácnido cayó boca arriba
retorciendo las patas y lanzando chillidos de agonía antes de quedarse inmóvil
en el suelo.
Mientras tanto,
las dos que quedaban habían decidido que las presas que tenían delante no eran
un bocado tan apetecible como habían pensado y trataron de huir por la ventana
rota que dejaba entrar la lluvia del exterior. Alara y Mikael se levantaron de
un salto, apuntaron al unísono, y la escopeta de combate y el rifle bólter
retumbaron juntos con un estruendo atronador. Los dos dinorácnidos cayeron de
la pared y rodaron por el suelo, destrozados y tan muertos como los demás.
-Bueno- dijo
Alara- no ha sido tan difícil-.
-¿Estás bien?- le
preguntó Mikael.- Esa puta te ha mordido-.
-No es grave. No
ha traspasado. Duele un poco, pero se me pasará-.
El asesino
asintió.
-¿A dónde vamos
ahora?-.
Alara señaló las
escaleras.
-Por ahí arriba.
Quiero asegurarme de que no hay más-.
Mentalmente, dio
las gracias al Emperador por haber sido ella quien encontrara a los
dinorácnidos, y por haber tenido la idea de salir a explorar. No quería ni
imaginarse lo que hubiera sucedido si hubiesen sido Octavia, Valeria o Mathias,
que no llevaban armadura, quienes las hubiesen encontrado.
Las escaleras
presentaban un aspecto cochambroso; la piedra estaba resquebrajada y algunas
esquirlas se habían soltado. La barandilla estaba mu oxidada y varios
fragmentos se habían soltado. Aún así, cuando Alara apoyó el pie en el primer
escalón, el conjunto le pareció sólido. Mikael y ella subieron hasta el primer
piso, empujaron una puerta metálica, que se abrió con un patético chirrido, y
entraron a un pasillo sucio y destartalado. Si alguna vez había habido pintura
en aquellas paredes, hacía muchos siglos que se había desprendido. Todas las
habitaciones estaban vacías. Cuando subieron al segundo piso, encontraron un
espectáculo similar, aunque con una única diferencia: una de las habitaciones,
al fondo de un pasillo recto que se abría entremedias a un rellano con salida a
dos cuartuchos sin puerta, estaba cerrada con un candado.
-Este candado no
tiene dos mil años- observó Mikael, examinándolo.- De hecho, parece bastante
nuevo-.
-Sólo queda el
piso final de la torre- dijo Alara.- Mira a ver si puedes abrir la puerta
mientras yo le echo un vistazo al último nivel-.
Se alejó hacia la
puerta que se abría en un rincón, al otro lado del corredor en cuyo extremo
opuesto se encontraba Mikael. Alara se asombró de que aquella puerta pudiese
continuar en pie; estaba tan llena de óxido y herrumbre que tendría que haberse
deshecho en pedazos hacía tiempo. Cuando la empujó, las bisagras gimieron como
un torturado en medio de su agonía.
Al instante, un
fuerte viento y una violenta oleada de lluvia salpicaron la servoarmadura de
Alara. Sin embargo, ella no sintió el frío ni la humedad; su blindaje era
también un compartimento estanco, con la temperatura y la humedad reguladas,
que la hacía inmune a las inclemencias del tiempo.
Con paso firme,
subió las escaleras de piedra rugosa que ascendían hasta la cúspide de la
torre. Echó un vistazo a su alrededor, pero a pesar de tener activada la visión
nocturna no pudo ver gran cosa, a excepción de lo que parecía maquinaria y una
especie de cañón. Lo más impresionante del entorno, sin duda, era el paisaje:
desde aquella torre podía verse todo el paisaje que circundaba la fortaleza. En
un día claro y despejado sin duda se habrían podido avistar muchos kilómetros a
la redonda, pero en aquella noche tormentosa y oscura Alara sólo pudo
distinguir las siluetas de los árboles alienígenas que crecían en los marjales,
agitándose bajo el bramido el viento, así como la espesa cortina de lluvia que
castigaba con furia la Laguna Verde y ocultaba de la vista las colinas,
montañas y pantanos que pudiera haber alrededor. Y vio algo más: allá a lo
lejos, en la oscuridad, se movían lentamente un puñado de luces en hilera, como
un desfile de luciérnagas en la distancia. Iban haciendo eses, siguiendo el
sinuoso trazado de la carretera.
“Es el convoy. Aún
están muy lejos, pero se van acercando. Espero que la carretera aguante y
consigan llegar sin ninguna dificultad”.
Alara se dio la
vuelta y bajó de nuevo las escaleras; allí no había nada más que mirar.
Mientras descendía, un estruendo seco y potente que venía del piso inferior la
sobresaltó. Aligeró el paso, penetró en el pasillo y cerró la puerta.
-¿Mikael?-
preguntó.- ¿Has sido tú?-.
-Sí- contestó una
voz desde el otro extremo del corredor.- He logrado abrir la puerta-.
Cuando Alara se
acercó, comprendió el motivo de aquel estruendo: Mikael había usado una granada
explosiva para hacer saltar el candado y el pomo, abriendo un boquete en la
plancha metálica de la puerta.
-No ha sido lo que
se dice sutil- comentó ella con ironía.
-Entra- la llamó
Mikael desde el fondo de la habitación.- No vas a creer lo que he encontrado-.
Llena de
curiosidad, Alara entró. Mikael estaba inclinado sobre una multitud de cajas
cuyas tapas estaban desparramadas por el suelo. Se acercó a la primera; algo
brillaba en su interior. Al acercarse, descubrió que eran relojes: una multitud
de relojes de oro. Otras cajas estaban repletas de pulseras, collares, anillos
y otras alhajas, todas de oro, plata, platino o titanio, muchas de ellas
adornadas con piedras preciosas de todos los colores y tamaños, exquisitamente
talladas. En otro grupo de cajas, al fondo de la habitación, había bolsas
repletas de monedas y billetes: tronos de oro, águilas de plata y coronas de
bronce; tantos, que sin duda constituían una pequeña fortuna.
-Vaya- comentó
Alara, inclinándose junto a Mikael para examinar el botín.- Parece que hemos
descubierto el botín de una panda de ladrones-.
-Mira esto- dijo
Mikael, extrayendo de una de las cajas un fabuloso collar semejante a una
cadena de eslabones dorados. En el interior de cada eslabón había engarzada una
gema diferente.- ¿No te parece hermosa?-.
-No me interesan
las joyas- dijo Alara con tono despreciativo.- Las Hermanas del Sororitas no
podemos poseer alhajas ostentosas, y además no las necesitamos. No son más que
un instrumento para halagar la vanidad y la soberbia de quien las porta-.
Mikael se giró
para mirarla con sorpresa, y rió entre dientes.
-Vaya, jamás
imaginé que conocería a una mujer que despreciara las joyas-.
-Será mejor que
informemos a Mathias de inmediato- decidió Alara.- Estos objetos tendrán dueños
legítimos que habrán denunciado su desaparición. Debemos cargar estas cajas en
los vehículos blindados del convoy y llevarlas a Gemdall para entregarlas al
Adeptus Arbites-.
-Claro, claro- se
apresuró a decir Mikael.
Alara frunció el
ceño; le daba la sensación de que si hubiera propuesto quedarse con el botín
sin más, el asesino no habría dudado mucho antes de encogerse de hombros y
empezar a llenarse los bolsillos. Cogió el comunicador que portaba al cinto y
lo encendió.
-Al habla Alara.
Mathias, ¿me recibes?-.
Sonó un leve
chasquido de estática antes de que recibiera la respuesta.
-Aquí Mathias, te
recibo. ¿Sucede algo?-.
-No te vas a creer
lo que hemos encontrado- dijo Alara, emocionada.- Es un… bueno, en realidad
creo que es mejor que baje y te lo explique. En seguida estoy ahí-.
-Te espero
impaciente- contestó Mathias.- Cambio y corto-.
Alara y Mikael se
incorporaron, salieron de la habitación y se dirigieron por el corredor de
vuelta al pasillo central, el que conducía recto hasta el rellano donde estaban
las escaleras. Estaban a punto de doblar la esquina para penetrar en él, cuando
se dieron cuenta de que algo iba mal.
“Luz” pensó Alara
de repente. “Al final del pasillo, en el rellano. Hay demasiada luz”.
Y justo en ese
momento, Mikael y ella oyeron las voces.
-¡Joder, lo he
oído aquí arriba, estoy seguro!-.
-¿Crees que han
sido los mismos que han matado a las arañas?-.
-¿Cómo van a ser
otros, gilipollas?-.
Un grupo de
personas apareció por el fondo del pasillo. Inmediatamente, Alara y Mikael se
retiraron para esconderse cada uno tras una de las esquinas del corredor, pero
ya era tarde.
-¡He visto moverse
algo!- exclamó el que iba delante.- ¡Creo que están ahí! Mierda, han encontrado
el alijo-.
Gracias a su
sistema de visión con potenciación lumínica, Alara pudo ver al grupo tan
claramente como si fuera de día. Se trataba de un grupo de hombres vestidos con
ropajes oscuros de cuero grueso y reforzado, lleno de correas. El que marchaba
delante llevaba un par de aparatosas gafas que debían ser de visión nocturna, y
portaba entre las manos una escopeta. Tras él, había siete más: tres de ellos
portaban rifles automáticos, otros tres enarbolaban escopetas de corredera, el
más robusto de todos, que caminaba atrás de la comitiva, llevaba un rifle
automático, y justo por delante de él avanzaba un sujeto con el rostro cubierto
por una máscara de metal que sujetaba entre las manos un lanzallamas ligero. A
juzgar por su aspecto -altos, de tez clara, barbas y cabellos desaliñados, y
todos ellos de figura esbelta exceptuando a los dos más fornidos que parecían
llevar la voz cantante- eran forajidos de las Tierras Bajas.
Al verlos, Alara
maldijo para sus adentros; no se le había ocurrido pensar que los ladrones que
habían escondido allí el alijo estuvieran en la fortaleza. Sin duda, debían
haber establecido en ella su base -de lo contrario, no se hubieran encontrado
allí en una noche tan desapacible y tormentosa, aún menos al comienzo de la
temporada del monzón, cuando era del todo posible quedar aislados por un
corrimiento de tierras o una inundación-. Por una parte, quedaba resuelto el
misterio de la araña muerta: sin duda habían sido ellos quienes habían acabado
con el insecto de un disparo. Por otra parte, su presencia allí, atraídos por
los disparos de escopeta y bólter que habían acabado con las arañas en el
vestíbulo inferior, significaba un hecho insoslayable: Mikael y ella estaban
atrapados. No había ninguna salida a excepción del pasillo central que ellos ya
habían ocupado. Si querían salir, tendrían que pasar por encima de ellos... y
no sólo los cuadruplicaban en número sino que iban fuertemente armados.
“Si les dejamos
llegar hasta aquí, perderemos la ventaja del atrincheramiento” pensó Alara.
“Tenemos que atacarlos cuando aún estén en el pasillo, es nuestra única
opción”. Accionó el vocotransmisor privado entre ella y Mikael.
-Voy a lanzar una
granada- dijo.- Después, atacamos-.
-De acuerdo-
murmuró Mikael.
Alara se llevó la
mano al cinto, extrajo una granada perforante y le quitó la anilla.
“Uno” empezó a
contar mentalmente. “Dos, tres…”
-¡Eh, vosotros de
ahí!- gritó el explorador, apuntándolos con su escopeta de corredera.- ¡Os
hemos visto! ¡Salid donde podamos veros con las manos levantadas!-.
“Cuatro, cinco,
seis… ¡ahora!”.
Arrojó la granada
con toda la puntería que fue capaz, intentando hacerla caer en el espacio
abierto que había en medio del pasillo, justo en el centro del grupo de
bandidos. Dio en el blanco, y el proyectil cayó entre las piernas de los
hombres rebotando con un sonido hueco.
-¡A cubierto!- chilló
una voz.
Los bandidos se
arrojaron al suelo en todas direcciones, pero el
proyectil explotó casi de inmediato. El más robusto del grupo y los dos que lo
acompañaban, el del rifle y el del lanzallamas, eran lo que estaban más
alejados, y consiguieron ponerse a salvo retrocediendo hasta la entrada del pasillo.
Los de delante no tuvieron tanta suerte; la explosión envolvió de lleno a dos
de ellos, que murieron en el acto cuando sus cuerpos estallaron y cayeron al
suelo desmembrados. Otros tres, protegidos por los propios cuerpos de sus
compañeros muertos, que se encontraban en el radio de acción directo de la
granada, salieron despedidos contra las paredes del pasillo, heridos de diversa
consideración. Apenas se apagó el estallido de la explosión, Alara asomó medio
cuerpo de inmediato por detrás de la pared, apuntó al explorador de las gafas
de visión nocturna, y disparó.
El explorador se
estaba poniendo de pie, gimiendo de dolor y escupiendo maldiciones. Al segundo
siguiente, lo que escupía era sangre; el bólter le había impactado en el pecho,
y un segundo más tarde la munición explosiva reventó, abriéndole un boquete en
el tórax y quebrándole las costillas. Cayó de rodillas y se desplomó en el
suelo, tan muerto como sus compañeros. Mikael también disparó; los perdigones
de su escopeta hirieron gravemente el brazo de otro de los heridos, que también
trataba de incorporarse y cayó de nuevo al suelo con un aullido.
Aquel repentino y
violento ataque generó una inmediata lluvia de balas sobre Mikael y Alara.
Afortunadamente, se encontraban bajo cobertura parcial y el resto de bandidos
no poseían un sistema de visión nocturna como el que llevaba el explorador
muerto, de modo que sus disparos no dieron en el blanco o rebotaron inofensivos
contra el blindaje.
-¡Matadlos!- gritó
el que parecía lugarteniente del jefe, un hombre de grandes músculos abultados
y cabello cortado al rape.- ¡Matad a esos hijos de puta!-.
Siguiendo su
propia orden, apuntó a Mikael con su escopeta y disparó. El asesino se apartó
con rapidez, pero no pudo evitar que varios de los perdigones atravesaran su
malla de nanotubos y se le incrustaran en el hombro. Lanzó un gemido de dolor,
apretó los dientes con una mueca de rabia y devolvió el fuego.
Mientras el
lugarteniente y el asesino se enzarzaban en aquel fuego cruzado, Alara intentó
alcanzar al líder, y le disparó una ráfaga. Los dos primeros tiros fallaron; el
tercero lo alcanzó en el tórax. Sin embargo, debió darle en un costado, porque
a pesar de la explosión de sangre que salpicó la pared del rellano del fondo,
el hombre lanzó un grito que parecía más de rabia que de dolor y se incorporó
para devolver el ataque. Su rifle láser alcanzó a Alara con un certero disparo
que, sin embargo, rebotó inofensivo contra su servoarmadura.
-Que el Trono te
lleve- masculló Alara.
La distrajo el
repentino grito de Mikael, cuya malla no era ni por asomo tan resistente como
el blindaje de Alara; el lugarteniente y dos de los secuaces que quedaban vivos
habían concentrado el fuego sobre él, y uno de ellos lo había herido. Mikael
vaciló y se apoyó en la pared opuesta del pasillo, dejando una impronta de
sangre en ella.
Alara sintió una oleada de rabia. Aquellos
bandidos habían herido a un Acólito
a las órdenes de la Inquisición, a un siervo del Dios Emperador. Sin dudarlo ni
un instante, abandonó la cobertura que le proporcionaba la esquina de la pared
y se plantó en medio del pasillo, mostrándose por completo. Los bandidos la
miraron con una mezcla de sorpresa y alarma: sorpresa al ver que uno de sus
enemigos tenía el atrevimiento de abandonar su escondite y ofrecerse a cuerpo
abierto; alarma al contemplar una espectacular servoarmadura roja, el cañón de un rifle bólter, y escuchar una
voz aguda, femenina, que gritaba:
-¡Por el
Emperador!-.
Alara disparó una ráfaga. La cabeza de
uno de los secuaces estalló, esparciendo fragmentos de hueso y materia gris en
todas direcciones. El lugarteniente que había herido a Mikael salió despedido
hacia atrás por la fuerza del impacto y cayó al suelo junto al jefe, hecho un
bulto. Uno de los secuaces, que estaba herido, lanzó un grito de pánico e
intentó echar a correr, pero el jefe lo agarró del brazo y lo estampó contra la
pared.
-¡Sigue luchando o
seré yo quien te mate!- rugió.
El bandido se
retorció, farfullando. Alara vio clara la oportunidad, e hizo ademán de
posicionarse para cargar… pero en ese momento apareció alguien que había estado
oculto hasta ese momento: el sujeto que portaba el lanzallamas. Con una rapidez
felina, dirigió la boca del arma contra Mikael y Alara y disparó.
Alara reaccionó
por puro instinto; saltó para ponerse delante de Mikael, que aún estaba doblado
sobre sí mismo sujetándose el hombro sangrante con la mano. Sabía de sobra que
la malla de nanotubos del asesino era un blindaje demasiado ligero como para
protegerlo del fuego. La servoarmadura, en cambio, era mucho más gruesa y
estaba revestida de ceramita; si algo podía resistir a las llamas, era ella.
Una oleada de
llamas candentes se precipitó sobre ellos con la fuerza de un huracán. Mikael
gritó de dolor. Alara también, al sentir como a través de las junturas de su
armadura el calor se hacía sentir hasta volverse insoportable. Sin embargo, un
segundo más tarde las llamas se desvanecieron, y Alara comprobó que exceptuando
las quemaduras superficiales que le laceraban la piel de los codos y parte de
los antebrazos, estaba ilesa. La voz dolorida de Mikael se dejó oír por el
vocotransmisor interno.
-G…gracias, Alara.
Pero me he… me he quemado las p… piernas. T… tengo que retirarme-.
Alara respondió
con un leve asentimiento de cabeza, que el alucinado portador del lanzallamas
estaba demasiado atónito como para advertir. El hombre se había quedado
inmóvil, paralizado, mirándola con lo que debía ser una mueca de incredulidad
debajo de su máscara blindada.
-¡Tus llamas nada
pueden contra mí, impío!- rugió Alara. Disparó el bólter contra él, pero sus
palabras llenas de fervorosa cólera habían sacado de su estupefacción
al saqueador, que se retiró justo a tiempo para esquivar el disparo lanzado un
grito de pánico.
-¡Maldita sea!-
rugió el jefe.- ¡Maldita sea!-.
-¡Es un
demoniooo!- sollozó el secuaz, todavía acobardado.
-¡Idiota, si ha
invocado al Emperador!- gritó el jefe, disparando. Tenía una gran mancha oscura
en el costado, ahí donde Alara le había acertado la primera vez, pero no
parecía que el dolor le limitase demasiado los movimientos. Apuntó y disparó.
El secuaz disparó también, pero los nervios le hicieron perder el control; el
arma se le había encasquillado. Alara le disparó y le acertó en el brazo; el
hombre cayó al suelo lanzando alaridos, con el codo destrozado, y comenzó a
arrastrarse como un gusano hacia las escaleras.
Un segundo disparo
del jefe acertó a Alara en un punto débil de la juntura de la pierna. No le
hizo demasiado daño, pero sí la sorprendió; el bandido del lanzallamas
aprovechó la momentánea distracción para volver a rociarla con una nube de
llamas. Pero en aquella ocasión Alara estaba preparada, y reaccionó con rapidez
cubriendo sus puntos débiles. El fuego la rodeó sin dañarla lo más mínimo.
“Estoy harta de
este imbécil”, pensó, furiosa. Volvió a dispararle, esta vez sin perder el
tiempo en diatribas, y en aquella ocasión acertó. El enmascarado estalló con el
torso partido en dos, salpicando sangre y vísceras en todas direcciones.
El jefe la miró
con rabia, pero se había quedado solo y los dos únicos hombres que le quedaban
-el lugarteniente y el secuaz sollozante- estaban gravemente heridos. Se echó a
hombros al lugarteniente y huyó de allí a toda velocidad.
Por la mente de
Alara pasó fugaz la idea de perseguirlos, pero la desechó de inmediato para ir
a ver a Mikael. Lo encontró tirado en el suelo, apoyado en la pared junto a la
puerta de la sala donde se ocultaba el alijo, resollando.
-¡Mikael!- Alara
se arrodilló junto a él.- ¿Cómo estás?-.
-Jodido- farfulló
el asesino.- Hecho una mierda. Pero me… recuperaré-.
Señaló
gesticulando con la mano una ampolla vacía con aguja y un embolo aplicador.
-¿Qué es eso?-
inquirió Alara.
.Drogas
regenerativas- contestó Mikael con un susurro.- Te curan en un t… tiempo
récord, pero te d… dejan hecho polvo mientras t… tanto. Las fabrica tu n…
novio- rió entre dientes.
Obviando que se
trataba de la primera vez que Mikael hacía mención directa a la relación que la
unía a Mathias, Alara le rodeó los hombros con el brazo.
-¿Puedes andar?-.
-N… no-.
-Bien, voy a
comunicar con Mathias. Valeria podrá prestarnos ayuda-.
Extrajo el comunicador y lo encendió.
-Mathias, soy
Alara, ¿me recibes?-.
La única respuesta
que obtuvo fue el sonido de la estática.
-Mathias-
repitió.- Soy Alara, ¿estás ahí?-.
Silencio. Pasaron
los segundos, pero nadie contestaba. El miedo comenzó a incrustarse como una
cuchilla insidiosa en el corazón de Alara.
-T… tienes un
mensaje- dijo Mikael con voz ronca.- El v... vocofonador celular-.
Al mirarlo, Alara
se dio cuenta de que era verdad; una luz naranja destellaba en un costado del
aparato anunciando un mensaje de texto. Provenía el número de Octavia. Lo
abrió. Sólo constaba de tres palabras: NOS ESTÁN ATAC. No había podido terminar
el mensaje, pero era más que suficiente para comprenderlo. El miedo de Alara
eclosionó y estalló convertido en pánico.
“¡Mathias!
¡Octavia! ¡Valeria!”.
-¡Hay más
bandidos!- exclamó con la voz llena de horror.- ¡Han atrapado a Mathias y a mis
hermanas!-.
Mikael respiró
hondo antes de farfullar una sola palabra.
-Mierda-.
¡Por fín las ostias! De vez en cuando se agradece un poco de acción, aunque menudo panorama ha quedado...
ResponderEliminarIba a comentar lo mucho, muchísimo que me desagradan las arañas, aunque Alara y Mikael se han desecho de ellas fácilmente, pensaba que esa parte del relato me lo iba a hacer pasar mal cuando han llegado estos tipos a complicar las cosas. Y no porque les haya costado disolver el grupo que los ha pillado cerca del alijo, sino porque seguramente los que se han topado con el grupo de Mathias sean muchos más y mucho mejor armados, ya pueden estarlo para poder capturar dos hermanas de batalla.
Las ostias sólo acaban de empezar, querida... >:-D
Eliminar¡Por el Trono, empieza lo hardcore!
ResponderEliminarHa sido un capítulo muy emocionante y, sobre todo, muy movido. Aunque a veces me mareaba un poco el ritmo vertiginoso de la batalla, ^^U. Me da pena que Mikael haya quedado herido; es un personaje que me cae mejor después de verle (leerle) luchar y me apetece saber más de él.
Y opino igual que Narwen: Muy mal tiene que estar la cosa como para que dos Sororitas armadas y peligrosas no le den por culo a sus captores.
Tened en cuenta una cosa: son dos Sororitas, pero no militantes (una es dialogante y la otra hospitalaria), aunque saben luchar, el combate no es su especialidad, y si encima un grupo de enemigos muy superior en número las pilla con la guardia baja...
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