A fe y fuego

A fe y fuego

lunes, 1 de junio de 2015

Capítulo 7


A.D. 825M40. Randor Augusta (Kerbos), Sistema Kerbos, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.


-Muy bien- dice la profesora de Historia.- ¿Quién puede decirme cómo se llama la institución dependiente de la Eclesiarquía que se nutre en un noventa por ciento de alumnas de la Schola Progenium?-.
Alara Farlane levanta la mano. La profesora la mira con desconfianza, pero finalmente asiente.
-¿Sí, señorita Farlane?-.
-"Adopta Huerfanitas"- responde cortésmente Alara.
Toda la clase estalla en carcajadas. Alara sonríe, muy satisfecha de sí misma. Su maestra, en cambio, frunce el ceño.
-Si vuelve a hacerse la graciosa, señorita Farlane, tendré que dar parte de su mal comportamiento a la celadora jefe. Creo que eso no le gustaría-.
La amenaza de la profesora surte efecto; la sonrisa de Alara se desvanece de inmediato. Helga, la antipática mujer que la arrastró sin miramientos lejos de Mathias el día de su llegada, resultó ser la celadora jefe, y le ha cogido inquina desde el principio. Por haberse resistido a separarse de su amigo, Alara estuvo castigada un día entero, encerrada en soledad y recibiendo la comida justa. Además, en su informe mensual aparecen demasiado a menudo las palabras "conducta desafiante". En realidad, Alara no es desobediente ni maleducada; no contesta mal a sus profesoras, no deambula por sitios prohibidos y siempre hace a tiempo sus deberes. Pero tiene una actitud demasiado independiente para los estándares de la Schola Progenium, así como una irritante tendencia a inventar ingeniosas tonterías para hacer reír a las demás alumnas. Es una estrategia de defensa, y la aprendió de su madre; Selene Farlane siempre solía decir que es imposible reírse de algo y temerlo al mismo tiempo, de modo que alentaba a sus hijos a que ridiculizaran sus temores infantiles para enfrentarse a ellos y conseguir vencerlos. Hasta ahora, Alara ha conseguido un éxito parcial: sigue teniendo pesadillas espantosas y a veces aún se despierta llorando por las noches, pero por lo menos durante el día ha conseguido no tener miedo. La mayor parte del tiempo, al menos.
Sin embargo, la pena y la nostalgia le roen el corazón. Echa muchísimo de menos su casa y su familia, y también echa de menos a Mathias. La añoranza por él es incluso más aguda, porque a sus padres y a sus hermanos ya no tiene ninguna posibilidad de volver a verlos y a él sí. Él sigue vivo, podría verle si no se lo impidieran. Está tan cerca de ella, y al mismo tiempo tan lejos...
Pero Alara tiene un plan. Los progénitos que tienen hermanos del sexo opuesto están autorizados a verlos y pasar un rato con ellos todas las semanas. Alara sabe que ningún adulto de la Schola se tragaría que Mathias es su hermano -basta con leer los apellidos en sus respectivas fichas escolares-, y el embuste podría meterla en un buen lío. Sin embargo, ha conseguido convencer a Christine, una compañera de clase con la que ha hecho buenas migas, de que lleve consigo una nota escrita cuando vaya a ver a su hermano. Si ella se lo pide, seguro que Kenneth le pasa la nota a Mathias, y tal vez su amigo le envíe otra en respuesta a la semana siguiente. Alara está muy ilusionada con la idea de seguir manteniendo el contacto con Mathias, aunque sea por correspondencia.
Está muy excitada cuando llega la hora de la comida. Tras ella, vendrá el período de descanso, y durante ese tiempo Christine y las demás niñas irán a visitar a sus hermanos. Alara casi no puede comer de los nervios mientras espera la culminación de su gran plan.
Cuando termina el almuerzo, su amiga le hace un gesto de despedida y desaparece. Alara se va jugar con Octavia, Valeria, y otras nuevas amigas que se han unido a ellas, huérfanas también de la Mascare de Galvan: Theodora, Claudia, Cecilia y Annabella. Cuando por fin suena el timbre que anuncia el fin del tiempo libre y el regreso a las clases, Alara vuelve contenta al edificio principal, esperando encontrarse con Christine.
El corazón se le sube a la garganta cuando se da cuenta de que quien la está esperando es la celadora Helga. En cuanto ve a Alara, la mujer frunce el ceño y la mira fijamente; no cabe duda de que la espera a ella. Aún así, trata de hacerse de despistada y pasar junto a ella de largo. Por supuesto, no da resultado.
-¡Alara Farlane!- exclama Helga en todo áspero.- ¡Ven aquí inmediatamente!-.
Alara pone la mejor cara de inocencia que es capaz de fingir.
-¿Sí?-.
La mujerona se saca un papel del bolsillo de la falda y lo sostiene delante de su nariz.
-¿Puede saberse qué significa esto?-.
Alara traga saliva. En el trozo de papel, escritas con letra infantil, se pueden leer claramente las siguientes palabras: "Querido Mathias, ¿cómo estás? Espero que bien, cuando recibas esta carta. Tengo muchas ganas de volver a verte, te echo mucho de menos y te quiero. Besitos, Alara". Es evidente que la actitud de Christine ha hecho sospechar algo a Helga, la ha registrado, y ha encontrado la nota. Cuando Alara levanta la vista, la mirada furiosa de la celadora jefe hace que le tiemblen las piernas.
-¡El contacto entre estudiantes de distinto sexo que no sean hermanos está prohibido!- ruge, haciendo trizas la nota.- ¿Cómo te has atrevido a intentar quebrantar las normas de la Schola? ¡Estás castigada sin cenar!-.
Los ojos de Alara se llenan de lágrimas.
-¿Por qué?- gimotea.- ¡No he hecho nada malo! ¡Sólo quería mandarle una carta a mi amigo!-.
-Está prohibido- replica Helga, cortante. ¿Es imaginación de Alara, o está saboreando las palabras? La sensación de injusticia la hace temblar.
-¿Qué le he hecho para que me odie tanto?- grita apretando los puños.- ¡Es usted horrible!-.
La bofetada es inmediata, y tan rápida que no la ve venir. En un instante, Alara tiene la mejilla ardiendo y los cinco dedos de la celadora marcados en la cara.
-¡No voy a tolerar más faltas de disciplina por tu parte!- exclama Helga, furibunda.- ¡Vete a tu clase, inmediatamente! ¡Y mañana cuando te levantes irás directamente a clase, sin desayunar!-.
Alara rompe a llorar, pero no se atreve a decir nada. De pronto, el recuerdo de Selene le viene a la mente y la añoranza la golpea de una manera casi física. ¡Su madre, que la quería tanto, jamás la habría tratado así! ¿Por qué ella está muerta y esa mujer odiosa sigue viva?
Se gira para marcharse, odiando a Helga más que nunca. Pero antes de dejarla marchar, la mujer la agarra del brazo y la obliga a girarse hacia ella. Sus dedos aprietan tan fuerte que le hacen daño.
-Ten mucho cuidado, Alara Farlane- sisea, mirándola fijamente a los ojos. En los suyos, de un color gris acerado, destella la crueldad.- Te voy a estar vigilando. Y si intentas romper las normas otra vez, si osas desafiarme, te aseguro que lo lamentarás-.




A.D. 844M40. Prelux Magna (Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.


Alara observó en silencio desde la verja cómo Mathias se marchaba bajo la lluvia, sin volver la vista atrás. Al escuchar la campana que llamaba a la oración, regresó al interior del convento para asistir al servicio religioso. Cuando terminaron los rezos, fue a cambiarse de ropa para el entrenamiento de la tarde, y cuando llegó a su celda descubrió que Octavia y Valeria la estaban esperando allí.
-¿Qué estais haciendo aquí?- preguntó.
-Tenemos que hablar contigo- dijo Octavia con voz serena.- En privado-.
Alara se sintió intraquila, pero dejó que sus amigas entraran con ella. Apenas hubo cerrado la puerta, Octavia la cogió del brazo.
-Bien, mi querida Alara, más te vale que confieses: ¿qué pasa con Mathias Trandor?-.
Alara levantó la vista para fulminar a Valeria con la mirada. La Hospitalaria se encogió de hombros.
.-Yo no le he dicho nada, Alara. Ella ha sido quien ha venido a buscarme para preguntarme si sabía algo. Le he dicho que lo mejor era que habláramos contigo. Así que aquí estamos-.
-¡Oh, vamos, Alara, no seas tan dura!- la reprendió Octavia sin soltarla.- ¡Somos tu hermanas, no puedes ocultarnos algo así!-.
-¿Quién dice que haya algo que ocultar?- gruñó Alara.
-Creo que te has enamorado de Mathias- afirmó Octavia con tono alegre.
-A eso le llamo yo sutlieza- repuso Valera con sequedad.
-¡Por el Divino Emperador, Octavia!- exclamó Alara, enrojeciendo hasta las orejas.- ¿Cómo se te ocurre tal cosa? Además, ¿qué sabrás tú de eso?-.
-Puede que no conozca mucho acerca del tema- admitió Octavia, cruzándose de brazos.- Pero a ti sí te conozco, y he visto cómo os mirábais. Te recuerdo que soy una Dialogante; me han entrenado para darme cuenta de estas cosas-.
-Y aunque Octavia no tenga experiencia en esos asuntos, yo sí la tengo, y he percibido lo mismo que ella- añadió Valeria con suavidad.
-¿Cómo has dicho?- preguntó Alara, sorprendida.- ¿Qué es eso de que tú tienes experiencia en qué?-.
Ahora fue Valeria la que se ruborizó.
-Yo... bueno, no os lo conté porque me daba vergüenza... pero... conocí a alguien hace un par de años. En Randor Augusta, cuando aún éramos Constantias-.
-Ah, ¿sí?- exclamó Octavia, atónita.- ¡Qué callado te lo tenías!-.
-¿Quién era?- quiso saber Alara.- ¿Cómo se llamaba?-.
-Konrad. Era un cirujano militar. Pasamos juntos bastantes horas a la semana durante mis prácticas en el hospital militar, y... en fin, acabamos intimando-.
-¿Y qué pasó?-.
Valeria se frotó los ojos como si le picaran los párpados.
-Se quedó en Kerbos. Yo tuve que volver a Ophelia VII para consagrarme. Tenía la esperanza de que nos volvieran a enviar a Randor Augusta, pero nos mandaron aquí. Dijo que en cuanto supiera dónde me habían destinado intentaría por todos los medios que la Guardia lo trasladara al mismo sitio, pero no sé cuánto podrá tardar- emitió un suspiro resignado y triste.
Las palabras de Valeria cayeron sobre Alara como un cubo de agua fría.
"Mañana mismo podrían destinarme fuera de Prelux Magna, a cualquier otra ciudad de Vermix", pensó con un nudo en la garganta. "O Lord Crisagon podría decidir que ya ha terminado su faena aquí y largarse de este planeta, llevándose su séquito consigo".
-¿Está bien, Alara?- quiso saber Octavia.
Alara apretó los dientes. No estaba segura de poder controlar sus emociones si se ponía a considerar en serio la posibilidad de una nueva despedida.
-Me han dispensado de las guardias- dijo de repente.
-¿Cómo?- preguntó Valeria.
-¿Por qué?- inquirió Octavia.
-Mathias tuvo la idea de darme información complementaria sobre el planeta, sus costumbres y su fauna, en la capilla del Ordo Xenos- explicó Alara.- A mi Superiora le pareció una buena idea, de modo que ha dispensado de las guardias y ahora voy a pasar seis horas con él, a solas. Todos los días. En la capilla inquisitorial-.
-Pero Alara- dijo Octavia con voz alegre.- Eso es estupendo. Podrás estar con él a solas. Si él también siente algo por ti...
-¿Algo?- gimió Alara, nerviosa.- ¿El qué? ¡Yo no sé nada de esto! ¡Nada! ¡Ni siquiera entiendo lo que me está pasando a mí! ¡Maldita sea, casi preferiría enfrentarme a una horda de engendros del Caos! ¡Al menos sabría qué hacer con ellos!-.
Valeria se echó a reír sin poderlo evitar.
-Ven a verme mañana a la enfermería justo antes de la comida- dijo.- Te daré algo que te ayudará a relajarte un poco-.

 

Alara durmió inquieta aquella noche, y la llegada del nuevo día no mejoró mucho las cosas. Nada más terminar el desayuno, recibió la inesperada llamada de la Ejecutoria Tharasia, solicitándole que acudiera a su presencia.
Cuando entró, Tharasia la estaba esperando sentada a la mesa de su despacho. Tenía un expediente ante sí; el expediente de la propia Alara. Cuando levantó la vista para mirarla, estaba muy seria.
-Buenos días, hermana Alara- dijo con voz grave. Bajó la mirada hacia los papeles que tenía delante.- Alara Farlane, de Galvan, Tarion. Hija del capitán Marcus Farlane de la Guardia Imperial, condecorado a título póstumo con la Honorifica Imperialis. Una media de ocho con setenta y cinco en la Schola Progenium. Sobresaliente en gimnasia, combate, lógica y religión; por lo que veo, su media subió a nueve con veinticinco ya en el Adepta Sororitas, motivo por el cual la propusieron para la cámara Dialogante... proposición que usted rechazó, solicitando expresamente entrar en la cámara Militante.- Tharasia cerró el expediente y levantó la vista hacia Alara.- Aquí se sugiere que debido a su combinación de buenas aptitudes mentales y físicas, es usted apta para el mando. La Hermana Superiora Lissandra ha decidido que mi pelotón sea el encargado de realizar la investigación sobre esa dichosa veneración al Gran Gusano, ya que usted pertenece a él. Y dado lo que consta en su expediente y que la iniciativa de la investigación ha sido suya, yo he decidido nombrarla jefa de escuadra, cargo que comenzará a ejercer de inmediato-.
-Gracias, señora- respondió Alara, impresionada.- Sin embargo, debo prevenirla de que carezco de experiencia en el mando...
-Eso carece de relevancia, hermana- la interrumpió Tharasia.- Alguna vez tiene que ser la primera. Tengo confianza en sus capacidades y en que sabrá responder bien a mis expectativas... sobre todo cuando llegue el momento en que las vidas de sus hermanas dependan directamente de usted-.
Alara tragó saliva. En teoría aquella era una buena noticia, ¿no? ¿Por qué entonces la expresión de la Ejecutora era tan severa? Algo no terminaba de encajar.
-Así pues, goza usted de la confianza de sus mandos y de altas posibilidades de ser promocionada con rapidez en su carrera, si sigue como hasta ahora- dijo Tharasia, y clavó en Alara unos ojos que de repente se volvieron semejantes a dos bolas de acero.- Espero que los sentimientos que alberga hacia el doctor Trandor no signifiquen una merma en su rendimiento-.
La sorpresa y el horror de Alara fueron tan absolutos que se quedó sin habla.
"¿Cómo lo sabe?" se preguntó, aterrada. "¡Si yo misma no lo sabía hasta ayer!".
Tharasia entrelazó las manos, mirándola con fijeza.
-Veo que parece haberse quedado sin palabras, hermana. No es necesario, sin embargo, que me dé explicaciones. No las necesito, y además la expresión de su cara ya me ha revelado todo lo que deseaba saber. Ahora, escuche bien lo que le voy a decir. La Hermana Superiora Lissandra no aprueba este tipo de situaciones, aún menos si se ve involucrada una hermana tan joven y prometedora como lo es usted. Como Ejecutora de su pelotón que soy, una de mis funciones es asegurarme de que mis subordinadas rindan al máximo de sus capacidades y no decepcionen de ninguna manera a los altos mandos. De modo que tenga muy presente mis palabras, hermana Alara: si se mantiene al nivel que esperamos de usted, yo misma intercederé a su favor ante la Superiora Lissandra si ella se entera de sus sentimientos y los desaprueba. Pero si su rendimiento empeora lo más mínimo, si noto que empieza a distraerse o a bajar el nivel, me encargaré personalmente de que no vuelva a ver jamás al doctor Trandor. ¿Me ha entendido?-.
Las últimas palabras de Tharasia se clavaron como un dardo cruel en el corazón de Alara, que por primera vez en años volvió a verse atenazada por algo que no esperaba volver a sentir: miedo. Trató de decir algo, cualquier cosa, pero no consiguió que le saliera una sola palabra de la garganta. Asintió.
-Puede retirarse, hermana- dijo la Ejecutora.
Alara salió en silencio de la habitación, sintiéndose inmersa en una pesadilla, una horrible pesadilla que la estaba haciendo revivir todas las sensaciones que sintió cuando era una niña sola y asustada, una niña que debía limitarse a contemplar cómo la arrancaban del lado de alguien a quien amaba sin poder hacer nada para evitarlo. Aún así, caminó por el pasillo con paso firme e impávido, inexpresiva y pálida. Sólo cuando hubo regresado a sus aposentos y cerrado la puerta tras de sí, permitió que brotaran las lágrimas.
Las Hijas del Emperador no lloran. Pero aquella mañana, inmersa en la soledad de su celda y en los amargos recuerdos que creía haber dejado por siempre atrás, Alara Farlane lloró.



Aquella mañana, la hermana instructora Isabella elogió calurosamente los progresos de Alara con la espada sierra, algo muy poco habitual en ella. No era de extrañar, dado que la joven se entregó al entrenamiento en cuerpo y alma. El ejercicio físico y el entrenamiento de combate eran los métodos favoritos de Alara para retraerse de sus problemas y no pensar, ya desde la Schola Progenium, y en aquella ocasión no iba a ser diferente; necesitaba descargar su temor, su frustración, su impotencia y su rabia, y hacerlo perfeccionando sus habilidades al servicio del Dios Emperador era sin duda el mejor método de todos. Por otro lado, estaba dispuesta a demostrar a Tharasia, a Lissandra y a quien hiciera falta que su rendimiento jamás iba a verse mermado lo más mínimo fueran cuales fuesen sus sentimientos.
Cuando llegó la hora de comer, dejó la espada en la armería a regañadientes. Finalizar el ejercicio también significaba el fin de la tregua mental, volver a enfrentarse a la realidad: sus propios y enmarañados sentimientos, las amenazas de la Ejecutoria Tharasia… y el hecho de que ese día y los siguientes pasaría todas las tardes completamente sola con Mathias en la capilla del Ordo Xenos. Al sentir cómo los nervios hacían presa de ella a pesar de todo el ejercicio que había hecho para descargarlos, recordó las palabras de Valeria: “Ven a verme mañana a la enfermería justo antes de la comida. Te daré algo que te ayudará a relajarte un poco”.
“Justo lo que necesito”, pensó Alara, y se dirigió a paso ligero a la enfermería.
Cuando llegó, Valeria la estaba esperando.
-Ya creía que te habías olvidado de mí- dijo con una sonrisa.
-Yo nunca me olvido de ti. ¿Tienes aquella cosa que ibas a darme para tranquilizarme? Debo reconocer que no me vendría mal algo así-.
-Ya lo suponía- dijo Valeria con expresión de suficiencia.- Extiende el brazo, que acabaremos en seguida. Y luego nos iremos juntas al comedor-.
Sacó de su envoltorio una jeringuilla y una aguja estériles, las llenó con el líquido de una ampolla y se lo inyectó en el brazo a Alara.
-Listo- dijo, tendiéndole un algodón empapado en desinfectante para que se lo apretase contra el brazo.- Vámonos a comer-.
Alara estaba hambrienta después del duro entrenamiento, pero aún así se sentía tan nerviosa que apenas pudo probar bocado. Tal vez influyera también el hecho de que no acababa de acostumbrarse a la carne de saurio; tenía un sabor muy raro que recordaba vagamente al del pollo, y un color pardo rojizo, como el de las piezas de caza.
“Carne de saurio, carne de ballena… tendría que preguntarle a Mathias si en este planeta también se come carne de dinovermo”.
La mera idea le dio náuseas, y apartó el resto del plato con un estremecimiento de asco para concentrarse en el postre, una fruta local de sabor tropical tan dulce que resultaba empalagosa, y que no pudo terminarse. Miró el crono de pared que presidía el comedor; era la una menos diez. Tenía el tiempo justo de darse una ducha rápida y ponerse el hábito antes de marchar a la capilla del Ordo Xenos; la idea volvió a hacer que las tripas le dolieran a causa de los nervios. Cuando se levantó, le hizo un gesto a Valeria para que la siguiera.
-¿Qué pasa?- preguntó su amiga en cuanto salieron del comedor.
-Creo que voy a necesitar otra dosis de ese tranquilizante que me has inyectado- le dijo Alara.- No me está haciendo ningún efecto; me siento tan nerviosa como antes-.
Los labios de Valeria esbozaron una sonrisa pícara.
-Eso es porque no se trataba de ningún tranquilizante-.
-¿Cómo que no era ningún tranquilizante?- preguntó Alara, recelosa.- ¿No dijiste que me darías algo que me ayudaría a relajarme?-.
-Sí, claro. Pero no hablaba de tranquilizantes; lo que te he inyectado es un anticonceptivo-.
-¿QUÉ?- chilló Alara. Al instante miró tras de sí, temerosa de que alguien pudiera estar oyéndolas; por fortuna el pasillo estaba vacío. Valeria se echó a reír.
-Por el Trono, Alara, con la cara que pones, cualquiera diría que te he envenenado-.
Alara se llevó de manera refleja la mano al brazo donde tenía el pinchazo.
-¿Tú… tú me has…? ¿Te has vuelto loca? ¿Cómo se te ocurre que yo…?
-Confía en mí, me lo vas a agradecer- dijo Valeria con una sonrisa burlona.- Ser precavida nunca está de más, y la fórmula que te he dado es casi inmediata: sólo tarda dos horas en hacer efecto y vale para seis meses. Mira, cuando Konrad y yo…
-¡No quiero escuchar lo que hacías con Konrad!- exclamó Alara, poniéndose del color de las cerezas maduras.- ¡Me voy de aquí!-.
Huyó escaleras arriba muerta de vergüenza mientras las carcajadas de Valeria la perseguían desde el pasillo. Cuando entró en su celda, se desnudó con rapidez y se metió bajo la ducha, esperando que el agua caliente y el jabón obraran algún efecto relajante.
“Anticonceptivo”, pensó, frotándose con fuerza las extremidades con la esponja. “Valeria debe estar mal de la cabeza”.
Aquello, lejos de tranquilizarla, la había puesto aún más nerviosa. ¿Tan segura estaba Valeria de que Mathias correspondía a sus sentimientos? ¿O se trataba sólo de una simple precaución, ya que iban a estar juntos y a solas durante tanto tiempo? Alara no sabía si sentía atracción, terror o ambas cosas ante la idea de que Mathias intentara… ¿intentara qué? No estaba del todo segura. Sus conocimientos acerca de la reproducción humana eran más bien básicos; se limitaban a las clases de biología que había recibido en la Schola Progenium. Más allá de aquello, no sabía absolutamente nada; los extensos conocimientos que le habían inculcado de novicia en el Adepta Sororitas incluían historia, canto, teología, gótico clásico, estrategia, lógica, técnicas de resistencia al miedo y el dolor, una memorización exhaustiva sobre el culto imperial, las vidas de los santos y el Mandatos del Sororitas, y un entrenamiento igualmente exhaustivo en diversos tipos de combate cuerpo a cuerpo, con armas de fuego y sin armas, pero nada remotamente parecido a la educación sexual. Tal vez las Hospitalarias como Valeria, con todos sus conocimientos de Medicae, supieran más.
“Aunque ella tiene mucho más que conocimientos teóricos; tiene experiencia. ¿Debería haberle preguntado?”. La mera idea la hizo enrojecer otra vez. Abrió el grifo de la ducha al máximo para que el agua cayera sobre ella con todas sus fuerzas. “Da igual porque no va a pasar nada. Nada en absoluto. Nada”.



Era casi la una y media cuando Alara llegó a las puertas de la capilla de Ordo Xenos. Colgada del brazo llevaba una bolsa negra con la Flor de Lys del Adepta Sororitas grabada en rojo en cuyo interior guardaba la placa de datos que le habían cedido para poder tomar notas. Respiró hondo para despejar la tensión mientras pulsaba el botón del interfono, sintiéndose ridícula.
“¿Cómo es posible que me ponga más nerviosa la perspectiva de estar a solas con Mathias que la de irme a las Tierras Bajas a matar dinovermos?” se reprendió.
Cuando entró en la capilla, la Adepta Orbiana estaba de guardia como la vez anterior. Reconoció a Alara, y tras saludarla con su parquedad habitual le indicó que el doctor Trandor la estaba esperando en la antesala del laboratorio. La luz de la cerradura del laboratorio estaba en verde, de modo que Alara golpeó la puerta con los nudillos y entró. Sentado a la mesa, vestido con su túnica de acólito y luciendo de nuevo las gafas sin montura que usaba para trabajar, estaba Mathias, que sonrió al verla entrar.
-Hola, Alara; qué puntual-.
Ella le devolvió la sonrisa.
-¿Cómo va todo?-.
-Muy bien- él le hizo un gesto con la mano indicándole que ocupara la silla de al lado.- Siéntate, por favor. ¿De qué quieres que hablemos en nuestra primera clase?-.
Alara había estado reflexionando sobre ello durante el camino. Había muchas cosas que deseaba preguntarle, pero la primera de ellas tenía que ver con algo de lo que hasta entonces sólo había sido consciente de forma somera. Tomó asiento junto a él, dejando la bolsa a un lado de la mesa.
-Hay algo que quiero preguntarte, aunque debo reconocer que no sé hasta qué punto estarás informado acerca de ello, porque no forma parte de tu especialidad académica-.
Mathias enarcó las cejas.
-¿De qué se trata? Te ayudaré en todo lo que pueda-.
-Veras… cuando fuimos anteayer al Palacio Gubernamental, me fijé en algo muy curioso: había dos grupos formados por representantes de la nobleza local de Vermix, uno de las Tierras Altas y otro de las Tierras Bajas. Y me di cuenta de que estaban situados en zonas opuestas del salón, y que la aristocracia imperial se alineaba a un lado o a otro… como si se tratase de facciones políticas enfrentadas. ¿Es eso lo que sucede en este planeta?-.
Mathias la miró con admiración.
-Muy sagaz, Alara. Realmente, creo que deberías replantearte tu vocación. ¿Seguro que no estarías mejor aprovechada en la Cámara Dialogante de tu orden?-.
Ella sonrió, halagada.
-La verdad es que me propusieron que lo hiciera, pero escogí expresamente la Cámara Militante. No profesé en el Adepta Sororitas para hacer diplomacia ni estudiar códices prohibidos, sino para luchar-.
-Lo entiendo, pero eso no quita que se esté desaprovechando un buen talento para la Dialogante. Porque tienes toda la razón en tus observaciones, y afortunadamente algo puedo contarte de este asunto- entrelazó las manos y estiró los brazos, en un gesto que Alara ya empezaba a reconocer como típico antes de comenzar una disertación.- Los habitantes originales de Vermix están organizados en distintos clanes, los cuales se agrupan alrededor de una de las dos tribus según su etnia: la de los montañeses o la de los marismeños. Existen dieciséis jefes de tribu, dos por cada uno de los ocho continentes de Vermix, y los enfrentamientos entre una y otra etnia siempre han estado a la orden del día. Esa división, unida a la tecnología rudimentaria de la que disponían, fue la que permitió al Imperio conquistar y someter este planeta con tanta facilidad-.
-Y supongo que la nobleza imperial se alía con unos y con otros conforme a intereses económicos, ¿no es así?-.
Mathias asintió.
-Los imperiales, o las gentes de las estrellas, como aún son llamados en las zonas rurales, son la tercera facción en este planeta. Se trata de una aristocracia comercial; todos los nobles son además directores y dueños de las principales empresas de Vermix. Aquellos que tienen negocios relacionados con la pesca, el transporte marítimo, la agricultura o el carbón, apoyan a los jefes tribales de las Tierras Bajas. Por el contrario, los que dirigen explotaciones ganaderas o mineras se alían con los montañeses de las Tierras Altas. Incluso el Gobierno Imperial se aprovecha de esa división; no hay nada más efectivo que destinar a los que entran en las Fuerzas de Defensa Planetaria a tareas de vigilancia o represión en una población de su etnia rival; aprovechan la más mínima excusa para aplicar la ley con todo el rigor y la dureza posible. Divide y vencerás, ya sabes-.
-Supongo que tendrán una cultura local, con usos, costumbres y lengua particulares, ¿no es así?-.
-Sí; aunque admito que respecto a eso mis conocimientos son muy básicos. Lord Crisagon sólo me hizo aprender lo imprescindible para poder moverme por estas tierras en mis investigaciones de campo-.
Mathias le contó todo lo que sabía respecto a aquel tema; mientras tanto, Alara escribía en la placa de datos a toda velocidad.
-¿Sabes?- dijo ella sin dejar de escribir- Te estoy preguntando todo esto porque creo que las misiones de investigación de las religiones locales en este planeta se han planteado mal. Quiero decir, aún en el caso de que existieran cultos o veneraciones, ¿acaso sus practicantes serían tan estúpidos como para mostrar abiertamente su existencia delante de un miembro de la Eclesiarquía o del Administratum? A poco que supieran sobre nosotros, bastaría nuestra aparición para que pusieran tierra de por medio. Y teniendo en cuenta que un séquito gubernamental o eclesiástico no es precisamente discreto, tendrían días de adelanto para hacer desaparecer cualquier prueba-.
-Cierto- contestó Mathias.- Pero por lo que tengo entendido, la misión de investigación y predicación que se está preparando no difiere en nada de las anteriores-.
-Con la idea que yo he tenido, sí- dijo Alara, levantando un dedo con gesto de suficiencia.- Como he mencionado antes, es imposible que nuestro séquito pase desapercibido. Cuando lleguemos a una población, los lugareños sabrán que venimos con horas o días de anticipación.. La clave será que un grupo de investigadores llegue días antes a cada localidad y se dedique a rondar por los bares y las tabernas, que es donde la gente suele reunirse para conversar. Si critican al séquito que se aproxima o hacen alguna mención a cultos que no sean imperiales, nos enteraremos. Para ello, por supuesto, será necesario que el grupo incluya a una Hermana Dialogante que conozca las lenguas y dialectos locales. La Superiora Lissandra ha sugerido que Octavia me acompañe en el grupo de investigación. ¿Qué te parece?-.
Mathias pensó unos instantes, como sopesando la idea.
-Me parece una gran ocurrencia, Alara, pero tiene un pequeño fallo: las Hermanas de Batalla presentáis un aspecto muy característico, incluso sin las servoarmaduras. Despertaréis las sospechas de quienes más os interesa que hablen-.
-Eso no será un problema- afirmó Alara.- Las Hermanas Dialogantes son expertas en subterfugios y disfraces. Con cabello postizo que oculte nuestros peinados reglamentarios, ropas civiles y maquillaje especial para cubrir cualquier tatuaje que esté demasiado a la vista, será fácil pasar desapercibidas. Bueno... a nosotras y al Legado Inquistorial que el Ordo Xenos nos envíe para acompañarnos, claro. Pero imagino que sea quien sea, tendrá más experiencia en pasar desapercibido que nosotras-.
Mathias se encogió de hombros.
-No estoy del todo seguro-.
-¿Por qué?- preguntó Alara con curiosidad.- ¿Es que sabes quién será?-.
-Pues, la verdad, sí.- Mathias hizo una breve pausa antes de continuar, esta vez con una sonrisa triunfal.- Lord Crisagon me ha nombrado Legado Inquisitorial. Yo seré quien os acompañe en vuestra investigación. Me ofrecí voluntario, y su Señoría aceptó mi solicitud-.
Por un instante, Alara se quedó sin respiración, como si la hubieran golpeado. Después, su rostro se llenó de horror.
-¡No!- exclamó.- ¿Te has vuelto loco? ¡No puedes estar hablando en serio!-.
La sonrisa se desvaneció del rostro de Mathias en el acto. Era obvio que no se esperaba aquella reacción por parte de Alara.
-Pero, ¿cuál es el problema?- preguntó, desconcertado.
“¿Es que no tiene ni idea? No, claro que no tiene ni idea”. Alara sintió que al horror comenzaba a sumarse la furia.
-¡Tú… tú no tienes ni la más remota idea de dónde te estás metiendo!- exclamó, levantándose de la silla.- ¿Tienes la más mínima noción del peligro que podrías correr si la mitad de lo que sospecho resulta cierto?-.
-¡Pues claro que sí! ¡Por eso precisamente me presenté voluntario!-.
-Mathias- siseó Alara. Su voz presagiaba tormenta.- Mathias Trandor, dime la verdad; ¿te habrías presentado voluntario para esta misión si yo no formara parte de ella?-.
Él vaciló durante un instante.
-Debo reconocer que… que cuando Lord Crisagon nos reunió y nos habló de la petición de tu Palatina, mi decisión fue más… pasional que racional. ¡Pero sí, lo hice por ti, Alara! ¡Para poder protegerte!-.
El rostro de Alara se llenó de ira.
-¿Protegerme?- gritó.- ¡Eres un necio! ¡Por el amor del Emperador, soy una Hermana de Batalla! ¡He pasado los diez últimos años entrenándome a diario para combatir a los enemigos de la Humanidad! ¡Soy letal en combate cuerpo a cuerpo con cuchillo, espada, martillo y mangual, con las armas láser, de proyectiles, la pistola y el rifle bólter! ¿Y dices que vas a protegerme a ? ¡No me hagas reír!-.
Mathias tensó los labios, herido en su orgullo.
-¡No soy tan inútil como pareces creer, Alara!- dijo con aspereza.- ¡Te recuerdo que fui entrenado en la Schola Progenium y trabajo para la Inquisición!-.
-¡Como erudito, no como guerrero! Dime, ¿cuál es tu experiencia en combate? ¿A cuánta gente has matado? ¿Serías capaz de ordenar la ejecución sumaria de un hereje, o de ordenar la tortura de un sospechoso?-.
Mathias vaciló por un instante, pero la resolución regresó a su rostro de inmediato.
-Soy capaz de más de lo que crees, Alara- dijo con amargura.- Y francamente, me siento muy decepcionado. Creí que te gustaría la idea de que participásemos en la investigación los dos juntos-.
Alara tuvo que contenerse para no agarrarlo por los hombros y sacudirle.
-¡Gustarme!- clamó, exasperada.- ¿Cómo va a gustarme la idea de que puedan matarte? ¿Es que crees que podría vivir sin ti?-.
Se dio cuenta de lo que había dicho un segundo después de que aquellas palabras salieran de su boca. Pero apenas le importó; no podía detenerse, no podía dejar de hablar.
-¿Tienes idea de lo que fue para mí que nos separaran? ¿Tienes idea de todas las noches que lloré pensando en ti, de todas las veces que recé al Dios Emperador suplicándole que me permitiera volver a verte? ¡Ahora por fin te he encontrado, y te pones en peligro voluntariamente por mi culpa! ¡No puedo permitirlo, Mathias! ¡No puedo volver a perderte!-.
Mathias la miró fijamente, inmóvil, sin hablar. Su expresión de decepción y disgusto se había esfumado de repente. Un instante más tarde, se recuperó de aquella súbita parálisis y extendió la mano hacia Alara, rozándole la mejilla.
-¿Y crees que yo podría volver a perderte a ti?- preguntó en un susurro.- ¿Crees que no me siento igual que tú? Voy a ir contigo, Alara, y nada me hará cambiar de opinión-.
Alara tragó saliva, lanzando un hondo suspiro tembloroso para intentar sosegar los latidos frenéticos de su corazón.
-Entonces, te juro por el Dios Emperador que haré todo lo que esté en mi mano para protegerte. Te mantendré sano y salvo, aunque me cueste la vida-.
-¡No!- exclamó él, angustiado. Sus manos acariciaron el rostro de Alara, frenéticas.- No puedo aceptar esa promesa, ¡no puedo! ¡No quiero que te arriesgues por mí! ¡No quiero que mueras por mí! Alara… ¡Alara, te amo!-.
Impulsivamente, la estrechó entre sus brazos y la besó en la boca.
Durante varios segundos, Alara fue incapaz de moverse o pensar. Entonces, algo semejante a un sol cálido y brillante ardió al rojo blanco en su pecho. Poco a poco, aquel calor se fundió, se derramó por todo su ser llenándola de un sentimiento que reveló la verdad más profunda de su alma, enterrada hasta entonces en lo más hondo de su ser.
-Yo también te amo- musitó.- Siempre te he amado, incluso antes de tener edad para comprender siquiera lo que era el amor. Hasta donde alcanza mi memoria, Mathias Trandor, yo te amo-.
Mathias sonrió. Fue una sonrisa dulce y tierna, que le iluminó el rostro por completo.
-También yo te he amado siempre, durante toda mi vida- le confesó, inclinando su rostro sobre el de ella. Volvió a besarla de nuevo, estrechándola contra sí. En aquella ocasión Alara sintió que la lengua de Mathias buscaba la suya y le respondió por puro instinto, dejándose llevar. Sin embargo, cuando las manos de él se deslizaron sobre sus pechos, ella se apartó.
-No- jadeó.- Espera…
Mathias la soltó de inmediato, avergonzado.
-Lo… lo siento- balbuceó.- Supongo que no… no es apropiado que yo… Me he dejado llevar, y…
-No se trata de eso- le interrumpió Alara en un susurro. El corazón le latía a toda velocidad y la emoción que le brincaba en el pecho era tan intensa que la ahogaba, pero necesitaba recuperar el control de sí misma; necesitaba decirle lo que le iba a decir.- Mathias, ¿has… has pensando seriamente dónde te estás metiendo?-.
Él esbozó una media sonrisa.
-Tengo una ligera idea. Dijiste que no hacíais voto de castidad-.
Alara sintió que una punzada de pesadumbre empañaba su exaltación.
-Aunque no haya hecho voto de castidad, he hecho otros votos- dijo.- Ahora ya no soy sólo Alara Farlane, también soy una Hermana Militante. He consagrado mi vida a luchar en una cruzada eterna, y he jurado exterminar a cualquier enemigo del Dios Emperador, sin importar quién sea. Si alguna vez tu devoción flaqueara y te vieras tentado por la herejía... supondría la muerte de los dos. La tuya y la mía-.
El rostro de Mathias se tiñó de una serieda funérea.
-¿Qué quieres decir?-.
Ella respiró hondo.
-¿Sabes lo que es una Arrepentida?-.
Mathias tragó saliva.
-No estoy del todo seguro. Sé que es una tropa del Sororitas, pero no mucho más...
-Las Hermanas Arrepentidas son penitentes que buscan la muerte en combate- le dijo Alara. No era algo de lo que se hablara a la ligera con gente que no pertenecía al Adepta Sororitas, pero a él tenía que decírselo.- El Juramento del Penitente puede hacerse por dos motivos: el primero es purgar un pecado o una falta propia; lo hacen aquellas que sienten que han fallado gravemente a su compromiso con el Dios Emperador. El segundo es expiar la culpa de un ser querido; aceptar la máxima penitencia por él, a cambio de salvar su alma. Si tú… cayeras de alguna manera, y yo cumpliera con mi deber, haría los votos como Arrepentida de inmediato para expiar tu pecado con mi sacrificio y salvar tu alma de la condenación. Pero si no fuera capaz de hacerlo, si no pudiera alzar la mano contra ti, habría traicionado gravemente mi juramento al Dios Emperador, y también tendría que convertirme en Arrepentida. Las Hermanas Arrepentidas van sin blindaje alguno a la batalla y luchan cuerpo a cuerpo. La única forma de redención posible para ellas es la muerte-.
Cuando Alara acabó de hablar, sólo hubo silencio. Bajó la mirada y entrelazó las manos, sintiéndose cada vez más triste.
-Si cambias de opinión, lo entenderé… -empezó a decir, pero en ese momento Mathias tomó sus manos entrelazadas entre las suyas. Alara alzó la vista y se encontró con sus ojos claros, azules y brillantes como los lagos de Tarion.
-¿Es eso lo que te preocupa?- preguntó él con suavidad.- Alara, te juro por el Trono Dorado que siempre me mantendré puro de pensamiento, de palabra y de obra. Nunca haré que te avergüences de mí. Y nunca, jamás, te haré elegir entre tu deber y nuestro amor. Lo prometo-.
Y a pesar de que hacía dos décadas que no se veían, a pesar de que pocos días atrás se había advertido a sí misma que aunque hubiera conocido al Mathias niño apenas conocía al hombre, a pesar de que confiar en él suponía poner su vida en sus manos, Alara le creyó. Un peso enorme se aligeró de su pecho, aunque aún quedaba otro menor.
-Me hace muy feliz oírte decir eso. Pero a pesar de todo, tal vez te merezcas a alguien mejor que yo- al ver la cara de confusión que ponía Mathias, se apresuró a aclarar lo que quería decir.- No podré casarme jamás. No podré tener mi propia casa, ni engendrar hijos. Pero tú sí que puedes. Y no… no es justo que te prives de todo eso por mi culpa. Vivo en un convento sometido a una disciplina militar y a unas reglas estrictas; sólo tengo dos horas libres al día. Tú mereces a alguien que sea libre para entregarse a ti por completo y formar una familia…
-No- la interrumpió Mathias abruptamente.- Basta, Alara, acaba con esto de una vez. ¿Eso es todo lo que tienes que decirme? Pues bien, escúchame tú a mí. No quiero una familia si no puedo tenerla contigo. No quiero una casa si tú no vives en ella. Y no quiero hijos si tú no vas a ser su madre. Te quiero a ti, sólo a ti. He tardado veinte años en encontrarte y no pienso volver a dejarte marchar. Nunca jamás, ¿me oyes?-.
Alara sintió que su respiración se entrecortaba, a punto de claudicar. Estaba sumida en una sensación nebulosa, como todo aquello fuera un dulce sueño y no la realidad. Parecía demasiado hermoso para ser real. En el mundo que Alara conocía, la realidad rara vez era hermosa.
-Podrían volver a separarnos- dijo con voz débil.- Podrían destinar a mi compañía a otra ciudad de Vermix, o a otro planeta. Lord Crisagon podría decidir que ya ha terminado con su trabajo aquí y llevarte lejos…
-¡No!- exclamó Mathias, agarrándola por los hombros.- ¡No, no te volverán a separar de mí! ¡Otra vez no! ¡Encontraremos la manera de permanecer juntos, te lo juro!-.
La estrechó con todas sus fuerzas contra sí, hundiéndole las manos en el cabello, besándola frenéticamente. Alara se rindió a él, sin fortaleza para resistirse ni deseo alguno de hacerlo. Sus manos aferraron la túnica de él mientras su boca se abría para recibirle. Jamás habría imaginado que la sensación de besar a un hombre sería tan intensa, tan poderosa.
“No a un hombre. A él. Me siento así porque le estoy besando a él”.
Las manos de Mathias le acariciaron la nuca, le recorrieron la espalda, y volvieron a subir hasta sus pechos. En esa ocasión Alara no se apartó. No sabía qué iba a ocurrir, pero fuera lo que fuese, deseaba que ocurriera. Llevaba demasiado tiempo anhelando ese momento, demasiado como para esperar un solo instante más. Al ver que ella no rehuía su contacto, las caricias de él se hicieron más atrevidas y sus besos más profundos. Ella cerró los ojos y se dejó llevar. No sabía qué hacer, no podía hacer nada aparte de deslizar las manos por su cabello color arena y corresponder a sus besos, pero por fortuna Mathias sí parecía saber lo que estaba haciendo. Primero le quitó el corsé, y luego la túnica blanca de su hábito. Poco a poco, todas las prendas de vestir de Alara cayeron al suelo.
“Estamos en la sala de reuniones del laboratorio, esto es una locura, ¿qué pasará si entra alguien?” se preguntó Alara.
Aquel fue el último pensamiento coherente que su cerebro fue capaz de procesar. 

5 comentarios:

  1. O_o ¡Guau, las cosas suben de tono! ¡Queremos fan-art de la parejita del mes YA!

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  2. Necesitaremos a alguien que sepa dibujar... :-P

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  3. A todo esto, la escena es muy bonita y me gusta cómo ha quedado. Alara y Mathias hacen buena pareja! ^^*

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  4. Y el Dios Emperador dijo..."hágase el sexo en lugares comprometidos" "y vio que era bueno" xDDDD.

    Bromas aparte, menuda decisión. Pero bueno, los dos personajes estaban ya que echaban humo de la química que había entre ellos, para mi gusto ha pasado muy rápido, pero claro, estaba esto precocinado, cocinado y servido ya en la mesa.

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    1. Hay que tener en cuenta que no ha partido de cero; los sentimientos que tienen ahora en cierto modo los han estado arrastrando toda la vida.

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