A.D. 825M40. Randor Augusta (Kerbos), Sistema Kerbos, Sector Sardan,
Segmento Tempestuoso.
-Muy bien- dice la profesora de
Historia.- ¿Quién puede decirme cómo se llama la institución dependiente de la
Eclesiarquía que se nutre en un noventa por ciento de alumnas de la Schola
Progenium?-.
Alara Farlane levanta la mano. La profesora
la mira con desconfianza, pero finalmente asiente.
-¿Sí, señorita Farlane?-.
-"Adopta Huerfanitas"- responde
cortésmente Alara.
Toda la clase estalla en carcajadas. Alara
sonríe, muy satisfecha de sí misma. Su maestra, en cambio, frunce el ceño.
-Si vuelve a hacerse la graciosa, señorita
Farlane, tendré que dar parte de su mal comportamiento a la celadora jefe. Creo
que eso no le gustaría-.
La amenaza de la profesora surte efecto; la
sonrisa de Alara se desvanece de inmediato. Helga, la antipática mujer que la
arrastró sin miramientos lejos de Mathias el día de su llegada, resultó ser la
celadora jefe, y le ha cogido inquina desde el principio. Por haberse resistido
a separarse de su amigo, Alara estuvo castigada un día entero, encerrada en
soledad y recibiendo la comida justa. Además, en su informe mensual aparecen
demasiado a menudo las palabras "conducta desafiante". En realidad,
Alara no es desobediente ni maleducada; no contesta mal a sus profesoras, no
deambula por sitios prohibidos y siempre hace a tiempo sus deberes. Pero tiene
una actitud demasiado independiente para los estándares de la Schola Progenium,
así como una irritante tendencia a inventar ingeniosas tonterías para hacer
reír a las demás alumnas. Es una estrategia de defensa, y la aprendió de su
madre; Selene Farlane siempre solía decir que es imposible reírse de algo y
temerlo al mismo tiempo, de modo que alentaba a sus hijos a que ridiculizaran
sus temores infantiles para enfrentarse a ellos y conseguir vencerlos. Hasta
ahora, Alara ha conseguido un éxito parcial: sigue teniendo pesadillas
espantosas y a veces aún se despierta llorando por las noches, pero por lo
menos durante el día ha conseguido no tener miedo. La mayor parte del tiempo,
al menos.
Sin embargo, la pena y la nostalgia le roen
el corazón. Echa muchísimo de menos su casa y su familia, y también echa de
menos a Mathias. La añoranza por él es incluso más aguda, porque a sus padres y
a sus hermanos ya no tiene ninguna posibilidad de volver a verlos y a él sí. Él
sigue vivo, podría verle si no se lo impidieran. Está tan cerca de ella, y al
mismo tiempo tan lejos...
Pero Alara tiene un plan. Los progénitos que
tienen hermanos del sexo opuesto están autorizados a verlos y pasar un rato con
ellos todas las semanas. Alara sabe que ningún adulto de la Schola se tragaría
que Mathias es su hermano -basta con leer los apellidos en sus respectivas
fichas escolares-, y el embuste podría meterla en un buen lío. Sin embargo, ha
conseguido convencer a Christine, una compañera de clase con la que ha hecho
buenas migas, de que lleve consigo una nota escrita cuando vaya a ver a su
hermano. Si ella se lo pide, seguro que Kenneth le pasa la nota a Mathias, y
tal vez su amigo le envíe otra en respuesta a la semana siguiente. Alara está
muy ilusionada con la idea de seguir manteniendo el contacto con Mathias,
aunque sea por correspondencia.
Está muy excitada cuando llega la hora de la
comida. Tras ella, vendrá el período de descanso, y durante ese tiempo
Christine y las demás niñas irán a visitar a sus hermanos. Alara casi no puede
comer de los nervios mientras espera la culminación de su gran plan.
Cuando termina el almuerzo, su amiga le hace
un gesto de despedida y desaparece. Alara se va jugar con Octavia, Valeria, y
otras nuevas amigas que se han unido a ellas, huérfanas también de la Mascare
de Galvan: Theodora, Claudia, Cecilia y Annabella. Cuando por fin suena el
timbre que anuncia el fin del tiempo libre y el regreso a las clases, Alara
vuelve contenta al edificio principal, esperando encontrarse con Christine.
El corazón se le sube a la garganta cuando se
da cuenta de que quien la está esperando es la celadora Helga. En cuanto ve a
Alara, la mujer frunce el ceño y la mira fijamente; no cabe duda de que la
espera a ella. Aún así, trata de hacerse de despistada y pasar junto a ella de
largo. Por supuesto, no da resultado.
-¡Alara Farlane!- exclama Helga en todo
áspero.- ¡Ven aquí inmediatamente!-.
Alara pone la mejor cara de inocencia que es
capaz de fingir.
-¿Sí?-.
La mujerona se saca un papel del bolsillo de
la falda y lo sostiene delante de su nariz.
-¿Puede saberse qué significa esto?-.
Alara traga saliva. En el trozo de papel,
escritas con letra infantil, se pueden leer claramente las siguientes palabras:
"Querido Mathias, ¿cómo estás? Espero que bien, cuando recibas esta carta.
Tengo muchas ganas de volver a verte, te echo mucho de menos y te quiero.
Besitos, Alara". Es evidente que la actitud de Christine ha hecho
sospechar algo a Helga, la ha registrado, y ha encontrado la nota. Cuando Alara
levanta la vista, la mirada furiosa de la celadora jefe hace que le tiemblen
las piernas.
-¡El contacto entre estudiantes de distinto
sexo que no sean hermanos está prohibido!- ruge, haciendo trizas la nota.-
¿Cómo te has atrevido a intentar quebrantar las normas de la Schola? ¡Estás
castigada sin cenar!-.
Los ojos de Alara se llenan de lágrimas.
-¿Por qué?- gimotea.- ¡No he hecho nada malo!
¡Sólo quería mandarle una carta a mi amigo!-.
-Está prohibido- replica Helga, cortante. ¿Es
imaginación de Alara, o está saboreando las palabras? La sensación de
injusticia la hace temblar.
-¿Qué le he hecho para que me odie tanto?-
grita apretando los puños.- ¡Es usted horrible!-.
La bofetada es inmediata, y tan rápida que no
la ve venir. En un instante, Alara tiene la mejilla ardiendo y los cinco dedos
de la celadora marcados en la cara.
-¡No voy a tolerar más faltas de disciplina por
tu parte!- exclama Helga, furibunda.- ¡Vete a tu clase, inmediatamente! ¡Y
mañana cuando te levantes irás directamente a clase, sin desayunar!-.
Alara rompe a llorar, pero no se atreve a
decir nada. De pronto, el recuerdo de Selene le viene a la mente y la añoranza
la golpea de una manera casi física. ¡Su madre, que la quería tanto, jamás la
habría tratado así! ¿Por qué ella está muerta y esa mujer odiosa sigue viva?
Se gira para marcharse, odiando a Helga más
que nunca. Pero antes de dejarla marchar, la mujer la agarra del brazo y la
obliga a girarse hacia ella. Sus dedos aprietan tan fuerte que le hacen daño.
-Ten mucho cuidado, Alara Farlane- sisea, mirándola
fijamente a los ojos. En los suyos, de un color gris acerado, destella la
crueldad.- Te voy a estar vigilando. Y si intentas romper las normas otra vez,
si osas desafiarme, te aseguro que lo lamentarás-.
A.D. 844M40. Prelux Magna (Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan,
Segmento Tempestuoso.
Alara observó en silencio desde la verja cómo Mathias se marchaba bajo la lluvia, sin volver la vista atrás. Al escuchar la campana que llamaba a la oración, regresó al interior del convento para asistir al servicio religioso. Cuando terminaron
los rezos, fue a cambiarse de ropa para el entrenamiento de la tarde, y cuando llegó a su celda descubrió que Octavia y Valeria la estaban esperando allí.
-¿Qué estais haciendo aquí?- preguntó.
-Tenemos que hablar contigo- dijo Octavia con voz serena.- En privado-.
Alara se sintió intraquila, pero dejó que sus amigas entraran con ella. Apenas hubo cerrado la puerta, Octavia la cogió del brazo.
-Bien, mi querida Alara, más te vale que confieses: ¿qué pasa con Mathias Trandor?-.
Alara levantó la vista para fulminar a Valeria con la mirada. La Hospitalaria se encogió de hombros.
.-Yo no le he dicho nada, Alara. Ella ha sido quien ha venido a buscarme para preguntarme si sabía algo. Le he dicho que lo mejor era que habláramos contigo. Así que aquí estamos-.
-¡Oh, vamos, Alara, no seas tan dura!- la reprendió Octavia sin soltarla.- ¡Somos tu hermanas, no puedes ocultarnos algo así!-.
-¿Quién dice que haya algo que ocultar?- gruñó Alara.
-Creo que te has enamorado de Mathias- afirmó Octavia con tono alegre.
-A eso le llamo yo sutlieza- repuso Valera con sequedad.
-¡Por el Divino Emperador, Octavia!- exclamó Alara, enrojeciendo hasta las orejas.- ¿Cómo se te ocurre tal cosa? Además, ¿qué sabrás tú de eso?-.
-Puede que no conozca mucho acerca del tema- admitió Octavia, cruzándose de brazos.- Pero a ti sí te conozco, y he visto cómo os mirábais. Te recuerdo que soy una Dialogante; me han entrenado para darme cuenta de estas cosas-.
-Y aunque Octavia no tenga experiencia en esos asuntos, yo sí la tengo, y he percibido lo mismo que ella- añadió Valeria con suavidad.
-¿Cómo has dicho?- preguntó Alara, sorprendida.- ¿Qué es eso de que tú tienes experiencia en qué?-.
Ahora fue Valeria la que se ruborizó.
-Yo... bueno, no os lo conté porque me daba
vergüenza... pero... conocí a alguien hace un par de años. En Randor Augusta,
cuando aún éramos Constantias-.
-Ah, ¿sí?- exclamó Octavia, atónita.- ¡Qué
callado te lo tenías!-.
-¿Quién era?- quiso saber Alara.- ¿Cómo se
llamaba?-.
-Konrad. Era un cirujano militar. Pasamos
juntos bastantes horas a la semana durante mis prácticas en el hospital militar, y... en fin, acabamos intimando-.
-¿Y qué pasó?-.
Valeria se frotó los ojos como si le picaran
los párpados.
-Se quedó en Kerbos. Yo tuve que volver a
Ophelia VII para consagrarme. Tenía la esperanza de que nos volvieran a enviar
a Randor Augusta, pero nos mandaron aquí. Dijo que en cuanto supiera dónde me habían destinado intentaría por todos los medios que la Guardia lo trasladara al mismo sitio, pero no sé cuánto podrá tardar- emitió un suspiro resignado y triste.
Las palabras de Valeria cayeron sobre Alara
como un cubo de agua fría.
"Mañana mismo podrían destinarme fuera
de Prelux Magna, a cualquier otra ciudad de Vermix", pensó con un nudo en
la garganta. "O Lord Crisagon podría decidir que ya ha terminado su faena
aquí y largarse de este planeta, llevándose su séquito consigo".
-¿Está bien, Alara?- quiso saber Octavia.
Alara apretó los dientes. No estaba segura de poder controlar sus emociones si se ponía a
considerar en serio la posibilidad de una nueva despedida.
-Me han dispensado de las guardias- dijo de
repente.
-¿Cómo?- preguntó Valeria.
-¿Por qué?- inquirió Octavia.
-Mathias tuvo la idea de darme información
complementaria sobre el planeta, sus costumbres y su fauna, en la capilla del
Ordo Xenos- explicó Alara.- A mi Superiora le pareció una buena idea, de modo
que ha dispensado de las guardias y ahora voy a pasar seis horas con él, a solas.
Todos los días. En la capilla inquisitorial-.
-Pero Alara- dijo Octavia con
voz alegre.- Eso es estupendo. Podrás estar con él a solas. Si él también siente algo por ti...
-¿Algo?- gimió Alara, nerviosa.- ¿El qué? ¡Yo
no sé nada de esto! ¡Nada! ¡Ni siquiera entiendo lo que me está pasando a mí! ¡Maldita sea, casi preferiría enfrentarme a una
horda de engendros del Caos! ¡Al menos sabría qué hacer con ellos!-.
Valeria se echó a reír sin poderlo evitar.
-Ven a verme mañana a la enfermería justo
antes de la comida- dijo.- Te daré algo que te ayudará a relajarte un poco-.
Alara durmió inquieta aquella noche, y la
llegada del nuevo día no mejoró mucho las cosas. Nada más terminar el desayuno,
recibió la inesperada llamada de la Ejecutoria Tharasia, solicitándole que
acudiera a su presencia.
Cuando entró, Tharasia la estaba esperando
sentada a la mesa de su despacho. Tenía un expediente ante sí; el expediente de
la propia Alara. Cuando levantó la vista para mirarla, estaba muy seria.
-Buenos días, hermana Alara- dijo con voz
grave. Bajó la mirada hacia los papeles que tenía delante.- Alara Farlane, de
Galvan, Tarion. Hija del capitán Marcus Farlane de la Guardia Imperial,
condecorado a título póstumo con la Honorifica Imperialis. Una media de ocho
con setenta y cinco en la Schola Progenium. Sobresaliente en gimnasia, combate,
lógica y religión; por lo que veo, su media subió a nueve con veinticinco ya en
el Adepta Sororitas, motivo por el cual la propusieron para la cámara
Dialogante... proposición que usted rechazó, solicitando expresamente entrar en
la cámara Militante.- Tharasia cerró el expediente y levantó la vista hacia
Alara.- Aquí se sugiere que debido a su combinación de buenas aptitudes
mentales y físicas, es usted apta para el mando. La Hermana Superiora Lissandra
ha decidido que mi pelotón sea el encargado de realizar la investigación sobre
esa dichosa veneración al Gran Gusano, ya que usted pertenece a él. Y dado lo
que consta en su expediente y que la iniciativa de la investigación ha sido
suya, yo he decidido nombrarla jefa de escuadra, cargo que comenzará a ejercer
de inmediato-.
-Gracias, señora- respondió Alara,
impresionada.- Sin embargo, debo prevenirla de que carezco de experiencia en el
mando...
-Eso carece de relevancia, hermana- la
interrumpió Tharasia.- Alguna vez tiene que ser la primera. Tengo confianza en
sus capacidades y en que sabrá responder bien a mis expectativas... sobre todo
cuando llegue el momento en que las vidas de sus hermanas dependan directamente
de usted-.
Alara tragó saliva. En teoría aquella era una
buena noticia, ¿no? ¿Por qué entonces la expresión de la Ejecutora era tan
severa? Algo no terminaba de encajar.
-Así pues, goza usted de la confianza de sus
mandos y de altas posibilidades de ser promocionada con rapidez en su carrera,
si sigue como hasta ahora- dijo Tharasia, y clavó en Alara unos ojos que de
repente se volvieron semejantes a dos bolas de acero.- Espero que los
sentimientos que alberga hacia el doctor Trandor no signifiquen una merma en su
rendimiento-.
La sorpresa y el horror de Alara fueron tan
absolutos que se quedó sin habla.
"¿Cómo lo sabe?" se preguntó,
aterrada. "¡Si yo misma no lo sabía hasta ayer!".
Tharasia entrelazó las manos, mirándola con
fijeza.
-Veo que parece haberse quedado sin palabras,
hermana. No es necesario, sin embargo, que me dé explicaciones. No las
necesito, y además la expresión de su cara ya me ha revelado todo lo que
deseaba saber. Ahora, escuche bien lo que le voy a decir. La Hermana Superiora
Lissandra no aprueba este tipo de situaciones, aún menos si se ve involucrada
una hermana tan joven y prometedora como lo es usted. Como Ejecutora de su
pelotón que soy, una de mis funciones es asegurarme de que mis subordinadas
rindan al máximo de sus capacidades y no decepcionen de ninguna manera a los
altos mandos. De modo que tenga muy presente mis palabras, hermana Alara: si se
mantiene al nivel que esperamos de usted, yo misma intercederé a su favor ante
la Superiora Lissandra si ella se entera de sus sentimientos y los desaprueba.
Pero si su rendimiento empeora lo más mínimo, si noto que empieza a distraerse
o a bajar el nivel, me encargaré personalmente de que no vuelva a ver jamás al
doctor Trandor. ¿Me ha entendido?-.
Las últimas palabras de Tharasia se clavaron
como un dardo cruel en el corazón de Alara, que por primera vez en años volvió
a verse atenazada por algo que no esperaba volver a sentir: miedo. Trató de
decir algo, cualquier cosa, pero no consiguió que le saliera una sola palabra
de la garganta. Asintió.
-Puede retirarse, hermana- dijo la Ejecutora.
Alara salió en silencio de la habitación,
sintiéndose inmersa en una pesadilla, una horrible pesadilla que la estaba
haciendo revivir todas las sensaciones que sintió cuando era una niña sola y
asustada, una niña que debía limitarse a contemplar cómo la arrancaban del lado
de alguien a quien amaba sin poder hacer nada para evitarlo. Aún así, caminó por el pasillo con paso firme
e impávido, inexpresiva y pálida. Sólo cuando hubo regresado a sus aposentos y
cerrado la puerta tras de sí, permitió que brotaran las lágrimas.
Las Hijas del Emperador no lloran. Pero
aquella mañana, inmersa en la soledad de su celda y en los amargos recuerdos
que creía haber dejado por siempre atrás, Alara Farlane lloró.
Aquella mañana, la
hermana instructora Isabella elogió calurosamente los progresos de Alara con la
espada sierra, algo muy poco habitual en ella. No era de extrañar, dado que la
joven se entregó al entrenamiento en cuerpo y alma. El ejercicio físico y el
entrenamiento de combate eran los métodos favoritos de Alara para retraerse de
sus problemas y no pensar, ya desde la Schola Progenium, y en aquella ocasión
no iba a ser diferente; necesitaba descargar su temor, su frustración, su
impotencia y su rabia, y hacerlo perfeccionando sus habilidades al servicio del
Dios Emperador era sin duda el mejor método de todos. Por otro lado, estaba
dispuesta a demostrar a Tharasia, a Lissandra y a quien hiciera falta que su
rendimiento jamás iba a verse mermado lo más mínimo fueran cuales fuesen sus
sentimientos.
Cuando llegó la
hora de comer, dejó la espada en la armería a regañadientes. Finalizar el
ejercicio también significaba el fin de la tregua mental, volver a enfrentarse
a la realidad: sus propios y enmarañados sentimientos, las amenazas de la Ejecutoria
Tharasia… y el hecho de que ese día y los siguientes pasaría todas las tardes
completamente sola con Mathias en la capilla del Ordo Xenos. Al sentir cómo los
nervios hacían presa de ella a pesar de todo el ejercicio que había hecho para
descargarlos, recordó las palabras de Valeria: “Ven a verme mañana a la enfermería justo
antes de la comida. Te daré algo que te ayudará a relajarte un poco”.
“Justo lo que necesito”, pensó Alara, y se
dirigió a paso ligero a la enfermería.
Cuando llegó, Valeria la estaba esperando.
-Ya creía que te habías olvidado de mí- dijo
con una sonrisa.
-Yo nunca me olvido de ti. ¿Tienes aquella
cosa que ibas a darme para tranquilizarme? Debo reconocer que no me vendría mal
algo así-.
-Ya lo suponía- dijo Valeria con expresión de
suficiencia.- Extiende el brazo, que acabaremos en seguida. Y luego nos iremos
juntas al comedor-.
Sacó de su envoltorio una jeringuilla y una
aguja estériles, las llenó con el líquido de una ampolla y se lo inyectó en el
brazo a Alara.
-Listo- dijo, tendiéndole un algodón empapado
en desinfectante para que se lo apretase contra el brazo.- Vámonos a comer-.
Alara estaba hambrienta después del duro
entrenamiento, pero aún así se sentía tan nerviosa que apenas pudo probar
bocado. Tal vez influyera también el hecho de que no acababa de acostumbrarse a
la carne de saurio; tenía un sabor muy raro que recordaba vagamente al del
pollo, y un color pardo rojizo, como el de las piezas de caza.
“Carne de saurio, carne de ballena… tendría
que preguntarle a Mathias si en este planeta también se come carne de
dinovermo”.
La mera idea le dio náuseas, y apartó el
resto del plato con un estremecimiento de asco para concentrarse en el postre,
una fruta local de sabor tropical tan dulce que resultaba empalagosa, y que no
pudo terminarse. Miró el crono de pared que presidía el comedor; era la una
menos diez. Tenía el tiempo justo de darse una ducha rápida y ponerse el hábito
antes de marchar a la capilla del Ordo Xenos; la idea volvió a hacer que las
tripas le dolieran a causa de los nervios. Cuando se levantó, le hizo un gesto
a Valeria para que la siguiera.
-¿Qué pasa?- preguntó su amiga en cuanto
salieron del comedor.
-Creo que voy a necesitar otra dosis de ese
tranquilizante que me has inyectado- le dijo Alara.- No me está haciendo ningún
efecto; me siento tan nerviosa como antes-.
Los labios de Valeria esbozaron una sonrisa
pícara.
-Eso es porque no se trataba de ningún
tranquilizante-.
-¿Cómo que no era ningún tranquilizante?-
preguntó Alara, recelosa.- ¿No dijiste que me darías algo que me ayudaría a
relajarme?-.
-Sí, claro. Pero no hablaba de
tranquilizantes; lo que te he inyectado es un anticonceptivo-.
-¿QUÉ?- chilló Alara. Al instante miró tras
de sí, temerosa de que alguien pudiera estar oyéndolas; por fortuna el pasillo
estaba vacío. Valeria se echó a reír.
-Por el Trono, Alara, con la cara que pones,
cualquiera diría que te he envenenado-.
Alara se llevó de manera refleja la mano al
brazo donde tenía el pinchazo.
-¿Tú… tú me has…? ¿Te has vuelto loca? ¿Cómo
se te ocurre que yo…?
-Confía en mí, me lo vas a agradecer- dijo
Valeria con una sonrisa burlona.- Ser precavida nunca está de más, y la fórmula
que te he dado es casi inmediata: sólo tarda dos horas en hacer efecto y vale
para seis meses. Mira, cuando Konrad y yo…
-¡No quiero escuchar lo que hacías con
Konrad!- exclamó Alara, poniéndose del color de las cerezas maduras.- ¡Me voy
de aquí!-.
Huyó escaleras arriba muerta de vergüenza
mientras las carcajadas de Valeria la perseguían desde el pasillo. Cuando entró
en su celda, se desnudó con rapidez y se metió bajo la ducha, esperando que el
agua caliente y el jabón obraran algún efecto relajante.
“Anticonceptivo”, pensó, frotándose con
fuerza las extremidades con la esponja. “Valeria debe estar mal de la cabeza”.
Aquello, lejos de tranquilizarla, la había
puesto aún más nerviosa. ¿Tan segura estaba Valeria de que Mathias correspondía
a sus sentimientos? ¿O se trataba sólo de una simple precaución, ya que iban a
estar juntos y a solas durante tanto tiempo? Alara no sabía si sentía
atracción, terror o ambas cosas ante la idea de que Mathias intentara…
¿intentara qué? No estaba del todo segura. Sus conocimientos acerca de la
reproducción humana eran más bien básicos; se limitaban a las clases de
biología que había recibido en la Schola Progenium. Más allá de aquello, no
sabía absolutamente nada; los extensos conocimientos que le habían inculcado de
novicia en el Adepta Sororitas incluían historia, canto, teología, gótico
clásico, estrategia, lógica, técnicas de resistencia al miedo y el dolor, una
memorización exhaustiva sobre el culto imperial, las vidas de los santos y el Mandatos del Sororitas, y un
entrenamiento igualmente exhaustivo en diversos tipos de combate cuerpo a
cuerpo, con armas de fuego y sin armas, pero nada remotamente parecido a la
educación sexual. Tal vez las Hospitalarias como Valeria, con todos sus
conocimientos de Medicae, supieran más.
“Aunque ella tiene mucho más que
conocimientos teóricos; tiene experiencia. ¿Debería haberle preguntado?”. La
mera idea la hizo enrojecer otra vez. Abrió el grifo de la ducha al máximo para
que el agua cayera sobre ella con todas sus fuerzas. “Da igual porque no va a
pasar nada. Nada en absoluto. Nada”.
Era casi la una y media cuando Alara llegó a
las puertas de la capilla de Ordo Xenos. Colgada del brazo llevaba una bolsa negra con la Flor de Lys del Adepta Sororitas grabada en
rojo en cuyo interior guardaba la placa de datos que le habían cedido para poder tomar notas. Respiró hondo para despejar la tensión mientras pulsaba el
botón del interfono, sintiéndose ridícula.
“¿Cómo es posible que me ponga más nerviosa
la perspectiva de estar a solas con Mathias que la de irme a las Tierras Bajas
a matar dinovermos?” se reprendió.
Cuando entró en la capilla, la Adepta Orbiana
estaba de guardia como la vez anterior. Reconoció a Alara, y tras saludarla con su parquedad habitual le indicó que el doctor Trandor la estaba esperando en la
antesala del laboratorio. La luz de la cerradura del laboratorio estaba
en verde, de modo que Alara golpeó la puerta con los nudillos y entró. Sentado
a la mesa, vestido con su túnica de acólito y luciendo de nuevo las gafas sin
montura que usaba para trabajar, estaba Mathias, que sonrió al verla entrar.
-Hola, Alara; qué puntual-.
Ella le devolvió la sonrisa.
-¿Cómo va todo?-.
-Muy bien- él le hizo un gesto con la mano
indicándole que ocupara la silla de al lado.- Siéntate, por favor. ¿De qué
quieres que hablemos en nuestra primera clase?-.
Alara había estado reflexionando sobre ello
durante el camino. Había muchas cosas que deseaba preguntarle, pero la primera
de ellas tenía que ver con algo de lo que hasta entonces sólo había sido
consciente de forma somera. Tomó asiento junto a él, dejando la bolsa a un lado
de la mesa.
-Hay algo que quiero preguntarte, aunque debo
reconocer que no sé hasta qué punto estarás informado acerca de ello, porque no
forma parte de tu especialidad académica-.
Mathias enarcó las cejas.
-¿De qué se trata? Te ayudaré en todo lo que
pueda-.
-Veras… cuando fuimos anteayer al Palacio
Gubernamental, me fijé en algo muy curioso: había dos grupos formados por
representantes de la nobleza local de Vermix, uno de las Tierras Altas y otro
de las Tierras Bajas. Y me di cuenta de que estaban situados en zonas opuestas
del salón, y que la aristocracia imperial se alineaba a un lado o a otro… como si
se tratase de facciones políticas enfrentadas. ¿Es eso lo que sucede en este
planeta?-.
Mathias la miró con admiración.
-Muy sagaz, Alara. Realmente, creo que
deberías replantearte tu vocación. ¿Seguro que no estarías mejor aprovechada en
la Cámara Dialogante de tu orden?-.
Ella sonrió, halagada.
-La verdad es que me propusieron que lo
hiciera, pero escogí expresamente la Cámara Militante. No profesé en el Adepta
Sororitas para hacer diplomacia ni estudiar códices prohibidos, sino para
luchar-.
-Lo entiendo, pero eso no quita que se esté
desaprovechando un buen talento para la Dialogante. Porque tienes toda la razón
en tus observaciones, y afortunadamente algo puedo contarte de este asunto-
entrelazó las manos y estiró los brazos, en un gesto que Alara ya empezaba a
reconocer como típico antes de comenzar una disertación.- Los habitantes
originales de Vermix están organizados en distintos clanes, los cuales se
agrupan alrededor de una de las dos tribus según su etnia: la de los montañeses
o la de los marismeños. Existen dieciséis jefes de tribu, dos por cada uno de
los ocho continentes de Vermix, y los enfrentamientos entre una y otra etnia
siempre han estado a la orden del día. Esa división, unida a la tecnología
rudimentaria de la que disponían, fue la que permitió al Imperio conquistar y
someter este planeta con tanta facilidad-.
-Y supongo que la nobleza imperial se alía
con unos y con otros conforme a intereses económicos, ¿no es así?-.
Mathias asintió.
-Los imperiales, o las gentes de las
estrellas, como aún son llamados en las zonas rurales, son la tercera facción
en este planeta. Se trata de una aristocracia comercial; todos los nobles son
además directores y dueños de las principales empresas de Vermix. Aquellos que
tienen negocios relacionados con la pesca, el transporte marítimo, la
agricultura o el carbón, apoyan a los jefes tribales de las Tierras Bajas. Por
el contrario, los que dirigen explotaciones ganaderas o mineras se alían con
los montañeses de las Tierras Altas. Incluso el Gobierno Imperial se aprovecha
de esa división; no hay nada más efectivo que destinar a los que entran en las Fuerzas de Defensa Planetaria a tareas de vigilancia
o represión en una población de su etnia rival; aprovechan la más mínima excusa
para aplicar la ley con todo el rigor y la dureza posible. Divide y vencerás,
ya sabes-.
-Supongo que tendrán una cultura local, con
usos, costumbres y lengua particulares, ¿no es así?-.
-Sí; aunque admito que respecto a eso mis
conocimientos son muy básicos. Lord Crisagon sólo me hizo aprender lo
imprescindible para poder moverme por estas tierras en mis investigaciones de
campo-.
Mathias le contó todo lo que sabía respecto a
aquel tema; mientras tanto, Alara escribía en la placa de datos a toda velocidad.
-¿Sabes?- dijo ella sin dejar de escribir- Te
estoy preguntando todo esto porque creo que las misiones de investigación de
las religiones locales en este planeta se han planteado mal. Quiero decir, aún
en el caso de que existieran cultos o veneraciones, ¿acaso sus practicantes
serían tan estúpidos como para mostrar abiertamente su existencia delante de un miembro de la Eclesiarquía o del Administratum? A poco que supieran sobre nosotros, bastaría nuestra
aparición para que pusieran tierra de por medio. Y teniendo en cuenta que un
séquito gubernamental o eclesiástico no es precisamente discreto, tendrían días
de adelanto para hacer desaparecer cualquier prueba-.
-Cierto- contestó Mathias.- Pero por lo que
tengo entendido, la misión de investigación y predicación que se está
preparando no difiere en nada de las anteriores-.
-Con la idea que yo he tenido, sí- dijo
Alara, levantando un dedo con gesto de suficiencia.- Como he mencionado antes,
es imposible que nuestro séquito pase desapercibido. Cuando lleguemos a una
población, los lugareños sabrán que venimos con horas o días de anticipación.. La clave será que un grupo de investigadores llegue días antes a cada localidad y se dedique a rondar por los bares y las tabernas, que
es donde la gente suele reunirse para conversar. Si critican al séquito que se aproxima o hacen alguna mención a cultos
que no sean imperiales, nos enteraremos. Para ello, por supuesto, será
necesario que el grupo incluya a una Hermana Dialogante que
conozca las lenguas y dialectos locales. La Superiora Lissandra ha sugerido que Octavia me acompañe en el grupo de investigación. ¿Qué te parece?-.
Mathias pensó unos instantes, como sopesando
la idea.
-Me parece una gran ocurrencia, Alara, pero
tiene un pequeño fallo: las Hermanas de Batalla presentáis un aspecto muy
característico, incluso sin las servoarmaduras. Despertaréis las sospechas de quienes más
os interesa que hablen-.
-Eso no será un problema- afirmó Alara.- Las
Hermanas Dialogantes son expertas en subterfugios y disfraces. Con cabello postizo
que oculte nuestros peinados reglamentarios, ropas civiles y maquillaje
especial para cubrir cualquier tatuaje que esté demasiado a la vista, será
fácil pasar desapercibidas. Bueno... a nosotras y al Legado Inquistorial que el Ordo Xenos nos envíe para acompañarnos, claro. Pero imagino que sea quien sea, tendrá más experiencia en pasar desapercibido que nosotras-.
Mathias se encogió de hombros.
-No estoy del todo seguro-.
-¿Por qué?- preguntó Alara con curiosidad.- ¿Es que sabes quién será?-.
-Pues, la verdad, sí.- Mathias hizo una breve pausa antes de continuar, esta vez con una sonrisa triunfal.- Lord Crisagon me ha nombrado
Legado Inquisitorial. Yo seré quien os acompañe en vuestra investigación. Me ofrecí voluntario, y su Señoría aceptó mi solicitud-.
Por un instante, Alara se quedó sin
respiración, como si la hubieran golpeado. Después, su rostro se llenó de horror.
-¡No!- exclamó.- ¿Te has vuelto loco? ¡No
puedes estar hablando en serio!-.
La sonrisa se desvaneció del rostro de
Mathias en el acto. Era obvio que no se esperaba aquella reacción por parte de
Alara.
-Pero, ¿cuál es el problema?- preguntó,
desconcertado.
“¿Es que no tiene ni idea? No, claro que no
tiene ni idea”. Alara sintió que al horror comenzaba a sumarse la furia.
-¡Tú… tú no tienes ni la más remota idea de
dónde te estás metiendo!- exclamó, levantándose de la silla.- ¿Tienes la más
mínima noción del peligro que podrías correr si la mitad de lo que sospecho resulta cierto?-.
-¡Pues claro que sí! ¡Por eso precisamente me
presenté voluntario!-.
-Mathias- siseó Alara. Su voz presagiaba tormenta.-
Mathias Trandor, dime la verdad; ¿te habrías presentado voluntario para esta
misión si yo no formara parte de ella?-.
Él vaciló durante un instante.
-Debo reconocer que… que cuando Lord Crisagon
nos reunió y nos habló de la petición de tu Palatina, mi decisión fue más…
pasional que racional. ¡Pero sí, lo hice por ti, Alara! ¡Para poder
protegerte!-.
El rostro de Alara se llenó de ira.
-¿Protegerme?- gritó.- ¡Eres un necio! ¡Por
el amor del Emperador, soy una Hermana de Batalla! ¡He pasado los diez últimos
años entrenándome a diario para combatir a los enemigos de la Humanidad! ¡Soy
letal en combate cuerpo a cuerpo con cuchillo, espada, martillo y mangual, con
las armas láser, de proyectiles, la pistola y el rifle bólter! ¿Y tú dices que vas a protegerme a mí? ¡No me hagas reír!-.
Mathias tensó los labios, herido en su
orgullo.
-¡No soy tan inútil como pareces creer,
Alara!- dijo con aspereza.- ¡Te recuerdo que fui entrenado en la Schola
Progenium y trabajo para la Inquisición!-.
-¡Como erudito, no como guerrero! Dime, ¿cuál
es tu experiencia en combate? ¿A cuánta gente has matado? ¿Serías capaz de
ordenar la ejecución sumaria de un hereje, o de ordenar la tortura de un sospechoso?-.
Mathias vaciló por un instante, pero la
resolución regresó a su rostro de inmediato.
-Soy capaz de más de lo que crees, Alara-
dijo con amargura.- Y francamente, me siento muy decepcionado. Creí que te gustaría
la idea de que participásemos en la investigación los dos juntos-.
Alara tuvo que contenerse para no agarrarlo
por los hombros y sacudirle.
-¡Gustarme!- clamó, exasperada.- ¿Cómo va a
gustarme la idea de que puedan matarte? ¿Es que crees que podría vivir sin
ti?-.
Se dio cuenta de lo que había dicho un
segundo después de que aquellas palabras salieran de su boca. Pero apenas le
importó; no podía detenerse, no podía dejar de hablar.
-¿Tienes idea de lo que fue para mí que nos
separaran? ¿Tienes idea de todas las noches que
lloré pensando en ti, de todas las veces que recé al Dios Emperador
suplicándole que me permitiera volver a verte? ¡Ahora por fin te he
encontrado, y te pones en peligro voluntariamente por mi culpa! ¡No puedo
permitirlo, Mathias! ¡No puedo volver a perderte!-.
Mathias la miró fijamente, inmóvil, sin
hablar. Su expresión de decepción y disgusto se había esfumado de repente. Un
instante más tarde, se recuperó de aquella súbita parálisis y extendió la mano
hacia Alara, rozándole la mejilla.
-¿Y crees que yo podría volver a perderte a
ti?- preguntó en un susurro.- ¿Crees que no me siento igual que tú? Voy a ir
contigo, Alara, y nada me hará cambiar de opinión-.
Alara tragó saliva, lanzando un hondo suspiro
tembloroso para intentar sosegar los latidos frenéticos
de su corazón.
-Entonces, te juro por el Dios Emperador que
haré todo lo que esté en mi mano para protegerte. Te mantendré sano y salvo,
aunque me cueste la vida-.
-¡No!- exclamó él, angustiado. Sus manos
acariciaron el rostro de Alara, frenéticas.- No puedo aceptar esa promesa, ¡no
puedo! ¡No quiero que te arriesgues por mí! ¡No quiero que mueras por mí!
Alara… ¡Alara, te amo!-.
Impulsivamente, la estrechó entre sus brazos
y la besó en la boca.
Durante varios segundos, Alara fue incapaz de moverse o pensar. Entonces, algo semejante a un sol cálido y brillante ardió al rojo
blanco en su pecho. Poco a poco, aquel calor se fundió, se derramó por todo su ser llenándola de un sentimiento que reveló la verdad más profunda de su alma, enterrada hasta entonces en
lo más hondo de su ser.
-Yo también te amo- musitó.- Siempre te he
amado, incluso antes de tener edad para comprender siquiera lo que era el amor.
Hasta donde alcanza mi memoria, Mathias Trandor, yo te amo-.
Mathias sonrió. Fue una sonrisa dulce y
tierna, que le iluminó el rostro por completo.
-También yo te he amado siempre, durante toda
mi vida- le confesó, inclinando su rostro sobre el de ella. Volvió a besarla de
nuevo, estrechándola contra sí. En aquella ocasión Alara sintió que la lengua
de Mathias buscaba la suya y le respondió por puro instinto, dejándose llevar.
Sin embargo, cuando las manos de él se deslizaron sobre sus pechos, ella se
apartó.
-No- jadeó.- Espera…
Mathias la soltó de inmediato, avergonzado.
-Lo… lo siento- balbuceó.- Supongo que no… no
es apropiado que yo… Me he dejado llevar, y…
-No se trata de eso- le interrumpió Alara en
un susurro. El corazón le latía a toda velocidad y la emoción que le brincaba
en el pecho era tan intensa que la ahogaba, pero necesitaba recuperar el
control de sí misma; necesitaba decirle lo que le iba a decir.- Mathias, ¿has…
has pensando seriamente dónde te estás metiendo?-.
Él esbozó una media sonrisa.
-Tengo una ligera idea. Dijiste que no
hacíais voto de castidad-.
Alara sintió que una punzada de pesadumbre
empañaba su exaltación.
-Aunque no haya hecho voto de castidad, he
hecho otros votos- dijo.- Ahora ya no soy sólo Alara Farlane, también soy una Hermana Militante. He consagrado mi vida a luchar en una cruzada eterna,
y he jurado exterminar a cualquier enemigo del Dios Emperador, sin importar
quién sea. Si alguna vez tu devoción flaqueara y te vieras tentado por la herejía... supondría la muerte de los dos. La tuya y la mía-.
El rostro de Mathias se tiñó de una serieda funérea.
-¿Qué quieres decir?-.
Ella respiró hondo.
-¿Sabes lo que es una Arrepentida?-.
Mathias tragó saliva.
-No estoy del todo seguro. Sé que es una
tropa del Sororitas, pero no mucho más...
-Las Hermanas Arrepentidas son penitentes que
buscan la muerte en combate- le dijo Alara. No era algo de lo que se hablara
a la ligera con gente que no pertenecía al Adepta Sororitas, pero a él tenía
que decírselo.- El Juramento del Penitente puede hacerse por dos motivos: el primero
es purgar un pecado o una falta propia; lo hacen aquellas que sienten que han
fallado gravemente a su compromiso con el Dios Emperador. El segundo es expiar
la culpa de un ser querido; aceptar la máxima penitencia por él, a cambio de
salvar su alma. Si tú… cayeras de alguna manera, y yo cumpliera con mi
deber, haría los votos como Arrepentida de inmediato para expiar tu
pecado con mi sacrificio y salvar tu alma de la condenación. Pero si no fuera capaz de hacerlo, si no pudiera alzar la
mano contra ti, habría traicionado gravemente mi juramento al Dios Emperador, y
también tendría que convertirme en Arrepentida. Las Hermanas Arrepentidas van
sin blindaje alguno a la batalla y luchan cuerpo a cuerpo. La única forma de redención posible
para ellas es la muerte-.
Cuando Alara acabó de hablar, sólo hubo
silencio. Bajó la mirada y entrelazó las manos, sintiéndose cada vez más
triste.
-Si cambias de opinión, lo entenderé… -empezó
a decir, pero en ese momento Mathias tomó sus manos entrelazadas entre las
suyas. Alara alzó la vista y se encontró con sus ojos claros, azules y
brillantes como los lagos de Tarion.
-¿Es eso lo que te preocupa?- preguntó él con
suavidad.- Alara, te juro por el Trono Dorado que siempre me mantendré puro de
pensamiento, de palabra y de obra. Nunca haré que te avergüences de mí. Y
nunca, jamás, te haré elegir entre tu deber y nuestro amor. Lo prometo-.
Y a pesar de que hacía dos décadas que no se
veían, a pesar de que pocos días atrás se había advertido a sí misma que aunque
hubiera conocido al Mathias niño apenas conocía al hombre, a pesar de que
confiar en él suponía poner su vida en sus manos, Alara le creyó. Un peso
enorme se aligeró de su pecho, aunque aún quedaba otro menor.
-Me hace muy feliz oírte decir eso. Pero a
pesar de todo, tal vez te merezcas a alguien mejor que yo- al ver la cara de
confusión que ponía Mathias, se apresuró a aclarar lo que quería decir.- No
podré casarme jamás. No podré tener mi propia casa, ni engendrar hijos. Pero tú
sí que puedes. Y no… no es justo que te prives de todo eso por mi culpa. Vivo
en un convento sometido a una disciplina militar y a unas reglas estrictas;
sólo tengo dos horas libres al día. Tú mereces
a alguien que sea libre para entregarse a ti por completo y formar una familia…
-No- la interrumpió Mathias abruptamente.-
Basta, Alara, acaba con esto de una vez. ¿Eso es todo lo que tienes que
decirme? Pues bien, escúchame tú a mí. No quiero una familia si no puedo
tenerla contigo. No quiero una casa si tú no vives en ella. Y no quiero hijos
si tú no vas a ser su madre. Te quiero a ti, sólo a ti. He tardado veinte años
en encontrarte y no pienso volver a dejarte marchar. Nunca jamás, ¿me oyes?-.
Alara sintió que su respiración se
entrecortaba, a punto de claudicar. Estaba sumida en una sensación nebulosa,
como todo aquello fuera un dulce sueño y no la realidad. Parecía demasiado
hermoso para ser real. En el mundo que Alara conocía, la realidad rara vez era
hermosa.
-Podrían volver a separarnos- dijo con voz
débil.- Podrían destinar a mi compañía a otra ciudad de Vermix, o a otro
planeta. Lord Crisagon podría decidir que ya ha terminado con su trabajo aquí y
llevarte lejos…
-¡No!- exclamó Mathias, agarrándola por los
hombros.- ¡No, no te volverán a separar de mí! ¡Otra vez no! ¡Encontraremos la
manera de permanecer juntos, te lo juro!-.
La estrechó con todas sus fuerzas contra sí,
hundiéndole las manos en el cabello, besándola frenéticamente. Alara se rindió
a él, sin fortaleza para resistirse ni deseo alguno de hacerlo. Sus manos
aferraron la túnica de él mientras su boca se abría para recibirle. Jamás
habría imaginado que la sensación de besar a un hombre sería tan intensa, tan
poderosa.
“No a un hombre. A él. Me siento así porque
le estoy besando a él”.
Las manos de Mathias le acariciaron la nuca,
le recorrieron la espalda, y volvieron a subir hasta sus pechos. En esa ocasión
Alara no se apartó. No sabía qué iba a ocurrir, pero fuera lo que fuese, deseaba
que ocurriera. Llevaba demasiado tiempo anhelando ese momento, demasiado como
para esperar un solo instante más. Al ver que ella no rehuía su contacto, las
caricias de él se hicieron más atrevidas y sus besos más profundos. Ella cerró los ojos y se dejó llevar. No
sabía qué hacer, no podía hacer nada aparte de deslizar las manos por su
cabello color arena y corresponder a sus besos, pero por fortuna Mathias sí
parecía saber lo que estaba haciendo. Primero le quitó el corsé, y luego la
túnica blanca de su hábito. Poco a poco, todas las prendas de vestir de Alara
cayeron al suelo.
“Estamos en la sala de reuniones del
laboratorio, esto es una locura, ¿qué pasará si entra alguien?” se preguntó
Alara.
Aquel fue el último pensamiento coherente que su cerebro fue capaz de
procesar.
O_o ¡Guau, las cosas suben de tono! ¡Queremos fan-art de la parejita del mes YA!
ResponderEliminarNecesitaremos a alguien que sepa dibujar... :-P
ResponderEliminarA todo esto, la escena es muy bonita y me gusta cómo ha quedado. Alara y Mathias hacen buena pareja! ^^*
ResponderEliminarY el Dios Emperador dijo..."hágase el sexo en lugares comprometidos" "y vio que era bueno" xDDDD.
ResponderEliminarBromas aparte, menuda decisión. Pero bueno, los dos personajes estaban ya que echaban humo de la química que había entre ellos, para mi gusto ha pasado muy rápido, pero claro, estaba esto precocinado, cocinado y servido ya en la mesa.
Hay que tener en cuenta que no ha partido de cero; los sentimientos que tienen ahora en cierto modo los han estado arrastrando toda la vida.
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