A.D .844M40.
Shantuor Ledeesme (Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.
A la hora de cenar, todo el mundo se reúne en
torno a las mesas plegables para recibir sus raciones de campaña, pero Mathias
Trandor no ve a Alara entre las Sororitas. Sentado junto a Hoffman, Crane,
Travis y el padre Bruno, termina de cenar con premura para acercarse a Octavia
tan pronto la ve levantarse.
-¡Octavia!- la llama, y ella se gira.-
Octavia, ¿dónde está Alara?-.
La joven Dialogante baja la mirada.
-Alara está recogida en penitencia-
responde.- Ha dicho que no desea ser molestada hasta que termine-.
Mathias tuerce el gesto.
-Muy bien. Si la ves, por favor, dile que
venga a verme al Salamandra en cuanto acabe-.
Acto seguido, se gira buscando a la Ejecutora
Tharasia y se acerca a ella.
-Hermana Tharasia, por favor, acompáñeme.
Necesito hablar con usted en privado-.
Sin replicar una sola palabra, la Ejecutora
se levanta. Mathias echa a andar apartándose de donde están los demás, y ella
le sigue. Mientras se alejan, él piensa que no le cae bien a esa mujer. Camina
rígida y evita su mirada, como si se sintiera incómoda a su lado. Finalmente,
llegan a un rincón apartado, junto a la puerta cerrada del Salamandra, y allí
se detienen.
-Hermana Tharasia, ¿le ha impuesto usted una
penitencia a la hermana Alara?- pregunta Mathias.- ¿No le ha bastado con la
amonestación verbal que ha hecho el padre Bruno?-.
Tharasia lo mira con una altivez apenas
disimulada.
-Como ya le dije en la reunión, eso es una
cuestión de disciplina interna del Adepta Sororitas. Soy yo quien decide cuándo
y cómo se debe disciplinar a una Hermana. Y en este caso, vista la gravedad de
los hechos, lo he considerado conveniente-.
-¿La gravedad?- pregunta Mathias.- ¿Se puede
saber qué castigo le ha impuesto?-.
-La pena inicial fueron diez azotes- responde
Tharasia.- No obstante, dado que le he concedido la gracia de que se aplicara ella
misma el castigo, le he ordenado que no fueran menos de veinte-.
Un relámpago de ira cruza por el rostro de
Mathias Trandor.
-¿La ha castigado a una pena de veinte
azotes?- ruge.- ¿Por qué, por tener buenas ideas? ¿Por querer ayudarnos a Lord
Crisagon y a mí? ¿Por pensar?-.
Tharasia lo mira furibunda.
-¡Por expresar una idea herética e indigna de
una Hermana de Batalla!-.
-¡Ella no ha cometido ninguna herejía!-
exclama Mathias, furioso.- ¡Sólo intentaba ayudar! ¡En adelante, exijo que me
consulte los castigos que aplica a las Hermanas antes de ejecutarlos!-.
La hermana Tharasia prescinde de toda
formalidad al escuchar el tono airado del joven.
-¡Tenga cuidado, Doctor Trandor!- le advierte
con aspereza.- ¡Usted no tiene potestad para cuestionar mi manera de imponer
disciplina! Y permítame recordarle que su posición de autoridad es sólo temporal
y limitada a esta misión; cuando regresemos a Prelux, usted ya no será nadie.
Tenga cuidado con el tipo de ideas que considera defendibles o interesantes,
porque podrían ser consideradas heréticas, y le recuerdo que en tal caso sería
mi obligación dar parte de ellas-.
Mathias aprieta los puños con fuerza.
“Me está amenazando. ¿Se cree que no puedo
devolverle el golpe?”.
-Si se da el caso, espero que no lamente
demasiado la pérdida de su mejor guerrera, la Demonicida que se ha convertido
en un ejemplo para todo el mundo, cuando profese los votos de Arrepentida-.
Sus palabras surten un efecto inmediato:
Tharasia abre mucho los ojos y lo mira con una mezcla de sorpresa e ira.
-¿Qué sabe usted de eso?- exclama.- ¿Qué
pretende insinuar?-.
Mathias se cruza de brazos y le lanza una
mirada glacial.
-Ya que ha decidido usted hablar sin tapujos,
hermana, permítame que haga lo mismo. Alara y yo nos amamos. El amor que la
hermana Alara siente por mí es tal, que me ha jurado que si por algún motivo yo
cayera en la herejía o en la blasfemia, ella pronunciaría el Juramento del
Penitente como Hermana Oblatia para purgar mi culpa con su sacrificio. Así que
si se le ocurre acusarme de herejía, más vale que tenga presente que ella irá
detrás-.
El pálido rostro de la Ejecutora Tharasia se
deforma en una mueca de rabia.
-¿Cómo se atreve?- le grita.- ¡Usted… usted
es el ser más manipulador que he conocido jamás! ¡Ha seducido a una Hermana de Batalla,
la ha engañado y manipulado para que sea su amante, para que se sacrifique por
usted…!
-¡No!- la interrumpe Mathias con brusquedad.
Ya está harto; tuvo que sufrir aquella injusta acusación por parte de Acadio
Udrian e incluso de Lord Crisagon, y no está dispuesto a soportarla de nuevo.-
¡Usted no sabe nada! ¡No se atreva a juzgarme! ¡Yo no la he seducido, ni la he
engañado! ¡Ella y yo siempre hemos estado enamorados! Ya nos amábamos de niños,
hace veinte años, cuando vivíamos en nuestro planeta natal-.
Sus palabras tienen el efecto que pretendía:
la hermana Tharasia se queda muda, mirándolo atónita. Mathias aprovecha para
seguir hablando.
-Ambos éramos hijos de oficiales de la
Guardia Imperial. Nuestros padres eran amigos, y estuvimos juntos desde recién
nacidos. Siempre fuimos inseparables; íbamos juntos a todas partes. Pero una
noche una fuerza de Marines Traidores atacó el distrito residencial militar de
Galvan y asesinó a nuestras familias. Nos llevaron a la Schola Progenium y allí
nos separaron en contra de nuestra voluntad. Intentamos escaparnos para volver
a vernos, pero fracasamos. Compruebe nuestros expedientes si no me cree; seguro
que al menos al de la hermana Alara sí tiene acceso. Al menos tres faltas
disciplinarias, una leve y dos graves. La leve fue intentar pasarme una nota,
las dos graves fueron intentos frustrados de fuga para acudir a la sección
masculina de la Schola. Yo también intenté saltar el muro, pero fracasé y me
rompí un brazo en el intento-.
Tras varios segundos más de estupefacción,
Tharasia recupera el habla.
-He leído esos incidentes en el expediente de
la hermana Alara- dice con lentitud.- Ahora entiendo muchas cosas-.
Durante unos segundos, Mathias la mira en
silencio. La Ejecutora Tharasia parece pensativa, y gran parte de su ira se ha
esfumado.
-Ahora le comprendo mejor, Doctor Trandor.
Pero aún así, la hermana Alara sigue habiendo cometido una falta, y la cuestión
de su disciplinamiento sigue siendo un asunto interno del Adepta Sororitas en
el que usted no tiene potestad-.
-Usted se ha extralimitado, hermana- afirma
Mathias, severo.- Sigo diciendo que Alara no cometió ninguna falta; lo único
que hizo fue sugerir una idea. Cierto, fue una idea terrible, pero ella no la
pronunció con interés, ni con fascinación. Estaba horrorizada, Ejecutora;
horrorizada ante la posibilidad de que la hibridación entre xenos y humanos
pudiera ser factible. ¿Acaso no le vio la cara? Parecía estar haciendo
esfuerzos para no vomitar-.
-Esa idea es contraria a la doctrina oficial
del Imperio-.
-Es cierto, pero ella no lo sabía. No sabe
nada del Ordo Xenos. Fue una consecuencia natural y lógica de los
descubrimientos que habíamos llevado a cabo y de la observación de las…
inusuales características físicas de algunos miembros de la nobleza vermixiana-.
-¡Ahí está la cuestión, Doctor Trandor! Ella
no es una Dialogante; no está preparada para afrontar conocimientos
perturbadores. Es peligroso que deduzca ideas semejantes sin poseer la adecuada
formación que proporcionan el Adepta Sororitas o la Inquisición-.
-¿Peligroso, por qué?- objeta Mathias.- ¿Para
quién? Para ella no, desde luego. No hay mácula alguna en su alma, ni peligro
de que la haya; a ella jamás le atraerían ni le fascinarían semejantes
aberraciones. Y si ese tipo de blasfemias contra la sagrada forma humana
realmente fueran posibles, ¿acaso no sería prioritario conocerlas cuanto antes
para poder erradicarlas? ¿Y cómo lo haríamos si a nadie se le ocurre la
posibilidad? Alara nos ha abierto los ojos, en esta y en otras muchas
cuestiones. Si no poseyera la mente aguda que tiene, si no hubiera puesto su
inteligencia a trabajar, nunca habríamos descubierto la verdad acerca de
Shantuor Ledeesme. ¡Esta fortaleza seguiría siendo un impío nido de demonios, y
ni siquiera lo sabríamos! ¿No se da cuenta de que esas ideas no entrañan ningún
peligro para ella, sino todo lo contrario? ¿Que son prueba de la fe y la
devoción que guían sus pasos?-.
-¿Qué quiere usted decir?- inquiere Tharasia,
ceñuda.
-Piénselo, hermana. ¿No se da cuenta de que
es como… como si la mano del Sagrado Emperador estuviera guiando las acciones
de Alara? Preste atención a la evolución de los hechos: tras veinte años
separados, a ella y a mí nos destinan por separado a Vermix. No sólo al mismo
sector, o al mismo sistema, sino al mismo planeta… y a la misma ciudad. Y
dentro de esa ciudad, al mismo distrito. Aún así, podríamos no haber coincidido
jamás. Ella es una Hermana del Sororitas y yo un Acólito Inquisitorial. Pero
resulta que a ella, por ventura, se le ocurre acudir a la capilla del Ordo
Xenos para pedir información sobre la flora y la fauna de este planeta, y lo
hace justamente el día en que estoy solo en el laboratorio. Si hubiera estado
mi maestro, el Magíster Seneca, la hubiera atendido él, pero había salido junto
con mi compañero Acadio a hacer trabajo de campo. Contra todo pronóstico, nos
volvimos a encontrar. Y fue hablando, como jamás habríamos hablado de no
habernos conocido previamente y habernos vuelto a encontrar, cuando a Alara le
vinieron a la cabeza las primeras sospechas acerca de las religiones paganas de
Vermix. Esas mismas ideas que acabaron desembocando en la misión de
investigación que estamos llevando a cabo. ¿Y sabe de quién fue la idea de
desviarnos a Shantuor Ledeesme? De ella. Yo pretendía seguir conduciendo el
resto de la noche, bajo la lluvia, hasta que llegáramos a Gemdall, pero ella
dijo que el viaje podía ser peligroso y que los hombres estaban cansados, que
era mejor pasar la noche en Shantuor Ledeesme, a tan sólo una hora de
distancia. Y una vez aquí, nos topamos con los forajidos, acabamos con ellos, y
Alara, convaleciente por las heridas recibidas, tuvo aquel extraño sueño que
acabó desembocando en el descubrimiento del templo oscuro, los impíos demonios
que lo guardaban, y el portal dimensional a la Telaraña Eldar que custodiaba
este lugar, ¡y que Lord Crisagon llevaba buscando desde hace años! ¿No le
parece que son demasiadas casualidades, hermana Tharasia? ¿No cree que es como
si una inteligencia consciente, benevolente, estuviera guiando las acciones y
decisiones de la hermana Alara? ¡Y una voluntad así sólo puede proceder de
nuestro Dios Emperador! Es muy probable que Alara sea su instrumento, su
elegida… y usted la ha castigado por cumplir sus sagrados designios-.
Al apasionado discurso de Mathias le sigue un
largo silencio. La Ejecutoria Tharasia parece a la vez confusa, recelosa,
inquieta y reflexiva.
-Tal vez tenga usted parte de razón- admite
finalmente.- Creo que es aventurado por su parte insinuar que la hermana Alara
está siendo conducida por la mano del Dios Emperador, pero debo admitir que sus
ideas han sido sumamente útiles. Quizás la haya juzgado con excesiva
severidad-.
Mathias no dice nada. En ocasiones, la mejor
manera de hacer hablar a alguien es permanecer en silencio, e intuye que ésta
es una de esas ocasiones. Tharasia levanta la vista y lo mira. Mathias se da
cuenta de que en sus ojos se vislumbra un respeto que no había estado allí
hasta entonces.
-Le agradezco su sinceridad, Legado. Mañana
hablaré con la hermana Alara. No quiero que deje de expresar sus ideas por
miedo a un nuevo castigo. Pero le advierto que estaré pendiente de ella y que
no toleraré desviación alguna-.
-Por supuesto- responde Mathias con
serenidad.- No esperaría menos de usted. Le aseguro que yo tampoco tengo el
menor deseo de poner en peligro el alma de la hermana Alara. Su pureza es tan
preciada para mí como pueda serlo para usted-.
La Ejecutora Tharasia asiente en silencio,
inclina la cabeza en señal de despedida y se retira. Mientras la mira marchar,
Mathias se siente de repente muy cansado. Echa de menos a Alara; no ha podido
estar a solas con ella ni un minuto desde la incursión en el templo pagano,
pero confía en reunirse con ella al día siguiente. Lord Crisagon pronto mandará
un relevo a Shantuor Ledeesme, y cuando lo haga podrán marcharse por fin a
Gemdall.
“Y una vez allí, pasaremos por lo menos un
día entero descansando. Juntos y solos por fin”.
Resignado a pasar esa noche sin ella, se va a
dormir soñando con el merecido descanso del que disfrutarán en Gemdall, y goza
de un sueño sereno y reparador.
Al menos, hasta que comienzan los disparos y
los gritos.
A.D .844M40.
Shantuor Ledeesme (Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.
Alara Farlane
sollozaba. Apretaba los dientes y los puños, doblada sobre sí misma, postrada
delante del oratorio portátil que se alzaba en el Inmolator, pero no podía
hacer nada para contener las lágrimas. Se había enfrentado a los demonios de la
caverna impía, había luchado, había triunfado… y había caído en desgracia. Todo
en el mismo día.
Odiaba haber
decepcionado a la Ejecutora Tharasia. Se había sentido tan orgullosa de sí
misma cuando su superiora la había tomado de la mano y proclamado Demonicida
delante de sus hermanas… Quizás ese había sido el problema: el orgullo. La
había hecho confiarse demasiado. Quizás todo aquello era un castigo divino por
no haber actuado con mayor humildad.
Ahora allí estaba,
desnuda de cintura para arriba, con la espalda marcada por los golpes de la
scoriada, sola y recluida en penitencia. En realidad, Tharasia no le había
prohibido regresar junto a sus hermanas después del castigo, pero Alara no se
sentía con ánimo de volver. Estaba demasiado abatida. Prefirió quedarse en el
Rhino y rezar para pedir perdón.
“Una buena idea…
¿y de qué sirve una buena idea si pone en peligro mi alma? No debería habérseme
ocurrido a mí. No debería habérseme ocurrido a mí”.
Quizás todo era
culpa de haber pasado tanto tiempo fuera de su convento, apartada de sus
hermanas, tan cerca de la vida civil. ¿Habría distraído su mente de lo que
realmente importaba? Pero, ¿acaso no formaba parte ella del grupo de
investigación, acaso todas sus anteriores ideas no habían sido de utilidad?
Claro que ninguna de ellas habría podido ser considerada herética… hasta ahora.
“Pero, ¿y si es
verdad? ¿Y si la realidad es una herejía? ¿No hay que descubrirla para poder
exterminarla, para arrancarla de raíz?”.
Recordó la mirada
reprobadora del padre Bruno, y la severidad en los ojos de Tharasia.
“No, no era mi
labor. No soy una Dialogante, soy una Militante. He fallado. Esa idea no se me
tendría que haber ocurrido. Algo falla en mí…”
Aquel pensamiento
era el más aterrador, el que le impedía dejar de llorar. No había temor más
grande en el corazón de Alara que el de fallarle al Dios Emperador. Por
supuesto, también temía otras cosas, como perder a Octavia, a Valeria o a
Mathias. Pero si ellos morían, al menos le quedaría el consuelo de
reencontrarse con ellos en la otra vida, junto al Sagrado Trono. En cambio, si
le fallaba al Emperador, todo lo que ella era, toda su vida, no serviría para
nada. Por eso rezaba sin parar: para pedir perdón, para buscar respuestas, para
hallar la absolución. Necesitaba saber que estaba haciendo lo correcto.
La hora de la cena
había pasado hacía rato. Alara notaba un agujero en el estómago, pero no salió
a cenar. Quería mortificar su cuerpo mediante el ayuno aquella noche, y de
todos modos se encontraba demasiado angustiada como para comer. Probablemente
hubiera sentido náuseas nada más comer el primer bocado.
Al final, el
terrible cansancio de aquel día hizo presa de su cuerpo. Se tendió en el frío y
duro suelo de metal del Inmolator. Estaba sola en medio del frío y la
oscuridad, pero no tenía miedo. No mientras el altar del Emperador estuviera frente
a ella. A pesar del dolor de los latigazos en la espalda y las laceraciones de
la batalla en sus extremidades, a pesar de lo incómoda que estaba, cerró los
ojos y se durmió mientras las lágrimas se le secaban en las mejillas.
Aquella noche,
Alara regresó a Galvan. Siempre le sucedía cuando pasaba un día duro o difícil,
y aquel había sido uno de los más extenuantes y terribles de su vida. Volvió a
ser una niña, vio morir de nuevo a su familia, gritó de rabia y dolor mientras
el Rapax la acorralaba.
Te concederé el
honor de bañar mi armadura con tu sangre…
La espada sierra
chirriaba, las explosiones y los disparos retumbaban por doquier, y ella
gritaba, gritaba…
Se despertó
gritando, como siempre, pero durante unos segundos de confusión no estuvo del
todo segura de haber despertado en realidad. Porque a su alrededor, muy
lejanos, los disparos y los gritos seguían resonando. Abrió mucho los ojos,
pero estaba sumida en una oscuridad casi absoluta, sólo rota por las débiles
luces de emergencia del Inmolator que señalaban las salidas.
Se puso de pie,
tambaleándose por el sueño y la confusión. La espalda aún le ardía; eso la
convenció del todo de que no estaba soñando. Tanteó el suelo hasta encontrar su
hábito y se lo puso con rapidez. No encontró el corsé, pero daba igual; no tenía
tiempo para lindezas. Encajó las botas en sus pies y buscó a tientas su pistola
bólter, que estaba donde la había dejado, a los pies del oratorio. Se levantó
con una mueca de dolor; tenía el cuello rígido y le dolían todos los músculos
del cuerpo. Por desgracia, no tenía tiempo para ponerse a hacer estiramientos.
Ahí fuera estaba pasando algo.
Pulsó el botón de
apertura de una de las puertas del Inmolator y salió al exterior. Lo primero
que sintió fue el frío, la humedad y el olor de la lluvia. El ruido de batalla
ganó en intensidad. El Inmolator era el vehículo blindado más cercano a las
puertas exteriores, de modo que Alara enarboló su pistola y se dirigió hacia el
fondo del garaje, donde parecía concentrarse la batalla.
“Oh, Emperador, ¿y
ahora qué?”, pensó con desesperación. ¿Es que nunca iban a acabarse las
sorpresas desagradables que deparaba aquel maldito lugar?
Oía disparos de
bólter, el chirrido penetrante de un arma sierra… y le llegaba un olor extraño
y nauseabundo, una mezcla a cadáver putrefacto y carne quemada. Parapetándose
tras los vehículos blindados para no ser vista, trató de echar un vistazo de
cerca. Al asomarse, vio varias formas humanas, irreconocibles en la oscuridad,
que se movían con torpeza y disparaban. Algunas recibieron varios impactos de
proyectil y siguieron avanzando; otras caían al suelo destrozadas bajo los
ataques. Alara recordó el ataque de los muertos vivientes la tarde anterior, y
sintió una oleada de inquietud.
“No puede ser.
Pustus regresó a la Disformidad, el portal disforme está cerrado, ¡no pueden
ser más muertos vivientes!”.
Aún así, se
trataba de enemigos, y estaban atacando. Tras localizar un punto desde el cual
podría dispararles por la retaguardia, Alara se dispuso a avanzar… hasta que un
par de disparos rebotaron en el blindaje del Rhino en que se apoyaba, a pocos
centímetros de su cabeza.
La joven se giró
como un rayo y disparó con la pistola bólter al bulto informe que tenía
delante. A juzgar por el estallido húmedo que escuchó, el disparo había dado en
el blanco, pero la cosa no sólo no se detuvo sino que siseó su nombre.
-Alara… Farlane…
-¿Qué?- graznó
Alara.- ¿Quién eres?-.
Un olor repugnante
le invadió la nariz: aquella combinación a podrido y quemado, mil veces
magnificada por la proximidad de aquello. Tuvo que contener a duras penas la
arcada que le subió por la garganta.
-Alara Farlane-
volvió a sisear aquella cosa, esta vez con tono de convicción.
Alara se arrojó al
suelo por puro instinto, sabiendo que a tan corta distancia no tenía tiempo de
buscar cobertura. Una ráfaga semiautomática impactó donde medio segundo antes
estaba ella. Alara rodó sobre sí misma, se dio la vuelta con rapidez y disparó
sin apuntar, dos veces. Su atacante trastabilló y retrocedió un par de pasos,
lo suficiente para que la débil luz del garaje iluminara sus facciones: las de
un ser humano mutilado y horriblemente deformado a causa de las quemaduras.
Tenía la piel negra y cubierta de ampollas; en algunas zonas estaba quemado
hasta el hueso, en otras, jirones de músculo rojo se abrían paso a través de la
carne quemada. Tenía el torso destrozado por los disparos de la pistola bólter,
pero no brotaba de las heridas ni una gota de sangre, y los órganos internos
rezumaban en la cavidad torácica como supurantes muñones.
-¡Alara Farlane!-
gruñó el cadáver, furioso. Trató de volver a disparar, pero los daños en su
hombro derecho eran tan graves que no pudo levantar el brazo. Se cambió el arma
a la mano izquierda, y eso dio a Alara el tiempo que necesitaba para volver a
disparar. En esta ocasión sí que apuntó, y la cabeza del muerto viviente
estalló como un melón maduro. El cuerpo se precipitó inerte contra el suelo.
Entonces, Alara comenzó a sentir un frío mortal, tan intenso que obviamente
tenía que ser sobrenatural. Se le erizaron todos los vellos del cuerpo. El frío
aumentó todavía más, enroscándose en torno a su corazón como una gélida garra.
Alara abrió la boca para gritar, pero antes de poder hacerlo, oyó la voz de
Octavia tras ella.
-¡Atrás, espíritu
impuro! ¡Te ordeno que te retires! ¡Yo te expulso de este mundo!-.
Un gemido agudo,
horrible, resonó en el aire por un instante, y luego el frío desapareció. Alara
se puso en pie, respirando entrecortadamente.
-¿Octavia?-.
-¡Alara, gracias
al Emperador que te he encontrado! ¡Oí disparos aquí y pensé que eran tú! ¡Esos
cadáveres te estaban buscando a ti!-.
-¿A mí?- Alara no
entendía nada. Una parte de ella se sentía aún inmersa en una pesadilla.- ¿Los
cadáveres? ¿Cómo es posible? ¡La puerta disforme está cerrada! ¡Yo la cerré!
¿Qué son esas abominaciones? ¿Cómo pueden haber vuelto a levantarse?-.
Octavia la cogió
de la mano.
-Tranquila, Alara.
Ven conmigo, ahí delante ya hemos terminado con ellas. El padre Bruno y yo
hemos tardado un poco al principio, pero nos hemos dado cuenta de lo que eran-.
-¿Y qué diantre
eran?-.
-¡Alara!- exclamó
de repente la voz de Valeria.- ¡Mírelas, hermana Ejecutora, están ahí! ¡Octavia!-.
Octavia arrastró a
Alara de la mano y la llevó hacia los demás. La Ejecutora Tharasia, vestida con
su túnica de dormir y con el rifle bólter en las manos, se acercó a grandes
zancadas. A pesar de que iba descalza y con la nívea melena revuelta, como si
acabasen de sacarla apresuradamente de la cama -lo cual no debía alejarse mucho
de la verdad- tenía un aspecto tan imponente como siempre.
-¡Hermana Octavia,
gracias a los Santos! ¡Creíamos que la habían herido!-.
-Acabo de
exorcizar al último espíritu impío- dijo la Dialogante.- Estaba intentando
matar a la hermana Alara. Suerte que la oí disparar-.
-¿Está usted bien,
hermana Alara?-.
-Sí, Ejecutora. ¿Y
las demás hermanas? ¿Todos están bien?-.
-Ha habido algunas
heridas, pero ninguna muerta, gracias al Emperador. Tampoco la Guardia Imperial
ha sufrido bajas permanentes-.
-¿Y qué hay de Ma…
del Legado Inquisitorial?-.
Tharasia giró la
cabeza.
-Por ahí viene-.
Alara miró por
encima del hombro de la Ejecutora y vio que Mathias se acercaba a todo correr.
-¡Alara! ¡Octavia!
¿Estáis bien?- cuando llegó hasta ellas, Alara se fijó en que tenía una herida
sangrante en el hombro, cerca del cuello, pero no parecía dolorido sino furioso
y desconcertado.- ¿Cómo es posible que esos condenados cadáveres andantes nos
hayan vuelto a atacar? Si la puerta disforme estaba cerrada, ¿cómo…
-Estaba a punto de
explicárselo a Alara- lo interrumpió Octavia.- Lo que animaba a los muertos no
era ningún poder demoníaco como la vez anterior. Estaban poseídos por sombras impías-.
El desconcierto de
Mathias iba en aumento.
-¿Sombras
impías?-.
Espíritus inmundos
de la Disformidad. Son entidades menores, débiles en comparación con los
demonios… pero lo bastante fuertes como para poseer un cadáver y moverlo a voluntad-.
-¡Pero no estaban
en la caverna!- exclamó Alara.- ¡No estaban cuando nosotras entramos, o nos
habrían atacado! ¿Cómo han llegado hasta aquí?-.
-El padre Bruno y
yo creemos que el Heraldo de Nurgle las envió. Pasó cierto tiempo desde que
destruiste su cuerpo hasta que cerraste el portal, ¿recuerdas? Seguramente,
utilizó sus últimas energías para convocar a las sombras impías más cercanas
que vio y las envió con la orden de encontrar y matar a Alara Farlane, puesto
que conocía tu nombre. Las sombras impías son espíritus lo bastante inferiores
como para ser capaces de atravesar un portal tan pequeño; dudo que nada más
poderoso que ellas hubiese podido pasar-.
-¿Y tú… tú… las
has echado?-.
Octavia sonrió con
suficiencia.
-Entre el padre
Bruno y yo las hemos exorcizado a todas. Ha sido bastante fácil, a decir
verdad, en cuanto nos hemos dado cuenta de lo que estaba pasando y hemos podido
actuar. Como ya te he dicho, las sombras impías son entes poco poderosos, y el
hecho de que el portal disforme estuviera cerrado aún les provocaba mayor debilidad.
Para colmo, los cuerpos que han poseído estaban muy deteriorados. La Guardia
Imperial apiló anoche todos los cadáveres de los muertos vivientes en uno de
los pasillos del sótano y nuestras hermanas les prendieron fuego. Sin embargo,
los cuerpos que estaban más abajo debieron quedar lo bastante enteros como para
poder ser utilizados por las sombras. Por fortuna, los cadáveres de nuestros
caídos estaban ya amortajados y encerrados en cajas para su transporte;
hubieran sido los mejores para poseer, pero no los pudieron utilizar. Gracias
al Emperador-.
Mathias se pasó la
mano por la frente, retirándose un mechón de cabello sudoroso. Ahora que el
peligro había desaparecido, tenía aspecto de cansado.
-Entonces, ¿ya no
hay peligro? ¿Todas se han marchado?-.
-Creo que sí-
contestó Octavia.- Desde luego, por aquí cerca no había más, y me da la
sensación de que han atacado con todo lo que tenían. Las sombras estaban debilitándose
conforme pasaban las horas; ya no tienen ninguna fuente de energía disforme que
las pueda alimentar. Sin ella, no podrían haberse quedado mucho más tiempo en
el plano material. De todas formas, será prudente que no volvamos a acostarnos
esta noche. Ya descansaremos cuando nos hayamos largado de este lugar; al fin y
al cabo, no queda mucho para que llegue el amanecer-.
-Está bien, está
bien- murmuró Mathias.- Dile al teniente Travis de mi parte que comience los
preparativos. Ejecutora, ponga en marcha a sus hermanas. Y tú, Alara, ven
conmigo. Tenemos que hablar-.
Alara, insegura,
miró a la Ejecutoria Tharasia, temerosa de encontrarse con una expresión de
enfado o reprobación. Pero la superiora no estaba prestándole atención.
-Iré a dar la
orden, Legado- le dijo a Mathias, y se alejó en dirección a las demás
Sororitas.
-Ven, Alara-
Mathias le hizo un gesto con la mano y echó a caminar hacia el Salamadra.
Alara lo siguió a
paso ligero. Mathias fue directo al vehículo de mando, deteniéndose tan sólo
unos segundos para saludar a un par de sargentos con los que se cruzaron e
interesarse por la salud de sus hombres. Pero en cuanto Alara y él entraron en
el Salamandra y la puerta se cerró a sus espaldas, Mathias se giró hacia ella,
la arrinconó contra la pared y la besó con furia.
-Mathias- dijo
ella, sorprendida, cuando se separaron para respirar.- Este sitio no es…
-Este sitio es
perfecto- la interrumpió él, mirándola con avidez.- No puedo más, Alara, ¡te
juro que no aguantaba más! ¡No he podido estar a solas contigo ni un momento
desde que bajasteis a ese pozo infernal! ¡Ni siquiera he podido luchar a tu
lado!-.
Tendió los brazos
hacia ella, pero Alara se encogió.
-¡Ten cuidado! ¡No
me toques la espalda!-.
-No iba a hacerlo-
respondió él, abrazándola por la cintura.- Ya sé el castigo que te mandó la
bruta de tu Ejecutora-.
Alara bajó la
mirada.
-Me lo merecía. No
tendría que haber dicho nada. Ni siquiera se me debería haber ocurrido algo así.
La hermana Tharasia…
-No pienso perder
un segundo más en hablar de la hermana Tharasia- la interrumpió Mathias,
volviendo a besarla.
Alara temía que
alguien entrara en el Salamandra y los viera, pero aún así se rindió. Estaba cansada,
dolorida y abatida, física y emocionalmente. Hasta ese momento no se había dado
cuenta de lo mucho que añoraba y necesitaba la cercanía de Mathias. Se besaron
frenéticamente, sin parar, pero cuando él trató de subirle la falda de la
túnica, ella lo detuvo.
-No, por favor.
Aquí no…
-Ya te he dicho
que no va a entrar nadie…
-No, no se trata
del Salamandra- insistió Alara.- En Shantuor Ledeesme no. No mientras estemos
en este lugar maldito-.
Su voz tenía un
inconfundible tono de súplica. Mathias se apaciguó.
-Tienes razón. Lo
siento-.
La atrajo hacia sí
cogiéndola de la nuca y volvió a besarla. Alara se abrazó a él y recostó la
cabeza en su pecho.
-Te quiero-
susurró.- Te quiero tanto…
Mathias le
acarició el cabello con ternura
-Yo también te
quiero-.
¿Fueron minutos lo
que permanecieron así, o fueron horas? Alara no habría podido decirlo. Pero
mientras estaban abrazados, fue como si el dolor, el pesar y el agotamiento
mental se diluyeran. Cuando volvieron a mirarse, él sonrió.
-Ahora ya tengo un
motivo más para querer largarme de este sitio asqueroso cuanto antes- bromeó.
-Como si hiciera
falta otro más- suspiró Alara.- Bandidos, demonios, ese asqueroso cadáver
poseído susurrando mi nombre…
-¿Crees de veras
que ese Heraldo de Nurgle envió las sombras a por ti? Vaya, realmente debe
odiarte…
Al recordar a
Pustus, el corazón de Alara se llenó de ira.
-¡Ese maldito
demonio! ¡Cómo lo odio! ¡Tuvo fijación por mí desde el principio! ¿Por qué yo,
Mathias? ¿Por qué a mí?-.
Había sido una
pregunta retórica, pero Mathias se puso serio.
-Ahora que lo
mencionas, yo también he estado pensando en ello- respondió.- Y, la verdad, se
me ha ocurrido una idea. Es una de las razones por las que te he hecho venir
aquí-.
Alara se angustió.
-¿De qué se trata?
¿Es que crees…? Por el Trono, ¿estás diciendo que hay algo en mí que puede
llamar la atención de un demonio?-.
-No de la manera
en que crees- la tranquilizó Mathias.- Tu alma es pura, Alara, no tengo duda de
ello. Pero tengo una teoría personal acerca de ti, y me gustaría poder
comprobarla-.
Se apartó de ella
y caminó hacia el otro extremo del Salamandra. Alara lo miró con suspicacia.
-¿Qué teoría?-.
-No te preocupes,
no es nada malo-. Mathias se inclinó sobre su maletín y empezó a rebuscar.-
Ajá. Aquí está-.
Se acercó a Alara
con un aparato entre las manos: un artilugio sospechosamente parecido al Auspex
psíquico de Octavia.
-¿Eso es un
Auspex?-.
-Sí- respondió
Mathias. Rezó una breve salmodia al Omnissiah para despertar al espíritu
máquina del Auspex y pulsó la runa de encendido.
-¿Y para qué vas a
utilizarlo?-.
-Tú confía en mí-.
Mathias extendió
el Auspex hacia Alara y la escaneó despacio, de arriba a abajo y luego hacia
arriba otra vez.
-Ya está- dijo,
cuando el aparato emitió un débil pitido. Miró la pantalla con atención.- Justo
lo que sospechaba-.
-¿El qué?- exclamó
Alara, tan nerviosa que su voz sonó llena de irritación.- ¿Qué sospechabas?
¡Habla de una vez!-.
-Mira- dijo
Mathias, mostrándole la pantalla.- Esta es tu lectura. Ninguna corrupción en
absoluto; eso debería alegrarte. Tampoco se encuentran señales ni trazas de
hechizos activos. Y aquí está la marca de tu psiónica; la fuerza de la Fe que
te hace resistente a los poderes disformes. Pero mira aquí abajo-.
Alara miró.
-¿Qué es esa
cifra?-.
-Tu potencial
psíquico-.
-¡No soy una
bruja!- gritó ella, apartando la pantalla con violencia. El corazón comenzó a
latirle a mil por hora.
“No, por favor,
eso no, Emperador Bendito, ¡¡eso no!!”.
-Ya sé que no eres
una bruja- replicó Mathias sin perder la calma.- He dicho potencial, no factor.
No has emergido, ¿lo ves? Pero todos los seres humanos de la Galaxia, todos y
cada uno de ellos, tienen un potencial psíquico, aunque no lleguen a
despertarlo jamás. Los únicos que no lo poseen son los Omega, que tienen
potencial 0. Pero túestás casi en el extremo opuesto, Alara; fíjate en la lectura del Auspex-.
Alara, a
regañadientes, volvió a mirar la pantalla que Mathias le ofrecía. Leyó la
inscripción: 6´8, Latente.
-¿Qué significa
eso?-.
-Que si hubieras
emergido alguna vez, te habrías convertido en una psíquica de factor Delta. Yo,
en cambio… -Mathias volvió a activar el Auspex y se escaneó a sí mismo.- Mira,
¿ves? Una vez me hice una lectura a mí mismo por curiosidad, y como puedes ver,
tengo un potencial muy majo: 3,4. Menos mal que no he emergido nunca, porque
como psíquico hubiera sido bastante mediocre. En cambio, a ti se te hubieran
rifado en la Schola Psykana. Con la fe y la determinación que posees, tal vez
habrías acabado de Inquisidora-.
Alara se
estremeció. Los psíquicos eran seres cuya mente estaba conectada a la
Disformidad, de la cual obtenían sus poderes. Se necesitaban años de
entrenamiento en la Schola Psykana y una férrea voluntad para poder ejercer
como psíquico imperial autorizado, y aún así todos ellos portaban diversos
tatuajes y amuletos con fórmulas de protección, puesto que cada vez que hacían
uso de su poder abrían en su mente una puerta a la Disformidad… y con ello
ponían en peligro su alma. Porque al otro lado de aquella puerta, a veces
acechaban cosas. Y si el psíquico era descuidado o su voluntad flaqueaba, podía
llegarse a ver corrompido o incluso poseído por un demonio. Las hermanas del
Adepta Sororitas abominaban de la hechicería y jamás admitían psíquicas entre
sus filas, aunque toleraban la existencia de los psíquicos autorizados porque
muchos de ellos eran imprescindibles para el Imperio, como los Astrópatas, los
Navegantes, los Caballeros Grises e incluso numerosos Inquisidores. Sin
embargo, Alara nunca había oído de la existencia de Sororitas psíquicas. Jamás.
Ni siquiera se le había pasado por la cabeza que pudieran existir; en teoría,
la Fe Pura que iluminaba sus almas las protegía de la emersión psíquica por
traumáticas que fueran sus experiencias.
-No soy una bruja-
repitió.- Nunca seré una bruja-.
-Por supuesto que
no- la tranquilizó Mathias.- Honestamente, Alara, si no emergiste durante la
Matanza de Galvan, y sólo el Emperador sabe lo cerca que estuviste de que
sucediera, dudo que vayas a hacerlo ahora. El poder de tu Fe es una fuerza
psiónica que actúa como un escudo; lo más probable es que no emerjas jamás. Pero
tienes un potencial de nivel medio-alto, eso no lo puedes cambiar. Y de algún
modo te hace sensible a la Disformidad, para lo bueno y para lo malo. Si en
nuestro grupo hubiera habido un psíquico imperial, puedes apostar que el
Heraldo se habría fijado en él, no en ti. Pero estoy casi seguro de que tú eres
la persona con potencial psíquico más alto que hay en este lugar, y eso hizo
que el demonio percibiera tu alma con más intensidad que las demás. No podía
salir de la caverna donde se encontraba, pero sabemos que no estaba impedido
del todo para actuar, porque fue capaz de responder a las súplicas del bandido
herido al que le provocó la mutación. Consiguió entrar en contacto con tu
mente… y trató de penetrar en ella-.
Alara hizo una
mueca de angustia y repugnancia. A duras penas soportaba pensar en la terrible
pesadilla que había sufrido en el Rhino médico.
-Trató de
corromperte- continuó Mathias.- Pero falló. Incluso herida, incluso sedada e
inconsciente, la pureza de tu alma y la fuerza de tu voluntad eran demasiado
fuertes para él. Creo que esa es la clave de tu visión, Alara: los gusanos que
salían de tu cuerpo eran una metáfora creada por tu subconsciente de la
corrupción rechazada y expulsada por tu alma. Intentó introducirla a la fuerza
dentro de ti, pero tú la expulsaste al exterior. No pudo contigo, le
derrotaste-.
Alara se llevó una
mano al estómago, presa de incontrolables arcadas. Por fortuna, al no haber
probado bocado desde el mediodía anterior no tenía nada que vomitar. Mathias la
cogió de los hombros, abrazándola.
-Tranquila, Alara,
tranquila. No te preocupes, no pasa nada, tú le venciste. Estás bien, vas a
estar bien.- Abrazó más fuerte a la joven, que comenzó a temblar.- ¿Por qué no
te tomas uno de mis tranquilizantes? Creo que lo necesitas-.
-No, no lo
necesito- rechazó ella.- Puedo con esto, de verdad. Sólo necesito un minuto-.
Poco a poco, dejó
de temblar y su respiración se normalizó. Miró a Mathias con preocupación.
-¿Debemos
contárselo a los demás?-.
-¿Lo de tu
potencial psíquico? Creo que no. No representa ningún peligro para ti ni para
los demás, pero alguna de tus hermanas podría verlo como una amenaza. No es
conveniente que recelen de ti sin motivo alguno. Eres la Demonicida,
¿recuerdas? Un ejemplo para ellas. Es mejor que siga así-.
-¡Pero no puedo
ocultarles algo así a mis superioras!- protestó ella.
-En realidad, no
se trata de algo que el Adepta Sororitas no sepa ya- adujo Mathias.- ¿Acaso no
os hacen un examen psíquico y genético antes de profesar?-.
-Sí-.
-Pues ahí lo
tienes. Si yo he leído tus resultados en un Auspex, las hermanas encargadas de
evaluarte lo hicieron también. Y te consideraron digna, o no estarías aquí. Así
que no le des más vueltas-.
Alara asintió en
silencio. No obstante, en su interior decidió que en cuanto tuviera la
oportunidad se lo contaría a Valeria y a Octavia. Ellas debían saberlo.
-Míralo por el
lado positivo, Alara- insistió Mathias, sonriendo para animarla.- Esta cualidad
te hace más sensible que cualquiera de tus hermanas a la brujería y a la
Disformidad. Podría ser muy útil durante nuestra investigación; podrás detectar
peligros que tal vez a nosotros nos pasen desapercibidos-.
“También me hará
más vulnerable que los demás a un ataque psíquico”, pensó Alara. “Bueno, al
menos para protegerme de eso cuento con el poder de mi Fe”.
Ya había amanecido
cuando Mathias y Alara salieron del Salamandra. Los guardias imperiales se
afanaban en recoger material para empacarlo y meterlo de nuevo en los vehículos
de transporte blindado. Las hermanas de batalla limpiaban y ponían a punto sus
armas y las de sus compañeras heridas, mientras los miembros del Adeptus
Mechanicus trabajaban a destajo en su Rhino reparando las servoarmaduras
dañadas de las Sororitas. Todo el campamento estaba sumido en un frenético
estado de laboriosidad.
-¿Y esto?-
preguntó Alara.- ¿A qué viene tanta prisa?-.
-¡Es verdad!-
exclamó Mathias, golpeándose la frente con la mano.- Lord Crisagon se comunicó
conmigo anoche, después de la reunión. Con todo el lío de ataque, me había
olvidado de contártelo. La misión inquisitorial de relevo llegará a primera
hora de la tarde, poco después del almuerzo. Di orden de que todo el mundo
comenzara a levantar el campamento al amanecer; debemos estar listos para
partir a mediodía-.
-Sobrará tiempo-.
-Hay que dejar
margen para los imprevistos- dijo él.- Y además, el padre Bruno va a oficiar
una ceremonia religiosa especial antes del almuerzo-.
Aquello animó un
poco a Alara. Tal vez un oficio religioso le devolvería la paz y limpiaría
parte de la inmundicia blasfema que salpicaba Shantuor Ledeesme. Pasó el resto
de la mañana muy ocupada, haciendo su propio equipaje y limpiando sus armas.
Los guardias imperiales comentaban unos con otros anécdotas del día anterior, y
el sargento Tauton alardeaba ante todo el que quisiera escucharlo que él
siempre había sospechado de que algo extraño sucedía en Shantuor Ledeesme.
-Soy muy
aficionado a la Historia- le contó a Octavia, que había dejado de leer la placa
de datos que llevaba en la mano para preguntarle al respecto.- Y no me era
desconocido el nombre de Shantuor Ledeesme. El Imperio abandonó la fortaleza
porque perdió importancia estratégica, pero antes de eso la Guardia Imperial ya
había reducido al mínimo sus efectivos aquí. Al parecer, el Adeptus Munitorum
tenía este lugar catalogado como insalubre porque las tasas de bajas por
enfermedad y tensión mental eran mucho mayores que en otros puestos de
vigilancia. Incluso se documentaron algunos casos de suicidio. Los del Medicae
acabaron concluyendo que los pantanos creaban una miasma insalubre y
recomendaron en su informe el abandono de la fortaleza, pero en la Guardia
siempre quedaron viejos rumores y leyendas de que este lugar estaba embrujado,
que los fantasmas de los enemigos muertos querían vengarse de los vivos. Por
supuesto, a nadie se le ocurrió jamás que fuera algo tan terrible como un
templo caótico oculto en las profundidades, o al menos a mí no me ha llegado
ninguna leyenda que hablara de ello…
Al escuchar la
conversación entre Tauton y Octavia desde el lugar donde se encontraba, Alara
pensó en la lectura de Auspex que le había mostrado Mathias, y se preguntó
cuántos guardias imperiales, ignorantes de poseer un alto potencial psíquico,
se habrían visto perturbados y acosado por los oscuros poderes de Pustus y su
caterva de engendros, achacando el malestar, la depresión y las terribles
pesadillas a una vulgar enfermedad. ¿Qué habrían visto en su cabeza, que
habrían sentido, aquellos que se habían suicidado? De inmediato, decidió que
prefería no saberlo y siguió limpiando su rifle bólter.
Tal y como Mathias
había previsto, a mediodía todos estaban listos para partir. Sólo restaba ya
aguardar a que llegara el relevo inquisitorial. Antes de que llegara la hora del
almuerzo, el padre Bruno los llamó a todos a reunión mientras los dos
misioneros supervivientes de su grupo transportaban el oratorio portátil a las
escaleras de acceso del garaje al interior de la fortaleza. Cuando todo el
mundo estuvo reunido allí, el joven sacerdote ofició una breve aunque emotiva
ceremonia para dar gracias al Emperador por el triunfo obtenido contra el Caos
y rendir homenaje a los difuntos caídos en la lucha. Los cuerpos amortajados e
introducidos en cajones herméticos de los dos confesores, las cinco hermanas de
batalla y la docena de guardias imperiales caídos fueron bendecidos por el
padre Bruno, que pronunció un sermón alabando su fe y su valor y encomendó sus
almas al cuidado del Divino Emperador de la Humanidad, que sin duda velaría por
ellos en la otra vida.
Acto seguido,
Tharasia subió al estrado junto a Bruno y activó su propio vocoamplificador
para dirigir unas palabras a la concurrencia.
-Todos los que
aquí estamos hoy hemos hecho un gran servicio al Emperador derrotando a sus más
abyectos enemigos- dijo.- El mejor modo en que podemos honrar el sacrificio de
nuestros gloriosos caídos es seguir luchando contra la herejía, la blasfemia y
la corrupción allá donde se encuentren. Su martirio los ha elevado ante el Dios
Emperador, otorgándoles un lugar a Su lado, junto al Trono, entre los más puros
y dignos del Imperio de la Humanidad. Recemos para que su ejemplo nos sirva de
inspiración y su recuerdo nos sostenga incluso en las horas más aciagas-.
La fuerza y la
emoción que destilaba la voz de Tharasia era sobrecogedora, y todo el mundo
bajó la cabeza con recogimiento al escucharla.
-Sin embargo-
continuó Tharasia- también entre los vivos tenemos ejemplos inspiradores de fe
y valor. Todos los aquí presentes se han distinguido por el excelente servicio
que han prestado al Dios Emperador de la Humanidad, pero hay entre nosotros
alguien cuyos actos han sido tan sobresalientes que merecen una especial
mención. Hay entre nosotros una hermana de batalla que exterminó a un heraldo
demoníaco, a siete bestias malignas, a tres furias del Caos y a incontables
demonios menores, aparte de siete poderosos brujos siervos de los Poderes
Ruinosos. Su fe, su determinación y su valentía fueron ayer la personificación
de la sagrada cólera y la ira justiciera con la que nuestro Emperador castiga a
los impíos seres que buscan la perdición de la Humanidad. Y por ello, será
honrada entre nosotros. Hermana Alara, por favor, suba aquí-.
Alara se puso como
la grana. Le costaba creer que aquello estuviese pasando. ¿Tharasia iba a
honrarla delante de toda la expedición, a pesar del castigo que le había
impuesto la noche anterior? ¿Significaba eso que la había perdonado? Se sentía
confusa, pero aún así subió las escaleras. El padre Bruno se acercó a ella
portando en sus manos una cajita lacada y decorada en relieve con el símbolo de
águila imperial.
-Hermana Alara
Farlane, llamada la Demonicida- proclamó Tharasia.- Recibe estos sellos de
pureza, testimonio de los horrores que has afrontado y de la fe ardiente de tu
alma que te ayudó a derrotarlos-.
Y ante la sorpresa
de Alara, Bruno extrajo dos sellos de pureza con sendas tiras de pergamino
plastificado colgando de ellos, los ciñó al corsé de su hábito -en el futuro, tendría
que despegarlos de allí para colocarlos sobre su servoarmadura cuando estuviese
reparada- y la bendijo con el signo del águila.
La ceremonia
religiosa, que había comenzado de una manera tan triste, terminó acompañada por
vítores de entusiasmo. Tras cargar a los difuntos en los vehículos blindados
para llevarlos a Gemdall, desde donde serían trasladados a Prelux Magna para recibir
un entierro con todos los honores, se repartieron las raciones de campaña y
todos almorzaron donde pudieron, sentados en las escaleras del garaje o
apoyados en la carrocería de los vehículos. Las Hospitalarias dieron de comer a
los heridos en el Rhino médico y se reunieron con los demás.
El relevo llegó
alrededor de las tres. Al principio, los ruidos de la tormenta y el repiqueteo
de la lluvia ahogaban todo sonido del exterior, pero poco a poco comenzó a
escucharse un sordo rumor que nada tenía que ver con los truenos. Poco después,
los vigías dieron el aviso: un gigantesco aerotransporte Valkyria se acercaba a
Shantuor Ledeesme. La aeronave efectuó un aterrizaje vertical en el enorme patio
despejado que había frente al garaje, y poco después de que los motores se
detuvieran y las hélices dejaran de girar, la puerta trasera se abrió
extendiendo hasta el suelo una rampa descendente.
Mathias se acercó
a recibir a la comitiva, flanqueado por Alara y Mikael. Tras él caminaban el
teniente Travis, el Auditor Hoffman, el padre Bruno y el tecnosacerdote Crane.
Alara mantenía la mirada fija en la rampa del Valkyria, y observó con interés
al grupo que descendió por ella.
El primero era un
hombre alto que aparentaba unos treinta y cinco años estándar, cuyo negro
cabello, peinado hacia tras, resaltaba las entradas que tenía a ambos lados de
la frente. A su izquierda iba un hombre moreno de aspecto rudo cuyo uniforme lo
delataba como teniente de la Guardia Imperial, y a su derecha un viejo
sacerdote de cabellos grises y barbas raídas. Tras aquellos tres individuos
bajaron dos chicas jóvenes que no podían ser más diferentes: una de ellas iba
vestida apenas mejor que una pandillera de colmena, tenía los brazos llenos de
electrotatuajes y llevaba el pelo corto y teñido de azul. La otra era una joven
de belleza delicada que vestía una recatada y elegante túnica de Adepta y
llevaba una tabla de datos en las manos. La única concesión a la extravagancia
en todo su aspecto era la placa de metal que llevaba implantada en la frente,
medio oculta tras un mechón de sedoso cabello rubio. Finalmente, detrás de las
dos mujeres, descendieron los dos individuos más extraños e inquietantes del
grupo. Por la diestra bajaba un Adeptus Mechanicus que impresionaba por su
inhumanidad. Su rostro, si es que aún poseía uno, estaba totalmente oculto tras
una máscara de metal que constaba de un respirador con vocoamplificador
incorporado, tres ojos biónicos, y varios cables que desaparecían bajo su
túnica roja y que Alara no pudo identificar. Sus manos también eran biónicas, o
bien estaban recubiertas de implantes, y su espalda se encorvaba ligeramente
bajo el peso de seis mecadendritos. Junto a él, a la siniestra, caminaba con
parsimonia un hombre de aspecto perturbador. Era alto y muy delgado, casi
esquelético, de cabeza calva y rostro curtido. Aparentaba estar a mediados de
la cuarentena. La palidez casi espectral de su piel y el extraño tono violeta
de sus ojos lo delataba como un nacido en el Vacío, pero eran el báculo que
portaba y los glifos de protección tatuados en sus manos lo realmente perturbador:
eran los atributos que lo delataban como un psíquico imperial.
Mathias sonrió a
los recién llegados y abrió los brazos en un gesto de cordialidad.
-¡Por fin habéis
llegado! ¡Bienvenidos!-.
Por el tono de su
voz, Alara comprendió que los conocía. El líder del grupo le estrechó la mano y
le devolvió la sonrisa.
-¿Cómo estás,
Trandor? ¡Menuda te ha caído aquí!-.
-Nada que no
hayamos podido manejar, Kyrion- respondió Mathias, cortés, y se giró hacia sus
acompañantes.- Os presento a Melacton Kyrion, Interrogador al servicio de Lord
Crisagon-.
Acto seguido,
presentó a Hoffman, a Bruno y al resto de sus compañeros, y siguió nombrando a
los integrantes de la nueva comitiva:
-Éstos son el predicador
Milos Tarell, el teniente Karstein de la Guardia Imperial, las Adeptas Reik y
Aberlindt, el tecnomago Corban Wyllard, y Dymas Molocai, psíquico imperial-.
Todos saludaron,
unos con más cortesía que otros. Reik, la chica del pelo azul, parecía casi
aburrida. El padre Tarell tenía la nariz arrugada, como si estuviera chupando
un limón. En cuanto al rostro del tecnomago Wyllard, si es que aquella máscara
inexpresiva podía llamarse rostro, era totalmente inescrutable, pero aceptó con
solemnidad la respetuosa inclinación de Ophirus Crane hizo ante él, y pronto
los dos se separaron del resto para charlar en una jerigonza incomprensible. El
teniente Karstein se puso a departir con Travis casi en el acto. En cuanto al
Interrogador Kyrion, hizo ademán de acercarse a Mathias, pero alguien se le
adelantó: la joven rubia, que esbozó una sonrisa de alegría y corrió a los
brazos del Legado.
Alara, que se
había limitado a guardar silencio y observar con desconfianza al psíquico, se
llevó una sorpresa descomunal cuando vio que la chica extendía los brazos hacia
Mathias y que él le devolvía el abrazo. Por un instante, se quedó tan atónita
que ni siquiera pudo pensar. De inmediato recompuso la máscara de
inexpresividad de su cara, pero no pudo hacer nada para evitar que algo
semejante a un aguijón envenenado se le clavara en el corazón. Mathias estrechó
entre sus brazos a la chica y luego se giró hacia Alara con una sonrisa
deslumbrante.
-¡Cuánto me alegro
de que os conozcáis por fin!- dijo con alegría.- Alara, te presento a mi amiga
Phoebe Aberlindt-.