A fe y fuego

A fe y fuego

martes, 16 de junio de 2015

Capítulo 13



A.D. 834M40. Randor Augusta (Kerbos), Sistema Kerbos, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.


Las manos de Mathias aferran con fuerza la bolsa gris donde se agrupan sus escasas pertenencias. Una brisa templada remueve los mechones de cabello color arena que le caen sobre la frente. Se ajusta sus gafas sin montura sobre el puente de la nariz y parpadea mientras las enormes puertas de hierro forjado se cierran ante él. Está fuera de la Schola Progenium.
Tras graduarse con altas calificaciones, ha conseguido una de las codiciadas becas para estudiar en el Collegia Imperialis de Kerbos: una de las pocas maneras que existen en el Imperio de convertirse en erudito sin necesidad de ingresar en el Adeptus Mechanicus. Mathias tiene claro que no desea un destino centrado en la carrera militar, como la Guardia Imperial, tampoco siente especial inclinación por formar parte de la Eclesiarquía, y según sus preceptores le falta frialdad y le sobra compasión para entrar a formar parte de las filas de la Inquisición. Sólo le quedaban el Adeptus Arbites y el Administratum, y ha decidido inclinar su carrera hacia esta última salida: la más tranquila, la más inofensiva, la que más oportunidades le da de seguir estudiando. Hoy, de la Schola Progenium se dirigirá directamente a la residencia del Collegia.
Pero antes tiene que hacer algo. En lugar de dirigirse a la parada del transporte público que pasa cada veinte minutos, Mathias se dirige al edificio de Administración de la Schola. Cuando entra, una Adepta de mediana edad, cabello cano y ropas tan grises como el entorno levanta la cabeza.
-¿Sí?- pregunta en tono aburrido.
Mathias esboza la mejor de sus sonrisas, confiando en parecer encantador. Seguro de sí mismo como sólo puede estarlo un joven de diecisiete años, ebrio de ambiciones y con un brillante futuro.
-Buenas tardes- dice.- Quisiera pedirle un favor. Hay una amiga muy querida que no veo desde hace años y que se ha graduado recientemente en la sección femenina de la Schola. Quisiera saber a qué destino la han asignado, para poder encontrarme de nuevo con ella y saludarla-.
La expresión de la mujer pierde indiferencia y se torna recelosa.
-¿Es usted familiar de esa alumna?- ladra.
-Consanguíneamente, no- admite Mathias, que sabe que si miente lo siguiente que hará la mujer será pedirle la documentación y caer en cuenta inmediatamente de su embuste.- Pero en nuestra infancia estábamos muy unidos, como si fuéramos hermanos, y quisiera volver a verla-.
Su dulce sonrisa podría enternecer a una roca. Por desgracia, la Adepta está hecha de una sustancia todavía más dura.
-Lo siento, pero los expedientes de los progénitos son confidenciales. No estoy autorizada a enseñar el expediente de un alumno a nadie que no sea familiar directo suyo-.
La sonrisa de Mathias vacila por un instante.
-No le pido que me lo enseñe- insiste.- Sólo quiero saber qué carrera profesional le han asignado. Yo le doy el nombre, usted me dice el destino, y…
-He dicho que no- le interrumpe la mujer, ceñuda.- ¿Está sordo, joven? ¿No me ha oído?-.
Una nube de preocupación nubla los ojos de Mathias. La deslumbrante sonrisa se marchita como una frágil rosa bajo la primera nevada del invierno. Su tono de voz pasa de seguro a suplicante.
-Por favor, se lo ruego. ¡Hágame el favor! ¡Necesito encontrarla! ¡He esperado muchos años para volver a verla, tiene que ayudarme! ¡Sólo quiero saber dónde está! Se llama Alara Farlane…
-Lo siento, jovencito- dice la mujer, aunque su rostro no expresa lástima alguna, tal vez porque ya está curtida tras cientos de peticiones como esa o tal vez porque su corazón ha acabado volviéndose tan gris como el entorno que la rodea.- Si no es usted familiar, o me trae un permiso escrito y firmado por el Arzobispado, o no podré ayudarle. Y ahora, si me disculpa, tengo trabajo-.
Dicho esto, se da media vuelta y comienza a revisar los expedientes de una estantería evitando ostentosamente mirar a Mathias. El joven siente una oleada de furia y desesperación.
-¡Que la disformidad te lleve, vieja arpía!- espeta con la voz llena de odio, y acto seguido sale a paso ligero de la oficina sin hacer caso de la voz indignada de la Adepta que resuena a su espalda. Avanza a trompicones hacia la parada de transporte, se deja caer en uno de los asientos y se cubre la cara con las manos, ocultando las lágrimas que comienzan a rodarle por las mejillas.



A.D. 844M40. Karlorn (Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.




Cuando Mathias y Alara llegaron al hotel, Mikael, Valeria y Octavia los estaban esperando en el vestíbulo.
-Ya era hora- dijo Valeria.- Un poco más tarde y no nos habría dado tiempo a dejar los equipajes en nuestras habitaciones antes de la cena-.
-No pasa nada- dijo Mathias.- Es seguida lo resuelvo-.
Habló con la mujer que había en el mostrador de recepción y volvió poco después con tres llaves en las manos.
-He reservado tres habitaciones. Dos dobles y una individual-.
-¿Cómo nos distribuimos?- quiso saber Octavia.
-La individual es para Mikael- contestó Mathias, entregándole la llave al asesino.- Una de las dobles es para Valeria y para ti- dijo dándole la otra a Octavia.- Y en la otra dormiremos juntos Alara y yo-.
Alara enrojeció azorada, pero sus dos amigas la miraron con una sonrisa cómplice sin asomo de reproche, y Mikael permaneció completamente indiferente, al menos en apariencia.
-Vamos a dejar los equipajes y nos reunimos aquí abajo en diez minutos- dijo Mathias.
Los cuatro subieron al segundo piso. La habitación de Alara y Mathias era más grande que una celda del Sororitas, pero más pequeña que los aposentos del Ordo Xenos, y estaba provista de todas las comodidades propias de un buen hotel imperial, incluidas una holopantalla plana y una bañera de buen tamaño. Tras dejar los equipajes, los cinco se reunieron en la planta baja, y siguiendo las recomendaciones de la recepcionista fueron a cenar a un pequeño y acogedor restaurante de las proximidades. Todos estaban cansados después del viaje, de modo que comieron con frugalidad, hablaron poco y se fueron temprano a la cama.



Al día siguiente, Alara despertó sumida en una sensación maravillosa: la sensación de estar entre los brazos de Mathias. Hasta donde su memoria alcanzaba, Alara jamás había dormido acompañada, exceptuando los días en que Mathias y ella estuvieron confinados en el centro de refugiados de Galvan. Pero en aquella ocasión eran dos niños que se aferraban el uno al otro dándose calor y consuelo, sabiéndose solos en el mundo. En cambio, en el hotel Alara y Mathias durmieron abrazados como hombre y mujer, sumidos en un sueño reparador, sereno y feliz.
Cuando Alara abrió los ojos, la luz del día entraba ya por la ventana, y Mathias aún dormía. Alara se arrodilló para rezar sus oraciones matutinas y luego regresó al lado de Mathias para despertale con un beso. Al sentir el roce de los labios de Alara, Mathias abrió los ojos, sonrió y la atrajo hacia sí para besarla de nuevo. Aquella mañana llegaron tarde al desayuno, pero a Alara no le importó tener que comer a toda prisa para terminar a tiempo. Estaba demasiado feliz.
A lo largo de aquel día, los cinco pasearon por las calles del centro de la ciudad, entraron en un centro comercial y comieron en un restaurante. Alara y Valeria aprendieron a desenvolverse con entre los comerciantes, a manejar el dinero con soltura y a charlar despreocupadamente caminando entre la multitud. Al principio fue extraño; en medio de tanta gente, sin hábito ni servoarmadura, Alara casi se sentía desnuda. Pero poco a poco volvieron a ella los recuerdos de su antigua vida en Galvan. Recordando el comportamiento de su madre y el suyo propio fue capaz de adaptarse hasta que el personaje que había adoptado dejó de resultarse extraño y se convirtió en algo reconfortante, como volver a calzarse un par de zapatillas viejas. El segundo día ya habían perdido gran parte de la vergüenza y eran capaces de actuar con cierta naturalidad.
El tercer día, la víspera de su partida de Karlorn, llegó el turno de los barrios bajos. Por sugerencia de Octavia, Alara cambió de atuendo y se enfundó unos ceñidos pantalones negros de tejido sintético, botas de cuero y una chaqueta del mismo material, adornada con cadenas y de aspecto ajado. Con polvos blancos en la cara, los labios de un rojo subido y los ojos ahumados en negro, metió la pistola láser en el interior de su bolso y se observó en el espejo antes de salir; seguía viéndose rara, pero al menos en aquella ocasión parecía siniestra y peligrosa. Cuando salió del aseo, Mathias la miró con los ojos como platos.
Alara encontró el ambiente de clase baja mucho más extraño y hostil, pero por lo menos allí era capaz de infundir cierto respeto para que la dejaran en paz. En los lugares donde abundaban la delincuencia y la pobreza, las personas enseguida aprendían a reconocer y evitar a la gente peligrosa, y la mayoría de los menesteriosos presentían con el instinto de los supervivientes que Alara lo era. Comieron en la taberna más limpia que encontraron -un agujero oscuro y cochambroso comparado con los restaurantes de clase media-, ya que Valeria alertó de las altas posibilidades de contraer una intoxicación alimentaria si comían en alguno de los peores tugurios o en uno de los mugrientos puestos de comida callejera, y cuando cayó la noche Mathias anunció que terminarían el día yendo a un bar.
-¿Otro?- se quejó Alara.- ¿No tuvimos ya bastante el primer día?-.
-Allí sólo estuviste tú- repuso Mathias.- Pero no Octavia, ni Valeria. Además, he investigado, y os llevaré a uno de los menos conflictivos-.
Condujeron el vehículo que habían alquilado hasta la zona de bares, y tras pagar a un harapiento joven de mejillas huecas y navaja al cinto -la única forma, según explicó Mathias, de encontrar el vehículo intacto cuando volvieran- se dirigieron a un local a través de cuya puerta emergían una música estruendosa y luces vibrantes de color púrpura. Según el rótulo de la entrada, se llamaba El Gusano Negro.
-Más gusanos- siseó Alara.- ¿Habrá algo en este infecto planeta que no esté relacionado con los malditos gusanos?-.
Cuando entraron en el local, se quedó atónita. Alzando la voz debido a lo alta que estaba la música, conversaban y reían jóvenes vestidos de colores oscuros. Muchos de ellos tenían el pelo de punta o teñido de colores extraños, y llevaban el cuerpo decorado con electrotatuajes y piercings a cual más extravagante. Sin embargo, para sorpresa de Alara, la gente se comportó de un modo bastante amigable; los parroquianos no se asombraban por nada, parecían reconocerles como uno de ellos y eran prestos a la confraternización y la conversación. Mathias dejó que las tres jóvenes camparan a sus anchas por el local para familiarizarse con el ambiente. Alara se sentó en la barra, y recordando sud esastrosa experiencia con el licor de frutas, pidió un refresco gaseoso. El barman se lo sirvió sin hacer comentario alguno y ella tomó un sorbo, disfrutando de la sensación de picor que le provocaban las burbujas en la lengua. Aquellas bebidas eran dulces, refrescantes y tenían una ventaja: puesto que solían mezclarse con las bebidas alcohólicas más fuertes para suavizar su sabor, nadie que viera su vaso podría deducir que en realidad no estaba tomando alcohol. A su lado, apoyados en la barra, dos clientes charlaban entre ellos.
-Eso es echarle huevos, Riggs- dijo uno de ellos, un sujeto de unos treinta años con cabello ensortijado y un tupido bigote que descendía por las comisuras de los labios hasta rozarle la barbilla.- Yo no me atrevería a currar de lo tuyo, tal y como están las cosas-.
-De algo hay que vivir, ¿no?- replicó el tal Riggs, tomando un sorbo de su jarra de bebida.- Además, ya no hay tanto peligro; el monzón se nos está echando encima y esos hijos de puta de los Sanguijuelas ya deben estar plegando por final de temporada. Y de todos modos, Mack y yo llevaremos las escopetas. Que se atrevan a intentar asaltarnos si tienen pelotas-.
-Dicen que son unos bestias- insistió su amigo.- A la mínima resistencia los cabrones le vuelan la cabeza a los hombres… y ni te quiero contar lo que le hacen a las mozas-.
Riggs se encogió de hombros.
-Yo no viajo con mozas. Y, la verdad, más que los Sanguijuelas lo que me preocupa es la puta lluvia. Como me pille un torrente en la carretera de montaña lo menos que me puede pasar es quedarme encallado en el barro, y de allí a ver quién coño me saca…
-Disculpad- interrumpió Alara amablemente.- No he podido evitar oír vuestra conversación. ¿Puedo preguntaros algo?-.
Los dos hombres se giraron para mirar a Alara. La observaron de arriba abajo, y debió gustarles lo que veían, porque el llamado Riggs sonrió. Era más joven que su compañero, más o menos de la edad de Alara, tenía el cabello oscuro y grasiento a la altura de los hombros, semejante a una versión desaliñada y sin flequillo del peinado de las Sororitas, y la sombra oscura de una barba de varios días.
-Claro, guapa- dijo.- Pregunta-.
Alara esbozó una leve sonrisa, lo bastante amplia como para ser amigable pero no tanto como para considerarse coqueta.
-Veréis, unos amigos y yo estamos de viaje y tenemos previsto dirigirnos a Gemdall. Me ha llamado la atención lo que habéis dicho. ¿Qué son los Sanguijuelas, y por qué son peligrosos?-.
Los dos la miraron con extrañeza.
-Tú no eres de por aquí, ¿verdad?- le preguntó el del bigote.
-No- respondió Alara.- Soy de Prelux Magna-.
-Je, de Prelux… ya decía yo que te notaba acento de capital. Pues sí que habéis escogido un mal momento para viajar, ¿no, guapa? Por cierto, ¿cómo te llamas?-.
-Larya- respondió Alara. Se parecía a su verdadero nombre lo suficiente como para que si alguno de sus amigos la llamaba pareciera el mismo entre la confusión de voces y música.
-Bien, Larya; yo soy Jeff y este es mi colega, Riggs. No sé cuántos seréis pero más vale que os andéis con cuidado; ya te habrás enterado de que los condes acaban de firmar la paz después de esa guerra de la hostia que han tenido…
-A cualquier cosa llamas tú guerra- le dijo Riggs, desdeñoso.- Cuatro leches mal contadas que se han dado, y siempre por lo mismo: el puto carbón-.
-Llámalo como te salga de los huevos. El caso es que ahora que se ha terminado las bandas de mercenarios se han quedado sin curro y al parecer muchos de ellos se han unido a bandas de ladrones. Los Sanguijuelas no son los únicos que campan por ahí; hay muchos sueltos, y todos son un hatajo de hijos de puta. Se dedican a asaltar a los camioneros, los transportistas y cualquiera que tenga pinta de tener pasta-.
-Son capaces de degollar a su madre por un puñado de tronos- añadió Riggs.- Y… mira, no es por acojonarte, pero a las mujeres antes de matarlas las violan. Yo que tú me andaría con mucho cuidado-.
“Si intentan asaltarnos a nosotros, se llevarán una buena sorpresa”, pensó Alara.
-Me sorprende que los Arbitradores no les hayan echado el guante- dijo.
-No te creas que no lo han intentado- repuso Riggs.- Pero no hay manera de averiguar dónde se ocultan los muy cabrones. Dicen que viven en los bosques, pero no creo que se queden allí durante el monzón, a no ser que quieran que los ahogue un torrente o se los zampe un dinovermo-.
-A mí casi me caza uno una vez; por poco lo no cuento- apuntó Jeff.
Riggs puso los ojos en blanco.
-Pero seguro que ahora te lo va a contar. Se lo cuenta a todo el mundo-.
-¡Como para no contarlo!- dijo Jeff, visiblemente más animado.- Iba yo de caza con mi primo, y de pronto nos salió uno de la tierra. Y bien grande era el cabrón, ¿eh? Dos metros de ancho por lo menos, el hijoputa. Nos quedamos paralizados de miedo, y suerte que tuvimos, porque si llegamos a echar a correr el jodido nos habría pillado- hizo un gesto cerrando la mano.- Como pajaritos, ¡chas, chas! En esto que va y se me ocurrió la idea de coger unos cartuchos de las escopeta y tirarlos hacia el otro lado; al oírlos caer, el bicho se giró y fue para allá, y esa es la que aprovechamos mi primo y yo para subirnos cagando leches a un árbol que teníamos cerca. Y ahí nos tuvimos que quedar casi tres horas, hasta que el puto dinovermo se hubo marchado-.
-En realidad se marchó a los diez minutos- dijo Riggs, sarcástico.- Pero él y su primo no fueron capaces de bajar de las ramas hasta que se les descongelaron las pelotas-.
Jeff le dio un codazo.
-Habría que ver lo que hubieras hecho tú, mamón-.
Riggs se rió, pero luego volvió a mirar a Alara con lo que parecía auténtica preocupación.
-En serio, Larya, ve con cuidado. Yo cojo el camión porque no tengo más remedio; de alguna manera tengo que pagar las facturas. Pero nunca viajo tranquilo; hasta ahora no me he topado con esos desgraciados, pero el día en que lo haga lo más seguro es que no pueda contarlo. Ni se os ocurra saliros de las autovías principales, y no paréis a ningún autoestopista ni a nadie que os pida ayuda, aunque parezca que está solo-.
-Se lo diré a mis amigos- dijo Alara.- Aunque, ¿por qué tanta precaución? Nosotros no llevamos nada de valor, no somos comerciantes-.
-No siempre lo hacen para robar- le advirtió Riggs.- A veces una tía buena tira tanto como el dinero, ya me entiendes. ¿Vais más chicas en el viaje, aparte de ti?-.
-Sí-.
-Pues eso, nena; que te andes con cuidado-.
Alara volvió a sonreír.
-Gracias por el consejo, chicos. Invito yo- sacó varias monedas de la cartera y se las tendió al barman.- Voy a buscar a mis amigas y les cuento lo que me habéis dicho. Un placer-.
Riggs le hizo un gesto amistoso con la mano.
-Eh, si quieres te las puedes traer aquí y se lo cuento yo- añadió Jeff, pero Alara ya se había escabullido entre la multitud.



La intención de Alara era reunir a sus amigos para revelarles lo que había averiguado, pero mientras iba a buscar a Octavia y Valeria, tuvo un encuentro inesperado. Junto a los billares, sentados frente a unas toscas mesas de metal, hacía varios chicos con pinta de pandilleros, vestidos con ropa de cuero negro. Alara casi dio un respingo al reconocer a dos de ellos: ¡eran los mismos del tiroteo a la salida del bar, el primer día que había llegado! El que ella recordaba como el jefe miró en su dirección, pero no dio muestras de haberla reconocido. Aún así, Alara no se fiaba; aquel sujeto podía haber disimulado, igual que ella.
“Razón de más para reunir a los otros y marcharnos en seguida”.
Por fortuna, Octavia y Valeria se habían reunido con Mathias y Mikael junto a la barra y estaban hablando con ellos. Alara se acercó, sorteando como podía a la gente que llenaba el local, y casi había llegado a su altura cuando alguien le cortó el paso.
-Hola, guapa- dijo una voz pastosa por el alcohol.
Alara levantó la mirada. Frente a ella había un hombre de unos treinta años, corpulento, de cabello ralo y una sonrisa levemente burlona en la cara. Parecía estar achicando los ojos para poder mirarla; era evidente que estaba borracho.
“Ah, no. No pienso soportar a este idiota”.
-Apártate de mi camino- ordenó, apartándolo con la mano para pasar.
El borracho la cogió del brazo y la atrajo hacia sí con brusquedad.
-Pero no te vayasss tan deprisssa, guapa- dijo, acercando su cara a la de ella mientras la cogía por la cintura.- Dime cómo te llamasss…
Alara se desasió del y le propinó un violento empujón que hizo golpearse contra la barra. Las personas que había alrededor se quedaron mirando. Mathias y los demás repararon en la situación.
-Pero, ¿qué haces?- preguntó Mathias, consternado.
-Me estaba importunando- dijo Alara con voz seca. Se acercó al grupo y comenzó a hablar con rapidez.- Escuchad, he hablado antes con unos chicos…
Mientras hablaba, el borracho se enderezó, trastabillando, y avanzó hacia Alara a grandes zancadas, apartando a la gente que tenía delante. Su cara, ya enrojecida por el alcohol, se había puesto casi morada de furia.
-¿Cómo te atrevesss?- graznó, indignado.- ¡Puta de mierda! ¡Zorra!...
Alara estaba preparada para frenarlo en seco de un puñetazo, pero de repente algo oscuro se movió delante de ella y el hombre cayó al suelo lanzando un alarido. Se llevó las manos a la cara; la sangre manaba de su nariz rota y se le escurría entre los dedos. Alara se giró, sorprendida, y vio a Mathias de pie, todavía con el puño cerrado.
-Si vuelves a hablarle así te reviento la cabeza de una patada- dijo el joven con voz glacial, y luego se giró hacia el resto del grupo.- Vámonos de aquí, será lo mejor-.
Nadie se opuso, ni siquiera Mikael, que miraba al borracho sollozante del suelo con una media sonrisa en la cara. Cuando salieron del local, Alara se sintió aliviada al notar en la cara el frescor nocturno.
-Gracias- le dijo a Mathias mientras caminaban hacia el coche.- Pero hubiera podido con él-.
-Ya sé que hubieras podido con él- replicó él mientras se sacaba las llaves del bolsillo.- No se trata de eso. Se trata de que me ha tocado los huevos y me han dado ganas de partirle la cara, y punto-.
Alara y Mikael reprimieron una sonrisa. Mathias puso en marcha el vehículo y tomó el camino de vuelta al hotel. Alara relató a sus compañeros lo que había averiguado en su conversación con Jeff y Riggs, hasta que al cabo de diez minutos Mikael levantó una mano para pedirle silencio y tocó a Mathias en el hombro.
-Nos siguen- observó.
-¿Quiénes?- inquirió Mathias sin volver la cabeza.
-Justo detrás, a una manzana de distancia. El coche rojo. Nos lleva siguiendo de lejos desde poco después de que saliéramos del bar-.
-¿Estás seguro?-.
-Comprobémoslo- dijo el asesino.- Gira a la izquierda en la siguiente calle-.
Mathias giró. Quince segundos más tarde, el coche rojo dobló la esquina detrás de ellos.
-Creo que tienes razón- gruñó.- Mierda, ¿qué hacemos? No podemos volver al hotel-.
-Déjamelos a mí- dijo Mikael.- Gira en aquella esquina, para, y luego da la vuelta completa a la manzana-.
Nada más girar la esquina, Mikael abrió la portezuela, se bajó de un salto y se escurrió entre dos vehículos aparcados. Octavia alargó la mano para cerrar y Mathias siguió conduciendo. Cuando salieron a la avenida por la que habían llegado, Alara se dio cuenta de que ya no los seguía ningún coche.
-Creo que Mikael los ha atrapado- dijo.- Ya no nos siguen-.
Mathias dio la vuelta, volvió a girar por la misma calle de antes, y se dirigió a la esquina tras la cual había bajado Mikael. Un par de decenas de metros más adelante, estaba aparcado el coche rojo.
-Valeria, Octavia, sacad las armas y quedaos vigilando- ordenó Mathias.- Alara, conmigo-.
Los dos descendieron y se acercaron al coche rojo. A medida que se acercaban, distinguieron una oscura figura en el asiento de atrás: Mikael, con una pistola láser en cada mano, apuntando a las cabezas del conductor y el copiloto, que estaban quietos como estatuas. Mathias abrió la portezuela trasera y asomó la cabeza.
-Buen trabajo- dijo sonriente.- Parece que se os ha colado un polizón, muchachos-.
Alara, por su parte, abrió la puerta del copiloto con una pistola de proyectiles en la mano. Esbozó una sonrisa burlona al reconocer a los dos Guerreros Gusano: el jefe y su cómplice.
-Vaya- dijo, apoyando el cañón del arma en la sien del copiloto- parece que al final sí me habéis reconocido. ¿Cómo lo habéis hecho?-.
El jefe le lanzó una mirada que destilaba tanto odio como nerviosismo.
-Al principio no lo hicimos- contestó con un gruñido- pero cuando os vi vapulear a aquel pobre borracho, caí en la cuenta. Pero, ¿quiénes sois, joder?-.
-Adeptus Arbites- respondió Mathias.- Se os acaba de caer el pelo, cabrones. Agentes, sacadlos del coche y cacheadlos. A la menor señal de resistencia, ejecutadlos-.
El jefe se puso lívido, pero no dijo nada. El copiloto, en cambio, empezó a gimotear.
-Yo no he hecho nada, joder. No he hecho nada…
-¿Por qué nos estabais siguiendo?- inquirió Mathias mientras Alara y Mikael hacían salir a los maleantes y los hacían apoyarse contra la carrocería con las manos en alto. Ninguno de ellos contestó.- Muy bien. Agente Larya, ejecute al copiloto-.
-¡No!- chilló el pandillero. Comenzó a hablar con la voz quebrada por el miedo.- ¡Fue idea del jefe, quería saber quiénes erais! D… decía que teníais que ser policía planetaria de paisano o una mierda de esas. No teníamos ni puta idea de que fueseis Arbitradores, os lo juro…
-¿Por qué quería tu jefe saber quiénes éramos?- le interrumpió Mathias.
El copiloto titubeó. Alara amartilló la pistola.
-¡Para poder pillaros con la guardia baja!- chilló el rufián.- Quería daros una… una lección. Por haber disparado a Jonah el otro día-.
-Muy listos- dijo Mathias con la voz teñida de un leve sarcasmo.- En aquella ocasión lo dejamos correr porque estábamos de incógnito, pero esta vez la habéis cagado. ¿Han encontrado algo, agentes?-.
Alara le mostró lo que había encontrado: una pistola de proyectiles, una navaja, unas nudilleras de metal, varios canutos de lho y cerillas. Aparte, la identificación personal del delincuente, veinte tronos en monedas y algo curioso: un colgante que el sujeto llevaba prendido del cuello, oculto bajo la chaqueta de cuero: una cadena plateada de la que colgaba una especie de ocho horizontal, semejante al símbolo del infinito.
-¿Qué es esto?- preguntó, estrechando el cañón de la pistola contra la nuca del hombre para recordarle qué pasaría si no contestaba.
-El v… v… vermívoros. El colgante de nuestra banda-.
-Si no te matan ellos te mato yo, bastardo- siseó el jefe. Mikael lo hizo callar de un empellón.
-Muy bien, metedlos en la parte de atrás- ordenó Mathias.- Yo conduciré, ustedes manténgalos encañonados. Voy a decirles a las otras agentes que nos sigan-.
Y así fue cómo Alara y los demás se dirigieron a la sede del Adeptus Arbites, en el distrito central de Karlorn, no demasiado lejos de su hotel. Una vez allí, Mathias bajó primero para hablar con el Alguacil; seguramente para mostrarle su sello inquisitorial y convencerle de que colaborase en el engaño de hacerlos pasar por Reguladores de paisano. Al cabo de un rato, varios Agentes salieron para esposar a los dos pandilleros y llevarlos a las celdas. Mathias supervisó la detención, volvió a intercambiar unas palabras con el Alguacil y se reunió con Alara y los demás en el todoterreno.
-Ya está- dijo satisfecho.- El Alguacil Harkeen me ha asegurado que los van a interrogar de inmediato. Con suerte, cantarán todo lo que saben y el resto de la banda caerá con ellos-.
-¿Y su coche?- quiso saber Valeria.
Mathias se encogió de hombros.
-Ya se harán cargo de él los arbitradores, supongo. A partir de aquí, es asunto suyo, no nuestro. Me han prometido, eso sí, que si me pongo en contacto con ellos me informarán de los resultados de la investigación-. Metió las llaves en la runa de contacto y el espíritu máquina del todoterreno despertó con un rugido.- Y ahora, a dormir. Ya hemos tenido bastantes aventuras por hoy. Mañana nos espera un largo viaje-.

2 comentarios:

  1. Me gustan bastante los preludios. Me alegro de que hayas decidido ponerlos en el mismo post que el capítulo, porque es menos confuso.

    Este no ha tenido tanta acción como el anterior, pero eso suele ser preludio de algo más gordo. Estoy deseando saber qué va a pasar ahora!

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  2. "¿Por qué nos estabais siguiendo?- inquirió Mathias mientras Alara y Mikael hacían salir a los maleantes y los hacían apoyarse contra la carrocería con las manos en alto. Ninguno de ellos contestó.- Muy bien. Agente Larya, ejecute al copiloto-."

    Mmmmm...¿cómo sabía Mathias que Alara estaba usando el nombre de Larya? Se supone que las dejó campando a sus anchas por el local...

    Y qué cansinos los tíos estos, eso sí, la pelea y el escenario te ha quedado fabulosamente ochentera, me ha recordado a esas escenas de pandilleros que la liaban en un local y el héroe los ponía en su sitio.

    <3 Mathias <3 que si no le soltaba una ostia al borracho no dormía esa noche, más rebonico él...jajaja. No ha sido un capítulo de ostias, pero es un entrante :D

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