A.D. 834M40.
Randor Augusta (Kerbos), Sistema Kerbos, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.
Las manos de
Mathias aferran con fuerza la bolsa gris donde se agrupan sus escasas
pertenencias. Una brisa templada remueve los mechones de cabello color arena
que le caen sobre la frente. Se ajusta sus gafas sin montura sobre el puente de
la nariz y parpadea mientras las enormes puertas de hierro forjado se cierran
ante él. Está fuera de la Schola Progenium.
Tras graduarse con
altas calificaciones, ha conseguido una de las codiciadas becas para estudiar
en el Collegia Imperialis de Kerbos: una de las pocas maneras que existen en el
Imperio de convertirse en erudito sin necesidad de ingresar en el Adeptus
Mechanicus. Mathias tiene claro que no desea un destino centrado en la carrera
militar, como la Guardia Imperial, tampoco siente especial inclinación por
formar parte de la Eclesiarquía, y según sus preceptores le falta frialdad y le
sobra compasión para entrar a formar parte de las filas de la Inquisición. Sólo
le quedaban el Adeptus Arbites y el Administratum, y ha decidido inclinar su
carrera hacia esta última salida: la más tranquila, la más inofensiva, la que
más oportunidades le da de seguir estudiando. Hoy, de la Schola Progenium se
dirigirá directamente a la residencia del Collegia.
Pero antes tiene
que hacer algo. En lugar de dirigirse a la parada del transporte público que
pasa cada veinte minutos, Mathias se dirige al edificio de Administración de la
Schola. Cuando entra, una Adepta de mediana edad, cabello cano y ropas tan
grises como el entorno levanta la cabeza.
-¿Sí?- pregunta en
tono aburrido.
Mathias esboza la
mejor de sus sonrisas, confiando en parecer encantador. Seguro de sí mismo como
sólo puede estarlo un joven de diecisiete años, ebrio de ambiciones y con un
brillante futuro.
-Buenas tardes-
dice.- Quisiera pedirle un favor. Hay una amiga muy querida que no veo desde
hace años y que se ha graduado recientemente en la sección femenina de la
Schola. Quisiera saber a qué destino la han asignado, para poder encontrarme de
nuevo con ella y saludarla-.
La expresión de la
mujer pierde indiferencia y se torna recelosa.
-¿Es usted
familiar de esa alumna?- ladra.
-Consanguíneamente,
no- admite Mathias, que sabe que si miente lo siguiente que hará la mujer será
pedirle la documentación y caer en cuenta inmediatamente de su embuste.- Pero
en nuestra infancia estábamos muy unidos, como si fuéramos hermanos, y quisiera
volver a verla-.
Su dulce sonrisa
podría enternecer a una roca. Por desgracia, la Adepta está hecha de una
sustancia todavía más dura.
-Lo siento, pero
los expedientes de los progénitos son confidenciales. No estoy autorizada a
enseñar el expediente de un alumno a nadie que no sea familiar directo suyo-.
La sonrisa de
Mathias vacila por un instante.
-No le pido que me
lo enseñe- insiste.- Sólo quiero saber qué carrera profesional le han asignado.
Yo le doy el nombre, usted me dice el destino, y…
-He dicho que no- le
interrumpe la mujer, ceñuda.- ¿Está sordo, joven? ¿No me ha oído?-.
Una nube de
preocupación nubla los ojos de Mathias. La deslumbrante sonrisa se marchita
como una frágil rosa bajo la primera nevada del invierno. Su tono de voz pasa
de seguro a suplicante.
-Por favor, se lo
ruego. ¡Hágame el favor! ¡Necesito encontrarla! ¡He esperado muchos años para
volver a verla, tiene que ayudarme! ¡Sólo quiero saber dónde está! Se llama
Alara Farlane…
-Lo siento,
jovencito- dice la mujer, aunque su rostro no expresa lástima alguna, tal vez
porque ya está curtida tras cientos de peticiones como esa o tal vez porque su
corazón ha acabado volviéndose tan gris como el entorno que la rodea.- Si no es
usted familiar, o me trae un permiso escrito y firmado por el Arzobispado, o no
podré ayudarle. Y ahora, si me disculpa, tengo trabajo-.
Dicho esto, se da
media vuelta y comienza a revisar los expedientes de una estantería evitando
ostentosamente mirar a Mathias. El joven siente una oleada de furia y
desesperación.
-¡Que la disformidad
te lleve, vieja arpía!- espeta con la voz llena de odio, y acto seguido sale a
paso ligero de la oficina sin hacer caso de la voz indignada de la Adepta que
resuena a su espalda. Avanza a trompicones hacia la parada de transporte, se
deja caer en uno de los asientos y se cubre la cara con las manos, ocultando
las lágrimas que comienzan a rodarle por las mejillas.
A.D. 844M40. Karlorn
(Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.
Cuando Mathias y Alara llegaron al hotel, Mikael, Valeria y Octavia
los estaban esperando en el vestíbulo.
-Ya era hora- dijo
Valeria.- Un poco más tarde y no nos habría dado tiempo a dejar los equipajes
en nuestras habitaciones antes de la cena-.
-No pasa nada-
dijo Mathias.- Es seguida lo resuelvo-.
Habló con la mujer
que había en el mostrador de recepción y volvió poco después con tres llaves en
las manos.
-He reservado tres
habitaciones. Dos dobles y una individual-.
-¿Cómo nos
distribuimos?- quiso saber Octavia.
-La individual es
para Mikael- contestó Mathias, entregándole la llave al asesino.- Una de las
dobles es para Valeria y para ti- dijo dándole la otra a Octavia.- Y en la otra
dormiremos juntos Alara y yo-.
Alara enrojeció
azorada, pero sus dos amigas la miraron con una sonrisa cómplice sin asomo de
reproche, y Mikael permaneció completamente indiferente, al menos en
apariencia.
-Vamos a dejar los
equipajes y nos reunimos aquí abajo en diez minutos- dijo Mathias.
Los cuatro
subieron al segundo piso. La habitación de Alara y Mathias era más grande
que una celda del Sororitas, pero más pequeña que los aposentos del Ordo Xenos, y estaba provista de todas las comodidades propias de un buen hotel imperial, incluidas una holopantalla plana y una bañera de buen tamaño. Tras dejar los
equipajes, los cinco se reunieron en la planta baja, y siguiendo las recomendaciones de la recepcionista fueron a cenar a un pequeño
y acogedor restaurante de las proximidades. Todos estaban cansados después del
viaje, de modo que comieron con frugalidad, hablaron poco y se fueron temprano
a la cama.
Al día siguiente,
Alara despertó sumida en una sensación
maravillosa: la sensación de estar entre los brazos de Mathias. Hasta donde su
memoria alcanzaba, Alara jamás había dormido acompañada, exceptuando los días
en que Mathias y ella estuvieron confinados en el centro de refugiados de
Galvan. Pero en aquella ocasión eran dos niños que se aferraban el uno al otro
dándose calor y consuelo, sabiéndose solos en el mundo. En cambio, en el hotel Alara y Mathias durmieron abrazados como hombre y
mujer, sumidos en un sueño reparador, sereno y feliz.
Cuando Alara abrió los ojos, la luz del día entraba ya por la ventana, y Mathias aún dormía. Alara se arrodilló para rezar sus oraciones matutinas y luego regresó al lado de Mathias para despertale con un beso. Al sentir el roce
de los labios de Alara, Mathias abrió los ojos, sonrió y la atrajo hacia sí para besarla de nuevo. Aquella mañana
llegaron tarde al desayuno, pero a Alara no le importó tener que comer a toda
prisa para terminar a tiempo. Estaba demasiado feliz.
A lo
largo de aquel día, los cinco pasearon por las calles del centro de la ciudad, entraron
en un centro comercial y comieron en un restaurante. Alara y Valeria
aprendieron a desenvolverse con entre los comerciantes, a manejar
el dinero con soltura y a charlar despreocupadamente caminando entre la
multitud. Al principio fue extraño; en medio de tanta gente, sin hábito ni
servoarmadura, Alara casi se sentía desnuda. Pero poco a poco volvieron a ella
los recuerdos de su antigua vida en Galvan. Recordando el comportamiento de su
madre y el suyo propio fue capaz de adaptarse hasta que el personaje que había
adoptado dejó de resultarse extraño y se convirtió en algo reconfortante, como
volver a calzarse un par de zapatillas viejas. El segundo día ya habían perdido gran parte de la vergüenza y eran capaces de actuar con cierta naturalidad.
El tercer día, la
víspera de su partida de Karlorn, llegó el turno de los barrios bajos. Por sugerencia de Octavia, Alara cambió de atuendo y se
enfundó unos ceñidos pantalones negros de tejido sintético, botas de cuero y una chaqueta del mismo material, adornada con cadenas y de aspecto ajado. Con polvos blancos en la cara, los labios
de un rojo subido y los ojos ahumados en negro, metió la pistola láser en el
interior de su bolso y se observó en el espejo antes de salir; seguía viéndose rara, pero al menos en aquella ocasión parecía
siniestra y peligrosa. Cuando salió del aseo, Mathias la miró con los ojos
como platos.
Alara encontró el ambiente de clase baja mucho más extraño y hostil, pero por lo menos allí era
capaz de infundir cierto respeto para que la dejaran en paz. En los lugares
donde abundaban la delincuencia y la pobreza, las personas enseguida aprendían
a reconocer y evitar a la gente peligrosa, y la mayoría de los menesteriosos presentían con el instinto de los supervivientes que Alara lo era. Comieron en la
taberna más limpia que encontraron -un agujero oscuro y cochambroso comparado
con los restaurantes de clase media-, ya que Valeria alertó de las
altas posibilidades de contraer una intoxicación alimentaria si comían en
alguno de los peores tugurios o en uno de los mugrientos puestos de comida
callejera, y cuando cayó la noche Mathias anunció que terminarían el día yendo
a un bar.
-¿Otro?- se quejó
Alara.- ¿No tuvimos ya bastante el primer día?-.
-Allí sólo
estuviste tú- repuso Mathias.- Pero no Octavia, ni Valeria. Además, he
investigado, y os llevaré a uno de los menos conflictivos-.
Condujeron el
vehículo que habían alquilado hasta la zona de bares, y tras pagar a un
harapiento joven de mejillas huecas y navaja al cinto -la única forma, según
explicó Mathias, de encontrar el vehículo intacto cuando volvieran- se
dirigieron a un local a través de cuya puerta emergían una música estruendosa y
luces vibrantes de color púrpura. Según el rótulo de la entrada, se llamaba El
Gusano Negro.
-Más gusanos-
siseó Alara.- ¿Habrá algo en este infecto planeta que no esté
relacionado con los malditos gusanos?-.
Cuando entraron en
el local, se quedó atónita. Alzando la voz debido a lo alta que estaba la
música, conversaban y reían jóvenes vestidos de colores oscuros. Muchos de
ellos tenían el pelo de punta o teñido de colores extraños, y llevaban el
cuerpo decorado con electrotatuajes y piercings a cual más extravagante. Sin embargo,
para sorpresa de Alara, la gente se comportó de un modo bastante amigable; los
parroquianos no se asombraban por nada, parecían reconocerles como uno de ellos
y eran prestos a la confraternización y la conversación. Mathias dejó que las
tres jóvenes camparan a sus anchas por el local para familiarizarse con el
ambiente. Alara se sentó en la barra, y recordando sud esastrosa experiencia con el licor de frutas, pidió un refresco gaseoso. El barman se lo sirvió sin hacer
comentario alguno y ella tomó un sorbo, disfrutando de la sensación de
picor que le provocaban las burbujas en la lengua. Aquellas bebidas eran
dulces, refrescantes y tenían una ventaja: puesto que solían mezclarse con las
bebidas alcohólicas más fuertes para suavizar su sabor, nadie que viera su vaso
podría deducir que en realidad no estaba tomando alcohol. A su lado, apoyados en la barra, dos
clientes charlaban entre ellos.
-Eso es echarle
huevos, Riggs- dijo uno de ellos, un sujeto de unos treinta años con cabello
ensortijado y un tupido bigote que descendía por las comisuras de los labios
hasta rozarle la barbilla.- Yo no me atrevería a currar de lo tuyo, tal y como
están las cosas-.
-De algo hay que
vivir, ¿no?- replicó el tal Riggs, tomando un sorbo de su jarra de bebida.-
Además, ya no hay tanto peligro; el monzón se nos está echando encima y esos
hijos de puta de los Sanguijuelas ya deben estar plegando por final de
temporada. Y de todos modos, Mack y yo llevaremos las escopetas. Que se atrevan
a intentar asaltarnos si tienen pelotas-.
-Dicen que son
unos bestias- insistió su amigo.- A la mínima resistencia los cabrones le
vuelan la cabeza a los hombres… y ni te quiero contar lo que le hacen a las
mozas-.
Riggs se encogió
de hombros.
-Yo no viajo con
mozas. Y, la verdad, más que los Sanguijuelas lo que me preocupa es la puta
lluvia. Como me pille un torrente en la carretera de montaña lo menos que me
puede pasar es quedarme encallado en el barro, y de allí a ver quién coño me
saca…
-Disculpad-
interrumpió Alara amablemente.- No he podido evitar oír vuestra conversación.
¿Puedo preguntaros algo?-.
Los dos hombres se
giraron para mirar a Alara. La observaron de arriba abajo, y debió gustarles lo
que veían, porque el llamado Riggs sonrió. Era más joven que su compañero, más
o menos de la edad de Alara, tenía el cabello oscuro y grasiento a la altura de
los hombros, semejante a una versión desaliñada y sin flequillo del peinado de
las Sororitas, y la sombra oscura de una barba de varios días.
-Claro, guapa-
dijo.- Pregunta-.
Alara esbozó una
leve sonrisa, lo bastante amplia como para ser amigable pero no tanto como para
considerarse coqueta.
-Veréis, unos
amigos y yo estamos de viaje y tenemos previsto dirigirnos a Gemdall. Me ha
llamado la atención lo que habéis dicho. ¿Qué son los Sanguijuelas, y por qué
son peligrosos?-.
Los dos la miraron
con extrañeza.
-Tú no eres de por
aquí, ¿verdad?- le preguntó el del bigote.
-No- respondió
Alara.- Soy de Prelux Magna-.
-Je, de Prelux… ya
decía yo que te notaba acento de capital. Pues sí que habéis escogido un mal
momento para viajar, ¿no, guapa? Por cierto, ¿cómo te llamas?-.
-Larya- respondió
Alara. Se parecía a su verdadero nombre lo suficiente como para que si alguno
de sus amigos la llamaba pareciera el mismo entre la confusión de voces y
música.
-Bien, Larya; yo
soy Jeff y este es mi colega, Riggs. No sé cuántos seréis pero más vale que os
andéis con cuidado; ya te habrás enterado de que los condes acaban de firmar la
paz después de esa guerra de la hostia que han tenido…
-A cualquier cosa
llamas tú guerra- le dijo Riggs, desdeñoso.- Cuatro leches mal contadas que se
han dado, y siempre por lo mismo: el puto carbón-.
-Llámalo como te
salga de los huevos. El caso es que ahora que se ha terminado las bandas de
mercenarios se han quedado sin curro y al parecer muchos de ellos se han unido
a bandas de ladrones. Los Sanguijuelas no son los únicos que campan por ahí;
hay muchos sueltos, y todos son un hatajo de hijos de puta. Se dedican a
asaltar a los camioneros, los transportistas y cualquiera que tenga pinta de
tener pasta-.
-Son capaces de
degollar a su madre por un puñado de tronos- añadió Riggs.- Y… mira, no es por
acojonarte, pero a las mujeres antes de matarlas las violan. Yo que tú me
andaría con mucho cuidado-.
“Si intentan
asaltarnos a nosotros, se llevarán una buena sorpresa”, pensó Alara.
-Me sorprende que
los Arbitradores no les hayan echado el guante- dijo.
-No te creas que
no lo han intentado- repuso Riggs.- Pero no hay manera de averiguar dónde se
ocultan los muy cabrones. Dicen que viven en los bosques, pero no creo que se
queden allí durante el monzón, a no ser que quieran que los ahogue un torrente
o se los zampe un dinovermo-.
-A mí casi me caza
uno una vez; por poco lo no cuento- apuntó Jeff.
Riggs puso los
ojos en blanco.
-Pero seguro que
ahora te lo va a contar. Se lo cuenta a todo el mundo-.
-¡Como para no
contarlo!- dijo Jeff, visiblemente más animado.- Iba yo de caza con mi primo, y
de pronto nos salió uno de la tierra. Y bien grande era el cabrón, ¿eh? Dos metros
de ancho por lo menos, el hijoputa. Nos quedamos paralizados de miedo, y suerte
que tuvimos, porque si llegamos a echar a correr el jodido nos habría pillado-
hizo un gesto cerrando la mano.- Como pajaritos, ¡chas, chas! En esto que va y
se me ocurrió la idea de coger unos cartuchos de las escopeta y tirarlos hacia
el otro lado; al oírlos caer, el bicho se giró y fue para allá, y esa es la que
aprovechamos mi primo y yo para subirnos cagando leches a un árbol que teníamos
cerca. Y ahí nos tuvimos que quedar casi tres horas, hasta que el puto
dinovermo se hubo marchado-.
-En realidad se
marchó a los diez minutos- dijo Riggs, sarcástico.- Pero él y su primo no
fueron capaces de bajar de las ramas hasta que se les descongelaron las
pelotas-.
Jeff le dio un
codazo.
-Habría que ver lo
que hubieras hecho tú, mamón-.
Riggs se rió, pero
luego volvió a mirar a Alara con lo que parecía auténtica preocupación.
-En serio, Larya,
ve con cuidado. Yo cojo el camión porque no tengo más remedio; de alguna manera
tengo que pagar las facturas. Pero nunca viajo tranquilo; hasta ahora no me he
topado con esos desgraciados, pero el día en que lo haga lo más seguro es que
no pueda contarlo. Ni se os ocurra saliros de las autovías principales, y no
paréis a ningún autoestopista ni a nadie que os pida ayuda, aunque parezca que
está solo-.
-Se lo diré a mis
amigos- dijo Alara.- Aunque, ¿por qué tanta precaución? Nosotros no llevamos
nada de valor, no somos comerciantes-.
-No siempre lo
hacen para robar- le advirtió Riggs.- A veces una tía buena tira tanto como el
dinero, ya me entiendes. ¿Vais más chicas en el viaje, aparte de ti?-.
-Sí-.
-Pues eso, nena;
que te andes con cuidado-.
Alara volvió a
sonreír.
-Gracias por el
consejo, chicos. Invito yo- sacó varias monedas de la cartera y se las tendió
al barman.- Voy a buscar a mis amigas y les cuento lo que me habéis dicho. Un
placer-.
Riggs le hizo un
gesto amistoso con la mano.
-Eh, si quieres te
las puedes traer aquí y se lo cuento yo- añadió Jeff, pero Alara ya se había
escabullido entre la multitud.
La intención de
Alara era reunir a sus amigos para revelarles lo que había averiguado, pero
mientras iba a buscar a Octavia y Valeria, tuvo un encuentro inesperado. Junto
a los billares, sentados frente a unas toscas mesas de metal, hacía varios
chicos con pinta de pandilleros, vestidos con ropa de cuero negro. Alara casi
dio un respingo al reconocer a dos de ellos: ¡eran los mismos del tiroteo a la
salida del bar, el primer día que había llegado! El que ella recordaba como el
jefe miró en su dirección, pero no dio muestras de haberla reconocido. Aún así,
Alara no se fiaba; aquel sujeto podía haber disimulado, igual que ella.
“Razón de más para
reunir a los otros y marcharnos en seguida”.
Por fortuna,
Octavia y Valeria se habían reunido con Mathias y Mikael junto a la barra y
estaban hablando con ellos. Alara se acercó, sorteando como podía a la gente
que llenaba el local, y casi había llegado a su altura cuando alguien le cortó
el paso.
-Hola, guapa- dijo
una voz pastosa por el alcohol.
Alara levantó la
mirada. Frente a ella había un hombre de unos treinta años, corpulento, de
cabello ralo y una sonrisa levemente burlona en la cara. Parecía estar
achicando los ojos para poder mirarla; era evidente que estaba borracho.
“Ah, no. No pienso
soportar a este idiota”.
-Apártate de mi
camino- ordenó, apartándolo con la mano para pasar.
El borracho la
cogió del brazo y la atrajo hacia sí con brusquedad.
-Pero no te
vayasss tan deprisssa, guapa- dijo, acercando su cara a la de ella mientras la
cogía por la cintura.- Dime cómo te llamasss…
Alara se desasió
del y le propinó un violento empujón que hizo golpearse contra la barra. Las
personas que había alrededor se quedaron mirando. Mathias y los demás repararon
en la situación.
-Pero, ¿qué
haces?- preguntó Mathias, consternado.
-Me estaba
importunando- dijo Alara con voz seca. Se acercó al grupo y comenzó a hablar
con rapidez.- Escuchad, he hablado antes con unos chicos…
Mientras hablaba,
el borracho se enderezó, trastabillando, y avanzó hacia Alara a grandes
zancadas, apartando a la gente que tenía delante. Su cara, ya enrojecida por el
alcohol, se había puesto casi morada de furia.
-¿Cómo te atrevesss?-
graznó, indignado.- ¡Puta de mierda! ¡Zorra!...
Alara estaba
preparada para frenarlo en seco de un puñetazo, pero de repente algo oscuro se movió delante de ella y el hombre cayó al suelo lanzando un
alarido. Se llevó las manos a la cara; la sangre manaba de su nariz rota y se
le escurría entre los dedos. Alara se giró, sorprendida, y vio a Mathias de
pie, todavía con el puño cerrado.
-Si vuelves a
hablarle así te reviento la cabeza de una patada- dijo el joven con voz
glacial, y luego se giró hacia el resto del grupo.- Vámonos de aquí, será lo
mejor-.
Nadie se opuso, ni
siquiera Mikael, que miraba al borracho sollozante del suelo con una media
sonrisa en la cara. Cuando salieron del local, Alara se sintió aliviada al
notar en la cara el frescor nocturno.
-Gracias- le dijo
a Mathias mientras caminaban hacia el coche.- Pero hubiera podido con él-.
-Ya sé que
hubieras podido con él- replicó él mientras se sacaba las llaves del bolsillo.-
No se trata de eso. Se trata de que me ha tocado los huevos y me han dado ganas
de partirle la cara, y punto-.
Alara y Mikael
reprimieron una sonrisa. Mathias puso en marcha el vehículo y tomó el camino de
vuelta al hotel. Alara relató a sus compañeros lo que había averiguado en su
conversación con Jeff y Riggs, hasta que al cabo de diez minutos Mikael levantó
una mano para pedirle silencio y tocó a Mathias en el hombro.
-Nos siguen-
observó.
-¿Quiénes?-
inquirió Mathias sin volver la cabeza.
-Justo detrás, a
una manzana de distancia. El coche rojo. Nos lleva siguiendo de lejos desde
poco después de que saliéramos del bar-.
-¿Estás seguro?-.
-Comprobémoslo- dijo
el asesino.- Gira a la izquierda en la siguiente calle-.
Mathias giró.
Quince segundos más tarde, el coche rojo dobló la esquina detrás de ellos.
-Creo que tienes
razón- gruñó.- Mierda, ¿qué hacemos? No podemos volver al hotel-.
-Déjamelos a mí-
dijo Mikael.- Gira en aquella esquina, para, y luego da la vuelta completa a la
manzana-.
Nada más girar la
esquina, Mikael abrió la portezuela, se bajó de un salto y se escurrió entre
dos vehículos aparcados. Octavia alargó la mano para cerrar y Mathias siguió conduciendo.
Cuando salieron a la avenida por la que habían llegado, Alara se dio cuenta de
que ya no los seguía ningún coche.
-Creo que Mikael
los ha atrapado- dijo.- Ya no nos siguen-.
Mathias dio la
vuelta, volvió a girar por la misma calle de antes, y se dirigió a la esquina
tras la cual había bajado Mikael. Un par de decenas de metros más adelante,
estaba aparcado el coche rojo.
-Valeria, Octavia,
sacad las armas y quedaos vigilando- ordenó Mathias.- Alara, conmigo-.
Los dos
descendieron y se acercaron al coche rojo. A medida que se acercaban,
distinguieron una oscura figura en el asiento de atrás: Mikael, con una pistola
láser en cada mano, apuntando a las cabezas del conductor y el copiloto, que
estaban quietos como estatuas. Mathias abrió la portezuela trasera y asomó la
cabeza.
-Buen trabajo-
dijo sonriente.- Parece que se os ha colado un polizón, muchachos-.
Alara, por su
parte, abrió la puerta del copiloto con una pistola de proyectiles en la mano.
Esbozó una sonrisa burlona al reconocer a los dos Guerreros Gusano: el jefe y
su cómplice.
-Vaya- dijo,
apoyando el cañón del arma en la sien del copiloto- parece que al final sí me
habéis reconocido. ¿Cómo lo habéis hecho?-.
El jefe le lanzó
una mirada que destilaba tanto odio como nerviosismo.
-Al principio no
lo hicimos- contestó con un gruñido- pero cuando os vi vapulear a aquel pobre
borracho, caí en la cuenta. Pero, ¿quiénes sois, joder?-.
-Adeptus Arbites-
respondió Mathias.- Se os acaba de caer el pelo, cabrones. Agentes, sacadlos
del coche y cacheadlos. A la menor señal de resistencia, ejecutadlos-.
El jefe se puso
lívido, pero no dijo nada. El copiloto, en cambio, empezó a gimotear.
-Yo no he hecho
nada, joder. No he hecho nada…
-¿Por qué nos
estabais siguiendo?- inquirió Mathias mientras Alara y Mikael hacían salir a
los maleantes y los hacían apoyarse contra la carrocería con las manos en alto.
Ninguno de ellos contestó.- Muy bien. Agente Larya, ejecute al copiloto-.
-¡No!- chilló el
pandillero. Comenzó a hablar con la voz quebrada por el miedo.- ¡Fue idea del
jefe, quería saber quiénes erais! D… decía que teníais que ser policía
planetaria de paisano o una mierda de esas. No teníamos ni puta idea de que
fueseis Arbitradores, os lo juro…
-¿Por qué quería
tu jefe saber quiénes éramos?- le interrumpió Mathias.
El copiloto
titubeó. Alara amartilló la pistola.
-¡Para poder
pillaros con la guardia baja!- chilló el rufián.- Quería daros una… una
lección. Por haber disparado a Jonah el otro día-.
-Muy listos- dijo
Mathias con la voz teñida de un leve sarcasmo.- En aquella ocasión lo dejamos
correr porque estábamos de incógnito, pero esta vez la habéis cagado. ¿Han
encontrado algo, agentes?-.
Alara le mostró lo
que había encontrado: una pistola de proyectiles, una navaja, unas nudilleras
de metal, varios canutos de lho y cerillas. Aparte, la identificación personal
del delincuente, veinte tronos en monedas y algo curioso: un colgante que el
sujeto llevaba prendido del cuello, oculto bajo la chaqueta de cuero: una
cadena plateada de la que colgaba una especie de ocho horizontal, semejante al
símbolo del infinito.
-¿Qué es esto?-
preguntó, estrechando el cañón de la pistola contra la nuca del hombre para
recordarle qué pasaría si no contestaba.
-El v… v… vermívoros.
El colgante de nuestra banda-.
-Si no te matan
ellos te mato yo, bastardo- siseó el jefe. Mikael lo hizo callar de un
empellón.
-Muy bien,
metedlos en la parte de atrás- ordenó Mathias.- Yo conduciré, ustedes
manténgalos encañonados. Voy a decirles a las otras agentes que nos sigan-.
Y así fue cómo Alara
y los demás se dirigieron a la sede del Adeptus Arbites, en el distrito central
de Karlorn, no demasiado lejos de su hotel. Una vez allí, Mathias bajó primero
para hablar con el Alguacil; seguramente para mostrarle su sello inquisitorial
y convencerle de que colaborase en el engaño de hacerlos pasar por Reguladores
de paisano. Al cabo de un rato, varios Agentes salieron para esposar a los dos
pandilleros y llevarlos a las celdas. Mathias supervisó la detención, volvió a
intercambiar unas palabras con el Alguacil y se reunió con Alara y los demás en
el todoterreno.
-Ya está- dijo
satisfecho.- El Alguacil Harkeen me ha asegurado que los van a interrogar de
inmediato. Con suerte, cantarán todo lo que saben y el resto de la banda caerá
con ellos-.
-¿Y su coche?-
quiso saber Valeria.
Mathias se encogió
de hombros.
-Ya se harán cargo
de él los arbitradores, supongo. A partir de aquí, es asunto suyo, no nuestro.
Me han prometido, eso sí, que si me pongo en contacto con ellos me informarán
de los resultados de la investigación-. Metió las llaves en la runa de contacto
y el espíritu máquina del todoterreno despertó con un rugido.- Y ahora, a
dormir. Ya hemos tenido bastantes aventuras por hoy. Mañana nos espera un largo
viaje-.
Me gustan bastante los preludios. Me alegro de que hayas decidido ponerlos en el mismo post que el capítulo, porque es menos confuso.
ResponderEliminarEste no ha tenido tanta acción como el anterior, pero eso suele ser preludio de algo más gordo. Estoy deseando saber qué va a pasar ahora!
"¿Por qué nos estabais siguiendo?- inquirió Mathias mientras Alara y Mikael hacían salir a los maleantes y los hacían apoyarse contra la carrocería con las manos en alto. Ninguno de ellos contestó.- Muy bien. Agente Larya, ejecute al copiloto-."
ResponderEliminarMmmmm...¿cómo sabía Mathias que Alara estaba usando el nombre de Larya? Se supone que las dejó campando a sus anchas por el local...
Y qué cansinos los tíos estos, eso sí, la pelea y el escenario te ha quedado fabulosamente ochentera, me ha recordado a esas escenas de pandilleros que la liaban en un local y el héroe los ponía en su sitio.
<3 Mathias <3 que si no le soltaba una ostia al borracho no dormía esa noche, más rebonico él...jajaja. No ha sido un capítulo de ostias, pero es un entrante :D