A fe y fuego

A fe y fuego

domingo, 10 de enero de 2016

Capítulo 27



A.D. 834M40. Randor Augusta (Kerbos), Sistema Kerbos, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.


-¿Cuál es vuestro mayor deseo?-.
Alara observa intimidada a la hermana Patience, la Dialogante que instruye y evalúa a las novicias. Ni ella ni ninguna de sus compañeras, todas ellas adolescentes “con el pelo recién cortado” -como dicen las veteranas- se atreven a ser las primeras en contestar.
-No hace falta que contestéis- dice la hermana Patience, como si les hubiera leído el pensamiento.- Basta con que respondáis a esta pregunta en vuestro corazón. Supongo que lo primero que se os habrá ocurrido a todas es “servir al Emperador”, o no habríais postulado la solicitud para ingresar en la Hermandad y mucho menos hubierais pasado las pruebas de acceso. Pero me refiero a esos otros deseos, deseos personales, aquellos que son el remanente de las personas que fuisteis en vuestra antigua vida-.
Las novicias continúan en silencio, pero muchas expresiones han cambiado. Algunas llegan a la Schola Progenium siendo tan pequeñas que no tienen ningún recuerdo de su vida anterior. A todas las criaturas menores de cinco años que acaban bajo la tutela de la Eclesiarquía se las lleva a un centro infantil especial donde los cuidan, les dan suficiente atención para que no crezcan con taras emocionales serias y les permiten jugar como auténticos niños. Cuando cumplen los seis años los arrancan de ese cálido nido de seguridad y los arrojan a la disciplina militar de la Schola Progenium, pero aunque el cambio sea traumático, no es tan terrible como llegar allí tras ver morir a tu familia, que es lo que le ha pasado a la mayoría de los progénitos. Esta mayoría aún conserva otros deseos aparte de servir al Emperador, aunque en casi todos los casos es un deseo imposible, algo que si son afortunados sólo lograrán con la muerte; volver a ver a sus familias.
En el caso de Alara, sin embargo, existen otros deseos, casi tan intensos como la vocación se servicio al Emperador que la ha llevado a solicitar el ingreso en la Hermandad.
“Justicia”, piensa, al recordar al Rapax que mató a su hermano y a su madre. “Venganza”, vuelve a pensar al recordar la casa en llamas de los Trandor. “Volver a ver a Mathias”.
Nunca se ha desvanecido de su corazón el recuerdo del que fuera su mejor amigo. A decir verdad, piensa en él todos los días y pide por él en todas sus oraciones, pero sabe que no podrá volver a verlo, al menos por sus propios medios. Antes de licenciarse, se enteró de que el expediente de los progénitos es confidencial. Nadie le contará qué ha sido de Mathias a menos que pueda demostrar que son familia, y no es el caso. Muerta la esperanza de encontrarlo por sí misma, sólo le quedaba encomendarse al Dios Emperador, y eso es lo que ha hecho. En cuerpo y alma.
“Por favor” vuelve a rogar en silencio, como hace siempre, “si es tu voluntad, Emperador, haz que vuelva a encontrarme con Mathias”.
-Bien- dice la hermana Prudence.- Creo que ya lo habéis hecho. Ahora quiero que cojáis todos esos deseos, imposibles o no, y se los ofrezcáis al Dios Emperador. Vuestros deseos, vuestros anhelos y vuestras esperanzas desde hoy ya no os pertenecen. Ahora son suyos, como suyos son vuestra alma, vuestra voluntad, vuestra vida y vuestro corazón. Aprenderéis a aceptar con resignación la voluntad divina, coincida con la vuestra o no. Recibiréis con una bendición en los labios los dones que se os otorguen y dejaréis marchar en paz lo que no haya de llegar-.
Las palabras de la hermana Patience provocan una punzada de dolor en el corazón de Alara, pero la joven ve la verdad que esconden y las acepta. Ya no depende de ella encontrar a Mathias, ni siquiera volver a enfrentarse con las monstruosas criaturas que destruyeron su vida. Porque sus deseos, sus anhelos y sus sueños ahora son del Emperador, y será él quien guíe cada uno de los pasos que dará en la vida. Como todas las Sororitas, se somete a él en cuerpo y alma.
-Recordad- dice la hermana Patience, y recita por primera vez el Primer Precepto del Adepta Sororitas, que Alara y todas las demás novicias oirán cientos de veces durante los años que las aguardan.- No basta con servir al Emperador, ni siquiera con amarle. Habéis de cederle todo lo que tenéis, todo lo que habéis sido y todo lo que seréis. Debéis entregaros sin reservas a Su voluntad. Sólo entonces se considerará apropiado vuestro sacrificio-.



A.D .844M40. Morloss Sacra (Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.


Alara se deslizó con cuidado por el pasillo tras cerrar cuidadosamente la puerta a sus espaldas. Agarró con fuerza la pistola bólter, sintiendo cómo el frío le erizaba la piel. Era consciente de que estaba descalza y desnuda bajo el camisón que llevaba, sin blindaje alguno que la protegiera en caso de que el enemigo portara armas, pero no le importaba. No sabía quién era aquel hombre extraño y corpulento que acababa de asaltar la habitación de en frente, pero a juzgar por su pesadilla, temía que fuese un brujo. Y si era así, de nada le serviría llevar blindaje.
La puerta de la habitación estaba cerrada. Se paró a escuchar, pero no pudo oír nada. Un segundo más tarde, escuchó un golpe seco seguido de un grito lejano. A pesar de que las habitaciones del hotel estaban parcialmente insonorizadas para garantizar la intimidad de los clientes, estaba segura de que había sido allí dentro.
Actuó rápido; no tenía tiempo ni herramientas para forzar la puerta. Voló la cerradura con un disparo, abrió de una patada y penetró en la habitación con la pistola bólter en ristre. La suite estaba en penumbra, no había más luces que el débil resplandor de la mesita de noche que se colaba por el dormitorio. Aun así, Alara pudo percibir un bulto tirado junto al rincón que jadeaba y gemía. Al instante, constató que era el huésped que había abierto la puerta al intruso. Estaba inmovilizado y gravemente herido; desde luego no parecía una amenaza, de modo que la joven Sororita se concentró en seguir buscando a su enemigo. Lanzó otra patada para abrir de golpe la puerta del dormitorio, pero tampoco allí había nadie. Sin embargo, del cuarto de baño tenía la puerta abierta y la luz encendida, y en su interior se escuchaban gemidos ahogados.
El intruso, fuera quien fuese, estaba ahí.
Alara sabía que su brusca entrada en la habitación la había delatado, de modo que no se anduvo con lindezas; entró de un salto en el cuarto de baño con el dedo apoyado en el gatillo, presta a disparar a quien quiera que hubiese en el interior.
No había nadie, a excepción del bulto que gimoteaba en la bañera y que a Alara le pareció una mujer. Tuvo un instante de confusión, que se desvaneció de golpe cuando algo salió de repente tras la puerta abierta del cuarto de baño y se abalanzó sobre ella con un rugido. Aquello pilló a la joven por sorpresa, pero los largos y duros años de entrenamiento la hicieron actuar por instinto; su dedo apretó el gatillo automáticamente mientras se arrojaba a un lado y rodaba por el suelo en un esquive reflejo. Se incorporó de un salto, y captó instantáneamente tres cosas: una, que su apresurado disparo había fallado, destrozando el armario de toallas que había tras la puerta. Otra, que había una especie de mancha sanguinolenta y chorreante resbalando por la pared donde apenas un segundo antes había estado ella. La tercera, que un hombre alto y corpulento, con la piel de un extraño color cerúleo y los ojos inyectados en sangre, acababa de recuperarse de la estupefacción por su rapidez de movimientos y estaba girándose hacia ella. De sus labios negruzcos emergió una lengua amoratada y echó el cuello hacia atrás, como si se preparase para escupir algo. Pero antes de que pudiera hacerlo, Alara disparó.
El proyectil bólter impactó en el hombro izquierdo del intruso y reventó. El hombre lanzó un aullido de dolor y trastabilló unos pasos hacia atrás, mientras su sangre salpicaba la pared que tenía tras de sí, el espejo y el lavamanos del cuarto de baño, y la falda del camisón de Alara. La joven se levantó de golpe y aprovechó la ocasión para cruzar el aseo de un único salto, sabiendo que si se quedaba allí estaba atrapada.
El hombre lanzó un rugido de furia y salió tras ella. Asombrada, Alara constató que parecía más enfurecido que dañado, aunque el disparo de un bólter debería haberle arrancado el brazo de cuajo. Era evidente que su resistencia física no podía ser natural, y aquello le recordó al bandido mutado y enloquecido de Shantuor Ledeesme.
“¡Es un mutante! ¡Un mutante del Caos!”.
Se arrojó tras la cama y cayó al suelo, bajo la ventana, un instante antes de que resonara una especie de arcada viscosa. Otro pegote de baba sanguinolenta se estrelló contra los cristales. Alara se puso nerviosa al darse cuenta de que estaba atrapada; si sacaba el cuerpo para disparar, el mutante le escupiría de nuevo, pero si se quedaba allí, tarde o temprano llegaría a su altura y se abalanzaría sobre ella por sorpresa. Aunque lograra dispararle, si su sangre o sus fluidos la tocaban tal vez sería el fin.
Entonces, un grito resonó en la habitación.
-¡De la maldición de los mutantes, Emperador, líbranos!
Una ráfaga de tres disparos bólter resonó en la habitación, seguida de un estallido húmedo y un golpe seco contra el suelo. Alara asomó la cabeza y vio a Octavia de pie en el dintel de la entrada al dormitorio. Vestía tan sólo el camisón y las zapatillas, pero empuñaba en la mano la pistola bólter de Valeria.
-¿Estás bien, Alara?- preguntó.
-Sí- respondió ésta, levantándose.
El mutante estaba en el suelo, inmóvil, con el tórax reventado. Su sangre y sus tripas se había esparcido en todas direcciones. Alara miró a Octavia con ansiedad.
-¿Te ha salpicado?- preguntó.
Octavia se miró de arriba abajo.
-La piel no. Sólo me ha manchado el camisón-.
Alargando la mano, Alara encendió la luz de la habitación. Caminando con sumo cuidado para que sus pies descalzos no tocaran ninguna gota de sangre, se acercó a Octavia.
-Ese… ese maldito mutante ha infectado con algo a los huéspedes de esta habitación. Iba a por Mathias y a por mí, pero no nos encontró donde creía que estábamos-.
Octavia desvió la mirada hacia abajo. En el suelo, junto al cadáver del mutante, había una pequeña placa de datos. Frunció el ceño.
-Se trata de una especie de…de localizador. Es como si hubiera estado siguiendo un rastro hasta aquí. Al parecer, había algo en vuestra habitación que le indicaba dónde buscar, pero estos aparatos tienen un margen de error de unos pocos metros. Probablemente creyó que, si la vuestra no había nadie, teníais que estar aquí-.
-¿Un rastro?- preguntó Alara, desconcertada.- Pero, ¿qué rastro podría haber en nuestra habitación? ¿Y quién podría haber metido en ella un localizador? ¿Alguien el hotel?-.
-No tiene sentido- dijo Octavia, frunciendo el ceño.- Si sabían dónde dormíais, ¿por qué no entrar directamente? No lo entiendo…
De pronto, a Alara la recorrió un escalofrío. Siguiendo una corazonada, cogió del suelo un zapato y lo usó para bajarle al mutante el cuello del jersey sin tocarlo.
-Lo sabía- susurró.
En el pecho del intruso pendía un colgante con el símbolo del vermívoros, idéntico a los que Mathias había requisado a los Guerreros Gusano de Karlorn. Que en aquel momento estaban guardados en la maleta, dentro de su habitación.
-¡Es esto!- exclamó Alara con voz ahogada.- ¡Son los colgantes! ¡Seguro que están hechizados con algún tipo de poder psíquico! ¡Los Guerreros Gusano no sólo eran pandilleros; eran miembros del Movimiento Libertador! ¡Y nosotros nos llevamos sus collares!-.
Tiró el zapato a un lado y se apartó del cadáver. Los gemidos lastimeros que resonaban en el cuarto de baño y en la sala de estar reclamaron su atención y la de Octavia.
-¿Qué hacemos?- preguntó Alara en un susurró.- ¿Qué les ha sucedido?-.
-No estoy segura- respondió Octavia, tragando saliva.- ¿Es un veneno o una enfermedad?-.
Alara pensó durante un momento.
-En mi sueño, la sangre de Mathias se agitaba como si estuviera viva. Creo que se trata de algún tipo de virus, o de bacteria. Una enfermedad producto del Caos-.
-En ese caso, es muy contagiosa- siseó Octavia.- Típico de Nurgle: atacar por medio de la enfermedad y la putrefacción-.
Alara sintió que se atragantaba.
-¿No será… no será la Plaga?- preguntó espantada.
La Plaga de Nurgle era una maldición legendaria, un secreto inquisitorial que sin embargo era conocido por el Adepta Sororitas, pues en numerosas ocasiones había tenido que enfrentarse a él. Se trataba de una enfermedad que mutaba poco a poco a los seres humanos, sumiéndolos en la agonía y la degeneración, cuya única cura era la muerte; si no se ejecutaba a los infectados, éstos acababan sucumbiendo a la enfermedad, y cuando lo hacían perdían su alma para siempre, puesto que renacían en la Disformidad como demonios de Nurgle.
-No parecen los síntomas de la Plaga- respondió Octavia.- He visto al huésped de la entrada. Está agonizando de dolor. La Plaga no es tan paralizante hasta su fase final, y antes de ello provoca numerosas mutaciones en el cuerpo de la víctima. Esto es otra cosa-.
-En mi sueño, era como si Mathias se volviera loco de dolor- recordó Alara.- De pronto ponía cara de demente y me atacaba-.
-En ese caso, no podemos arriesgarnos- dijo Octavia con firmeza.- No sabemos qué síntomas causará esta enfermedad. Por nuestra seguridad y la de ellos, el protocolo establece que les administremos la Misericordia del Emperador-.
Alara asintió con la cabeza. Mientras Octavia hacía lo propio con el huésped de la salita, se encaminó al cuarto de baño y llegó hasta la mujer, que seguía gimiendo dentro de la bañera. Parecía ida por completo, y su rostro traslucía una terrible agonía. De su garganta brotaban de vez en cuando débiles palabras.
-Duele… duele… duele…
Alara le apuntó a la cabeza con la pistola bólter y puso fin a su dolor. Luego salió al vestíbulo, donde Octavia había ejecutado también al otro huésped infectado. La Dialogante, que parecía triste y afectada, la miró con preocupación.
-¡Tenemos que quitarnos esta ropa cuanto antes!- dijo.- ¡Tienes salpicaduras de sangre en el camisón, y yo también! ¡Si el fluido nos toca la piel, sabe el Emperador lo que podría pasarnos!-.
Alara asintió, pero al salir de la habitación recordó algo.
-Queda otro- dijo.
Octavia la siguió hasta la esquina del pasillo. Al fondo, junto a las escaleras, había un cuerpo tirado en el suelo que bloqueaba la puerta de uno de los ascensores. Alara sintió una horrenda sensación de irrealidad y pesadilla al comprender que, aunque había salvado a Mathias, no había podido salvar a la otra víctima de su sueño: el hombre que tan amablemente los había saludado antes de marchar. Al acercarse a él, lo vio igual que en la pesadilla, aunque todavía vivo: los ojos, la nariz y las orejas sangrantes, la piel pálida y las facciones retorciéndose en una mueca de infame dolor. Sus pupilas dilatadas miraban al infinito, pero de algún modo Alara sintió que la estaban observando directamente a ella. El hombre lanzó un doliente gemido.
-El… Emperador… no ayuda… al que madruga… -balbuceó con una voz débil que era casi como un sollozo.
Los ojos de Alara se llenaron de lágrimas cuando encañonó al malogrado viajero.
-Ve con el Emperador, hermano- musitó, y apretó el gatillo.
A toda pisa, Alara y Octavia regresaron a la habitación que ésta compartía con Valeria. Junto a la puerta estaba Mikael, vestido con un pijama negro y armado con su rifle láser. Los disparos del bólter de Alara debían de haberlo alertado. Hizo ademán de acercarse a ellas.
-¿Todo en orden, hermanas?-.
-¡Quieto!- le exigió Octavia.- ¡No te muevas y no toques nada! ¡Un mutante del Caos ha infectado a tres personas de esta planta! ¡Hay salpicaduras de sangre y cualquier fluido corporal podría ser altamente contagioso! Alara, quítate el camisón ahora mismo; los dejaremos aquí y los quemaremos en cuanto podamos.
Alara asintió. Con sumo cuidado, Octavia y ella se desprendieron de los camisones y los tiraron al suelo. Completamente desnudas, pasaron ante un Mikael de ojos desorbitados.
-¿Se puede saber qué estás mirando?- le espetó Alara mientras abría la puerta.- ¡Vigila el pasillo, podrían llegar más! ¡Y que nadie salga de sus habitaciones!-.
Cuando abrieron la puerta, se encontraron a Mathias y Valeria junto a la cama con sendas pistolas láser en la mano. Al igual que Mikael, Mathias las miró con el rostro desencajado por la sorpresa.
-¡Valeria, ven aquí!- exclamó Octavia, ignorándole.- ¡Un mutante del Caos portador de una especie de enfermedad nos ha salpicado con su sangre al cargárnoslo! ¡Creo que no nos ha tocado la piel, pero nos ha manchado los camisones!-.
Valeria se puso en pie de un salto.
-¡A la ducha!- ordenó.- ¡Ahora mismo! ¡No os mojéis hasta que no os frote con el desinfectante!-.
Las tres Sororitas desaparecieron en el interior del baño, dejando a dos hombres atónitos y mudos a sus espaldas.



Alara se limpió escrupulosamente siguiendo al detalle las instrucciones de Valeria. Temía en verdad cometer algún error y desplomarse de repente en el suelo como los malhadados huéspedes infectados. Sin embargo, todo fue bien, y Octavia y ella salieron de la ducha sin incidentes.
-Vale- dijo Valeria, secándose una delgada capa de sudor de la frente.- Nos hemos librado. Si la sintomatología aparece de manera tan rápida, es evidente que estáis limpias. Por lo que me habéis contado, la enfermedad se contagia cuando los fluidos infectados entran en contacto con las mucosas corporales. Eso significa que mientras no alcance ojos, nariz, boca o genitales, todo debería estar bien. En teoría-.
Alara se envolvió con una toalla y salió a la habitación, seguida de sus hermanas. En aquel momento se le congeló la sangre al escuchar un disparo. Presa del pánico, se dio cuenta de que la puerta estaba entreabierta y Mathias no se encontraba allí.
-¡NO!- gritó con súbito terror.
¿Habían llegado más mutantes? ¿Habrían infectado a Mathias de todos modos? Presa del pánico, se arrojó a coger una de las pistolas bólter y corrió al exterior con el arma amartillada.
Cuando salió, se dio cuenta de que todo había terminado. Había seis hombres en el suelo, junto a la esquina del pasillo. Un vistazo le bastó para darse cuenta de que Mathias y Mikael estaban bien, aunque Mikael parecía estar herido en el brazo.
-¿Qué ha pasado?- exclamó Alara.
-Hijos de puta- replicó Mikael, rematando con el rifle láser a uno de los caídos, que aún se movía.- Debían ser la escolta del mutante. Han aparecido de repente; supongo que al darse cuenta de que el gordo no volvía. Por fortuna, los hemos oído llegar y los hemos emboscado-.
-¡Oh, Mathias, te dije que no salieras!- lo regañó Alara, aliviada.- ¡Podría haberte ocurrido algo!-.
-¿Qué querías, que dejara solo a Mikael contra seis?- inquirió Mathias, girándose hacia ella.- ¡Joder!- exclamó.
Alara lo miró confusa hasta que se dio cuenta de que el asesino volvía a mirarla con los ojos muy abiertos, y advirtió que se le había caído la toalla que llevaba en torno al cuerpo.
-Maldita sea- masculló. Rápidamente cruzó el pasillo para meterse en su habitación y ponerse algo de ropa encima.
-Pero, ¿quieres dejar de mirarla?- oyó exclamar a Mathias a sus espaldas con voz colérica.
Un par de puertas resonaron al abrirse.
-¿Qué ha pasado?- preguntó alguien.
-¡Aaah!- chilló una voz de mujer.-¡Henrik, hay muertos en el pasillo!-.
-¡Un tiroteo!- exclamó la voz alarmada de un hombre mayor.- ¡Terroristas!-.
Mientras Alara se ponía la ropa interior, oyó una breve ráfaga de disparos.
-¡Pues sí, terrorista, y estoy muy loco!- oyó gritar a Mikael.- ¡Al primero que vuelva a salir de su habitación le vuelo la puta cabeza!-.
Se oyeron exclamaciones de horror y el sonido de varias puertas cerrándose de inmediato.
Alara se abrochó los pantalones, se puso una camiseta y salió al exterior.
-¡Rápido!- exclamó.- ¡Tenemos que organizarnos! ¡Mikael, te quedas de guardia con Valeria! ¡Mathias, tú y Octavia conmigo! ¡Debemos avisar al responsable del hotel y contactar con el Adeptus Arbites! ¡Hay que poner el edificio en cuarentena!-.
Descendieron de inmediato por el ascensor vacío, puesto que el otro seguía bloqueado por el cadáver del viajero. Para cuando llegaron a la recepción, Mathias estaba recompuesto y listo para hacerse cargo de la situación. Se acercó al sorprendido recepcionista, que parecía desbordado por varias llamadas histéricas de huéspedes asustados. Al ver acercarse a un hombre y dos mujeres armadas, se le demudó el rostro, hasta que Mathias sacó su insignia de Investigador Legado.
-Inquisición Imperial- dijo con voz autoritaria.- Deténgase ahí. ¿Quién está al mando?-.
Al oír la palabra “Inquisición”, el recepcionista se puso blanco como el papel.
-El g… g… gerente- balbuceó.
-Hágalo llamar. ¡De inmediato! ¡Y avise a los guardias jurado; que no dejen entrar ni salir a nadie!-.
Alara y Octavia se posicionaron junto a la entrada principal mientras Mathias descolgaba el vocófono y marcaba el número del Adeptus Arbites.
-Soy el Legado Inquisitorial Mathias Trandor. ¡Sí, de la Inquisición! ¡Ha habido un ataque bioterrorista en el hotel Tres Hermanas! ¡Necesitamos una patrulla aquí cuanto antes para que coordinen el aislamiento y la cuarentena del hotel! ¡Y denle traslado al Adeptus Medicae!-.
Apenas colgó, el recepcionista regresó con el gerente, un hombre enjuto de bigote engominado que llevaba un par de implantes de datos en ambas sienes.
-Soy Jenn Dyrk, el gerente del Tres Hermanas- dijo, caminando hacia Mathias.- ¿En qué podemos servir a la Inquisición?-.
-Ha tenido lugar un ataque bioterrorista en la sexta planta- respondió el joven, mostrando su insignia.- El Adeptus Arbites ya está informado. Necesitamos que aísle cuanto antes todas las habitaciones del sexto piso, exceptuando las seiscientos ocho, seiscientos nueve y seiscientos diez. ¿Me ha entendido? ¿Puede hacerlo?-.
-Sí… sí… -dijo el gerente, mirando la insignia con un respeto rayano en el temor. Se acercó al cogitador central de la recepción, introdujo su tarjeta y un código.
-Todos los huéspedes van a quedar encerrados- advirtió.
-Esa es la idea- dijo Mathias.
Mientras los miraba actuar, Alara oyó que Octavia le hablaba en voz baja.
-Hay algo que no entiendo- murmuró.
-¿De qué se trata?-.
-Los colgantes de los pandilleros. Se los requisamos en Karlorn, lo cual significa que ya los llevábamos con nosotros en Gemdall, incluso en Shantuor Ledeesme. ¿Por qué los terroristas han esperado hasta ahora para atacarnos?-.
-Tienes razón… -susurró Alara. Pero tras pensar unos instantes, cayó en la cuenta.- Porque no los habíamos usado. Pero Mikael y tú os los pusisteis al ir a ver al anticuario de Romwall. Y día y medio después partimos hacia Morloss.
El rostro de Octavia se iluminó con un destello de comprensión.
-¡Es cierto! Pero entonces… eso significa… maldita sea, son talismanes de comunicación. Estoy segura. Quien los lleve, estará en contacto con el psíquico que estableció la conexión. Lo cual quiere decir… Hum, si los Guerreros Gusano eran parte del Movimiento Libertador, entonces seguro que los terroristas supieron de inmediato que los habían capturado. Probablemente estuvieran pendientes de los vermívoros, por si acaso aquellos que hubieran escapado avisaban de que estaban bien. Y entonces nos los pusimos, y con ello activamos la conexión-.
Alara sintió un escalofrío.
-Entonces, ¿saben de nuestra misión?- preguntó.- ¿Saben quiénes somos?-.
-No creo que sepan demasiado- respondió la Dialogante tras pensárselo.- La telepatía es un poder invasivo, y puede ser percibido por la mente espiada. Si rozaron nuestras mentes, tuvo que ser con suma cautela. Desde luego no averiguaron nuestros nombres, o habrían ido directamente a nuestras habitaciones en lugar de usar el dispositivo psico-localizador. Pero creo que escucharon lo suficiente como para saber que éramos agentes de la Inquisición y estábamos investigando el remanente del culto vermisionario. Lo suficiente peligrosos como para enviar un comando a quitarnos de en medio. Y como los colgantes los portaban un hombre y una mujer, eso era lo que buscaban los bioterroristas: un hombre y una mujer. Sólo que los colgantes estaban en la habitación que compartís Mathias y tú-.
Alara asintió en silencio. Por fin lo veía todo claro. Sintió un escalofrío al darse cuenta de que habían estado viajando todo el tiempo con dos instrumentos telepáticos creados por brujos del Caos, sin ni siquiera saberlo. Si no hubiera tenido aquella extraña pesadilla…
Un sonido de sirenas en el exterior interrumpió sus pensamientos. Habían llegado los Arbitradores. Alara vio un Represor aparcado junto a la puerta del hotel, mientras sendos coches de la Policía Urbana se cruzaban a ambos extremos de la calle bloqueándola para que nadie pudiera pasar. Varios agentes uniformados del Arbites descendieron del vehículo, y Alara salió del hotel para recibirlos.
-¿Agentes? Vengan conmigo, por favor-.
El que portaba la insignia de sargento se encaró con ella.
-¿Quién es usted?- exigió.
Ella mostró su tarjeta de identificación.
-Hermana Alara del Adepta Sororitas. Estoy aquí en misión inquisitorial. Hemos sufrido un atentado-.
-Sargento Derek Gaskill- se presentó el Arbitrador. Pero no pudo decir nada más, porque en ese instante comenzaron las explosiones.
Primero fue un rumor lejano, como el retumbar de un trueno. Pero pronto comenzaron a sonar cada vez más, seguidos, hasta que el temblor se volvió demasiado intenso y continuado para que se tratase de un trueno. Alara distinguió la cadencia de varias explosiones concatenadas que cada vez se acercaban más. Las últimas resonaron tan cerca del hotel que los cristales de las ventanas retumbaron.
-¿Qué ha sido eso?- exclamó Gaskill. Rápidamente regresó al Represor y activó el pequeño altar de comunicaciones que había en la cabina, de modo que Alara pudo escuchar sus palabras.- Central, al habla el Sargento Gaskill, número de identificación ocho, seis, nueve, cuatro, uno, siete; ¿qué está pasando? Hemos oído explosiones... ¿Cómo...? Sí, gracias-.
-¿Qué ha pasado?- exigió Alara cuando vio que el sargento colgaba el comunicador.
-Al parecer, estamos sufriendo una oleada de atentados- respondió Gaskill con la voz llena de tensión contenida.- Hemos recibido alertas por explosiones de coches bomba en gran parte de la ciudad. También hay avisos por al menos veinte atentados que han ocurrido casi simultáneamente hará unos cinco minutos en algunas iglesias y estaciones de transporte público. La información es muy confusa, pero al parecer es algún tipo de ataque bioterrorista...
-... perpetrado por hombres de aspecto enfermizo protegidos por una escolta de pistoleros, ¿verdad?- lo interrumpió Alara.- La gente cae al suelo en estado de shock sangrando por todos los orificios faciales-.
A pesar de que Gaskill seguía portando el casco reflectante reglamentario del Adeptus Arbites, Alara percibió el asombro en su expresión corporal.
-Porque es el mismo ataque que hemos sufrido nosotros- respondió ella.- Aunque el nuestro ha sido hace más de quince minutos...
Un estallido de comprensión súbita le dejó de repente muda, helada e inmóvil.
“No hemos sido los únicos, sólo los primeros... pretendían dejarnos fuera de combate antes de que comenzara lo que quiera que está pasando... ¿Y qué está pasando?”. Las respuestas comenzaron a combinarse entre sí como las piezas de un rompecabezas. “Las Señales de Padre... El Movimiento Libertador... el Ordo Hereticus en alerta, las palabras de Syrio Dryas: “Creemos que están preparando algo. Una acción armada de gran calibre, tal vez un ataque terrorista importante”. Mi teoría acerca de un líder común, un ataque coordinado. Atacar Morloss... pero, ¿por qué Morloss? ¿No sería más lógico crear el pánico en Prelux Magna? ¿Y de qué les serviría? Esto no son unas cuántas bombas para matar Arbitradores, es un atentado simultáneo a gran escala con explosivos y bioterroristas mutantes, algo que no habían hecho jamás. No tiene sentido que revelen tanto poder de semejante manera en una ciudad que ni siquiera es la capital planetaria; se convertirán en objetivo prioritario para todo el Arbites y hasta el Ejército. A no ser...”
Sus ojos se abrieron desmesuradamente al tiempo que su mente ataba cabos a toda velocidad hasta llegar a una conclusión tan terrible, tan espantosa, que la dejaba sin respiración.
-¿Hermana...?- inquirió Gaskill, preocupado.
Alara volvió en sí y clavó en el Sargento Gaskill una mirada repleta de horror.
-¡No se trata sólo de Morloss!- exclamó.- ¡Esto es sólo el principio!-.
-¿Cómo dice?- inquirió Gaskill, atónito.
Alara lo señaló con la mano.
-¡Contacte de inmediato con la central del Adeptus Arbites y avise a sus superiores de que esta cadena de atentados va a repetirse en todas las ciudades principales de Kamrea! ¡Hágalo! ¡Se lo ordeno en nombre de la Santa Inquisición!-.
Por fortuna, los Arbitradores estaban entrenados para aceptar las órdenes sin cuestionarlas, y al parecer el sargento Gaskill había decidido que una hermana del Adepta Sororitas que hablaba en nombre de la Inquisición era una autoridad competente. Se cuadró y echó a correr de nuevo hacia el Represor.
Alara también corrió, pero en la dirección opuesta; de vuelta hacia el hotel.
-¡Mathias!- exclamó al entrar en el vestíbulo.- ¡Mathias!-.
El joven, que aún se encontraba junto al mostrador de recepción, se giró hacia ella.
-¿Qué sucede? Hemos oído explosiones fuera...
Alara sabía que disponía de muy poco tiempo para explicarse, de modo que se esforzó por ordenar las ideas que bullían en su mente.
-¿Recuerdas que el Legado del Ordo Hereticus nos dijo que el Movimiento Libertador estaba planeando un ataque a gran escala? ¡Está sucediendo! ¡El sargento de los Arbitradores dice que está habiendo una oleada de explosiones y atentados bioterroristas en toda la ciudad! ¡Son mutantes como el que nos ha atacado a nosotros! ¡Lo de esta madrugada no ha sido un ataque aislado; pretendían quitarnos de en medio antes de que todo empezara! ¡Están infectado gente en las estaciones de transporte, en las iglesias...!
El rostro del Legado se llenó de alarma.
-¿Esos mutantes... atacando en toda Morloss? ¿Estás segura?-.
-¡No sólo en Morloss!- exclamó Alara.- ¡Piénsalo; limitarse a esta ciudad no tiene sentido! ¿Para qué hacer semejante demostración de poder y poner en guardia a todo el mundo sobre lo que realmente son, sobre todo lo que pueden hacer, si se van a detener aquí? ¡No cambiarían nada y conseguirían que toda la Inquisición, el Arbites y la Milicia se les echaran encima! ¡Van a sembrar el caos a lo largo de toda Kamrea, tal vez de todo Vermix, y alzarse en rebelión contra el gobierno imperial! Pretenden causar el mayor daño posible, por eso han escogido las iglesias y las estaciones de transporte urbano. ¡Son las siete de la mañana! ¡Todos los ciudadanos imperiales están oyendo misa matutina o dirigiéndose al trabajo!-.
Octavia se llevó una mano a la boca.
-Pero... pero si se tratara de un ataque simultáneo... ¿quieres decir que estaría ocurriendo a la vez en todo el planeta? ¡No tiene sentido! Morloss está en el extremo occidental de Kamrea, es una de las primeras ciudades del planeta donde amanece. En Gemdall y Mordall también son las siete de la mañana, pero en Prelux Magna es una hora menos, y en el extremo más oriental de Vermix les queda toda la noche por delante. Las iglesias y las estaciones de transporte estarán casi vacías...
-Sólo hay un modo de aclararlo- las interrumpió Mathias, sacando el vocófono.- Hablaré con el teniente Travis. El grueso de nuestras fuerzas todavía está en Gemdall. Si la teoría de Alara es cierta, allá también estará sucediendo algo-.
Musitando entre dientes la plegaria adecuada, marcó el código de Travis y pulsó la runa de llamada. Al cabo de unos cuántos tonos, alguien respondió.
-¡Buenos días! Legado Trandor al habla. Teniente Travis, ¿puedo preguntarle... ¿Qué es ese ruido? ¿Cómo dice, alarma en la Ciudadela? ¿Hace cuánto? -.
El vello de Alara se puso de punta a medida que el rostro de Mathias se llenaba de alarma.
-¡Sí, sí! ¡También está sucediendo aquí! ¡Al parecer, se trata de algún tipo de ataque coordinado a escala global! ¡Teniente, tiene que informar a Prelux de inmediato! ¡Contacte con el alto mando ahora mismo e infórmeles de la situación! ¡Y dígale a la hermana Tharasia que haga lo mismo con el Convento del Adepta Sororitas en Prelux Magna! ¡Podría ser una rebelión a escala planetaria! ¡Y por amor del Emperador, si salen a combatir, lleven equipo de protección biológica! ¡Los bioterroristas son mutantes corruptos por los Poderes Ruinosos! ¡Y que disparen de inmediato a cualquier sujeto con aspecto enfermizo y abotargado que actúe de manera sospechosa!-.
Colgó y se dirigió en primer lugar al director del hotel, que se había quedado blanco como la nieve recién caída.
-Este hotel queda de inmediato en cuarentena. Por orden de la Inquisición, queda terminantemente prohibido que entre o salga nadie sin autorización, incluido usted- sin esperar a que el infortunado director digiriera la información, se volvió hacia las Sororitas.- ¡Tenías razón, Alara! ¡En Gemdall también está sucediendo!-.
-¡Hay que avisar a Lord Crisagon!- exclamó Alara.- ¡Y al obispo Theocratos! ¡Al Adeptus Arbites ya lo está alertando el sargento Gaskill!-.
-¡Yo hablaré con Crisagon!- respondió Mathias.- ¡Tú encárgate de Theocratos! ¡Octavia, ve a avisar a Mikael y a Valeria; reunid todos los efectos personales de nuestras habitaciones que podáis cargar y bajadlos al todoterreno! ¡Luego, reuníos aquí con nosotros!-.
Octavia asintió y desapareció mientras Mathias llamaba a Lord Crisagon y Alara se encaraba con el director del hotel.
-¡El altar de comunicaciones!- exigió.- ¿Dónde está?-.
-E... e... en la centralita- respondió el director, cuyo semblante demudado había pasado del blanco al gris.- Es la p... puerta detrás d... del mostrador-.
Alara se dirigió hacia allí y despertó al espíritu máquina del altar para marcar el código de su convento, donde le dieron el del Palacio Episcopal. Tras un tiempo de espera que le pareció interminable, se escuchó una voz soñolienta y malhumorada al otro lado de la línea.
-Dígame-.
-¡Necesito hablar con el Obispo Theocratos! ¡Ahora mismo!-.
-¿Quién diantre está llamando?- exclamó la voz, irritada.
-¡Hermana Militante Alara, del Adepta Sororitas!- rugió Alara.- ¡Estoy junto al Legado Inquisitorial del Ordo Xenos, y tenemos que hablar con el Obispo ahora! ¡Es una situación de emergencia planetaria!-.
La voz del otro lado perdió de inmediato su arrogancia.
-Aguarde un instante, hermana, por favor-.
El “instante” se prolongó durante un par de minutos que a Alara se le figuraron años. Finalmente, oyó al otro lado de la línea la inconfundible voz de Theocratos.
-Hermana Alara, soy el Obispo. La escucho, ¿Qué sucede?-.
-Gracias por responderme, Santidad. Acaba de comenzar una cadena de atentados en la costa occidental de Kamrea que tememos va a extenderse por todo Vermix. La hora clave son las siete en punto de la mañana, y detrás de ellos podría estar el comienzo de una rebelión a escala planetaria liderada por una organización hereje que se hace llamar Movimiento Libertador. Son objetivos muy probables las estaciones de transporte, las iglesias, y cualquier tipo de edificio oficial o eclesiástico. Atentarán tanto por medio de explosivos como por medio de comandos bioterroristas-.
-¿Está segura de lo que está diciendo, hermana?- preguntó el Obispo con gravedad.
-Completamente, Santidad. Es necesario que suspenda de inmediato el culto en todas las iglesias, en Prelux y en el resto del planeta, y que imponga el toque de queda en todos los distritos eclesiásticos. Una de mis hermanas, la Ejecutora Tharasia, ya está dando alerta al convento de mi Orden, pero le sugiero que se coordine con la Palatina Sabina cuanto antes. También han sido informados ya el Adeptus Arbites, la Guardia Imperial y el Lord Inquisidor del Ordo Xenos-.
-Falta menos de una hora para que abran las iglesias en la franja horaria de Prelux- gruñó Theocratos.- El tiempo apremia. Hablaré con Lord Crisagon de inmediato y si me confirma esta información comenzaré a dar órdenes de inmediato-.
-Hágalo rápido, por favor. Millones de vidas podrían estar en juego. Que el Emperador sea con usted-.
-Y con usted, hermana- respondió el Obispo, y cortó la comunicación.
Alara dejó la centralita, se dirigió a paso ligero a la puerta del hotel y la abrió.
-¡Sargento!- llamó.- ¡Sargento Gaskill?-.
-Hermana- el sargento, que hablaba con dos de sus subalternos junto al Represor, volteó hacia ella y se acercó a grandes zancadas- ¿alguna novedad?-.
-También está sucediendo en Gemdall- dijo Alara.- ¿Ha informado ya a la central?-.
-Sí, hermana, y a estas horas la central debe estar informando al alto mando del Adeptus Arbites en Prelux Magna-.
-¿Qué se sabe acerca de la situación en Morloss?-.
-Los atentados bioterroristas en iglesias y estaciones de transporte siguen, pero de momento no ha habido más explosiones. Los ataques están concentrados en un radio de cinco kilómetros en ambas márgenes del río, pero sin embargo, la isla central se mantiene tranquila-.
Alara frunció el ceño, extrañada.
-¿Está diciendo que no han atentado en Zarasakis?-.
-Sí, hermana. Ni la catedral, ni los Palacios Gubernamental y Episcopal, ni ninguno de los edificios oficiales o residencias particulares de la isla han sido atacados. Tal vez los terroristas han juzgado que el dispositivo de seguridad en Zarasakis es excesivo, ya que se mantiene un refuerzo de efectivos desde anoche, con la Luminaria. Según las últimas noticias de las que dispongo, muchas personas se dirigen en masa hacia los cuatro puentes para buscar protección en la isla-.
Sin embargo, parecía que la explicación no convenciera del todo al Arbitrador. Y Alara tampoco se sentía convencida.
“Si pretenden hacer el mayor daño posible a los ciudadanos leales y atacar las estructuras oficiales de Imperio, ¿por qué no tocar la isla? ¿Por qué ni siquiera han intentado atacarla?”.
Sólo se le ocurría una opción.
-Es una trampa- dictaminó.- Están intentando atraer a la isla la mayor cantidad posible de civiles indefensos, y sacar de ella a la mayor cantidad de efectivos de seguridad. ¿No está allí la sede central del Adeptus Arbites?-.
-Sí, hermana-.
-¿Y no están enviado en este mismo momento agentes a los puntos calientes del Morloss?-.
-Creo que así es, hermana. Pero también dejarán un nutrido grupo de agentes en la isla; no van a vaciarla. Y allí también se encuentra el convento regional del Adepta Sororitas, que sin duda ya se habrán movilizado para proteger el distrito episcopal de la isla. Ahora todas las fuerzas de seguridad de Zarasakis están en alerta. Si los terroristas intentan hacer algo parecido a lo que han hecho hasta ahora, les resultará imposible escapar-.
“Algo parecido a lo que han hecho hasta ahora...”. Alara se dio cuenta de que el sargento Gaskill llevaba razón. “Tiene que haber algo más”.
En ese instante, un desagradable escalofrío le recorrió la columna vertebral, fruto de un presentimiento funesto.
-¿Qué hay en la Zona Prohibida?-.
-¿Cómo dice?-.
-La Zona Prohibida. Las tres islas: Zarpa, Garra y Cráneo. Según tengo entendido en Zarpa hay una sede administrativa y un cuartel del Adeptus Arbites. En Garra hay una prisión de alta seguridad para criminales peligrosos. ¿Qué hay en Cráneo?-.
Incluso a través del cuello flexible de la armadura caparazón, pudo distinguir cómo el sargento Gaskill tragaba saliva.
-Eso es información restringida. No estoy autorizado a informar...
-Está totalmente autorizado- lo interrumpió Alara, fría como el hielo.- Desde ahora mismo. Por mí y por la Santa Inquisición. ¿Qué hay en la isla de Cráneo?-.
Gaskill tuvo un pequeño, ínfimo instante de vacilación antes de contestar.
-Otra prisión-.
-¿Para qué tipo de criminales?-.
-Brujos. Psíquicos no autorizados. Es allí donde esperan para ser interrogados o enviados a las Naves Negras. Lo custodia un destacamento de Arbitradores de élite, la Brigada Omega-.
-¿Brigada Omega?-.
-La llamamos así porque todos los miembros de dicha brigada poseen el gen omega. Son Vacíos. Intocables. No tienen potencial psíquico, y por lo tanto son inmunes a los poderes psíquicos. Por eso son los guardianes perfectos para la prisión de Cráneo. Es la única de esas características que hay en Vermix, la única en todo el planeta. Podrían ejecutarme sumariamente por revelar esta información a cualquiera que resulte no estar autorizado-.
Pronunció la última frase en el mismo tono átono y formal que había empleado al principio, pero Alara advirtió su tribulación.
-No se preocupe, sargento, ha hecho lo que debía. Necesito que cotacte con Cráneo de inmediato y verifique que con ha sido objeto de ninguna agresión-.
-A la orden, hermana-.
Gaskill volvió al altar del Represor y habló con la central. Tras unos minutos de conversación, cortó la comunicación con un gesto extrañamente lento y pesado, como si no fuera un hombre fornido y vigoroso sino un anciano cansado. Su rostro sin facciones, oculto tras el casco, se giró hacia Alara.
-La central me informa de que las comunicaciones con la isla de Cráneo se han interrumpido sin razón aparente-.
-¿Cuándo fue la última hora de contacto?-.
-Las seis de la mañana. Los agentes de Cráneo tienen la obligación de verificar su estado cada hora. La central no ha recibido la comunicación de las siete. Y cuando han tratado de contactar, nadie ha respondido a la señal. Acaban de enviar una patrulla hacia allá-.
Al ver cómo sus peores temores se cumplían, Alara meneó la cabeza en señal de negación.
-Llegarán tarde. No conseguirán impedir lo que ya ha sucedido. La Brigada Omega no ha podido evitarlo y ellos tampoco podrán-.
-¿A qué se refiere, hermana?- preguntó Gaskill.
Alara tragó saliva. Si se equivocaba en sus elucubraciones, las consecuencias podían ser catastróficas. Pero tenía la espantosa certeza de estar en lo cierto.
-Creo que conozco los planes del enemigo- antes de que Gaskill pudiera preguntarle cómo diantre lo sabía, ella continuó.- ¿Hay algún convento del Adepta Sororitas en Morloss?-.
-Sí, hermana, una misión constituida por una Ejecutora y su pelotón. Su cometido es proteger el distrito eclesiástico y el Palacio Episcopal-.
-¿Conoce su frecuencia de comunicador?-.
-Puedo averiguarla- Gaskill echó una ojeada al libro de claves que guardaba en una placa de datos y le prestó a Alara su propio comunicador. Ella marcó el código.
-Hermana Ejecutora, al habla la Hermana Alara, Primer Pelotón, Primera Compañía, ¿me recibe?-.
Tras un chasquido de estática, escuchó la respuesta.
-Hermana Ejecutora Alexia al habla, la recibo. ¿Qué hacen ustedes aquí?-.
-No estoy con el resto de mi Pelotón, hermana. Me encuentro en una misión en solitario como Hermana Acólita de la Inquisición. Estoy junto al hotel Tres Hermanas, acabamos de sufrir un atentado-.
-Ustedes y toda la ciudad, hermana. Lamento decirle que no podemos acudir en su ayuda. Hemos recibido alerta de una fuga en masa de psíquicos no autorizados de la prisión en la isla de Cráneo y nos dirigimos en estos momentos hacia allí en un Valkyria de la Guardia Imperial-.
-No. Tienen que dar la vuelta-.
-¿Cómo ha dicho, hermana?-.
-Escuche, Ejecutora Alexia, los brujos ya han salido de allí. Es una trampa. Pretenden enviarlos a la isla de Zarasakis para atacar los centros eclesiástico, gubernamental y financiero y acabar con todos los refugiados que están allí. Yo voy a dirigirme con una escuadra del Adeptus Arbites a la costa para interceptarlos, pero seremos muy pocos. ¡Necesitamos que el Valkyria los intercepte y ustedes regresen a la isla para defenderla! ¡Tiene que dar la vuelta! ¿Me oye? ¡Es muy importante que lo hagan!-.
La hermana Alexia no respondió. Alara sólo escuchó el sonido de la estática.
-¿Hermana Alexia?-.
Más estática. Alara lanzó un rugido de rabia.
-¡No se oye nada!-.
-Aquí tampoco- dijo Gaskill desde el altar de comunicaciones del Represor.
Alara regresó a la puerta del hotel y llamó a Mathias.
-¿Has hablado con Lord Crisagon?-.
El joven, que estaba examinando su vocófono con expresión inquieta, levanto la vista hacia ella.
-Sí, pero se ha cortado antes de que pudiera terminar. He intentado volver a llamarlo, pero no lo consigo-.
Gaskill, que se había acercado a escuchar sus palabras, emitió un gruñido sordo.
-Esos malditos herejes han cortado las comunicaciones-.



Alara y sus hermanas tardaron quince minutos en ponerse las servoarmaduras, ayudándose las unas a las otras. Mathias y Mikael hicieron lo propio, el Legado con la armadura caparazón que le había dado la Inquisición y el asesino con la malla flexible que lo protegía como una segunda piel. Cuando estuvieron listos y armados, subieron al vestíbulo del hotel, donde hasta los Arbitradores se les quedaron mirando.
-Muy bien- dijo Mathias.- Este es el plan: Octavia y Alara irán con el sargento Gaskill a la costa para tomar una patrullera e interceptar a los brujos antes de que lleguen a la isla central. Valeria y yo nos dirigiremos al hospital más cercano con las muestras que hemos extraído del mutante y los infectados y desde allí trataremos de contactar con el Ordo Hereticus. Mikael nos escoltará-.
Todos asintieron, aunque Mathias no parecía muy contento al dar las órdenes. Alara sabía por qué. Cuando fue a ponerse el yelmo, el joven la detuvo.
-Esto sigue sin gustarme- susurró entre dientes.- ¿Por qué no puedo ir contigo? Debería ir contigo. Soy el Legado Inquisitorial-.
Ella negó con la cabeza, aunque el corazón se le encogía de dolor.
-Ya lo hemos hablado, Mathias- susurró.- Eres el Legado Inquisitorial, y probablemente también el mejor bioquímico que hay ahora mismo en Vermix. Eres un científico, no un guerrero. Debes encontrar la cura a esta infección-.
-Eso será si existe tal cura-.
-Sé que la encontrarás- afirmó ella, cogiéndole la mano.- Tienes que encontrarla. Valeria te ayudará, y tendrás a todo el Adeptus Medicae a tus órdenes-.
Mathias tragó saliva.
-¿Y si no la encuentro? Quiero ir contigo, Alara. Quiero luchar contigo-.
Alara leyó en su mirada angustiada las palabras que Mathias no se atrevía a pronunciar.
“Quiero morir contigo”.
Se llevó la mano del joven a los labios y depositó un fugaz beso en el dorso. No podía hacer más con toda una escuadra de Arbitradores mirando.
-Tu fe es débil, Mathias Trandor. Deberías orar más. Que el Emperador te guíe y te proteja-.
Cruzó una última mirada con Mathias, cuyos ojos ardían bajo el manto de un millón de lágrimas contenidas, y se ajustó el yelmo sobre el collarín de la servoarmadura antes de que él pudiera darse cuenta de que a ella le sucedía lo mismo. Las manos de ambos se estrecharon una última vez, y luego volvieron a separarse. Una vez más.



Alara, Octavia y los Arbitradores partieron hacia la costa en el Represor. Por fortuna, el potente vehículo blindado era capaz de apartar los coches y los escombros que se interponían en su camino, y la gente se echaba a un lado con rapidez al verlos llegar. Apenas se había alejado un centenar de metros del hotel cuando llegaron a una de las avenidas principales, donde los efectos de las explosiones eran más que evidentes. Muchas personas estaban heridas y familiares o transeúntes bienintencionados los asistían mientras los primeros servicios de emergencia conseguían llegar al lugar.
-La ciudad es un caos- murmuró Gaskill.- Las ambulancias tendrán muy complicado llegar-.
El Represor se encaminó avenida arriba, rumbo a los muelles del oeste. Y en ese momento, todo voló en pedazos.
El primer impulso de Alara, sobresaltada por la explosión, fue arrojarse al suelo del vehículo. Luego se dio cuenta de que no era necesario; la carrocería blindada había resistido sin peligro alguno los impactos. Al asomarse de nuevo por el visor de cristales tintados, se dio cuenta de por qué.
-Por el sagrado nombre de Terra... -susurró uno de los agentes, conmocionado.
Alara no podía hablar. La garganta se le cerró al darse cuenta de lo que había sucedido. Los terroristas habían hecho estallar una segunda cadena de bombas, pero no de gran carga explosiva como las de la primera detonación. Éstas estaban llenas de metralla. Su objetivo no era destrozar vehículos ni penetrar blindajes, sino rematar a los heridos y masacrar a todos los que se hubieran detenido a ayudarles.
-¡Por el Dios Emperador!- exclamó Octavia, angustiada.- ¡Tenemos que ayudarles!-.
Alara se mordió los labios para impedir que su voz temblara de pena e indignación.
-No servirá de nada, Octavia. Míralos. No podemos hacer nada-.
Ella misma miraba, y apenas podía creer lo que veía. Cientos de civiles destrozados por la metralla. Hombres y mujeres acribillados derrumbados sobre los heridos a los que trataban de ayudar. Familias enteras muertas sobre las aceras. Una mujer a la que le faltaba media cabeza aún aferraba entre sus brazos el cuerpo desmembrado de un niño. Un anciano aullaba en el suelo mientras se desangraba por los muñones desgarrados que una vez habían sido sus piernas. Donde quiera que mirara sólo veía muerte, destrucción y vidas inocentes segadas para siempre.
Donde quiera que mirara, volvía a ver las calles de Galvan.
-Adelante- ordenó el sargento Gaskill, cuya voz apenas disimulaba la conmoción que sentía.- Sigan adelante-.
Mientras el Represor avanzaba, recorriendo aquella oleada de muerte y desolación, Alara notó un tirón en los dedos y se dio cuenta de que estaba retorciendo las cuentas de su Rosarius en un gesto inconsciente.
-Esto no es sólo cosa de los Vermisionarios- susurró.
-¿Qué dices?- preguntó Octavia.
-No tiene sentido. Ellos quieren infectar a la gente, no destruir caprichosamente a todo el mundo por igual-.
-Otra prueba más de tu teoría de la unión bajo un líder común- dijo Octavia en voz baja.- Lástima que no hayamos alcanzado a evitar esta masacre-.
“Nosotros la hemos provocado” pensó Alara con un nudo en la garganta. “Syrio Dryas lo dijo. La purga de los Shantuor los ha apresurado”.
En el fondo, sabía que aquello era una ventaja táctica, porque al contemplar las Señales del Padre los herejes se habían visto impelidos a actuar antes de lo previsto, y los golpes apresurados eran más difíciles de acertar en el blanco. Pero, ¿y si nunca se hubieran detenido a pernoctar en Shantuor Ledeesme? ¿Y si hubieran seguido su viaje por Kamrea, conforme al plan? Una vez estallada la rebelión, el periplo fingiendo ser antropólogos de Prelux había terminado. Ya no tenía sentido.
“Si lo hubiéramos continuado conforme estaba previsto, ¿habríamos hallado pruebas de esta conspiración? ¿Habríamos podido detenerla antes de que empezara?”.
Aferró con más fuerza el Rosarius, abandonando aquellos pensamientos. No servirían de nada, salvo para hacerla sentir peor y minar su voluntad. Necesitaba mantener la moral alta, necesitaba confiar en la providencia del Dios Emperador. Nunca sabría realmente qué habría pasado si las cosas hubieran sido diferentes, por lo tanto era inútil y pernicioso pensar en ello. En vez de eso, empezó a rezar.



Llegaron a los muelles occidentales poco después. El sargento Gaskill guió a su pelotón y a las dos Sororitas al muelle de las patrulleras, a donde pudieron acceder sin problemas cuando vieron sus uniformes y sus acreditaciones.
-Sargento Gaskill, ¿cuánto tiempo cree que tenemos?- inquirió Alara.
-Las islas están bastante apartadas de la costa- respondió el Arbitrador.- Por mar, el viaje dura un par de horas; hora y media si la embarcación es muy rápida y el mar está tranquilo. Si suponemos que el asalto empezó poco después de las seis horas, cuando se recibió la última transmisión... la guarnición de Cráneo y los Omega habrán presentado una dura resistencia, pero por rápido que haya ido todo no habrán podido sacar a los brujos de la prisión y embarcarlos hacia tierra firme en menos de media hora. Y ahora mismo son las ocho, lo cual nos da... un margen de aproximadamente media hora. Si pudiéramos dar aviso a la Armada Imperial para que enviasen cruceros de batalla a apoyarnos, los herejes estarían vendidos, pero con nuestras comunicaciones averiadas nuestras fuerzas serán un caos absoluto. Nadie puede coordinarse con nadie ni pedir ayuda. Claro que si nosotros no podemos, ellos tampoco podrán-.
-No esté tan seguro, sargento- dijo Octavia con voz lúgubre.- Los rebeldes están liderados por psíquicos no autorizados. Poseen medallones de comunicación con los que pueden transmitir y recibir información a sus superiores. Ellos sí están coordinados, nosotros no-.
El sargento Gaskill hizo el signo del Aquila.
-Entonces, que el Emperador nos proteja. Fue providencial que adivinara usted sus intenciones, hermana Alara. Al menos hemos podido alertar a Prelux Magna, y con ello al resto de Kamrea-.
-Y también a la Ejecutora Alexia- añadió Alara.- El Emperador quiera que haya oído mis últimas indicaciones, de lo contrario no contaremos con apoyo alguno cuando nos enfrentemos a los brujos. ¿Cuántos de ellos había prisioneros en la isla?-.
-Por la información que me dieron desde la central, calculo que unos trescientos cincuenta. Tal vez más-.
“Trescientos cincuenta” Alara cerró el puño, sintiendo cómo las placas de ceramita se doblaban sobre sus dedos. “Tres centenares y medio de psíquicos descontrolados, más la caterva de brujos y guerreros caóticos que han ido a rescatarlos, contra veinte Arbitradores y dos Sororitas. Emperador, ayúdanos”.
Abordaron la patrullera, cuya tripulación corrió a ponerla en marcha. Veinte agentes de la Policía Aduanera se pusieron a las órdenes de Gaskill mientras el capitán acudía al puente de mando y los tecnomantes de la sala de máquinas realizaban los rituales necesarios para poner en marcha la embarcación.
Alara miró hacia el mar. La línea del horizonte se desdibujaba entre la neblina y la capa de lluvia que descargaba sobre la costa. Había mala visibilidad, pero no importaba; aquello les beneficiaba. El enemigo era mucho más numeroso que ellos; cuanto más tardasen en verlos, más tardarían en atacarlos.
-¡Sargento!- exclamó una voz, emergiendo de la sala de máquinas.- ¡Sargento!-.
Gaskill se acercó. Alara y Octavia fueron tras él.
-¿Qué sucede?- inquirió el Arbitrador.
Un joven tecnomante con la cabeza rapada y el occipital erizado de cables sacó medio cuerpo fuera.
-Tenemos un problema, señor... eh... hermanas. Algo muy extraño está enloqueciendo a los espíritus máquina de los sistemas de navegación y comunicación. No será seguro salir en esas condiciones...
-¿Puede esta patrullera navegar sin ellos?- lo interrumpió Alara.
-Sí, hermana, pero sería temerario. No dispondremos de sónar ni radar; no podremos detectar obstáculos y mucho menos otras naves. Tampoco podremos contactar con la autoridad portuaria ni solicitar refuerzos...
-Eso da igual. Necesitamos zarpar a toda costa y por mucho que se esfuercen no conseguirán apaciguar a los espíritus máquina; los herejes han bloqueado nuestras comunicaciones. Salgan como estén-.
El tecnomante miró de reojo a Gaskill, que asintió.
-Muy bien- refunfuñó, volviendo adentro.- Tendremos que pasar con las cartas de navegación. Que el Omnissiah nos ayude si surge algún problema-.
La patrullera se puso en marcha y zarpó en dirección a la isla de Zarasakis. Mientras se alejaban de los muelles, Alara, Octavia, Gaskill y el capitán se reunieron en torno a un mapa de la costa.
-Si queremos tener alguna oportunidad contra los herejes, no podemos ir de frente- observó la militante.- Tenemos que tenderles una trampa. ¿De qué armamento dispone esta patrullera?-.
-Hay un cañón doble en la torreta de proa y dos cañones simples en popa- contestó el capitán.-  también tenemos ametralladoras laterales a babor y estribor. Aunque, por supuesto, nuestra munición es limitada-.
Alara señaló un punto en el mapa.
-Por lo que veo, la isla de Faro está justo antes de llegar a la bahía, a poca distancia de Zarasakis, que se extiende entre el río y el estuario. Y por lo que veo, en la parte derecha de la isla hay una especie de espolón de roca. Si el calado de la patrullera lo permite, creo que deberíamos esperarlos justo ahí. Tendrán que pasar al lado de Faro si quieren llegar a Zarasakis, y de ese modo no nos verán hasta que los tengamos encima. Si todo sale bien, podremos entretener a los herejes lo suficiente para dar tiempo a que la hermana Alexia llegue con refuerzos-.
Gaskill le lanzó una mirada inquieta, aunque no dijo nada. Alara sabía lo que estaba pensando.
“Si la Ejecutora consiguió oír todo lo que dije y sigue el plan, podríamos atrapar a los herejes entre el yunque y el martillo. Pero si nadie acude en nuestra ayuda, nos barrerán”.
-Hay bastante calado para esconder la patrullera, hermana- dijo el capitán.- Daré las órdenes-.
Alara asintió en silencio.
“Que el Emperador nos asista”.
Cuando alcanzaron la isla de Faro, la patrullera se detuvo tras el espolón. El capitán se acercó a las Sororitas y al sargento Arbitrador con el ceño fruncido.
-Estamos en posición, pero con el radar inutilizado no tenemos forma de saber cómo de cerca están las naves enemigas. Y si asomamos el morro por el espolón, quedaremos expuestos.
El teniente Gaskill hizo llamar a dos de sus hombres.
-¡Agente Whitely, Agente Lozzar, desembarquen en la isla y apóstense en esa loma con los binoculares! ¡En cuanto vean aparecer a los herejes, regresen con un informe completo!-.
Los dos Arbitradores se cuadraron y corrieron a cumplir su cometido.
-Son los vigías más competentes de los que dispongo- dijo Gaskill.- Y Lozzar estuvo enrolado en la Armada Imperial antes de trasladarse al Adeptus Arbites-.
Durante los eternos minutos que siguieron, las Sororitas se dedicaron a asegurarse de que el armamento estaba listo y a punto, a organizar a los hombres y a rezar. Octavia parecía aguantar bien aquella espera forzosa, pero Alara estaba inquieta e irritable. El horror que había contemplado en las calles de Morloss no se le iba de la cabeza; quería purgar a los herejes y quería hacerlo ya.
Finalmente, vieron regresar a los vigías, que llegaron corriendo por la playa.
-¡Sargento Gaskill, ya vienen!- exclamó Whitely en cuanto subieron a la patrullera.- ¡Es una verdadera flota! ¡Aún están lejos, pero hemos contado al menos cincuenta embarcaciones!-.
-¿Qué tipo de embarcaciones?- inquirió Gaskill.
-Yates, en su mayoría. Aunque algunos van en motos de agua o en lanchas motoras-.
-¿Disposición de la flota?-.
-Van en tres columnas, señor. Las motos, las lanchas y los yates ligeros flanquean por ambos lados una línea central de yates grandes. Creemos que ahí es donde viajan los psíquicos-.
-Tendremos que intentar romperles el flanco para alcanzar la columna central- dijo Alara.- Necesitamos eliminar a todos los brujos que podamos-.
-Esta patrullera es ligera- intervino el capitán- pero aun así será cuestión de tiempo que las motos y las lanchas consigan flanquearnos, si vamos a navegar directos hacia ellos-.
-Que nos flanqueen- repuso Alara.- Tenemos las ametralladoras laterales, dos cañones de veinte milímetros en popa, nuestros rifles bólter y las carabinas automáticas de la dotación aduanera. Y si llegan a corto alcance, también contamos con las escopetas de combate de los Adeptus Arbites. Pasará mucho rato antes de que nos quedemos sin munición, y la inestabilidad de las motos y las lanchas dificultará mucho la puntería del enemigo-.
-Con el debido respeto, hermana- dijo el sargento Gaskill.- ¿Ha tomado en consideración que también podrían atacarnos los brujos? Algunos poderes psíquicos pueden ser devastadores…
-No se preocupe por eso- replicó Alara con firmeza.- Usted y sus hombres limítense a disparar. Nosotras detendremos a los brujos-.
-¿Y cómo van a hacerlo, si me permite la pregunta?-.
-La fe es nuestra arma y nuestro escudo. Contra ella, nada podrán las hechicerías impías del enemigo-.
Si los Arbitradores seguían albergando dudas tras aquellas palabras, no lo demostraron. Gaskill se giró hacia el Agente Lozzar.
-¿Cuánto tiempo tenemos?- preguntó.
-A la velocidad a la que se aproximan, yo diría que unos diez minutos- respondió Lozzar.- Si salimos antes, no expondremos demasiado pronto, y si esperamos más corremos el riesgo de que nos rebasen y la punta de la formación alcance la isla de Zarasakis-.
-¡Muy bien!- exclamó Alara.- ¡Ya lo han oído! ¡Diez minutos entonces! ¡Todos a sus puestos!-.
Al cabo de cinco minutos, todos estaban en su sitio. El capitán mandó encender los motores. Alara y Octavia se apostaron en proa.
-Espero que tu plan funcione- murmuró Octavia, cuya servoarmadura roja de Dialogante goteaba lluvia.
-Si la Ejecutora Alexia pudo escucharme, funcionará- respondió Alara.- Y si no, al menos nos llevaremos por delante a todos los herejes que podamos antes de caer-.
-¡Es la hora!- tronó Gaskill
-¡Avance a toda máquina!- ordenó el capitán.
Alara agarró con fuerza su rifle bólter mientras la patrullera, cortando las olas, abandonaba su escondite y salía al encuentro de los herejes.