A.D. 834M40. Randor Augusta
(Kerbos), Sistema Kerbos, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.
-¿Cuál es vuestro mayor deseo?-.
Alara observa intimidada a la hermana
Patience, la Dialogante que instruye y evalúa a las novicias. Ni ella ni
ninguna de sus compañeras, todas ellas adolescentes “con el pelo recién
cortado” -como dicen las veteranas- se atreven a ser las primeras en contestar.
-No hace falta que contestéis- dice la
hermana Patience, como si les hubiera leído el pensamiento.- Basta con que
respondáis a esta pregunta en vuestro corazón. Supongo que lo primero que se os
habrá ocurrido a todas es “servir al Emperador”, o no habríais postulado la
solicitud para ingresar en la Hermandad y mucho menos hubierais pasado las
pruebas de acceso. Pero me refiero a esos otros deseos, deseos personales,
aquellos que son el remanente de las personas que fuisteis en vuestra antigua
vida-.
Las novicias continúan en silencio, pero
muchas expresiones han cambiado. Algunas llegan a la Schola Progenium siendo
tan pequeñas que no tienen ningún recuerdo de su vida anterior. A todas las
criaturas menores de cinco años que acaban bajo la tutela de la Eclesiarquía se
las lleva a un centro infantil especial donde los cuidan, les dan suficiente
atención para que no crezcan con taras emocionales serias y les permiten jugar
como auténticos niños. Cuando cumplen los seis años los arrancan de ese cálido
nido de seguridad y los arrojan a la disciplina militar de la Schola Progenium,
pero aunque el cambio sea traumático, no es tan terrible como llegar allí tras
ver morir a tu familia, que es lo que le ha pasado a la mayoría de los progénitos.
Esta mayoría aún conserva otros deseos aparte de servir al Emperador, aunque en
casi todos los casos es un deseo imposible, algo que si son afortunados sólo
lograrán con la muerte; volver a ver a sus familias.
En el caso de Alara, sin embargo, existen
otros deseos, casi tan intensos como la vocación se servicio al Emperador que
la ha llevado a solicitar el ingreso en la Hermandad.
“Justicia”, piensa, al recordar al Rapax que
mató a su hermano y a su madre. “Venganza”, vuelve a pensar al recordar la casa
en llamas de los Trandor. “Volver a ver a Mathias”.
Nunca se ha desvanecido de su corazón el
recuerdo del que fuera su mejor amigo. A decir verdad, piensa en él todos los
días y pide por él en todas sus oraciones, pero sabe que no podrá volver a
verlo, al menos por sus propios medios. Antes de licenciarse, se enteró de que
el expediente de los progénitos es confidencial. Nadie le contará qué ha sido
de Mathias a menos que pueda demostrar que son familia, y no es el caso. Muerta
la esperanza de encontrarlo por sí misma, sólo le quedaba encomendarse al Dios
Emperador, y eso es lo que ha hecho. En cuerpo y alma.
“Por favor” vuelve a rogar en silencio, como
hace siempre, “si es tu voluntad, Emperador, haz que vuelva a encontrarme con
Mathias”.
-Bien- dice la hermana Prudence.- Creo que ya
lo habéis hecho. Ahora quiero que cojáis todos esos deseos, imposibles o no, y
se los ofrezcáis al Dios Emperador. Vuestros deseos, vuestros anhelos y
vuestras esperanzas desde hoy ya no os pertenecen. Ahora son suyos, como suyos
son vuestra alma, vuestra voluntad, vuestra vida y vuestro corazón. Aprenderéis
a aceptar con resignación la voluntad divina, coincida con la vuestra o no.
Recibiréis con una bendición en los labios los dones que se os otorguen y
dejaréis marchar en paz lo que no haya de llegar-.
Las palabras de la hermana Patience provocan
una punzada de dolor en el corazón de Alara, pero la joven ve la verdad que
esconden y las acepta. Ya no depende de ella encontrar a Mathias, ni siquiera
volver a enfrentarse con las monstruosas criaturas que destruyeron su vida.
Porque sus deseos, sus anhelos y sus sueños ahora son del Emperador, y será él
quien guíe cada uno de los pasos que dará en la vida. Como todas las Sororitas,
se somete a él en cuerpo y alma.
-Recordad- dice la hermana Patience, y recita
por primera vez el Primer Precepto del Adepta Sororitas, que Alara y todas las
demás novicias oirán cientos de veces durante los años que las aguardan.- No basta con servir al Emperador, ni siquiera
con amarle. Habéis de cederle todo lo que tenéis, todo lo que habéis sido y
todo lo que seréis. Debéis entregaros sin reservas a Su voluntad. Sólo entonces
se considerará apropiado vuestro sacrificio-.
A.D .844M40. Morloss Sacra (Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan,
Segmento Tempestuoso.
Alara se deslizó
con cuidado por el pasillo tras cerrar cuidadosamente la puerta a sus espaldas.
Agarró con fuerza la pistola bólter, sintiendo cómo el frío le erizaba la piel.
Era consciente de que estaba descalza y desnuda bajo el camisón que llevaba,
sin blindaje alguno que la protegiera en caso de que el enemigo portara armas,
pero no le importaba. No sabía quién era aquel hombre extraño y corpulento que
acababa de asaltar la habitación de en frente, pero a juzgar por su pesadilla,
temía que fuese un brujo. Y si era así, de nada le serviría llevar blindaje.
La puerta de la
habitación estaba cerrada. Se paró a escuchar, pero no pudo oír nada. Un
segundo más tarde, escuchó un golpe seco seguido de un grito lejano. A pesar de
que las habitaciones del hotel estaban parcialmente insonorizadas para
garantizar la intimidad de los clientes, estaba segura de que había sido allí
dentro.
Actuó rápido; no
tenía tiempo ni herramientas para forzar la puerta. Voló la cerradura con un
disparo, abrió de una patada y penetró en la habitación con la pistola bólter
en ristre. La suite estaba en penumbra, no había más luces que el débil
resplandor de la mesita de noche que se colaba por el dormitorio. Aun así,
Alara pudo percibir un bulto tirado junto al rincón que jadeaba y gemía. Al
instante, constató que era el huésped que había abierto la puerta al intruso.
Estaba inmovilizado y gravemente herido; desde luego no parecía una amenaza, de
modo que la joven Sororita se concentró en seguir buscando a su enemigo. Lanzó
otra patada para abrir de golpe la puerta del dormitorio, pero tampoco allí
había nadie. Sin embargo, del cuarto de baño tenía la puerta abierta y la luz
encendida, y en su interior se escuchaban gemidos ahogados.
El intruso, fuera
quien fuese, estaba ahí.
Alara sabía que su
brusca entrada en la habitación la había delatado, de modo que no se anduvo con
lindezas; entró de un salto en el cuarto de baño con el dedo apoyado en el
gatillo, presta a disparar a quien quiera que hubiese en el interior.
No había nadie, a
excepción del bulto que gimoteaba en la bañera y que a Alara le pareció una
mujer. Tuvo un instante de confusión, que se desvaneció de golpe cuando algo
salió de repente tras la puerta abierta del cuarto de baño y se abalanzó sobre
ella con un rugido. Aquello pilló a la joven por sorpresa, pero los largos y
duros años de entrenamiento la hicieron actuar por instinto; su dedo apretó el
gatillo automáticamente mientras se arrojaba a un lado y rodaba por el suelo en
un esquive reflejo. Se incorporó de un salto, y captó instantáneamente tres
cosas: una, que su apresurado disparo había fallado, destrozando el armario de
toallas que había tras la puerta. Otra, que había una especie de mancha
sanguinolenta y chorreante resbalando por la pared donde apenas un segundo
antes había estado ella. La tercera, que un hombre alto y corpulento, con la
piel de un extraño color cerúleo y los ojos inyectados en sangre, acababa de
recuperarse de la estupefacción por su rapidez de movimientos y estaba
girándose hacia ella. De sus labios negruzcos emergió una lengua amoratada y
echó el cuello hacia atrás, como si se preparase para escupir algo. Pero antes
de que pudiera hacerlo, Alara disparó.
El proyectil
bólter impactó en el hombro izquierdo del intruso y reventó. El hombre lanzó un
aullido de dolor y trastabilló unos pasos hacia atrás, mientras su sangre
salpicaba la pared que tenía tras de sí, el espejo y el lavamanos del cuarto de
baño, y la falda del camisón de Alara. La joven se levantó de golpe y aprovechó
la ocasión para cruzar el aseo de un único salto, sabiendo que si se quedaba
allí estaba atrapada.
El hombre lanzó un
rugido de furia y salió tras ella. Asombrada, Alara constató que parecía más
enfurecido que dañado, aunque el disparo de un bólter debería haberle arrancado
el brazo de cuajo. Era evidente que su resistencia física no podía ser natural,
y aquello le recordó al bandido mutado y enloquecido de Shantuor Ledeesme.
“¡Es un mutante!
¡Un mutante del Caos!”.
Se arrojó tras la
cama y cayó al suelo, bajo la ventana, un instante antes de que resonara una
especie de arcada viscosa. Otro pegote de baba sanguinolenta se estrelló contra
los cristales. Alara se puso nerviosa al darse cuenta de que estaba atrapada;
si sacaba el cuerpo para disparar, el mutante le escupiría de nuevo, pero si se
quedaba allí, tarde o temprano llegaría a su altura y se abalanzaría sobre ella
por sorpresa. Aunque lograra dispararle, si su sangre o sus fluidos la tocaban
tal vez sería el fin.
Entonces, un grito
resonó en la habitación.
-¡De la maldición
de los mutantes, Emperador, líbranos!
Una ráfaga de tres
disparos bólter resonó en la habitación, seguida de un estallido húmedo y un
golpe seco contra el suelo. Alara asomó la cabeza y vio a Octavia de pie en el
dintel de la entrada al dormitorio. Vestía tan sólo el camisón y las
zapatillas, pero empuñaba en la mano la pistola bólter de Valeria.
-¿Estás bien,
Alara?- preguntó.
-Sí- respondió
ésta, levantándose.
El mutante estaba
en el suelo, inmóvil, con el tórax reventado. Su sangre y sus tripas se había
esparcido en todas direcciones. Alara miró a Octavia con ansiedad.
-¿Te ha
salpicado?- preguntó.
Octavia se miró de
arriba abajo.
-La piel no. Sólo
me ha manchado el camisón-.
Alargando la mano,
Alara encendió la luz de la habitación. Caminando con sumo cuidado para que sus
pies descalzos no tocaran ninguna gota de sangre, se acercó a Octavia.
-Ese… ese maldito
mutante ha infectado con algo a los huéspedes de esta habitación. Iba a por
Mathias y a por mí, pero no nos encontró donde creía que estábamos-.
Octavia desvió la
mirada hacia abajo. En el suelo, junto al cadáver del mutante, había una
pequeña placa de datos. Frunció el ceño.
-Se trata de una
especie de…de localizador. Es como si hubiera estado siguiendo un rastro hasta
aquí. Al parecer, había algo en vuestra habitación que le indicaba dónde
buscar, pero estos aparatos tienen un margen de error de unos pocos metros.
Probablemente creyó que, si la vuestra no había nadie, teníais que estar aquí-.
-¿Un rastro?-
preguntó Alara, desconcertada.- Pero, ¿qué rastro podría haber en nuestra
habitación? ¿Y quién podría haber metido en ella un localizador? ¿Alguien el
hotel?-.
-No tiene sentido-
dijo Octavia, frunciendo el ceño.- Si sabían dónde dormíais, ¿por qué no entrar
directamente? No lo entiendo…
De pronto, a Alara
la recorrió un escalofrío. Siguiendo una corazonada, cogió del suelo un zapato
y lo usó para bajarle al mutante el cuello del jersey sin tocarlo.
-Lo sabía-
susurró.
En el pecho del
intruso pendía un colgante con el símbolo del vermívoros, idéntico a los que
Mathias había requisado a los Guerreros Gusano de Karlorn. Que en aquel momento
estaban guardados en la maleta, dentro de su habitación.
-¡Es esto!-
exclamó Alara con voz ahogada.- ¡Son los colgantes! ¡Seguro que están hechizados
con algún tipo de poder psíquico! ¡Los Guerreros Gusano no sólo eran
pandilleros; eran miembros del Movimiento Libertador! ¡Y nosotros nos llevamos
sus collares!-.
Tiró el zapato a
un lado y se apartó del cadáver. Los gemidos lastimeros que resonaban en el
cuarto de baño y en la sala de estar reclamaron su atención y la de Octavia.
-¿Qué hacemos?-
preguntó Alara en un susurró.- ¿Qué les ha sucedido?-.
-No estoy segura-
respondió Octavia, tragando saliva.- ¿Es un veneno o una enfermedad?-.
Alara pensó durante
un momento.
-En mi sueño, la
sangre de Mathias se agitaba como si estuviera viva. Creo que se trata de algún
tipo de virus, o de bacteria. Una enfermedad producto del Caos-.
-En ese caso, es
muy contagiosa- siseó Octavia.- Típico de Nurgle: atacar por medio de la
enfermedad y la putrefacción-.
Alara sintió que
se atragantaba.
-¿No será… no será
la Plaga?- preguntó espantada.
La Plaga de Nurgle
era una maldición legendaria, un secreto inquisitorial que sin embargo era
conocido por el Adepta Sororitas, pues en numerosas ocasiones había tenido que
enfrentarse a él. Se trataba de una enfermedad que mutaba poco a poco a los
seres humanos, sumiéndolos en la agonía y la degeneración, cuya única cura era
la muerte; si no se ejecutaba a los infectados, éstos acababan sucumbiendo a la
enfermedad, y cuando lo hacían perdían su alma para siempre, puesto que
renacían en la Disformidad como demonios de Nurgle.
-No parecen los
síntomas de la Plaga- respondió Octavia.- He visto al huésped de la entrada. Está
agonizando de dolor. La Plaga no es tan paralizante hasta su fase final, y
antes de ello provoca numerosas mutaciones en el cuerpo de la víctima. Esto es
otra cosa-.
-En mi sueño, era
como si Mathias se volviera loco de dolor- recordó Alara.- De pronto ponía cara
de demente y me atacaba-.
-En ese caso, no
podemos arriesgarnos- dijo Octavia con firmeza.- No sabemos qué síntomas
causará esta enfermedad. Por nuestra seguridad y la de ellos, el protocolo
establece que les administremos la Misericordia del Emperador-.
Alara asintió con
la cabeza. Mientras Octavia hacía lo propio con el huésped de la salita, se
encaminó al cuarto de baño y llegó hasta la mujer, que seguía gimiendo dentro
de la bañera. Parecía ida por completo, y su rostro traslucía una terrible
agonía. De su garganta brotaban de vez en cuando débiles palabras.
-Duele… duele…
duele…
Alara le apuntó a
la cabeza con la pistola bólter y puso fin a su dolor. Luego salió al
vestíbulo, donde Octavia había ejecutado también al otro huésped infectado. La
Dialogante, que parecía triste y afectada, la miró con preocupación.
-¡Tenemos que
quitarnos esta ropa cuanto antes!- dijo.- ¡Tienes salpicaduras de sangre en el
camisón, y yo también! ¡Si el fluido nos toca la piel, sabe el Emperador lo que
podría pasarnos!-.
Alara asintió,
pero al salir de la habitación recordó algo.
-Queda otro- dijo.
Octavia la siguió
hasta la esquina del pasillo. Al fondo, junto a las escaleras, había un cuerpo
tirado en el suelo que bloqueaba la puerta de uno de los ascensores. Alara
sintió una horrenda sensación de irrealidad y pesadilla al comprender que,
aunque había salvado a Mathias, no había podido salvar a la otra víctima de su
sueño: el hombre que tan amablemente los había saludado antes de marchar. Al
acercarse a él, lo vio igual que en la pesadilla, aunque todavía vivo: los
ojos, la nariz y las orejas sangrantes, la piel pálida y las facciones
retorciéndose en una mueca de infame dolor. Sus pupilas dilatadas miraban al
infinito, pero de algún modo Alara sintió que la estaban observando
directamente a ella. El hombre lanzó un doliente gemido.
-El… Emperador… no
ayuda… al que madruga… -balbuceó con una voz débil que era casi como un
sollozo.
Los ojos de Alara
se llenaron de lágrimas cuando encañonó al malogrado viajero.
-Ve con el
Emperador, hermano- musitó, y apretó el gatillo.
A toda pisa, Alara
y Octavia regresaron a la habitación que ésta compartía con Valeria. Junto a la
puerta estaba Mikael, vestido con un pijama negro y armado con su rifle láser.
Los disparos del bólter de Alara debían de haberlo alertado. Hizo ademán de
acercarse a ellas.
-¿Todo en orden,
hermanas?-.
-¡Quieto!- le
exigió Octavia.- ¡No te muevas y no toques nada! ¡Un mutante del Caos ha
infectado a tres personas de esta planta! ¡Hay salpicaduras de sangre y
cualquier fluido corporal podría ser altamente contagioso! Alara, quítate el
camisón ahora mismo; los dejaremos aquí y los quemaremos en cuanto podamos.
Alara asintió. Con
sumo cuidado, Octavia y ella se desprendieron de los camisones y los tiraron al
suelo. Completamente desnudas, pasaron ante un Mikael de ojos desorbitados.
-¿Se puede saber
qué estás mirando?- le espetó Alara mientras abría la puerta.- ¡Vigila el
pasillo, podrían llegar más! ¡Y que nadie salga de sus habitaciones!-.
Cuando abrieron la
puerta, se encontraron a Mathias y Valeria junto a la cama con sendas pistolas
láser en la mano. Al igual que Mikael, Mathias las miró con el rostro
desencajado por la sorpresa.
-¡Valeria, ven
aquí!- exclamó Octavia, ignorándole.- ¡Un mutante del Caos portador de una
especie de enfermedad nos ha salpicado con su sangre al cargárnoslo! ¡Creo que
no nos ha tocado la piel, pero nos ha manchado los camisones!-.
Valeria se puso en
pie de un salto.
-¡A la ducha!-
ordenó.- ¡Ahora mismo! ¡No os mojéis hasta que no os frote con el
desinfectante!-.
Las tres Sororitas
desaparecieron en el interior del baño, dejando a dos hombres atónitos y mudos
a sus espaldas.
Alara se limpió
escrupulosamente siguiendo al detalle las instrucciones de Valeria. Temía en
verdad cometer algún error y desplomarse de repente en el suelo como los
malhadados huéspedes infectados. Sin embargo, todo fue bien, y Octavia y ella
salieron de la ducha sin incidentes.
-Vale- dijo Valeria,
secándose una delgada capa de sudor de la frente.- Nos hemos librado. Si la
sintomatología aparece de manera tan rápida, es evidente que estáis limpias.
Por lo que me habéis contado, la enfermedad se contagia cuando los fluidos
infectados entran en contacto con las mucosas corporales. Eso significa que mientras
no alcance ojos, nariz, boca o genitales, todo debería estar bien. En teoría-.
Alara se envolvió
con una toalla y salió a la habitación, seguida de sus hermanas. En aquel
momento se le congeló la sangre al escuchar un disparo. Presa del pánico, se
dio cuenta de que la puerta estaba entreabierta y Mathias no se encontraba
allí.
-¡NO!- gritó con
súbito terror.
¿Habían llegado
más mutantes? ¿Habrían infectado a Mathias de todos modos? Presa del pánico, se
arrojó a coger una de las pistolas bólter y corrió al exterior con el arma
amartillada.
Cuando salió, se
dio cuenta de que todo había terminado. Había seis hombres en el suelo, junto a
la esquina del pasillo. Un vistazo le bastó para darse cuenta de que Mathias y
Mikael estaban bien, aunque Mikael parecía estar herido en el brazo.
-¿Qué ha pasado?-
exclamó Alara.
-Hijos de puta-
replicó Mikael, rematando con el rifle láser a uno de los caídos, que aún se
movía.- Debían ser la escolta del mutante. Han aparecido de repente; supongo
que al darse cuenta de que el gordo no volvía. Por fortuna, los hemos oído
llegar y los hemos emboscado-.
-¡Oh, Mathias, te
dije que no salieras!- lo regañó Alara, aliviada.- ¡Podría haberte ocurrido
algo!-.
-¿Qué querías, que
dejara solo a Mikael contra seis?- inquirió Mathias, girándose hacia ella.-
¡Joder!- exclamó.
Alara lo miró
confusa hasta que se dio cuenta de que el asesino volvía a mirarla con los ojos
muy abiertos, y advirtió que se le había caído la toalla que llevaba en torno
al cuerpo.
-Maldita sea-
masculló. Rápidamente cruzó el pasillo para meterse en su habitación y ponerse
algo de ropa encima.
-Pero, ¿quieres
dejar de mirarla?- oyó exclamar a Mathias a sus espaldas con voz colérica.
Un par de puertas
resonaron al abrirse.
-¿Qué ha pasado?-
preguntó alguien.
-¡Aaah!- chilló
una voz de mujer.-¡Henrik, hay muertos en el pasillo!-.
-¡Un tiroteo!-
exclamó la voz alarmada de un hombre mayor.- ¡Terroristas!-.
Mientras Alara se
ponía la ropa interior, oyó una breve ráfaga de disparos.
-¡Pues sí,
terrorista, y estoy muy loco!- oyó gritar a Mikael.- ¡Al primero que vuelva a
salir de su habitación le vuelo la puta cabeza!-.
Se oyeron
exclamaciones de horror y el sonido de varias puertas cerrándose de inmediato.
Alara se abrochó
los pantalones, se puso una camiseta y salió al exterior.
-¡Rápido!-
exclamó.- ¡Tenemos que organizarnos! ¡Mikael, te quedas de guardia con Valeria!
¡Mathias, tú y Octavia conmigo! ¡Debemos avisar al responsable del hotel y
contactar con el Adeptus Arbites! ¡Hay que poner el edificio en cuarentena!-.
Descendieron de
inmediato por el ascensor vacío, puesto que el otro seguía bloqueado por el
cadáver del viajero. Para cuando llegaron a la recepción, Mathias estaba
recompuesto y listo para hacerse cargo de la situación. Se acercó al
sorprendido recepcionista, que parecía desbordado por varias llamadas
histéricas de huéspedes asustados. Al ver acercarse a un hombre y dos mujeres
armadas, se le demudó el rostro, hasta que Mathias sacó su insignia de
Investigador Legado.
-Inquisición
Imperial- dijo con voz autoritaria.- Deténgase ahí. ¿Quién está al mando?-.
Al oír la palabra
“Inquisición”, el recepcionista se puso blanco como el papel.
-El g… g… gerente-
balbuceó.
-Hágalo llamar.
¡De inmediato! ¡Y avise a los guardias jurado; que no dejen entrar ni salir a
nadie!-.
Alara y Octavia se
posicionaron junto a la entrada principal mientras Mathias descolgaba el
vocófono y marcaba el número del Adeptus Arbites.
-Soy el Legado
Inquisitorial Mathias Trandor. ¡Sí, de la Inquisición! ¡Ha habido un ataque
bioterrorista en el hotel Tres Hermanas! ¡Necesitamos una patrulla aquí cuanto
antes para que coordinen el aislamiento y la cuarentena del hotel! ¡Y denle
traslado al Adeptus Medicae!-.
Apenas colgó, el
recepcionista regresó con el gerente, un hombre enjuto de bigote engominado que
llevaba un par de implantes de datos en ambas sienes.
-Soy Jenn Dyrk, el
gerente del Tres Hermanas- dijo, caminando hacia Mathias.- ¿En qué podemos servir
a la Inquisición?-.
-Ha tenido lugar
un ataque bioterrorista en la sexta planta- respondió el joven, mostrando su
insignia.- El Adeptus Arbites ya está informado. Necesitamos que aísle cuanto
antes todas las habitaciones del sexto piso, exceptuando las seiscientos ocho,
seiscientos nueve y seiscientos diez. ¿Me ha entendido? ¿Puede hacerlo?-.
-Sí… sí… -dijo el
gerente, mirando la insignia con un respeto rayano en el temor. Se acercó al
cogitador central de la recepción, introdujo su tarjeta y un código.
-Todos los
huéspedes van a quedar encerrados- advirtió.
-Esa es la idea-
dijo Mathias.
Mientras los
miraba actuar, Alara oyó que Octavia le hablaba en voz baja.
-Hay algo que no
entiendo- murmuró.
-¿De qué se
trata?-.
-Los colgantes de
los pandilleros. Se los requisamos en Karlorn, lo cual significa que ya los
llevábamos con nosotros en Gemdall, incluso en Shantuor Ledeesme. ¿Por qué los
terroristas han esperado hasta ahora para atacarnos?-.
-Tienes razón…
-susurró Alara. Pero tras pensar unos instantes, cayó en la cuenta.- Porque no
los habíamos usado. Pero Mikael y tú os los pusisteis al ir a ver al anticuario
de Romwall. Y día y medio después partimos hacia Morloss.
El rostro de
Octavia se iluminó con un destello de comprensión.
-¡Es cierto! Pero
entonces… eso significa… maldita sea, son talismanes de comunicación. Estoy
segura. Quien los lleve, estará en contacto con el psíquico que estableció la
conexión. Lo cual quiere decir… Hum, si los Guerreros Gusano eran parte del
Movimiento Libertador, entonces seguro que los terroristas supieron de
inmediato que los habían capturado. Probablemente estuvieran pendientes de los
vermívoros, por si acaso aquellos que hubieran escapado avisaban de que estaban
bien. Y entonces nos los pusimos, y con ello activamos la conexión-.
Alara sintió un
escalofrío.
-Entonces, ¿saben
de nuestra misión?- preguntó.- ¿Saben quiénes somos?-.
-No creo que sepan
demasiado- respondió la Dialogante tras pensárselo.- La telepatía es un poder
invasivo, y puede ser percibido por la mente espiada. Si rozaron nuestras
mentes, tuvo que ser con suma cautela. Desde luego no averiguaron nuestros
nombres, o habrían ido directamente a nuestras habitaciones en lugar de usar el
dispositivo psico-localizador. Pero creo que escucharon lo suficiente como para
saber que éramos agentes de la Inquisición y estábamos investigando el
remanente del culto vermisionario. Lo suficiente peligrosos como para enviar un
comando a quitarnos de en medio. Y como los colgantes los portaban un hombre y
una mujer, eso era lo que buscaban los bioterroristas: un hombre y una mujer.
Sólo que los colgantes estaban en la habitación que compartís Mathias y tú-.
Alara asintió en
silencio. Por fin lo veía todo claro. Sintió un escalofrío al darse cuenta de
que habían estado viajando todo el tiempo con dos instrumentos telepáticos
creados por brujos del Caos, sin ni siquiera saberlo. Si no hubiera tenido
aquella extraña pesadilla…
Un sonido de
sirenas en el exterior interrumpió sus pensamientos. Habían llegado los
Arbitradores. Alara vio un Represor aparcado junto a la puerta del hotel,
mientras sendos coches de la Policía Urbana se cruzaban a ambos extremos de la
calle bloqueándola para que nadie pudiera pasar. Varios agentes uniformados del
Arbites descendieron del vehículo, y Alara salió del hotel para recibirlos.
-¿Agentes? Vengan
conmigo, por favor-.
El que portaba la
insignia de sargento se encaró con ella.
-¿Quién es usted?-
exigió.
Ella mostró su
tarjeta de identificación.
-Hermana Alara del
Adepta Sororitas. Estoy aquí en misión inquisitorial. Hemos sufrido un
atentado-.
-Sargento Derek
Gaskill- se presentó el Arbitrador. Pero no pudo decir nada más, porque en ese
instante comenzaron las explosiones.
Primero fue un
rumor lejano, como el retumbar de un trueno. Pero pronto comenzaron a sonar
cada vez más, seguidos, hasta que el temblor se volvió demasiado intenso y
continuado para que se tratase de un trueno. Alara distinguió la cadencia de
varias explosiones concatenadas que cada vez se acercaban más. Las últimas
resonaron tan cerca del hotel que los cristales de las ventanas retumbaron.
-¿Qué ha sido
eso?- exclamó Gaskill. Rápidamente regresó al Represor y activó el pequeño
altar de comunicaciones que había en la cabina, de modo que Alara pudo escuchar
sus palabras.- Central, al habla el Sargento Gaskill, número de identificación
ocho, seis, nueve, cuatro, uno, siete; ¿qué está pasando? Hemos oído
explosiones... ¿Cómo...? Sí, gracias-.
-¿Qué ha pasado?-
exigió Alara cuando vio que el sargento colgaba el comunicador.
-Al parecer,
estamos sufriendo una oleada de atentados- respondió Gaskill con la voz llena
de tensión contenida.- Hemos recibido alertas por explosiones de coches bomba
en gran parte de la ciudad. También hay avisos por al menos veinte atentados
que han ocurrido casi simultáneamente hará unos cinco minutos en algunas
iglesias y estaciones de transporte público. La información es muy confusa,
pero al parecer es algún tipo de ataque bioterrorista...
-... perpetrado
por hombres de aspecto enfermizo protegidos por una escolta de pistoleros,
¿verdad?- lo interrumpió Alara.- La gente cae al suelo en estado de shock
sangrando por todos los orificios faciales-.
A pesar de que
Gaskill seguía portando el casco reflectante reglamentario del Adeptus Arbites,
Alara percibió el asombro en su expresión corporal.
-Porque es el
mismo ataque que hemos sufrido nosotros- respondió ella.- Aunque el nuestro ha
sido hace más de quince minutos...
Un estallido de
comprensión súbita le dejó de repente muda, helada e inmóvil.
“No hemos sido los
únicos, sólo los primeros... pretendían dejarnos fuera de combate antes de que
comenzara lo que quiera que está pasando... ¿Y qué está pasando?”. Las
respuestas comenzaron a combinarse entre sí como las piezas de un rompecabezas.
“Las Señales de Padre... El Movimiento Libertador... el Ordo Hereticus en
alerta, las palabras de Syrio Dryas: “Creemos que están preparando algo. Una
acción armada de gran calibre, tal vez un ataque terrorista importante”. Mi
teoría acerca de un líder común, un ataque coordinado. Atacar Morloss... pero,
¿por qué Morloss? ¿No sería más lógico crear el pánico en Prelux Magna? ¿Y de
qué les serviría? Esto no son unas cuántas bombas para matar Arbitradores, es
un atentado simultáneo a gran escala con explosivos y bioterroristas mutantes,
algo que no habían hecho jamás. No tiene sentido que revelen tanto poder de
semejante manera en una ciudad que ni siquiera es la capital planetaria; se
convertirán en objetivo prioritario para todo el Arbites y hasta el Ejército. A
no ser...”
Sus ojos se
abrieron desmesuradamente al tiempo que su mente ataba cabos a toda velocidad
hasta llegar a una conclusión tan terrible, tan espantosa, que la dejaba sin
respiración.
-¿Hermana...?-
inquirió Gaskill, preocupado.
Alara volvió en sí
y clavó en el Sargento Gaskill una mirada repleta de horror.
-¡No se trata sólo
de Morloss!- exclamó.- ¡Esto es sólo el principio!-.
-¿Cómo dice?-
inquirió Gaskill, atónito.
Alara lo señaló
con la mano.
-¡Contacte de
inmediato con la central del Adeptus Arbites y avise a sus superiores de que
esta cadena de atentados va a repetirse en todas las ciudades principales de
Kamrea! ¡Hágalo! ¡Se lo ordeno en nombre de la Santa Inquisición!-.
Por fortuna, los
Arbitradores estaban entrenados para aceptar las órdenes sin cuestionarlas, y
al parecer el sargento Gaskill había decidido que una hermana del Adepta
Sororitas que hablaba en nombre de la Inquisición era una autoridad competente.
Se cuadró y echó a correr de nuevo hacia el Represor.
Alara también
corrió, pero en la dirección opuesta; de vuelta hacia el hotel.
-¡Mathias!-
exclamó al entrar en el vestíbulo.- ¡Mathias!-.
El joven, que aún
se encontraba junto al mostrador de recepción, se giró hacia ella.
-¿Qué sucede?
Hemos oído explosiones fuera...
Alara sabía que
disponía de muy poco tiempo para explicarse, de modo que se esforzó por ordenar
las ideas que bullían en su mente.
-¿Recuerdas que el
Legado del Ordo Hereticus nos dijo que el Movimiento Libertador estaba
planeando un ataque a gran escala? ¡Está sucediendo! ¡El sargento de los
Arbitradores dice que está habiendo una oleada de explosiones y atentados
bioterroristas en toda la ciudad! ¡Son mutantes como el que nos ha atacado a
nosotros! ¡Lo de esta madrugada no ha sido un ataque aislado; pretendían
quitarnos de en medio antes de que todo empezara! ¡Están infectado gente en las
estaciones de transporte, en las iglesias...!
El rostro del
Legado se llenó de alarma.
-¿Esos mutantes...
atacando en toda Morloss? ¿Estás segura?-.
-¡No sólo en
Morloss!- exclamó Alara.- ¡Piénsalo; limitarse a esta ciudad no tiene sentido!
¿Para qué hacer semejante demostración de poder y poner en guardia a todo el
mundo sobre lo que realmente son, sobre todo lo que pueden hacer, si se van a
detener aquí? ¡No cambiarían nada y conseguirían que toda la Inquisición, el
Arbites y la Milicia se les echaran encima! ¡Van a sembrar el caos a lo largo
de toda Kamrea, tal vez de todo Vermix, y alzarse en rebelión contra el
gobierno imperial! Pretenden causar el mayor daño posible, por eso han escogido
las iglesias y las estaciones de transporte urbano. ¡Son las siete de la
mañana! ¡Todos los ciudadanos imperiales están oyendo misa matutina o
dirigiéndose al trabajo!-.
Octavia se llevó
una mano a la boca.
-Pero... pero si
se tratara de un ataque simultáneo... ¿quieres decir que estaría ocurriendo a
la vez en todo el planeta? ¡No tiene sentido! Morloss está en el extremo
occidental de Kamrea, es una de las primeras ciudades del planeta donde
amanece. En Gemdall y Mordall también son las siete de la mañana, pero en
Prelux Magna es una hora menos, y en el extremo más oriental de Vermix les
queda toda la noche por delante. Las iglesias y las estaciones de transporte
estarán casi vacías...
-Sólo hay un modo
de aclararlo- las interrumpió Mathias, sacando el vocófono.- Hablaré con el
teniente Travis. El grueso de nuestras fuerzas todavía está en Gemdall. Si la
teoría de Alara es cierta, allá también estará sucediendo algo-.
Musitando entre
dientes la plegaria adecuada, marcó el código de Travis y pulsó la runa de
llamada. Al cabo de unos cuántos tonos, alguien respondió.
-¡Buenos días!
Legado Trandor al habla. Teniente Travis, ¿puedo preguntarle... ¿Qué es ese
ruido? ¿Cómo dice, alarma en la Ciudadela? ¿Hace cuánto? -.
El vello de Alara
se puso de punta a medida que el rostro de Mathias se llenaba de alarma.
-¡Sí, sí! ¡También
está sucediendo aquí! ¡Al parecer, se trata de algún tipo de ataque coordinado
a escala global! ¡Teniente, tiene que informar a Prelux de inmediato! ¡Contacte
con el alto mando ahora mismo e infórmeles de la situación! ¡Y dígale a la
hermana Tharasia que haga lo mismo con el Convento del Adepta Sororitas en
Prelux Magna! ¡Podría ser una rebelión a escala planetaria! ¡Y por amor del
Emperador, si salen a combatir, lleven equipo de protección biológica! ¡Los
bioterroristas son mutantes corruptos por los Poderes Ruinosos! ¡Y que disparen
de inmediato a cualquier sujeto con aspecto enfermizo y abotargado que actúe de
manera sospechosa!-.
Colgó y se dirigió
en primer lugar al director del hotel, que se había quedado blanco como la
nieve recién caída.
-Este hotel queda
de inmediato en cuarentena. Por orden de la Inquisición, queda terminantemente
prohibido que entre o salga nadie sin autorización, incluido usted- sin esperar
a que el infortunado director digiriera la información, se volvió hacia las
Sororitas.- ¡Tenías razón, Alara! ¡En Gemdall también está sucediendo!-.
-¡Hay que avisar a
Lord Crisagon!- exclamó Alara.- ¡Y al obispo Theocratos! ¡Al Adeptus Arbites ya
lo está alertando el sargento Gaskill!-.
-¡Yo hablaré con
Crisagon!- respondió Mathias.- ¡Tú encárgate de Theocratos! ¡Octavia, ve a
avisar a Mikael y a Valeria; reunid todos los efectos personales de nuestras
habitaciones que podáis cargar y bajadlos al todoterreno! ¡Luego, reuníos aquí
con nosotros!-.
Octavia asintió y
desapareció mientras Mathias llamaba a Lord Crisagon y Alara se encaraba con el
director del hotel.
-¡El altar de
comunicaciones!- exigió.- ¿Dónde está?-.
-E... e... en la
centralita- respondió el director, cuyo semblante demudado había pasado del
blanco al gris.- Es la p... puerta detrás d... del mostrador-.
Alara se dirigió
hacia allí y despertó al espíritu máquina del altar para marcar el código de su
convento, donde le dieron el del Palacio Episcopal. Tras un tiempo de espera
que le pareció interminable, se escuchó una voz soñolienta y malhumorada al
otro lado de la línea.
-Dígame-.
-¡Necesito hablar
con el Obispo Theocratos! ¡Ahora mismo!-.
-¿Quién diantre
está llamando?- exclamó la voz, irritada.
-¡Hermana
Militante Alara, del Adepta Sororitas!- rugió Alara.- ¡Estoy junto al Legado
Inquisitorial del Ordo Xenos, y tenemos que hablar con el Obispo ahora! ¡Es una
situación de emergencia planetaria!-.
La voz del otro
lado perdió de inmediato su arrogancia.
-Aguarde un instante,
hermana, por favor-.
El “instante” se
prolongó durante un par de minutos que a Alara se le figuraron años.
Finalmente, oyó al otro lado de la línea la inconfundible voz de Theocratos.
-Hermana Alara,
soy el Obispo. La escucho, ¿Qué sucede?-.
-Gracias por
responderme, Santidad. Acaba de comenzar una cadena de atentados en la costa
occidental de Kamrea que tememos va a extenderse por todo Vermix. La hora clave
son las siete en punto de la mañana, y detrás de ellos podría estar el comienzo
de una rebelión a escala planetaria liderada por una organización hereje que se
hace llamar Movimiento Libertador. Son objetivos muy probables las estaciones
de transporte, las iglesias, y cualquier tipo de edificio oficial o
eclesiástico. Atentarán tanto por medio de explosivos como por medio de
comandos bioterroristas-.
-¿Está segura de
lo que está diciendo, hermana?- preguntó el Obispo con gravedad.
-Completamente,
Santidad. Es necesario que suspenda de inmediato el culto en todas las
iglesias, en Prelux y en el resto del planeta, y que imponga el toque de queda
en todos los distritos eclesiásticos. Una de mis hermanas, la Ejecutora
Tharasia, ya está dando alerta al convento de mi Orden, pero le sugiero que se
coordine con la Palatina Sabina cuanto antes. También han sido informados ya el
Adeptus Arbites, la Guardia Imperial y el Lord Inquisidor del Ordo Xenos-.
-Falta menos de
una hora para que abran las iglesias en la franja horaria de Prelux- gruñó
Theocratos.- El tiempo apremia. Hablaré con Lord Crisagon de inmediato y si me
confirma esta información comenzaré a dar órdenes de inmediato-.
-Hágalo rápido,
por favor. Millones de vidas podrían estar en juego. Que el Emperador sea con
usted-.
-Y con usted,
hermana- respondió el Obispo, y cortó la comunicación.
Alara dejó la
centralita, se dirigió a paso ligero a la puerta del hotel y la abrió.
-¡Sargento!-
llamó.- ¡Sargento Gaskill?-.
-Hermana- el
sargento, que hablaba con dos de sus subalternos junto al Represor, volteó
hacia ella y se acercó a grandes zancadas- ¿alguna novedad?-.
-También está
sucediendo en Gemdall- dijo Alara.- ¿Ha informado ya a la central?-.
-Sí, hermana, y a
estas horas la central debe estar informando al alto mando del Adeptus Arbites
en Prelux Magna-.
-¿Qué se sabe
acerca de la situación en Morloss?-.
-Los atentados
bioterroristas en iglesias y estaciones de transporte siguen, pero de momento
no ha habido más explosiones. Los ataques están concentrados en un radio de
cinco kilómetros en ambas márgenes del río, pero sin embargo, la isla central
se mantiene tranquila-.
Alara frunció el
ceño, extrañada.
-¿Está diciendo
que no han atentado en Zarasakis?-.
-Sí, hermana. Ni
la catedral, ni los Palacios Gubernamental y Episcopal, ni ninguno de los
edificios oficiales o residencias particulares de la isla han sido atacados.
Tal vez los terroristas han juzgado que el dispositivo de seguridad en
Zarasakis es excesivo, ya que se mantiene un refuerzo de efectivos desde
anoche, con la Luminaria. Según las últimas noticias de las que dispongo,
muchas personas se dirigen en masa hacia los cuatro puentes para buscar
protección en la isla-.
Sin embargo,
parecía que la explicación no convenciera del todo al Arbitrador. Y Alara
tampoco se sentía convencida.
“Si pretenden
hacer el mayor daño posible a los ciudadanos leales y atacar las estructuras
oficiales de Imperio, ¿por qué no tocar la isla? ¿Por qué ni siquiera han
intentado atacarla?”.
Sólo se le ocurría
una opción.
-Es una trampa-
dictaminó.- Están intentando atraer a la isla la mayor cantidad posible de
civiles indefensos, y sacar de ella a la mayor cantidad de efectivos de
seguridad. ¿No está allí la sede central del Adeptus Arbites?-.
-Sí, hermana-.
-¿Y no están
enviado en este mismo momento agentes a los puntos calientes del Morloss?-.
-Creo que así es,
hermana. Pero también dejarán un nutrido grupo de agentes en la isla; no van a
vaciarla. Y allí también se encuentra el convento regional del Adepta
Sororitas, que sin duda ya se habrán movilizado para proteger el distrito
episcopal de la isla. Ahora todas las fuerzas de seguridad de Zarasakis están
en alerta. Si los terroristas intentan hacer algo parecido a lo que han hecho
hasta ahora, les resultará imposible escapar-.
“Algo parecido a
lo que han hecho hasta ahora...”. Alara se dio cuenta de que el sargento
Gaskill llevaba razón. “Tiene que haber algo más”.
En ese instante,
un desagradable escalofrío le recorrió la columna vertebral, fruto de un
presentimiento funesto.
-¿Qué hay en la
Zona Prohibida?-.
-¿Cómo dice?-.
-La Zona
Prohibida. Las tres islas: Zarpa, Garra y Cráneo. Según tengo entendido en
Zarpa hay una sede administrativa y un cuartel del Adeptus Arbites. En Garra
hay una prisión de alta seguridad para criminales peligrosos. ¿Qué hay en
Cráneo?-.
Incluso a través
del cuello flexible de la armadura caparazón, pudo distinguir cómo el sargento
Gaskill tragaba saliva.
-Eso es
información restringida. No estoy autorizado a informar...
-Está totalmente
autorizado- lo interrumpió Alara, fría como el hielo.- Desde ahora mismo. Por
mí y por la Santa Inquisición. ¿Qué hay en la isla de Cráneo?-.
Gaskill tuvo un
pequeño, ínfimo instante de vacilación antes de contestar.
-Otra prisión-.
-¿Para qué tipo de
criminales?-.
-Brujos. Psíquicos
no autorizados. Es allí donde esperan para ser interrogados o enviados a las
Naves Negras. Lo custodia un destacamento de Arbitradores de élite, la Brigada
Omega-.
-¿Brigada Omega?-.
-La llamamos así
porque todos los miembros de dicha brigada poseen el gen omega. Son Vacíos.
Intocables. No tienen potencial psíquico, y por lo tanto son inmunes a los
poderes psíquicos. Por eso son los guardianes perfectos para la prisión de
Cráneo. Es la única de esas características que hay en Vermix, la única en todo
el planeta. Podrían ejecutarme sumariamente por revelar esta información a
cualquiera que resulte no estar autorizado-.
Pronunció la
última frase en el mismo tono átono y formal que había empleado al principio,
pero Alara advirtió su tribulación.
-No se preocupe,
sargento, ha hecho lo que debía. Necesito que cotacte con Cráneo de inmediato y
verifique que con ha sido objeto de ninguna agresión-.
-A la orden,
hermana-.
Gaskill volvió al
altar del Represor y habló con la central. Tras unos minutos de conversación,
cortó la comunicación con un gesto extrañamente lento y pesado, como si no
fuera un hombre fornido y vigoroso sino un anciano cansado. Su rostro sin
facciones, oculto tras el casco, se giró hacia Alara.
-La central me
informa de que las comunicaciones con la isla de Cráneo se han interrumpido sin
razón aparente-.
-¿Cuándo fue la
última hora de contacto?-.
-Las seis de la
mañana. Los agentes de Cráneo tienen la obligación de verificar su estado cada
hora. La central no ha recibido la comunicación de las siete. Y cuando han
tratado de contactar, nadie ha respondido a la señal. Acaban de enviar una
patrulla hacia allá-.
Al ver cómo sus
peores temores se cumplían, Alara meneó la cabeza en señal de negación.
-Llegarán tarde.
No conseguirán impedir lo que ya ha sucedido. La Brigada Omega no ha podido
evitarlo y ellos tampoco podrán-.
-¿A qué se refiere,
hermana?- preguntó Gaskill.
Alara tragó
saliva. Si se equivocaba en sus elucubraciones, las consecuencias podían ser
catastróficas. Pero tenía la espantosa certeza de estar en lo cierto.
-Creo que conozco
los planes del enemigo- antes de que Gaskill pudiera preguntarle cómo diantre
lo sabía, ella continuó.- ¿Hay algún convento del Adepta Sororitas en
Morloss?-.
-Sí, hermana, una
misión constituida por una Ejecutora y su pelotón. Su cometido es proteger el
distrito eclesiástico y el Palacio Episcopal-.
-¿Conoce su
frecuencia de comunicador?-.
-Puedo
averiguarla- Gaskill echó una ojeada al libro de claves que guardaba en una
placa de datos y le prestó a Alara su propio comunicador. Ella marcó el código.
-Hermana
Ejecutora, al habla la Hermana Alara, Primer Pelotón, Primera Compañía, ¿me
recibe?-.
Tras un chasquido
de estática, escuchó la respuesta.
-Hermana Ejecutora
Alexia al habla, la recibo. ¿Qué hacen ustedes aquí?-.
-No estoy con el
resto de mi Pelotón, hermana. Me encuentro en una misión en solitario como
Hermana Acólita de la Inquisición. Estoy junto al hotel Tres Hermanas, acabamos
de sufrir un atentado-.
-Ustedes y toda la
ciudad, hermana. Lamento decirle que no podemos acudir en su ayuda. Hemos
recibido alerta de una fuga en masa de psíquicos no autorizados de la prisión
en la isla de Cráneo y nos dirigimos en estos momentos hacia allí en un
Valkyria de la Guardia Imperial-.
-No. Tienen que
dar la vuelta-.
-¿Cómo ha dicho,
hermana?-.
-Escuche,
Ejecutora Alexia, los brujos ya han salido de allí. Es una trampa. Pretenden
enviarlos a la isla de Zarasakis para atacar los centros eclesiástico,
gubernamental y financiero y acabar con todos los refugiados que están allí. Yo
voy a dirigirme con una escuadra del Adeptus Arbites a la costa para interceptarlos,
pero seremos muy pocos. ¡Necesitamos que el Valkyria los intercepte y ustedes
regresen a la isla para defenderla! ¡Tiene que dar la vuelta! ¿Me oye? ¡Es muy
importante que lo hagan!-.
La hermana Alexia
no respondió. Alara sólo escuchó el sonido de la estática.
-¿Hermana
Alexia?-.
Más estática.
Alara lanzó un rugido de rabia.
-¡No se oye
nada!-.
-Aquí tampoco-
dijo Gaskill desde el altar de comunicaciones del Represor.
Alara regresó a la
puerta del hotel y llamó a Mathias.
-¿Has hablado con
Lord Crisagon?-.
El joven, que estaba
examinando su vocófono con expresión inquieta, levanto la vista hacia ella.
-Sí, pero se ha
cortado antes de que pudiera terminar. He intentado volver a llamarlo, pero no
lo consigo-.
Gaskill, que se
había acercado a escuchar sus palabras, emitió un gruñido sordo.
-Esos malditos
herejes han cortado las comunicaciones-.
Alara y sus
hermanas tardaron quince minutos en ponerse las servoarmaduras, ayudándose las
unas a las otras. Mathias y Mikael hicieron lo propio, el Legado con la
armadura caparazón que le había dado la Inquisición y el asesino con la malla
flexible que lo protegía como una segunda piel. Cuando estuvieron listos y
armados, subieron al vestíbulo del hotel, donde hasta los Arbitradores se les
quedaron mirando.
-Muy bien- dijo
Mathias.- Este es el plan: Octavia y Alara irán con el sargento Gaskill a la
costa para tomar una patrullera e interceptar a los brujos antes de que lleguen
a la isla central. Valeria y yo nos dirigiremos al hospital más cercano con las
muestras que hemos extraído del mutante y los infectados y desde allí
trataremos de contactar con el Ordo Hereticus. Mikael nos escoltará-.
Todos asintieron,
aunque Mathias no parecía muy contento al dar las órdenes. Alara sabía por qué.
Cuando fue a ponerse el yelmo, el joven la detuvo.
-Esto sigue sin
gustarme- susurró entre dientes.- ¿Por qué no puedo ir contigo? Debería ir
contigo. Soy el Legado Inquisitorial-.
Ella negó con la
cabeza, aunque el corazón se le encogía de dolor.
-Ya lo hemos
hablado, Mathias- susurró.- Eres el Legado Inquisitorial, y probablemente
también el mejor bioquímico que hay ahora mismo en Vermix. Eres un científico,
no un guerrero. Debes encontrar la cura a esta infección-.
-Eso será si
existe tal cura-.
-Sé que la
encontrarás- afirmó ella, cogiéndole la mano.- Tienes que encontrarla. Valeria
te ayudará, y tendrás a todo el Adeptus Medicae a tus órdenes-.
Mathias tragó
saliva.
-¿Y si no la
encuentro? Quiero ir contigo, Alara. Quiero luchar contigo-.
Alara leyó en su
mirada angustiada las palabras que Mathias no se atrevía a pronunciar.
“Quiero morir
contigo”.
Se llevó la mano
del joven a los labios y depositó un fugaz beso en el dorso. No podía hacer más
con toda una escuadra de Arbitradores mirando.
-Tu fe es débil,
Mathias Trandor. Deberías orar más. Que el Emperador te guíe y te proteja-.
Cruzó una última
mirada con Mathias, cuyos ojos ardían bajo el manto de un millón de lágrimas
contenidas, y se ajustó el yelmo sobre el collarín de la servoarmadura antes de
que él pudiera darse cuenta de que a ella le sucedía lo mismo. Las manos de
ambos se estrecharon una última vez, y luego volvieron a separarse. Una vez
más.
Alara, Octavia y
los Arbitradores partieron hacia la costa en el Represor. Por fortuna, el
potente vehículo blindado era capaz de apartar los coches y los escombros que
se interponían en su camino, y la gente se echaba a un lado con rapidez al
verlos llegar. Apenas se había alejado un centenar de metros del hotel cuando
llegaron a una de las avenidas principales, donde los efectos de las
explosiones eran más que evidentes. Muchas personas estaban heridas y
familiares o transeúntes bienintencionados los asistían mientras los primeros
servicios de emergencia conseguían llegar al lugar.
-La ciudad es un
caos- murmuró Gaskill.- Las ambulancias tendrán muy complicado llegar-.
El Represor se
encaminó avenida arriba, rumbo a los muelles del oeste. Y en ese momento, todo
voló en pedazos.
El primer impulso
de Alara, sobresaltada por la explosión, fue arrojarse al suelo del vehículo.
Luego se dio cuenta de que no era necesario; la carrocería blindada había
resistido sin peligro alguno los impactos. Al asomarse de nuevo por el visor de
cristales tintados, se dio cuenta de por qué.
-Por el sagrado nombre
de Terra... -susurró uno de los agentes, conmocionado.
Alara no podía
hablar. La garganta se le cerró al darse cuenta de lo que había sucedido. Los
terroristas habían hecho estallar una segunda cadena de bombas, pero no de gran
carga explosiva como las de la primera detonación. Éstas estaban llenas de
metralla. Su objetivo no era destrozar vehículos ni penetrar blindajes, sino
rematar a los heridos y masacrar a todos los que se hubieran detenido a
ayudarles.
-¡Por el Dios
Emperador!- exclamó Octavia, angustiada.- ¡Tenemos que ayudarles!-.
Alara se mordió
los labios para impedir que su voz temblara de pena e indignación.
-No servirá de
nada, Octavia. Míralos. No podemos hacer nada-.
Ella misma miraba,
y apenas podía creer lo que veía. Cientos de civiles destrozados por la
metralla. Hombres y mujeres acribillados derrumbados sobre los heridos a los
que trataban de ayudar. Familias enteras muertas sobre las aceras. Una mujer a
la que le faltaba media cabeza aún aferraba entre sus brazos el cuerpo desmembrado
de un niño. Un anciano aullaba en el suelo mientras se desangraba por los
muñones desgarrados que una vez habían sido sus piernas. Donde quiera que
mirara sólo veía muerte, destrucción y vidas inocentes segadas para siempre.
Donde quiera que
mirara, volvía a ver las calles de Galvan.
-Adelante- ordenó
el sargento Gaskill, cuya voz apenas disimulaba la conmoción que sentía.- Sigan
adelante-.
Mientras el
Represor avanzaba, recorriendo aquella oleada de muerte y desolación, Alara
notó un tirón en los dedos y se dio cuenta de que estaba retorciendo las
cuentas de su Rosarius en un gesto inconsciente.
-Esto no es sólo
cosa de los Vermisionarios- susurró.
-¿Qué dices?-
preguntó Octavia.
-No tiene sentido.
Ellos quieren infectar a la gente, no destruir caprichosamente a todo el mundo
por igual-.
-Otra prueba más
de tu teoría de la unión bajo un líder común- dijo Octavia en voz baja.-
Lástima que no hayamos alcanzado a evitar esta masacre-.
“Nosotros la hemos
provocado” pensó Alara con un nudo en la garganta. “Syrio Dryas lo dijo. La
purga de los Shantuor los ha apresurado”.
En el fondo, sabía
que aquello era una ventaja táctica, porque al contemplar las Señales del Padre
los herejes se habían visto impelidos a actuar antes de lo previsto, y los
golpes apresurados eran más difíciles de acertar en el blanco. Pero, ¿y si
nunca se hubieran detenido a pernoctar en Shantuor Ledeesme? ¿Y si hubieran
seguido su viaje por Kamrea, conforme al plan? Una vez estallada la rebelión,
el periplo fingiendo ser antropólogos de Prelux había terminado. Ya no tenía
sentido.
“Si lo hubiéramos
continuado conforme estaba previsto, ¿habríamos hallado pruebas de esta
conspiración? ¿Habríamos podido detenerla antes de que empezara?”.
Aferró con más
fuerza el Rosarius, abandonando aquellos pensamientos. No servirían de nada,
salvo para hacerla sentir peor y minar su voluntad. Necesitaba mantener la
moral alta, necesitaba confiar en la providencia del Dios Emperador. Nunca
sabría realmente qué habría pasado si las cosas hubieran sido diferentes, por
lo tanto era inútil y pernicioso pensar en ello. En vez de eso, empezó a rezar.
Llegaron a los
muelles occidentales poco después. El sargento Gaskill guió a su pelotón y a
las dos Sororitas al muelle de las patrulleras, a donde pudieron acceder sin
problemas cuando vieron sus uniformes y sus acreditaciones.
-Sargento Gaskill,
¿cuánto tiempo cree que tenemos?- inquirió Alara.
-Las islas están
bastante apartadas de la costa- respondió el Arbitrador.- Por mar, el viaje
dura un par de horas; hora y media si la embarcación es muy rápida y el mar
está tranquilo. Si suponemos que el asalto empezó poco después de las seis
horas, cuando se recibió la última transmisión... la guarnición de Cráneo y los
Omega habrán presentado una dura resistencia, pero por rápido que haya ido todo
no habrán podido sacar a los brujos de la prisión y embarcarlos hacia tierra
firme en menos de media hora. Y ahora mismo son las ocho, lo cual nos da... un
margen de aproximadamente media hora. Si pudiéramos dar aviso a la Armada Imperial
para que enviasen cruceros de batalla a apoyarnos, los herejes estarían
vendidos, pero con nuestras comunicaciones averiadas nuestras fuerzas serán un
caos absoluto. Nadie puede coordinarse con nadie ni pedir ayuda. Claro que si
nosotros no podemos, ellos tampoco podrán-.
-No esté tan
seguro, sargento- dijo Octavia con voz lúgubre.- Los rebeldes están liderados
por psíquicos no autorizados. Poseen medallones de comunicación con los que
pueden transmitir y recibir información a sus superiores. Ellos sí están
coordinados, nosotros no-.
El sargento
Gaskill hizo el signo del Aquila.
-Entonces, que el
Emperador nos proteja. Fue providencial que adivinara usted sus intenciones,
hermana Alara. Al menos hemos podido alertar a Prelux Magna, y con ello al
resto de Kamrea-.
-Y también a la
Ejecutora Alexia- añadió Alara.- El Emperador quiera que haya oído mis últimas
indicaciones, de lo contrario no contaremos con apoyo alguno cuando nos
enfrentemos a los brujos. ¿Cuántos de ellos había prisioneros en la isla?-.
-Por la
información que me dieron desde la central, calculo que unos trescientos cincuenta.
Tal vez más-.
“Trescientos
cincuenta” Alara cerró el puño, sintiendo cómo las placas de ceramita se
doblaban sobre sus dedos. “Tres centenares y medio de psíquicos descontrolados,
más la caterva de brujos y guerreros caóticos que han ido a rescatarlos, contra
veinte Arbitradores y dos Sororitas. Emperador, ayúdanos”.
Abordaron la
patrullera, cuya tripulación corrió a ponerla en marcha. Veinte agentes de la
Policía Aduanera se pusieron a las órdenes de Gaskill mientras el capitán
acudía al puente de mando y los tecnomantes de la sala de máquinas realizaban
los rituales necesarios para poner en marcha la embarcación.
Alara miró hacia
el mar. La línea del horizonte se desdibujaba entre la neblina y la capa de
lluvia que descargaba sobre la costa. Había mala visibilidad, pero no
importaba; aquello les beneficiaba. El enemigo era mucho más numeroso que
ellos; cuanto más tardasen en verlos, más tardarían en atacarlos.
-¡Sargento!- exclamó una voz, emergiendo de
la sala de máquinas.- ¡Sargento!-.
Gaskill se acercó. Alara y Octavia fueron
tras él.
-¿Qué sucede?- inquirió el Arbitrador.
Un joven tecnomante con la cabeza rapada y el
occipital erizado de cables sacó medio cuerpo fuera.
-Tenemos un problema, señor... eh...
hermanas. Algo muy extraño está enloqueciendo a los espíritus máquina de los
sistemas de navegación y comunicación. No será seguro salir en esas
condiciones...
-¿Puede esta patrullera navegar sin ellos?-
lo interrumpió Alara.
-Sí, hermana, pero sería temerario. No
dispondremos de sónar ni radar; no podremos detectar obstáculos y mucho menos otras
naves. Tampoco podremos contactar con la autoridad portuaria ni solicitar
refuerzos...
-Eso da igual. Necesitamos zarpar a toda
costa y por mucho que se esfuercen no conseguirán apaciguar a los espíritus
máquina; los herejes han bloqueado nuestras comunicaciones. Salgan como estén-.
El tecnomante miró de reojo a Gaskill, que
asintió.
-Muy bien- refunfuñó, volviendo adentro.-
Tendremos que pasar con las cartas de navegación. Que el Omnissiah nos ayude si
surge algún problema-.
La patrullera se puso en marcha y zarpó en
dirección a la isla de Zarasakis. Mientras se alejaban de los muelles, Alara, Octavia,
Gaskill y el capitán se reunieron en torno a un mapa de la costa.
-Si queremos tener alguna oportunidad contra
los herejes, no podemos ir de frente- observó la militante.- Tenemos que
tenderles una trampa. ¿De qué armamento dispone esta patrullera?-.
-Hay un cañón doble en la torreta de proa y
dos cañones simples en popa- contestó el capitán.- también tenemos ametralladoras laterales a
babor y estribor. Aunque, por supuesto, nuestra munición es limitada-.
Alara señaló un punto en el mapa.
-Por lo que veo, la isla de Faro está justo
antes de llegar a la bahía, a poca distancia de Zarasakis, que se extiende entre
el río y el estuario. Y por lo que veo, en la parte derecha de la isla hay una
especie de espolón de roca. Si el calado de la patrullera lo permite, creo que
deberíamos esperarlos justo ahí. Tendrán que pasar al lado de Faro si quieren
llegar a Zarasakis, y de ese modo no nos verán hasta que los tengamos encima.
Si todo sale bien, podremos entretener a los herejes lo suficiente para dar
tiempo a que la hermana Alexia llegue con refuerzos-.
Gaskill le lanzó una mirada inquieta, aunque
no dijo nada. Alara sabía lo que estaba pensando.
“Si la Ejecutora consiguió oír todo lo que
dije y sigue el plan, podríamos atrapar a los herejes entre el yunque y el martillo.
Pero si nadie acude en nuestra ayuda, nos barrerán”.
-Hay bastante calado para esconder la
patrullera, hermana- dijo el capitán.- Daré las órdenes-.
Alara asintió en silencio.
“Que el Emperador nos asista”.
Cuando alcanzaron la isla de Faro, la
patrullera se detuvo tras el espolón. El capitán se acercó a las Sororitas y al
sargento Arbitrador con el ceño fruncido.
-Estamos en posición, pero con el radar
inutilizado no tenemos forma de saber cómo de cerca están las naves enemigas. Y
si asomamos el morro por el espolón, quedaremos expuestos.
El teniente Gaskill hizo llamar a dos de sus hombres.
-¡Agente Whitely, Agente Lozzar, desembarquen
en la isla y apóstense en esa loma con los binoculares! ¡En cuanto vean
aparecer a los herejes, regresen con un informe completo!-.
Los dos Arbitradores se cuadraron y corrieron
a cumplir su cometido.
-Son los vigías más competentes de los que
dispongo- dijo Gaskill.- Y Lozzar estuvo enrolado en la Armada Imperial antes
de trasladarse al Adeptus Arbites-.
Durante los eternos minutos que siguieron,
las Sororitas se dedicaron a asegurarse de que el armamento estaba listo y a
punto, a organizar a los hombres y a rezar. Octavia parecía aguantar bien
aquella espera forzosa, pero Alara estaba inquieta e irritable. El horror que
había contemplado en las calles de Morloss no se le iba de la cabeza; quería
purgar a los herejes y quería hacerlo ya.
Finalmente, vieron regresar a los vigías, que
llegaron corriendo por la playa.
-¡Sargento Gaskill, ya vienen!- exclamó
Whitely en cuanto subieron a la patrullera.- ¡Es una verdadera flota! ¡Aún
están lejos, pero hemos contado al menos cincuenta embarcaciones!-.
-¿Qué tipo de embarcaciones?- inquirió
Gaskill.
-Yates, en su mayoría. Aunque algunos van en
motos de agua o en lanchas motoras-.
-¿Disposición de la flota?-.
-Van en tres columnas, señor. Las motos, las
lanchas y los yates ligeros flanquean por ambos lados una línea central de
yates grandes. Creemos que ahí es donde viajan los psíquicos-.
-Tendremos que intentar romperles el flanco
para alcanzar la columna central- dijo Alara.- Necesitamos eliminar a todos los
brujos que podamos-.
-Esta patrullera es ligera- intervino el
capitán- pero aun así será cuestión de tiempo que las motos y las lanchas
consigan flanquearnos, si vamos a navegar directos hacia ellos-.
-Que nos flanqueen- repuso Alara.- Tenemos
las ametralladoras laterales, dos cañones de veinte milímetros en popa,
nuestros rifles bólter y las carabinas automáticas de la dotación aduanera. Y
si llegan a corto alcance, también contamos con las escopetas de combate de los
Adeptus Arbites. Pasará mucho rato antes de que nos quedemos sin munición, y la
inestabilidad de las motos y las lanchas dificultará mucho la puntería del
enemigo-.
-Con el debido respeto, hermana- dijo el
sargento Gaskill.- ¿Ha tomado en consideración que también podrían atacarnos
los brujos? Algunos poderes psíquicos pueden ser devastadores…
-No se preocupe por eso- replicó Alara con
firmeza.- Usted y sus hombres limítense a disparar. Nosotras detendremos a los
brujos-.
-¿Y cómo van a hacerlo, si me permite la
pregunta?-.
-La fe es nuestra arma y nuestro escudo.
Contra ella, nada podrán las hechicerías impías del enemigo-.
Si los Arbitradores seguían albergando dudas
tras aquellas palabras, no lo demostraron. Gaskill se giró hacia el Agente
Lozzar.
-¿Cuánto tiempo tenemos?- preguntó.
-A la velocidad a la que se aproximan, yo
diría que unos diez minutos- respondió Lozzar.- Si salimos antes, no
expondremos demasiado pronto, y si esperamos más corremos el riesgo de que nos
rebasen y la punta de la formación alcance la isla de Zarasakis-.
-¡Muy bien!- exclamó Alara.- ¡Ya lo han oído!
¡Diez minutos entonces! ¡Todos a sus puestos!-.
Al cabo de cinco minutos, todos estaban en su
sitio. El capitán mandó encender los motores. Alara y Octavia se apostaron en
proa.
-Espero que tu plan funcione- murmuró
Octavia, cuya servoarmadura roja de Dialogante goteaba lluvia.
-Si la Ejecutora Alexia pudo escucharme,
funcionará- respondió Alara.- Y si no, al menos nos llevaremos por delante a
todos los herejes que podamos antes de caer-.
-¡Es la hora!- tronó Gaskill
-¡Avance a toda máquina!- ordenó el capitán.
Alara agarró con fuerza su rifle bólter
mientras la patrullera, cortando las olas, abandonaba su escondite y salía al
encuentro de los herejes.