A.D. 840M40.
Randor Augusta (Kerbos), Sistema Kerbos, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.
El pasillo del rectorado está oscuro y vacío
cuando Mathias se adentra por él. Lo mueve una prisa fruto de la impaciencia;
se pregunta por qué el mismísimo rector del Collegia Imperialis le ha hecho
llamar. No es habitual que alguien tan importante como el rector Ignatius
Saeden convoque a su presencia a los recién doctorados.
Cuando llama a la puerta con los nudillos,
una voz cascada le dice que puede pasar. Mathias entra, y ve ante sí la figura
de un auténtico erudito: un hombre viejo con profundas entradas en la frente,
la barba tan gris como sus escasos cabellos. En la parte derecha del cráneo
tiene injertada una placa de datos, de la cual surgen varios cables
directamente conectados al cogitador que tiene delante. Viste una túnica púrpura
con filigranas doradas y un grueso medallón de oro con el emblema del
Administratum le cuelga del cuello. Tiene la piel de un blanco grisáceo y
profundas ojeras, como si llevara semanas sin dormir. Por lo que Mathias sabe
acerca de las drogas supresoras del sueño, es probable que así sea. El rector
alza la cabeza y lo escruta con la mirada.
-El doctor Trandor, supongo-.
-Sí, señoría- responde Mathias.- Es un honor
conocerle. Me ha mandado usted llamar. ¿Puedo preguntar…
-Siéntese- lo interrumpe Saeden. Mathias
obedece, y el hombre mira algo en la pantalla de su cogitador.- Mathias
Trandor, licenciado cum laude en Biología. Su
tesis doctoral sobre Bioquímica Metabólica ha obtenido un sobresaliente. ¿Me
equivoco?-.
-No, señor-.
-Muy bien. Ahora que se ha convertido en
Docto Biologis, ¿cuáles son sus planes de futuro?-.
-Yo… -Mathias vacila un instante, cada vez
más extrañado. ¿Por qué le importan al rector Saeden sus expectativas
laborales?- Me gustaría labrarme una carrera en el Administratum como erudito-.
Está a punto de añadir una cortesía del
estilo “ojalá llegue tan alto como usted”, pero la prudencia le sella los
labios. Tiene la sensación de que Ignatius Saeden es del tipo de persona que desconfía
de las lisonjas.
-Un proyecto muy loable, doctor Trandor- dice
el rector, asintiendo lentamente con la cabeza.- Sin embargo, el ascenso en la
jerarquía del Administratum es duro. Hay mucha competencia. Y dado que usted
carece de una familia influyente que pueda comprarle un buen puesto, necesita
reunir todos los méritos que pueda. ¿No es verdad?-.
-Sí, señor-.
La mirada del rector se endurece súbitamente.
-Lo que hablemos a partir de ahora es alto
secreto. Ha de firmar usted este documento de confidencialidad por triplicado,
en el cual se compromete a no revelar absolutamente nada de lo que se va a
decir, bajo pena de muerte-.
Mathias abre mucho los ojos, atónito por el
cariz que está tomando la conversación.
-Rector Saeden, no entiendo nada. ¿Qué es
esto?-.
-La mejor oportunidad que tendrá de medrar en
su carrera profesional, doctor- responde Saeden, escueto.- Pero no le revelaré
nada más a menos que firme ese papel. Si no va a hacerlo, le ruego que se
levante de inmediato y abandone mi despacho. Mi tiempo es limitado y tengo
asuntos que atender-.
Mathias, por supuesto, se queda sentado. La
curiosidad ya lo ha atrapado como la pegajosa tela de una araña. Respirando
hondo para contener los nervios, coge los papeles y los lee. Un documento
oficial con el sello de la Inquisición. La respiración se le corta durante un
instante antes de que su mano derecha vuele hasta una de las electroplumas que
descansan sobre la mesa y estampe la firma al final de los pergaminos.
-Bien, doctor- dice el rector Saeden mientras
coge los documentos con sus huesudos dedos y los hace desaparecer en el
interior de un cajón.- Como ya habrá deducido, se trata de un asunto de la
Inquisición. Concretamente del Ordo Xenos. Nos han pedido un especialista en
bioquímica metabólica y usted es el doctor más prometedor que tenemos ahora
mismo entre nuestras filas. No sólo ha obtenido las calificaciones más altas de
su promoción sino que su tesis doctoral ha impresionado a algunas personas. A
las personas adecuadas, podría decirse-.
-¿Qué quiere la Santa Inquisición de mí?-
pregunta Mathias, con el corazón galopándole furioso en el pecho.
-Sus conocimientos- responde Saeden.- Su
trabajo, su pericia, su experiencia. Y proviene usted del Sistema Cadwen, lo
cual lo hace aún más apto para el puesto, porque la investigación para la cual
se le requiere tiene lugar allí.- Consulta por un instante la pantalla del
cogitador.- Concretamente en el planeta Vermix. No sé si ha oído hablar de él-.
-Conozco su existencia- responde Mathias.-
Pero nunca he estado allí, y no sé gran cosa de él-.
-Perfecto. Así partirá con la mente libre de
prejuicios. Suponiendo que quiera aceptar el puesto-.
-¿De cuánto tiempo estamos hablando?-.
Los delgados labios de Ignatius Saeden se
curvan en una sonrisa sarcástica.
-Esa pregunta es improcedente cuando hablamos
de la Inquisición. Nunca dan más explicaciones de las necesarias, y en este
punto han sido más bien imprecisos. Hablan de varios años, eso es todo. Pero
tengo entendido que es usted soltero, aún no tiene trabajo, y tampoco cargas
familiares. Y los Acólitos de la Inquisición son los mejor valorados a la hora
de optar por un puesto relevante en el Administratum-.
Mathias asiente con lentitud. La excitación
burbujea en su interior, ahogando la incertidumbre. Acólito Inquisitorial. Eso
podría darle acceso a secretos insondables, incluso a descubrimientos críticos
para el Imperio de la Humanidad. Jamás había podido soñar con una oportunidad
semejante.
-¿Acepta, doctor Trandor?-.
Y Mathias asiente.
-Acepto, rector Saeden. ¿Qué tengo que
hacer?-.
Un fajo de papeles mucho más grueso que el
anterior aparece sobre la mesa.
-Para empezar, leer y firmar todo esto.
Después, deberá hacerse una revisión médica, preparar su equipaje y estar
dispuesto a embarcar en una lanzadera espacial dentro de dos semanas-.
Mathias atrae hacia sí los documentos y se
pone a leer. Al cabo de varios minutos levanta la vista, asiente y firma los
papeles. Ignatius Saeden vuelve a esbozar otra sonrisa torcida.
-A partir de ahora forma parte de la Sagrada
Inquisición, Doctor Trandor. Confío en que mantenga alto el buen nombre de este
Collegia Imperialis allá donde va-.
-Sí, señoría- responde Mathias con
solemnidad.- Se lo prometo-.
A.D .844M40.
Shantuor Ledeesme (Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.
Por un momento, la
angustia y el terror no permitieron a Alara pensar. Jamás se había sentido así
de aterrorizada desde la noche de la Matanza de Galvan. Respiró hondo,
forzándose a recuperar el control, a tranquilizarse
“Calma. Calma,
calma, calma, eres una Hija del Emperador, así no vas a salvarlos, maldita sea
CÁLMATE Y PIENSA”.
Funcionó. Tras
unos segundos de pánico, Alara dejó de hiperventilar y su mente se despejó
lo suficiente como para permitirle pensar de nuevo.
“No han podido
cogerles hace mucho. He hablado con Mathias justo antes de que comenzara el
tiroteo”. Miró la hora a la que había sido recibido. Hacía apenas un par de
minutos. “Tal vez hayan conseguido repeler el ataque”.
Con dedos
temblorosos, marcó en el vocofonador celular el número de Octavia. Para su sorpresa, al
tercer timbrazo la voz de su amiga contestó.
-Hola, Alara-.
-¡Octavia!- gritó
Alara, angustiada.- ¿Dónde estás? ¿Estáis bien?-.
-¿Pues dónde vamos
a estar? En el todoterreno- contestó su amiga
Alara se dio
cuenta de que había algo raro en la voz de Octavia. Sonaba demasiado forzada,
artificial, llena de tensión contenida. Como si estuviera mostrando una
jovialidad que en realidad no sentía.
“La tienen
prisionera”, pensó Alara, temblando. “La ha obligado a contestar. Probablemente
tengan encañonados a Valeria o a Mathias para asegurarse de que no dice nada
revelador”. Aún así, tenía que asegurarse, y decidió hacer una prueba.
-¿Están contigo
Cornelia y Lucius?- preguntó.
Cornelia y Lucius
eran los nombres de los fallecidos padres de Octavia; si su amiga estaba bien,
le preguntaría de qué diantres estaba hablando.
-Ah… sí, claro,
los dos están conmigo- contestó Octavia.
Algo en el corazón
de Alara se derrumbó por completo. En aquella ocasión, fue ella quien tuvo que
fingir tranquilidad.
-De acuerdo
entonces, bajo en seguida y me reúno con vosotros en el coche-.
-Estaremos
esperando aquí- contestó Octavia.
Alara cortó la
comunicación.
-Los han atrapado-
musitó.- La estaban obligando a contestar-.
-¿P… por qué le
has d… dicho que bajabas?- preguntó Mikael con la voz entrecortada.
-Para que manden a
alguien afuera con la intención de esperarnos y atraparnos. No sé cuántos son
en total esos bandidos, pero de este modo nos libraremos al menos de dos o tres
de ellos-.
El asesino
asintió.
-Buena jugada-.
Alara sacó un
cargador del cinto y recargó su rifle bólter.
-Mikael, lo
siento, pero tengo que dejarte aquí. He de ir a buscar a los demás. Si se los
han llevado, será para interrogarlos acerca de por qué estamos aquí, y cuando
consigan extraerles la información los matarán. Hay que impedirlo; tengo que
salvarlos-.
-V… ve. Yo t… te
seguiré en cuanto pueda-.
-¿Bromeas?-
preguntó Alara, escéptica.- Si no puedes ni moverte-.
-A… ahora no, pero
d… dentro de unos minutos me habré recuperado b… bastante. Ve, yo te alcanzaré-.
Alara asintió,
respiró hondo y se levantó. Comenzó a caminar por el pasillo, consciente de que
el tiempo apremiaba y ella no tenía forma de saber dónde se habían llevado a
sus amigos. Al llegar al rellano, vio que el secuaz cobarde también había
desaparecido. Herido como estaba, había conseguido arrastrarse en pos del jefe
y su lugarteniente.
“Sangre. ¡Claro,
la sangre! ¡Los bandidos están heridos; habrán ido dejando un rastro de sangre
por donde hayan escapado! ¡Si lo encuentro y lo sigo, me llevará directo hasta
su guarida!”.
Echó un vistazo a
la pared. Allí estaba la salpicadura de sangre que había salido del cuerpo del
jefe cuando lo había herido. Y al acercarse, Alara se dio cuenta de algo muy
extraño.
Aquella sangre no
era roja, sino púrpura.
“¿Sangre púrpura?”
una idea alarmante apareció en su cabeza. “¡Mutantes!”.
El jefe tenía que
ser un mutante; no había otra explicación. ¿Qué clase de ser, sin no, podría
tener la sangre púrpura? Un alienígena tal vez, pero aquel hombre, aunque más
fornido que sus compañeros, era indudablemente humano. Sin duda se trataba de
una banda de violentos forajidos capitaneados por mutantes.
-¡Maldita escoria
infrahumana!- siseó entre dientes.- ¡Acabaré con vosotros, lo juro!-.
Pero para acabar
con ellos, primero tenía que encontrarlos. Vio que las gotas de sangre púrpura
se dirigían hacia la derecha en dirección a las escaleras, junto con un reguero
algo más abundante de sangre roja. Alara las siguió hasta llegar a una pequeña
puerta lateral que les había pasado desapercibida a Mikael y a ella en la
negrura del pasillo. La abrió, y se dio cuenta de que conducía a unas escaleras
de caracol.
“Un acceso
secundario”.
Bajó con toda la
rapidez que fue capaz, intentando ser lo más silenciosa posible.
Afortunadamente, los escalones eran de piedra y no de metal; en caso contrario,
el estruendo de la servoarmadura al bajar hubiera sido ensordecedor. Alara se
mordió el labio con fuerza, sudando copiosamente a pesar del sistema de
regulación térmica de la servoarmadura, luchando contra la certeza de que debía
ser lo más silenciosa posible para que no la sorprendieran y el impulso de
echar a correr para salvar a los prisioneros antes de que les hicieran daño… o
más daño del que debían haberles hecho ya. Aquel terrible pensamiento le encogió
el corazón. ¿Qué les estarían haciendo? ¿Y si alguno de ellos intentaba
escapar? ¿Lo matarían? ¿Matarían a alguno de ellos como advertencia? Se sentía como
inmersa en una terrible pesadilla. Los tres seres
más queridos que le quedaban en el mundo, todos ellos capturados a la vez,
todos en peligro. Y para salvarlos, únicamente ella, Alara. Estaba
absolutamente sola; Mikael se hallaba herido y los refuerzos del convoy
demasiado lejos. Sólo tendría una oportunidad, y no podía fallar… porque si
fallaba, todos aquellos a los que amaba morirían.
“No, no, por
favor, no. Mathias, Octavia, Valeria, vosotros, no. ¡No, no! Sagrado Emperador,
te lo ruego, te lo suplico, ayúdame a salvarlos, no dejes que les pierda
también a ellos. Te lo ruego, ayúdame, ¡por favor!”.
Pero de un modo
extraño, aterrador, fue como si sus oraciones fueran tragadas por el vacío.
Como si estuviera envuelta en la oscuridad, y la oscuridad engullera sus
pensamientos. Alara sintió un
escalofrío repentino y agudo que la recorrió por entero.
“Estás nerviosa,
eso es todo. No puedes concentrarte, te cuesta pensar. Ten fe; el Emperador
está contigo y te ayudará. Él no permitirá que fracases”.
Continuó su
descenso, siguiendo los rastros de sangre. La escalera descendía en espiral
pasando por todos los pisos de la torre, hasta llegar a su base. Allí, Alara
vislumbró dos posibles caminos: una puerta entreabierta a un lado de la pared,
y la propia escalera, que seguía bajando. Por un instante, Alara se aventuró a
mirar al otro lado de la puerta, no sin activar su visor por infrarrojos para
poder detectar a cualquier ser humano que hubiera escondido en las
proximidades. Lo primero que vio fue un bulto enorme, viscoso y lleno de patas
arrugadas. Se sobresaltó durante un instante hasta que cayó en la cuenta de que
se trataba de un dinorácnido muerto: uno de los que la escopeta de Mikael había
reventado. Al echar un rápido vistazo a su alrededor, contempló los que ella
misma había aniquilado, tirados en el suelo en medio de un charco formado por
los pestilentes efluvios de sus cuerpos.
“La escalera de
caracol es un acceso secundario que comunica todos los pisos entre sí”
comprendió Alara. “Y también desciende hasta el subsuelo. ¿Qué habrá allí
abajo?”.
Pero antes de
saciar su curiosidad, quería asegurarse de que la planta baja y el garaje
estaban vacíos; al fin y al cabo, la puerta por la que acababa de pasar estaba
entreabierta, lo cual significaba que alguien la había usado recientemente,
porque Alara estaba segura de que cuando Mikael y ella combatieron contra las
arañas estaba cerrada; de lo contrario, la habrían visto.
Caminando con suma
cautela, se aproximó a la puerta de doble hoja, que tampoco estaba
completamente cerrada. A través de ella vio el garaje, vacío, y mucho más allá,
frente a la primera entrada de la fortaleza, el todoterreno, plantado en medio
de la lluvia con los faros aún encendidos. Al espectro infrarrojo, el calor que
desprendía el motor hacía lucir el vehículo como una mancha anaranjada. Y
gracias a los visores especiales de su casco, Alara distinguió algo más: dos
figuras humanas tendidas en la hierba, con los brazos extendidos como si
estuviesen apuntando con un arma.
“Me están
esperando. Mi estratagema hablando con Octavia ha funcionado; han creído que
iría al todoterreno y han apostado dos francotiradores. Tumbados en el suelo,
protegidos por las hierbas altas, la oscuridad y la lluvia, habrían sido
prácticamente invisibles. Si yo no hubiera tenido gafas de visión nocturna,
claro, y si hubiera sido lo bastante tonta como para acercarme hasta allá.
Ojalá se los coma un dinovermo”.
En cualquier caso,
estaba claro por qué las puertas de acceso al garaje habían quedado abiertas:
para que los tiradores pudieran salir. Eso significaba que, definitivamente, el
camino correcto era la escalera de caracol. Alara regresó a ellas tan
silenciosamente como había partido y continuó bajando.
El descenso fue
más largo en esta ocasión. Dondequiera que fuese, debía estar a varios metros
bajo tierra. La escalera dio varias vueltas completas antes de que terminase en
una puerta chapada de metal que, como todo lo demás en aquella condenada
fortaleza, se mantenía sorprendentemente firme a pesar de la herrumbre que la
carcomía. Escuchó atentamente; al otro lado no se oía nada. Empujó un poco la
puerta, emitiendo un leve chirrido, y miró al otro lado. Nada. Salió con
precaución… y de pronto sintió cómo los cañones de una escopeta se apoyaban en
su cabeza. El aliento se le congeló en la garganta durante un instante de
confusión y pánico.
-Ah- dijo una voz
cavernosa.- Eres tú-.
-¡Mikael!- siseó
Alara furiosa al reconocer la voz.- ¡Casi me matas del susto! ¿Por qué no puedo
verte, si llevo visores infrarrojos?-.
-Porque yo llevo
una malla de nanotubos que suprime el calor de la superficie- contestó el
asesino con tono de suficiencia, bajando la escopeta.- Soy virtualmente
invisible para un visor de rayos infrarrojos-.
Alara se sentía
cada vez más sorprendida al escucharle hablar.
-Pero, en el
nombre del Emperador, ¿cómo te has recuperado tan rápido? Hace poco más de
cinco minutos que te he dejado, y no podías ni andar-.
-El suero
regenerador. Ya te he dicho que es excepcionalmente potente. Te deja bastante
hecho polvo al principio, pero funciona de maravilla. También es verdad que,
por fortuna, las heridas que he sufrido eran más dolorosas que graves. Si
hubiera tenido algo roto o una hemorragia seria, me habría tenido que quedar
quietecito por unos cuantos días-.
-¿Unos cuantos días?-
preguntó Alara, atónita.
-Ya te lo
explicará Mathias, suponiendo que podamos rescatarlo con vida. Yo no sé cómo
funciona; sólo conozco sus efectos-.
Alara se
estremeció y asintió. El rostro de Mathias le vino a la memoria como un
doloroso fogonazo: Mathias, con su dulce sonrisa, sus cabellos castaños y sus
ojos azules, que la hacían pensar en las playas de arena dorada de los lagos
en Tarion.
-Vamos- susurró.-
Rápido-.
-¿A dónde?-.
Alara señaló al
suelo.
-Estoy siguiendo
la sangre. Tendré que volver a activar el espectro ultravioleta para
localizarla, pero…
-Hazlo- la
interrumpió Mikael.- Yo activaré el visor en infrarrojo para detectar posibles
enemigos ocultos-.
Alara sintió,
activó el visor en ultravioleta y comenzó a andar. Aquella visión no era la
mejor para obtener una visión de conjunto del entorno, pero le permitía
distinguir con claridad las gotas de sangre, que eran cada vez más pequeñas y
estaban más espaciadas. No importaba; Mikael suplía aquella falta de visión con
su propia vigilancia.
Mientras caminaban
siguiendo la sangre, Alara tomó conciencia de dos cosas: la primera, que los
pasillos describían curvas, lo cual significaba que aquellos sótanos estaban
dispuestos en círculo. La segunda, que el subnivel era, con mucha diferencia,
el lugar más cochambroso y siniestro de toda la fortaleza. El suelo y el techo
estaban agrietados, las paredes estaban plagas de líquenes y rezumaban un
extraño moho causado por la humedad. Todas las puertas se deshacían en
herrumbre y todas las tuberías colgaban macilentas del techo como venas
desgarradas. Aquel espectáculo desolador, sumado a la enorme preocupación que
sentía por el destino de sus amigos, sumía a Alara en un profundo desasosiego.
-¿Por dónde?-
preguntó Mikael cuando llegaron a una encrucijada.
Alara vaciló,
insegura; había cuatro caminos posibles y no veía sangre en ningún punto
cercano.
-Dividámonos-
decidió.- Tú sigue adelante y yo giraré hacia la derecha; el primero que
encuentre el rastro que avise al otro-.
Se separó de
Mikael y penetró en el corredor lateral. Mientras caminaba, tragó saliva
ruidosamente; estar sola en aquel sitio la hacía sentir aún peor que antes. Respiró
hondo, molesta consigo misma.
“Eres una Hermana
de Batalla, el miedo es una debilidad y el dolor una ilusión. ¡Sigue
adelante!”.
La oscuridad era
absoluta, y el silencio era total. Tenía que ir despacio para no tropezar con
los cascotes que pudiera haber en el camino. Avanzado el corredor encontró
sendas puertas a ambos lados con idénticos símbolos dibujados: tres círculos
entrelazados en forma piramidal sobre una rueda central, con unas palabras en
gótico vulgar grabadas justo debajo: PELIGRO. RIESGO BIOLÓGICO. Los nervios que
se retorcían en su estómago se tensaron de tal manera que una oleada de náusea
le subió por la garganta.
-Alara- la llamó
la voz de Mikael por el vocotransmisor.- Alara, reúnete conmigo. He encontrado
el rastro de sangre-.
Alara dio media
vuelta y se largó de allí a paso ligero. Pronto alcanzó el final del pasillo y
se desvió de nuevo por el camino central, donde Mikael la aguardaba a unas
pocas decenas de metros. Señalaba al suelo, donde un par de cuajarones de
sangre destellaban visibles bajo el espectro ultravioleta. Los dos caminaron
por el pasillo, dejando atrás algunas puertas cerradas que no presentaban
mancha alguna de sangre en las proximidades y tras las que no se oía sonido
alguno. Continuaron andando hasta llegar a una nueva encrucijada, idéntica a la
anterior.
“Al parecer, este
sótano circular tiene una estructura simétrica”, pensó Alara.
-Como la vez
anterior- le dijo a Mikael.- Tú delante y yo a la derecha-.
Volvieron a
separarse. Al poco de caminar por el pasillo, Alara escuchó un extraño rumor,
como un prolongado siseo y un bramido apagado. Al cabo de unos segundos lo
reconoció: era el sonido de la tormenta. Pero, ¿cómo podían la lluvia y los
truenos el exterior resonar allí abajo?
Lo dedujo en
seguida al sentir que las botas blindadas de la servoarmadura comenzaban a
chapotear en algo líquido. Al desviar la mirada al suelo, Alara rogó porque
aquella no fuera la dirección correcta, ya que de ser así podían irse
despidiendo del sangriento rastro: el corredor estaba completamente inundado de
agua. La causante de ese estropicio era una enorme grieta en el techo desde la
cual se divisaba el tormentoso cielo nocturno. Bajo la grieta, en el suelo,
había una gran montaña de cascotes compuesta en su mayor parte por cemento desmenuzado,
piedras agrietadas y tierra húmeda. El agua chorreaba desde los bordes de la
grieta formando cataratas entre los escombros y rociando el suelo.
El otro lado del
montón no era visible, pero Alara dudaba mucho que un par de hombres heridos de
consideración hubieran podido pasar por allí. Retrocedió.
-¿Has encontrado
algo?- preguntó a Mikael por el vocotransmisor.
-No- contestó el
asesino.
-Yo tampoco. Creo
que sólo nos queda el corredor de la izquierda. Reunámonos en la encrucijada y
tomemos esa dirección-.
-De acuerdo-.
Alara volvió sobre
sus pasos. No habría sabido decir si era por el aspecto ruinoso y desolado de
aquel lugar, por la terrible sensación de que el tiempo se estaba agotando, o
por ambas cosas, pero cada vez se sentía peor. Aquel maldito sótano la agobiaba
y la angustiaba como si se tratase de una cárcel laberíntica. Dondequiera que
miraba, sólo veía suciedad, ruina y deterioro. ¿Cómo era posible que aquellos
bandidos hubieran elegido semejante escondite para su banda? Ella no habría
querido vivir allí ni por todo el oro de la galaxia. De hecho, se estaba
arrepintiendo profundamente de haber sugerido aquel lugar como sitio idóneo
para pasar la noche.
“Ni una fortaleza
más”, pensó asqueada. “Ni una. Si no hubiera tenido la idea de venir aquí, no
estaríamos en este embrollo. Odio este sitio. Lo odio”.
Llegó al cruce al
mismo tiempo que Mikael. Juntos se introdujeron en el corredor izquierdo,
caminando con extraordinaria cautela. Al principio no encontraron rastro
alguno, y tampoco se oía nada. Alara ya comenzaba a temer que hubiera llegado a
un callejón sin salida, cuando de repente lo vio: un brillo entre morado y
azul, destellando en el suelo. Las gotas eran ya pequeñas, señal de que el
bandido herido debía haberse hecho algún vendaje o torniquete para sangrar lo
menos posible, pero ahí estaba. El preciado rastro.
Faltaba poco para
el final del camino. A cuarenta metros de distancia se erguían unas sencillas
puertas metálicas de doble hoja. Curiosamente, podían atrancarse desde donde ellos
estaban, aunque la tranca estaba tirada en el suelo.
-No se trata de
una puerta destinada a impedir la entrada, sino la salida- murmuró Alara.- Pero
eso no tiene sentido, a no ser que… estas puertas conduzcan al exterior-.
-Sshh- dijo de
pronto Mikael.- He oído algo-.
Alara aguzó el
oído. Al cabo de unos instantes, también escuchó algo. Voces apagadas, graves.
Parecían provenir del otro lado de la puerta. Con todo el sigilo del que fueron
capaces, ella y Mikael se acercaron y escucharon.
-¿… tardar mucho,
joder?- gruñó alguien.- Necesitamos que bajéis ya el puto alijo. Se están
acercando-.
Pausa. Silencio.
De nuevo la voz.
-¿Cómo quieres que
lo sepa? Dentro de un rato. Lo que está claro es que tenemos que volar de aquí
antes de que lleguen-.
Un nuevo silencio.
Alara pensó que debía estar usando un comunicador o un celular. Probablemente,
su interlocutor o interlocutores estaban arriba, en la habitación que Mikael y
ella habían descubierto, recogiendo a toda prisa la mercancía robada.
-No te preocupes
de esas dos putas. Las tengo aquí, bien quietecitas, y así van a quedarse si
saben lo que les conviene. Nos las vamos a llevar como rehenes-.
Alara emitió un
gemido estrangulado.
“¡Las dos! ¡Sólo
ha hablado de Octavia y de Valeria! ¿Y Mathias? ¿Dónde está Mathias?”.
-Sí, están casi
listos- oyó hablar de nuevo a la voz. Su dueño parecía impaciente y algo
irritado.- Dejad de preocuparos por eso y daos prisa de una vez. Quiero el
alijo dentro de los camiones en quince minutos-.
Nueva pausa, más
corta.
-Muy bien. Y tened
cuidado; esos dos hijos de puta podrían aparecer en cualquier momento.
Manteneos vigilantes, y si alguno de ellos aparece e intenta montar bronca,
pegadle un tiro a ese gilipollas. Tengo que dejaros; cambio y corto-.
-Mathias está
vivo- susurró Alara.- Lo tienen como rehén, ¡en el mismo sitio donde nosotros
estábamos hace diez minutos!-.
-Sí, que jodida
casualidad- gruñó Mikael.- Mientras nosotros bajábamos, él subía. ¿Y ahora qué
hacemos?-.
“Eso, ¿qué
hacemos?”. De repente, Alara tomó conciencia del problema. Octavia y Valeria
estaban abajo, al otro lado de la puerta sin tranca, y Mathias Trandor arriba.
Los dos grupos de bandidos que los custodiaban estaban en contacto por
comunicador, lo cual significaba que si asaltaban a un grupo y alguno de sus
miembros lograba ponerse en contacto con el otro para alertar de la situación,
estos matarían a sus rehenes, o se los llevarían a otro lado donde no pudieran
ser encontrados.
-La única opción
es un asalto simultáneo- dijo.- Coordinarnos; uno arriba y el otro abajo,
atacar al mismo tiempo. De ese modo ninguno de los dos grupos tendrá tiempo de
poner sobre aviso al otro-.
-Buena idea- dijo
Mikael.- ¿Cómo nos distribuimos?-.
-Tú eres el
guardaespaldas del doctor Trandor. Yo respondo ante mi Orden por la seguridad
de mis Hermanas. Los de aquí abajo son muchos y requieren fuerza; los de arriba
son menos pero están alerta, y requieren sigilo. Vuelve arriba a salvar a
Mathias, y yo me quedaré aquí para rescatar a mis hermanas-.
Por un segundo,
Mikael no dijo nada. Cualquiera que fuese la expresión de su rostro, fue
inescrutable bajo la máscara que portaba.
-Muy bien- respondió
finalmente.- Estaremos en contacto por el vocotransmisor para coordinar el
ataque. Calcula al menos diez minutos para darme tiempo a volver arriba. Cuando
esté listo, te avisaré-.
-De acuerdo-
respondió Alara.
El asesino se giró
y echó a andar por el pasillo. Ella se quedó quieta, inmóvil, mirando cómo se
alejaba. Y sin poder evitarlo, habló una vez más.
-Por amor del
Emperador, Mikael, tráelo de vuelta-.
Él se giró en
silencio durante un instante y asintió una sola vez antes de reanudar el paso
de nuevo y desaparecer por el pasillo principal.
Alara sabía que
había tomado la decisión correcta. Era la más lógica, la más acertada.
Entonces, ¿por qué se sentía como si acabara de traicionar a Mathias? ¿Por qué
se sentía como si lo estuviese abandonando?
“Tengo que cumplir
con mi deber”, pensó. “Del mismo modo que Mikael va a cumplir con el suyo”.
Aquel pensamiento
le trajo otro: el recuerdo de Mathias frente a ella, mirándola a los ojos y
tomando sus manos entre las suyas, la tarde en que se declararon su amor.
“Nunca te haré elegir entre tu deber y nuestro amor”; esas habían sido sus
palabras. Alara nunca había imaginado, jamás, que sería tan doloroso atenerse a
aquella noble promesa.
Apretó con fuerza los puños. No era momento para la debilidad. No podía
permitirse dudar ni ser débil. Las vidas de Valeria y Octavia dependían de
ello.
“Piensa en ellas;
piensa en tus amigas, en tus hermanas. Tú eres la única esperanza que les
queda”.
Trató de
aprovechar el tiempo que le quedaba mientras esperaba a que Mikael regresara
para rezar una oración al Emperador pidiéndole fuerzas. Pero aunque las
palabras salieron de sus labios, de nuevo fue como si de alguna manera la
oscuridad se las tragara. Era una sensación pavorosa. De pronto, Alara adquirió
consciencia de que se encontraba sola, desesperada y embarcada en una misión
mortalmente peligrosa, enfrentada a multitud de enemigos y con todo que perder
si los planes fallaban. De repente, fue como si la oscuridad que la rodeaba la
envolviera por completo, causándole una asfixiante sensación de claustrofobia. Las
paredes parecieron echársele encima; se dio cuenta de que la causante de aquel
efecto era ella misma, que se mareaba. Emitió un jadeo ahogado y se apoyó
contra la pared.
“No puedo entrar
por esa puerta”, pensó, mirando la tranca abierta. “Seguro que están esperando
que entremos por ella, y aunque no sea así, tendré que tirar de ella para poder
abrirla hacia dentro, y eso hará que los bandidos se percaten de todo y
amenacen las vidas de Valeria y Octavia. Necesito contar con el factor
sorpresa”.
Eso significaba
que tendría que escoger otro lugar para entrar. Pero, ¿cuál?
Entonces, recordó
el pasillo opuesto a aquel en el que se encontraba, el que había quedado
inundado por…
“¡La lluvia! ¡La
grieta! ¡Conduce al exterior, y la puerta de la tranca por fuerza ha de dar al
exterior también! ¡Tengo que hacer el asalto por fuera, no por dentro! ¡Eso no
lo esperarán!”.
Dio media vuelta y
caminó hacia el corredor del techo derrumbado. Una frágil luz de esperanza
acababa de encenderse en su interior, no sólo por haber encontrado una posible
solución a su problema, sino por las enormes ganas que tenía de salir de allí.
La deprimente y sombría atmósfera que reinaba en aquellos sótanos sucios y
deteriorados la aplastaba, la asfixiaba y la agobiaba hasta el punto de hacerla
sentir físicamente enferma. Sabía que era imposible que se tratase de nada que
hubiera en el aire, por grandes que fuesen la humedad y la podredumbre que
flotaban en ese lugar, ya que su servoarmadura estaba herméticamente cerrada y
contaba con un poderoso filtro de aire que no dejaba pasar toxinas ni efluvios,
y mucho menos olores. Pero aún así la respiración le temblaba, las sienes le
palpitaban, y sentía un sabor amargo en el paladar: el sabor de la inquietud y
el miedo.
Cuando llegó al
montón de escombros, se encaramó y comenzó a trepar. No fue un ascenso fácil,
ya que algunos cascotes estaban sueltos y eran resbaladizos a causa del agua
que chorreaba. Más de una vez estuvo a punto de perder pie y caer rodando al
suelo, pero por fortuna logró estirarse y agarrar un asidero firme en el borde
de la grieta. Una vez afianzada, usó toda la fuerza de sus brazos y se dio
impulso con las piernas para empujarse hasta arriba. Apretó los dientes a causa
de inmenso esfuerzo, sintiendo como cada uno de los músculos que tan duramente
había entrenado durante años y años de ejercicio diario trabajaban al máximo
para hacerla subir. Y al final, lo consiguió: logró apoyar un pie en la pared,
y empujó con todas sus fuerzas para darse el impulso final. Sacó los
antebrazos, los codos, y poco después el tronco y las piernas. Pocos segundos
después, rodaba jadeando bajo la lluvia. Le dolían todos los músculos del
cuerpo, especialmente los bíceps, los tríceps y los abdominales, pero lo había
conseguido. Estaba fuera. Y aunque sabía que era imposible y que todo tenía que
deberse a una mera sugestión psicológica, sintió como si su alma se hubiera
liberado de un gran peso y una bocanada de aire fresco limpiara sus pulmones
del pesado aire viciado que flotaba allí abajo.
Un rayo de color
violáceo, seguido de un trueno ensordecedor, la hizo reaccionar. Mikael debía
estar a punto de llegar hasta Mathias; apenas quedaba tiempo. Gracias a la
función de visión nocturna de su caso, pudo ver el entorno con claridad: había
salido a la superficie sobre uno de los baluartes; tras ella, en el círculo
interno de la fortaleza, bullía la actividad. Un grupo de bandidos, afanosos
como hormigas, cargaban cajas y fardos en un par de camiones, cuyas luces
apuntaban hacia la Laguna Verde. Alara imaginó que lo hacían así para no
delatarse ante el convoy que se acercaba. Se levantó y caminó lo más rápido que
pudo sin hacer ruido, amparándose en la oscuridad para pasar desapercibida. Por
fortuna, el estrépito de la lluvia contra el suelo ahogaba cualquier sonido que
pudiese hacer.
No le fue difícil
llegar hasta la entrada del búnker donde tenían prisioneras a Valeria y a
Octavia. Por desgracia, aún estaba preguntándose cómo diantres iba a entrar sin
llamar la atención de los centinelas cuando oyó que la puerta se abría de
repente. Alarmada al darse cuenta de que iban a verla sin remedio, dio un paso
atrás, trastabilló y cayó sobre el fango. Aquel traspié, no obstante, la ayudó,
porque al caer cuan larga era al suelo, junto a la esquina del búnker,
consiguió que los tres sujetos que salieron de allí no repararan en ella.
Emitió un débil jadeo.
-Alara, ¿me
recibes?- susurró Mikael por el comunicador.- Ya he llegado, entramos en un
minuto-.
-De acuerdo-
susurró Alara.
No podía esperar
más. Se dio cuenta de que era la ocasión perfecta. Los tres que habían salido
no habían cerrado del todo la puerta del bunker, ya que esperaban volver en
breve; se estaban dirigiendo a una loneta situada a unos veinte metros de
distancia, bajo la cual había aparcado un todoterreno. Llevaban algunos bultos
entre los brazos. Si bajaba con la
suficiente rapidez, era probable que los bandidos de abajo creyeran que sus
compinches estaban regresando y no se pusieran inmediatamente en guardia.
Respiró hondo, y apenas el tercer sujeto desapareció debajo de la loneta, Alara
se levantó y se deslizó por la puerta entornada del bunker.
Tal y como había
esperado, las troneras de defensa estaban vacías. También estaba vacía la sala
principal, aunque había algunos paquetes desperdigados por el suelo. Alara los
ignoró y se dirigió a las escaleras que conducían abajo. Cuando llegó al
descansillo, oyó una voz masculina.
-¿Ya vuelven? Se
han debido dejar algo-.
Alara se mordió el
labio inferior. Debía ser muy rápida para neutralizar cuanto antes a los que
amenazaban a Octavia y a Valeria, lo cual significaba que tendría que bajar ya
apuntando hacia el objetivo. Pero, ¿cómo iba a saber a dónde tenía que apuntar
sin revelarse? Entonces, se le ocurrió una idea. Con cuidado, extrajo su
cuchillo de combate de su funda y lo deslizó con suavidad por el suelo,
apuntando hacia la habitación que la aguardaba abajo. La escena se reflejó en
el filo de la hoja como si fuera un espejo: Valeria y Octavia estaban junto a
la pared del fondo, a la izquierda, arrodilladas y maniatadas. Un tipo apuntaba
hacia ellas con una escopeta en las manos. Aparte de él, había seis hombres
más: tres de ellos sentados en camastros, siendo atendidos por sus compañeros.
Eran lo que Alara había herido arriba y habían logrado escapar.
“El de la
escopeta. Ese es el objetivo”, pensó.
-Eh, tíos, ¿estáis
ahí?- preguntó uno de los de abajo.
Alara guardó el
cuchillo, enarboló el rifle bólter y se precipitó escaleras abajo. El segundo
de sorpresa que siguió a su aparición fue todo lo que necesitaba. Antes de que
nadie pudiera reaccionar, el guardián de la escopeta salió despedido con la
parte superior de la cabeza destrozada, sin tener tiempo siquiera de lanzar un
grito de agonía.
Valeria y Octavia
reaccionaron de inmediato arrojándose al suelo y rodando para quedar fuera del
alcance del tiroteo. Los bandidos se apresuraron a coger sus armas. Alara
apuntó a uno de los jefes de la camilla, que se estaba levantando… y entonces
lo vio.
Aquel hombre no
estaba siendo curado. De hecho, ni siquiera se le podía considerar herido,
porque no era un hombre. Bajo la piel reventada y sangrante de su abdomen no
había músculo, huesos ni órganos humanos, sino metal, cables y circuitos
destrozados.
No era una
persona, era una máquina.
El horror y la
incredulidad dejaron a Alara helada durante un instante, y sólo la
servoarmadura que llevaba impidió que fuera seriamente herida cuando le
empezaron a llover balas. El silbido de los disparos la hizo reaccionar.
“¡Una inteligencia
abominable! ¡Una máquina pensante! ¡Herejía!”.
Aquellas máquinas
inteligentes que asemejaban ser humanos habían sido prohibidas por el Emperador
en persona durante la Era de los Conflictos, después de que se rebelaran contra
la raza humana y tratasen de imponer su propio control. Eran la cúspide de la
tecnoherejía, abominaciones sin alma, parodias blasfemas de la sagrada forma humana.
La certeza de saber que las tenía delante, que existían, hizo que toda la
incredulidad de Alara se transformara en furia. La cólera sagrada formó un halo
brillante en torno a su figura.
-¡Os destruiré en
nombre del Emperador! ¡Vuestra existencia es una blasfemia!-.
Cada una de sus
frases fue acompañada de un disparo, y cada disparo dio en el blanco. Dos de
las máquinas cayeron al suelo destrozadas por los impactos. De sus heridas manó
sangre roja mezclada con gotas de lubricante color azul, que al mezclarse
dejaron una impronta púrpura salpicando las paredes. El único humano herido, el
que había escapado en pos del jefe y el lugarteniente, se levantó de la camilla
con cara de terror.
-¡Ah, no!- gimió.-
¡Otra vez no!-.
Se deslizó
renqueante hacia la doble puerta de salida. Alara no hizo amago alguno de
seguirle; estaba herido, desarmado y huía; no era una amenaza. Y tampoco
llegaría muy lejos en el estado en que se encontraba. Ya podrían atraparlo más
tarde, si es que sobrevivía. Se concentró en los demás. El androide que quedaba
agarró entre las manos una ametralladora ligera, apuntó hacia Alara y comenzó a
disparar. Ella se arrojó al suelo volcando la mesa y se deslizó tras ella a
toda prisa. Los disparos reventaron la mayor parte de la madera. Un recuerdo
rápido como un fogonazo cruzó por la mente de Alara (mi madre… la mesa del
salón… el Rapax…) y desapareció tan pronto como la siguiente ráfaga de
disparos agujereó y astilló los fragmentos que se encontraban justo al lado de
ella. Algunas balas le impactaron; un dolor sordo le atenazó los brazos y el
costado. Sintió humedad, calor; tal vez era sangre. Oyó sonidos de lucha,
gritos femeninos al otro lado de la habitación.
“El miedo es una
ilusión, el dolor es una debilidad, el miedo es una ilusión…”
-¡Por el
Emperador!- gritó, incorporándose con el bólter en las manos. Disparó tres
veces, en una ráfaga corta. Una, dos, tres. La primera bala falló. Las dos
siguientes penetraron en la cabeza de la abominación. Una lluvia de chispas
estalló cuando la cabeza metálica reventó como una sandía y los circuitos y
cables que formaban la simulación de cerebro fueron destruidos. La máquina se
desplomó en el suelo sin sonido alguno.
Los dos sujetos
que quedaban dispararon contra ella, pero la servoarmadura hizo que los
proyectiles rebotaran sobre las placas causándole un leve dolor sordo,
semejante al de los hematomas. Disparó contra sus atacantes una última ráfaga
que les reventó el pecho y los mató en el acto.
-¡Octavia!-
exclamó.- ¡Valeria!-.
Se acercó a ellas;
las dos estaban heridas.
-¿Qué ha pasado?
¿Estáis bien?-.
Valeria gimió;
tenía un golpe en la cabeza.
-He derribado de
una patada al que te iba a disparar por la espalda. Me ha devuelto el golpe.
Creo que iba a matarme, pero entonces te has cargado al jefe-.
-Yo he hecho lo
mismo con el otro- dijo Octavia con un deje de orgullo en la voz.- Le he
mordido-.
Alara sacó el
cuchillo de combate y cortó las ataduras que sujetaban las muñecas de sus
amigas.
-¿Cómo os habéis
podido dejar atrapar?- exclamó.- ¿Cómo habéis podido ser tan tontas?-.
Impulsivamente, las atrajo hacia sí y les dio un rápido abrazo.- ¡No volváis
a hacerme esto!-.
-Lo siento, Alara-
susurró Octavia con voz temblorosa.- Pero estábamos leyendo algo que atrajo
toda nuestra atención, algo aterrador. Mathias ha descubierto…
Un estruendo de
pisadas en la zona superior la hizo callar.
-¡Eh! ¿Va todo
bien ahí abajo?-.
Octavia y Valeria
cogieron de inmediato la primera arma caída que vieron en el suelo y se
arrojaron detrás de los restos de la mesa junto con Alara, apostándose en
posición de tiro. Los tres bandidos aún no habían acabado de bajar las
escaleras cuando una salva de disparos les voló la parte inferior del cuerpo.
Los tres cayeron rodando entre alaridos de agonía, manchando los escalones con
un reguero de sangre.
-¿Hermana
Tharasia?- llamó Alara por el comunicador.- ¿Ejecutora?-.
La estática
chisporroteó… y luego, al fin, una voz.
-Hermana Alara, la
recibo-.
El alivio recorrió
en oleadas a la joven.
-¡Hermana
Ejecutora, la fortaleza está llena de bandidos! ¡Han secuestrado al Legado, y…
-Eso ya lo sé- la
interrumpió Tharasia.- El propio Legado nos ha informado-.
-¿Él… él… está a
salvo? ¿Está con ustedes?-.
-Está con el
asesino, acaban de bajar a recibirnos. Ya hemos dejado los vehículos en el
patio, pero el alcance de las comunicaciones es malo a causa de la lluvia-.
“Mathias está
vivo. Está vivo”.
-¿Dónde se
encuentra, hermana Alara?-.
-En un bunker,
señora, atrincherada con las hermanas Valeria y Octavia. He bajado a
rescatarlas y he abatido a todos los enemigos, pero temo que puedan venir más.
Necesitamos refuerzos-.
-¡Deme su
posición!-.
-Estamos en el
cuarto bunker a la derecha contando desde la entrada principal. Hay dos
camiones a ambos lados del baluarte. Hay decenas de enemigos más; están cargando
los camiones para darse a la fuga. Y, señora, tengan cuidado. Entre ellos hay
inteligencias abominables-.
Un leve silencio
de sorpresa siguió a sus palabras antes de que la voz de Tharasia volviera a
escucharse, con un matiz acerado.
-¿Está segura de
eso, hermana?-.
-Yo misma he
abatido a tres aquí abajo, señora. Son los jefes, los tengo delante de mí.
Bueno, lo que queda de ellos-.
-Vamos en seguida.
Aguanten ahí. Cambio y corto-.
Alara dejó escapar
el aire que mantenía en los pulmones con un leve siseo.
-¿Y bien?-
preguntó Valeria con ansiedad.
-Ya vienen. Los
refuerzos están aquí-.
Lo siguiente que
entró en el bunker fue la hermana vengadora Diana, sosteniendo entre las manos
un bólter pesado.
-Vaya- dijo,
mirando a las tres Sororitas.- Ya veo que os habéis llevado vosotras solas toda
la diversión. Por el Santo Emperador… -añadió conmocionada, al ver los restos
de los tres androides dispersados por el suelo.
-¿Está asegurado
el perímetro?- quiso saber Alara.
Diana asintió.
-La Ejecutora está
dirigiendo los últimos ataques. Los estamos exterminando-.
“Mierda”.
-Hermana
Ejecutora- llamó por el comunicador de la servoarmadura.
-Dígame, hermana
Alara-.
-Eh… sería
conveniente dejar supervivientes. Para interrogarlos. Respecto a la procedencia
de las inteligencias abominables-.
-Ya es un poco
tarde para eso. Hemos acabado con todos-.
Alara contuvo el
impulso de mascullar una maldición.
-No se preocupe,
hermana, en cuanto nos reagrupemos iremos ahí abajo. La hermana Cecilia se
encargará de quemarlo todo-.
-¿No habría que
examinar primero los androides… las máquinas… digo…
-Esas
abominaciones deben ser destruidas sin la menor dilación- dijo la voz de
Tharasia, cortante como el cristal.- Y eso es lo que vamos a hacer. Mantenga la
posición hermana, en seguida estamos con ustedes-.
Alara apretó los
dientes. Dudó, pero sólo durante un segundo. Luego, encendió el canal privado
de comunicación con Mikael.
-Mikael, ¿me
recibes?-.
-Aquí estoy,
Alara. Mathias está conmigo. Está a salvo-.
-Lo sé, Mikael;
gracias. Escúchame: negaré haber dicho esto, pero resulta que los jefes de la
banda de ladrones eran en realidad inteligencias abominables, y la Ejecutoria
Tharasia pretende bajar aquí a quemar los restos sin dejar que el Adeptus
Mechanicus les eche un vistazo. Pero yo creo que es importante que los
investiguen para que podamos averiguar de dónde vienen y quién los ha
construido. Así que más vale que avises a Ophirus Crane que venga al bunker a
toda leche si quiere tener alguna oportunidad porque Cecilia le va a dar al lanzallamas
en cuanto baje-.
-Gracias, Alara.
Se lo diré de inmediato-.
-Yo no te he dicho
nada, ¿eh?- insistió Alara.
-¿Decirme el qué?
No sé de qué me estás hablando- replicó Mikael, y cortó la comunicación.
“Ya está”, pensó
ella.” Ahora ya está”.
Un extraño
tembleque empezó a recorrerle las piernas. De repente, era como si el cansancio
estuviese haciendo presa de cada uno de sus miembros. Le costaba respirar. Se
sacó el casco, sacudió la cabellera húmeda de sudor y emitió un leve gemido.
-¿Alara?- preguntó
Octavia con ansiedad.
-Creo… -balbuceó
Alara.- Creo que estoy herida-.
Oyó las voces de
la hermana Ejecutoria y las demás Sororitas en el piso superior. Todo había
terminado, Octavia y Valeria estaban a salvo, Mathias estaba a salvo. A medida
que la adrenalina dejaba de correr por sus venas, comenzó a ser cada vez más
consciente del dolor.
-¡Abajo!- ordenó
la Ejecutora. Pasos por las escaleras. Tharasia apareció.- Buen trabajo,
hermana Alara. ¿Se encuentra… ¡Por todos los santos!-.
Ahora ella también
había visto a los androides. Incluso a través del filtro metálico del
vocotransmisor, Alara pudo percibir el espanto que se filtraba en su voz.
-¡Hermana Cecilia,
baje de inmediato!- exclamó.- Todas las demás, evacuen este lugar. Vamos a
quemarlo todo-.
-¡De eso nada!-
exclamó una voz airada.
Tharasia se giró
hacia la escalera justo para ver aparecer la inquietante figura de Ophirus
Crane, con su túnica roja, los mecadendritos agitándose en el aire con ademán
indignado y el ceño fruncido bajo la capucha y los implantes. Ignoró por
completo a Alara, a pesar de que la tenía delante y tuvo que pasar por encima
de sus piernas para dirigirse hacia los androides.
-¡No se tocará
nada sin mi permiso!-.
-¡Son
abominaciones!- protestó Tharasia.- ¡Deben ser destruidas!-.
-¡Y lo serán, pero
sólo después de que yo las examine! ¡Tengo autoridad para reclamarlas en nombre
de la Inquisición!-.
Alara vio cómo la
Ejecutora mascullaba en voz baja unas cuantas maldiciones mientras se tragaba
la rabia, sin duda preguntándose cómo había podido llegar tan rápido el
tecnosacerdote Crane. Se habría reído si no hubiese estado tan cansada. El
dolor se hizo más acuciante. Notaba por todo el torso el ardor de las
quemaduras producidas por el lanzallamas ligero, y tenía heridas que le sangraban.
Seguía sintiendo la humedad en el costado tras la ráfaga de ametralladora, una
humedad cálida, mordiente y roja. Se desplomó del todo en el suelo con un
gemido ahogado.
-¡Está herida!-
exclamó Valeria, angustiada.- ¡Rápido, tengo que…
-Usted no tiene que
hacer nada, hermana- la interrumpió Tharasia.- Sus dos subalternas
proporcionarán los primeros auxilios a la hermana Alara. Cúbrase la brecha de
la frente; le está sangrando. ¿Y usted está bien, hermana dialogante?-.
-Tengo un golpe
fuerte en las costillas- respondió Octavia.- Pero creo que no me las han roto-.
Alicia y Amalia,
las dos hermanas hospitalarias que asistían a Valeria, bajaron portando una
camilla. Tendieron encima a Alara, que ya apenas podía moverse. Sentía los
miembros pesados como si fueran de plomo. Mientras la alzaban y comenzaban a
transportarla, comenzó a reír.
-¿De qué te ríes?-
quiso saber Valeria, que caminaba a su lado apretando un pañuelo para detener
la sangre, que manchaba su rubio cabello de rojo.
-Estaba pensando
que mi amigo Riggs va a encontrar su viaje la mar de seguro- susurró Alara.-
Creo que nos acabamos de cargar a los bandidos que tanto lo asustaban. Y menos
mal, porque con una mierda de escopeta no habría durado ni un segundo frente a
estos bestias. Je, je, je…
-Está desvariando-
dijo Amalia, preocupada.- Démonos prisa; no quiero que entre en shock-.
A partir de ese
momento, todo se volvió nebuloso para Alara. Se dio cuenta de que la llevaban a
través del sótano; distinguió la oscuridad, las paredes raídas y la sensación
de náusea opresiva y de temor. El dolor la mareaba. Una leve sensación de
alivio la inundó cuando salieron a la superficie y el frescor del aire nocturno
le sacudió el rostro. Las gotas de lluvia le cayeron sobre la cara como
lágrimas celestes.
“Gracias,
Emperador. Gracias por salvar a Mathias. Gracias, gracias…”
La metieron en el
Rhino médico con presteza y suavidad. La trasladaron de la camilla a la mesa de
tratamientos y comenzaron a quitarle la servoarmadura pieza a pieza.
-Quemaduras de primer grado- dijo Amalia.- Desde el pecho a la parte baja del abdomen. Tres
hemorragias, pero no son intensas. Laceraciones en las extremidades. Rápido, el
anestésico local; tengo que suturar. Inyéctale también un calmante-.
Alara sintió
varios pinchazos leves en los miembros. Parte de dolor se desvaneció. Notó el
frescor del desinfectante y sintió cómo penetraba la aguja de sutura, pero no
hubo dolor.
-Gasas. Apósitos.
Ajá, ya está. Ahora la pomada para las quemaduras-.
La hermana Alicia
tendió un frasco a Amalia, que lo abrió y comenzó a frotar con suavidad las
quemaduras, Alara gimió de dolor.
-Ha tenido suerte,
hermana- afirmó Amalia. Dejó la crema a un lado y comenzó a vendarla.- No creo
que las quemaduras le dejen marca-.
El calmante
comenzaba a hacer efecto. Alara, agotada, sintió que todos sus miembros
comenzaban a relajarse. Entonces, oyó una voz conocida fuera del Rhino.
-¿Dónde está?
¿Dónde está?-.
-Dejadlo pasar-
dijo Valeria.
Un par de segundos
más tarde, Mathias Trandor penetró en el Rhino como un vendaval. Tenía dos
hematomas hinchados y amoratados, uno en el pómulo y otro en la mandíbula. Por
lo demás, parecía ileso.
-Mathias- dijo
Alara con voz ahogada.- ¿Estás bien?-.
-Estoy
perfectamente, no te preocupes por mi cara- respondió él. Se acercó a ella y la
miró con preocupación.- Alara, por el Trono, ¿qué te ha pasado?- se giró hacia
la hermana Amalia.- ¿Qué es lo que tiene?-.
-Varias heridas de
bala, casi todas superficiales. Un par de ellas han requerido sutura. Hematomas
de diversa consideración. Y varias quemaduras-.
Mathias palideció.
-¿Quemaduras?-.
-No son graves.
Se recuperará-.
Él agitó la
cabeza mirándola con expresión de angustia.
-Estoy bien-
farfulló Alara.
-¡Y un cuerno!-
Mathias extrajo algo de su bolsillo.- Necesito un inyector-.
-¿Qué es eso?-
preguntó Valeria de inmediato.
-Un suero
regenerativo- contestó Mathias.
-Ya tenemos de
esos sueros en el botiquín-.
-Este no; te lo
garantizo. Es de mi invención. Mucho más rápido y potente que los normales-.
Valeria puso mala
cara.
-No lo conozco.
¿De tu invención, dices? ¿Has hecho ensayos clínicos?-.
-¡Por la sangre
del Emperador, Valeria! ¿Crees que le inyectaría algo que pudiera ser
peligroso?- exclamó Mathias, indignado.
-No; está bien-
dijo Alara en un susurro.- Confió en él, Valeria. Además, lo he visto actuar.
Mikael se lo inyectó arriba. Funciona-.
Valeria seguía sin
parecer muy convencida, pero finalmente tendió el inyector a Mathias. Él colocó
una ampolla de líquido transparente en su interior y se acercó a Alara.
-Te dolerá un
poco- dijo, y presionó el émbolo.
Fue algo más que
doler un poco. Cuando la aguje se clavó y el líquido penetró en su interior,
Alara tuvo la sensación de que le corría fuego líquido por las venas. Echó la
cabeza atrás y gritó.
-¿Pero qué…?
–exclamó Valeria.
-Sólo es al
principio- dijo Mathias.
El dolor se
extendió por todo el cuerpo de Alara, pero a medida que se extendía comenzó a
disminuir de intensidad. Poco a poco, una sensación extraña, de pesadez y
confusión, comenzó a invadirle la mente. Mathias inclinó la cabeza y la besó en
la frente.
-No te preocupes
de nada- susurró, acariciándole la mejilla con ternura.- Te vas a poner bien-.
A pesar del mareo
y el cansancio, que hacían que el mundo empezara a desdibujarse ante sus ojos,
Alara captó la mirada de extrañeza que Amalia y Alicia intercambiaron al ver la
familiaridad con la que el Legado Inquisitorial la estaba tratando. Valeria
también debió darse cuenta, porque Alara oyó su voz poco después.
-La hermana Alara
y el Doctor Trandor son amigos de la infancia. Su relación es muy cercana-.
-Ah, como si
fueran hermanos, ¿no?- preguntó la hermana Alicia.
-Si lo quiere
llamar así… -farfulló Valeria.
Mathias esbozó una
sonrisa burlona que sólo Alara pudo ver. Al contemplarla, fue como si el rostro
de él comenzara a disolverse en medio de una extraña neblina.
-El suero deja al
paciente confuso y desorientado durante un rato, pero la capacidad regenerativa
y cicatrizante es asombrosa- oyó que decía Mathias.- No te lo creerás cuando la
veas por la mañana-.
-Mathias- susurró
Alara.
Él se giró de
inmediato hacia ella y se acercó.
-Dime-.
-Lo siento-
musitó.
Mathias puso cara
de incomprensión.
-¿Qué es lo que
sientes?-.
Alara gimió. ¿Por
qué no podía enfocar la vista? ¿Por qué le costaba tanto pensar?
-Siento… siento no
haber ido yo. Mandar a Mikael. Te… tenía que salvar a mis hermanas…
Él la miró con una
dulce gravedad impresa en sus ojos azules.
-Lo sé, Alara, lo
sé. Hiciste lo correcto; tenías que cumplir con tu obligación-.
-S… sí. Pero a
pesar de todo, lo… lo siento-.
El mundo se
desvanecía, flotaba, se alejaba. Alara alargó una mano temblorosa en busca de
la suya, de Mathias, del último asidero firme del mundo. Sintió que los dedos
del joven se cerraban en torno a los suyos y apretó con fuerza.
Luego, perdió el
conocimiento.
1. Qué bien me vendría un suero regenerador de esos.
ResponderEliminar2. Qué sanguinolento el rastro, me gusta cuando la sangre no es de mi personaje preferido. Muy angustiosa la búsqueda y rastreo.
3. Repito, qué angustioso el tener que asaltar en soledad. Qué agobio, vale que Mikael tenía que hacer lo mismo en el otro piso, pero el panorama es desolador de narices, parece sacado de una película de miedo.
4. Tharasia ha tenido muchas prisas en destruir a las máquinas heréticas...vale que mis últimas pesquisas no han dado una xDD, pero eso es sospechoso...
5. Bastante bien ha salido Alara con la que ha tenido. Si eso es lo que es capaz de hacer una sola Hermana de Batalla...no quiero ni imaginarme un ejército completo.
6. Al final me veo haciendo una Hermana de Batalla, le estoy cogiendo el gustillo :P
¡Jajaja, es que las Sororitas molan! :-D
EliminarTharasia lo que es es una fanática, como el 100% de las Sororitas. Lo que pasa es que unas tienen más sentido común y otras van más a saco. ¿Sabes hasta el momento presente (en el fanfic) cuántas hermanas de batalla se han corrompido? La respuesta es ninguna. Ni una en toda su historia; son la fuerza más leal del Imperio. Otra cosa es que por estrechez de miras alguna vez cometan un acto impetuoso que ayude indirectamente al enemigo.
Las hermanas de batalla son tropa de élite y la servoarmadura es el blindaje humano más poderoso del juego. Contra unos marines de caos, por ejemplo, lo tendrían más jodido, pero si no pueden darle p'al pelo a unos bandidos... apaga y vámonos XD
Y me encanta que te haya gustado tanto la atmósfera de Shantuor Ledeesme; me esforzé por conseguir ese efecto ;-)
Y digo yo. Si las hermanas de batalla son incorruptibles, y el imperio tiene tantísimos problemas con militares corrompidos por el caos. ¿Por que el ejército imperial no se compone exclusivamente de hermanas de batalla?
EliminarPrecisamente, en la novela Dios emperador, el ejército imperial está compuesto exclusivamente por habladoras pez.
Porque las hermanas de batalla, para empezar, no existieron hasta el Milenio 36º, al final de la Era de la Apostasía, ya que se formaron a partir de la guardia femenina de Goge Vandire que se volvió contra él y lo ejecutó al descubrir que era un loco megalómano que estaba traicionando el legado del Emperador, en lugar de su elegido (como él mismo se autoproclamaba).
EliminarEn segundo lugar, las hermanas de batalla son muy escasas porque deben ser:
a) mujeres
b) huérfanas de la schola progenium (ya que necesitan ser entrenadas desde niñas para ser sororitas)
c) que muestren una piedad y una devoción fanática hasta el extremo
d) y que NO sean mutantes ni psíquicas.
Hay que tener en cuenta que la piedad no se puede forzar. La fe de las hermanas del Sororitas es TAN extrema que son capaces de hacer milagros (los llamados "actos de fe" en el juego de miniaturas y en el Dark Heresy). Una fe tan grande no es común, y las Sororitas no aceptan entre sus filas a ninguna mujer que no la tenga. Aquellas que no superan el entrenamiento y las pruebas de fe, son invitadas a marcharse de convento o pueden irse ellas mismas sin ningún tipo de reproche.
En definitiva, son tropa de mega élite, demasiado escasas como para que los ejércitos imperiales se nutran sólo de ellas. Y máxime cuando no todas las Sororitas son militantes, es decir, combativas (también están las Hospitalarias y las Dialogantes).
¡Holaaa! Leí el capítulo ayer pero hasta ahora no he podido comentar. Sorry...
ResponderEliminarBueno, vamos a ello: En conjunto me ha parecido un capítulo muy bueno. Sabes mantener la tensión, haces una buena selección de elementos a la hora de describir un escenario y los diálogos están muy bien. Este y el anterior son los capítulos que más me han gustado hasta el momento (los otros también, pero estos los que más).
Pero... ¿me lo parece a mí o Mathias esconde algo? Porque ese prólogo me ha hecho sospechar un poco. Tantas ganas de encontrar secretos de la Inquisición... ¡Que es peligroso indagar en la Inquisición!
En cuanto a Alara... Yo sé que su grado de compromiso con la Orden es tan alto como la de todas las Sororitas, pero su amor por Mathias la puede meter en un dilema moral bastante serio. ¿En serio si (por ejemplo) descubriera que Mathias ha hecho algo que podría ir en contra del Emperador, sería capaz de matarlo? No dudo de su lealtad a la Orden, pero me parecería una situación capaz de ponerla en un apuro muy grande.
Perdona por divagar así. Aunque he leído los posts que has puesto sobre las Sororitas, supongo que hay cosas que no acabo de entender ;-)
Hola Laura :-)
EliminarPor qué crees que Mathias esconde algo? En principio decidió aceptar la oferta de trabajo por curiosidad aventurera y por ganar experiencia y prestigio en su campo laboral. Qué te ha hecho sospechar que esté ocultando algo, y qué crees que podría ser? ;-)
Respecto a Alara, tienes razón: sería un dilema moral muy duro, el más difícil de su vida. Ella misma no está segura de como reaccionaría. Y lo que es peor, tomara la decisión que tomase, la consecuencia sería su muerte en una escuadra de Hermanas Arrepentidas, como le dijo a Mathias cuando se declararon su amor. Por eso ha hecho un acto de amor y de confianza tan grande involucrándose en una relación con él: no sólo ha puesto el corazón, sino también la vida en sus manos.
No sé... A lo mejor es que sospecho de todo. Fíjate, hasta sospechaba del fanboy de Alara, XD! Me han atrapado las palabras "acceso a secretos insondables". ¿Qué quiere averiguar? ¿Qué espera encontrar en los archivos de la Inquisición? La que le pedía su ayuda para averiguar algo sobre la muerte de sus familias fue Alara, y en ese momento todavía no se habían encontrado. A menos que Mathias tuviera el mismo pensamiento que ella...
ResponderEliminarVale, estoy divagando otra vez, ^^*
Se irá viendo más de Mathias y sus motivaciones en los flashbacks del principio, pero quede claro que las dos razones que le motivaron para aceptar el trabajo en la Inquisición fueron la curiosidad y la venganza.
ResponderEliminarCuriosidad porque el conocimiento, en el mundo del 40K, está muy restringido al ciudadano medio. Sólo los eruditos que se labran una buena carrera en el Administratum pueden acceder a ellos, y la Inquisición no sólo es una excelente manera de adquirir experiencia, sino de acceder a información y secretos que nadie ajeno a ella podría descubrir. Mathias es un científico, y como científico, siente un gran deseo de saber y aprender... aunque en el mundo de 40K, como he dicho, el conocimiento está restringido, porque a veces puede ser peligroso...
Respecto a la venganza, creo que queda claro: la Inquisición lucha contra los herejes, los traidores y los enemigos de la humanidad, los mismos que mataron a la familia de Mathias. Él no es un gran guerrero como Alara, pero lo que le falta de fuerza lo tiene de inteligencia, y para él poner su privilegiado cerebro al servicio de la Inquisición es una buena manera de intentar vengar a su familia.