A fe y fuego

A fe y fuego

miércoles, 24 de junio de 2015

Capítulo 15



A.D. 840M40. Randor Augusta (Kerbos), Sistema Kerbos, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.


El pasillo del rectorado está oscuro y vacío cuando Mathias se adentra por él. Lo mueve una prisa fruto de la impaciencia; se pregunta por qué el mismísimo rector del Collegia Imperialis le ha hecho llamar. No es habitual que alguien tan importante como el rector Ignatius Saeden convoque a su presencia a los recién doctorados.
Cuando llama a la puerta con los nudillos, una voz cascada le dice que puede pasar. Mathias entra, y ve ante sí la figura de un auténtico erudito: un hombre viejo con profundas entradas en la frente, la barba tan gris como sus escasos cabellos. En la parte derecha del cráneo tiene injertada una placa de datos, de la cual surgen varios cables directamente conectados al cogitador que tiene delante. Viste una túnica púrpura con filigranas doradas y un grueso medallón de oro con el emblema del Administratum le cuelga del cuello. Tiene la piel de un blanco grisáceo y profundas ojeras, como si llevara semanas sin dormir. Por lo que Mathias sabe acerca de las drogas supresoras del sueño, es probable que así sea. El rector alza la cabeza y lo escruta con la mirada.
-El doctor Trandor, supongo-.
-Sí, señoría- responde Mathias.- Es un honor conocerle. Me ha mandado usted llamar. ¿Puedo preguntar…
-Siéntese- lo interrumpe Saeden. Mathias obedece, y el hombre mira algo en la pantalla de su cogitador.- Mathias Trandor, licenciado cum laude en Biología. Su tesis doctoral sobre Bioquímica Metabólica ha obtenido un sobresaliente. ¿Me equivoco?-.
-No, señor-.
-Muy bien. Ahora que se ha convertido en Docto Biologis, ¿cuáles son sus planes de futuro?-.
-Yo… -Mathias vacila un instante, cada vez más extrañado. ¿Por qué le importan al rector Saeden sus expectativas laborales?- Me gustaría labrarme una carrera en el Administratum como erudito-.
Está a punto de añadir una cortesía del estilo “ojalá llegue tan alto como usted”, pero la prudencia le sella los labios. Tiene la sensación de que Ignatius Saeden es del tipo de persona que desconfía de las lisonjas.
-Un proyecto muy loable, doctor Trandor- dice el rector, asintiendo lentamente con la cabeza.- Sin embargo, el ascenso en la jerarquía del Administratum es duro. Hay mucha competencia. Y dado que usted carece de una familia influyente que pueda comprarle un buen puesto, necesita reunir todos los méritos que pueda. ¿No es verdad?-.
-Sí, señor-.
La mirada del rector se endurece súbitamente.
-Lo que hablemos a partir de ahora es alto secreto. Ha de firmar usted este documento de confidencialidad por triplicado, en el cual se compromete a no revelar absolutamente nada de lo que se va a decir, bajo pena de muerte-.
Mathias abre mucho los ojos, atónito por el cariz que está tomando la conversación.
-Rector Saeden, no entiendo nada. ¿Qué es esto?-.
-La mejor oportunidad que tendrá de medrar en su carrera profesional, doctor- responde Saeden, escueto.- Pero no le revelaré nada más a menos que firme ese papel. Si no va a hacerlo, le ruego que se levante de inmediato y abandone mi despacho. Mi tiempo es limitado y tengo asuntos que atender-.
Mathias, por supuesto, se queda sentado. La curiosidad ya lo ha atrapado como la pegajosa tela de una araña. Respirando hondo para contener los nervios, coge los papeles y los lee. Un documento oficial con el sello de la Inquisición. La respiración se le corta durante un instante antes de que su mano derecha vuele hasta una de las electroplumas que descansan sobre la mesa y estampe la firma al final de los pergaminos.
-Bien, doctor- dice el rector Saeden mientras coge los documentos con sus huesudos dedos y los hace desaparecer en el interior de un cajón.- Como ya habrá deducido, se trata de un asunto de la Inquisición. Concretamente del Ordo Xenos. Nos han pedido un especialista en bioquímica metabólica y usted es el doctor más prometedor que tenemos ahora mismo entre nuestras filas. No sólo ha obtenido las calificaciones más altas de su promoción sino que su tesis doctoral ha impresionado a algunas personas. A las personas adecuadas, podría decirse-.
-¿Qué quiere la Santa Inquisición de mí?- pregunta Mathias, con el corazón galopándole furioso en el pecho.
-Sus conocimientos- responde Saeden.- Su trabajo, su pericia, su experiencia. Y proviene usted del Sistema Cadwen, lo cual lo hace aún más apto para el puesto, porque la investigación para la cual se le requiere tiene lugar allí.- Consulta por un instante la pantalla del cogitador.- Concretamente en el planeta Vermix. No sé si ha oído hablar de él-.
-Conozco su existencia- responde Mathias.- Pero nunca he estado allí, y no sé gran cosa de él-.
-Perfecto. Así partirá con la mente libre de prejuicios. Suponiendo que quiera aceptar el puesto-.
-¿De cuánto tiempo estamos hablando?-.
Los delgados labios de Ignatius Saeden se curvan en una sonrisa sarcástica.
-Esa pregunta es improcedente cuando hablamos de la Inquisición. Nunca dan más explicaciones de las necesarias, y en este punto han sido más bien imprecisos. Hablan de varios años, eso es todo. Pero tengo entendido que es usted soltero, aún no tiene trabajo, y tampoco cargas familiares. Y los Acólitos de la Inquisición son los mejor valorados a la hora de optar por un puesto relevante en el Administratum-.
Mathias asiente con lentitud. La excitación burbujea en su interior, ahogando la incertidumbre. Acólito Inquisitorial. Eso podría darle acceso a secretos insondables, incluso a descubrimientos críticos para el Imperio de la Humanidad. Jamás había podido soñar con una oportunidad semejante.
-¿Acepta, doctor Trandor?-.
Y Mathias asiente.
-Acepto, rector Saeden. ¿Qué tengo que hacer?-.
Un fajo de papeles mucho más grueso que el anterior aparece sobre la mesa.
-Para empezar, leer y firmar todo esto. Después, deberá hacerse una revisión médica, preparar su equipaje y estar dispuesto a embarcar en una lanzadera espacial dentro de dos semanas-.
Mathias atrae hacia sí los documentos y se pone a leer. Al cabo de varios minutos levanta la vista, asiente y firma los papeles. Ignatius Saeden vuelve a esbozar otra sonrisa torcida.
-A partir de ahora forma parte de la Sagrada Inquisición, Doctor Trandor. Confío en que mantenga alto el buen nombre de este Collegia Imperialis allá donde va-.
-Sí, señoría- responde Mathias con solemnidad.- Se lo prometo-.




A.D .844M40. Shantuor Ledeesme (Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.



Por un momento, la angustia y el terror no permitieron a Alara pensar. Jamás se había sentido así de aterrorizada desde la noche de la Matanza de Galvan. Respiró hondo, forzándose a recuperar el control, a tranquilizarse
“Calma. Calma, calma, calma, eres una Hija del Emperador, así no vas a salvarlos, maldita sea CÁLMATE Y PIENSA”.
Funcionó. Tras unos segundos de pánico, Alara dejó de hiperventilar y su mente se despejó lo suficiente como para permitirle pensar de nuevo.
“No han podido cogerles hace mucho. He hablado con Mathias justo antes de que comenzara el tiroteo”. Miró la hora a la que había sido recibido. Hacía apenas un par de minutos. “Tal vez hayan conseguido repeler el ataque”.
Con dedos temblorosos, marcó en el vocofonador celular el número de Octavia. Para su sorpresa, al tercer timbrazo la voz de su amiga contestó.
-Hola, Alara-.
-¡Octavia!- gritó Alara, angustiada.- ¿Dónde estás? ¿Estáis bien?-.
-¿Pues dónde vamos a estar? En el todoterreno- contestó su amiga
Alara se dio cuenta de que había algo raro en la voz de Octavia. Sonaba demasiado forzada, artificial, llena de tensión contenida. Como si estuviera mostrando una jovialidad que en realidad no sentía.
“La tienen prisionera”, pensó Alara, temblando. “La ha obligado a contestar. Probablemente tengan encañonados a Valeria o a Mathias para asegurarse de que no dice nada revelador”. Aún así, tenía que asegurarse, y decidió hacer una prueba.
-¿Están contigo Cornelia y Lucius?- preguntó.
Cornelia y Lucius eran los nombres de los fallecidos padres de Octavia; si su amiga estaba bien, le preguntaría de qué diantres estaba hablando.
-Ah… sí, claro, los dos están conmigo- contestó Octavia.
Algo en el corazón de Alara se derrumbó por completo. En aquella ocasión, fue ella quien tuvo que fingir tranquilidad.
-De acuerdo entonces, bajo en seguida y me reúno con vosotros en el coche-.
-Estaremos esperando aquí- contestó Octavia.
Alara cortó la comunicación.
-Los han atrapado- musitó.- La estaban obligando a contestar-.
-¿P… por qué le has d… dicho que bajabas?- preguntó Mikael con la voz entrecortada.
-Para que manden a alguien afuera con la intención de esperarnos y atraparnos. No sé cuántos son en total esos bandidos, pero de este modo nos libraremos al menos de dos o tres de ellos-.
El asesino asintió.
-Buena jugada-.
Alara sacó un cargador del cinto y recargó su rifle bólter.
-Mikael, lo siento, pero tengo que dejarte aquí. He de ir a buscar a los demás. Si se los han llevado, será para interrogarlos acerca de por qué estamos aquí, y cuando consigan extraerles la información los matarán. Hay que impedirlo; tengo que salvarlos-.
-V… ve. Yo t… te seguiré en cuanto pueda-.
-¿Bromeas?- preguntó Alara, escéptica.- Si no puedes ni moverte-.
-A… ahora no, pero d… dentro de unos minutos me habré recuperado b… bastante. Ve, yo te alcanzaré-.
Alara asintió, respiró hondo y se levantó. Comenzó a caminar por el pasillo, consciente de que el tiempo apremiaba y ella no tenía forma de saber dónde se habían llevado a sus amigos. Al llegar al rellano, vio que el secuaz cobarde también había desaparecido. Herido como estaba, había conseguido arrastrarse en pos del jefe y su lugarteniente.
“Sangre. ¡Claro, la sangre! ¡Los bandidos están heridos; habrán ido dejando un rastro de sangre por donde hayan escapado! ¡Si lo encuentro y lo sigo, me llevará directo hasta su guarida!”.
Echó un vistazo a la pared. Allí estaba la salpicadura de sangre que había salido del cuerpo del jefe cuando lo había herido. Y al acercarse, Alara se dio cuenta de algo muy extraño.
Aquella sangre no era roja, sino púrpura.
“¿Sangre púrpura?” una idea alarmante apareció en su cabeza. “¡Mutantes!”.
El jefe tenía que ser un mutante; no había otra explicación. ¿Qué clase de ser, sin no, podría tener la sangre púrpura? Un alienígena tal vez, pero aquel hombre, aunque más fornido que sus compañeros, era indudablemente humano. Sin duda se trataba de una banda de violentos forajidos capitaneados por mutantes.
-¡Maldita escoria infrahumana!- siseó entre dientes.- ¡Acabaré con vosotros, lo juro!-.
Pero para acabar con ellos, primero tenía que encontrarlos. Vio que las gotas de sangre púrpura se dirigían hacia la derecha en dirección a las escaleras, junto con un reguero algo más abundante de sangre roja. Alara las siguió hasta llegar a una pequeña puerta lateral que les había pasado desapercibida a Mikael y a ella en la negrura del pasillo. La abrió, y se dio cuenta de que conducía a unas escaleras de caracol.
“Un acceso secundario”.
Bajó con toda la rapidez que fue capaz, intentando ser lo más silenciosa posible. Afortunadamente, los escalones eran de piedra y no de metal; en caso contrario, el estruendo de la servoarmadura al bajar hubiera sido ensordecedor. Alara se mordió el labio con fuerza, sudando copiosamente a pesar del sistema de regulación térmica de la servoarmadura, luchando contra la certeza de que debía ser lo más silenciosa posible para que no la sorprendieran y el impulso de echar a correr para salvar a los prisioneros antes de que les hicieran daño… o más daño del que debían haberles hecho ya. Aquel terrible pensamiento le encogió el corazón. ¿Qué les estarían haciendo? ¿Y si alguno de ellos intentaba escapar? ¿Lo matarían? ¿Matarían a alguno de ellos como advertencia? Se sentía como inmersa en una terrible pesadilla. Los tres seres más queridos que le quedaban en el mundo, todos ellos capturados a la vez, todos en peligro. Y para salvarlos, únicamente ella, Alara. Estaba absolutamente sola; Mikael se hallaba herido y los refuerzos del convoy demasiado lejos. Sólo tendría una oportunidad, y no podía fallar… porque si fallaba, todos aquellos a los que amaba morirían.
“No, no, por favor, no. Mathias, Octavia, Valeria, vosotros, no. ¡No, no! Sagrado Emperador, te lo ruego, te lo suplico, ayúdame a salvarlos, no dejes que les pierda también a ellos. Te lo ruego, ayúdame, ¡por favor!”.
Pero de un modo extraño, aterrador, fue como si sus oraciones fueran tragadas por el vacío. Como si estuviera envuelta en la oscuridad, y la oscuridad engullera sus pensamientos. Alara sintió un escalofrío repentino y agudo que la recorrió por entero.
“Estás nerviosa, eso es todo. No puedes concentrarte, te cuesta pensar. Ten fe; el Emperador está contigo y te ayudará. Él no permitirá que fracases”.
Continuó su descenso, siguiendo los rastros de sangre. La escalera descendía en espiral pasando por todos los pisos de la torre, hasta llegar a su base. Allí, Alara vislumbró dos posibles caminos: una puerta entreabierta a un lado de la pared, y la propia escalera, que seguía bajando. Por un instante, Alara se aventuró a mirar al otro lado de la puerta, no sin activar su visor por infrarrojos para poder detectar a cualquier ser humano que hubiera escondido en las proximidades. Lo primero que vio fue un bulto enorme, viscoso y lleno de patas arrugadas. Se sobresaltó durante un instante hasta que cayó en la cuenta de que se trataba de un dinorácnido muerto: uno de los que la escopeta de Mikael había reventado. Al echar un rápido vistazo a su alrededor, contempló los que ella misma había aniquilado, tirados en el suelo en medio de un charco formado por los pestilentes efluvios de sus cuerpos.
“La escalera de caracol es un acceso secundario que comunica todos los pisos entre sí” comprendió Alara. “Y también desciende hasta el subsuelo. ¿Qué habrá allí abajo?”.
Pero antes de saciar su curiosidad, quería asegurarse de que la planta baja y el garaje estaban vacíos; al fin y al cabo, la puerta por la que acababa de pasar estaba entreabierta, lo cual significaba que alguien la había usado recientemente, porque Alara estaba segura de que cuando Mikael y ella combatieron contra las arañas estaba cerrada; de lo contrario, la habrían visto.
Caminando con suma cautela, se aproximó a la puerta de doble hoja, que tampoco estaba completamente cerrada. A través de ella vio el garaje, vacío, y mucho más allá, frente a la primera entrada de la fortaleza, el todoterreno, plantado en medio de la lluvia con los faros aún encendidos. Al espectro infrarrojo, el calor que desprendía el motor hacía lucir el vehículo como una mancha anaranjada. Y gracias a los visores especiales de su casco, Alara distinguió algo más: dos figuras humanas tendidas en la hierba, con los brazos extendidos como si estuviesen apuntando con un arma.
“Me están esperando. Mi estratagema hablando con Octavia ha funcionado; han creído que iría al todoterreno y han apostado dos francotiradores. Tumbados en el suelo, protegidos por las hierbas altas, la oscuridad y la lluvia, habrían sido prácticamente invisibles. Si yo no hubiera tenido gafas de visión nocturna, claro, y si hubiera sido lo bastante tonta como para acercarme hasta allá. Ojalá se los coma un dinovermo”.
En cualquier caso, estaba claro por qué las puertas de acceso al garaje habían quedado abiertas: para que los tiradores pudieran salir. Eso significaba que, definitivamente, el camino correcto era la escalera de caracol. Alara regresó a ellas tan silenciosamente como había partido y continuó bajando.
El descenso fue más largo en esta ocasión. Dondequiera que fuese, debía estar a varios metros bajo tierra. La escalera dio varias vueltas completas antes de que terminase en una puerta chapada de metal que, como todo lo demás en aquella condenada fortaleza, se mantenía sorprendentemente firme a pesar de la herrumbre que la carcomía. Escuchó atentamente; al otro lado no se oía nada. Empujó un poco la puerta, emitiendo un leve chirrido, y miró al otro lado. Nada. Salió con precaución… y de pronto sintió cómo los cañones de una escopeta se apoyaban en su cabeza. El aliento se le congeló en la garganta durante un instante de confusión y pánico.
-Ah- dijo una voz cavernosa.- Eres tú-.
-¡Mikael!- siseó Alara furiosa al reconocer la voz.- ¡Casi me matas del susto! ¿Por qué no puedo verte, si llevo visores infrarrojos?-.
-Porque yo llevo una malla de nanotubos que suprime el calor de la superficie- contestó el asesino con tono de suficiencia, bajando la escopeta.- Soy virtualmente invisible para un visor de rayos infrarrojos-.
Alara se sentía cada vez más sorprendida al escucharle hablar.
-Pero, en el nombre del Emperador, ¿cómo te has recuperado tan rápido? Hace poco más de cinco minutos que te he dejado, y no podías ni andar-.
-El suero regenerador. Ya te he dicho que es excepcionalmente potente. Te deja bastante hecho polvo al principio, pero funciona de maravilla. También es verdad que, por fortuna, las heridas que he sufrido eran más dolorosas que graves. Si hubiera tenido algo roto o una hemorragia seria, me habría tenido que quedar quietecito por unos cuantos días-.
-¿Unos cuantos días?- preguntó Alara, atónita.
-Ya te lo explicará Mathias, suponiendo que podamos rescatarlo con vida. Yo no sé cómo funciona; sólo conozco sus efectos-.
Alara se estremeció y asintió. El rostro de Mathias le vino a la memoria como un doloroso fogonazo: Mathias, con su dulce sonrisa, sus cabellos castaños y sus ojos azules, que la hacían pensar en las playas de arena dorada de los lagos en Tarion.
-Vamos- susurró.- Rápido-.
-¿A dónde?-.
Alara señaló al suelo.
-Estoy siguiendo la sangre. Tendré que volver a activar el espectro ultravioleta para localizarla, pero…
-Hazlo- la interrumpió Mikael.- Yo activaré el visor en infrarrojo para detectar posibles enemigos ocultos-.
Alara sintió, activó el visor en ultravioleta y comenzó a andar. Aquella visión no era la mejor para obtener una visión de conjunto del entorno, pero le permitía distinguir con claridad las gotas de sangre, que eran cada vez más pequeñas y estaban más espaciadas. No importaba; Mikael suplía aquella falta de visión con su propia vigilancia.
Mientras caminaban siguiendo la sangre, Alara tomó conciencia de dos cosas: la primera, que los pasillos describían curvas, lo cual significaba que aquellos sótanos estaban dispuestos en círculo. La segunda, que el subnivel era, con mucha diferencia, el lugar más cochambroso y siniestro de toda la fortaleza. El suelo y el techo estaban agrietados, las paredes estaban plagas de líquenes y rezumaban un extraño moho causado por la humedad. Todas las puertas se deshacían en herrumbre y todas las tuberías colgaban macilentas del techo como venas desgarradas. Aquel espectáculo desolador, sumado a la enorme preocupación que sentía por el destino de sus amigos, sumía a Alara en un profundo desasosiego.
-¿Por dónde?- preguntó Mikael cuando llegaron a una encrucijada.
Alara vaciló, insegura; había cuatro caminos posibles y no veía sangre en ningún punto cercano.
-Dividámonos- decidió.- Tú sigue adelante y yo giraré hacia la derecha; el primero que encuentre el rastro que avise al otro-.
Se separó de Mikael y penetró en el corredor lateral. Mientras caminaba, tragó saliva ruidosamente; estar sola en aquel sitio la hacía sentir aún peor que antes. Respiró hondo, molesta consigo misma.
“Eres una Hermana de Batalla, el miedo es una debilidad y el dolor una ilusión. ¡Sigue adelante!”.
La oscuridad era absoluta, y el silencio era total. Tenía que ir despacio para no tropezar con los cascotes que pudiera haber en el camino. Avanzado el corredor encontró sendas puertas a ambos lados con idénticos símbolos dibujados: tres círculos entrelazados en forma piramidal sobre una rueda central, con unas palabras en gótico vulgar grabadas justo debajo: PELIGRO. RIESGO BIOLÓGICO. Los nervios que se retorcían en su estómago se tensaron de tal manera que una oleada de náusea le subió por la garganta.
-Alara- la llamó la voz de Mikael por el vocotransmisor.- Alara, reúnete conmigo. He encontrado el rastro de sangre-.
Alara dio media vuelta y se largó de allí a paso ligero. Pronto alcanzó el final del pasillo y se desvió de nuevo por el camino central, donde Mikael la aguardaba a unas pocas decenas de metros. Señalaba al suelo, donde un par de cuajarones de sangre destellaban visibles bajo el espectro ultravioleta. Los dos caminaron por el pasillo, dejando atrás algunas puertas cerradas que no presentaban mancha alguna de sangre en las proximidades y tras las que no se oía sonido alguno. Continuaron andando hasta llegar a una nueva encrucijada, idéntica a la anterior.
“Al parecer, este sótano circular tiene una estructura simétrica”, pensó Alara.
-Como la vez anterior- le dijo a Mikael.- Tú delante y yo a la derecha-.
Volvieron a separarse. Al poco de caminar por el pasillo, Alara escuchó un extraño rumor, como un prolongado siseo y un bramido apagado. Al cabo de unos segundos lo reconoció: era el sonido de la tormenta. Pero, ¿cómo podían la lluvia y los truenos el exterior resonar allí abajo?
Lo dedujo en seguida al sentir que las botas blindadas de la servoarmadura comenzaban a chapotear en algo líquido. Al desviar la mirada al suelo, Alara rogó porque aquella no fuera la dirección correcta, ya que de ser así podían irse despidiendo del sangriento rastro: el corredor estaba completamente inundado de agua. La causante de ese estropicio era una enorme grieta en el techo desde la cual se divisaba el tormentoso cielo nocturno. Bajo la grieta, en el suelo, había una gran montaña de cascotes compuesta en su mayor parte por cemento desmenuzado, piedras agrietadas y tierra húmeda. El agua chorreaba desde los bordes de la grieta formando cataratas entre los escombros y rociando el suelo.
El otro lado del montón no era visible, pero Alara dudaba mucho que un par de hombres heridos de consideración hubieran podido pasar por allí. Retrocedió.
-¿Has encontrado algo?- preguntó a Mikael por el vocotransmisor.
-No- contestó el asesino.
-Yo tampoco. Creo que sólo nos queda el corredor de la izquierda. Reunámonos en la encrucijada y tomemos esa dirección-.
-De acuerdo-.
Alara volvió sobre sus pasos. No habría sabido decir si era por el aspecto ruinoso y desolado de aquel lugar, por la terrible sensación de que el tiempo se estaba agotando, o por ambas cosas, pero cada vez se sentía peor. Aquel maldito sótano la agobiaba y la angustiaba como si se tratase de una cárcel laberíntica. Dondequiera que miraba, sólo veía suciedad, ruina y deterioro. ¿Cómo era posible que aquellos bandidos hubieran elegido semejante escondite para su banda? Ella no habría querido vivir allí ni por todo el oro de la galaxia. De hecho, se estaba arrepintiendo profundamente de haber sugerido aquel lugar como sitio idóneo para pasar la noche.
“Ni una fortaleza más”, pensó asqueada. “Ni una. Si no hubiera tenido la idea de venir aquí, no estaríamos en este embrollo. Odio este sitio. Lo odio”.
Llegó al cruce al mismo tiempo que Mikael. Juntos se introdujeron en el corredor izquierdo, caminando con extraordinaria cautela. Al principio no encontraron rastro alguno, y tampoco se oía nada. Alara ya comenzaba a temer que hubiera llegado a un callejón sin salida, cuando de repente lo vio: un brillo entre morado y azul, destellando en el suelo. Las gotas eran ya pequeñas, señal de que el bandido herido debía haberse hecho algún vendaje o torniquete para sangrar lo menos posible, pero ahí estaba. El preciado rastro.
Faltaba poco para el final del camino. A cuarenta metros de distancia se erguían unas sencillas puertas metálicas de doble hoja. Curiosamente, podían atrancarse desde donde ellos estaban, aunque la tranca estaba tirada en el suelo.
-No se trata de una puerta destinada a impedir la entrada, sino la salida- murmuró Alara.- Pero eso no tiene sentido, a no ser que… estas puertas conduzcan al exterior-.
-Sshh- dijo de pronto Mikael.- He oído algo-.
Alara aguzó el oído. Al cabo de unos instantes, también escuchó algo. Voces apagadas, graves. Parecían provenir del otro lado de la puerta. Con todo el sigilo del que fueron capaces, ella y Mikael se acercaron y escucharon.
-¿… tardar mucho, joder?- gruñó alguien.- Necesitamos que bajéis ya el puto alijo. Se están acercando-.
Pausa. Silencio. De nuevo la voz.
-¿Cómo quieres que lo sepa? Dentro de un rato. Lo que está claro es que tenemos que volar de aquí antes de que lleguen-.
Un nuevo silencio. Alara pensó que debía estar usando un comunicador o un celular. Probablemente, su interlocutor o interlocutores estaban arriba, en la habitación que Mikael y ella habían descubierto, recogiendo a toda prisa la mercancía robada.
-No te preocupes de esas dos putas. Las tengo aquí, bien quietecitas, y así van a quedarse si saben lo que les conviene. Nos las vamos a llevar como rehenes-.
Alara emitió un gemido estrangulado.
“¡Las dos! ¡Sólo ha hablado de Octavia y de Valeria! ¿Y Mathias? ¿Dónde está Mathias?”.
-Sí, están casi listos- oyó hablar de nuevo a la voz. Su dueño parecía impaciente y algo irritado.- Dejad de preocuparos por eso y daos prisa de una vez. Quiero el alijo dentro de los camiones en quince minutos-.
Nueva pausa, más corta.
-Muy bien. Y tened cuidado; esos dos hijos de puta podrían aparecer en cualquier momento. Manteneos vigilantes, y si alguno de ellos aparece e intenta montar bronca, pegadle un tiro a ese gilipollas. Tengo que dejaros; cambio y corto-.
-Mathias está vivo- susurró Alara.- Lo tienen como rehén, ¡en el mismo sitio donde nosotros estábamos hace diez minutos!-.
-Sí, que jodida casualidad- gruñó Mikael.- Mientras nosotros bajábamos, él subía. ¿Y ahora qué hacemos?-.
“Eso, ¿qué hacemos?”. De repente, Alara tomó conciencia del problema. Octavia y Valeria estaban abajo, al otro lado de la puerta sin tranca, y Mathias Trandor arriba. Los dos grupos de bandidos que los custodiaban estaban en contacto por comunicador, lo cual significaba que si asaltaban a un grupo y alguno de sus miembros lograba ponerse en contacto con el otro para alertar de la situación, estos matarían a sus rehenes, o se los llevarían a otro lado donde no pudieran ser encontrados.
-La única opción es un asalto simultáneo- dijo.- Coordinarnos; uno arriba y el otro abajo, atacar al mismo tiempo. De ese modo ninguno de los dos grupos tendrá tiempo de poner sobre aviso al otro-.
-Buena idea- dijo Mikael.- ¿Cómo nos distribuimos?-.
-Tú eres el guardaespaldas del doctor Trandor. Yo respondo ante mi Orden por la seguridad de mis Hermanas. Los de aquí abajo son muchos y requieren fuerza; los de arriba son menos pero están alerta, y requieren sigilo. Vuelve arriba a salvar a Mathias, y yo me quedaré aquí para rescatar a mis hermanas-.
Por un segundo, Mikael no dijo nada. Cualquiera que fuese la expresión de su rostro, fue inescrutable bajo la máscara que portaba.
-Muy bien- respondió finalmente.- Estaremos en contacto por el vocotransmisor para coordinar el ataque. Calcula al menos diez minutos para darme tiempo a volver arriba. Cuando esté listo, te avisaré-.
-De acuerdo- respondió Alara.
El asesino se giró y echó a andar por el pasillo. Ella se quedó quieta, inmóvil, mirando cómo se alejaba. Y sin poder evitarlo, habló una vez más.
-Por amor del Emperador, Mikael, tráelo de vuelta-.
Él se giró en silencio durante un instante y asintió una sola vez antes de reanudar el paso de nuevo y desaparecer por el pasillo principal.
Alara sabía que había tomado la decisión correcta. Era la más lógica, la más acertada. Entonces, ¿por qué se sentía como si acabara de traicionar a Mathias? ¿Por qué se sentía como si lo estuviese abandonando?
“Tengo que cumplir con mi deber”, pensó. “Del mismo modo que Mikael va a cumplir con el suyo”.
Aquel pensamiento le trajo otro: el recuerdo de Mathias frente a ella, mirándola a los ojos y tomando sus manos entre las suyas, la tarde en que se declararon su amor. “Nunca te haré elegir entre tu deber y nuestro amor”; esas habían sido sus palabras. Alara nunca había imaginado, jamás, que sería tan doloroso atenerse a aquella noble promesa.
Apretó con fuerza los puños. No era momento para la debilidad. No podía permitirse dudar ni ser débil. Las vidas de Valeria y Octavia dependían de ello.
“Piensa en ellas; piensa en tus amigas, en tus hermanas. Tú eres la única esperanza que les queda”.
Trató de aprovechar el tiempo que le quedaba mientras esperaba a que Mikael regresara para rezar una oración al Emperador pidiéndole fuerzas. Pero aunque las palabras salieron de sus labios, de nuevo fue como si de alguna manera la oscuridad se las tragara. Era una sensación pavorosa. De pronto, Alara adquirió consciencia de que se encontraba sola, desesperada y embarcada en una misión mortalmente peligrosa, enfrentada a multitud de enemigos y con todo que perder si los planes fallaban. De repente, fue como si la oscuridad que la rodeaba la envolviera por completo, causándole una asfixiante sensación de claustrofobia. Las paredes parecieron echársele encima; se dio cuenta de que la causante de aquel efecto era ella misma, que se mareaba. Emitió un jadeo ahogado y se apoyó contra la pared.
“No puedo entrar por esa puerta”, pensó, mirando la tranca abierta. “Seguro que están esperando que entremos por ella, y aunque no sea así, tendré que tirar de ella para poder abrirla hacia dentro, y eso hará que los bandidos se percaten de todo y amenacen las vidas de Valeria y Octavia. Necesito contar con el factor sorpresa”.
Eso significaba que tendría que escoger otro lugar para entrar. Pero, ¿cuál?
Entonces, recordó el pasillo opuesto a aquel en el que se encontraba, el que había quedado inundado por…
“¡La lluvia! ¡La grieta! ¡Conduce al exterior, y la puerta de la tranca por fuerza ha de dar al exterior también! ¡Tengo que hacer el asalto por fuera, no por dentro! ¡Eso no lo esperarán!”.
Dio media vuelta y caminó hacia el corredor del techo derrumbado. Una frágil luz de esperanza acababa de encenderse en su interior, no sólo por haber encontrado una posible solución a su problema, sino por las enormes ganas que tenía de salir de allí. La deprimente y sombría atmósfera que reinaba en aquellos sótanos sucios y deteriorados la aplastaba, la asfixiaba y la agobiaba hasta el punto de hacerla sentir físicamente enferma. Sabía que era imposible que se tratase de nada que hubiera en el aire, por grandes que fuesen la humedad y la podredumbre que flotaban en ese lugar, ya que su servoarmadura estaba herméticamente cerrada y contaba con un poderoso filtro de aire que no dejaba pasar toxinas ni efluvios, y mucho menos olores. Pero aún así la respiración le temblaba, las sienes le palpitaban, y sentía un sabor amargo en el paladar: el sabor de la inquietud y el miedo.
Cuando llegó al montón de escombros, se encaramó y comenzó a trepar. No fue un ascenso fácil, ya que algunos cascotes estaban sueltos y eran resbaladizos a causa del agua que chorreaba. Más de una vez estuvo a punto de perder pie y caer rodando al suelo, pero por fortuna logró estirarse y agarrar un asidero firme en el borde de la grieta. Una vez afianzada, usó toda la fuerza de sus brazos y se dio impulso con las piernas para empujarse hasta arriba. Apretó los dientes a causa de inmenso esfuerzo, sintiendo como cada uno de los músculos que tan duramente había entrenado durante años y años de ejercicio diario trabajaban al máximo para hacerla subir. Y al final, lo consiguió: logró apoyar un pie en la pared, y empujó con todas sus fuerzas para darse el impulso final. Sacó los antebrazos, los codos, y poco después el tronco y las piernas. Pocos segundos después, rodaba jadeando bajo la lluvia. Le dolían todos los músculos del cuerpo, especialmente los bíceps, los tríceps y los abdominales, pero lo había conseguido. Estaba fuera. Y aunque sabía que era imposible y que todo tenía que deberse a una mera sugestión psicológica, sintió como si su alma se hubiera liberado de un gran peso y una bocanada de aire fresco limpiara sus pulmones del pesado aire viciado que flotaba allí abajo.
Un rayo de color violáceo, seguido de un trueno ensordecedor, la hizo reaccionar. Mikael debía estar a punto de llegar hasta Mathias; apenas quedaba tiempo. Gracias a la función de visión nocturna de su caso, pudo ver el entorno con claridad: había salido a la superficie sobre uno de los baluartes; tras ella, en el círculo interno de la fortaleza, bullía la actividad. Un grupo de bandidos, afanosos como hormigas, cargaban cajas y fardos en un par de camiones, cuyas luces apuntaban hacia la Laguna Verde. Alara imaginó que lo hacían así para no delatarse ante el convoy que se acercaba. Se levantó y caminó lo más rápido que pudo sin hacer ruido, amparándose en la oscuridad para pasar desapercibida. Por fortuna, el estrépito de la lluvia contra el suelo ahogaba cualquier sonido que pudiese hacer.
No le fue difícil llegar hasta la entrada del búnker donde tenían prisioneras a Valeria y a Octavia. Por desgracia, aún estaba preguntándose cómo diantres iba a entrar sin llamar la atención de los centinelas cuando oyó que la puerta se abría de repente. Alarmada al darse cuenta de que iban a verla sin remedio, dio un paso atrás, trastabilló y cayó sobre el fango. Aquel traspié, no obstante, la ayudó, porque al caer cuan larga era al suelo, junto a la esquina del búnker, consiguió que los tres sujetos que salieron de allí no repararan en ella. Emitió un débil jadeo.
-Alara, ¿me recibes?- susurró Mikael por el comunicador.- Ya he llegado, entramos en un minuto-.
-De acuerdo- susurró Alara.
No podía esperar más. Se dio cuenta de que era la ocasión perfecta. Los tres que habían salido no habían cerrado del todo la puerta del bunker, ya que esperaban volver en breve; se estaban dirigiendo a una loneta situada a unos veinte metros de distancia, bajo la cual había aparcado un todoterreno. Llevaban algunos bultos entre los brazos. Si bajaba con  la suficiente rapidez, era probable que los bandidos de abajo creyeran que sus compinches estaban regresando y no se pusieran inmediatamente en guardia. Respiró hondo, y apenas el tercer sujeto desapareció debajo de la loneta, Alara se levantó y se deslizó por la puerta entornada del bunker.
Tal y como había esperado, las troneras de defensa estaban vacías. También estaba vacía la sala principal, aunque había algunos paquetes desperdigados por el suelo. Alara los ignoró y se dirigió a las escaleras que conducían abajo. Cuando llegó al descansillo, oyó una voz masculina.
-¿Ya vuelven? Se han debido dejar algo-.
Alara se mordió el labio inferior. Debía ser muy rápida para neutralizar cuanto antes a los que amenazaban a Octavia y a Valeria, lo cual significaba que tendría que bajar ya apuntando hacia el objetivo. Pero, ¿cómo iba a saber a dónde tenía que apuntar sin revelarse? Entonces, se le ocurrió una idea. Con cuidado, extrajo su cuchillo de combate de su funda y lo deslizó con suavidad por el suelo, apuntando hacia la habitación que la aguardaba abajo. La escena se reflejó en el filo de la hoja como si fuera un espejo: Valeria y Octavia estaban junto a la pared del fondo, a la izquierda, arrodilladas y maniatadas. Un tipo apuntaba hacia ellas con una escopeta en las manos. Aparte de él, había seis hombres más: tres de ellos sentados en camastros, siendo atendidos por sus compañeros. Eran lo que Alara había herido arriba y habían logrado escapar.
“El de la escopeta. Ese es el objetivo”, pensó.
-Eh, tíos, ¿estáis ahí?- preguntó uno de los de abajo.
Alara guardó el cuchillo, enarboló el rifle bólter y se precipitó escaleras abajo. El segundo de sorpresa que siguió a su aparición fue todo lo que necesitaba. Antes de que nadie pudiera reaccionar, el guardián de la escopeta salió despedido con la parte superior de la cabeza destrozada, sin tener tiempo siquiera de lanzar un grito de agonía.
Valeria y Octavia reaccionaron de inmediato arrojándose al suelo y rodando para quedar fuera del alcance del tiroteo. Los bandidos se apresuraron a coger sus armas. Alara apuntó a uno de los jefes de la camilla, que se estaba levantando… y entonces lo vio.
Aquel hombre no estaba siendo curado. De hecho, ni siquiera se le podía considerar herido, porque no era un hombre. Bajo la piel reventada y sangrante de su abdomen no había músculo, huesos ni órganos humanos, sino metal, cables y circuitos destrozados.
No era una persona, era una máquina.
El horror y la incredulidad dejaron a Alara helada durante un instante, y sólo la servoarmadura que llevaba impidió que fuera seriamente herida cuando le empezaron a llover balas. El silbido de los disparos la hizo reaccionar.
“¡Una inteligencia abominable! ¡Una máquina pensante! ¡Herejía!”.
Aquellas máquinas inteligentes que asemejaban ser humanos habían sido prohibidas por el Emperador en persona durante la Era de los Conflictos, después de que se rebelaran contra la raza humana y tratasen de imponer su propio control. Eran la cúspide de la tecnoherejía, abominaciones sin alma, parodias blasfemas de la sagrada forma humana. La certeza de saber que las tenía delante, que existían, hizo que toda la incredulidad de Alara se transformara en furia. La cólera sagrada formó un halo brillante en torno a su figura.
-¡Os destruiré en nombre del Emperador! ¡Vuestra existencia es una blasfemia!-.
Cada una de sus frases fue acompañada de un disparo, y cada disparo dio en el blanco. Dos de las máquinas cayeron al suelo destrozadas por los impactos. De sus heridas manó sangre roja mezclada con gotas de lubricante color azul, que al mezclarse dejaron una impronta púrpura salpicando las paredes. El único humano herido, el que había escapado en pos del jefe y el lugarteniente, se levantó de la camilla con cara de terror.
-¡Ah, no!- gimió.- ¡Otra vez no!-.
Se deslizó renqueante hacia la doble puerta de salida. Alara no hizo amago alguno de seguirle; estaba herido, desarmado y huía; no era una amenaza. Y tampoco llegaría muy lejos en el estado en que se encontraba. Ya podrían atraparlo más tarde, si es que sobrevivía. Se concentró en los demás. El androide que quedaba agarró entre las manos una ametralladora ligera, apuntó hacia Alara y comenzó a disparar. Ella se arrojó al suelo volcando la mesa y se deslizó tras ella a toda prisa. Los disparos reventaron la mayor parte de la madera. Un recuerdo rápido como un fogonazo cruzó por la mente de Alara (mi madre… la mesa del salón… el Rapax…) y desapareció tan pronto como la siguiente ráfaga de disparos agujereó y astilló los fragmentos que se encontraban justo al lado de ella. Algunas balas le impactaron; un dolor sordo le atenazó los brazos y el costado. Sintió humedad, calor; tal vez era sangre. Oyó sonidos de lucha, gritos femeninos al otro lado de la habitación.
“El miedo es una ilusión, el dolor es una debilidad, el miedo es una ilusión…”
-¡Por el Emperador!- gritó, incorporándose con el bólter en las manos. Disparó tres veces, en una ráfaga corta. Una, dos, tres. La primera bala falló. Las dos siguientes penetraron en la cabeza de la abominación. Una lluvia de chispas estalló cuando la cabeza metálica reventó como una sandía y los circuitos y cables que formaban la simulación de cerebro fueron destruidos. La máquina se desplomó en el suelo sin sonido alguno.
Los dos sujetos que quedaban dispararon contra ella, pero la servoarmadura hizo que los proyectiles rebotaran sobre las placas causándole un leve dolor sordo, semejante al de los hematomas. Disparó contra sus atacantes una última ráfaga que les reventó el pecho y los mató en el acto.
-¡Octavia!- exclamó.- ¡Valeria!-.
Se acercó a ellas; las dos estaban heridas.
-¿Qué ha pasado? ¿Estáis bien?-.
Valeria gimió; tenía un golpe en la cabeza.
-He derribado de una patada al que te iba a disparar por la espalda. Me ha devuelto el golpe. Creo que iba a matarme, pero entonces te has cargado al jefe-.
-Yo he hecho lo mismo con el otro- dijo Octavia con un deje de orgullo en la voz.- Le he mordido-.
Alara sacó el cuchillo de combate y cortó las ataduras que sujetaban las muñecas de sus amigas.
-¿Cómo os habéis podido dejar atrapar?- exclamó.- ¿Cómo habéis podido ser tan tontas?-. Impulsivamente, las atrajo hacia sí y les dio un rápido abrazo.- ¡No volváis a hacerme esto!-.
-Lo siento, Alara- susurró Octavia con voz temblorosa.- Pero estábamos leyendo algo que atrajo toda nuestra atención, algo aterrador. Mathias ha descubierto…
Un estruendo de pisadas en la zona superior la hizo callar.
-¡Eh! ¿Va todo bien ahí abajo?-.
Octavia y Valeria cogieron de inmediato la primera arma caída que vieron en el suelo y se arrojaron detrás de los restos de la mesa junto con Alara, apostándose en posición de tiro. Los tres bandidos aún no habían acabado de bajar las escaleras cuando una salva de disparos les voló la parte inferior del cuerpo. Los tres cayeron rodando entre alaridos de agonía, manchando los escalones con un reguero de sangre.
-¿Hermana Tharasia?- llamó Alara por el comunicador.- ¿Ejecutora?-.
La estática chisporroteó… y luego, al fin, una voz.
-Hermana Alara, la recibo-.
El alivio recorrió en oleadas a la joven.
-¡Hermana Ejecutora, la fortaleza está llena de bandidos! ¡Han secuestrado al Legado, y…
-Eso ya lo sé- la interrumpió Tharasia.- El propio Legado nos ha informado-.
-¿Él… él… está a salvo? ¿Está con ustedes?-.
-Está con el asesino, acaban de bajar a recibirnos. Ya hemos dejado los vehículos en el patio, pero el alcance de las comunicaciones es malo a causa de la lluvia-.
“Mathias está vivo. Está vivo”.
-¿Dónde se encuentra, hermana Alara?-.
-En un bunker, señora, atrincherada con las hermanas Valeria y Octavia. He bajado a rescatarlas y he abatido a todos los enemigos, pero temo que puedan venir más. Necesitamos refuerzos-.
-¡Deme su posición!-.
-Estamos en el cuarto bunker a la derecha contando desde la entrada principal. Hay dos camiones a ambos lados del baluarte. Hay decenas de enemigos más; están cargando los camiones para darse a la fuga. Y, señora, tengan cuidado. Entre ellos hay inteligencias abominables-.
Un leve silencio de sorpresa siguió a sus palabras antes de que la voz de Tharasia volviera a escucharse, con un matiz acerado.
-¿Está segura de eso, hermana?-.
-Yo misma he abatido a tres aquí abajo, señora. Son los jefes, los tengo delante de mí. Bueno, lo que queda de ellos-.
-Vamos en seguida. Aguanten ahí. Cambio y corto-.
Alara dejó escapar el aire que mantenía en los pulmones con un leve siseo.
-¿Y bien?- preguntó Valeria con ansiedad.
-Ya vienen. Los refuerzos están aquí-.
Lo siguiente que entró en el bunker fue la hermana vengadora Diana, sosteniendo entre las manos un bólter pesado.
-Vaya- dijo, mirando a las tres Sororitas.- Ya veo que os habéis llevado vosotras solas toda la diversión. Por el Santo Emperador… -añadió conmocionada, al ver los restos de los tres androides dispersados por el suelo.
-¿Está asegurado el perímetro?- quiso saber Alara.
Diana asintió.
-La Ejecutora está dirigiendo los últimos ataques. Los estamos exterminando-.
“Mierda”.
-Hermana Ejecutora- llamó por el comunicador de la servoarmadura.
-Dígame, hermana Alara-.
-Eh… sería conveniente dejar supervivientes. Para interrogarlos. Respecto a la procedencia de las inteligencias abominables-.
-Ya es un poco tarde para eso. Hemos acabado con todos-.
Alara contuvo el impulso de mascullar una maldición.
-No se preocupe, hermana, en cuanto nos reagrupemos iremos ahí abajo. La hermana Cecilia se encargará de quemarlo todo-.
-¿No habría que examinar primero los androides… las máquinas… digo…
-Esas abominaciones deben ser destruidas sin la menor dilación- dijo la voz de Tharasia, cortante como el cristal.- Y eso es lo que vamos a hacer. Mantenga la posición hermana, en seguida estamos con ustedes-.
Alara apretó los dientes. Dudó, pero sólo durante un segundo. Luego, encendió el canal privado de comunicación con Mikael.
-Mikael, ¿me recibes?-.
-Aquí estoy, Alara. Mathias está conmigo. Está a salvo-.
-Lo sé, Mikael; gracias. Escúchame: negaré haber dicho esto, pero resulta que los jefes de la banda de ladrones eran en realidad inteligencias abominables, y la Ejecutoria Tharasia pretende bajar aquí a quemar los restos sin dejar que el Adeptus Mechanicus les eche un vistazo. Pero yo creo que es importante que los investiguen para que podamos averiguar de dónde vienen y quién los ha construido. Así que más vale que avises a Ophirus Crane que venga al bunker a toda leche si quiere tener alguna oportunidad porque Cecilia le va a dar al lanzallamas en cuanto baje-.
-Gracias, Alara. Se lo diré de inmediato-.
-Yo no te he dicho nada, ¿eh?- insistió Alara.
-¿Decirme el qué? No sé de qué me estás hablando- replicó Mikael, y cortó la comunicación.
“Ya está”, pensó ella.” Ahora ya está”.
Un extraño tembleque empezó a recorrerle las piernas. De repente, era como si el cansancio estuviese haciendo presa de cada uno de sus miembros. Le costaba respirar. Se sacó el casco, sacudió la cabellera húmeda de sudor y emitió un leve gemido.
-¿Alara?- preguntó Octavia con ansiedad.
-Creo… -balbuceó Alara.- Creo que estoy herida-.
Oyó las voces de la hermana Ejecutoria y las demás Sororitas en el piso superior. Todo había terminado, Octavia y Valeria estaban a salvo, Mathias estaba a salvo. A medida que la adrenalina dejaba de correr por sus venas, comenzó a ser cada vez más consciente del dolor.
-¡Abajo!- ordenó la Ejecutora. Pasos por las escaleras. Tharasia apareció.- Buen trabajo, hermana Alara. ¿Se encuentra… ¡Por todos los santos!-.
Ahora ella también había visto a los androides. Incluso a través del filtro metálico del vocotransmisor, Alara pudo percibir el espanto que se filtraba en su voz.
-¡Hermana Cecilia, baje de inmediato!- exclamó.- Todas las demás, evacuen este lugar. Vamos a quemarlo todo-.
-¡De eso nada!- exclamó una voz airada.
Tharasia se giró hacia la escalera justo para ver aparecer la inquietante figura de Ophirus Crane, con su túnica roja, los mecadendritos agitándose en el aire con ademán indignado y el ceño fruncido bajo la capucha y los implantes. Ignoró por completo a Alara, a pesar de que la tenía delante y tuvo que pasar por encima de sus piernas para dirigirse hacia los androides.
-¡No se tocará nada sin mi permiso!-.
-¡Son abominaciones!- protestó Tharasia.- ¡Deben ser destruidas!-.
-¡Y lo serán, pero sólo después de que yo las examine! ¡Tengo autoridad para reclamarlas en nombre de la Inquisición!-.
Alara vio cómo la Ejecutora mascullaba en voz baja unas cuantas maldiciones mientras se tragaba la rabia, sin duda preguntándose cómo había podido llegar tan rápido el tecnosacerdote Crane. Se habría reído si no hubiese estado tan cansada. El dolor se hizo más acuciante. Notaba por todo el torso el ardor de las quemaduras producidas por el lanzallamas ligero, y tenía heridas que le sangraban. Seguía sintiendo la humedad en el costado tras la ráfaga de ametralladora, una humedad cálida, mordiente y roja. Se desplomó del todo en el suelo con un gemido ahogado.
-¡Está herida!- exclamó Valeria, angustiada.- ¡Rápido, tengo que…
-Usted no tiene que hacer nada, hermana- la interrumpió Tharasia.- Sus dos subalternas proporcionarán los primeros auxilios a la hermana Alara. Cúbrase la brecha de la frente; le está sangrando. ¿Y usted está bien, hermana dialogante?-.
-Tengo un golpe fuerte en las costillas- respondió Octavia.- Pero creo que no me las han roto-.
Alicia y Amalia, las dos hermanas hospitalarias que asistían a Valeria, bajaron portando una camilla. Tendieron encima a Alara, que ya apenas podía moverse. Sentía los miembros pesados como si fueran de plomo. Mientras la alzaban y comenzaban a transportarla, comenzó a reír.
-¿De qué te ríes?- quiso saber Valeria, que caminaba a su lado apretando un pañuelo para detener la sangre, que manchaba su rubio cabello de rojo.
-Estaba pensando que mi amigo Riggs va a encontrar su viaje la mar de seguro- susurró Alara.- Creo que nos acabamos de cargar a los bandidos que tanto lo asustaban. Y menos mal, porque con una mierda de escopeta no habría durado ni un segundo frente a estos bestias. Je, je, je…
-Está desvariando- dijo Amalia, preocupada.- Démonos prisa; no quiero que entre en shock-.
A partir de ese momento, todo se volvió nebuloso para Alara. Se dio cuenta de que la llevaban a través del sótano; distinguió la oscuridad, las paredes raídas y la sensación de náusea opresiva y de temor. El dolor la mareaba. Una leve sensación de alivio la inundó cuando salieron a la superficie y el frescor del aire nocturno le sacudió el rostro. Las gotas de lluvia le cayeron sobre la cara como lágrimas celestes.
“Gracias, Emperador. Gracias por salvar a Mathias. Gracias, gracias…”
La metieron en el Rhino médico con presteza y suavidad. La trasladaron de la camilla a la mesa de tratamientos y comenzaron a quitarle la servoarmadura pieza a pieza.
-Quemaduras de primer grado- dijo Amalia.- Desde el pecho a la parte baja del abdomen. Tres hemorragias, pero no son intensas. Laceraciones en las extremidades. Rápido, el anestésico local; tengo que suturar. Inyéctale también un calmante-.
Alara sintió varios pinchazos leves en los miembros. Parte de dolor se desvaneció. Notó el frescor del desinfectante y sintió cómo penetraba la aguja de sutura, pero no hubo dolor.
-Gasas. Apósitos. Ajá, ya está. Ahora la pomada para las quemaduras-.
La hermana Alicia tendió un frasco a Amalia, que lo abrió y comenzó a frotar con suavidad las quemaduras, Alara gimió de dolor.
-Ha tenido suerte, hermana- afirmó Amalia. Dejó la crema a un lado y comenzó a vendarla.- No creo que las quemaduras le dejen marca-.
El calmante comenzaba a hacer efecto. Alara, agotada, sintió que todos sus miembros comenzaban a relajarse. Entonces, oyó una voz conocida fuera del Rhino.
-¿Dónde está? ¿Dónde está?-.
-Dejadlo pasar- dijo Valeria.
Un par de segundos más tarde, Mathias Trandor penetró en el Rhino como un vendaval. Tenía dos hematomas hinchados y amoratados, uno en el pómulo y otro en la mandíbula. Por lo demás, parecía ileso.
-Mathias- dijo Alara con voz ahogada.- ¿Estás bien?-.
-Estoy perfectamente, no te preocupes por mi cara- respondió él. Se acercó a ella y la miró con preocupación.- Alara, por el Trono, ¿qué te ha pasado?- se giró hacia la hermana Amalia.- ¿Qué es lo que tiene?-.
-Varias heridas de bala, casi todas superficiales. Un par de ellas han requerido sutura. Hematomas de diversa consideración. Y varias quemaduras-.
Mathias palideció.
-¿Quemaduras?-.
-No son graves. Se recuperará-.
Él agitó la cabeza mirándola con expresión de angustia.
-Estoy bien- farfulló Alara.
-¡Y un cuerno!- Mathias extrajo algo de su bolsillo.- Necesito un inyector-.
-¿Qué es eso?- preguntó Valeria de inmediato.
-Un suero regenerativo- contestó Mathias.
-Ya tenemos de esos sueros en el botiquín-.
-Este no; te lo garantizo. Es de mi invención. Mucho más rápido y potente que los normales-.
Valeria puso mala cara.
-No lo conozco. ¿De tu invención, dices? ¿Has hecho ensayos clínicos?-.
-¡Por la sangre del Emperador, Valeria! ¿Crees que le inyectaría algo que pudiera ser peligroso?- exclamó Mathias, indignado.
-No; está bien- dijo Alara en un susurro.- Confió en él, Valeria. Además, lo he visto actuar. Mikael se lo inyectó arriba. Funciona-.
Valeria seguía sin parecer muy convencida, pero finalmente tendió el inyector a Mathias. Él colocó una ampolla de líquido transparente en su interior y se acercó a Alara.
-Te dolerá un poco- dijo, y presionó el émbolo.
Fue algo más que doler un poco. Cuando la aguje se clavó y el líquido penetró en su interior, Alara tuvo la sensación de que le corría fuego líquido por las venas. Echó la cabeza atrás y gritó.
-¿Pero qué…? –exclamó Valeria.
-Sólo es al principio- dijo Mathias.
El dolor se extendió por todo el cuerpo de Alara, pero a medida que se extendía comenzó a disminuir de intensidad. Poco a poco, una sensación extraña, de pesadez y confusión, comenzó a invadirle la mente. Mathias inclinó la cabeza y la besó en la frente.
-No te preocupes de nada- susurró, acariciándole la mejilla con ternura.- Te vas a poner bien-.
A pesar del mareo y el cansancio, que hacían que el mundo empezara a desdibujarse ante sus ojos, Alara captó la mirada de extrañeza que Amalia y Alicia intercambiaron al ver la familiaridad con la que el Legado Inquisitorial la estaba tratando. Valeria también debió darse cuenta, porque Alara oyó su voz poco después.
-La hermana Alara y el Doctor Trandor son amigos de la infancia. Su relación es muy cercana-.
-Ah, como si fueran hermanos, ¿no?- preguntó la hermana Alicia.
-Si lo quiere llamar así… -farfulló Valeria.
Mathias esbozó una sonrisa burlona que sólo Alara pudo ver. Al contemplarla, fue como si el rostro de él comenzara a disolverse en medio de una extraña neblina.
-El suero deja al paciente confuso y desorientado durante un rato, pero la capacidad regenerativa y cicatrizante es asombrosa- oyó que decía Mathias.- No te lo creerás cuando la veas por la mañana-.
-Mathias- susurró Alara.
Él se giró de inmediato hacia ella y se acercó.
-Dime-.
-Lo siento- musitó.
Mathias puso cara de incomprensión.
-¿Qué es lo que sientes?-.
Alara gimió. ¿Por qué no podía enfocar la vista? ¿Por qué le costaba tanto pensar?
-Siento… siento no haber ido yo. Mandar a Mikael. Te… tenía que salvar a mis hermanas…
Él la miró con una dulce gravedad impresa en sus ojos azules.
-Lo sé, Alara, lo sé. Hiciste lo correcto; tenías que cumplir con tu obligación-.
-S… sí. Pero a pesar de todo, lo… lo siento-.
El mundo se desvanecía, flotaba, se alejaba. Alara alargó una mano temblorosa en busca de la suya, de Mathias, del último asidero firme del mundo. Sintió que los dedos del joven se cerraban en torno a los suyos y apretó con fuerza.
Luego, perdió el conocimiento.

8 comentarios:

  1. 1. Qué bien me vendría un suero regenerador de esos.
    2. Qué sanguinolento el rastro, me gusta cuando la sangre no es de mi personaje preferido. Muy angustiosa la búsqueda y rastreo.
    3. Repito, qué angustioso el tener que asaltar en soledad. Qué agobio, vale que Mikael tenía que hacer lo mismo en el otro piso, pero el panorama es desolador de narices, parece sacado de una película de miedo.
    4. Tharasia ha tenido muchas prisas en destruir a las máquinas heréticas...vale que mis últimas pesquisas no han dado una xDD, pero eso es sospechoso...
    5. Bastante bien ha salido Alara con la que ha tenido. Si eso es lo que es capaz de hacer una sola Hermana de Batalla...no quiero ni imaginarme un ejército completo.
    6. Al final me veo haciendo una Hermana de Batalla, le estoy cogiendo el gustillo :P

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    1. ¡Jajaja, es que las Sororitas molan! :-D

      Tharasia lo que es es una fanática, como el 100% de las Sororitas. Lo que pasa es que unas tienen más sentido común y otras van más a saco. ¿Sabes hasta el momento presente (en el fanfic) cuántas hermanas de batalla se han corrompido? La respuesta es ninguna. Ni una en toda su historia; son la fuerza más leal del Imperio. Otra cosa es que por estrechez de miras alguna vez cometan un acto impetuoso que ayude indirectamente al enemigo.

      Las hermanas de batalla son tropa de élite y la servoarmadura es el blindaje humano más poderoso del juego. Contra unos marines de caos, por ejemplo, lo tendrían más jodido, pero si no pueden darle p'al pelo a unos bandidos... apaga y vámonos XD

      Y me encanta que te haya gustado tanto la atmósfera de Shantuor Ledeesme; me esforzé por conseguir ese efecto ;-)

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    2. Y digo yo. Si las hermanas de batalla son incorruptibles, y el imperio tiene tantísimos problemas con militares corrompidos por el caos. ¿Por que el ejército imperial no se compone exclusivamente de hermanas de batalla?
      Precisamente, en la novela Dios emperador, el ejército imperial está compuesto exclusivamente por habladoras pez.

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    3. Porque las hermanas de batalla, para empezar, no existieron hasta el Milenio 36º, al final de la Era de la Apostasía, ya que se formaron a partir de la guardia femenina de Goge Vandire que se volvió contra él y lo ejecutó al descubrir que era un loco megalómano que estaba traicionando el legado del Emperador, en lugar de su elegido (como él mismo se autoproclamaba).
      En segundo lugar, las hermanas de batalla son muy escasas porque deben ser:
      a) mujeres
      b) huérfanas de la schola progenium (ya que necesitan ser entrenadas desde niñas para ser sororitas)
      c) que muestren una piedad y una devoción fanática hasta el extremo
      d) y que NO sean mutantes ni psíquicas.

      Hay que tener en cuenta que la piedad no se puede forzar. La fe de las hermanas del Sororitas es TAN extrema que son capaces de hacer milagros (los llamados "actos de fe" en el juego de miniaturas y en el Dark Heresy). Una fe tan grande no es común, y las Sororitas no aceptan entre sus filas a ninguna mujer que no la tenga. Aquellas que no superan el entrenamiento y las pruebas de fe, son invitadas a marcharse de convento o pueden irse ellas mismas sin ningún tipo de reproche.

      En definitiva, son tropa de mega élite, demasiado escasas como para que los ejércitos imperiales se nutran sólo de ellas. Y máxime cuando no todas las Sororitas son militantes, es decir, combativas (también están las Hospitalarias y las Dialogantes).

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  2. ¡Holaaa! Leí el capítulo ayer pero hasta ahora no he podido comentar. Sorry...
    Bueno, vamos a ello: En conjunto me ha parecido un capítulo muy bueno. Sabes mantener la tensión, haces una buena selección de elementos a la hora de describir un escenario y los diálogos están muy bien. Este y el anterior son los capítulos que más me han gustado hasta el momento (los otros también, pero estos los que más).

    Pero... ¿me lo parece a mí o Mathias esconde algo? Porque ese prólogo me ha hecho sospechar un poco. Tantas ganas de encontrar secretos de la Inquisición... ¡Que es peligroso indagar en la Inquisición!

    En cuanto a Alara... Yo sé que su grado de compromiso con la Orden es tan alto como la de todas las Sororitas, pero su amor por Mathias la puede meter en un dilema moral bastante serio. ¿En serio si (por ejemplo) descubriera que Mathias ha hecho algo que podría ir en contra del Emperador, sería capaz de matarlo? No dudo de su lealtad a la Orden, pero me parecería una situación capaz de ponerla en un apuro muy grande.

    Perdona por divagar así. Aunque he leído los posts que has puesto sobre las Sororitas, supongo que hay cosas que no acabo de entender ;-)

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    1. Hola Laura :-)

      Por qué crees que Mathias esconde algo? En principio decidió aceptar la oferta de trabajo por curiosidad aventurera y por ganar experiencia y prestigio en su campo laboral. Qué te ha hecho sospechar que esté ocultando algo, y qué crees que podría ser? ;-)

      Respecto a Alara, tienes razón: sería un dilema moral muy duro, el más difícil de su vida. Ella misma no está segura de como reaccionaría. Y lo que es peor, tomara la decisión que tomase, la consecuencia sería su muerte en una escuadra de Hermanas Arrepentidas, como le dijo a Mathias cuando se declararon su amor. Por eso ha hecho un acto de amor y de confianza tan grande involucrándose en una relación con él: no sólo ha puesto el corazón, sino también la vida en sus manos.

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  3. No sé... A lo mejor es que sospecho de todo. Fíjate, hasta sospechaba del fanboy de Alara, XD! Me han atrapado las palabras "acceso a secretos insondables". ¿Qué quiere averiguar? ¿Qué espera encontrar en los archivos de la Inquisición? La que le pedía su ayuda para averiguar algo sobre la muerte de sus familias fue Alara, y en ese momento todavía no se habían encontrado. A menos que Mathias tuviera el mismo pensamiento que ella...

    Vale, estoy divagando otra vez, ^^*

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  4. Se irá viendo más de Mathias y sus motivaciones en los flashbacks del principio, pero quede claro que las dos razones que le motivaron para aceptar el trabajo en la Inquisición fueron la curiosidad y la venganza.

    Curiosidad porque el conocimiento, en el mundo del 40K, está muy restringido al ciudadano medio. Sólo los eruditos que se labran una buena carrera en el Administratum pueden acceder a ellos, y la Inquisición no sólo es una excelente manera de adquirir experiencia, sino de acceder a información y secretos que nadie ajeno a ella podría descubrir. Mathias es un científico, y como científico, siente un gran deseo de saber y aprender... aunque en el mundo de 40K, como he dicho, el conocimiento está restringido, porque a veces puede ser peligroso...

    Respecto a la venganza, creo que queda claro: la Inquisición lucha contra los herejes, los traidores y los enemigos de la humanidad, los mismos que mataron a la familia de Mathias. Él no es un gran guerrero como Alara, pero lo que le falta de fuerza lo tiene de inteligencia, y para él poner su privilegiado cerebro al servicio de la Inquisición es una buena manera de intentar vengar a su familia.

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