A fe y fuego

A fe y fuego

martes, 30 de junio de 2015

Capítulo 16



A.D. 840M40. Randor Augusta (Kerbos), Sistema Kerbos, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.


Son las seis de la mañana. Kerbos Astrum I y II aún no han amanecido, aunque el cielo ya empieza a clarear. Mathias Trandor aguarda en la puerta XVII del espacio-puerto, esperando la lanzadera que de un momento a otro llegara para conducirlo a la estación orbital de Kerbos.
Ha llegado el día. Va a dejar el Sistema Kerbos para regresar al Cadwen, su Sistema natal. No lleva mucho equipaje; las becas imperiales no permiten a los estudiantes vivir con holgura, y todas las pertenencias personales de Mathias caben en una única maleta. Le ha bastado una sola noche para reunir el equipaje con el que ha de marchar.
Lo más difícil ha sido despedirse de Aeryn, la joven arbitradora con la que llevaba casi un año de relación. Fue complicado inventarse una excusa para explicar por qué dejaba el planeta, puesto que no podía contarle que había sido reclutado por la Inquisición. Al final, optó por lo simple.
-Me han ofrecido un trabajo como profesor en el Collegia Imperialis del Sector Donorian- le dijo.
Aeryn era una mujer práctica. Alta, pálida y de cabello liso y oscuro, como todas las mujeres con las que Mathias había estado. Al escuchar aquellas palabras, le había mirado con resignación.
-Supongo que has aceptado- dijo.
-Sí- respondió Mathias.- Es una gran oportunidad para mí. Espero que lo entiendas-.
Ella asintió, serena, aunque la luz de sus ojos se había marchitado al oírle hablar.
-Lo entiendo, Mathias. Pero te voy a echar mucho de menos. He sido muy feliz contigo-.
Como siempre que una mujer le dedicaba palabras de cariño, Mathias tragó saliva, nervioso. Tras su malograda experiencia con Neria, jamás ha vuelto a cometer el desliz de llamar a una chica por el nombre de Alara. Tampoco ha estado con muchas; Aeryn es la tercera relación más o menos estable que ha tenido. Le gusta Aeryn; no es demasiado posesiva ni le ha planteado exigencias emocionales que no se siente capaz de satisfacer. Lo pasaban bien juntos, y punto. Con las otras dos chicas terminó poco después de que le propusieran “dar un paso más en la relación” e irse a vivir juntos. Mathias les tenía cariño, las apreciaba y lo pasaba bien con ellas en la cama, pero cualquier mención al compromiso serio lo hacía tener escalofríos de pánico. Se decía a sí mismo que aún era joven, que le sucedía porque no estaba preparado. Tal vez sonara inmaduro, pero era mucho más fácil que admitir ante sí mismo que no podía amar de verdad. Al menos, no mientras estuviera atrapado por un recuerdo, atado a su ángel perdido. No podía entregar un corazón que no era suyo, porque seguía perteneciéndole a Alara. Como siempre le había pertenecido.
Racionalmente, Mathias sabe que es absurdo. Hace dieciséis años que no la ve, jamás ha podido encontrarla, y probablemente no lo hará jamás. De hecho, supone que ahí estriba la mayor parte del problema. Sin saber la verdad, qué ha sido de ella y dónde se encuentra ahora, no puede continuar hacia delante. Si hubiera averiguado que había profesado como monja o Sororita, que estaba casada, o incluso -el Emperador no lo quisiera- que había muerto, podría haber llorado su pérdida y dejado su recuerdo atrás. Pero no lo ha conseguido, y la sombra de Alara Farlane sigue aferrándose a su corazón sin dejarlo marchar. Cuando la soledad lo acuciaba, se sentía atraído por chicas y creía que las amaba, pero luego se daba cuenta de que era mentira. Nunca se trataba de amor. Ni por Aeryn, ni por ninguna de sus predecesoras. Y todas ellas, ya fuera por el nombre, por la personalidad o por el físico, le recordaban a Alara. Ellas, por supuesto, no lo han sabido jamás. Mathias nunca les ha hablado de Alara. Para él, ella es su más preciado secreto.
Al menos, la despedida de Aeryn no ha sido tan amarga como con las otras chicas, tal vez porque se ha producido por factores externos, antes de que Mathias haya tenido que salir huyendo cuando ella le pidiera más de lo que él le podía dar. Han quedado como amigos, se han acostado juntos una última vez, y Mathias ha recogido sus bártulos y se ha marchado sin mirar atrás.
Un zumbido atrae su atención: llega la lanzadera. Mientras él y los demás pasajeros se aprestan en sacar sus pasajes para poder embarcar, piensa que quizás esto es lo que le hace falta: cambiar de aires, irse lejos, un trabajo absorbente y agotador. Tal vez, sólo tal vez, este sea el modo de que los gritos de agonía de su corazón, que llora sin cesar la ausencia de su dulce ángel, comiencen por fin a callar.


A.D .844M40. Shantuor Ledeesme (Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.


Alara Farlane despertó desorientada. ¿Era aún de noche? ¿Había amanecido ya? ¿Qué hora era?
De una cosa estaba segura: dolía. Dolía aún más que cuando la habían metido en el Rhino. Pero por fortuna, alguien parecía estar ocupándose de ella. Por alguna parte se colaba la luz grisácea del amanecer.
Una de las hermanas hospitalarias estaba junto a ella, retirándole la sábana que la cubría. Alara sintió frío.
-Hora de cambiar los vendajes- dijo.
Sacó las tijeras y cortó una tira de tela. Sus movimientos eran rápidos y eficientes, profesionales, pero cuando Alara la miró sintió una leve punzada de inquietud. ¿De quién se trataba? La voz no era de Valeria. Tampoco parecía Amalia ni Alicia. Llevaba la servoarmadura de las hospitalarias en batalla, el cabello oculto por la toca y el rostro cubierto con un respirador. Pero, ¿por qué iba a llevar equipamiento de combate aquella hermana para trabajar en un Rhino médico, fuera de zona hostil, a esas horas de la madrugada?
Y en el nombre del Emperador, ¿quién era?
Comenzó a deshacer el vendaje que cubría la piel de Alara. Y entonces la joven vio, incrédula y aterrorizada, que a medida que las vendas se despegaban de su cuerpo se llevaban consigo parte de la piel. Un intenso dolor, un escozor punzante, hizo arder el torso de Alara a medida que los vendajes arrancaban la piel pegajosa dejándole el cuerpo en carne viva.
-¿Pero qué es esto?- balbuceó, conmocionada.
Las heridas estaban negras, las quemaduras habían devorado la piel. El dolor se hizo más intenso, semejante a un cosquilleo abrasador. Alara aún no se había recuperado de la impresión de verse el torso convertido en semejante carnicería cuando los costurones sangrantes y los hematomas negruzcos comenzaron a moverse.
-¿Qué es esto?- gritó Alara, asustada.- ¿Qué me está pasando?-.
Entonces, todas sus heridas se abrieron de súbito manando sangre espesa, negruzca, y revelando una miríada de gusanos blancos que comenzaron a corretearle por el cuerpo, brotando de sus palpitantes heridas y devorándole la carne. El pavor estalló como cristal líquido en la mente de Alara, enloqueciéndola de terror.
-¡No!- aulló.- ¡No! ¡Noooo!-.
Su voz se quebró en un salvaje alarido de dolor y pánico.



-¡En el nombre del Emperador! ¿Pero qué es lo que pasa?-.
Alara abrió los ojos. ¿Acaso no los tenía abiertos ya? ¿Por qué de repente sólo había oscuridad? No importaba, sólo existían el dolor, el terror y el pánico. Sentía el escozor y el correteo de aquellos seres repugnantes reptándole por el cuerpo, escapando de sus heridas, devorándola. Comenzó a sacudirse entre espasmos frenéticos, intentando quitárselos de encima como fuera…
-¡Alara!- oyó la voz de Valeria, entre somnolienta y alarmada.- ¿Qué te sucede?-.
Alara estaba incorporada en la camilla, con los ojos abiertos al vacío, clavándose las uñas en los vendajes y dándose tirones.
-¡Quitádmelos!- aullaba, histérica.- ¡Quitádmelos!-.
-¡Está tratando de arrancarse los vendajes!- exclamó Amalia, alarmada.- ¡Rápido, sedación!-.
-¡Quitádmelooooos!- chilló Alara.
Un pinchazo en el cuello la dejó atontada casi de inmediato.
-¿Qué le pasa?- una voz masculina sonaba muy lejos.
-No lo sé. Se ha despertado de repente…
Alara lanzó un gemido de agonía, retorciéndose de dolor. ¿Por qué nadie lo veía? ¿Por qué nadie la ayudaba? ¿Qué estaba pasando?
-Ayudadme- gimoteó.- Quitádmelos…
Su voz se disolvió en balbuceos incoherentes antes de perder la consciencia de nuevo.



Luz del día. Desconcierto. Confusión. Por un momento, no supo dónde estaba. Luego se acordó. A su alrededor sonaban voces.
Sintió de nuevo el escozor. Y después el miedo. Abrió los ojos de golpe y se incorporó con un gemido.
Cuatro pares de ojos se giraron de inmediato hacia ella, mirándola con alarma: Valeria, Octavia, Alicia y Amalia. Alara les devolvió una mirada de confusión que pronto se transformó en angustia al recordar lo que había sucedido. Con un gemido, se sacudió la sábana de encima y se observó a sí misma con ansiedad.
Tenía los vendajes perfectamente puestos, en su sitio. Aún así, el escozor y el leve cosquilleo estuvieron a punto de hacerla entrar el pánico.
-Quitadme los vendajes- dijo con voz ahogada.
Valeria se acercó, preocupada.
-Alara, ¿estás bien? Tuviste una pesadilla muy extraña anoche…
Pero no había sido una pesadilla; Alara estaba segura. El terror aún le latía en el corazón. Y aquel repugnante cosquilleo…
-Quitadme los vendajes- repitió más fuerte. La voz le temblaba.
-Alara, no es conveniente. Si te los quitamos ahora…
Los recuerdos eran demasiado intensos, demasiado reales. La repugnancia, el miedo, el horror, el asco… todo regresaba con espeluznante claridad a la mente de Alara. Sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas, que comenzaron a chorrearle por las mejillas. Rompió a llorar.
-Valeria, por favor, quítame los vendajes- sollozó.
Valeria la miró con una expresión de incredulidad casi cómica. Alara nunca lloraba en público. Jamás. Fue aquella desesperación, aquella pérdida de control, lo que hizo que sacara unas tijeras y cortara en silencio los vendajes.
Alara temblaba espasmódicamente mientras las vendas se iban retirando de su cuerpo. Poco a poco, fueron dejando al descubierto la piel, y por fin pudo ver lo que había debajo.
Nada. No había nada, salvo un leve enrojecimiento residual. La piel estaba lisa y sana. Los hematomas habían desaparecido y las heridas estaban ya completamente cicatrizadas, con los puntos casi reabsorbidos. Una curación espectacularmente rápida, y nada más.
Alara se dejó caer en la camilla y volvió a sollozar, esta vez de puro alivio. Por primera vez, comenzó a ser consciente de que era real, que lo anterior sólo había sido un mal sueño, que estaba a salvo.
-Alara, ¿qué te pasa?- preguntó Valeria, cada vez más preocupada.
-A… anoche tuve una visión horrible- gimoteó Alara, aún conmocionada.- Tenía… oh, Emperador, tenía la piel podrida, y los gusanos me corrían por el cuerpo, y… -se cubrió los ojos con espanto al recordar la escena.
-Fue una pesadilla, Alara- dijo Valeria con suavidad.
-¡No!- exclamó Alara, angustiada.- ¡No lo fue! ¡Las pesadillas no duelen, y aquello me dolía! ¡Me dolía mucho! E incluso ahora lo recuerdo tan claro, tan… tan real
Se estremeció. Alguien llamó a la puerta del Rhino.
-Soy yo- dijo la voz de Mathias.- ¿Ya ha despertado Alara? ¿Se encuentra mejor?-.
-¡Ah, tú!- exclamó Valeria, indignada.- ¡Me vas a oír! ¿Qué es lo que le has hecho?-.
Mathias entró en el Rhino con cara de sorpresa.
-¿Cómo que qué le he hecho? ¿Le ha pasado algo? ¿Cómo está?-.
-Bien, aunque no gracias a tu maldito suero- gruñó Valeria.- Podrías haber avisado de que sus efectos secundarios provocaban alucinaciones. Lo que tuvo anoche fue un ataque de nervios al creer que tenía gusanos por el cuerpo; casi se arranca las vendas a zarpazos. Tendremos suerte si los arañazos no le dejan cicatriz-.
-¡Eh, un momento!- se defendió Mathias.- ¡Mi suero no provoca ese tipo de efectos secundarios!-.
Valeria puso mala cara.
-¿Estás seguro? ¿Cuántas veces lo has probado?-.
-Lord Crisagon lleva más de un año usándolo en nuestras misiones. Admito que los efectos son más fuertes que los de un suero normal; puede crear estados de confusión, e incluso pérdida transitoria de consciencia. Pero jamás había provocado alucinaciones, jamás. Alara, ¿no habrás tomado anfetaminas de combate, verdad? ¿O algún otro medicamento que afecte al cerebro?-.
-N… no- respondió Alara con voz temblorosa, limpiándose las lágrimas de los ojos.
-¡Entonces, no lo entiendo!-.
Alara se dejó caer en la camilla, lanzando un hondo suspiro. Aquello la ayudó a calmarse un tanto. Era consciente de que la horrible visión de la noche anterior no era real. Pero también tenía claro que no había sido una simple pesadilla. Algo extraño había pasado. De repente, recordó lo extrañamente mal que se había sentido dentro del sótano, aquella sensación de náusea, de desagrado enfermizo, y la invadió el malestar.
-Mathias- dijo de repente.- ¿Qué sentiste anoche, en el sótano?-.
-Pues, ¿qué voy a sentir? Por un lado me sentía como un idiota porque nos habían atrapado. Estaba leyendo los archivos que Lord Crisagon me había enviado sobre los antiguos cultos paganos de Vermix y la verdad es que me confié. Los bandidos se acercaron a hurtadillas, la oscuridad y la lluvia no nos dejaron percibirlos hasta que los tuvimos encima-.
-¿Es que no había nadie vigilando?-.
-Teóricamente Valeria, pero estaban vigilándonos y se aprovecharon de que tuvo un instante de descuido. Abrieron la puerta de repente y me apuntaron con una pistola en la cabeza, amenazando con matarme si no salíamos del coche sin oponer resistencia. Tuve el tiempo justo para apretar la runa de apagado de la placa de datos...
-Pero, ¿no sentiste nada raro?- insistió Alara.
 -Bueno, estaba preocupado por ellas y por ti…
-¿No sentiste náuseas? ¿Cómo una sensación de asco o de desagrado interior?-.
-Pues… -Mathias la miró con expresión de desconcierto.- El sitio era bastante decrépito y cochambroso, la verdad, pero de ahí a sentir todo eso…
Alara miró a sus hermanas.
-¿Octavia?- inquirió.- ¿Valeria?-.
-Yo sólo me sentía avergonzada por haber bajado la guardia- reconoció la Hospitalaria, bajando la cabeza.- Pero no me sentí tan mal como tú. Supongo que te sentías bajo una gran presión mental al verte en la responsabilidad de rescatarnos...
Alara frunció el ceño. Sabía muy bien lo que había sentido.
-Octavia, ¿no dijiste que anoche habíais descubierto algo aterrador en el informe?-.
-Inquietante- intervino Mathias, adelantándose a la Dialogante.- Más que aterrador, yo lo llamaría inquietante-.
-¿Tienes el informe aquí? ¿Puedo leerlo?-.
-Eh… sí, claro. Anoche estuve redactando un resumen con toda la información esencial; ya lo he cargado en la placa de datos. ¿Vas a leerlo ahora mismo?-.
-Dámelo- le pidió Alara, tendiendo la mano.- Y mientras lo leo, ve a buscar al padre Bruno. Tenemos que hablar con él.
Mientras Mathias se marchaba, Alara abrió el documento y empezó a leer.




+++  HISTORIA ANTIGUA DEL PLANETA VERMIX  +++

INFORME SOBRE CULTOS ANTIGUOS - ERA PREIMPERIAL

AD 286.844.M40 - Misión Inquisitorial en la Provincia de Prelusia, Continente de Kamrea en el Planeta Vermix, Sistema Cadwen del Sector Sardan. Investigador Legado Inquisitorial Mathias Trandor.

Archivo de Diligencias: 246805.S4.SAR1.CAD1.VER1 - Informe de Operaciones: 246805.MR.V1

         Como consecuencia de las hipótesis formuladas por la Hermana Redentora Alara Farlane sobre la amenaza latente que supone la pervivencia entre la población nativa de veneraciones paganas, hemos organizado una comisión de investigación conjunta entre el Adepta Sororitas y la Santa Inquisición para verificar sobre el terreno la verdadera extensión de ese remanente pagano y valorar su potencial para la gestación de cultos heréticos que perturben el orden imperial, ya sea a nivel local o planetario.
         Durante las primeras investigaciones, iniciadas en el Museo Memorial de la Batalla de Marlav que sucedió hace 2.500 años durante la conquista imperial de Vermix, hemos encontrado indicios sobre los antiguos cultos nativos que originaron las actuales tradiciones paganas. Los vestigios, tanto materiales como documentales, sobre el pasado preimperial reciente que hemos estudiado en el lugar muestran que el remanente pagano presente en las zonas más remotas es una amalgama de esos antiguos cultos, con diferentes grados de distorsión y combinación de sus doctrinas según sea su localización regional. Todo esto resta cohesión y coherencia a las actuales tradiciones paganas nativas, pero no potencial para ser un peligro como caldo de cultivo para herejías. Incluso hemos encontrado evidencias de tolerancia hacia psíquicos emergentes autodidactas (brujos) que llegaron a constituir un sacerdocio organizado en mayor o menor medida durante dicho pasado preimperial reciente, aunque todo apunta a su erradicación tras la conquista imperial del planeta por parte de la Eclesiarquía y la posterior conversión de las tribus nativas.
         Utilizando la base de datos existente en el Departamento de Estudios Históricos del museo, con la autoridad que me confiere mi rango de Legado Inquisitorial, hemos accedido a interesante información restringida sobre la sociedad existente en el planeta hace 2.500 años y los cultos paganos dominantes cuyo origen parece remontarse a 12.500 años atrás, según se desprende de los archivos y registros a los que hemos tenido acceso. Aún han quedado más datos por investigar, pero mi nivel de seguridad no me permite acceder a ellos. A continuación resumo lo que hemos averiguado sobre dichos cultos:

Culto de los Silicologistas:
- Su emblema era un cráneo frontal rodeado de un círculo con dos flechas que simbolizan el movimiento, que tiene grabado en la frente el binario 0110 (6) con dos relámpagos que se cruzan tras el círculo.
- Se trata de un culto filosófico aparentemente carente de psíquicos (aunque éstos podrían existir como telépatas o con otra clase de poderes discretos) centrado en la veneración del Arquitecto Nomológico.
- Su extensión geográfica era variada, teniendo presencia mayoritaria en las Tierras Bajas pero también siendo significativa en las Tierras Altas del continente Kamrea y otras regiones del planeta Vermix.
- La principal actividad del culto fue el suministro de artefactos y dispositivos de tecnología avanzada a la nobleza nativa, tanto equipamiento de carácter convencional como máquinas de inteligencia artificial.
- Su condena como tecnoherejes se debió a su absoluta falta de ética al desarrollar dichas inteligencias abominables, prohibidas por el Emperador al ser responsables del estallido de la Era de los Conflictos.
- La investigación de sus actividades por la Inquisición reveló que habían fabricado cientos de guerreros robotizados autónomos con apariencia humana y vestidos como soldados prelusianos. Éstos monstruos metálicos con piel sintética dotados de inteligencia abominable lucharon como fuerzas de élite durante la Guerra de Sometimiento a la autoridad imperial, siendo confundidos como soldados humanos entonces.
- No sólo fueron capaces de fabricar guerreros robotizados con inteligencia abominable, también existen evidencias de la creación de siervos robotizados con apariencia humana para realizar cualquier función, de forma similar a nuestros Servidores pero basándose en un sistema biónico en lugar de ser orgánico.
- Sin embargo, los silicologistas lograron ocultar todo durante mucho tiempo tras la dominación imperial a pesar de los indicios existentes en forma de testimonios, que fueron recogidos entre los miembros de la Guardia Imperial que participaron en la conquista y pacificación de Kamrea. Estos testimonios hablaban de adversarios prelusianos extensamente modificados con implantes biónicos capaces de resistir mucho daño y mostrar una fuerza sobrehumana, por lo que pasaron desapercibidos durante muchos siglos ante las autoridades imperiales hasta el Incidente Inhumano[1], hace 1.500 años, que descubrió la verdad.
- Las fuerzas imperiales, bajo dirección Inquisitorial, realizaron una violenta purga de Replicados (nombre que recibieron éstos falsos humanos) durante más de 500 años. En el proceso, tras arduas pesquisas y laboriosos escrutinios, se descubrió que los silicologistas eran los responsables de tales aberraciones y se procedió a su persecución sistemática para acabar con sus creaciones y sus prácticas impías. Hoy día se considera el culto extinto, dado que estaba formado por sólo unos cientos de miembros elegidos (el resto de iniciados ejercían como ayudantes o supervisores de sus secretas factorías automatizadas) que fueron debidamente purgados tras metódicas investigaciones. Sólo una minoría de tecnoherejes fue perdonada al renegar de sus prácticas y aceptar integrarse dentro del Culto Mecánico como adeptos.

Culto de los Deomecanicistas:
- Su emblema eran dos ruedas dentadas superpuestas (negra y blanca) que enmarcan un cuadrado a su vez dividido en dos triángulos, dentro de los cuales aparece un Alfa (superior) y un Omega (inferior).
- Se trata de un culto filosófico caracterizado por practicar la hechicería combinada con la tecnología en una blasfema comunión desarrollada por psíquicos llamados tecnomagos que adoran al Metagnóstikos.
- Su extensión geográfica era variada, teniendo presencia mayoritaria en las Tierras Altas pero también siendo significativa en las Tierras Bajas del continente Kamrea y otras regiones del planeta Vermix.
- La principal actividad del culto era la investigación de fenómenos psíquicos y la creación de artefactos capaces de aprovechar las energías disformes que recorren la red telúrica planetaria para reproducirlos.
- Se conocen algunas de sus blasfemias tecnológicas por los relatos de los soldados imperiales que se enfrentaron a ellas, como son el Cañón Disforme y el Rifle Abrasador. Otros artilugios conocidos no son militares pero su naturaleza es igual de extraña, como son los llamados Anima Mori y Ostium Dimensiva.
- Su organización era bastante jerárquica y compleja, con los tecnomagos en la cúspide dirigiéndolo todo y los tecnosiervos en la base trabajando como obreros en sus talleres-laboratorio con un cuerpo central de tecnoguardias que hacían las veces de guardaespaldas y operarios de sus impíos ingenios militares.
- La condena y persecución de este culto fue inmediata a la derrota de sus protectores y clientes, la vil nobleza nativa corrompida por el largo aislamiento del planeta y la degeneración de sus costumbres, tras la victoriosa Guerra de Sometimiento que incorporó a Vermix dentro del Imperio Galáctico. Pero la purga no se centró únicamente en los cultistas sino que se extendió a muchos de sus antiguos benefactores, de tal modo que su blasfema tecnología fue rastreada y confiscada para su estudio y destrucción.
- Durante cien años fueron combatidos en las Tierras Bajas mientras eran asediados sus bastiones de las Tierras Altas. Expulsados los supervivientes a las montañas, mantuvieron una guerra de desgaste a lo largo de 300 años utilizando hordas de tecnoesclavos incubados en laboratorios o extraídos de entre la población nativa (hay divergencia sobre su naturaleza, pero parece ser que se trataba de mutantes o algo más extraño... los registros sobre el tema están restringidos), que causaron muchos estragos.
- Finalmente, tras numerosos bombardeos orbitales sobre las zonas montañosas que les servían a modo de refugio, parece que su actividad bélica desapareció. Probablemente los últimos talleres-laboratorio no resistieron el poder combinado de la Guardia Imperial y la Armada Imperial, quedando neutralizados. Tras medio siglo de elaboradas investigaciones, el último tecnomago conocido fue capturado y ejecutado. Con este acontecimiento se dio por erradicada definitivamente ésta tecnoherejía, aunque todavía permaneció activo un dispositivo inquisitorial de vigilancia durante 50 años más para asegurarse que no resurgía.

Culto de los Vermisionarios:
- Su emblema es un gusano de la especie Dinovermis que se muerde la cola mientras adopta la forma del símbolo matemático de infinito. Éste vermiboros aparece de color verde y encerrado en un círculo azul.
- Se trata de un culto religioso organizado, dominado por una casta sacerdotal de psíquicos y un cuerpo de acólitos a su servicio, con lugares específicos para la devoción en los pantanos cercanos a cada una de las poblaciones con presencia de creyentes, siendo sus templos-fortaleza centros de peregrinación.
- Su extensión geográfica se limita a las Tierras Bajas, dónde era la religión dominante entre las gentes nativas de esas regiones tanto en el continente Kamrea como en otras partes del planeta Vermix.
- La doctrina religiosa se centraba en la adoración animista de los Dinovermos como poderosos heraldos del Gran Padre de la Fausta Providencia y su consorte, la Madre de Todas las Cosas. Ambos dioses no tienen representación propia, sino que vienen simbolizados por el vermiboros como tótem conjunto.
- Un rasgo característico del culto era la posibilidad de servir al Padre formando una guardia ocupada de proteger a los sacerdotes (Guardia Vermisionaria) o a la Madre como sanadoras (Observancia Vitalista).
- Su práctica más habitual era la ofrenda de objetos cerámicos para obtener augurios y bendiciones, así como paliativos para la enfermedad y aflicción habituales entre las gentes humildes o las zonas rurales. Su ritual más importante era la entrega a los sacerdotes de los difuntos, que eran ofrecidos en sacrificio a los Dinovermos para que los llevaran ante el Gran Padre para ser juzgados: aquellos que eran dignos se encarnarían de nuevo como Elegidos con la señal del Gran Padre (es decir, como psíquicos), mientras que los indignos renacerían como Dinovermos por mediación de la Madre para purgar sus pecados en un largo servicio como heraldos del Padre y volver a encarnarse como humanos normales tras su muerte.
- El culto fue condenado por paganismo al iniciarse la campaña militar de sometimiento, por lo que en vez de perseguirse (como sucede con los cultos blasfemos) se procedió a evangelizar a la población adepta al mismo mediante misiones eclesiásticas, buscando llevar la luz imperial a los supersticiosos nativos. La tarea resultó difícil por lo arraigado de sus creencias paganas y hubo violentos enfrentamientos cuando se realizó la persecución y purga de los sacerdotes por su condición de psíquicos no autorizados, y por la necesidad de quebrantar la estructura que cohesionaba su religión. Tras 2.500 años, todavía existen numerosos remanentes de éste culto pagano entre los habitantes de las zonas rurales más remotas.

Culto de los Sauriosicarios:
- Su emblema es un saurio rampante de la especie Carnosaurida, de color negro sobre un triángulo rojo invertido rodeado de tres triángulos dorados nacidos de sus aristas, formando todos un triángulo mayor.
- Se trata de un culto religioso organizado, dominado por una casta de sacerdotes-guerreros conocidos como Mirmidones, con un cuerpo de acólitos fanáticos y una extensa legión de aguerridos iniciados.
- Su extensión geográfica se limita a las Tierras Altas, dónde era la religión dominante entre las gentes nativas de esas regiones tanto en el continente Kamrea como en otras partes del planeta Vermix.
- La doctrina religiosa se centraba en la veneración del Gran Saurio, llamado Gorgonon, dios del fuego y la fuerza. Consideraban al Carnosaurio como su avatar en las llanuras y al Dracosaurio como su avatar en las montañas. Sus seguidores están consagrados a una vida nómada guerrera basada en el saqueo, en el caso de las llanuras, o una vida sedentaria belicosa basada en la metalurgia para los montañeses.
- El culto fue condenado por paganismo al iniciarse la campaña militar de sometimiento, por lo que en vez de perseguirse (como sucede con los cultos blasfemos) se procedió a evangelizar a la población adepta al mismo mediante misiones eclesiásticas, buscando llevar la luz imperial a los supersticiosos nativos. Su valor como feroces guerreros fue apreciado por las autoridades imperiales como cantera de soldados.
- La violenta resistencia a la conversión de sus miembros hace que éste culto todavía hoy siga vigente.


Alara se mordió el labio inferior. No era una experta en conocimientos acerca de la Disformidad como Octavia, pero gracias a su adoctrinamiento en sus tiempos de novicia sabía lo suficiente como para saber que el culto Vermisionario, al que había pertenecido aquella fortaleza, poseía elementos siniestros. Culto a un dios cuyo heraldo eran los gusanos… que los fieles acudieran a él para buscar el remedio a la agonía de la enfermedad… y aquel horrible sueño, aquella terrible alucinación en la que había contemplado su cuerpo supurante y tumefacto ser devorado por gusanos…
-Octavia- murmuró.- Tú has leído este informe igual que yo, sabes lo que soñé. ¿Qué crees que significa esto? ¿Crees que los Vermisionarios eran… malignos?-.
Octavia vaciló durante unos instantes, tratando de escoger las palabras.
-No es más que una suposición, por supuesto, pero si los Vermisionarios tuvieran que estar influidos por alguno de los Poderes Ruinosos, sin lugar a dudas yo apostaría por Nurgle. El demonio de la enfermedad y la podredumbre-.
Valeria la miró con inquietud.
-Octavia, ¿estás segura de eso? ¿No crees mucho más probable que la veneración a los gusanos se deba simplemente a que son unas criaturas inmensamente poderosas y endémicas en este planeta? Además, la enfermedad ha preocupado a todas las sociedades humanas desde que el mundo es mundo, y si los sacerdotes del Gran Padre y las sacerdotisas de la Madre de Todo eran psíquicos, ¿acaso es tan extraño que fueran capaces de remediar algunas dolencias?-.
-Sería lo más lógico- respondió Octavia.- De no ser por la pesadilla, o alucinación, que ha tenido Alara-.
-Alara sufre pesadillas desde hace años- objetó Valeria.
-Cierto- convino Alara, malhumorada.- Pero nunca he soñado algo así. Nunca, jamás. Mis pesadillas siempre tienen que ver con la Masacre de Galvan y la muerte de mi familia-.
-Y en cuanto al malestar, ¿cómo sabéis que no se debió tan sólo al hecho de estar sufriendo una situación de gran tensión emocional?-.
-Eso lo descubriremos en seguida- dijo Alara, al escuchar pasos que se acercaban. Pocos segundos más tarde el padre Bruno entró en el Rhino, seguido de Mathias.
-¿Me llamaba, hermana Alara?- preguntó Bruno.- ¿Qué quería?-.
Alara se dio cuenta de que el joven sacerdote parecía pálido y cansado.
-¿Se encuentra bien, padre?- quiso saber.
-Sí, eh… bueno, en realidad… La verdad es que no he pasado muy buena noche. Tengo náuseas y no he podido dormir bien; a decir verdad, cuando el Legado ha venido a buscarme estaba pensando en pasarme a verlas a ustedes, hermanas hospitalarias, para pedirles un remedio-.
-Faltaría más- dijo Valeria, dándose la vuelta para buscar un frasco.- ¿Desde cuándo sufre estos síntomas, padre?-.
-Pues… -Bruno se rascó la tonsurada coronilla, pensando.- La verdad es que, es curioso, me empecé a encontrar mal al poco de entrar en la fortaleza. Y así llevo desde que llegamos-.
La mano de Valeria se quedó inmóvil en el aire, a medio camino hacia el frasco.
-¿Lo veis?- preguntó Alara en voz baja,- Él también lo ha sentido-.
-¿Sentir el qué?- preguntó Bruno.
-¿Qué opina de Shantuor Ledeesme, padre?- replicó Alara.
El padre Bruno parecía cada vez más desconcerado, pero respondió a la pregunta.
-Pues… me parece un lugar perdido y abandonado. En muy mal estado, sí. Y a pesar de todo, se mantiene en pie con una solidez sorprendente. Aún así, debo reconocer que semejante estado de abandono y decadencia me desagrada sobremanera, y algunos lugares son tan sórdidos que hasta me dan escalofríos. Me sentiré muy satisfecho cuando podamos proseguir nuestro camino-.
Mathias se cruzó de brazos.
-Ya veo por dónde vas, Alara. Pero, ¿cómo sabéis que lo que ha afectado a Bruno es lo mismo que te ha afectado a ti? Podría ser algún alimento en mal estado, un virus o alguna bacteria fruto del ambiente húmedo e insalubre de los pantanos…
-No ha podido ser ninguna de las dos cosas- repuso Valeria, preocupada.- Se le ha servido el mismo rancho a todo el mundo, y a nadie le ha sentado mal. En cuanto a la supuesta enfermedad del pantano, ¿por qué sólo ha afectado al padre Bruno? Ni uno solo de los Guardias Imperiales han venido quejándose de síntomas como los que nos ha descrito. Y tan cierto como que el Emperador se sienta en el Trono que si hubieran podido encontrar alguna forma de alegar enfermedad para escaquearse de algunas guardias, lo hubieran hecho-.
-¿Y por qué crees entonces que está afectado él?-.
-Por lo mismo que estoy afectada yo- dijo Alara en voz baja.- En Shantuor Ledeesme hay algo extraño, algo maligno. Yo lo he percibido, y el padre Bruno también-.
-¿Y de dónde crees que procede? ¿De algún tipo de brujería psíquica? ¿De los Poderes Ruinosos? ¿Por qué solamente os está afectado a Bruno y a ti? Octavia y Valeria son tan devotas como vosotros y no han percibido nada sobrenatural…
-No creo que tenga nada que ver con la devoción- dijo Octavia en voz baja.- Una de las bendiciones que nos otorga el Emperador gracias a nuestra devoción es la resistencia a los poderes psíquicos y la inmunidad a las perturbaciones que provoca la presencia demoníaca. Tiene que ser otra cosa...
Alara tragó saliva. De repente, los pelos se le pusieron como escarpias.
-Nadie más ha tenido esas… horribles alucinaciones; sólo yo. ¿Por qué? ¿Por qué me ha pasado a mí? ¡Si se trata de una especie de… de influjo de los Poderes Ruinosos, eso significa que han… han entrado en mi mente! ¡Se han metido en mi cabeza!-.
La idea le pareció tan espantosa, tan aterradora, que los ojos se le llenaron de lágrimas y un sollozo escapó de su garganta, por segunda vez en aquel día.
-¿Alara?- dijo Mathias, alarmado.- ¿Qué te pasa?-.
-¿Qué qué me pasa? ¡Ese influjo impuro ha entrado dentro de mi cabeza!- de repente, volvía a sentirse tan mareada y enferma como cuando estaba recorriendo el sótano de la fortaleza; enferma de asco. Aquellos gusanos habían estado de verdad allí, aunque no era su cuerpo por donde habían reptado, sino por su mente.- ¡Ha intentado corromperme! ¡Ha intentado mancillarme!- sus ojos asustados se volvieron al padre Bruno con una expresión despavorida.- ¡Por favor, padre, ayúdeme! No d… d… deje que vuelvan a tocarme…
La voz se le quebró en un gemido. Mathias estaba tan atónito como espantado por la reacción de Alara y no supo cómo actuar, pero Bruno se hizo cargo de la situación de inmediato. Se acercó con rapidez a Alara, la tomó de la mano y trazó el símbolo del águila en su frente, murmurándole palabras tranquilizadoras.
-Tranquila. Hija, serénate; el mal no ha mancillado tu cuerpo ni ha corrompido tu mente; tu alma sigue estando inmaculada. Reza conmigo si quieres; reza, y te santificaré con el signo de pureza-.
Alara aferró las manos del padre Bruno y comenzó a rezar a la par con él una plegaria con voz frenética, a la que pronto se unieron las demás Sororitas. Al cabo de unos segundos, incluso Mathias se unió a la oración, aunque su rostro revelaba a las claras que se sentía fuera de lugar y no alcanzaba a comprender la reacción de Alara ni lo que estaba pasando. En otra ocasión, aquello hubiera sido una nueva fuente de inquietud para Alara; una nueva constatación del abismo que, como Sororitas, la separaba de Mathias, aunque en otras cuestiones estuvieran tan compenetrados. Pero en aquellos momentos esa era la última de sus preocupaciones; la aterradora sensación de haber sido alcanzada por un poder impío era demasiado intensa, demasiado brutal. Una Hermana de Batalla no temía al dolor, al sufrimiento ni a la muerte; su único verdadero temor era fallarle al Dios Emperador, dejar de ser digna a sus ojos. Y eso era algo que podía pasar si, voluntariamente o no, sucumbían a la corrupción.
Sin embargo, la oración y la bendición del padre Bruno surtieron efecto. Poco a poco, Alara dejó de llorar y rezar, y algo parecido a la calma volvió a llenarle el corazón. Al cabo de unos segundos, se dio cuenta de la causa: en aquella ocasión, lejos de los sórdidos y oscuros sótanos, acompañada por Bruno y Mathias y rodeada de sus hermanas, había vuelto a sentir que el Emperador la escuchaba, que seguía con ella, que permanecía el vínculo imperecedero entre sus almas. Agarró con la mano su Rosarius, llena de un bendito alivio.
“No quiero fallarte”, pensó, haciendo rodar las cuentas entre sus dedos y llevándose el icono a los labios. “No quiero alejarme de tu lado, quiero ser digna a tus ojos, no quiero fallarte jamás. Tú eres mi padre y mi guardián; protégeme, te lo ruego. Protégeme contra el mal que habita en este lugar y concédeme sabiduría para reconocerlo y fuerza para derrotarlo”.
Después de aquella plegaria silenciosa, abrió los ojos.
-Gracias, padre Bruno- susurró.- Gracias a todos. Ahora me siento mejor-.
El sacerdote le palmeó la mano con ademán paternal.
-No te inquietes más, hermana. Sea lo que sea lo que acecha aquí, tu alma es mucho más fuerte. Jamás podrá mancillar tu pureza si no permites que lo haga. El Emperador está contigo; el Emperador protege-.
Alara le dedicó una débil sonrisa.
-El Emperador protege- repitió.


+++ Notas y Comentarios - Investigador Legado Mathias Trandor +++
[1] Incidente Inhumano: durante la realización de una operación policial contra el crimen organizado en Prelux, se descubrió que los miembros de una peligrosa banda carecían de identidad civil y antecedentes familiares en los registros imperiales como si hubieran vivido siempre al margen de la sociedad imperial (algo frecuente entre los habitantes de las zonas remotas dónde los censores rara vez llegan para hacer el recuento poblacional) o éstos hubieran sido borrados. Un veterano agente de la policía imperial, encargado de elaborar las fichas policiales, se percató de que uno de los detenidos ya había sido fichado antes por sus delitos... hacía más de 300 años. Aunque usaba otro nombre, las huellas dactilares y los rasgos faciales coincidían. Sospechando que el detenido consumía drogas revitalizadoras (que alargan la vida y frenan temporalmente el envejecimiento), el agente encargó un análisis de sangre tanto para el inmortal delincuente como para los otros. La sorpresa fue absoluta cuando resultó que todos ellos tenían una coincidencia genética del 99% como si fueran hermanos y no había traza alguna de drogas revitalizadoras. Puesto el asunto en manos de la Inquisición fue posible descubrir que se trataba de falsos humanos con un esqueleto metálico y órganos artificiales cubiertos de piel sintética. Los así llamados Replicados no necesitaban comer ni respirar ni otra función vital humana para funcionar, pues tenían células de energía recargables de larga duración (similares a las bobinas de potencia que usan los Tecnosacerdotes) y un sistema locomotor mecánico que les proporcionaba fuerza y velocidad sobrehumanas, así como una mente artificial que potenciaba enormemente su inteligencia. Como puede deducirse, éstas abominaciones ofrecieron una violenta resistencia a los intentos de ser estudiados por la Inquisición y por sus acólitos del Culto Mecánico, que empezó a manifestarse en la propia comisaría de la policía imperial cuando se percataron de que habían sido descubiertos, llegando a matar a sesenta agentes antes de ser neutralizados.

miércoles, 24 de junio de 2015

Capítulo 15



A.D. 840M40. Randor Augusta (Kerbos), Sistema Kerbos, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.


El pasillo del rectorado está oscuro y vacío cuando Mathias se adentra por él. Lo mueve una prisa fruto de la impaciencia; se pregunta por qué el mismísimo rector del Collegia Imperialis le ha hecho llamar. No es habitual que alguien tan importante como el rector Ignatius Saeden convoque a su presencia a los recién doctorados.
Cuando llama a la puerta con los nudillos, una voz cascada le dice que puede pasar. Mathias entra, y ve ante sí la figura de un auténtico erudito: un hombre viejo con profundas entradas en la frente, la barba tan gris como sus escasos cabellos. En la parte derecha del cráneo tiene injertada una placa de datos, de la cual surgen varios cables directamente conectados al cogitador que tiene delante. Viste una túnica púrpura con filigranas doradas y un grueso medallón de oro con el emblema del Administratum le cuelga del cuello. Tiene la piel de un blanco grisáceo y profundas ojeras, como si llevara semanas sin dormir. Por lo que Mathias sabe acerca de las drogas supresoras del sueño, es probable que así sea. El rector alza la cabeza y lo escruta con la mirada.
-El doctor Trandor, supongo-.
-Sí, señoría- responde Mathias.- Es un honor conocerle. Me ha mandado usted llamar. ¿Puedo preguntar…
-Siéntese- lo interrumpe Saeden. Mathias obedece, y el hombre mira algo en la pantalla de su cogitador.- Mathias Trandor, licenciado cum laude en Biología. Su tesis doctoral sobre Bioquímica Metabólica ha obtenido un sobresaliente. ¿Me equivoco?-.
-No, señor-.
-Muy bien. Ahora que se ha convertido en Docto Biologis, ¿cuáles son sus planes de futuro?-.
-Yo… -Mathias vacila un instante, cada vez más extrañado. ¿Por qué le importan al rector Saeden sus expectativas laborales?- Me gustaría labrarme una carrera en el Administratum como erudito-.
Está a punto de añadir una cortesía del estilo “ojalá llegue tan alto como usted”, pero la prudencia le sella los labios. Tiene la sensación de que Ignatius Saeden es del tipo de persona que desconfía de las lisonjas.
-Un proyecto muy loable, doctor Trandor- dice el rector, asintiendo lentamente con la cabeza.- Sin embargo, el ascenso en la jerarquía del Administratum es duro. Hay mucha competencia. Y dado que usted carece de una familia influyente que pueda comprarle un buen puesto, necesita reunir todos los méritos que pueda. ¿No es verdad?-.
-Sí, señor-.
La mirada del rector se endurece súbitamente.
-Lo que hablemos a partir de ahora es alto secreto. Ha de firmar usted este documento de confidencialidad por triplicado, en el cual se compromete a no revelar absolutamente nada de lo que se va a decir, bajo pena de muerte-.
Mathias abre mucho los ojos, atónito por el cariz que está tomando la conversación.
-Rector Saeden, no entiendo nada. ¿Qué es esto?-.
-La mejor oportunidad que tendrá de medrar en su carrera profesional, doctor- responde Saeden, escueto.- Pero no le revelaré nada más a menos que firme ese papel. Si no va a hacerlo, le ruego que se levante de inmediato y abandone mi despacho. Mi tiempo es limitado y tengo asuntos que atender-.
Mathias, por supuesto, se queda sentado. La curiosidad ya lo ha atrapado como la pegajosa tela de una araña. Respirando hondo para contener los nervios, coge los papeles y los lee. Un documento oficial con el sello de la Inquisición. La respiración se le corta durante un instante antes de que su mano derecha vuele hasta una de las electroplumas que descansan sobre la mesa y estampe la firma al final de los pergaminos.
-Bien, doctor- dice el rector Saeden mientras coge los documentos con sus huesudos dedos y los hace desaparecer en el interior de un cajón.- Como ya habrá deducido, se trata de un asunto de la Inquisición. Concretamente del Ordo Xenos. Nos han pedido un especialista en bioquímica metabólica y usted es el doctor más prometedor que tenemos ahora mismo entre nuestras filas. No sólo ha obtenido las calificaciones más altas de su promoción sino que su tesis doctoral ha impresionado a algunas personas. A las personas adecuadas, podría decirse-.
-¿Qué quiere la Santa Inquisición de mí?- pregunta Mathias, con el corazón galopándole furioso en el pecho.
-Sus conocimientos- responde Saeden.- Su trabajo, su pericia, su experiencia. Y proviene usted del Sistema Cadwen, lo cual lo hace aún más apto para el puesto, porque la investigación para la cual se le requiere tiene lugar allí.- Consulta por un instante la pantalla del cogitador.- Concretamente en el planeta Vermix. No sé si ha oído hablar de él-.
-Conozco su existencia- responde Mathias.- Pero nunca he estado allí, y no sé gran cosa de él-.
-Perfecto. Así partirá con la mente libre de prejuicios. Suponiendo que quiera aceptar el puesto-.
-¿De cuánto tiempo estamos hablando?-.
Los delgados labios de Ignatius Saeden se curvan en una sonrisa sarcástica.
-Esa pregunta es improcedente cuando hablamos de la Inquisición. Nunca dan más explicaciones de las necesarias, y en este punto han sido más bien imprecisos. Hablan de varios años, eso es todo. Pero tengo entendido que es usted soltero, aún no tiene trabajo, y tampoco cargas familiares. Y los Acólitos de la Inquisición son los mejor valorados a la hora de optar por un puesto relevante en el Administratum-.
Mathias asiente con lentitud. La excitación burbujea en su interior, ahogando la incertidumbre. Acólito Inquisitorial. Eso podría darle acceso a secretos insondables, incluso a descubrimientos críticos para el Imperio de la Humanidad. Jamás había podido soñar con una oportunidad semejante.
-¿Acepta, doctor Trandor?-.
Y Mathias asiente.
-Acepto, rector Saeden. ¿Qué tengo que hacer?-.
Un fajo de papeles mucho más grueso que el anterior aparece sobre la mesa.
-Para empezar, leer y firmar todo esto. Después, deberá hacerse una revisión médica, preparar su equipaje y estar dispuesto a embarcar en una lanzadera espacial dentro de dos semanas-.
Mathias atrae hacia sí los documentos y se pone a leer. Al cabo de varios minutos levanta la vista, asiente y firma los papeles. Ignatius Saeden vuelve a esbozar otra sonrisa torcida.
-A partir de ahora forma parte de la Sagrada Inquisición, Doctor Trandor. Confío en que mantenga alto el buen nombre de este Collegia Imperialis allá donde va-.
-Sí, señoría- responde Mathias con solemnidad.- Se lo prometo-.




A.D .844M40. Shantuor Ledeesme (Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.



Por un momento, la angustia y el terror no permitieron a Alara pensar. Jamás se había sentido así de aterrorizada desde la noche de la Matanza de Galvan. Respiró hondo, forzándose a recuperar el control, a tranquilizarse
“Calma. Calma, calma, calma, eres una Hija del Emperador, así no vas a salvarlos, maldita sea CÁLMATE Y PIENSA”.
Funcionó. Tras unos segundos de pánico, Alara dejó de hiperventilar y su mente se despejó lo suficiente como para permitirle pensar de nuevo.
“No han podido cogerles hace mucho. He hablado con Mathias justo antes de que comenzara el tiroteo”. Miró la hora a la que había sido recibido. Hacía apenas un par de minutos. “Tal vez hayan conseguido repeler el ataque”.
Con dedos temblorosos, marcó en el vocofonador celular el número de Octavia. Para su sorpresa, al tercer timbrazo la voz de su amiga contestó.
-Hola, Alara-.
-¡Octavia!- gritó Alara, angustiada.- ¿Dónde estás? ¿Estáis bien?-.
-¿Pues dónde vamos a estar? En el todoterreno- contestó su amiga
Alara se dio cuenta de que había algo raro en la voz de Octavia. Sonaba demasiado forzada, artificial, llena de tensión contenida. Como si estuviera mostrando una jovialidad que en realidad no sentía.
“La tienen prisionera”, pensó Alara, temblando. “La ha obligado a contestar. Probablemente tengan encañonados a Valeria o a Mathias para asegurarse de que no dice nada revelador”. Aún así, tenía que asegurarse, y decidió hacer una prueba.
-¿Están contigo Cornelia y Lucius?- preguntó.
Cornelia y Lucius eran los nombres de los fallecidos padres de Octavia; si su amiga estaba bien, le preguntaría de qué diantres estaba hablando.
-Ah… sí, claro, los dos están conmigo- contestó Octavia.
Algo en el corazón de Alara se derrumbó por completo. En aquella ocasión, fue ella quien tuvo que fingir tranquilidad.
-De acuerdo entonces, bajo en seguida y me reúno con vosotros en el coche-.
-Estaremos esperando aquí- contestó Octavia.
Alara cortó la comunicación.
-Los han atrapado- musitó.- La estaban obligando a contestar-.
-¿P… por qué le has d… dicho que bajabas?- preguntó Mikael con la voz entrecortada.
-Para que manden a alguien afuera con la intención de esperarnos y atraparnos. No sé cuántos son en total esos bandidos, pero de este modo nos libraremos al menos de dos o tres de ellos-.
El asesino asintió.
-Buena jugada-.
Alara sacó un cargador del cinto y recargó su rifle bólter.
-Mikael, lo siento, pero tengo que dejarte aquí. He de ir a buscar a los demás. Si se los han llevado, será para interrogarlos acerca de por qué estamos aquí, y cuando consigan extraerles la información los matarán. Hay que impedirlo; tengo que salvarlos-.
-V… ve. Yo t… te seguiré en cuanto pueda-.
-¿Bromeas?- preguntó Alara, escéptica.- Si no puedes ni moverte-.
-A… ahora no, pero d… dentro de unos minutos me habré recuperado b… bastante. Ve, yo te alcanzaré-.
Alara asintió, respiró hondo y se levantó. Comenzó a caminar por el pasillo, consciente de que el tiempo apremiaba y ella no tenía forma de saber dónde se habían llevado a sus amigos. Al llegar al rellano, vio que el secuaz cobarde también había desaparecido. Herido como estaba, había conseguido arrastrarse en pos del jefe y su lugarteniente.
“Sangre. ¡Claro, la sangre! ¡Los bandidos están heridos; habrán ido dejando un rastro de sangre por donde hayan escapado! ¡Si lo encuentro y lo sigo, me llevará directo hasta su guarida!”.
Echó un vistazo a la pared. Allí estaba la salpicadura de sangre que había salido del cuerpo del jefe cuando lo había herido. Y al acercarse, Alara se dio cuenta de algo muy extraño.
Aquella sangre no era roja, sino púrpura.
“¿Sangre púrpura?” una idea alarmante apareció en su cabeza. “¡Mutantes!”.
El jefe tenía que ser un mutante; no había otra explicación. ¿Qué clase de ser, sin no, podría tener la sangre púrpura? Un alienígena tal vez, pero aquel hombre, aunque más fornido que sus compañeros, era indudablemente humano. Sin duda se trataba de una banda de violentos forajidos capitaneados por mutantes.
-¡Maldita escoria infrahumana!- siseó entre dientes.- ¡Acabaré con vosotros, lo juro!-.
Pero para acabar con ellos, primero tenía que encontrarlos. Vio que las gotas de sangre púrpura se dirigían hacia la derecha en dirección a las escaleras, junto con un reguero algo más abundante de sangre roja. Alara las siguió hasta llegar a una pequeña puerta lateral que les había pasado desapercibida a Mikael y a ella en la negrura del pasillo. La abrió, y se dio cuenta de que conducía a unas escaleras de caracol.
“Un acceso secundario”.
Bajó con toda la rapidez que fue capaz, intentando ser lo más silenciosa posible. Afortunadamente, los escalones eran de piedra y no de metal; en caso contrario, el estruendo de la servoarmadura al bajar hubiera sido ensordecedor. Alara se mordió el labio con fuerza, sudando copiosamente a pesar del sistema de regulación térmica de la servoarmadura, luchando contra la certeza de que debía ser lo más silenciosa posible para que no la sorprendieran y el impulso de echar a correr para salvar a los prisioneros antes de que les hicieran daño… o más daño del que debían haberles hecho ya. Aquel terrible pensamiento le encogió el corazón. ¿Qué les estarían haciendo? ¿Y si alguno de ellos intentaba escapar? ¿Lo matarían? ¿Matarían a alguno de ellos como advertencia? Se sentía como inmersa en una terrible pesadilla. Los tres seres más queridos que le quedaban en el mundo, todos ellos capturados a la vez, todos en peligro. Y para salvarlos, únicamente ella, Alara. Estaba absolutamente sola; Mikael se hallaba herido y los refuerzos del convoy demasiado lejos. Sólo tendría una oportunidad, y no podía fallar… porque si fallaba, todos aquellos a los que amaba morirían.
“No, no, por favor, no. Mathias, Octavia, Valeria, vosotros, no. ¡No, no! Sagrado Emperador, te lo ruego, te lo suplico, ayúdame a salvarlos, no dejes que les pierda también a ellos. Te lo ruego, ayúdame, ¡por favor!”.
Pero de un modo extraño, aterrador, fue como si sus oraciones fueran tragadas por el vacío. Como si estuviera envuelta en la oscuridad, y la oscuridad engullera sus pensamientos. Alara sintió un escalofrío repentino y agudo que la recorrió por entero.
“Estás nerviosa, eso es todo. No puedes concentrarte, te cuesta pensar. Ten fe; el Emperador está contigo y te ayudará. Él no permitirá que fracases”.
Continuó su descenso, siguiendo los rastros de sangre. La escalera descendía en espiral pasando por todos los pisos de la torre, hasta llegar a su base. Allí, Alara vislumbró dos posibles caminos: una puerta entreabierta a un lado de la pared, y la propia escalera, que seguía bajando. Por un instante, Alara se aventuró a mirar al otro lado de la puerta, no sin activar su visor por infrarrojos para poder detectar a cualquier ser humano que hubiera escondido en las proximidades. Lo primero que vio fue un bulto enorme, viscoso y lleno de patas arrugadas. Se sobresaltó durante un instante hasta que cayó en la cuenta de que se trataba de un dinorácnido muerto: uno de los que la escopeta de Mikael había reventado. Al echar un rápido vistazo a su alrededor, contempló los que ella misma había aniquilado, tirados en el suelo en medio de un charco formado por los pestilentes efluvios de sus cuerpos.
“La escalera de caracol es un acceso secundario que comunica todos los pisos entre sí” comprendió Alara. “Y también desciende hasta el subsuelo. ¿Qué habrá allí abajo?”.
Pero antes de saciar su curiosidad, quería asegurarse de que la planta baja y el garaje estaban vacíos; al fin y al cabo, la puerta por la que acababa de pasar estaba entreabierta, lo cual significaba que alguien la había usado recientemente, porque Alara estaba segura de que cuando Mikael y ella combatieron contra las arañas estaba cerrada; de lo contrario, la habrían visto.
Caminando con suma cautela, se aproximó a la puerta de doble hoja, que tampoco estaba completamente cerrada. A través de ella vio el garaje, vacío, y mucho más allá, frente a la primera entrada de la fortaleza, el todoterreno, plantado en medio de la lluvia con los faros aún encendidos. Al espectro infrarrojo, el calor que desprendía el motor hacía lucir el vehículo como una mancha anaranjada. Y gracias a los visores especiales de su casco, Alara distinguió algo más: dos figuras humanas tendidas en la hierba, con los brazos extendidos como si estuviesen apuntando con un arma.
“Me están esperando. Mi estratagema hablando con Octavia ha funcionado; han creído que iría al todoterreno y han apostado dos francotiradores. Tumbados en el suelo, protegidos por las hierbas altas, la oscuridad y la lluvia, habrían sido prácticamente invisibles. Si yo no hubiera tenido gafas de visión nocturna, claro, y si hubiera sido lo bastante tonta como para acercarme hasta allá. Ojalá se los coma un dinovermo”.
En cualquier caso, estaba claro por qué las puertas de acceso al garaje habían quedado abiertas: para que los tiradores pudieran salir. Eso significaba que, definitivamente, el camino correcto era la escalera de caracol. Alara regresó a ellas tan silenciosamente como había partido y continuó bajando.
El descenso fue más largo en esta ocasión. Dondequiera que fuese, debía estar a varios metros bajo tierra. La escalera dio varias vueltas completas antes de que terminase en una puerta chapada de metal que, como todo lo demás en aquella condenada fortaleza, se mantenía sorprendentemente firme a pesar de la herrumbre que la carcomía. Escuchó atentamente; al otro lado no se oía nada. Empujó un poco la puerta, emitiendo un leve chirrido, y miró al otro lado. Nada. Salió con precaución… y de pronto sintió cómo los cañones de una escopeta se apoyaban en su cabeza. El aliento se le congeló en la garganta durante un instante de confusión y pánico.
-Ah- dijo una voz cavernosa.- Eres tú-.
-¡Mikael!- siseó Alara furiosa al reconocer la voz.- ¡Casi me matas del susto! ¿Por qué no puedo verte, si llevo visores infrarrojos?-.
-Porque yo llevo una malla de nanotubos que suprime el calor de la superficie- contestó el asesino con tono de suficiencia, bajando la escopeta.- Soy virtualmente invisible para un visor de rayos infrarrojos-.
Alara se sentía cada vez más sorprendida al escucharle hablar.
-Pero, en el nombre del Emperador, ¿cómo te has recuperado tan rápido? Hace poco más de cinco minutos que te he dejado, y no podías ni andar-.
-El suero regenerador. Ya te he dicho que es excepcionalmente potente. Te deja bastante hecho polvo al principio, pero funciona de maravilla. También es verdad que, por fortuna, las heridas que he sufrido eran más dolorosas que graves. Si hubiera tenido algo roto o una hemorragia seria, me habría tenido que quedar quietecito por unos cuantos días-.
-¿Unos cuantos días?- preguntó Alara, atónita.
-Ya te lo explicará Mathias, suponiendo que podamos rescatarlo con vida. Yo no sé cómo funciona; sólo conozco sus efectos-.
Alara se estremeció y asintió. El rostro de Mathias le vino a la memoria como un doloroso fogonazo: Mathias, con su dulce sonrisa, sus cabellos castaños y sus ojos azules, que la hacían pensar en las playas de arena dorada de los lagos en Tarion.
-Vamos- susurró.- Rápido-.
-¿A dónde?-.
Alara señaló al suelo.
-Estoy siguiendo la sangre. Tendré que volver a activar el espectro ultravioleta para localizarla, pero…
-Hazlo- la interrumpió Mikael.- Yo activaré el visor en infrarrojo para detectar posibles enemigos ocultos-.
Alara sintió, activó el visor en ultravioleta y comenzó a andar. Aquella visión no era la mejor para obtener una visión de conjunto del entorno, pero le permitía distinguir con claridad las gotas de sangre, que eran cada vez más pequeñas y estaban más espaciadas. No importaba; Mikael suplía aquella falta de visión con su propia vigilancia.
Mientras caminaban siguiendo la sangre, Alara tomó conciencia de dos cosas: la primera, que los pasillos describían curvas, lo cual significaba que aquellos sótanos estaban dispuestos en círculo. La segunda, que el subnivel era, con mucha diferencia, el lugar más cochambroso y siniestro de toda la fortaleza. El suelo y el techo estaban agrietados, las paredes estaban plagas de líquenes y rezumaban un extraño moho causado por la humedad. Todas las puertas se deshacían en herrumbre y todas las tuberías colgaban macilentas del techo como venas desgarradas. Aquel espectáculo desolador, sumado a la enorme preocupación que sentía por el destino de sus amigos, sumía a Alara en un profundo desasosiego.
-¿Por dónde?- preguntó Mikael cuando llegaron a una encrucijada.
Alara vaciló, insegura; había cuatro caminos posibles y no veía sangre en ningún punto cercano.
-Dividámonos- decidió.- Tú sigue adelante y yo giraré hacia la derecha; el primero que encuentre el rastro que avise al otro-.
Se separó de Mikael y penetró en el corredor lateral. Mientras caminaba, tragó saliva ruidosamente; estar sola en aquel sitio la hacía sentir aún peor que antes. Respiró hondo, molesta consigo misma.
“Eres una Hermana de Batalla, el miedo es una debilidad y el dolor una ilusión. ¡Sigue adelante!”.
La oscuridad era absoluta, y el silencio era total. Tenía que ir despacio para no tropezar con los cascotes que pudiera haber en el camino. Avanzado el corredor encontró sendas puertas a ambos lados con idénticos símbolos dibujados: tres círculos entrelazados en forma piramidal sobre una rueda central, con unas palabras en gótico vulgar grabadas justo debajo: PELIGRO. RIESGO BIOLÓGICO. Los nervios que se retorcían en su estómago se tensaron de tal manera que una oleada de náusea le subió por la garganta.
-Alara- la llamó la voz de Mikael por el vocotransmisor.- Alara, reúnete conmigo. He encontrado el rastro de sangre-.
Alara dio media vuelta y se largó de allí a paso ligero. Pronto alcanzó el final del pasillo y se desvió de nuevo por el camino central, donde Mikael la aguardaba a unas pocas decenas de metros. Señalaba al suelo, donde un par de cuajarones de sangre destellaban visibles bajo el espectro ultravioleta. Los dos caminaron por el pasillo, dejando atrás algunas puertas cerradas que no presentaban mancha alguna de sangre en las proximidades y tras las que no se oía sonido alguno. Continuaron andando hasta llegar a una nueva encrucijada, idéntica a la anterior.
“Al parecer, este sótano circular tiene una estructura simétrica”, pensó Alara.
-Como la vez anterior- le dijo a Mikael.- Tú delante y yo a la derecha-.
Volvieron a separarse. Al poco de caminar por el pasillo, Alara escuchó un extraño rumor, como un prolongado siseo y un bramido apagado. Al cabo de unos segundos lo reconoció: era el sonido de la tormenta. Pero, ¿cómo podían la lluvia y los truenos el exterior resonar allí abajo?
Lo dedujo en seguida al sentir que las botas blindadas de la servoarmadura comenzaban a chapotear en algo líquido. Al desviar la mirada al suelo, Alara rogó porque aquella no fuera la dirección correcta, ya que de ser así podían irse despidiendo del sangriento rastro: el corredor estaba completamente inundado de agua. La causante de ese estropicio era una enorme grieta en el techo desde la cual se divisaba el tormentoso cielo nocturno. Bajo la grieta, en el suelo, había una gran montaña de cascotes compuesta en su mayor parte por cemento desmenuzado, piedras agrietadas y tierra húmeda. El agua chorreaba desde los bordes de la grieta formando cataratas entre los escombros y rociando el suelo.
El otro lado del montón no era visible, pero Alara dudaba mucho que un par de hombres heridos de consideración hubieran podido pasar por allí. Retrocedió.
-¿Has encontrado algo?- preguntó a Mikael por el vocotransmisor.
-No- contestó el asesino.
-Yo tampoco. Creo que sólo nos queda el corredor de la izquierda. Reunámonos en la encrucijada y tomemos esa dirección-.
-De acuerdo-.
Alara volvió sobre sus pasos. No habría sabido decir si era por el aspecto ruinoso y desolado de aquel lugar, por la terrible sensación de que el tiempo se estaba agotando, o por ambas cosas, pero cada vez se sentía peor. Aquel maldito sótano la agobiaba y la angustiaba como si se tratase de una cárcel laberíntica. Dondequiera que miraba, sólo veía suciedad, ruina y deterioro. ¿Cómo era posible que aquellos bandidos hubieran elegido semejante escondite para su banda? Ella no habría querido vivir allí ni por todo el oro de la galaxia. De hecho, se estaba arrepintiendo profundamente de haber sugerido aquel lugar como sitio idóneo para pasar la noche.
“Ni una fortaleza más”, pensó asqueada. “Ni una. Si no hubiera tenido la idea de venir aquí, no estaríamos en este embrollo. Odio este sitio. Lo odio”.
Llegó al cruce al mismo tiempo que Mikael. Juntos se introdujeron en el corredor izquierdo, caminando con extraordinaria cautela. Al principio no encontraron rastro alguno, y tampoco se oía nada. Alara ya comenzaba a temer que hubiera llegado a un callejón sin salida, cuando de repente lo vio: un brillo entre morado y azul, destellando en el suelo. Las gotas eran ya pequeñas, señal de que el bandido herido debía haberse hecho algún vendaje o torniquete para sangrar lo menos posible, pero ahí estaba. El preciado rastro.
Faltaba poco para el final del camino. A cuarenta metros de distancia se erguían unas sencillas puertas metálicas de doble hoja. Curiosamente, podían atrancarse desde donde ellos estaban, aunque la tranca estaba tirada en el suelo.
-No se trata de una puerta destinada a impedir la entrada, sino la salida- murmuró Alara.- Pero eso no tiene sentido, a no ser que… estas puertas conduzcan al exterior-.
-Sshh- dijo de pronto Mikael.- He oído algo-.
Alara aguzó el oído. Al cabo de unos instantes, también escuchó algo. Voces apagadas, graves. Parecían provenir del otro lado de la puerta. Con todo el sigilo del que fueron capaces, ella y Mikael se acercaron y escucharon.
-¿… tardar mucho, joder?- gruñó alguien.- Necesitamos que bajéis ya el puto alijo. Se están acercando-.
Pausa. Silencio. De nuevo la voz.
-¿Cómo quieres que lo sepa? Dentro de un rato. Lo que está claro es que tenemos que volar de aquí antes de que lleguen-.
Un nuevo silencio. Alara pensó que debía estar usando un comunicador o un celular. Probablemente, su interlocutor o interlocutores estaban arriba, en la habitación que Mikael y ella habían descubierto, recogiendo a toda prisa la mercancía robada.
-No te preocupes de esas dos putas. Las tengo aquí, bien quietecitas, y así van a quedarse si saben lo que les conviene. Nos las vamos a llevar como rehenes-.
Alara emitió un gemido estrangulado.
“¡Las dos! ¡Sólo ha hablado de Octavia y de Valeria! ¿Y Mathias? ¿Dónde está Mathias?”.
-Sí, están casi listos- oyó hablar de nuevo a la voz. Su dueño parecía impaciente y algo irritado.- Dejad de preocuparos por eso y daos prisa de una vez. Quiero el alijo dentro de los camiones en quince minutos-.
Nueva pausa, más corta.
-Muy bien. Y tened cuidado; esos dos hijos de puta podrían aparecer en cualquier momento. Manteneos vigilantes, y si alguno de ellos aparece e intenta montar bronca, pegadle un tiro a ese gilipollas. Tengo que dejaros; cambio y corto-.
-Mathias está vivo- susurró Alara.- Lo tienen como rehén, ¡en el mismo sitio donde nosotros estábamos hace diez minutos!-.
-Sí, que jodida casualidad- gruñó Mikael.- Mientras nosotros bajábamos, él subía. ¿Y ahora qué hacemos?-.
“Eso, ¿qué hacemos?”. De repente, Alara tomó conciencia del problema. Octavia y Valeria estaban abajo, al otro lado de la puerta sin tranca, y Mathias Trandor arriba. Los dos grupos de bandidos que los custodiaban estaban en contacto por comunicador, lo cual significaba que si asaltaban a un grupo y alguno de sus miembros lograba ponerse en contacto con el otro para alertar de la situación, estos matarían a sus rehenes, o se los llevarían a otro lado donde no pudieran ser encontrados.
-La única opción es un asalto simultáneo- dijo.- Coordinarnos; uno arriba y el otro abajo, atacar al mismo tiempo. De ese modo ninguno de los dos grupos tendrá tiempo de poner sobre aviso al otro-.
-Buena idea- dijo Mikael.- ¿Cómo nos distribuimos?-.
-Tú eres el guardaespaldas del doctor Trandor. Yo respondo ante mi Orden por la seguridad de mis Hermanas. Los de aquí abajo son muchos y requieren fuerza; los de arriba son menos pero están alerta, y requieren sigilo. Vuelve arriba a salvar a Mathias, y yo me quedaré aquí para rescatar a mis hermanas-.
Por un segundo, Mikael no dijo nada. Cualquiera que fuese la expresión de su rostro, fue inescrutable bajo la máscara que portaba.
-Muy bien- respondió finalmente.- Estaremos en contacto por el vocotransmisor para coordinar el ataque. Calcula al menos diez minutos para darme tiempo a volver arriba. Cuando esté listo, te avisaré-.
-De acuerdo- respondió Alara.
El asesino se giró y echó a andar por el pasillo. Ella se quedó quieta, inmóvil, mirando cómo se alejaba. Y sin poder evitarlo, habló una vez más.
-Por amor del Emperador, Mikael, tráelo de vuelta-.
Él se giró en silencio durante un instante y asintió una sola vez antes de reanudar el paso de nuevo y desaparecer por el pasillo principal.
Alara sabía que había tomado la decisión correcta. Era la más lógica, la más acertada. Entonces, ¿por qué se sentía como si acabara de traicionar a Mathias? ¿Por qué se sentía como si lo estuviese abandonando?
“Tengo que cumplir con mi deber”, pensó. “Del mismo modo que Mikael va a cumplir con el suyo”.
Aquel pensamiento le trajo otro: el recuerdo de Mathias frente a ella, mirándola a los ojos y tomando sus manos entre las suyas, la tarde en que se declararon su amor. “Nunca te haré elegir entre tu deber y nuestro amor”; esas habían sido sus palabras. Alara nunca había imaginado, jamás, que sería tan doloroso atenerse a aquella noble promesa.
Apretó con fuerza los puños. No era momento para la debilidad. No podía permitirse dudar ni ser débil. Las vidas de Valeria y Octavia dependían de ello.
“Piensa en ellas; piensa en tus amigas, en tus hermanas. Tú eres la única esperanza que les queda”.
Trató de aprovechar el tiempo que le quedaba mientras esperaba a que Mikael regresara para rezar una oración al Emperador pidiéndole fuerzas. Pero aunque las palabras salieron de sus labios, de nuevo fue como si de alguna manera la oscuridad se las tragara. Era una sensación pavorosa. De pronto, Alara adquirió consciencia de que se encontraba sola, desesperada y embarcada en una misión mortalmente peligrosa, enfrentada a multitud de enemigos y con todo que perder si los planes fallaban. De repente, fue como si la oscuridad que la rodeaba la envolviera por completo, causándole una asfixiante sensación de claustrofobia. Las paredes parecieron echársele encima; se dio cuenta de que la causante de aquel efecto era ella misma, que se mareaba. Emitió un jadeo ahogado y se apoyó contra la pared.
“No puedo entrar por esa puerta”, pensó, mirando la tranca abierta. “Seguro que están esperando que entremos por ella, y aunque no sea así, tendré que tirar de ella para poder abrirla hacia dentro, y eso hará que los bandidos se percaten de todo y amenacen las vidas de Valeria y Octavia. Necesito contar con el factor sorpresa”.
Eso significaba que tendría que escoger otro lugar para entrar. Pero, ¿cuál?
Entonces, recordó el pasillo opuesto a aquel en el que se encontraba, el que había quedado inundado por…
“¡La lluvia! ¡La grieta! ¡Conduce al exterior, y la puerta de la tranca por fuerza ha de dar al exterior también! ¡Tengo que hacer el asalto por fuera, no por dentro! ¡Eso no lo esperarán!”.
Dio media vuelta y caminó hacia el corredor del techo derrumbado. Una frágil luz de esperanza acababa de encenderse en su interior, no sólo por haber encontrado una posible solución a su problema, sino por las enormes ganas que tenía de salir de allí. La deprimente y sombría atmósfera que reinaba en aquellos sótanos sucios y deteriorados la aplastaba, la asfixiaba y la agobiaba hasta el punto de hacerla sentir físicamente enferma. Sabía que era imposible que se tratase de nada que hubiera en el aire, por grandes que fuesen la humedad y la podredumbre que flotaban en ese lugar, ya que su servoarmadura estaba herméticamente cerrada y contaba con un poderoso filtro de aire que no dejaba pasar toxinas ni efluvios, y mucho menos olores. Pero aún así la respiración le temblaba, las sienes le palpitaban, y sentía un sabor amargo en el paladar: el sabor de la inquietud y el miedo.
Cuando llegó al montón de escombros, se encaramó y comenzó a trepar. No fue un ascenso fácil, ya que algunos cascotes estaban sueltos y eran resbaladizos a causa del agua que chorreaba. Más de una vez estuvo a punto de perder pie y caer rodando al suelo, pero por fortuna logró estirarse y agarrar un asidero firme en el borde de la grieta. Una vez afianzada, usó toda la fuerza de sus brazos y se dio impulso con las piernas para empujarse hasta arriba. Apretó los dientes a causa de inmenso esfuerzo, sintiendo como cada uno de los músculos que tan duramente había entrenado durante años y años de ejercicio diario trabajaban al máximo para hacerla subir. Y al final, lo consiguió: logró apoyar un pie en la pared, y empujó con todas sus fuerzas para darse el impulso final. Sacó los antebrazos, los codos, y poco después el tronco y las piernas. Pocos segundos después, rodaba jadeando bajo la lluvia. Le dolían todos los músculos del cuerpo, especialmente los bíceps, los tríceps y los abdominales, pero lo había conseguido. Estaba fuera. Y aunque sabía que era imposible y que todo tenía que deberse a una mera sugestión psicológica, sintió como si su alma se hubiera liberado de un gran peso y una bocanada de aire fresco limpiara sus pulmones del pesado aire viciado que flotaba allí abajo.
Un rayo de color violáceo, seguido de un trueno ensordecedor, la hizo reaccionar. Mikael debía estar a punto de llegar hasta Mathias; apenas quedaba tiempo. Gracias a la función de visión nocturna de su caso, pudo ver el entorno con claridad: había salido a la superficie sobre uno de los baluartes; tras ella, en el círculo interno de la fortaleza, bullía la actividad. Un grupo de bandidos, afanosos como hormigas, cargaban cajas y fardos en un par de camiones, cuyas luces apuntaban hacia la Laguna Verde. Alara imaginó que lo hacían así para no delatarse ante el convoy que se acercaba. Se levantó y caminó lo más rápido que pudo sin hacer ruido, amparándose en la oscuridad para pasar desapercibida. Por fortuna, el estrépito de la lluvia contra el suelo ahogaba cualquier sonido que pudiese hacer.
No le fue difícil llegar hasta la entrada del búnker donde tenían prisioneras a Valeria y a Octavia. Por desgracia, aún estaba preguntándose cómo diantres iba a entrar sin llamar la atención de los centinelas cuando oyó que la puerta se abría de repente. Alarmada al darse cuenta de que iban a verla sin remedio, dio un paso atrás, trastabilló y cayó sobre el fango. Aquel traspié, no obstante, la ayudó, porque al caer cuan larga era al suelo, junto a la esquina del búnker, consiguió que los tres sujetos que salieron de allí no repararan en ella. Emitió un débil jadeo.
-Alara, ¿me recibes?- susurró Mikael por el comunicador.- Ya he llegado, entramos en un minuto-.
-De acuerdo- susurró Alara.
No podía esperar más. Se dio cuenta de que era la ocasión perfecta. Los tres que habían salido no habían cerrado del todo la puerta del bunker, ya que esperaban volver en breve; se estaban dirigiendo a una loneta situada a unos veinte metros de distancia, bajo la cual había aparcado un todoterreno. Llevaban algunos bultos entre los brazos. Si bajaba con  la suficiente rapidez, era probable que los bandidos de abajo creyeran que sus compinches estaban regresando y no se pusieran inmediatamente en guardia. Respiró hondo, y apenas el tercer sujeto desapareció debajo de la loneta, Alara se levantó y se deslizó por la puerta entornada del bunker.
Tal y como había esperado, las troneras de defensa estaban vacías. También estaba vacía la sala principal, aunque había algunos paquetes desperdigados por el suelo. Alara los ignoró y se dirigió a las escaleras que conducían abajo. Cuando llegó al descansillo, oyó una voz masculina.
-¿Ya vuelven? Se han debido dejar algo-.
Alara se mordió el labio inferior. Debía ser muy rápida para neutralizar cuanto antes a los que amenazaban a Octavia y a Valeria, lo cual significaba que tendría que bajar ya apuntando hacia el objetivo. Pero, ¿cómo iba a saber a dónde tenía que apuntar sin revelarse? Entonces, se le ocurrió una idea. Con cuidado, extrajo su cuchillo de combate de su funda y lo deslizó con suavidad por el suelo, apuntando hacia la habitación que la aguardaba abajo. La escena se reflejó en el filo de la hoja como si fuera un espejo: Valeria y Octavia estaban junto a la pared del fondo, a la izquierda, arrodilladas y maniatadas. Un tipo apuntaba hacia ellas con una escopeta en las manos. Aparte de él, había seis hombres más: tres de ellos sentados en camastros, siendo atendidos por sus compañeros. Eran lo que Alara había herido arriba y habían logrado escapar.
“El de la escopeta. Ese es el objetivo”, pensó.
-Eh, tíos, ¿estáis ahí?- preguntó uno de los de abajo.
Alara guardó el cuchillo, enarboló el rifle bólter y se precipitó escaleras abajo. El segundo de sorpresa que siguió a su aparición fue todo lo que necesitaba. Antes de que nadie pudiera reaccionar, el guardián de la escopeta salió despedido con la parte superior de la cabeza destrozada, sin tener tiempo siquiera de lanzar un grito de agonía.
Valeria y Octavia reaccionaron de inmediato arrojándose al suelo y rodando para quedar fuera del alcance del tiroteo. Los bandidos se apresuraron a coger sus armas. Alara apuntó a uno de los jefes de la camilla, que se estaba levantando… y entonces lo vio.
Aquel hombre no estaba siendo curado. De hecho, ni siquiera se le podía considerar herido, porque no era un hombre. Bajo la piel reventada y sangrante de su abdomen no había músculo, huesos ni órganos humanos, sino metal, cables y circuitos destrozados.
No era una persona, era una máquina.
El horror y la incredulidad dejaron a Alara helada durante un instante, y sólo la servoarmadura que llevaba impidió que fuera seriamente herida cuando le empezaron a llover balas. El silbido de los disparos la hizo reaccionar.
“¡Una inteligencia abominable! ¡Una máquina pensante! ¡Herejía!”.
Aquellas máquinas inteligentes que asemejaban ser humanos habían sido prohibidas por el Emperador en persona durante la Era de los Conflictos, después de que se rebelaran contra la raza humana y tratasen de imponer su propio control. Eran la cúspide de la tecnoherejía, abominaciones sin alma, parodias blasfemas de la sagrada forma humana. La certeza de saber que las tenía delante, que existían, hizo que toda la incredulidad de Alara se transformara en furia. La cólera sagrada formó un halo brillante en torno a su figura.
-¡Os destruiré en nombre del Emperador! ¡Vuestra existencia es una blasfemia!-.
Cada una de sus frases fue acompañada de un disparo, y cada disparo dio en el blanco. Dos de las máquinas cayeron al suelo destrozadas por los impactos. De sus heridas manó sangre roja mezclada con gotas de lubricante color azul, que al mezclarse dejaron una impronta púrpura salpicando las paredes. El único humano herido, el que había escapado en pos del jefe y el lugarteniente, se levantó de la camilla con cara de terror.
-¡Ah, no!- gimió.- ¡Otra vez no!-.
Se deslizó renqueante hacia la doble puerta de salida. Alara no hizo amago alguno de seguirle; estaba herido, desarmado y huía; no era una amenaza. Y tampoco llegaría muy lejos en el estado en que se encontraba. Ya podrían atraparlo más tarde, si es que sobrevivía. Se concentró en los demás. El androide que quedaba agarró entre las manos una ametralladora ligera, apuntó hacia Alara y comenzó a disparar. Ella se arrojó al suelo volcando la mesa y se deslizó tras ella a toda prisa. Los disparos reventaron la mayor parte de la madera. Un recuerdo rápido como un fogonazo cruzó por la mente de Alara (mi madre… la mesa del salón… el Rapax…) y desapareció tan pronto como la siguiente ráfaga de disparos agujereó y astilló los fragmentos que se encontraban justo al lado de ella. Algunas balas le impactaron; un dolor sordo le atenazó los brazos y el costado. Sintió humedad, calor; tal vez era sangre. Oyó sonidos de lucha, gritos femeninos al otro lado de la habitación.
“El miedo es una ilusión, el dolor es una debilidad, el miedo es una ilusión…”
-¡Por el Emperador!- gritó, incorporándose con el bólter en las manos. Disparó tres veces, en una ráfaga corta. Una, dos, tres. La primera bala falló. Las dos siguientes penetraron en la cabeza de la abominación. Una lluvia de chispas estalló cuando la cabeza metálica reventó como una sandía y los circuitos y cables que formaban la simulación de cerebro fueron destruidos. La máquina se desplomó en el suelo sin sonido alguno.
Los dos sujetos que quedaban dispararon contra ella, pero la servoarmadura hizo que los proyectiles rebotaran sobre las placas causándole un leve dolor sordo, semejante al de los hematomas. Disparó contra sus atacantes una última ráfaga que les reventó el pecho y los mató en el acto.
-¡Octavia!- exclamó.- ¡Valeria!-.
Se acercó a ellas; las dos estaban heridas.
-¿Qué ha pasado? ¿Estáis bien?-.
Valeria gimió; tenía un golpe en la cabeza.
-He derribado de una patada al que te iba a disparar por la espalda. Me ha devuelto el golpe. Creo que iba a matarme, pero entonces te has cargado al jefe-.
-Yo he hecho lo mismo con el otro- dijo Octavia con un deje de orgullo en la voz.- Le he mordido-.
Alara sacó el cuchillo de combate y cortó las ataduras que sujetaban las muñecas de sus amigas.
-¿Cómo os habéis podido dejar atrapar?- exclamó.- ¿Cómo habéis podido ser tan tontas?-. Impulsivamente, las atrajo hacia sí y les dio un rápido abrazo.- ¡No volváis a hacerme esto!-.
-Lo siento, Alara- susurró Octavia con voz temblorosa.- Pero estábamos leyendo algo que atrajo toda nuestra atención, algo aterrador. Mathias ha descubierto…
Un estruendo de pisadas en la zona superior la hizo callar.
-¡Eh! ¿Va todo bien ahí abajo?-.
Octavia y Valeria cogieron de inmediato la primera arma caída que vieron en el suelo y se arrojaron detrás de los restos de la mesa junto con Alara, apostándose en posición de tiro. Los tres bandidos aún no habían acabado de bajar las escaleras cuando una salva de disparos les voló la parte inferior del cuerpo. Los tres cayeron rodando entre alaridos de agonía, manchando los escalones con un reguero de sangre.
-¿Hermana Tharasia?- llamó Alara por el comunicador.- ¿Ejecutora?-.
La estática chisporroteó… y luego, al fin, una voz.
-Hermana Alara, la recibo-.
El alivio recorrió en oleadas a la joven.
-¡Hermana Ejecutora, la fortaleza está llena de bandidos! ¡Han secuestrado al Legado, y…
-Eso ya lo sé- la interrumpió Tharasia.- El propio Legado nos ha informado-.
-¿Él… él… está a salvo? ¿Está con ustedes?-.
-Está con el asesino, acaban de bajar a recibirnos. Ya hemos dejado los vehículos en el patio, pero el alcance de las comunicaciones es malo a causa de la lluvia-.
“Mathias está vivo. Está vivo”.
-¿Dónde se encuentra, hermana Alara?-.
-En un bunker, señora, atrincherada con las hermanas Valeria y Octavia. He bajado a rescatarlas y he abatido a todos los enemigos, pero temo que puedan venir más. Necesitamos refuerzos-.
-¡Deme su posición!-.
-Estamos en el cuarto bunker a la derecha contando desde la entrada principal. Hay dos camiones a ambos lados del baluarte. Hay decenas de enemigos más; están cargando los camiones para darse a la fuga. Y, señora, tengan cuidado. Entre ellos hay inteligencias abominables-.
Un leve silencio de sorpresa siguió a sus palabras antes de que la voz de Tharasia volviera a escucharse, con un matiz acerado.
-¿Está segura de eso, hermana?-.
-Yo misma he abatido a tres aquí abajo, señora. Son los jefes, los tengo delante de mí. Bueno, lo que queda de ellos-.
-Vamos en seguida. Aguanten ahí. Cambio y corto-.
Alara dejó escapar el aire que mantenía en los pulmones con un leve siseo.
-¿Y bien?- preguntó Valeria con ansiedad.
-Ya vienen. Los refuerzos están aquí-.
Lo siguiente que entró en el bunker fue la hermana vengadora Diana, sosteniendo entre las manos un bólter pesado.
-Vaya- dijo, mirando a las tres Sororitas.- Ya veo que os habéis llevado vosotras solas toda la diversión. Por el Santo Emperador… -añadió conmocionada, al ver los restos de los tres androides dispersados por el suelo.
-¿Está asegurado el perímetro?- quiso saber Alara.
Diana asintió.
-La Ejecutora está dirigiendo los últimos ataques. Los estamos exterminando-.
“Mierda”.
-Hermana Ejecutora- llamó por el comunicador de la servoarmadura.
-Dígame, hermana Alara-.
-Eh… sería conveniente dejar supervivientes. Para interrogarlos. Respecto a la procedencia de las inteligencias abominables-.
-Ya es un poco tarde para eso. Hemos acabado con todos-.
Alara contuvo el impulso de mascullar una maldición.
-No se preocupe, hermana, en cuanto nos reagrupemos iremos ahí abajo. La hermana Cecilia se encargará de quemarlo todo-.
-¿No habría que examinar primero los androides… las máquinas… digo…
-Esas abominaciones deben ser destruidas sin la menor dilación- dijo la voz de Tharasia, cortante como el cristal.- Y eso es lo que vamos a hacer. Mantenga la posición hermana, en seguida estamos con ustedes-.
Alara apretó los dientes. Dudó, pero sólo durante un segundo. Luego, encendió el canal privado de comunicación con Mikael.
-Mikael, ¿me recibes?-.
-Aquí estoy, Alara. Mathias está conmigo. Está a salvo-.
-Lo sé, Mikael; gracias. Escúchame: negaré haber dicho esto, pero resulta que los jefes de la banda de ladrones eran en realidad inteligencias abominables, y la Ejecutoria Tharasia pretende bajar aquí a quemar los restos sin dejar que el Adeptus Mechanicus les eche un vistazo. Pero yo creo que es importante que los investiguen para que podamos averiguar de dónde vienen y quién los ha construido. Así que más vale que avises a Ophirus Crane que venga al bunker a toda leche si quiere tener alguna oportunidad porque Cecilia le va a dar al lanzallamas en cuanto baje-.
-Gracias, Alara. Se lo diré de inmediato-.
-Yo no te he dicho nada, ¿eh?- insistió Alara.
-¿Decirme el qué? No sé de qué me estás hablando- replicó Mikael, y cortó la comunicación.
“Ya está”, pensó ella.” Ahora ya está”.
Un extraño tembleque empezó a recorrerle las piernas. De repente, era como si el cansancio estuviese haciendo presa de cada uno de sus miembros. Le costaba respirar. Se sacó el casco, sacudió la cabellera húmeda de sudor y emitió un leve gemido.
-¿Alara?- preguntó Octavia con ansiedad.
-Creo… -balbuceó Alara.- Creo que estoy herida-.
Oyó las voces de la hermana Ejecutoria y las demás Sororitas en el piso superior. Todo había terminado, Octavia y Valeria estaban a salvo, Mathias estaba a salvo. A medida que la adrenalina dejaba de correr por sus venas, comenzó a ser cada vez más consciente del dolor.
-¡Abajo!- ordenó la Ejecutora. Pasos por las escaleras. Tharasia apareció.- Buen trabajo, hermana Alara. ¿Se encuentra… ¡Por todos los santos!-.
Ahora ella también había visto a los androides. Incluso a través del filtro metálico del vocotransmisor, Alara pudo percibir el espanto que se filtraba en su voz.
-¡Hermana Cecilia, baje de inmediato!- exclamó.- Todas las demás, evacuen este lugar. Vamos a quemarlo todo-.
-¡De eso nada!- exclamó una voz airada.
Tharasia se giró hacia la escalera justo para ver aparecer la inquietante figura de Ophirus Crane, con su túnica roja, los mecadendritos agitándose en el aire con ademán indignado y el ceño fruncido bajo la capucha y los implantes. Ignoró por completo a Alara, a pesar de que la tenía delante y tuvo que pasar por encima de sus piernas para dirigirse hacia los androides.
-¡No se tocará nada sin mi permiso!-.
-¡Son abominaciones!- protestó Tharasia.- ¡Deben ser destruidas!-.
-¡Y lo serán, pero sólo después de que yo las examine! ¡Tengo autoridad para reclamarlas en nombre de la Inquisición!-.
Alara vio cómo la Ejecutora mascullaba en voz baja unas cuantas maldiciones mientras se tragaba la rabia, sin duda preguntándose cómo había podido llegar tan rápido el tecnosacerdote Crane. Se habría reído si no hubiese estado tan cansada. El dolor se hizo más acuciante. Notaba por todo el torso el ardor de las quemaduras producidas por el lanzallamas ligero, y tenía heridas que le sangraban. Seguía sintiendo la humedad en el costado tras la ráfaga de ametralladora, una humedad cálida, mordiente y roja. Se desplomó del todo en el suelo con un gemido ahogado.
-¡Está herida!- exclamó Valeria, angustiada.- ¡Rápido, tengo que…
-Usted no tiene que hacer nada, hermana- la interrumpió Tharasia.- Sus dos subalternas proporcionarán los primeros auxilios a la hermana Alara. Cúbrase la brecha de la frente; le está sangrando. ¿Y usted está bien, hermana dialogante?-.
-Tengo un golpe fuerte en las costillas- respondió Octavia.- Pero creo que no me las han roto-.
Alicia y Amalia, las dos hermanas hospitalarias que asistían a Valeria, bajaron portando una camilla. Tendieron encima a Alara, que ya apenas podía moverse. Sentía los miembros pesados como si fueran de plomo. Mientras la alzaban y comenzaban a transportarla, comenzó a reír.
-¿De qué te ríes?- quiso saber Valeria, que caminaba a su lado apretando un pañuelo para detener la sangre, que manchaba su rubio cabello de rojo.
-Estaba pensando que mi amigo Riggs va a encontrar su viaje la mar de seguro- susurró Alara.- Creo que nos acabamos de cargar a los bandidos que tanto lo asustaban. Y menos mal, porque con una mierda de escopeta no habría durado ni un segundo frente a estos bestias. Je, je, je…
-Está desvariando- dijo Amalia, preocupada.- Démonos prisa; no quiero que entre en shock-.
A partir de ese momento, todo se volvió nebuloso para Alara. Se dio cuenta de que la llevaban a través del sótano; distinguió la oscuridad, las paredes raídas y la sensación de náusea opresiva y de temor. El dolor la mareaba. Una leve sensación de alivio la inundó cuando salieron a la superficie y el frescor del aire nocturno le sacudió el rostro. Las gotas de lluvia le cayeron sobre la cara como lágrimas celestes.
“Gracias, Emperador. Gracias por salvar a Mathias. Gracias, gracias…”
La metieron en el Rhino médico con presteza y suavidad. La trasladaron de la camilla a la mesa de tratamientos y comenzaron a quitarle la servoarmadura pieza a pieza.
-Quemaduras de primer grado- dijo Amalia.- Desde el pecho a la parte baja del abdomen. Tres hemorragias, pero no son intensas. Laceraciones en las extremidades. Rápido, el anestésico local; tengo que suturar. Inyéctale también un calmante-.
Alara sintió varios pinchazos leves en los miembros. Parte de dolor se desvaneció. Notó el frescor del desinfectante y sintió cómo penetraba la aguja de sutura, pero no hubo dolor.
-Gasas. Apósitos. Ajá, ya está. Ahora la pomada para las quemaduras-.
La hermana Alicia tendió un frasco a Amalia, que lo abrió y comenzó a frotar con suavidad las quemaduras, Alara gimió de dolor.
-Ha tenido suerte, hermana- afirmó Amalia. Dejó la crema a un lado y comenzó a vendarla.- No creo que las quemaduras le dejen marca-.
El calmante comenzaba a hacer efecto. Alara, agotada, sintió que todos sus miembros comenzaban a relajarse. Entonces, oyó una voz conocida fuera del Rhino.
-¿Dónde está? ¿Dónde está?-.
-Dejadlo pasar- dijo Valeria.
Un par de segundos más tarde, Mathias Trandor penetró en el Rhino como un vendaval. Tenía dos hematomas hinchados y amoratados, uno en el pómulo y otro en la mandíbula. Por lo demás, parecía ileso.
-Mathias- dijo Alara con voz ahogada.- ¿Estás bien?-.
-Estoy perfectamente, no te preocupes por mi cara- respondió él. Se acercó a ella y la miró con preocupación.- Alara, por el Trono, ¿qué te ha pasado?- se giró hacia la hermana Amalia.- ¿Qué es lo que tiene?-.
-Varias heridas de bala, casi todas superficiales. Un par de ellas han requerido sutura. Hematomas de diversa consideración. Y varias quemaduras-.
Mathias palideció.
-¿Quemaduras?-.
-No son graves. Se recuperará-.
Él agitó la cabeza mirándola con expresión de angustia.
-Estoy bien- farfulló Alara.
-¡Y un cuerno!- Mathias extrajo algo de su bolsillo.- Necesito un inyector-.
-¿Qué es eso?- preguntó Valeria de inmediato.
-Un suero regenerativo- contestó Mathias.
-Ya tenemos de esos sueros en el botiquín-.
-Este no; te lo garantizo. Es de mi invención. Mucho más rápido y potente que los normales-.
Valeria puso mala cara.
-No lo conozco. ¿De tu invención, dices? ¿Has hecho ensayos clínicos?-.
-¡Por la sangre del Emperador, Valeria! ¿Crees que le inyectaría algo que pudiera ser peligroso?- exclamó Mathias, indignado.
-No; está bien- dijo Alara en un susurro.- Confió en él, Valeria. Además, lo he visto actuar. Mikael se lo inyectó arriba. Funciona-.
Valeria seguía sin parecer muy convencida, pero finalmente tendió el inyector a Mathias. Él colocó una ampolla de líquido transparente en su interior y se acercó a Alara.
-Te dolerá un poco- dijo, y presionó el émbolo.
Fue algo más que doler un poco. Cuando la aguje se clavó y el líquido penetró en su interior, Alara tuvo la sensación de que le corría fuego líquido por las venas. Echó la cabeza atrás y gritó.
-¿Pero qué…? –exclamó Valeria.
-Sólo es al principio- dijo Mathias.
El dolor se extendió por todo el cuerpo de Alara, pero a medida que se extendía comenzó a disminuir de intensidad. Poco a poco, una sensación extraña, de pesadez y confusión, comenzó a invadirle la mente. Mathias inclinó la cabeza y la besó en la frente.
-No te preocupes de nada- susurró, acariciándole la mejilla con ternura.- Te vas a poner bien-.
A pesar del mareo y el cansancio, que hacían que el mundo empezara a desdibujarse ante sus ojos, Alara captó la mirada de extrañeza que Amalia y Alicia intercambiaron al ver la familiaridad con la que el Legado Inquisitorial la estaba tratando. Valeria también debió darse cuenta, porque Alara oyó su voz poco después.
-La hermana Alara y el Doctor Trandor son amigos de la infancia. Su relación es muy cercana-.
-Ah, como si fueran hermanos, ¿no?- preguntó la hermana Alicia.
-Si lo quiere llamar así… -farfulló Valeria.
Mathias esbozó una sonrisa burlona que sólo Alara pudo ver. Al contemplarla, fue como si el rostro de él comenzara a disolverse en medio de una extraña neblina.
-El suero deja al paciente confuso y desorientado durante un rato, pero la capacidad regenerativa y cicatrizante es asombrosa- oyó que decía Mathias.- No te lo creerás cuando la veas por la mañana-.
-Mathias- susurró Alara.
Él se giró de inmediato hacia ella y se acercó.
-Dime-.
-Lo siento- musitó.
Mathias puso cara de incomprensión.
-¿Qué es lo que sientes?-.
Alara gimió. ¿Por qué no podía enfocar la vista? ¿Por qué le costaba tanto pensar?
-Siento… siento no haber ido yo. Mandar a Mikael. Te… tenía que salvar a mis hermanas…
Él la miró con una dulce gravedad impresa en sus ojos azules.
-Lo sé, Alara, lo sé. Hiciste lo correcto; tenías que cumplir con tu obligación-.
-S… sí. Pero a pesar de todo, lo… lo siento-.
El mundo se desvanecía, flotaba, se alejaba. Alara alargó una mano temblorosa en busca de la suya, de Mathias, del último asidero firme del mundo. Sintió que los dedos del joven se cerraban en torno a los suyos y apretó con fuerza.
Luego, perdió el conocimiento.