A fe y fuego

A fe y fuego

lunes, 8 de junio de 2015

Capítulo 10



Año 844 del Milenio 40. Convento Sanctorum (Ophelia VII), Sistema Ophelia, Sector Sacro, Segmento Tempestuoso.


Un millar de velas encendidas relucen en torno al altar mayor de la Capilla Imperial del Convento Sanctorum. Las dimensiones y la ornamentación de la capilla son espectaculares; es, con mucha diferencia, el lugar más bello y adornado de todo el Convento. De las paredes cuelgan tapices gigantescos con el emblema de la rosa roja espinada cruzada por dos espadas de cuyas hojas gotea sangre. Las vidrieras multicolores muestran diversos motivos religiosos, desde los más populares -Sanguinus caído a los pies de Horus, el Dios Emperador ascendiendo al Trono Dorado- hasta los hechos heroicos de las santas del Sororitas -Santa Mina en éxtasis cubierta de sangre, Santa Katherine portando la espada y la armadura doradas, Santa Lucía llorando sangre con una mueca de agonía en el rostro-, y por doquier hay estatuas de mármol que representan a diversos santos, algunas de las cuales -la de Emperador y la de las tres fundadoras de las Órdenes del Convento Sanctorum- están recubiertas de pan de oro. Las arcadas góticas ascienden como llamas y espirales hasta perderse de vista en las alturas. El conjunto es espectacular, pero Alara Farlane apenas puede admirarlo como tantas veces ha hecho en el pasado. Está demasiado nerviosa.
Aunque más que nerviosa, debería decir impaciente. Durante varios días, se han sucedido las consagraciones de las nuevas hermanas pertenecientes a las Órdenes de Nuestra Señora Mártir y del Corazón Valeroso. Hace dos días, por fin, le tocó el turno de consagraciones a la Orden de la Rosa Ensangrentada, y hoy, por fin, es el día en que Alara emitirá sus solemnes votos. El día en que por fin se convertirá, de manera oficial e irrevocable, en Hermana Militante del Adepta Sororitas.
No ha sido fácil, reflexiona mientras aguarda su turno. El camino que la ha llevado hasta donde se encuentra ahora ha sido duro, difícil, y en ocasiones doloroso. Ha habido momentos muy buenos, y momentos muy malos. El peor de todos, sin duda, fue el que comenzó todo: la pérdida de su familia y su ingreso en la Schola Progenium. También ha habido instantes muy especiales, como aquel en que le permitieron escribirle una carta a la Hermana Serafín Astrid y un año después le llegó la respuesta. Alara aún guarda la cara manuscrita cuidadosamente pegada en su álbum pictográfico, al lado de donde reposan las flores secas del ramo que le regaló su amigo Mathias cuando cumplió siete años. En ella, Astrid le dijo que la recordaba, que se alegraba mucho de saber qué ha sido de ella, y que la enorgullecía sobremanera haber sido la inspiración de Alara en su deseo de llegar a ser Hermana de Batalla. Le recomendaba esfuerzo y voluntad para superar el entrenamiento, le deseaba mucha suerte, y prometía mantenerse al corriente de sus progresos.
Han sido diez años de duros esfuerzos. Diez años de estudio, adoctrinamiento, ejercicios y oración. Diez años en los que ha pasado de postulante a novicia, de novicia a cantora, y de cantora a constancia. Diez años en los que su fe en el Emperador se ha fortalecido hasta el infinito, al igual que los lazos de amistad con las que a partir de hoy serán, ya a todos los efectos, sus hermanas: Octavia, Valeria, Theodora, Claudia, Cecilia, y Annabella. Durante esos años, cuando su ánimo flaqueaba o le fallaban las fuerzas, Alara sólo tenía que releer la carta de Astrid para sacar nuevas fuerzas de su interior y sobreponerse a todas las dificultades. Y hoy, por fin, lo ha conseguido.
-Alara Farlane- oye que pronuncian su nombre, y ella se acerca al altar.
En el altar mayor, flanqueada por el Cardenal Arzobispo de Ophelia a la diestra y por dos tecnosacerdotisas del Adeptus Mechanicus a la siniestra, se alza la figura majestuosa de la Hermana Livia, Canonesa de la Rosa Ensangrentada. Se trata de una mujer alta y musculosa, aún en forma a pesar de su avanzada edad. Vestida con sus ropajes ceremoniales, y envuelta en una capa de armiño, su presencia impone aún más que cuando viste la servoarmadura roja. Alara se acerca hasta el altar mayor, y una vez allí, cae de rodillas ante la Canonesa.
-Hermana Constantia Alara- dice Livia. Su voz llega sin distorsión hasta el último rincón de la capilla gracias al vocotransmisor que lleva prendido del cuello-. Estás hoy aquí para hacer las promesas y pronunciar los votos que te unirán al Adepta Sororitas. ¿Compareces ante nosotras por libre voluntad, con el alma llena de fe, y el corazón postrado ante el Dios Emperador?-.
-Sí, comparezco- responde Alara.
-Pronuncia tus votos, hermana-.
-Por mi honor y por mi alma juro fidelidad eterna al Dios Emperador. Suya es la luz que me guía, suya es la fuerza que me ensalza, suya es la mano la que me sostiene. En el día de hoy me convierto en su hija, en su guardiana y en su sierva. Viviré  por su gloria y moriré en su defensa. No poseeré más riquezas que mi fe, más voluntad que el servicio, ni más familia que mi Orden-.
-¿Qué Orden te acoge en su seno, hermana?-.
-La Orden de la Rosa Ensangrentada-.
-¿Cuáles son los mandatos de tu Orden?-.
-Protección al inocente, obediencia al superior, muerte al hereje-.
-¿Juras acatarlos en la paz y en la guerra, en la calma y en la ira, desde este momento hasta el día de tu muerte?-.
-Lo juro-.
-Ponte en pie, Alara, Hermana Militante de la Rosa Ensangrentada-.
Alara se pone en pie. El Arzobispo se acerca para imponerle las manos, ungirle la frente con los sagrados óleos y trazar en su pecho el signo del águila.
-Recibe la bendición del Emperador, pues desde hoy vive en tu alma-.
Acto seguido, las dos tecnosacerdotisas se acercan. La primera posa sus manos en las hombreras de la reluciente servoarmadura nueva de Alara y eleva una oración al Omnissiah, rogando fuerza y protección para su portadora. La segunda porta un rifle bólter en sus manos y lo deposita con gran ceremonia en las de Alara.
-Recibe el sagrado bólter en tus manos, Hija del Emperador. Que el Omnissiah guíe sus balas hasta el corazón de tus enemigos-.
Por último, la Canonesa saluda a Alara cruzando las manos sobre su pecho.
-Bendita seas, hermana Alara. Que los dones que recibes hoy te conduzcan a un fin venturoso-.
Alara desciende del altar tan dignamente como es capaz, algo muy difícil porque todo su ser bulle de emoción y felicidad. Ahora es por fin una Hermana de Batalla. Se sitúa junto a sus compañeras recién consagradas, mientras otra nueva Constantia asciende hasta el altar para ser consagrada.
La ceremonia ha comenzado antes del alba y se prolonga hasta mucho después de mediodía. Por fin, pocas horas antes de la caída del sol, la última aspirante pronuncia sus votos y la consagración termina. Todas las Sororitas salen de la capilla entonando himnos religiosos y desfilando en una solemne procesión que abren el Arzobispo y la Canonesa y cierran las tecnosacerdotisas del Adeptus Mechanicus. Finalmente, la procesión llega a las altísimas puertas del cenobio de la Rosa Ensangrentada, y la formación se rompe.
Alara y sus amigas penetran en el cenobio, pero apenas la joven pone un pie en el interior del vestíbulo, oye una voz que la llama.
-¡Hermana Alara! ¡Alara Farlane!-.
Alara se gira, y sus ojos se abren sorprendidos; quien la llama es la Canonesa en persona. De inmediato da la vuelta y se dirige a paso ligero en presencia de su más alta Superiora.
-A sus órdenes, Canonesa-.
La Canonesa Livia esboza una leve sonrisa.
-Hermana Alara, hay alguien  que ha venido a visitarla. La dejo con ella para que se saluden-.
La Canonesa hace un gesto con la mano, y sólo entonces Alara ve a la Hermana Astrid, la Serafín. Apenas ha cambiado en todos estos años; sigue exactamente igual a como Alara la recordaba: alta, hermosa, de piel blanca y cabello rojo, tan rojo como su servoarmadura con retro-propulsores en forma de alas. La joven siente cómo una oleada de emoción y respeto reverencial le llena el pecho.
-Hermana- dice, haciendo el signo del aquila.- Me hace muy feliz verla de nuevo-.
La Hermana Astrid le devuelve el saludo y sonríe.
-Yo también me alegro de volver a verte. Ha sido un largo viaje desde Tarion, pero no quería perderme tu consagración-.
El rubor tiñe las mejillas de Alara.
-¿Ha viajado hasta el Convento Sanctorum para verme a mí? ¡Señora, no merezco tal honor!-.
-El honor es mío, Hermana Alara. Me siento orgullosa de que gracias a mi intervención en Galvan hoy haya una nueva Sororita consagrada entre nosotras-.
Al verla frente a sí, después de tantos años, Alara no puede evitar rememorar el momento en que la conoció, cuando sólo era una niña aterrada y desesperada que arrojaba piedras inútilmente contra la servoarmadura de un Rapax que se aproximaba.
Ya se daba por muerta cuando la Serafín descendió de los cielos como una columna de fuego carmesí. Llevaba una pistola bólter en cada mano, y su aterrizaje pilló por sorpresa al Rapax, que sólo se fijaba en la niña. Rápida y letal, acribilló a su enemigo de inmediato. El Rapax se desplomó en el suelo malherido. Hizo ademán de intentar levantarse, pero antes de que pudiera hacerlo la mujer se acercó a él y le disparó una nueva andanada de tiros, enviándolo con sus oscuros señores para siempre. Después, miró a Alara.
-¿Estás bien?- preguntó. Al ver que Alara, conmocionada, asentía con la cabeza, se acercó a ella.-  ¿Dónde está tu familia?-.
Los ojos de Alara se llenaron de lágrimas.
-Él los ha matado- sollozó, señalando al Rapax caído.- Nos perseguía a mí y a mi hermano. Entró en casa y mató a mi madre. Mamá nos dijo que corriéramos, pero entonces m-m-mató a mi hermano t-t-también...
Rompió a llorar. El severo rostro de la mujer se llenó de compasión.
-¿Y tu padre?-.
-Es el capitán Farlane, de la Guardia Imperial. No sé dónde está-.
-¿Cómo te llamas, niña?- preguntó entonces Astrid con voz amable.
-Alara-.
-Bien, Alara, ahora te vas a agarrar muy fuerte a mí, porque te voy a llevar al cuartel general de la milicia planetaria. Allí estarás a salvo; mis hermanas lo están custodiando-.
-¿Sus hermanas?- preguntó Alara, confusa por un momento.
-Mis hermanas del Adepta Sororitas. Sabes lo que es una Hermana de Batalla, ¿no es así?-.
Alara asintió. Sabía de su existencia, pero era la primera vez que veía una. La Serafín la tomó entre sus brazos y alzó el vuelo. Alara, aferrada a ella, contempló las calles devastadas y las casas humeantes mientras sobrevolaban la zona residencial rumbo al cuartel general de la milicia. Las cenizas ardientes que arrastraba el viento habían prendido fuego al bosque que crecía junto a la Laguna, arruinando la belleza de aquel hermoso lugar. Muchos de los árboles estaban en llamas.
-Otra más, y no será la última- dijo la Serafín al miliciano a cuyo cuidado entregó a Alara.- Pronto mandaremos a nuestras Hospitalarias de refuerzo; mientras tanto, sigan habilitando camas-.
Una vez a salvo en el cuartel general, Alara fue examinada por un médico militar que comprobó que no estaba herida y después se quedó sola. Un poco más tarde, encontró a Mathias entre los supervivientes, y tras fundirse en un abrazo no volvieron a despegarse el uno del otro hasta el día en que los separaron a rastras en la Schola Progenium. Aún así, Alara volvió a ver a la Serafín tres días después del ataque, cuando volvió para despedirse. Se entristeció al enterarse de que el padre y el hermano de Alara también habían muerto, y su mano acarició con ternura el rostro de la niña.
-Lamento mucho tu pérdida, Alara- le dijo.- Pero no creas que estás sola; nunca vas a estar sola. En la Schola Progenium tendrás preceptores que cuidarán de ti y habrá otros huérfanos que serán tus amigos. Y tienes un padre que nunca morirá ni te abandonará. El Dios Emperador es el padre de todos y tu familia está con él ahora. Si le quieres y eres buena, algún día te reunirás de nuevo con todos ellos-.
-Gracias- musitó Alara, limpiándose las lágrimas de la cara.
-Adiós, pequeña- le dijo la mujer con voz amable. Se giró para irse, pero Alara la retuvo.
-Espere- le suplicó.- Por favor, dígame cómo se llama-.
La mujer le dedicó una dulce sonrisa.
-Astrid. Soy la Hermana Astrid-.
Alara repitió su nombre, como si quisiera grabarlo para siempre en su memoria.
-Astrid-.
Cuando la mujer hubo marchado, el funcionario imperial que repartía la comida se dirigió a ella.
-Vaya suerte, niña- comentó con admiración.- Algo muy especial debes tener para haber llamado de ese modo la atención de una Serafín-.




A.D. 844M40. Prelux Magna (Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.



Cuando terminó de leer el informe, Alara sentía una amalgama de emociones tan compleja en su interior que le costaba distinguirlas todas: asombro, preocupación, pena, horror, indignación, melancolía... incluso orgullo. Ahora por fin sabía por qué a su padre le había sido otorgada la Honorifica Imperialis.
-Mi padre mató a un Campeón del Caos- dijo en voz baja.- El tuyo dirigió a sus hombres hasta conseguir cargarse un Bruto Infernal y luego les salvó la vida. Son héroes, Mathias. Héroes del Imperio-.
-Me pregunto si habrían luchado con tanta desesperación de no haber visto morir a nuestros hermanos- musitó Mathias.- ¿Sabes, Alara? Al leer este informe me… me ha dado la sensación de que creían que todos estábamos muertos. Se enterarían del ataque de los Rapaxes en nuestro barrio, tal vez incluso tu padre usara sus contactos para averiguar que mi casa había sido destruida y la tuya asaltada… de modo que, cuando vieron caer a Duncan y a Martin, pensaron que lo habían perdido todo. ¿Para qué vivir, si sus familias habían muerto? Mejor caer gloriosamente que volver a casa para enfrentarse a lo que allí les hubiera esperado-.
Alara asintió, tratando de ignorar la quemazón que amenazaba con hacerle lagrimear los ojos.
-Yo también llegué a esa conclusión. No creo que sospecharan que tú y yo seguíamos vivos- su voz bajó hasta convertirse en un susurro tembloroso.- No lo supieron jamás-.
Mathias la rodeó con el brazo y la estrechó contra sí.
-Ahora lo saben, Alara. Estoy seguro de que lo saben. Tu padre estará orgulloso de ti-.
Alara se mordió el labio inferior con fuerza y parpadeó.
-Ahora por fin sé a quiénes tengo que matar- dijo.- Los Barones del Trueno-.
-A quiénes tenemos que matar, no lo olvides- la corrigió Mathias.- Así que adoradores de Khorne. No me sorprende en absoluto. Muy propio de esos asesinos repugnantes acabar con todo lo que encontraron a su paso-.
Alara frunció el ceño.
-Cierto. Y sin embargo… leyendo esto, me parece que algo se nos escapa. En el fondo, no tiene sentido. Un portal dimensional, una distracción tan elaborada, tantos efectivos… demasiado ruido para tan pocas nueces, ¿no crees?- señaló la pantalla con el dedo.- A juzgar por lo que dice el informe, el ataque tuvo que ver con algo que traficaba ese comerciante contrabandista, Jonas Blint, que los Barones del Trueno encontraron en la Viento Sideral. Si lo que querían lo tenía Blint, ¿por qué no se limitaron a robárselo? ¿O a obligarle a recomprar la mercancía, si ya se le había vendido a los marchantes del distrito comercial?-.
--El informe no sólo menciona al tal Jonas Blint- puntualizó Mathias.- Sí, él y su cargamento de la Viento Sideral fueron, por decirlo de algún modo, los que llamaron la atención de los caóticos. Pero al parecer el tráfico de arcanotecnología era algo generalizado en Galvan. Tal y como lo dice el informe… “un lucrativo contrabando tecnológico“... me da la sensación de que había mucha más gente metida en el ajo, y ya llevaba sucediendo bastante tiempo. Me juego lo que sea a que los almacenes del distrito comercial de Galvan estaban llenos a reventar de arcanotecnología pre imperial de contrabando. La suficiente como para que el botín mereciera la pena las molestias-.
Alara asintió. Volvió a leer el final del informe.
-Mira; la ruta de comercio de la nave secuestrada pasaba por Cadwen y acababa en Vermix. ¡Justo donde estamos ahora! Y teniendo en cuenta... –volvió a releer la última parte del informe con atención.- Mathias, esto es importante; cuando los Barones del Trueno capturaron la Viento Sideral, ¿iba a Vermix o regresaba de allí? ¿Y dónde la interceptaron?-.
-La respuesta a la primera pregunta es lo único que tengo claro- contestó Mathias.- Había salido de Tarion e iba hacia Vermix. Porque la mercancía era originaria de Tarion, concretamente del contrabando arcano-tecnológico de Galvan. Así que fuera lo que fuese, no podía provenir de Vermix, o el ataque hubiera tenido lugar aquí-.
-Cierto- convino Alara.- Pero fíjate; hay algo que me llama la atención. La Viento Sideral, según el informe, fue secuestrada años antes de la Masacre de Galvan. Sin embargo, ¡Janos Blint no denunció su desaparición!-.
-¿Por qué estás tan segura de que no la denunció?- quiso saber Mathias, intrigado.
-Porque el informe dice que fue gracias al secuestro de la nave y al trato que su capitán, Gustav Brunner, hizo con ese impío malnacido de Arvid Lokir, por lo que los Barones del Trueno pudieron infiltrarse en Galvan y capturar a Jonas Blint y a su familia. Eso implica que con toda probabilidad usaron la Viento Sideral para entrar en Tarion sin llamar la atención y corrompieron o controlaron a la tripulación de algún modo para que les abrieran camino con discreción, pues no hubieran podido acercarse con la Furia del Trueno a nuestra órbita sin que saltaran todas las alarmas planetarias, y dada la corpulencia física de los Marines tampoco hubieran podido hacerse pasar ellos mismos por la tripulación. Pero si Blint hubiese denunciado la desaparición de la Viento Sideral, no hubiesen podido aterrizar tan tranquilos. Los funcionarios hubieran denegado el desembarque y habrían mandado a los Arbitradores para inspeccionar la nave e interrogar a sus ocupantes, con lo cual habrían descubierto a los Marines y se hubiera armado una bien gorda-.
Mathias la miró con asombro.
-¡Tienes razón! Pero, ¿por qué Blint no denunció la desaparición?-.
-Sólo se me ocurre una respuesta: que pasara inadvertida. Dado que el secuestro tuvo lugar años antes de la Matanza de Galvan, es obvio que no pudo ser porque la capturaran justo antes de llegar a Tarion. Más que nada, porque al volver a Tarion las bodegas de la Viento Sideral ya hubiesen estado vacías, al menos del cargamento ilegal arcano-tecnológico de Galvan. No; las bodegas iban llenas cuando los Barones del Trueno interceptaron la nave, y a juzgar por el tiempo que tardaron en dar la vuelta y llegar a Tarion desde donde se encontraban, creo que estaban en Vermix; al final del viaje. Mi teoría es que interceptaron la nave poco antes de llegar a este planeta, que era el destino final del cargamento; si hubiese sido junto a Cadwen, no habrían tardado años en llegar a Tarion, aunque fueran a velocidad sublumínica. Una vez hecho el trato con el capitán Brunner, los Barones del Trueno usaron algún tipo de medio para controlar sus actos...
-¿Te refieres a hechicería?- inquirió Mathias.
Alara negó con la cabeza.
-Imposible. Los adoradores de Khorne detestan la hechicería; la consideran un arma de cobardes y no tienen psíquicos entre sus filas. Tuvieron que usar la amenaza o algún tipo de tecnología impía a la que son tan aficionados. Sea como sea, consiguieron que Brunner contactara con un astrópata y comunicara con su patrón para decirle que todo había ido bien y que regresaban a Tarion. De ese modo, Jonas Blint no se extrañó ni sospechó nada, y el secuestro de la Viento Sideral pasó desapercibido-.
-Vaya, te veo especialmente aguda hoy, Alara- dijo Mathias, observándola con una leve sonrisa.- Y dime, ¿qué pasó después?-.
Alara retrocedió una página en la pantalla del cogitador.
-Bien; por lo que dice aquí, la incursión de los Barones del Trueno en Galvan tuvo éxito y pasó desapercibida. Atraparon a Jonas Blint y probablemente usaron a su familia para presionarle y hacerle revelar todo lo que sabía del tráfico de arcanotecnología en Galvan. Otra cosa que me llama la atención es que usaran la propia red de contablando de Blint para introducir los materiales necesarios para la incursión en Galvan, sin duda ayudados por los Adoradores humanos que tuvieran infiltrados en Tarion. Esto implica que el propio Blint, en persona, debió usar sus contactos y hacer las gestiones, lo cual debió de llevarle varios días, si es que no fueron semanas. Y durante todo ese tiempo, no trató de pedir ayuda, ni denunció nada a las autoridades... Es curioso que nadie notase nada extraño, ¿no te parece? Su esposa debía tener un trabajo o al menos una vida social, sus hijos debían ir a la escuela... pero si nadie notó su ausencia, y a pesar de todo Jonas Blint colaboró...
Frunció el ceño con expresión pensativa. Mathias terminó el razonamiento por ella.
-Ya veo por dónde vas. Todos los miembros de la familia Blint estuvieron libres durante ese tiempo y continuaron sus vidas con normalidad; de lo contrario su desaparición o su reclusión hubiera causado alarma entre sus allegados. Eso significa que podemos descartar el secuestro y la amenaza como parte del modus operandi de los Barones del Trueno, al menos en este caso; sin duda, dado su historial, disponen de algún tipo de tecnología impía que les permite controlar los actos de los demás, ya sea manipulando sus mentes o insertándoles algún tipo de dispositivo de control que permita un seguimiento permanente. Me inclino más por la primera opción; el seguimiento a distancia es muy difícil de llevar a cabo de manera efectiva, y además no impide la posibilidad de que la víctima en cuestión tenga un arranque de heroísmo y decida denunciar la situación a las autoridades aunque eso implique su propia muerte. Con astucia y rapidez, alguno de ellos hubiera podido hacerlo. No; creo que controlaron sus actos y sus mentes de algún modo, doblegaron su voluntad y los dominaron. Probablemente hicieron lo mismo con la tripulación de la Viento Sideral. Y cuando ya no los necesitaron, se deshicieron de ellos-.
-Igual que con el resto de contrabandistas del distrito comercial- añadió Alara, sombría.- Eso de que se ensañaran con familias enteras y secuestraran a algunas de ellas... creo que no me equivoco al suponer que esas familias fueron, precisamente, las de los comerciantes que Jonas Blint sabía que estaban implicados en el contrabando de arcanotecnología pre imperial. Los Barones del Trueno debieron robar toda la mercancía ilegal y luego se llevaron algunos objetos ordinarios y destrozaron el resto para despistar acerca de sus verdaderas intenciones-.
Mathias asintió.
-Creo que estás en lo cierto, mi querida Militante Dialogante-.
-¿Y Vermix?- preguntó Alara.
-¿Vermix?-.
-Este planeta está en medio del ajo. Los objetos arcanotecnológicos con los que Jonas Blint traficaba iban a parar aquí. Este era su destino. Y yo me pregunto; ¿de qué se tipo de objetos se trataba? ¿Para qué los querían aquí? ¿Y por qué interesaron a los Barones del Trueno hasta el punto de hacerles organizar una incursión de semejante calibre en Galvan?-.
Mathias se rascó la cabeza, pensativo.
-Eso es un poco difícil de elucubrar sin saber cuáles son los objetivos de los Barones del Trueno. Por más que sean adoradores de Khorne, no parece que su único fin sea la brutalidad caprichosa. Debían querer esa arcanotecnología por alguna razón. Pero sin conocerla, no creo que sea posible...
-Voxtor- le interrumpió Alara abruptamente.
-¿Cómo dices?- preguntó Mathias, sorprendido.
-En el Sistema Cadwen hay seis planetas habitados. Los tres más poblados son Tarion, nuestro hogar natal, Cadwen, la capital, y Vermix, donde nos encontramos ahora. Pero hay otros tres: Pector, el planeta volcánico donde se realizan tantas prospecciones mineras, Naxala, el gigante gaseoso en cuyas lunas hay plantas de extracción de gas, y Voxtor, el Mundo Forja. Ese planeta está gobernado por el Tecnosacerdocio de Marte. ¿No concluyen tanto la Palatina Flavia Alba como el Inquisidor Darius Ravenstein en sus respectivos informes que los Barones del Trueno tienen una singular obsesión por la tecnología, que probablemente usan para aumentar sus capacidades combativas? En Voxtor tienen toda la tecnología que podrían desear, incluyendo una Legión de Titanes. Sin embargo, todavía no han atacado Voxtor, ¿por qué? Tal vez porque para penetrar allí y vencer la resistencia de los tecnosacerdotes necesitan algo que aún no tienen... algo que sólo la arcanotecnología puede lograr. Algo que están atesorando, investigando o construyendo por medio de sus rapiñas y sus incursiones periódicas en los planetas de este Sistema-.
Mathias la miró con los ojos muy abiertos.
-Lo que dices tiene mucho sentido, Alara. Aún puede que existan otras motivaciones que no podemos imaginar, pero con los datos de los que disponemos, yo también apostaría a que su objetivo final es Voxtor. Sin embargo... -su voz vaciló.
-Sin embargo, ¿qué?-.
-Este informe es de hace veinte años. No sabemos qué ha pasado en todo este tiempo. ¿Y Darius Ravenstein? ¿Qué ha sido de él? ¿Averiguó algo más? ¿Ha estado en Vermix? ¿Y dónde está ahora?-.
-¿Hay algún otro informe posterior de este Inquisidor?- preguntó Alara a su vez.
Mathias guardó una copia del informe y luego cerró el archivo. Tras buscar durante unos minutos, encontró algo.
-Mira, Alara, aquí hay otro informe del Inquisidor Ravenstein. Sólo tiene dos años, y está enlazado con el informe de Galvan-.
-¡Leámoslo!- exclamó Alara con tono decidido.
Sin embargo, cuando Mathias trató de abrirlo, ambos se llevaron una decepción. En la pantalla del cogitador destellaron unas palabras rodeadas de luz roja: MATHIAS TRANDOR, LEGADO INQUISITORIAL RANGO DE SEGURIDAD: 5. ACCESO DENEGADO.
-El informe tiene rango de seguridad 7- gruñó Mathias, soltando un exabrupto.- Sólo un Inquisidor podría leerlo. No puedo acceder a él-.
Alara frunció los labios en un gesto de fastidio.
-¿Crees que Lord Crisagon podría?- preguntó.
Mathias le lanzó una mirada de soslayo.
-Poder, podría, pero, ¿por qué iba a hacerlo?-.
-Podrías pedírselo-.
-Entonces tendría que explicarle lo que hemos estado haciendo esta tarde-.
-¿Y acaso tiene algo de malo?-.
-No, teóricamente no, pero… -Mathias entrelazó los dedos de las manos, incómodo.- Preferiría no tener que deberle ya un favor. Si acabamos con éxito esta misión, desearía tener la cuenta a cero con él para poder pedirle que te reclame como Acólita en su séquito si es necesario-.
-Bien, no le pidas el favor; limítate a contarle la verdad. Explícale que hemos encontrado cierta relación entre los sucesos de Galvan hace veinte años y la misión que vamos a comenzar, y tal vez decida darte la información motu proprio-.
-¿Te refieres a que Vermix era el destino de los materiales con los que Janos Blint traficaba? Esa conexión está muy cogida por los pelos…
-Bueno, por probar no se pierde nada, ¿verdad? Además, vamos a investigar la posible existencia de cultos blasfemos en este planeta. ¿Acaso no existe la posibilidad de que esos hipotéticos cultistas fuesen los receptores de la mercancía ilegal? Al fin y al cabo, se trata de algo digno de llamar la atención de adoradores del Caos. ¿No habla el informe de Lord Ravenstein de una hermandad Tarionita, la Hermandad del Martillo, que resultó ser un hervidero de cultistas blasfemos? En Vermix podría haber otro tanto entre aquellos que profesan los cultos paganos. Me parecen datos lo bastante preocupantes como para que Lord Crisagon decida revelarte el contenido del segundo informe sin que eso implique deberte un favor-.
-Lo intentaré- dijo Mathias, extrayendo su tarjeta identificativa del cogitador.- Pero no puedo prometerte nada-.



Cuando regresó al convento, Alara estaba impaciente por compartir sus averiguaciones con las hermanas de su pelotón que compartían procedencia con ella. La mayoría eran huérfanas de Galvan, y Alara creía que tenían tanto derecho como ella a saber por qué sus familias habían sido asesinadas y quiénes habían perpetrado el crimen. Siempre que ellas quisieran saberlo, claro. De modo que se despidió de Mathias veinte minutos antes de que finalizara su tiempo libre y regresó a paso ligero bajo la suave cortina de lluvia que comenzaba a descargar sobre el Sector Eclesiástico de Prelux Magna. Cuando entró en la sala común de las Hermanas Militantes, aún quedaban diez minutos de asueto antes de que las campanas llamasen a la oración vespertina. Sus compañeras de pelotón se sorprendieron al verla aparecer.
-¿Cómo es que has llegado tan pronto?- preguntó Cecilia.
-Porque nos echaba de menos, mujer- bromeó Theodora.- Entre tus clases y que te libras de las guardias, últimamente sólo le vemos el pelo a Alara a la hora de las comidas…
Alara esbozó una sonrisa cansada.
-Hermanas, tengo algo que contaros. Algo que he averiguado durante estos días, gracias a la ayuda de Mathias Trandor. Pero tal vez no queráis saberlo, y en ese caso, lo respetaré-.
Las sonrisas de las demás Sororitas fluctuaron.
-¿De qué se trata?- preguntó Theodora, inquieta.
-De la Masacre de Galvan- respondió Alara.- Hemos averiguado lo que sucedió. Ahora sé quiénes perpetraron aquella locura, y por qué lo hicieron. He decidido contároslo porque creo que tenéis derecho a saberlo. La cuestión es; ¿lo deseáis?-.
Claudia se llevó una mano a la boca.
-¿Sabes quiénes fueron?-.
Los acerados ojos de Cecilia se entrecerraron y oscurecieron.
-La Masacre de Galvan… -susurró. Su voz seca recordaba al murmullo de las hojas muertas.
Annabella y Silvana la miraban fijamente, muy serias. Theodora miró en rededor suyo y luego a Alara.
-Puedes contárnoslo, Alara- dijo con voz grave.- Creo que todas queremos saberlo-.
Al no alzarse ninguna voz para desmentir las palabras de Theodora, Alara empezó a hablar. Relató concisamente las revelaciones más importantes que constaban en el informe del Inquisidor Darius Ravenstein, aunque omitió los detalles referentes a Gustav Brunnen y Janos Blint, así como las conclusiones que Mathias y ella habían aventurado sobre los objetivos ocultos de los Barones del Trueno. Tal y como Alara imaginaba, las reacciones fueron de lo más variopintas; Theodora la miró con la boca abierta, horrorizada. Annabella y Claudia musitaron una oración trazando sobre sus pechos el signo del Aquila. Silvana se llevó las manos a la boca y cerró los ojos, como si quisiera conjurar una horrible visión. Las demás hermanas palidecieron y sus rostros se quedaron helados, como tallados en piedra. Cecilia, en cambio, enrojeció y se puso a gritar de indignación, presa de un ataque de ira. Theodora y Claudia tuvieron que sujetarla pata evitar que perdiera los estribos, pero fue Alara la que la calmó.
-¡Cecilia, contente!- le ordenó, poniéndole las manos en los hombros.- ¡Cálmate!-.
Cecilia emitió un gañido ahogado y comenzó a serenarse, respirando entre jadeos entrecortados.
-Los mataré- siseó, con una expresión ida en el rostro.- Los mataré a todos. Lokir, Thorlak… ¡juro en nombre del Emperador que no me detendré hasta que sus cuerpos impíos sean pasto de mi lanzallamas!-.
“Ponte a la cola, entonces”, pensó Alara. “Todas las hermanas que estamos en esta sala tenemos las mismas ansias de venganza que tú”.
En aquel momento, se oyó el repicar de campanas que anunciaba el servicio religioso vespertino. Alara sintió alivio al ver cómo el autocontrol regresaba a Cecilia, que caminó muy rígida hacia la capilla. Sin duda, la oración le iría bien.
Antes de la cena, Alara reservó un rato para informar a Tharasia de lo que había averiguado, así como de sus sospechas.
-Tal vez sea aventurado- dijo.- Pero del mismo modo que los Barones de Trueno se valieron de la Hermandad del Martillo en Tarion, podrían valerse de los cultos paganos de Vermix. Y entra dentro de lo posible que tengan actividad aquí, ya que los objetos arcanotecnológicos de Tarion tenían como destino Vermix, lo cual significa que hay gente en este planeta que está interesada en la misma tecno herejía que practican los Barones del Trueno. Creo que, visto lo que le sucedió al capitán Brunnen y al señor Blint, no estaría de más ordenar a todos los miembros de la expedición que fuesen siempre en parejas, para evitar que puedan ser capturados y dominados de algún modo-.
-¿De verdad cree probable que suceda algo así, hermana?- inquirió Tharasia.
-No lo sé- respondió Alara.- Tal vez sea una suposición demasiado peregrina. Pero aunque el riesgo sea bajo, no creo que debamos ignorarlo. Ir en parejas es una precaución muy sencilla; creo que compensa ponerla en práctica si tenemos en cuenta los posibles riesgos que estaríamos evitando-.
-¿El doctor Trandor está de acuerdo en esto con usted?- preguntó la Ejecutora.
Como siempre que hablaba con ella de Mathias, Alara tuvo que hacer un esfuerzo por permanecer impertérrita y sostenerle la mirada.
-Sí-.
-Entonces no hay más de que hablar. Si está de acuerdo, él mismo ordenará la precaución, ya que va a ser el jefe de esta misión-.
Al decir aquello, miró a Alara con tal severidad y de un modo tan intenso, que la joven se sintió incómoda.
-Yo no he promovido esa decisión, en absoluto- se defendió ante lo que casi parecía una acusación velada.- De hecho, intenté disuadirle. Pero fue inútil-.
-¿Disuadirle? Pero el nombramiento era una elección de Lord Crisagon, no del doctor Trandor. ¿O acaso fue él quien se presentó voluntario?-.
Alara maldijo para sus adentros la perspicacia de la Ejecutoria.
-Sí- admitió.- Lo hizo-.
-Y el motivo fue usted, por supuesto-.
Como no se trataba de una pregunta, Alara tomó aquellas palabras como una afirmación, que no quiso cuestionar. Tharasia lanzó un leve suspiro entre dientes.
-Espero que sepa lo que hace, hermana. Pero dígame, ¿por qué me está informando de esto y pidiéndome opinión, si para el Legado Inquisitorial la decisión ya está tomada?-.
-Porque usted me ordenó mantenerla informada, y porque me interesaba escuchar su opinión al respecto, igual que al doctor Trandor- fue la respuesta de Alara.
Tharasia no dijo nada, pero asintió, y cuando lo hizo parte de la severidad de desvaneció de sus ojos.
Alara se fue a dormir preguntándose si Mathias habría conseguido averiguar algo acerca de las actividades de Lord Ravenstein. Temía volver a padecer un sueño agitado, pero afortunadamente aquella noche no hubo pesadillas, tal vez en parte por el cansancio que la carcomía hasta los huesos, pues había estado entrando hasta el límite de sus fuerzas durante la sesión de mantenimiento. Al día siguiente, cuando acudió al patio de armas a entrenar, se dio cuenta mientras hacía las prácticas de tiro que la Ejecutoria Tharasia la observaba discretamente, como si quisiera evaluar sus progresos, lo cual la hizo confirmar que su decisión de redoblar esfuerzos para perfeccionar su rendimiento y su técnica había sido correcta.
Comió rápido, como de costumbre, para poder acudir a la capilla del Ordo Xenos cuanto antes. Anhelaba volver a ver a Mathias, no sólo por el creciente amor que sentía por él sino por el ansia de descubrir si había logrado acceder a más información. Faltaban cinco minutos para la hora acostumbrada de llegada cuando Alara llamó a la puerta de la capilla y penetró en su interior. Cuando llegó al pasillo, vio que en aquella ocasión la puerta abierta era de nuevo la del laboratorio. Llamó con los nudillos antes de entrar.
-Adelante- dijo desde dentro la voz de Mathias.
Cuando abrió, Alara se dio cuenta de que el joven no estaba solo. Sentado a la mesa, junto a él, había un hombre alto y desgarbado que abrió mucho los ojos al verla entrar y se puso en pie casi de inmediato.
-Ah, hola, Alara- dijo Mathias, levantándose.- Hoy llegas temprano. Estaba haciendo tiempo hasta que llegaras, terminando unos informes. Por cierto, este es Acadio Udrian, discípulo del Magíster Séneca como yo-.
Alara hizo un saludo formal con la cabeza en dirección al acólito, que parecía tener la misma edad que Mathias. Llevaba unas gafas cuadradas de pasta negra, a juego con el color carbón de su cabello, y era dueño de un rostro algo insulso de piel pálida que enrojeció de inmediato.
-Es… es todo un honor conocerla- balbuceó.- No sabe cuántas ganas tenía… quiero decir… siempre he deseado conocer a una… eh… hermana del Adepta Sororitas-.
-Encantada, Adepto Udrian- fue la escueta respuesta de Alara, que a pesar de ser considerada sociable según los estándares de las Militantes no podía evitar sentirse algo incómoda delante de desconocidos. Se giró hacia Mathias.- ¿Nos vamos?-.
-Sí, claro- Mathias recogió varios papeles, los enrolló, y se despidió de Acadio con un gesto.- Hasta luego-.
-Hasta luego, Trandor- respondió su compañero, sin quitarle la vista de encima a Alara.
Cuando la puerta del laboratorio se cerró a sus espaldas, Alara acompañó a Mathias a la zona residencial de los acólitos.
-¿Es amigo tuyo?- preguntó.
-Más que amigo, yo diría compañero de trabajo- respondió Mathias.-  Nos llevamos bien. ¿Por?-.
-Me miraba con tanta fijeza que me ha hecho sentir incómoda-.
-No seas muy dura con el pobre Acadio. Tiene una verdadera obsesión con las Sororitas. Cree que sois las mujeres más perfectas, puras, angelicales y divinas del universo, y siempre había querido conocer a una. Imagina la cara que puso cuando le conté que te estaba dando clases privadas-.
Entraron en la habitación de Mathias, que como de costumbre, cerró con llave.
-Espero que con “clases privadas” no quieras decir nada más- dijo Alara, mordaz.
-¡Oh, no! No le he contado lo nuestro a Acadio. Si quieres que te diga la verdad, no se lo he contado a nadie. No estoy seguro de tener tanta confianza con nadie aquí como para tener la garantía de que guardarán el secreto. Y, la verdad, prefiero mantener la discreción para evitar dar demasiadas explicaciones-.
-Me pasa exactamente lo mismo- afirmó Alara. De momento, las únicas que sabían lo suyo con Mathias eran Octavia, Valeria y Tharasia, y esta última a pesar de la propia Alara. Aún no le había dicho nada a Theodora ni a las demás. No se sentía cómoda revelando detalles íntimos y privados de su vida a la gente, por bien que la conociera. Odiaba sentirse vulnerable.
Mathias dejó la bata de laboratorio que llevaba encima colgada de un perchero, tras la puerta. Alara dejó su bolsa y su arma sobre la mesa.
-¿Qué tal ha ido todo?- preguntó.- ¿Conseguiste que Lord Crisagon accediera a buscar la información?-.
-Sí- contestó Mathias, yendo al lavabo para lavarse las manos.- Hablé con él, le expuse la situación y accedió-.
El agua del grifó comenzó a correr. Alara se sentó sobre la cama.
-¿Y bien? ¿Has averiguado entonces qué ha sido de Lord Ravenstein a lo largo de todos estos años?-.
-Sí- contestó Mathias, cogiendo una toalla para secarse las manos.- Hasta ahora, no se ha movido de Tarion-.
Su voz se había tornado seca, rígida, y no la miraba. Alara tuvo un mal presentimiento.
-¿Por qué?-.
-La Hermandad del Martillo- dijo Mathias tras una larga pausa, con voz contenida. Parecía estar guardándose a la fuerza las emociones.- Cuando la Inquisición descubrió que era un nido de adoradores, la declaró herética y detuvo a todos sus miembros para interrogarlos. Muchos de ellos eran mandos medios o altos de la Guardia Imperial o de la Milicia Planetaria, e incluso miembros de la nobleza, de modo que se rebelaron-.
Alara tragó saliva.
-¿Cómo… cómo que se rebelaron?-.
Mathias la miró al fin. Su rostro estaba sereno, pero toda la emoción que no traslucía en él estaba reflejada en el brillo trémulo de sus ojos. Alara se dio cuenta de que no quería escuchar lo que él iba a decir a continuación, no quería. Pero no tenía forma de evitarlo.
-Una cuarta parte de la Guardia Imperial. La mitad de toda la Milicia Planetaria. Apenas quince días después de que nos fuéramos de allí. Por eso Darius Ravenstein se quedó en Tarion. Nuestro planeta natal se ha pasado casi veinte años en guerra-.

2 comentarios:

  1. Una de cal y otra de arena. Al menos compartiendo la verdad de Galvan con las otras Hermanas de Batalla Alara ya no se siente tan sola en su venganza (aunque compartía su ira con Mathias). Y la ceremonia de iniciación te ha salido muy rollo "Primera Comunión", jejejeje.

    Esto sigue bien Estelwen.

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    1. ¿¿Primera comunión?? La verdad es que, como no existen (o al menos yo no he encontrado) descripciones oficiales de los votos del Adepta Sororitas, me inspiré en las ceremonias tradicionales de las órdenes militantes medievales y en menor grado en la de la Guardia de la Noche, pero no en una primera comunión... :-P

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