A.D. 836M40. Randor Augusta (Kerbos), Sistema
Kerbos, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.
El entrenamiento
del Adepta Sororitas es uno de los más duros y exigentes que conoce el Imperio.
Muchas postulantes abandonan pocos meses después de instar la solicitud. Una fe
inquebrantable es imprescindible, pero por sí sola no es suficiente. “No basta
con servir al Emperador, ni quiera con amarle. Has de cederle todo lo que
tienes, todo lo que has sido y todo lo que serás. Debes entregarte sin reservas
a Su voluntad. Sólo entonces se considerará apropiado tu sacrificio”. Esta
consigna extraída del “Mandatos del Sororitas” es lo primero que aprenden las
aspirantes cuando comienzan su primer año de noviciado, y sus instructoras se
aseguran de que no lo olviden jamás.
La disciplina es
férrea. Las comodidades, mínimas. El nivel de exigencia, descomunal. La
alimentación es sencilla, las diversiones, casi inexistentes, el horario,
estricto, y el entrenamiento, más duro de lo que ninguna de las jóvenes hubiera
podido soñar. Aún así, a pesar de estar acostumbradas a los madrugones y a los
ayunos, a soportar con resignación el calor en verano y el frío en invierno, a
estudiar sin descanso y a hacer ejercicio y prácticas de combate durante horas,
hay una palabra que hace que hasta las más veteranas y aguerridas se echen a
temblar.
La palabra es
CESE. Son las siglas de “Combate con Estimulación Sensorial Extrema”, aunque
las Cantoras y las Constantias (los rangos superiores a Novicia que han de
alcanzarse antes de poder hacer los votos de consagración) saben que se trata
de un eufemismo apenas disimulado de la palabra “tortura”. Las Cantoras tienen
una sesión semanal, las Constantias tienen dos, y las Novicias, que aún no
realizan los entrenamientos de nivel avanzado, se hacen una idea de la extrema
dureza que supone porque las hermanas que lo practican tienen en resto de la
tarde libre para descansar. Entre las aspirantes más atrevidas circula la pequeña
broma de llamarlo De-cese.
Alara Farlane,
como todas las demás hermanas, teme y detesta las sesiones de CESE, pero sabe
al igual que todas las demás lo necesarias que son. Las Sororitas son guerreras
de élite, las hijas y guardianas del Dios Emperador, el instrumento de Su
sagrada voluntad. Como tales, van a tener que enfrentarse a los peores horrores
imaginables, y muchas veces tendrán que combatir en situaciones extremas. Sus enemigos
no tendrán piedad. El CESE es el entrenamiento virtual que las ayuda a
acostumbrarse a manejarse en los entornos más hostiles. En el futuro, salvará
la vida de muchas de ellas, aunque en ese momento las misiones reales le
parecen tan lejanas a Alara que tal pensamiento no la consuela mientras se
dirige a la sala de entrenamiento acompañada por el resto de su clase.
Cuando llegan, las
hermanas Hospitalarias y la hermana Instructora ya están allí. La Instructora
las divide por escuadras, y las Hospitalarias les colocan los electrodos en los
puntos apropiados de la frente. Nada de lo que van a ver o a sentir será real,
sus cuerpos no sufrirán daño alguno, pero a sus mentes no les importarán
semejantes matices durante la siguiente hora.
Alara ya se espera
cualquier cosa. La han hecho combatir a temperaturas propias de un desierto
asfixiante y un páramo congelado, en medio de vendavales huracanados, en la
oscuridad más absoluta y hasta debajo del agua. Ninguna de las aspirantes
conseguirá ascender de Cantora a Constantia si al finalizar los tres años que
dura la fase no son capaces de alcanzar un porcentaje de blancos del sesenta
por ciento en cuerpo a cuerpo y disparo.
Las Hospitalarias
ocupan su lugar, junto a las pantallas que controlan la estimulación sensorial,
la respiración y la frecuencia cardíaca de cada hermana. Activan las runas que
dan comienzo a la sesión, y la sala de entrenamiento desaparece delante de
Alara.
En esta ocasión,
el escenario elegido es una selva tropical, propia de un mundo salvaje. Cae una
lluvia torrencial, y el suelo está tan encharcado que cuando da un paso siente
cómo los pies se le hunden en el barro. La primera diana aparece de repente a
su izquierda, demasiado alta y medio oculta por las hojas y la lluvia. El agua
se le mete a Alara por el cuello y en los ojos, causándole escalofríos y
dificultando su visión. El primer disparo falla. Masculla una maldición, se
frota los ojos y poco después lo vuelve a intentar. La diana está casi a ras de
suelo, oculta entre unos helechos. En esa ocasión, su disparo roza el borde.
Pasan los minutos, la condiciones ambientales se recrudecen, pero a pesar de
todo Alara cada vez lo hace mejor. De vez en cuando aparecen animales; una
serpiente se descuelga entre las lianas, un felino emerge repentinamente entre
los arbustos y le da un susto de muerte, pero consigue dispararle justo a
tiempo. Otras dos dianas más, casi a la vez. Entonces, un enemigo invisible
empieza a disparar desde el interior de la selva en ráfagas cortas, y todas
tienen que ponerse a cubierto sin dejar de buscar y disparar a las dianas.
Alara no dura
mucho antes de ser alcanzada por dos disparos en la pierna izquierda. Lanza un
grito de agonía y cae de rodillas, pero hace acopio de toda su voluntad para
sobreponerse al dolor y continuar disparando mientras apoya todo su peso en la
pierna sana. Rueda por el suelo, se mancha de barro, busca cobertura. Siente el
sabor amargo y terroso del fango en la boca. La lluvia la ciega, el frío la
hace tiritar… y en ese momento, otro disparo la impacta en el estómago.
El dolor es
insoportable, y durante unos segundos Alara se retuerce en agonía. Quiere
abandonar, quiere desmayarse, aunque sabe que no le concederán ese alivio a
menos que los sensores indiquen que su cuerpo se encuentra al borde del
colapso. Grita, intenta abrir los ojos, pero el mundo es una mancha borrosa a
su alrededor.
-¡Hermana Alara,
en pie!- grita la instructora.- ¡En pie!-.
Alara hace un
esfuerzo supremo para enfocar la mirada y trata de ponerse de rodillas, pero el
movimiento es tan doloroso que la cabeza le da vueltas. Aún así, con un aullido
desesperado, levanta la pistola láser y apunta a la diana que aparece frente a
ella. Su dedo aprieta el gatillo en un movimiento espasmódico. Dispara. Y da en
el blanco.
En ese momento, la
selva embarrada que hay a su alrededor desaparece, y vuelve a encontrarse en la
sala de entrenamiento. El dolor se esfuma, su cuerpo ya no está empapado, pero
el choque con la realidad es tan brutal que Alara vomita a cuatro patas sobre
el suelo y luego se desmaya. Despierta al cabo de treinta segundos, se pone en
pie trastabillando y se dirige a su celda haciendo eses, como si estuviera
borracha, aunque desconoce por completo esa sensación porque no ha probado el
alcohol en toda su vida. Se quita el mono de entrenamiento y se mete de cabeza
bajo la ducha para limpiarse la porquería que tiene pegada al pelo y la
película de sudor que recubre su piel. Cuando termina, cae sobre la cama y se
queda dormida inmediatamente.
Tres horas más
tarde, cuando despierta, ya se siente mejor. El agotamiento mental se ha
esfumado, y está lista para acudir a la oración vespertina con el resto de sus
hermanas. Mientras se pone la túnica de Cantora y revisa su imagen en el espejo
-sabe que la menor mácula o desperfecto en la vestimenta reglamentaria le
acarrearía un severo castigo- da gracias al Emperador porque las sesiones de
CESE sean sólo una vez a la semana.
Como siempre, diez
minutos antes de la oración la hermana Instructora se reune con ellas para
comentar sus progresos en el entrenamiento. Elogia la sobresaliente actuación
de tres hermanas: Eliza, Aurelia y Silvana, que han sabido sobreponerse al
dolor y alcanzar una tasa de blancos del cuarenta y uno por ciento.
-Alara, tú también
has mejorado- dice la Instructora.- Pero te cuesta soportar el dolor.
Durante el resto de la semana, disciplínate con la scoriada diez veces cada
noche. Si en la próxima sesión no hay cambios, subiremos a veinte-.
Alara se cuadra y baja la cabeza.
-Sí, hermana
Instructora-.
-Debéis recordar
una cosa- les dice la Instructora. Es una mujer madura y fornida, con el pelo
de un caoba desteñido. Una cicatriz blanca e irregular le cruza la barbilla y
el labio inferior.- La incomodidad y el dolor no es lo peor que tendréis que
soportar, tanto en combate como fuera de él. Ninguna sesión de CESE, ningún
entrenamiento, ninguna simulación, puede prepararos del todo para lo peor que
tendréis que afrontar. Porque lo peor no es el dolor. No es combatir a veinte
metros bajo el agua, o entre las dunas de un desierto, o con las dos piernas
rotas. La captura por parte del enemigo, la muerte de un aliado, el fracaso de
una misión. Todo eso puede destrozaros con mucha más facilidad que un disparo
de bólter o un tajo de espada sierra. El mayor punto débil de todo ser humano
se encuentra en el corazón. Y el día en que tal cosa ocurra, el día en que
vuestro corazón reciba una herida más allá de toda salvación, no habrá
entrenamiento físico ni adoctrinamiento mental capaz de salvaros de tal dolor.
Lo único que os mantendrá firmes y cuerdas cuando llegue ese día serán la fe y
la devoción-.
A.D .844M40.
Shantuor Ledeesme (Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.
Alara Farlane
había sido entrenada para enfrentarse a mutantes, herejes, cultistas blasfemos
y entidades disformes: la clase de horrores que un ciudadano imperial común no
podía ni soñar. Sin embargo, nada en su vida la había preparado para
enfrentarse a aquello. No supo qué cara poner, ni qué decir; se sentía incapaz
de reaccionar.
La tal Phoebe
Aberlindt era hermosa hasta la obscenidad. Poseía unos bellos ojos azules de
pestañas largas y espesas y un bonito rostro ovalado de tez clara y rasgos
delicados, todo ello enmarcado por una larga melena dorada como la miel. Esbozó
una dulce sonrisa que iluminó aún más su rostro angelical.
-Así que tú eres
la famosa Alara- dijo, con una voz tan bonita como su rostro.- Encantada de
conocerte. Mathias me ha hablado mucho de ti-.
El aguijón clavado
en el pecho de Alara se retorció hasta hacerla sangrar.
“Le ha hablado a
esa chica de mí”.
Por algún motivo
que no alcanzaba a comprender, aquello le sentaba como una patada en el
estómago. Sin embargo, se obligó a sí misma a rehacerse. ¡No podía quedar en
evidencia!
-Un placer
conocerla, Adepta Aberlindt-.
De inmediato se
dio cuenta de lo seca que había sonado su voz. La sonrisa de Mathias fluctuó un
poco. Alara se dio cuenta de que estaba a punto de sonrojarse, ni ella misma
estaba segura si de vergüenza o de furia, de modo que se apresuró a buscar una
excusa para desaparecer de allí.
-Tengo que volver
con Octavia y Valeria; saldremos dentro de poco y aún no me he vestido con las
ropas civiles. Si me disculpáis…
Antes de que ellos
respondieran, dio media vuelta y se marchó a paso ligero. Le pareció que
Mathias la llamaba, pero no estaba segura, y no quiso girarse para comprobarlo.
Las mejillas le ardían como si tuviese dos llamas encendidas en su interior, y
se dio cuenta de que a pesar de que sólo hacía treinta segundos que la conocía,
odiaba con todas sus fuerzas a Phoebe Aberlindt.
Se reunió con
Octavia y Valeria, y tal como había dicho, pasó la hora siguiente recomponiendo
su disfraz de antropóloga civil y asegurándose de que la servoarmadura, las
armas y la munición estaban limpias, en orden y bien empaquetadas. Mikael se
acercó a ellas portando sus propios enseres.
-Haced hueco- les
pidió.- El jefe dice que debemos estar listos para partir en media hora-.
-¿Dónde está?-
preguntó Valeria, acomodando una bolsa en el maletero.
-Hablando con el Interrogador
Kyrion. Lleva ya un buen rato poniéndole al corriente de la situación. Travis y
él están pasándole una copia de los planos y de los informes, o algo así-.
-Estoy deseando
irme de este lugar- murmuró Octavia.
-Yo también-
convino Mikael, apoyándose en la carrocería del todoterreno.- Ahora que toda la
acción ha terminado, la verdad es que empiezo a aburrirme-.
Alara no soportaba
la inactividad, de modo que fue a buscar a Tharasia para ponerse a su
disposición. Sin embargo, ya no había gran cosa que hacer. Se disponía a volver
al coche cuando vio que Mathias se le acercaba a paso ligero. No lo acompañaba Kyrion,
sino la Adepta Aberlindt.
-¡Hey!- la llamó.-
Menos mal que te encuentro. ¿Dónde está Octavia?-.
-Terminando de
meter sus cosas en el todoterreno, ¿por qué?- preguntó Alara, con una
entonación cuidadosamente neutra.
-Porque tiene que
enseñarle a Phoebe el templo pagano antes de que nos marchemos-.
La joven erudita
se giró hacia Mathias con expresión interrogante.
-¿Y ésta quién
es?- preguntó.- No me la has presentado-.
-¡Es Alara,
Phoebe!- rió Mathias.- Os he presentado junto al Valkyria, pero entonces
llevaba el hábito de Sororita y ahora se ha puesto las ropas civiles-.
-¡Oh!- exclamó
Phoebe, sorprendida.- Te ruego que me disculpes, Alara, no te había reconocido.
¡Esa caracterización es magnífica! ¿Ha sido cosa de la Octavia, la
Dialogante?-.
-Eh… sí- respondió
Alara.
-¡Ha hecho un
trabajo excelente!- exclamó Phoebe, sonriendo con aprobación.- Podrías pasar
por una mujer normal. Yo jamás hubiera pensado que eras la misma de antes- se
giró hacia Mathias y le dedicó una sonrisa cómplice.- Hay que ver, ¿eh?-.
-Si quiere
entrevistarse con la hermana Octavia, más vale que se dé prisa, Adepta
Aberlindt- le dijo Alara con una voz tan educada como carente de entonación.-
Le sugiero que me acompañe-.
Echó a andar hacia
el todoterreno mientras Phoebe la seguía. La chica parecía ansiosa por entablar
conversación.
-Así que Hermana Militante,
¿no? De la Rosa Ensangrentada-.
-Sí-.
-Yo estudié en el
Collegia Imperialis de Prelux. Estoy doctorada en Historia Antigua; Lord
Crisagon me reclutó por mi tesis acerca de la organización político-cultural de
la nobleza paliana de Prelusia y por mis conocimientos de paliano y montano
clásicos. La paleografía de este planeta puede ser un poco complicada de
descifrar-.
-Ajá-.
-Mathias me ha
hablado de vosotras tres. ¿No es increíble que os hayáis vuelto a encontrar?
Aunque desde luego no estáis exactamente como él se imaginaba-.
Alara no dijo
nada.
-¿Sabes? Conozco a
Mathias desde hace unos cuatro años y nos hemos hecho bastante amigos. Hablando
en confianza, me alegro mucho de que se haya vuelto a encontrar contigo, porque
el día en que me contó…
-¡Octavia!- la
interrumpió Alara, llamando un poco más fuerte de lo que era necesario.-
¡Octavia, por favor, ven!- gracias al Emperador ya estaban lo bastante cerca el
todoterreno, y Octavia se acercó mirando a la acompañante de Alara con
curiosidad.- Adepta Aberlindt, le presento a la hermana Octavia. Octavia, el
Legado Inquisitorial ha solicitado que la acompañes al templo pagano para
enseñarle lo más relevante que encontraras durante la inspección. Llévate a una
escuadra de la Guardia Imperial, por si acaso-.
-No será necesario-
dijo Phoebe, afable.- Nos acompañará el Adepto Molocai. Dymas es toda la
protección que necesitamos; percibiría cualquier peligro sobrenatural a
kilómetros de distancia-.
Alara se reservó
la opinión que le merecía la fiabilidad de un psíquico, por muy autorizado que
fuera.
-Llevaré a los
guardias de todas maneras- dijo Octavia.- En teoría, la fortaleza ya es segura,
pero nunca está de más extremar las precauciones. Acompáñeme, Adepta Aberlindt,
por favor-.
Alara las vio
marchar con un sentimiento que era a la vez resquemor y alivio. El animado
parloteo y los esfuerzos de la chica por hablar de temas personales había
conseguido ponerla de los nervios.
-¿Y bien? ¿De qué
va esto?-.
Alara se giró y
vio a Mathias detrás de ellas, mirándola con los brazos cruzados. Se esforzó
por mantener su fachada de serenidad.
-¿De qué va qué?-.
Él le hizo una
seña con el dedo y la alejó a propósito del todoterreno y de la multitud que se
afanaba en revisar los vehículos y sus cargamentos antes de partir.
-¿Por qué estás
tan rara? ¿Te pasa algo?-.
La furia de Alara
estalló de repente, como la tapa de una olla con demasiado vapor en su
interior.
-¿Quién era ésa?
¿Una de tus ex novias?-.
Mathias la miró
asombrado.
-¿Quién?
¿Phoebe?-.
-¡Sí, ésa? ¡Dime
la verdad, Mathias! ¿Es una de tus ex novias?-.
-No, sólo es una
amiga-.
-¡Júramelo en
nombre del Dios Emperador!-.
-Te… le lo juro,
ella y yo nunca hemos sido nada más que amigos- Mathias seguía desconcertado,
pero empezó a ponerse a la defensiva.- Oye, ¿se puede saber por qué estás tan
enfadada?-.
Aquella pregunta
indignó todavía más a Alara, entre otras cosas porque ella misma aún no había
conseguido encontrar una respuesta racional al intenso disgusto que Phoebe
Aberlindt le provocaba. Soltó lo primero que se le ocurrió, lo que más dolor le causaba.
-¿Qué le contaste
acerca de mí?-.
-¡Lo normal! No
sé, ¡todo! Que habíamos perdido a nuestras familias, que nos separaron de
niños, que te echaba de menos…
-¡Tú… tú no tenías
derecho!- exclamó Alara, rabiosa.- ¡No tenías ningún derecho a hablar de mí!
¿Quién te crees que eres para contarle mi vida a una desconocida?-.
-¡No podía
imaginar que algo así fuera a molestarte!- se defendió Mathias, molesto.-
¡Además, eran mis recuerdos sobre ti! ¿Ahora resulta que son un alto secreto
inquisitorial?-.
-¡Al parecer antes
lo eran, porque tú mismo me dijiste que no le habías hablado de mí a ninguna de
tus ex novias, porque yo era tu más preciado secreto!-.
-¡Ya te he dicho
que Phoebe no es mi ex novia, joder!- insistió Mathias, irritado.
-¿Y por qué le
hablaste de mí?-.
-¡Porque me sentía
triste y solo, y ella era mi amiga más íntima, la única en quien podía confiar!
¿Qué tiene eso de malo?-.
Alara le lanzó una
mirada envenenada.
-Si quieres, le
cambio el sitio en el todoterreno. Quizás te sientas más cómodo investigando
con tu nueva mejor amiga-.
-Tú eres mi mejor
amiga, Alara. De hecho, ahora mismo eres mucho más que eso-.
-¡Pero si acabas
de decir…
-¡Oh, por el
Trono, ya no recuerdo lo que acabo de decir!- exclamó Mathias, perdiendo los
estribos.- ¡Por favor, Alara, no me irás a decir que estás celosa de Phoebe!-.
El rostro de Alara
enrojeció de vergüenza e ira. Fulminó a Mathias con la mirada.
-¿Encima me vienes con ésas?
¡Vete a la Disformidad!-.
Dio media vuelta y se marchó con paso airado. La voz enfurecida
de Mathias resonó a sus espaldas.
-¡Muy bien,
lárgate! ¡Ya me avisarás cuando recuperes la cabeza!-.Alara regresó junto a Octavia y Valeria hecha una furia. Se sentía irritada, dolida, vulnerable y tonta, un cúmulo de sensaciones que la tenían tan desconcertada como molesta. Aquella situación en la que se había metido de repente le parecía desagradable y ridícula, y no tenía la menor idea de cómo manejarla. Hasta entonces había llevado una vida dura pero sencilla, una vida dedicada al combate, la oración y la meditación. La relación con sus hermanas era simple y diáfana; el bien y el mal, claros y delimitados. Su vida estaba ordenada por reglas, normas y horarios muy estrictos, pero fáciles de entender. Todo era como debía ser, todo tenía un motivo. Los conventos eran comunidades de mujeres que vivían en estrecha fraternidad y lo compartían todo.
¿Por qué las cosas con Mathias no podían ser así de sencillas? ¿Por qué tenía que haberse complicado todo?
"Y dice que estoy celosa. Menudo idiota".
¿Cómo explicarle que no se trataba de celos? Los celos eran una debilidad. Alara no era débil. Tenía que tratarse de otra cosa. Pero, ¿cómo explicárselo a él, si ni siquiera ella entendía lo que estaba sintiendo?
"Él debería comprenderlo" pensó. "Entiende de estas cosas más que yo. Debería verlo desde mi punto de vista, en lugar de pensar en esa... esa..."
Sacudió la cabeza, enfadada. El mero hecho de pensar en Phoebe Aberlindt le provocaba un desagrado casi físico, como si una hilera de arañas le corretearan por la piel. Aquel aspecto de muñequita delicada, su sonrisita complaciente, la forma en que se había arrojado a los brazos de Mathias al bajar del Valkyria... y encima, sabía quién era Alara. Era probable que incluso conociera lo de Galvan y la angustiosa separación que habían vivido ella y Mathias... Aquello era lo que la enfurecía más, que una desconocida que ni siquiera le gustaba estuviera al corriente de los detalles más dolorosos de su vida.
Bueno, aquello y lo del abrazo.
Fuera como fuese, se alegró cuando Octavia regresó del templo oscuro y Mathias dio orden de llevar a cabo el relevo. Al Interrogador Kyrion lo acompaña una compañía entera de la Guardia Imperial, que estaba de camino por la autovía. Así, daría tiempo a que todos los transportes blindados se retiraran de Shantuor Ledeesme y dejaran sitio para los nuevos. Melacton y Mathias calcularon los tiempos para que entre la marcha de la compañía de Travis y la llegada de la de Karstein no pasara más de media hora.
Aunque, por supuesto, Mathias se despidió personalmente de toda la cábala del Interrogador, incluída la Adepta Aberlindt.
-¡Menuda faena me dejas!- exclamó la joven, riñéndole en broma.- Hay mucho que descifrar y catalogar ahí abajo. Voy a tener que añadir un anexo a mi informe, y casi lo tenía terminado-.
-Después de ocho años trabajando, no creo que unos pocos días te supongan tanta diferencia, así que no te quejes- dijo Mathias con una sonrisa de complicidad.- ¡Quién iba a pensar que eras tú la que estaba encargada de ese informe! Qué callado te lo tenías...
Phoebe esbozó una sonrisa avergonzada y se encogió de hombros.
-Crisagon me ordenó no hablar con nadie del asunto-.
-Lo sé, lo sé. Pero dado que ya estoy al tanto de todo, espero que me dejes leerlo-.
-Te prometo que le pediré a Crisagon que me permita ponerte al corriente de todo. Creo que la información os será muy útil-.
-Buena suerte entonces. Y ten cuidado-.
Él la besó en la mejilla y ella le dio un nuevo abrazo. Alara, junto al todoterreno, lo observó todo con una cuidada expresión de indiferencia mientras en su interior imaginaba cómo sería sacar la pistola bólter y meterle un proyectil en la cabeza a Phoebe Aberlindt.
Acto seguido, Mathias agitó la mano como despedida general, se metió en el asiento de copiloto del todoterreno y ordenó a Mikael arrancar. El vehículo se puso en movimiento bajo la lluvia, y Alara observó a través de la ventanilla cómo dejaban atrás Shantuor Ledeesme sintiendo una mezcla de alivio y amargura. Aunque por fin estuvieran dejando atrás aquella fortaleza impía, aunque hubiera conseguido sobrevivir y derrotar a los blasfemos horrores que albergaba, era como si Ledeesme no la hubiera dejado marchar sin antes asestarle un último zarpazo.
El viaje se hizo largo y desagradable para todos. A pesar de que la lluvia ya no era torrencial y permitía circular, Mikael conducía más despacio que de costumbre para impedir que el vehículo patinara, lo cual hizo que tardaran casi cinco horas en llegar a Gemdall. Alara y Mathias estaban sumidos en un silencio hosco, y la hostilidad que flotaba en el ambiente los afectaba a todos. Octavia y Valeria se pusieron a leer placas de datos, Mikael se concentró en conducir y Alara se dedicó a mirar por la ventanilla mientras rezaba para sus adentros, una y otra vez, todas las letanías y oraciones que conocía. Evitó a propósito mirar a Mathias ni una sola vez y se concentró en el paisaje. La lluvia golpeaba el cristal de la ventanilla con un golpeteo monótono, y los campos embarrados tenían un aspecto triste y gris bajo el cielo plomizo, cubierto de nubes tormentosas hasta donde alcanzaba la vista. El conjunto tenía un aspecto deprimente, que encajaba bastante bien con el estado de ánimo de Alara. El único incidente que rompió la monotonía del viaje fue un pequeña retención provocada por el cierre temporal de un carril de la autovía. Varios operarios del Administratum supervisaban a un enjambre de servidores que con sus miembros biónicos implantados se afanaban en reparar una enorme grieta que había resquebrajado el carril. Había una máquina cementera y una apisonadora trabajando junto a los servidores, y la zona acordonada estaba custodiada por un bípode de la Guardia Imperial.
-¿Qué es eso?- preguntó Octavia.
-Un dinovermo notó las vibraciones de los coches bajo la autovía y trató de salir a cazar- respondió Mathias.- Ahora, con la tierra húmeda por la lluvia, llegan muy cerca de las carreteras. El bípode está para vigilar que ningún otro aparezca mientras los operarios estén trabajando-.
Octavia estuvo a punto de preguntar algo más, pero el silencio opresivo que flotaba en el vehículo hizo morir las palabras en su garganta antes de que brotaran. Bajó la mirada y volvió a concentrarse en la placa de datos.
Gemdall no podía ser más diferente de Prelux Magna. Era una ciudad radial, rodeada de un doble perímetro amurallado que estaba ocupado entre medias por un amplio terreno ajardinado. En la estación seca el lugar debía ser una zona de recreo, un parque en el que jugaban los niños y la gente paseaba o hacía deporte, pero ahora la zona estaba desierta, azotada por las lluvias, y el césped estaba completamente inundado. Los últimos veinte minutos del viaje tuvieron lugar frente a la puerta principal de la ciudad, en una larga fila de coches con los faros encendidos que avanzaban en lenta procesión.
Cuando finalmente pudieron entrar, una de las vías principales de la ciudad engulló el todoterreno. Los barrios exteriores eran los más humildes, pero a medida que se acercaban al distrito central, Alara comprobó que Gemdall era más agradable y acogedora que Prelux Magna. Casi todos los edificios de un estilo gótico posmoderno, estaban construidos con piedra blanca, gris o ladrillo claro, dando sensación de elegancia y luminosidad incluso bajo el crepúsculo tormentoso. Mikael condujo hasta el hotel Solaris, situado en un barrio residencial. Mathias había elegido cuidadosamente la ubicación, escogiendo un barrio tranquilo y poco problemático que estaba a media distancia entre el centro y el distrito portuario, allí donde los muelles fluviales y marítimos confluían. El recepcionista los recibió con amabilidad, les entregó las llaves de sus habitaciones y les entregó unos folletos turísticos de Gemdall, deseándoles feliz estancia. Mientras subían al cuarto piso, Mathias les concedió una hora para dejar los equipajes y darse un baño antes de bajar a cenar.
Alara acarreó su maleta hacia la habitación en silencio. Mientras deshacía el equipaje, evitó a propósito mirar a Mathias. Pronto oyó a sus espaldas correr el agua de la ducha tras la puerta cerrada del baño. Cuando salió, continuó dándole la espalda hasta que lo oyó vestirse. El silencio que reinaba en la habitación pesaba como una losa.
-¿No vas a bañarte?- preguntó Mathias finalmente.- Se está haciendo tarde-.
Alara se giró y lo miró inexpresiva.
-Voy a prescindir de la cena; necesito rezar y ayunar. Baja tú sólo-.
-Está bien- dijo él.- Como quieras-.
Se marchó sin una palabra más, cerrando cuidadosamente la puerta a sus espaldas.
Apenas Mathias se hubo marchado, Alara se metió en la ducha y abrió el chorro de agua fría. El choque térmico fue desagradable, pero sirvió para descargar la adrenalina que bullía en su interior. Cuando salió del baño envuelta en la toalla, tenía la piel azulada y tiritaba. Mientras se secaba, oyó que llamaban a la puerta.
-¿Quién es-.
-Ábreme, soy yo. respondió la voz de Valeria.
Alara abrió la puerta, sujetando la toalla contra su cuerpo.
-¿Qué haces aquí? ¿No tendrías que estar cenando?-.
-La verdad- dijo Valeria, entrando en la habitación- iba a hacerlo, pero me ha extrañado que no bajaras tú y he venido a ver qué te pasaba-.
-No me pasa nada-.
-Y un rábano- replicó Valeria, cerrando la puerta a sus espaldas.- ¿Te crees que estamos ciegas? Hasta Mikael se ha dado cuenta de que Mathias y tú estáis enfadados-.
-Eso no es asunto suyo- dijo Alara con sequedad, dejando la toalla a un lado y comenzando a vestirse.
-Puede ser, pero sí que es asunto mío. Eres mi hermana y mi amiga, y además soy una hermana Hospitalaria, lo cual significa que es mi deber ocuparme de la salud de todo el grupo. Tanto la física como la espiritual. Dime, Alara, ¿qué ha sucedido?-.
Alara no dijo nada. Le resultaba tan incómodo hablar de ello como difícil encontrar las palabras para explicarlo.
-Curioso el grupo que acompaña al Interrogador Kyrion- comentó Valeria, paseándose por la habitación.- No los envidio por tener que quedarse en el Shantuor. Yo no estuve en la recepción oficial porque estaba muy ocupada organizando el transporte de los heridos, pero Mikael y tú sí estuvisteis, ¿no?-.
Silencio.
-Dice Mikael que una de las adeptas saludó muy calurosamente a Mathias. Una buena amiga suya, ¿no? ¿Cómo se llamaba, Aberlindt?-.
Alara se giró hacia su amiga con los ojos en llamas.
-Déjame en paz, Valeria-.
Valeria la miró con tristeza.
-Como quieras, Alara. Pero creo que te haría bien hablar. Si me necesitas, ya sabes dónde estoy-.
Se dio al vuelta y salió de la habitación. Poco antes de cerrar la puerta, Alara habló.
-Valeria...
Su amiga se giró.
-Dime-.
-Entra-.
Valeria se acercó. Alara estaba sentada en la cama, cabizbaja. El cabello le caía hacia delante ocutándole ambos lados de la cara. Parecía abatida, como si un peso le cargara los hombros.
-No sé qué me pasa. No puedo explicártelo porque no lo sé-.
Valeria se sentó a su lado.
-¿Sabes al menos qué te ha enfadado y entristecido tanto?-.
-No lo tengo claro. Ella, supongo. Su mera existencia me parece fastidioso. Deberías haber visto cómo se le tiró al cuello cuando bajó del Valkyria-.
-Y sin embargo, dudo que sea eso lo que te ha indignado tanto- observó Valeria.- Octavia y yo también somos amigas de Mathias, y también le hemos abrazado. ¿Por qué, entonces, no estás furiosa con nosotras?-.
-¡Oh, vamos, no es lo mismo!- exclamó Alara, levantando al fin la cabeza para mirarla.- ¿Cómo se te ocurre? ¡Vosotras sois mis hermanas! ¡Os conozco de toda la vida, y él también! No es como si hubiérais intentado... -se tragó el resto de las palabras.
-¿Sí?- la animó Valeria.- ¿Intentado qué?-.
Alara volvió a apartar la vista.
-Ocupar mi lugar-.
-¿Tu lugar?- Valeria la miró con extrañeza.- ¿Qué quieres decir con eso? ¿Acaso la Adepta Aberlindt ha tenido un romance con Mathias?-.
-¡No, no lo ha tenido!- exclamó Alara exasperada.- ¡Ése es precisamente el problema! Todas las mujeres con las que Mathias ha estado le recordaban a mí, por eso se hizo su amante. Pero Phoebe Aberlindt es diferente, ella es... no sé cómo explicarlo, pero es todo... todo lo que él querría si no existiera yo. Es igual que él. Incluso durante el poco tiempo que los vi juntos me di cuenta de que ella le... le comprende. Porque son muy parecidos. Más de lo que él y yo seremos jamás. Y le ha hablado de mí, Valeria, ¡le ha hablado de mí! ¡Nunca le contó nada de mí a ninguna de sus amantes, ni a nadie, sólo a ella! ¡Yo era su secreto más preciado, pero a ella se lo contó!-.
Se calló angustiada, con un nudo en la garganta. Valeria la cogió de la mano.
-Tranquila, Alara. Te entiendo-.
-Ah, ¿sí?- Alara frunció el ceño.- ¿Y cómo es eso, si no me entiendo ni yo?-.
-Mathias ha compartido con Phoebe cosas que no ha compartido con nadie más. Y no ha intentado seducirla, lo que significa que ella le importa demasiado como para hacerle daño iniciando un romance mientras tú estuvieras tan presente en sus pensamientos. Lo que significa, a efectos prácticos, que ella es la amiga más íntima que ha tenido jamas, aparte de ti. La quiere por sí misma, no porque se te parezca. No es tu sustituta, sino una persona totalmente nueva y diferente para él. Por eso te sientes tan amenazada, Alara. Temes que te haya idealizado demasiado durante todos estos años y que si se da cuenta de que no eres como él imaginaba, si se siente desengañado, te deje de lado y se vaya con ella, que es más parecida a él y podría ser una opción mejor-.
Dos lágrimas furtivas cayeron de los ojos de Alara.
-Soy una hermana de batalla- dijo con voz ronca.- Mi cometido en la vida es servir a nuestro Divino Padre. Nada puede ser más importante que eso, ni siquiera Mathias. Ni siquiera yo. Él lo sabe, y lo acepta, o al menos eso me dijo. Pero la Adepta Aberlindt no está atada a ningún voto. Podría entregarse a él por completo, si lo quisiera. Podría casarse con él y darle una familia. Yo no-.
Valeria le apoyó la mano en el hombro.
-Todo eso es verdad, pero te olvidas de lo más importante. Él te ama a ti, no a ella. Si la hubiera querido, podría haberla tenido a lo largo de los cuatro años que estuvo en la cábala de Lord Crisagon, antes de conocerte. Y no lo ha hecho-.
-Entonces, ¿tú crees que si la hubiera cortejado ella habría aceptado?-.
-¿Quién sabe?- dijo Valeria, encogiéndose de hombros.- No tengo datos suficientes para contestar. Quizás ella lo ama en secreto pero no le dijo nada porque sabía que aún pensaba en ti. O quizás sólo lo ve como a un buen amigo, o quizás está enamorada de otra persona. En cualquier caso, eso no importa. Lo único que debe importante es lo que siente él. Y él te quiere a ti-.
Alara lanzó un cansado suspiro.
-Entonces, supongo que soy idiota y que lo he estropeado todo-.
-No eres ninguna idiota. Es normal que te sientas herida. La situación es compleja, y creo que Mathias tendría que haber tenido más cuidado a la hora de presentarte a la tal Phoebe Aberlindt. Debió dejar que os conociérais antes de contártelo todo. De esa manera, podríais haberos cogido aprecio la una a la otra, y ya no te sentirías tan amenazada por la situación-.
-¡Ja! ¿Es que crees que hubo alguna oportunidad?- preguntó Alara, mordaz.- ¡Si ella se le tiró al cuello nada más verle! ¡Y no paró de restregarme por la cara lo amigos que eran y lo mucho que él le había hablado de mí! Entre todo lo que Mathias le contó acerca de nosotros y lo que le habrá cotilleado el cretino del Adepto Udrian, esa chica debe estar ya al corriente de toda mi vida privada, ¡antes de que la conociera siquiera! Es asqueroso...
-¡Para, para un momento!- la interrumpió Valeria.- ¿Qué es eso que dices del adepto quién?-.
Alara lamentó no haberse mordido la lengua.
-Acadio Udrian- dijo de mala gana.- El compañero de laboratorio de Mathias. Se dio cuenta de que estábamos... juntos, y se lo contó a toda la cábala del Ordo Xenos-.
-Lo cual significa que ella lo sabía- dijo Valeria, pensativa.- Cuando llegó a Shantuor Ledeesme, ya sabía que eras una hermana de batalla, que eras el antiguo amor perdido de Mathias, y que estabas con él-.
-Ya, ¿y qué? ¿Pasa algo?-.
-No, nada- Valeria le dio un fuerte abrazo y se levantó.- No sufras más, Alara. Recuerda que todo está en manos de nuestro Padre, el Emperador. Si es su deseo que Mathias y tú permanezcáis juntos, nadie os podrá separar. Ni siquiera la Adepta Aberlindt-.
Alara asintió con energía.
-Tienes toda la razón-.
-Bueno, pues confía en Él entonces. Como siempre has hecho. ¿Quieres venir ahora a cenar?-.
-No; me quedaré aquí. Necesito rezar- Alara tomó a su amiga de la mano.- Gracias por todo, Valeria-.
Valeria sonrió con cariño.
-Arriba ese ánimo, hermanita-.
Cuando Valeria se marchó, Alara se arrodilló en el suelo del cuarto y se puso a rezar. Como siempre que estaba inquieta o angustiada, orar la tranquilizó más que ninguna otra cosa. Cuando terminó, faltaba poco para la hora de reunirse en el vestíbulo. Se vistió con los pantalones, el corpiño, las botas y la gabardina de cuero negro que Octavia había escogido para ella, despeinó su cabello con un gel fijador para disimular el corte de pelo reglamentario, y dejó la habitación.
Los demás ya estaban esperándola junto al mostrador de la recepción. Todos la miraron de una manera algo inquisitiva que le resultó desagradable, pero nadie hizo ningún comentario.
-Ya estoy lista- dijo.- ¿A dónde vamos?-.
Mathias la miró. Ya no parecía enfadado, sino triste.
-Al barrio portuario. Hay varios locales interesantes allí, y en muchos de ellos se reunen marineros y transportistas para intercambiar novedades. Es un buen sitio para empezar-.
Tomaron un taxi para dirigirse a la zona de bares. Era noche cerrada, y la lluvia golpeaba incesante en los cristales del vehículo. Llovía aún con más fuerza que cuando habían llegado a Gemdall.
"Maldita lluvia", pensó Alara. "Maldito monzón. En Galvan nunca llovía tanto".
Tras dejar atrás Shantuor Ledeesme, el viaje seguía como de costumbre. El plan inicial era llegar con antelación al convoy principal y hacerse pasar por civiles para tratar de captar información interesante entre los lugareños, y Gemdall era la primera parada oficial del trayecto. Cuando el taxi los dejó en la plaza Arven, centro neurálgico del barrio, Mathias dejó que Mikael los guiara. El asesino los llevó a un bar llamado Volinkas cuyo letrero luminoso estaba rodeado por imágenes de peces dwaif que saltaban persiguiendo pelotas doradas.
-¿Por qué aquí?- preguntó Octavia.
-Según he averiguado, es uno de los bares preferidos por los transportistas para tomar una copa después de cenar- respondió Mikael.
A esas horas, el local aún no estaba a rebosar. Mathias y Mikael pidieron amasec, y las tres Sororitas, refrescos sin alcohol. Se sentaron en una de las mesas más alejadas del equipo musical, donde podían escuchar las conversaciones de alrededor sin demasiadas dificultades. Alara estaba atenta a la mesa que tenía más cerca, pero no oyó nada de interés; se trataba de un transportista marino gordo y calvo lamentándose de haber perdido a uno de sus servidores en una galerna inesperada. Mathias prestaba atención a la mesa opuesta, bebiendo su amasec a sorbitos y hablando de vez en cuando con Valeria para disimular la escucha.
Pasó una hora. Alara comenzaba a aburrirse y a pensar que aquel local era una pérdida de tiempo, cuando vio que Octavia removía su refresco con la pajita y luego movía el vaso hacia delante; la señal convenida de que estaba escuchando algo que podía ser de interés. Al cabo de un minuto, la Dialogante se levantó, pidió otro refresco en la barra y regresó a la mesa, pero justo antes de sentarse trastabilló y su bebida se derramó a los pies de un grupo de hombres jóvenes que departían frente a varias jarras de cerveza.
-¡Oh, lo siento!- exclamó Octavia, consternada.- ¡Lo siento mucho! ¿Os he manchado?-.
Alara la miró de reojo. Suponía que su amiga había tropezado a propósito, aunque lo había hecho con tanta habilidad que nadie hubiera pensado que se trataba de algo fingido. Uno de los chicos, un hombre alto y robusto que llevaba el cabello castaño recogido en una coleta, fue el que primero le tendió la mano. Octavia lo eligió al instante como objetivo y esbozó una sonrisa cuidada que pretendía ser a la vez simpática, inocente y sensual.
-No pasa nada- dijo el chico.- ¿Estás bien?-.
-Sí, sí. Menos mal que no me he torcido el tobillo, ¡soy tan torpe! Con tan poca luz no he visto bien la pata de la silla-.
Aceptó la mano que le tendía el joven y se incorporó.
-Ha sido culpa mía- dijo él.- La he dejado demasiado apartada de la mesa. Me sabe mal que se haya perdido tu bebida, deja que te invite a otra-.
Una nueva sonrisa, entre pícara y tímida, apareció en el rostro de Octavia.
-Eres muy amable, pero no quiero causar molestias-.
-No es molestia- sonrió el joven, que parecía estar creciéndose al ver que sus amigos lo observaban.- Si te hubiera visto antes te hubiera invitado de todos modos-.
Octavia le devolvió la sonrisa y lo acompañó a la barra.
-Joder, tan inocente que parecía- masculló Mikael, viendo cómo se marchaban.
Alara, sin embargo, no estaba sorprendida. Sabía que la Cámara Dialogante entrenaba a las hermanas para que fueran capaces de desenvolverse en todo tipo de situaciones, incluso aquellas. Octavia no tení demasiada experiencia en aquel campo, pero era obvio que la había enseñado bien. Alara la vio reírse junto a la barra por algo que había dicho el joven, y cuando regresó se sentó junto a él en la mesa.
-Chicos, os presento a Flavia- dijo el chico, muy ufano.- Flavia, estos son Gareth, Claudius y Harlan-.
-Hola- sonrió Octavia, tomando un sorbo de su bebida.- Encantada de conoceros. Reen me ha dicho que sois transportistas como él-.
-Yo no- dijo Claudius.- Yo me dedico al transporte marítimo, no como todos estos marineros de agua dulce-.
Los otros rieron haciendo gestos de desdén.
-¿Quién querría aburrirse como tú tantos días en alta mar?- exclamó Gareth.
-Pasa una galerna en mi barco y ya veremos si te aburres. Además, ni que los transportistas os divirtierais tanto, todo el día rodando por la carretera...
-Joder, pues lo que vio Harlan ayer no tenía nada de aburrido- dijo Reen.
-¿Sí?- preguntó Octavia, curiosa.- ¿Qué vio?-.
-Acabo de contárselo a éstos- dijo Harlan- pero da igual, no me importa repetirlo. Anoche estaba yo haciendo la ruta Marlav-Gemdall, cuando se puso a llover de una manera infernal. Íbamos todos muy despacio porque encikma había retenciones; todas las carreteras secundarias estaban cortadas por la lluvia y habían desviado a todo el mundo a la autovía. Y entonces, más o menos a la altura del desvío hacia el Paso de Kyrna, cuando ya llevábamos más de cinco minutos parados y estaba más aburrido que una ostra, vi una... una especie de luz verde en el cielo. Lejos, al este. Se reflejaba en las nubes como un holoproyector, y parecía una especie de ocho invertido. Y no fui el único que la vio; otros conductores también lo hicieron. Algunos se bajaron de los coches para mirar. Estuvo flotando en el cielo unos minutos y luego desapareció-.
-¡Qué cosa más rara!- exclamó Octavia.- ¿Y qué podría significar ese ocho tan raro?-.
-La Marca de Padre- dijo Reen con solemnidad.
Alara se esforzó por no mostrar reacción alguna y fingir que seguía escuchando la anécdota ficticia que relataba Mathias.
-¿La Marca del Padre?- preguntó Octavia con extrañeza.
-Eres un flipado- se burló Gareth.
-Todo lo flipado que quieras- dijo Reen.- Pero según las historias que me contaba mi abuela cuando era un crío, el ocho invertido es la Marca del Padre. Representa un dinovermo comiéndose a sí mismo-.
-¿A qué padre se refiere, al tuyo?- preguntó Gareth con una sonrisa sardónica.
-No sé. Supongo que al Emperador, porque decía que el Padre es el gran dios que nos protege y nos juzga-.
Gareth y Claudius se rieron.
-¿Y por qué iba el Dios Emperador a poner un dinovermo en el cielo?- preguntó Claudius, burlón.
Reen se rascó la cabeza.
-La verdad es que no me acuerdo, tío. Yo era muy enano cuando me contaban esos cuentos. Pero me parece recordar que era una especie de aviso-.
-Dime, Reen, ¿vive todavía tu abuela?- preguntó Octavia.
-Sí. Tiene ochenta años y ya no sale del pueblo por culpa de sus achaques, pero vive. ¿Por qué lo preguntas?-.
Octavia esbozó su sonrisa más encantadora.
-Porque estoy estudiando Antropolgía en el Collegia de Prelux Magna y voy a hacer el trabajo de final de licenciatura acerca de las leyendas y tradiciones vermixianas. Me interesa mucho escuchar las tradiciones orales de los distintos pueblos para ver en qué se parecen y en qué se diferencian las historias. ¿Crees que tu abuela querría hablar conmigo y contarme sus historias?-.
-Ah... bueno, yo... -Reen parecía sorprendido por la petición.- Sí, claro, me imagino que no tendrá ningún problema. Si se acuerda, claro, ya te digo que está mayor. ¿De verdad quieres hablar con ella?-.
Octavia se encogió de hombros en un gesto de timidez. Alara cada vez estaba más sorprendida; a pesar de que se trataba de su primera misión de campo sin supervisión, su amiga estaba interpretando el papel de estudiante curiosa y tímida a la perfección.
-Sí, sería muy útil para mi trabajo. Si a ti no te importa, claro-.
-¡Cómo me va a importar!- Reen le dedicó una sonrisa insegura, como si estuviera intentando calibrar en qué punto de la conversación el interés de Octavia se había desviado de él para centrarse en su abuela.- Vive en Romwall; está a un par de horas de aquí. Se llama Elsa Brümmer. Te daré su dirección-.
El rostro de Octavia era la misma imagen de la inocencia y la dulzura.
-Muchas gracias, Reen-.