A fe y fuego

A fe y fuego

viernes, 12 de junio de 2015

Capítulo 12




A.D. 828M40. Randor Augusta (Kerbos), Sistema Kerbos, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.


-Muy bien, alumnos; hemos terminado la clase. Tienen media hora de recreo-.
En un colegio imperial normal, ese sería el pistoletazo de salida para que los niños se levantaran en tropel y corrieran hacia la puerta gritando de alegría, pero no en la Schola Progenium. El nutrido grupo de muchachos de doce años que ocupa el aula, todos vestidos con uniformes grises, se ponen en pie al mismo tiempo y de forma ordenada dejan sus pupitres para dirigirse en paso de formación hacia la salida. El primero de ellos es un muchacho fornido, de setenta kilos de peso y un metro sesenta de altura, llamado Jenx Merhys.
Mathias Trandor odia a Jenx Merhys con toda su alma, y no es el único. Se trata de un chico cruel y fanfarrón, mejor provisto de músculos que de cerebro, que disfruta pavoneándose por ser el mejor en lucha cuerpo a cuerpo y se burla de los niños listos y menudos como Mathias. Se mete con quien le da la gana, pelea a golpes contra todo el que lo desafía, y su cohorte de aduladores lo secunda en todas sus fechorías. Todos los que no pertenecen a su séquito le tienen miedo. Los abades instructores lo saben, pero no son partidarios de inmiscuirse en las rencillas de los chicos a no ser que peligre gravemente la integridad física de algún alumno. Como la futura élite del Imperio de la Humanidad, los progénitos deben aprender a valerse por sí mismos y a librar sus propias batallas, sin esperar que haya continuamente un profesor detrás de ellos para salvarlos.
Sin embargo, el odio de Mathias por Jenx es mucho más personal que en el caso de otros niños. No sólo porque es uno de sus blancos favoritos y tiene bronca asegurada cada vez que responde el primero en clase y saca las mejores notas, lo cual sucede a menudo, sino por algo que sucedió dos años atrás. Mathias tenía diez años por aquel entonces, llevaba dos en la Schola Progenium, y aunque había conseguido hacer algunos amigos y se adaptaba con docilidad a la férrea disciplina, en el interior de su alma seguía desatándose un infierno. Echaba muchísimo de menos a sus padres y a sus hermanos; a veces pasaba noches enteras sin dormir pensando en ellos, y cuando conseguía cerrar los ojos la Matanza de Galvan volvía a desarrollarse ante ellos en forma de pesadilla. Y también echaba de menos a Alara. Nunca había podido olvidar a su amiga, a su ángel, a la compañera con la que tantos momentos felices había pasado. La hermosa amistad que habían compartido no podía compararse a ninguna de las relaciones que tenía en la Schola, por más que algunos niños se hubiesen convertido en amigos cercanos. La echaba tanto de menos, que el anhelo por verla se había vuelto casi insoportable, y tras pensárselo mucho decidió saltar el muro de la escuela de las chicas para hacerle una visita. Sólo quería verla, hablar con ella, decirle que la seguía queriendo más que a nadie en el mundo ahora que su familia ya no estaba con él. Había aprovechado el tronco de un viejo árbol seco que se alzaba a pocos metros del muro para trepar, y estaba a punto de conseguirlo, cuando el bastardo miserable de Jenx Merhys le había visto y había corrido a chivarse a uno de los celadores. Habían ido a por él y lo habían obligado a bajar; Mathias se había asustado tanto que había perdido pie y caído al suelo desde lo alto, rompiéndose un brazo. Apenas lo tuvo entablillado y curado, le habían arrastrado al poste de castigos para darle diez latigazos a la vista de todos los alumnos. El dolor había sido horrible, pero la humillación había resultado aún peor. Jenx y sus secuaces estaban en primera fila, sonriendo burlonamente cada vez que gritaba de dolor.
Mathias sale el último y se dirige al patio, pero cuando pasa junto a los baños unos cuchicheos llaman su atención. Lleno de curiosidad, entra y ve a Arthur, Tobías y Gerlad, tres compañeros de clase, haciendo corrillo mientras miran algo con mucho interés. Los tres levantan la mirada sobresaltados cuando le oyen entrar.
-¡Trandor, eres tú!- exclama Arthur.- ¡Qué susto nos has dado!-.
-¿Y eso?- pregunta Mathias, acercándose.- ¿Qué estáis haciendo?-.
Los tres muchachos parecen reticentes, pero él se acerca con decisión estirando el cuello y ve lo que estaban mirando: unas láminas que representan mujeres completamente desnudas en poses provocativas. Mathias abre mucho los ojos, atónito.
-¿De dónde habéis sacado eso?-.
Gerald ríe con una risa nerviosa.
-El profesor de matemáticas los tenía escondidos en su despacho. Los vi por casualidad cuando me mandó a buscar un libro que se había dejado mientras dábamos clase y cogí algunas-.
-Como se entere de que se las has robado te la vas a cargar-.
-No se enterará si nadie se chiva- dice Gerald, ceñudo, mirándolo con fijeza.- Pienso devolverlas antes de que se dé cuenta de que no están. Además, tenía muchas-.
-Si no quieres que me chive déjame verlas- exige Mathias.
Los otros tres se hacen a un lado de mala gana. Mathias observa los dibujos; jamás ha visto mujeres como esas. Por un instante se le aparece en la mente la imagen de Alara y se pregunta cuánto habrá cambiado en esos cuatro años, y si acaso las formas de su cuerpo se parecerán a las de las mujeres que está contemplando. El pensamiento es tan perturbador que lo aleja de su mente de inmediato mientras nota cómo las mejillas se le ruborizan. Y entonces, tiene una idea. Mientras pasa las láminas, se guarda con disimulo una de ellas bajo los pliegues de la túnica.
Cuando sale de los baños, el pasillo está vacío. Mathias se dirige sigilosamente hacia la zona de los dormitorios, rogando al Emperador que nadie lo descubra. Él no debería estar por allí a esas horas, y si por algún motivo lo registran y le descubren la lámina, sabe que sin duda se llevará una paliza, y de las gordas. Sin embargo, consigue pasar inadvertido hasta llegar a los dormitorios, y una vez allí busca el de Jenx Merhys. No sabe cuál es su cama, pero le basta investigar un poco para averiguarlo; todos los estudiantes guardan sus efectos personales en la cajonera que hay bajo la cama, y Mathias recuerda que Jenx tiene la costumbre de escribir su nombre a lápiz en la contraportada de sus libros de texto. Cuando halla su cajonera, levanta la túnica de repuesto y la toalla y esconde la lámina debajo. Luego, se marcha tan sigilosamente como ha entrado.
Minutos más tarde, poco después de que acabe el recreo, el celador jefe encuentra en su despacho una nota que alguien le ha pasado por debajo de la puerta. Tras leerla, frunce el ceño y se encamina con uno de sus subalternos hacia la zona de dormitorios. Aquella misma noche, cuando acaban las clases, los celadores ordenan a los alumnos reunirse en el patio para presenciar un castigo. Mathias hace un esfuerzo para mostrarse sorprendido cuando ve cómo arrastran a un atónito y asustado Jenx Merhys para amarrarlo al poste de castigos.
-Por conducta indecorosa contraria a las normas de la Schola, diez azotes- proclama el celador, y comienza a golpear con la vara la espalda desnuda del muchacho.
Jenx trata de mantenerse firme, pero al tercer golpe se pone a gritar, y al quinto está llorando y suplicando. Su patetismo es tan grande que todos pueden sentir cómo a cada golpe el prestigio y la ferocidad del muchacho se derrumban cada vez más, hasta que todos los que antaño lo temían le señalan con una mueca de desprecio sin mostrar compasión alguna.
Y delante de todos, con los brazos cruzados y alzando la barbilla de forma desafiante, está Mathias Trandor, que mira a los ojos de su malogrado enemigo y esboza una sonrisa de suficiencia.



A.D. 844M40. Autovía Prelux-Gemdall (Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.


Las puertas de la ciudad colmena estaban abiertas de par en par cuando la expedición las cruzó y emergió al exterior. Para Alara fue casi desconcertante dejar atrás la sombría mole de la ciudad colmena y salir a la luz y al espacio abierto. Por un momento, se sintió casi deslumbrada.
No era para menos; el contraste no podía ser más evidente. Para alcanzar la salida sur, habían tenido que descender al nivel inferior de Prelux Magna. Alara jamás había estado en el nivel inferior de una ciudad colmena, y lo que veía a medida que iban descendiendo la llenaba de asombro y consternación. El Sector Eclesiástico estaba en el nivel medio, donde el sol alumbraba, el cielo era visible y las calles donde vivían las clases medias presentaban un aspecto y unas dimensiones aceptables. Pero cuando descendieron al nivel inferior, todo se volvió diferente. Durante la última hora de trayecto, el todoterreno comenzó a recorrer calles oscuras y estrechas a las que jamás llegaba la luz del sol. Allí abajo el aire fresco era sólo una ilusión, y el cielo, una maraña de acero, cables y cristal que ascendía en espiral centenares de metros arriba hasta confundirse con la bruma mortecina que exudaban los respiraderos y tubos de ventilación de los niveles superiores. En las calles, la limpieza brillaba por su ausencia; el suelo estaba lleno de manchas de aceite, papeles arrugados, latas vacías y restos de basura, que los contenedores malolientes y rebosantes apenas podían contener. Todos los edificios eran grises y sombríos, sin ornamentación alguna; sólo los menos paupérrimos, la mayoría de ellos empresas y fábricas, tenían simbología imperial grabada en la piedra de sus muros. Los habitantes del nivel inferior eran todos obreros, pobres y miserables, vestidos con túnicas y trajes raídos cuya gama de colores no variaba del gris oscuro, el marrón pardo y el verde pútrido. Hombres, mujeres y niños se arrastraban de un lado a otro al ritmo que les marcaban las sirenas de las fábricas; todos sin excepción mostraban una expresión de cansancio y desdicha en sus rostros estrechos y alargados.
-Pero, ¿qué es esto?- preguntó Alara, horrorizada.- ¿Qué le pasa a esta pobre gente?-.
Mikael Skyros lanzó un bufido de desdén.
-Usted no sale mucho de su convento, ¿verdad, hermana?- Mathias le dio un codazo.- Quiero decir, Alara-.
-Pues no- respondió Alara, molesta.
-Ya se nota. Lo que está viendo no es más que la vida diaria de billones de ciudadanos del Imperio; todos los que tienen la desgracia de nacer en los niveles más bajos de las ciudades colmena. Los obreros de las fábricas, los técnicos de limpieza, los pescadores y estibadores… en definitiva, los desharrapados. Nadie se preocupa por ellos, y ellos se contentan con sobrevivir día a día-.
-Eso no es cierto- protestó Octavia.- La Eclesiarquía se preocupa de todos los ciudadanos, y el Administratum tiene la obligación de asegurar unos requisitos mínimos vitales para todo el mundo-.
Mikael se encogió de hombros.
-Usted… Tú misma estás viendo lo que hay, her… Octavia. Una cosa es lo que el Administratum debería hacer, y otra lo que realmente hace. En la práctica, muchos gobernadores planetarios están corruptos, y prefieren favorecer a sus poderosos aliados de la nobleza y sus empresas en detrimento de las clases más bajas-.
Alara frunció el ceño. No le gustaba que Mikael acusara tan abiertamente de corrupción a un gobierno imperial, pero la verdad que aparecía ante sus ojos era innegable. Las clases bajas de Prelux Magna vivían en la miseria.
-Pero esto es intolerable. Nadie puede vivir así-.
Mikael lanzó una amarga risotada.
-Pues si crees que esto es lamentable, deberías entrar en la subcolmena. El nivel inferior es lujoso comparado con lo que encontrarías allí. Claro que en la subcolmena sólo vive lo peor de lo peor: mutantes, criminales, mendigos y demás deshechos sociales. No es lugar para una hermana de Sororitas, a menos que lleve consigo un lanzallamas-.
En ese momento, Alara se fijó en algo que había sido escrito en un muro con pintura negra. DICEN QUE EL EMPERADOR ES NUESTRO PROTECTOR, PERO SU GOBERNADOR ES NUESTRO OPRESOR. Iba firmado por las siglas “ML”.
-¿Qué es eso?- exclamó Alara, indignada.- ¿Qué significa ML?-.
-“Movimiento Libertador”- contestó Mathias.
-¿Y lo dices tan tranquilo? ¡Esa es una proclama contra el Imperio!-.
-Je, como si fuera la única- dijo Mikael, sarcástico.- Sigue atenta a las pintadas y verás bastantes más. Los operarios del Administratum borran todas las que pueden, pero no dan abasto-.
Efectivamente, a medida que circulaban a través de las calles, Alara fue viendo nuevos mensajes en las paredes, los muros y las puertas de los comercios, siempre escritos con pintura negra o roja: ABAJO LAS CUOTAS. GOBERNADOR CORRUPTO CÓMPLICE DE NOBLES EXPLOTADORES. CUANDO LOS NOBLES PERDIERON LA GUERRA CONTRA EL IMPERIO NOS VENDIERON A UNA BANDA DE LADRONES. NUESTRA NOBLEZA HA SIDO SOMETIDA POR EL IMPERIO Y YA NO DEFIENDE NUESTRAS TRADICIONES. Cada mensaje hacía que su indignación aumentara.
-¡Eso es intolerable!- exclamó.- ¿Por qué lo estamos permitiendo? ¡Esto está lleno de proclamas subversivas!-.
Mikael no se inmutó ante su cólera.
-Si vas a tener que fingir que no eres una Hermana de Batalla, más vale que empieces a replantearte un poco tu forma de actuar. Tienes que comprender que esos mensajes son fruto de la desesperación. Los obreros de Prelux Magna siempre han vivido mal, pero lo tienen aún peor desde que este planeta fue ascendido a Mundo Imperial. Los impuestos han subido, y los pillajes causados por la piratería espacial y plantearía hacen que las ganancias de las empresas no sean suficientes como para pagar esos impuestos y mantener el nivel de vida al mismo tiempo. Así que los empresarios ricos han decidido elevar las cuotas de producción, con el consiguiente aumento de las jornadas laborales, sin subir los sueldos. Por eso hay tantas protestas últimamente; los obreros están hartos de cuotas. Trabajan el doble a cambio de lo mismo y sienten que el Gobierno que debería poner freno a los abusos ignora sus necesidades, lo cual es verdad-.
Alara iba a darle una respuesta airada, cuando Valeria la contuvo poniéndole una mano en el hombro.
-Alara… en parte, tiene razón-.
-¿Sólo en parte?- ironizó el asesino, y un nuevo codazo de Mathias lo hizo callar.
Alara miró a su amiga con incredulidad. Valeria le devolvió una mirada triste.
-Todas las cámaras del Sororitas somos igualmente necesarias- explicó.- Y cada una de ellas recibe adoctrinamiento en una virtud diferente, si bien todas tenemos en común nuestra fe en el Sagrado Emperador. A vosotras, las Militantes, os adoctrinan en la ira justiciera, para poder combatir a muerte a los enemigos de la Humanidad. A las Hospitalarias, en cambio, se nos instruye en la compasión. Nuestra misión es llevar la sanación y el alivio a los heridos, los enfermos y los miserables, y `por eso precisamente soy capaz de ponerme en el lugar de estas gentes. Míralos, Alara- extendió la mano, señalando con un gesto a los famélicos obreros que miraban de reojo el convoy.- Son pobres, apenas tienen lo justo para comer, y trabajan hasta el límite de sus fuerzas. Muchos están enfermos, o ven enfermar a sus hijos, pero no tienen dinero para pagar a un médico. El Administratum debería haber informado a la Eclesiarquía de esto; las Hospitalarias deberíamos estar aquí. Si el Gobierno les sube las cuotas de producción, se niega a subirles los salarios, y encima no les llega ningún tipo de ayuda, ¿qué esperas que piensen?-.
-La verdad es que algo de eso hay- repuso Mathias.- Lord Bernard Wargram es ambicioso, eso lo sabe todo el mundo. Quiere medrar a toda costa, pero para conseguirlo necesita el apoyo de la nobleza, tanto imperial como local. Los nobles de este planeta son dueños de grandes corporaciones empresariales que se dedican a explotar los recursos naturales de Vermix y a manufacturarlos en las fábricas. La mano de obra barata les conviene, y se dedican a sobornar a Lord Wargram para que legisle a su favor, ignore las peticiones del pueblo llano y envíe a los arbitradores a sofocar cualquier protesta o rebelión al respecto. Su deber como Gobernador Planetario sería mantener un equilibrio entre ambas partes; conseguir que los nobles empresarios tengan los máximos beneficios pero procurando al mismo tiempo una vida digna a las clases más humildes. Pero no lo está haciendo; sólo actúa a favor de los que le proporcionan algún beneficio. Y debo admitir que esta actitud no es del todo infrecuente a lo largo de nuestro Imperio-.
Alara se quedó pensativa. Las palabras de Valeria y Mathias la había hecho reflexionar.
-Pero entonces, tendríamos que pararle los pies a Lord Wargram- dijo finalmente.- Si lo que contáis es cierto, él y los nobles corruptos están empujando al pueblo a la herejía y la sedición con sus prácticas abusivas. El Emperador protege, cuida de todos sus hijos por igual; ¡Él no querría esto! ¿Por qué el Obispo Theocratos no hace algo? ¿Por qué no habla con el Gobernador?-.
-Según me ha contado Bruno, sí que lo ha hecho- respondió Mathias.- Y, por supuesto, Lord Wargram lo recibe siempre de inmediato y lo escucha con gran amabilidad. Se muestra de acuerdo con él, afirma que la situación es preocupante… pero se niega a darle un sólo trono de más para financiar obras caritativas amparándose en las malditas cuotas, y no suelta más que cortesías huecas y promesas vanas que no acaban llegando a ninguna parte-.
Alara recordó a Bernard Wargram, a quien había visto el día de la presentación de armas en el Sector Gubernamental; un hombre seco, enjuto y pomposo, tan seguro y orgulloso de su estatus superior que sólo la cortesía le impidió tratar con condescendencia a la Palatina Sabina. Aquel hombre y su caterva de nobles emperifollados le habían dado mala espina desde el primer momento.
-Alguien tendría que acabar con ese Wargram por explotar a esos pobres ciudadanos- siseó.
-Espero que no seas tú- dijo Mathias, girando levemente la cabeza para mirarla con una expresión de reproche.- Me dolería mucho que fueras ejecutada por magnicidio. El Gobernador Wargram no está incumpliendo ninguna ley, ¿entiendes? Faltaría más. Lo que hace es aceptar sobornos a cambio de que esas leyes que no incumple beneficien exclusivamente a sus aliados. Y mientras Vermix esté en paz y pague los impuestos que correspondan, al resto del Administratum y al Adeptus Terra les importa un ardite qué sea de los ciudadanos-.
-Por eso el Movimiento Libertador está promoviendo protestas y extendiendo proclamas subversivas- apuntó Octavia.- Sin duda creen que si los ciudadanos de Vermix se rebelan contra el Imperio el Gobernador será cesado de su cargo, y los nobles abusadores caerán en desgracia-.
-Tu amiga sí que lo ha captado bien- apuntó Mikael.- En algo se nota que es Dialogante-.
-Pues entonces, lo que hay que hacer es derrocar al Gobernador por otros medios- dijo Alara.
-¿Qué medios?- suspiró Valeria.
-Ascenso- dijo de repente Octavia.
Todos se volvieron a mirarla, a excepción de Mikael Skyros, cuya vista permanecía fija en la carretera. A lo lejos se distinguía ya la puerta sur de Prelux Magna.
-Es una técnica básica de la diplomacia política- explicó Octavia, muy ufana al verse de repente convertida en el centro de atención.- Cuando quieres quitarte de encima a alguien importante, pero ocupa un cargo demasiado alto como para poderlo hacer de manera violenta o arbitraria, lo asciendes a un puesto superior de gran honor, pero de poca actividad práctica. De ese modo, su honor no queda en entredicho, el tuyo tampoco, y te lo quitas de en medio. El planeta Vermix está atrasado cultural y tecnológicamente respecto a otros planetas del Sector. Es peligroso, primitivo y aunque posee recursos naturales valiosos, es más pobre que la media. Me juego lo que sea a que si el Gobernador Wargram se ha dado tanta prisa en promover su ascenso de Mundo Imperial es porque está deseando que lo asciendan y lo envíen a otro destino con más empaque-.
-Todo eso está muy bien, pero quitar de en medio a Lord Bernard Wargram no solucionaría el problema- replicó Valeria.- Porque seguiría estando el escollo de los nobles. Los empresarios y su red de intereses continuaría intacta, y el siguiente gobernador no tendría más remedio que congraciarse con ellos para poder gobernar en paz. Es el pez que se muerde la cola, ¿lo comprendéis? Los nobles no van a ser juzgados ni condenados por sus abusos al pueblo porque Lord Wargram no lo permitirá. Con lo cual seguirán siendo poderosos y mantendrán su red de intereses intacta, con lo cual serán fuertes para condicionar la política de este gobernador y de cualquier otro que venga-.
Alara frunció el ceño y se cruzó de brazos. Tenía la desagradable sensación de que si algo no lo remediaba tarde o temprano los Arbitradores y las Fuerzas de Defensa Planetaria deberían sofocar una revuelta orquestada por los más pobres y descontentos. Morirían agentes imperiales, morirían obreros, y los únicos que saldrían airosos serían los veraderos instigadores de la revuelta: Lord Wargram y su cohorte de nobles corruptos.
Poco a poco, el todoterreno dejó atrás el círculo verde que rodeada Prelux Magna y los suburbios que se extendían más allá, y continuó bordeando la costa durante un buen rato antes de desviarse hacia el interior en dirección noreste. Las colinas se erguían al fondo como remate del paisaje, envueltas en niebla. Antes de dirigirse al interior, Alara se fijó en que algunas ciudades industriales costeras estaban rodeadas de alambradas con torretas erizadas de ametralladoras y cañones láser.
-¿Temen una invasión?- quiso saber.
-Lo que temen son los dinovermos- respondió Mathias.- Las vibraciones de las factorías los atraen como la miel a las moscas. La ciudad tiene cimientos de hormigón armado, pero es necesario proteger el perímetro por si alguno de ellos decide emerger a las afueras y aproximarse por la superficie-.
-¿Tan cerca de la civilización llegan?- preguntó Octavia, inquieta.
-Han llegado hasta Prelux Magna, con eso te lo he dicho todo. Los muy malditos se cuelan por el enrejillado de las alcantarillas cuando aún son jóvenes y engordan en los túneles atrapando a los mendigos y mutantes de la subcolmena que pululan por allí, y de vez en cuando a algún operario imperial. Lord Crisagon ha estado estudiando algunos de esos incidentes últimamente; el más reciente la semana pasada, sin ir más lejos-.
Alara, de manera inconsciente, se encontró deseando que el Adepto Acadio fuera uno de los encargados de aquella investigación y acabara sus días en la barriga de un dinovermo.



Caía la tarde cuando llegaron a Karlorn, una pequeña capital comarcal de cien mil habitantes que se hallaba a quinientos kilómetros de Prelux Magna. Aquella ciudad no formaba parte del itinerario oficial de la expedición, pero se detuvieron en ella de todas maneras. Mathias había tomado sobre la marcha la decisión de detenerse allí al caer en cuenta de un detalle.
-No lo había pensando porque hemos estado demasiado ocupados con los preparativos de la expedición- dijo.- Pero el convoy es demasiado llamativo. No sólo por el número de transportes blindados que lo forman, sino por su aspecto. Convendría que los Rhinos y el Inmolator, en lugar de los colores tan llamativos y reveladores propios de la Rosa Ensangrentada, la Eclesiarquía y el Adeptus Mechanicus, fueran pintados en tonos de camuflaje más discretos, como los de la Guardia Imperial. Vamos a ocuparnos de esto en Karlorn, la ciudad donde pasaremos la primera noche. Puede que nos retrase un poco pero creo que valdrá la pena-.
Dio órdenes por su comunicador al Salamandra de la Guardia Imperial, que transmitió las órdenes al resto de los vehículos. Una vez llegaron a Karlorn, Mathias -que había relevado a Mikael como conductor- condujo hasta el cuartel general que las Fuerzas de Defensa Planetaria tenían en la ciudad, para avisar de la llegada del convoy y prepararlo todo.
Al salir de Prelux Magna algunos débiles rayos de Cadwen Astrum conseguían atravesar el cielo gris. En Karlorn, por el contrario, el cielo estaba totalmente encapotado. A la entrada del cuartel general los detuvo un oficial de guardia de aspecto cansino que se mostró prepotente y desconfiado hasta que Mathias sacó el Sello Inquisitorial. Al instante, el oficial palideció, saludó en posición de firmes, y no sólo permitió el paso al todoterreno sino que escoltó personalmente al Legado y su séquito a presencia del comandante de la guarnición.
A Alara le daba la sensación de que Mathias comenzaba a disfrutar sintiéndose tan importante. Saludó con corrección al comandante, le habló del convoy que se aproximaba y pidió alojamiento para todos sus miembros, así como la puesta a su disposición de todo el material y la mano de obra necesarios para cubrir los transportes blindados con una capa ligera de pintura de camuflaje.
-Por supuesto, la base entera y toda su dotación quedan a su disposición, señor- se apresuró a responder el comandante.- Pero debo prevenirle que una capa ligera no aguantará mucho; a los pocos meses comenzará a descascarillarse; menos si tiene que soportar malas condiciones atmosféricas-.
-No importa- respondió Mathias.- No quiero que sea permanente. Es sólo para poder continuar nuestro viaje de una manera más discreta-.
-Daré la orden en cuanto lleguen los vehículos del convoy-.
-Muchas gracias- respondió Mathias.
-Si desea que le mostremos sus habitaciones y las de su séquito…
-No será necesario. Mi séquito y yo dormiremos fuera del cuartel. ¿Puede usted recomendarnos una buena hospedería?-.
Una hora más tarde, todo el cuartel de las FDP andaba revolucionado: los que no se afanaban en buscar alojamiento para el séquito Inquisitorial o en aclimatar habitaciones para los miembros del convoy, se maravillaban viendo penetrar en el patio del recinto una cabalgata de vehículos blindados imperiales como jamás habían visto. Alara se regocijó interiormente al ver las caras de asombro, temor y admiración de los soldados al ver descender de los Rhinos al padre Bruno, a la Ejecutora Tharasia y a Ophirus Crane. Hubiera sido difícil discernir cuál de ellos les impresionaba e intimidaba más.
Aún quedaba mucho hasta la hora de cenar. El padre Bruno, como predicador de la Eclesiarquía, no portaba una gran cantidad de enseres personales en su equipaje, de modo que Alara supuso que estaría libre para hablar con ella antes de que tuviera que retirarse al hostal con el resto del séquito. Lo abordó poco después de que intercambiara unas palabras de cortesía con el comandante de la base.
-Padre Bruno- lo llamó.- ¿Puedo hablar un momento con usted?-.
-Por supuesto- contestó Burno.- ¿En qué puedo ayudarla, hermana?-.
-Necesito que me oiga en confesión-.
-Bueno… he traído a dos confesores conmigo- titubeó Bruno, algo sorprendido.
-Lo sé, padre, pero dado que como predicador también ha ostentado el cargo de confesor y por lo tanto puede dar la absolución… preferiría que me oyera usted. El tema del que tengo que hablarle es de naturaleza… privada y personal-.
Al instante, se dio cuenta de que el interés y la curiosidad destellaban en los ojos de Bruno.
“Ahora entiendo por qué es amigo de Mathias” pensó Alara. “Él hubiera reaccionado exactamente igual ante cualquier misterio”.
-Venga conmigo- dijo él.- En aquellos bancos de allá podremos hablar en privado-.
Condujo a Alara a unas bancadas que se encontraban al otro extremo del patio. Cerca de allí había dos soldados haciendo guardia, que desaparecieron de inmediato cuando el padre Bruno los despidió con un gesto de la mano. Una vez solos, él y Alara se sentaron.
-Escuchadme, padre, pues requiero la Misericordia del Emperador- dijo Alara.
-La Misericordia del Emperador es grande, hija. ¿Cuáles son tus pecados?-.
-Bueno… -ella vaciló.- En realidad no… no creo que se trate de ningún pecado. Es más bien una situación de… hum, necesidad de guía espiritual. Estoy envuelta en una situación algo inusual y requiero de su consejo-.
Bruno la miró extrañado e interesado a partes iguales.
-Bien, ¿de qué se trata?-.
“¿Cómo se lo digo?” se preguntó Alara. “Mejor será ser directa, sin ambages. Ni él ni yo estamos en situación de perder el tiempo”.
-Estoy enamorada de Mathias Trandor, y él me corresponde-.
Los ojos de Bruno casi se desencajan de la sorpresa. Era obvio que no se esperaba una confesión así, y menos a bocajarro.
-¿Él… él y usted…?- acertó a balbucir.
Alara entrelazó con fuerza los dedos de las manos para controlar y sosegar sus emociones. Quería evitar ruborizarse a toda costa.
-Sí, pero esa no es la cuestión. Soy consciente de que mis votos no impiden lo que ha sucedido. El problema… bien, en realidad no es que haya un problema… ¿cómo explicárselo? Usted conoce a Mathias, ¿no es así? Son amigos, ¿verdad?-.
-Sí, sí- respondió el padre Bruno, todavía desconcertado.- No es que seamos íntimos, pero quedamos un par de veces por semana para charlar un rato-.
-Entonces, tal vez comprenda mejor lo que voy a contarle- dijo Alara, y acto seguido comenzó a hablar.
Nunca le había relatado la historia completa a nadie, y aunque la incomodaba poner al descubierto sus intimidades, también la reconfortó poder confiarle todo aquello a un sacerdote de la Eclesiarquía. Cuando hubo terminado, se quedó en silencio sin saber muy bien cómo continuar.
-¿Por qué me ha contado esta historia, hermana?- la animó el padre Bruno con voz amable.- Es evidente que algo la está perturbando-.
-Cuando Mathias y yo nos reencontramos, vi la mano del Emperador en ello- respondió Alara tras una pausa.- Los dos sentimos como si de algún modo Él hubiera querido reunirnos para poder llevar a cabo esta investigación juntos, mano a mano. Sin embargo, mi Ejecutora no ve con agrado nuestra relación, y Mathias ha tenido problemas con algunos acólitos de la cábala inquisitorial por este mismo motivo. No puedo evitar preguntármelo; ¿cree que llevamos razón? ¿O estamos pecando de orgullo al atribuir al Emperador unos designios sobre nosotros que en realidad no han sido otra cosa que la proyección de nuestros propios deseos personales?-.
Bruno se mantuvo en silencio. Alara se retorció las manos, angustiada.
-Entiendo su inquietud, hermana Alara- dijo finalmente el padre Bruno, tras un breve suspiro.-Ha hecho bien en acudir a mí. Tal y como me lo ha relatado todo… puede que haya habido cierta precipitación, pero eso no tiene por qué ser malo. Soy de la opinión de que nada bueno o noble ocurre si no es por inspiración del Emperador. Si vuestro amor es tan bueno y noble como parece, significará que forma parte de su voluntad, y en ese caso nada podrá destruirlo. Manténgase firme en la fe, y ella le mostrará el camino, como ha ido haciendo hasta ahora-.
Una sombra de vergüenza llenó el corazón de Alara.
-Tiene razón, padre. No debería haber dudado-.
-No sea tan dura consigo misma, hermana. Esta situación es nueva para usted, y muy delicada. Ha sido lógico que consultara conmigo. El Emperador de la Humanidad no se enoja con aquellos que buscan la verdad de su voluntad. Tal vez él mismo haya dispuesto las sombras que nacían en su corazón para que viniera a hablar conmigo, y de ese modo nuestra conversación ayude a salvar cualquier escollo que pueda haber más adelante-.
-¿Escollo?- inquirió Alara, mirando al sacerdote.- ¿Cree que puede haber escollos?-.
-Por supuesto que pueden haberlos- respondió el padre Bruno con tranquilidad.- En todas las relaciones los hay, tarde o temprano. No hay ningún hombre perfecto salvo el Dios Emperador, y eso significa que posiblemente habrá malentendidos o disputas entre ustedes. Pero, y recuerde bien lo que le digo, si su amor es fruto de la voluntad del Emperador, nunca jamás los apartará de su sagrada misión ni de sus deberes. Antes los conducirá por la buena senda cuando las malas tentaciones aparezcan en su camino. Creo que esa debe ser su misión, hermana Alara: Mathias Trandor confía en usted; sea su guía espiritual. Recuérdele siempre quién es y a quién sirve, y de ese modo permitirá que todas sus excepcionales cualidades sirvan al Emperador y que su afán de conocimiento no lo lleve nunca a sendas peligrosas-.
Alara esbozó una leve sonrisa y miró al padre Bruno, agradecida. Ahora se sentía mucho más ligera, menos angustiada.
-¿Va a imponerme alguna penitencia?- preguntó.
-No ha cometido ninguna falta por la cual deba pagar- dijo él.- A quien sí voy a imponer una penitencia, sin embargo, es a ese sinvergüenza de Mathias.- Al ver que los ojos de Alara se abrían de asombro y preocupación, Bruno sonrió.- El muy tunante lleva ya casi tres semanas con usted y no se había dignado a contármelo. Menudo amigo…


 
Después de la oración vespertina que ofició el padre Bruno, Mathias se reunió con su grupo de investigación y les reveló que ya había encontrado alojamiento.
-Como los trabajos de pintura y secado van a durar en total tres días, ese será el tiempo que permaneceremos en Karlorn- dijo.- Hay una pensión de buena calidad a menos de un kilómetro de aquí; allí será donde pernoctemos. Vamos a aprovechar estos días de retraso para hacer un ensayo general-.
-¿Un ensayo general?- preguntó Valeria, curiosa.
-Pues sí. De vosotras tres, la única que sabe moverse con soltura por la sociedad civil es Octavia. Durante estos tres días en Karlorn, aprovecharéis para aprender a fingir que sois ciudadanas imperiales normales. Así cuando tengamos que infiltrarnos de verdad no andemos con la guardia baja-.
-Es una excelente idea- dijo Octavia, sonriendo con estusiasmo.- Entre Mathias y yo os instruiremos, aunque Mikael también podrá aconsejaros, ¿de acuerdo?-.
Alara asintió sin mucho entusiasmo. La última vez que había interactuado con la sociedad civil como una ciudadana imperial más había sido a los ocho años.
-No creo que sea necesario que os movais por la clase alta- continuó Octavia.- Costaría demasiado tiempo organizar una buena coartada para todos nosotros, y de todos modos los nobles son tan pocos que cualquier cara nueva llamaría demasiado la atención, sobre todo en una ciudad tan pequeña como Karlorn. Si se da el caso de tener que relacionarse con la nobleza durante esta misión, cosa que dudo, dejadme hablar a mí; me han entrenado especialmente para ello, aunque tengo nociones de comportamiento en todos los estratos sociales-.
-Estoy de acuerdo- asintió Mathias.- Yo siempre me he movido por entornos de clase media, y Mikael controla bastante el ambiente de las clases bajas. De modo que todo solucionado. Tenemos que conseguir que Valeria y Alara dejen Karlorn convertidas en unas perfectas civiles capaces de pasar desapercibidas-.
-No sé si será posible, jefe- dijo Mikael con ironía, mirándolas de arriba a abajo.- De momento, no pueden llamar más la atención-.
-¿Y eso por qué?- protestó Valeria.- Nuestro disfraz es perfecto-.
-El disfraz está bien, pero sólo es un comienzo- repuso Mikael.- Valeria y tú tenéis un aspecto demasiado marcial. Tenéis que aprender a relajaros-.
-¿Y eso cómo se hace?- preguntó Alara, desconcertada.
Mikael lanzó un suspiro.
-Esto va a ser difícil-.
-Sobre todo si les das tantos ánimos- gruñó Mathias.- Ánimo, chicas; estoy seguro de que pronto lo haréis bien. Cuanto antes empecemos, mejor-.
-Podríamos salir a dar un paseo por la ciudad- dijo Alara, animándose de repente.- Me gustaría ir a una librería-.
-¿A una librería?- preguntó Octavia.- ¿Para qué quieres tú ir a una librería?-.
-¿Para qué va a ser? Para comprar un libro. De niña me gustaba leer, pero hace años que no leo nada que no sean textos sagrados, manuales de combate o el Mandatos del Sororitas. El padre Bruno podría acompañarnos para ejercer de censor y ayudarnos a elegir obras adecuadas-.
-Sí que te has hecho amiga del padre Bruno- observó Valeria.
-¿Por qué dices eso?- inquirió Mathias.
-Bueno, antes los he visto hablando solos durante mucho rato, en el patio de armas del cuartel-.
-Voy a ir a buscarle- dijo con rapidez Alara, que no quería contarle a Mathias el motivo por el cual había hablado con Bruno.
Mathias frunció el ceño, pero la dejó marchar sin hacer comentario alguno. Poco después, Alara regresó acompañada del sacerdote.
-Valeria, la Ejecutora me ha pedido que te llame- informó a su amiga.- Hay unos milicianos que se encuentran mal y el oficial al mando le ha solicitado a Tharasia la asistencia de las Hospitalarias-.
Valeria puso los ojos en blanco.
-Por el Emperador, qué oportunos. Me temo que esta primera toma de contacto con la sociedad tendréis que hacerla sin mí-.
-Me parece que yo también me voy a quedar- dijo Octavia tras una breve reflexión.- En realidad, yo no necesito practicar, y quiero seguir estudiando todo lo que pueda el idioma montano de Vermix. Es realmente complicado-.
Mathias hizo un gesto de contrariedad.
-En fin… supongo que nos veremos en la pensión al anochecer. Mikael, tú sabes dónde está; quédate y acompáñalas. Yo iré con Bruno y con Alara-.
-Nos vemos en la pensión dentro de tres horas, jefe- asintió Mathias.
-No me llames jefe- le reprendió Mathias muy serio.- Que no te lo tenga que volver a recordar-.
-Perdón, j… Mathias-.
Alara, contrariada, vio marchar a sus amigas de vuelta hacia el cuartel. La invadió una oleada de inseguridad al darse cuenta de que iba a tener que enfrentarse a su primera interacción social sin ellas. Al notar su turbación, Mathias la cogió del brazo con gesto animoso.
-¡No te preocupes, Alara! Con esas maneras de Militante Dialogante que tienes, seguro que lo haces mucho mejor de lo que tú misma crees. Vamos a ver qué tal te desenvuelves en sociedad-.
Mikael emitió una risilla sarcástica.
-No sabéis lo mucho que lamento perdérmelo. Seguro que va a ser una experiencia memorable-.




Cuando el padre Bruno, Mathias y Alara dejaron el cuartel general de la milicia, el sol comenzaba a declinar. Las nubes acrecentaban la penumbra que comenzaba a adueñarse del ambiente, y en conjunto aquella luz daba a la ciudad, gris y anodina, un aspecto algo deprimente. A petición de Mathias, Bruno se había vestido con ropas civiles para no llamar la atención. Siguiendo el plano que les habían facilitado en el cuartel, pronto encontraron una librería que se hallaba a pocas manzanas de distancia.
-Es extraordinario- comentó Alara mientras cruzaban la calle.- Por primera vez en muchos años voy a entrar en una librería sin tener que quemar los ejemplares y detener al dueño-.
Mathias la miró de reojo.
-Por favor, no hagas ese tipo de comentarios cuando entremos. Pondrías nervioso al dependiente-.
Empujaron unas puertas de madera ornamentada para penetrar en el interior de la tienda. Había unos pocos estantes con libros, encuadernados en piel o cartón duro, que alcanzaban precios exorbitantes. Mucho más económicos eran los más ligeros y manejables microdiscos insertables en las placas de datos, para poder descargarse uno o varios volúmenes y leerlos allí. Fue la opción que Mathias aconsejó a Alara.
-Yo no tengo placa de datos propia- protestó ella.- La que tengo es... eh... del trabajo, prestada-.
-Ya entiendo- dijo Mathias.- Pero puedes usarla durante el viaje y luego trasladar la información a la mía, si quieres. Yo te la dejaré siempre que me la pidas-.
Aquello trajo recuerdos a Alara. Miró a Mathias con una sonrisa melancólica.
-¿Recuerdas cuando éramos niños? Siempre nos poníamos de acuerdo para pedir a nuestros padres los libros que no teníamos, para luego intercambiárnoslos-.
Mathias le devolvió la sonrisa.
-Lo recuerdo. Una vez me enfadé contigo porque me devolviste uno manchado de mermelada-.
Alara se rió al acordarse der aquello.
-¡No fui yo quien lo manchó, fue Kevan! Te lo dije y no me creíste-.
-Pero te pusiste a llorar al ver que no te creía y entonces te perdoné. Nunca pude permanecer más de cinco minutos enfadado contigo-.
La voz de Mathias se llenó de dulzura al pronunciar aquellas últimas palabras, mientras intercambiaba una mirada tierna con Alara. Pero de inmediato desvió la vista y se puso a fingir un gran interés en la estantería que tenía delante. Alara se sintió confusa durante un momento hasta que cayó en la cuenta de que Mathias ignoraba que el padre Bruno estaba al corriente de la relación que había entre ellos; seguramente, intentaba disimular por temor a que el sacerdote se diera cuenta y los reprendiera.
“Tengo que acordarme de hablar con él después para contárselo”, pensó ella.
Se demoró unos quince minutos en elegir tres títulos, sugeridos por Mathias y refrendados por el padre Bruno. Se trataba de una trilogía de aventuras llamada El explorador de las Estrellas Halo, donde un valiente piloto imperial y su tripulación se aventuraban en el borde exterior de la Galaxia, justo en el límite del alcance del Astronomicon, y vivían peligrosas aventuras en planetas inexplorados llenos de hostiles y peligrosas criaturas alienígenas. Tras escoger los microdiscos, Alara se acercó muy ufana al mostrador. El vendedor estaba sentado al otro lado, mirando un catálogo con aspecto cansino.
-Hola- dijo Alara, esbozando la sonrisa más amplia y amistosa que fue capaz.- Buenas tardes. Quiero comprar estos microdiscos-.
El librero la miró algo extrañado por su exagerada simpatía.
-Eh… por supuesto, señorita. Serán tres tronos-.
Alara sacó tres monedas de su bolso y se las tendió al hombre, que pasó los microdiscos por el lector de códigos y le entregó un recibo.
-Gracias- dijo Alara, volviendo a sonreír.
-De nada- gruñó el dependiente, volviendo a su catálogo.
Cuando salieron de la librería, Mathias se giró hacia ella.
-No ha estado mal, pero la próxima vez intenta no sobreactuar tanto-.
-¿Sobreactuar?- preguntó Alara, decepcionada.
-Has sido demasiado amable, has sonreído demasiado, y le has mirado demasiado fijamente. ¿No te has dado cuenta de que te miraba raro?-.
Alara frunció el ceño.
-¿Acaso tengo que ser antipática?-.
-Intenta hallar el término medio- suspiró Mathias.- Mira; ahora iremos a un bar a tomar un trago, ¿te parece bien? Aún queda un buen rato hasta que se haga hora de ir a la pensión. Mira cómo lo hacemos Bruno y yo, y aprende-.
“Esto va a ser más difícil de lo que yo me imaginaba”, pensó Alara, algo desanimada.
Entraron en un bar situado a pocas manzanas de la librería. No había mucha gente. Aparte del barman, había un par de parejas sentadas en las mesas más cercanas a la puerta, un hombre vestido de gris que leía el periódico sentado en la barra, y cuatro chicos de largas melenas enmarañadas y vestidos de negro que jugaban a los dardos y bebían grandes jarras de una sustancia amarilla espumosa que Alara no supo identificar. El local tenía las paredes deslucidas, con varios pósters de grupos musicales salpicando el estucado aquí y allá. Tras la barra, largas estanterías alineaban botellas de licor, vasos vacíos y pizarras con listados de precios. En el aire flotaba un tenue olor a desinfectante.
Mathias, Bruno y Alara se sentaron en la barra.
-¿Qué va a ser?- preguntó el barman, acercándose a ellos.
Alara miró la pizarra, insegura.
-No sé qué pedir-.
-Tres licores de frutas- pidió Mathias.
Cuando el barman se retiró a preparar las bebidas, Alara miró a Mathias.
-¿Licor? ¿Quieres decir que llevan alcohol?-.
-No es una bebida muy fuerte- la tranquilizó Mathias.
-No me parece adecuado que se la ofrezcas a ella si no está acostumbrada- le reprendió Bruno.
-Tiene que acostumbrarse- se defendió Mathias, encogiéndose de hombros.- En algunos de los locales a los que tendremos que ir la mirarán raro si pide sólo agua o zumos-.
Al cabo de poco tiempo, el barman puso delante de ellos tres vasos llenos de un líquido color morado en el cual flotaban varios cubitos de hielo. Alara lo olfateó con precaución; olía muy bien, parecido a las bayas dulces que crecían en los bosques tarionitas. Sintiendo que la boca se le hacía agua, se llevó el vaso a los labios y bebió un gran trago.
Fue como si una lengua de fuego le bajara por el cuello. La garganta se le cerró ante aquella intensa quemazón, cuya amargura, mezclada con el sabor dulzón de la fruta, hizo que Alara sintiera náuseas. Escupió de inmediato el líquido sobre el suelo del bar, doblándose a causa de las arcadas. Tuvo que hacer un esfuerzo de voluntad para no vomitar allí mismo.
-¡Pero qué haces! ¡De un trago no!- exclamó Mathias, consternado.
Alara comenzó a toser, con una mueca de asco en la cara. Los chicos de negro que jugaban a los dardos la miraron y se rieron.
-Eh, tíos, parece que esa pava no aguanta el alcohol- se burló uno de ellos.- Mirad la que ha montado-.
Alara sintió un arrebato de indignación. ¿Estaba hablando de ella? ¿Cómo se atrevía?
-Que el Trono te lleve, idiota- le gruñó.
El chico se giró hacia ella y la miró sorprendido. Las greñas de pelo oscuro y ondulado enmarcaban un rostro afilado con barba de varios días, cuyos ojos oscuros la miraron con una mezcla de burla y desafío.
-¿Pero de qué vas, niñata? Me cago en ti y en el puto Trono-.
Alara se levantó de la silla, roja de furia.
-¡¿Qué es lo que has dicho?! ¡Arrepiéntete ahora mismo o te reviento la cabeza!- gritó.
Mathias y Bruno se pusieron en pie de inmediato y agarraron a Alara por los hombros, temiendo que se liara a golpes con el chico allí mismo.
-Bueno, aquí no ha pasado nada- se apresuró a decir Mathias.- Venga, tío, déjalo estar. No vamos buscando bronca-.
El chico lanzó una risa desdeñosa.
-Pues ponle el bozal a tu perra, entonces- dijo.
Sus amigos le rieron la gracia
Los músculos del brazo de Alara se tensaron bajo la mano de Mathias.
-No- siseó él junto a su oído.- Te lo prohíbo. Es una orden-.
-Eh, vosotros- ladró el barman.- Si queréis pelea, idos afuera. Nada de broncas dentro del local-.
-Pierda cuidado, jefe- dijo otro de los chicos, un joven alto con ropas de cuero. Miró a su compañero.- Ya has oído al amigo-.
Alara dedujo que el de la chaqueta de cuero debía ser el líder, ya que el chico que la había importunado le dirigió una última mirada de desprecio y volvió con sus amigos.
-¿Quiere usted que le ponga otra cosa?- preguntó el barman a Alara, limpiando con un paño la superficie pulida de la barra.
-Sí, por favor- respondió Alara.- Póngame un vaso de agua fría-.
Mathias y Bruno intentaron conversar con ella de trivialidades, pero Alara no pudo dejar de sentirse molesta, ni siquiera cuando un rato más tarde los chicos de negro se despidieron del barman y se marcharon del local. El que la había insultado le lanzó al pasar una mirada desdeñosa y escupió a sus pies.
-Que te jodan- masculló.
Alara estiró el pie disimuladamente poniéndole la zancadilla. El joven no se dio cuenta y tropezó, trastabilló y cayó al suelo. Se levantó de un salto, furioso.
-Serás hija de…
-Vale, tío- le interrumpió el líder, cogiéndolo del hombro.- Ya has oído antes al barman. Nada de peleas en el local. Tira para la puerta-.
Alara los miró de reojo mientras salían, aún enfadada. Sentía no haber podido darle su merecido a aquel sinvergüenza. No la habían entrenado para ignorar los desafíos sino para castigarlos. Sabía que aquel joven impertinente jamás habría osado faltarle al respeto ni blasfemar contra el Trono si hubiera sabido que ella era una Hermana del Adepta Sororitas.
“Bueno, por lo menos el entrenamiento está sirviendo de algo” se dijo, bebiendo un largo trago de agua. El dulce frescor barrió los últimos vestigios de ardiente amargor de su garganta. “Realmente necesitaba practicar”.
Ya se había puesto el sol cuando el padre Bruno miró por la ventana y sugirió que ya iba siendo hora de marcharse.
-Deberíais ir a la pensión, Mathias- observó.- Pronto será de noche; los demás ya deben estar esperándoos-.
-Tienes razón- convino Mathias. Dejó unas monedas sobre la barra y se levantó del taburete.- Vámonos-.
Cuando salieron del bar, las sombras comenzaban a extenderse por doquier. Aún era de día, pero la luz era mortecina, cada vez más débil, y el cielo encapotado se había vuelto de color gris verdoso.
-Os acompañaré hasta la encrucijada de la esquina- dijo Bruno.- A partir de ahí, yo volveré al cuartel y vosotros iréis a la pensión-.
Los tres caminaron por la acera y llegaron al cruce. Se disponían a traspasarlo, cuando Alara escuchó un repentino chirrido de neumáticos. Estaba distraída, perdida en sus pensamientos, y por un instante tardó en reaccionar.
-¡Alara, cuidado!- gritó Mathias con la voz llena de pánico.
Agarró a Alara y la echó para atrás de un violento tirón. Ella, atónita, vio cómo de repente un coche de carrocería color verde oscuro pasaba como una centella por delante, justo donde un segundo antes se encontraba ella. El corazón empezó a latirle como enloquecido.
-¿Pero qué…?- balbuceó atónita.
“¡Ha intentado atropellarnos!”.
El coche se detuvo con un frenazo seco varios metros más allá. Las portezuelas se abrieron y de un salto salieron los chicos de negro que estaban en el bar. Obviamente, los habían estado esperando. Llevaban pistolas ordinarias en las manos. El que había importunado a Alara se acercó el primero, desafiante.
-¡Me vas a comer la polla, zorra!- gritó.
Alara frunció el ceño, asqueada al oírle emplear semejante lenguaje. Sin embargo, no se amedrentó. Tal vez no estuviera preparada para moverse con soltura en sociedad, pero sí que lo estaba para reaccionar frente a las amenazas. Con un gesto tan rápido que apenas fue perceptible, desenfundó la pistola láser que llevaba oculta bajo la gabardina y disparó al joven en la mano. Acertó de pleno. De repente, el chico soltó la pistola y cayó de rodillas al suelo, aullando de dolor, con la mano derecha agujereada de lado a lado, ennegrecida en el centro y con los dedos enrojecidos colgando inertes hacia abajo.
La reacción de Mathias y Bruno no se hizo esperar. Apenas fueron conscientes de que Alara sacaba su arma, ellos desenfundaron las suyas y dispararon. Los pandilleros, alarmados, respondieron al fuego, pero ninguno de sus tiros dio en el blanco; estaban demasiado sorprendidos y confusos por lo que le había pasado a su compañero, y de ningún modo esperaban que Alara estuviera armada y se defendiera con tanta eficacia. Sin embargo, los disparos de Mathias y Bruno sí dieron en el blanco. Bruno hirió a uno de los chicos en el hombro, mientras que el disparo de Mathias quebró el cristal de la ventanilla que estaba justo al lado del jefe. Los pandilleros se detuvieron en seco.
-Pero, ¿qué… -comenzó a decir el jefe.
Alara lo apuntó con su pistola láser. No sentía temor ni aprensión, sólo furia. Clavó en aquel hombre una mirada gélida, y cuando habló, su voz fue fría como el helo.
-Vuestro amigo sólo está vivo porque he apuntado a su mano- dijo.- Si alguien vuelve a disparar o intenta atacarnos, tiraré a matar-.
El jefe levantó un poco las manos, aunque sin soltar la pistola.
-Calma, calma, nena. Nadie va a disparar a nadie, ¿de acuerdo?-.
-Guardad las armas y largaos de aquí- siseó Alara.
El chico de la mano herida se había escondido detrás de un coche y gimoteaba. Aquel que había sido alcanzado por el padre Bruno había caído sentado en el suelo, apoyado en el coche, y se llevaba la mano al hombro mientras jadeaba de dolor. El que quedaba ileso miró al jefe, y este asintió. Acto seguido, los dos bajaron las armas muy despacio y las guardaron.
-Ahora bájala tú- exigió el jefe.- Y deja que vayamos a por nuestro colega-.
-Yo iré a por él- gruñó Alara.- Chicos, guardadme las espaldas- dijo, sabiendo que Mathias y Bruno la escuchaban.- Si intentan algo, los matáis-.
-Joder, tía, no te pongas así- protestó el jefe.- Hemos guardado las armas, ¿no? Buen rollo, ¿eh?-.
Alara lo ignoró y se dirigió hacia el hueco entre coches donde se había escondido el de la mano herida. Al verla, el joven lanzó un gemido de rabia y dolor.
-¡Joder, tía, eres una puta loca! ¡Me has reventado la mano, joder! ¡Mierda!-.
Alara le apuntó a la cabeza con la pistola láser.
-Cállate esa boca sucia y levántate ahora mismo, o te vuelo la cabeza-.
-V… v… vale, tía- gimoteó el pandillero, acobardado. Su rostro estaba cada vez más pálido. Intentó levantarse, pero tenía las rodillas temblorosas. Alara lo agarró del hombro para alzarlo, y vio que bajo la manga corta de su camiseta negra se vislumbraba un tatuaje.
-¿Qué es eso?- preguntó, levantándole la manga. Sobre la piel blanca del joven destacaba el dibujo de una especie de serpiente anillada que se devoraba a sí misma, formando un ocho horizontal.
El chico dudó un instante, pero Alara seguía apuntándole con la pistola láser.
-El tatuaje de mi banda- respondió finalmente.
-¿Cuál es tu banda?-.
-Somos los Guerreros Gusano- murmuró el chico, poniéndose en pie del todo.- La banda más peligrosa de Karlorn-.
-Anda y tira hacia delante, idiota- le espetó Alara, empujándolo sin contemplaciones hacia sus amigos.- Llevaos de aquí a este imbécil y que no lo vuelva a ver-.
-Vale, vale- dijo el jefe, que no parecía tener ningunas ganas de continuar la bronca. Entre él y el que quedaba ayudaron a los dos heridos a meterse en el coche, y luego ambos entraron por las puertas delanteras, el jefe al volante.
-Joder con la tía psicópata esa- le oyó farfullar Alara antes de que arrancara y desaparecieran de allí.
Cuando los vio perderse al final de la calle y estuvo segura de que se habían marchado, si giró hacia Mathias y Bruno al tiempo que guardaba la pistola láser de nuevo en la cartuchera.
-¿Nos vamos?- preguntó.
Los dos hombres la miraron en silencio unos instantes: Bruno, admirado; Mathias, atónito.
-Sí, claro- respondió  este finalmente.
Por seguridad, decidieron escoltar al sacerdote hasta las inmediaciones del cuartel. Una vez allí, Bruno se despidió cordialmente de ellos.
-Adiós, Mathias. Adiós hermana Alara. He de reconocer que después de lo que ha pasado me siento mucho más tranquilo sabiendo que usted y sus hermanas forman parte de mi escolta-.
-Es un honor servir a la Eclesiarquía, padre. Que tenga buenas noches-.
Una vez Bruno hubo desaparecido por las puertas del cuartel, Mathias se giró hacia Alara.
Vaya- dijo con una media sonrisa.- Además de valiente, peligrosa. Jamás había visto a nadie desenfundar tan rápido, excepto a Mikael-.
-¿Así que esto es la socidad civil?- bromeó ella, dedicándole una sonrisa burlona.- No es tan aburrida como yo me temía. ¿Volveremos a salir mañana?-.
Mathias lanzó un suspiro.

6 comentarios:

  1. ¡Guau, empieza la acción, jejeje! Estaba deseando ver a Alara repartiendo estopa, que le hacía falta algo de entrenamiento para no anquilosarse. Qué pena que no haya durado más...

    Me han parecido bastante divertidas las dificultades de Alara para adaptarse a una sociedad ajena al convento de las Sororitas. Y, por cierto, su reacción al probar el licor se parece bastante a la mía cuando me dieron a probar por primera vez el licor café, XP

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  2. Este ha sido el aperitivo de la estopa, jejeje. Tranquila que esto es 40K; tarde o temprano habrá más bofetadas. Muchas bofetadas :-P

    Me alegro de que te hayan parecido divertidos los ensayos de la pobre Alara para hacerse pasar por civil. Yo también tuve una reacción parecida a la suya con el licor de bayas y a la tuya con el licor de café; en mi caso fue con el orujo de hierbas XD

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  3. Joder con la hermana Alara, menuda chunga...pero se lo merecían. Desde luego esta no es la Alara que tenía figurada en la cabeza ES mucho más fría en combate.

    Lo del alcohol me ha recordado a cierta valenciana que conozco que se declara abstemia xDD, creo que con la descripción de la bebida alcoholica puedo entender cómo se siente al beber xDDD.

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    1. Siento curisoidad, ¿cómo te la figurabas? :-P
      De todos modos, ten en cuenta que para ella no es lo mismo amedrentar a unos cuántos pandilleros que enfrentarse a auténticos herejes... o algo peor.

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  4. A ver, me la imaginaba concentrada en combate...pero un poco menos iracunda. Aunque como te digo, estos es que se pasaron de rosca. Hasta ahora sólo era Alara la emocionalmente verde, esta es Alara la Hermana de Batalla.

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    1. ¿¿Un poco menos iracunda?? Te advierto que con estos tipos, Alara ha sido casi amable. ¿Te dicen algo las palabras "ángel vengador", "cólera justiciera", "ira purificadora"...? Espera a verla cabreada de verdad :-P

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