A.D. 828M40. Randor Augusta (Kerbos), Sistema Kerbos, Sector Sardan,
Segmento Tempestuoso.
-Muy bien, alumnos; hemos terminado la clase.
Tienen media hora de recreo-.
En un colegio imperial normal, ese sería el
pistoletazo de salida para que los niños se levantaran en tropel y corrieran
hacia la puerta gritando de alegría, pero no en la Schola Progenium. El nutrido
grupo de muchachos de doce años que ocupa el aula, todos vestidos con uniformes
grises, se ponen en pie al mismo tiempo y de forma ordenada dejan sus pupitres
para dirigirse en paso de formación hacia la salida. El primero de ellos es un
muchacho fornido, de setenta kilos de peso y un metro sesenta de altura,
llamado Jenx Merhys.
Mathias Trandor odia a Jenx Merhys con toda
su alma, y no es el único. Se trata de un chico cruel y fanfarrón, mejor
provisto de músculos que de cerebro, que disfruta pavoneándose por ser el mejor
en lucha cuerpo a cuerpo y se burla de los niños listos y menudos como Mathias.
Se mete con quien le da la gana, pelea a golpes contra todo el que lo desafía,
y su cohorte de aduladores lo secunda en todas sus fechorías. Todos los que no
pertenecen a su séquito le tienen miedo. Los abades instructores lo saben, pero
no son partidarios de inmiscuirse en las rencillas de los chicos a no ser que
peligre gravemente la integridad física de algún alumno. Como la futura élite
del Imperio de la Humanidad, los progénitos deben aprender a valerse por sí
mismos y a librar sus propias batallas, sin esperar que haya continuamente un
profesor detrás de ellos para salvarlos.
Sin embargo, el odio de Mathias por Jenx es
mucho más personal que en el caso de otros niños. No sólo porque es uno de sus
blancos favoritos y tiene bronca asegurada cada vez que responde el primero en
clase y saca las mejores notas, lo cual sucede a menudo, sino por algo que
sucedió dos años atrás. Mathias tenía diez años por aquel entonces, llevaba dos
en la Schola Progenium, y aunque había conseguido hacer algunos amigos y se
adaptaba con docilidad a la férrea disciplina, en el interior de su alma seguía
desatándose un infierno. Echaba muchísimo de menos a sus padres y a sus
hermanos; a veces pasaba noches enteras sin dormir pensando en ellos, y cuando
conseguía cerrar los ojos la Matanza de Galvan volvía a desarrollarse ante
ellos en forma de pesadilla. Y también echaba de menos a Alara. Nunca había
podido olvidar a su amiga, a su ángel, a la compañera con la que tantos
momentos felices había pasado. La hermosa amistad que habían compartido no
podía compararse a ninguna de las relaciones que tenía en la Schola, por más
que algunos niños se hubiesen convertido en amigos cercanos. La echaba tanto de
menos, que el anhelo por verla se había vuelto casi insoportable, y tras
pensárselo mucho decidió saltar el muro de la escuela de las chicas para
hacerle una visita. Sólo quería verla, hablar con ella, decirle que la seguía
queriendo más que a nadie en el mundo ahora que su familia ya no estaba con él.
Había aprovechado el tronco de un viejo árbol seco que se alzaba a pocos metros
del muro para trepar, y estaba a punto de conseguirlo, cuando el bastardo miserable
de Jenx Merhys le había visto y había corrido a chivarse a uno de los
celadores. Habían ido a por él y lo habían obligado a bajar; Mathias se había
asustado tanto que había perdido pie y caído al suelo desde lo alto,
rompiéndose un brazo. Apenas lo tuvo entablillado y curado, le habían
arrastrado al poste de castigos para darle diez latigazos a la vista de todos
los alumnos. El dolor había sido horrible, pero la humillación había resultado
aún peor. Jenx y sus secuaces estaban en primera fila, sonriendo burlonamente
cada vez que gritaba de dolor.
Mathias sale el último y se dirige al patio,
pero cuando pasa junto a los baños unos cuchicheos llaman su atención. Lleno de
curiosidad, entra y ve a Arthur, Tobías y Gerlad, tres compañeros de clase,
haciendo corrillo mientras miran algo con mucho interés. Los tres levantan la
mirada sobresaltados cuando le oyen entrar.
-¡Trandor, eres tú!- exclama Arthur.- ¡Qué
susto nos has dado!-.
-¿Y eso?- pregunta Mathias, acercándose.-
¿Qué estáis haciendo?-.
Los tres muchachos parecen reticentes, pero
él se acerca con decisión estirando el cuello y ve lo que estaban mirando: unas
láminas que representan mujeres completamente desnudas en poses provocativas.
Mathias abre mucho los ojos, atónito.
-¿De dónde habéis sacado eso?-.
Gerald ríe con una risa nerviosa.
-El profesor de matemáticas los tenía
escondidos en su despacho. Los vi por casualidad cuando me mandó a buscar un
libro que se había dejado mientras dábamos clase y cogí algunas-.
-Como se entere de que se las has robado te
la vas a cargar-.
-No se enterará si nadie se chiva- dice
Gerald, ceñudo, mirándolo con fijeza.- Pienso devolverlas antes de que se dé
cuenta de que no están. Además, tenía muchas-.
-Si no quieres que me chive déjame verlas-
exige Mathias.
Los otros tres se hacen a un lado de mala
gana. Mathias observa los dibujos; jamás ha visto mujeres como esas. Por un
instante se le aparece en la mente la imagen de Alara y se pregunta cuánto
habrá cambiado en esos cuatro años, y si acaso las formas de su cuerpo se
parecerán a las de las mujeres que está contemplando. El pensamiento es tan
perturbador que lo aleja de su mente de inmediato mientras nota cómo las
mejillas se le ruborizan. Y entonces, tiene una idea. Mientras pasa las
láminas, se guarda con disimulo una de ellas bajo los pliegues de la túnica.
Cuando sale de los baños, el pasillo está
vacío. Mathias se dirige sigilosamente hacia la zona de los dormitorios,
rogando al Emperador que nadie lo descubra. Él no debería estar por allí a esas
horas, y si por algún motivo lo registran y le descubren la lámina, sabe que
sin duda se llevará una paliza, y de las gordas. Sin embargo, consigue pasar
inadvertido hasta llegar a los dormitorios, y una vez allí busca el de Jenx
Merhys. No sabe cuál es su cama, pero le basta investigar un poco para
averiguarlo; todos los estudiantes guardan sus efectos personales en la
cajonera que hay bajo la cama, y Mathias recuerda que Jenx tiene la costumbre
de escribir su nombre a lápiz en la contraportada de sus libros de texto.
Cuando halla su cajonera, levanta la túnica de repuesto y la toalla y esconde
la lámina debajo. Luego, se marcha tan sigilosamente como ha entrado.
Minutos más tarde, poco después de que acabe
el recreo, el celador jefe encuentra en su despacho una nota que alguien le ha
pasado por debajo de la puerta. Tras leerla, frunce el ceño y se encamina con
uno de sus subalternos hacia la zona de dormitorios. Aquella misma noche,
cuando acaban las clases, los celadores ordenan a los alumnos reunirse en el
patio para presenciar un castigo. Mathias hace un esfuerzo para mostrarse
sorprendido cuando ve cómo arrastran a un atónito y asustado Jenx Merhys para
amarrarlo al poste de castigos.
-Por conducta indecorosa contraria a las
normas de la Schola, diez azotes- proclama el celador, y comienza a golpear con
la vara la espalda desnuda del muchacho.
Jenx trata de mantenerse firme, pero al tercer
golpe se pone a gritar, y al quinto está llorando y suplicando. Su patetismo es
tan grande que todos pueden sentir cómo a cada golpe el prestigio y la
ferocidad del muchacho se derrumban cada vez más, hasta que todos los que
antaño lo temían le señalan con una mueca de desprecio sin mostrar compasión
alguna.
Y delante de todos, con los brazos cruzados y
alzando la barbilla de forma desafiante, está Mathias Trandor, que mira a los
ojos de su malogrado enemigo y esboza una sonrisa de suficiencia.
A.D. 844M40. Autovía Prelux-Gemdall (Vermix), Sistema Cadwen, Sector
Sardan, Segmento Tempestuoso.
Las puertas de la ciudad colmena estaban
abiertas de par en par cuando la expedición las cruzó y emergió al exterior.
Para Alara fue casi desconcertante dejar atrás la sombría mole de la ciudad
colmena y salir a la luz y al espacio abierto. Por un momento, se sintió casi
deslumbrada.
No era para menos; el contraste no podía ser
más evidente. Para alcanzar la salida sur, habían tenido que descender al nivel
inferior de Prelux Magna. Alara jamás había estado en el nivel inferior de una
ciudad colmena, y lo que veía a medida que iban descendiendo la llenaba de
asombro y consternación. El Sector Eclesiástico estaba en el nivel medio, donde
el sol alumbraba, el cielo era visible y las calles donde vivían las clases
medias presentaban un aspecto y unas dimensiones aceptables. Pero cuando descendieron
al nivel inferior, todo se volvió diferente. Durante la última hora de
trayecto, el todoterreno comenzó a recorrer calles oscuras y estrechas a las
que jamás llegaba la luz del sol. Allí abajo el aire fresco era sólo una
ilusión, y el cielo, una maraña de acero, cables y cristal que ascendía en
espiral centenares de metros arriba hasta confundirse con la bruma mortecina
que exudaban los respiraderos y tubos de ventilación de los niveles superiores.
En las calles, la limpieza brillaba por su ausencia; el suelo estaba lleno de
manchas de aceite, papeles arrugados, latas vacías y restos de basura, que los
contenedores malolientes y rebosantes apenas podían contener. Todos los
edificios eran grises y sombríos, sin ornamentación alguna; sólo los menos paupérrimos,
la mayoría de ellos empresas y fábricas, tenían simbología imperial grabada en
la piedra de sus muros. Los habitantes del nivel inferior eran todos obreros,
pobres y miserables, vestidos con túnicas y trajes raídos cuya gama de colores
no variaba del gris oscuro, el marrón pardo y el verde pútrido. Hombres,
mujeres y niños se arrastraban de un lado a otro al ritmo que les marcaban las
sirenas de las fábricas; todos sin excepción mostraban una expresión de
cansancio y desdicha en sus rostros estrechos y alargados.
-Pero, ¿qué es esto?- preguntó Alara,
horrorizada.- ¿Qué le pasa a esta pobre gente?-.
Mikael Skyros lanzó un bufido de desdén.
-Usted no sale mucho de su convento, ¿verdad,
hermana?- Mathias le dio un codazo.- Quiero decir, Alara-.
-Pues no- respondió Alara, molesta.
-Ya se nota. Lo que está viendo no es más que
la vida diaria de billones de ciudadanos del Imperio; todos los que tienen la
desgracia de nacer en los niveles más bajos de las ciudades colmena. Los
obreros de las fábricas, los técnicos de limpieza, los pescadores y
estibadores… en definitiva, los desharrapados. Nadie se preocupa por ellos, y
ellos se contentan con sobrevivir día a día-.
-Eso no es cierto- protestó Octavia.- La
Eclesiarquía se preocupa de todos los ciudadanos, y el Administratum tiene la
obligación de asegurar unos requisitos mínimos vitales para todo el mundo-.
Mikael se encogió de hombros.
-Usted… Tú misma estás viendo lo que hay,
her… Octavia. Una cosa es lo que el Administratum debería hacer, y otra lo que
realmente hace. En la práctica, muchos gobernadores planetarios están
corruptos, y prefieren favorecer a sus poderosos aliados de la nobleza y sus
empresas en detrimento de las clases más bajas-.
Alara frunció el ceño. No le gustaba que
Mikael acusara tan abiertamente de corrupción a un gobierno imperial, pero la
verdad que aparecía ante sus ojos era innegable. Las clases bajas de Prelux
Magna vivían en la miseria.
-Pero esto es intolerable. Nadie puede vivir
así-.
Mikael lanzó una amarga risotada.
-Pues si crees que esto es lamentable,
deberías entrar en la subcolmena. El nivel inferior es lujoso comparado con lo
que encontrarías allí. Claro que en la subcolmena sólo vive lo peor de lo peor:
mutantes, criminales, mendigos y demás deshechos sociales. No es lugar para una
hermana de Sororitas, a menos que lleve consigo un lanzallamas-.
En ese momento, Alara se fijó en algo que
había sido escrito en un muro con pintura negra. DICEN QUE EL EMPERADOR ES
NUESTRO PROTECTOR, PERO SU GOBERNADOR ES NUESTRO OPRESOR. Iba firmado por las
siglas “ML”.
-¿Qué es eso?- exclamó Alara, indignada.-
¿Qué significa ML?-.
-“Movimiento Libertador”- contestó Mathias.
-¿Y lo dices tan tranquilo? ¡Esa es una
proclama contra el Imperio!-.
-Je, como si fuera la única- dijo Mikael,
sarcástico.- Sigue atenta a las pintadas y verás bastantes más. Los operarios
del Administratum borran todas las que pueden, pero no dan abasto-.
Efectivamente, a medida que circulaban a
través de las calles, Alara fue viendo nuevos mensajes en las paredes, los muros
y las puertas de los comercios, siempre escritos con pintura negra o roja:
ABAJO LAS CUOTAS. GOBERNADOR CORRUPTO CÓMPLICE DE NOBLES EXPLOTADORES. CUANDO
LOS NOBLES PERDIERON LA GUERRA CONTRA EL IMPERIO NOS VENDIERON A UNA BANDA DE
LADRONES. NUESTRA NOBLEZA HA SIDO SOMETIDA POR EL IMPERIO Y YA NO DEFIENDE
NUESTRAS TRADICIONES. Cada mensaje hacía que su indignación aumentara.
-¡Eso es intolerable!- exclamó.- ¿Por qué lo
estamos permitiendo? ¡Esto está lleno de proclamas subversivas!-.
Mikael no se inmutó ante su cólera.
-Si vas a tener que fingir que no eres una
Hermana de Batalla, más vale que empieces a replantearte un poco tu forma de
actuar. Tienes que comprender que esos mensajes son fruto de la desesperación.
Los obreros de Prelux Magna siempre han vivido mal, pero lo tienen aún peor
desde que este planeta fue ascendido a Mundo Imperial. Los impuestos han
subido, y los pillajes causados por la piratería espacial y plantearía hacen
que las ganancias de las empresas no sean suficientes como para pagar esos
impuestos y mantener el nivel de vida al mismo tiempo. Así que los empresarios
ricos han decidido elevar las cuotas de producción, con el consiguiente aumento
de las jornadas laborales, sin subir los sueldos. Por eso hay tantas protestas
últimamente; los obreros están hartos de cuotas. Trabajan el doble a cambio de
lo mismo y sienten que el Gobierno que debería poner freno a los abusos ignora
sus necesidades, lo cual es verdad-.
Alara iba a darle una respuesta airada,
cuando Valeria la contuvo poniéndole una mano en el hombro.
-Alara… en parte, tiene razón-.
-¿Sólo en parte?- ironizó el asesino, y un
nuevo codazo de Mathias lo hizo callar.
Alara miró a su amiga con incredulidad.
Valeria le devolvió una mirada triste.
-Todas las cámaras del Sororitas somos
igualmente necesarias- explicó.- Y cada una de ellas recibe adoctrinamiento en
una virtud diferente, si bien todas tenemos en común nuestra fe en el Sagrado
Emperador. A vosotras, las Militantes, os adoctrinan en la ira justiciera, para
poder combatir a muerte a los enemigos de la Humanidad. A las Hospitalarias, en
cambio, se nos instruye en la compasión. Nuestra misión es llevar la sanación y
el alivio a los heridos, los enfermos y los miserables, y `por eso precisamente
soy capaz de ponerme en el lugar de estas gentes. Míralos, Alara- extendió la
mano, señalando con un gesto a los famélicos obreros que miraban de reojo el
convoy.- Son pobres, apenas tienen lo justo para comer, y trabajan hasta el
límite de sus fuerzas. Muchos están enfermos, o ven enfermar a sus hijos, pero
no tienen dinero para pagar a un médico. El Administratum debería haber
informado a la Eclesiarquía de esto; las Hospitalarias deberíamos estar aquí.
Si el Gobierno les sube las cuotas de producción, se niega a subirles los
salarios, y encima no les llega ningún tipo de ayuda, ¿qué esperas que
piensen?-.
-La verdad es que algo de eso hay- repuso
Mathias.- Lord Bernard Wargram es ambicioso, eso lo sabe todo el mundo. Quiere
medrar a toda costa, pero para conseguirlo necesita el apoyo de la nobleza,
tanto imperial como local. Los nobles de este planeta son dueños de grandes
corporaciones empresariales que se dedican a explotar los recursos naturales de
Vermix y a manufacturarlos en las fábricas. La mano de obra barata les
conviene, y se dedican a sobornar a Lord Wargram para que legisle a su favor,
ignore las peticiones del pueblo llano y envíe a los arbitradores a sofocar
cualquier protesta o rebelión al respecto. Su deber como Gobernador Planetario
sería mantener un equilibrio entre ambas partes; conseguir que los nobles
empresarios tengan los máximos beneficios pero procurando al mismo tiempo una
vida digna a las clases más humildes. Pero no lo está haciendo; sólo actúa a
favor de los que le proporcionan algún beneficio. Y debo admitir que esta
actitud no es del todo infrecuente a lo largo de nuestro Imperio-.
Alara se quedó pensativa. Las palabras de
Valeria y Mathias la había hecho reflexionar.
-Pero entonces, tendríamos que pararle los
pies a Lord Wargram- dijo finalmente.- Si lo que contáis es cierto, él y los
nobles corruptos están empujando al pueblo a la herejía y la sedición con sus
prácticas abusivas. El Emperador protege, cuida de todos sus hijos por igual;
¡Él no querría esto! ¿Por qué el Obispo Theocratos no hace algo? ¿Por qué no
habla con el Gobernador?-.
-Según me ha contado Bruno, sí que lo ha
hecho- respondió Mathias.- Y, por supuesto, Lord Wargram lo recibe siempre de
inmediato y lo escucha con gran amabilidad. Se muestra de acuerdo con él,
afirma que la situación es preocupante… pero se niega a darle un sólo trono de
más para financiar obras caritativas amparándose en las malditas cuotas, y no
suelta más que cortesías huecas y promesas vanas que no acaban llegando a
ninguna parte-.
Alara recordó a Bernard Wargram, a quien había
visto el día de la presentación de armas en el Sector Gubernamental; un hombre
seco, enjuto y pomposo, tan seguro y orgulloso de su estatus superior que sólo
la cortesía le impidió tratar con condescendencia a la Palatina Sabina. Aquel
hombre y su caterva de nobles emperifollados le habían dado mala espina desde
el primer momento.
-Alguien tendría que acabar con ese
Wargram por explotar a esos pobres ciudadanos- siseó.
-Espero que no seas tú- dijo Mathias, girando
levemente la cabeza para mirarla con una expresión de reproche.- Me dolería
mucho que fueras ejecutada por magnicidio. El Gobernador Wargram no está
incumpliendo ninguna ley, ¿entiendes? Faltaría más. Lo que hace es aceptar
sobornos a cambio de que esas leyes que no
incumple beneficien exclusivamente a sus aliados. Y mientras Vermix esté en paz
y pague los impuestos que correspondan, al resto del Administratum y al Adeptus
Terra les importa un ardite qué sea de los ciudadanos-.
-Por eso el Movimiento Libertador está
promoviendo protestas y extendiendo proclamas subversivas- apuntó Octavia.- Sin
duda creen que si los ciudadanos de Vermix se rebelan contra el Imperio el
Gobernador será cesado de su cargo, y los nobles abusadores caerán en
desgracia-.
-Tu amiga sí que lo ha captado bien- apuntó
Mikael.- En algo se nota que es Dialogante-.
-Pues entonces, lo que hay que hacer es
derrocar al Gobernador por otros medios- dijo Alara.
-¿Qué medios?- suspiró Valeria.
-Ascenso- dijo de repente Octavia.
Todos se volvieron a mirarla, a excepción de
Mikael Skyros, cuya vista permanecía fija en la carretera. A lo lejos se
distinguía ya la puerta sur de Prelux Magna.
-Es una técnica básica de la diplomacia
política- explicó Octavia, muy ufana al verse de repente convertida en el centro
de atención.- Cuando quieres quitarte de encima a alguien importante, pero
ocupa un cargo demasiado alto como para poderlo hacer de manera violenta o
arbitraria, lo asciendes a un puesto superior de gran honor, pero de poca
actividad práctica. De ese modo, su honor no queda en entredicho, el tuyo
tampoco, y te lo quitas de en medio. El planeta Vermix está atrasado cultural y
tecnológicamente respecto a otros planetas del Sector. Es peligroso, primitivo
y aunque posee recursos naturales valiosos, es más pobre que la media. Me juego
lo que sea a que si el Gobernador Wargram se ha dado tanta prisa en promover su
ascenso de Mundo Imperial es porque está deseando que lo
asciendan y lo envíen a otro destino con más empaque-.
-Todo eso está muy bien, pero quitar de en
medio a Lord Bernard Wargram no solucionaría el problema- replicó Valeria.-
Porque seguiría estando el escollo de los nobles. Los empresarios y su red de
intereses continuaría intacta, y el siguiente gobernador no tendría más remedio
que congraciarse con ellos para poder gobernar en paz. Es el pez que se muerde
la cola, ¿lo comprendéis? Los nobles no van a ser juzgados ni condenados por
sus abusos al pueblo porque Lord Wargram no lo permitirá. Con lo cual seguirán
siendo poderosos y mantendrán su red de intereses intacta, con lo cual serán
fuertes para condicionar la política de este gobernador y de cualquier otro que
venga-.
Alara frunció el ceño y se cruzó de brazos. Tenía la desagradable sensación de que si algo no lo remediaba tarde o temprano los Arbitradores y las Fuerzas de Defensa Planetaria deberían sofocar una revuelta orquestada por los más pobres y descontentos. Morirían agentes imperiales, morirían obreros, y los únicos que saldrían airosos serían los veraderos instigadores de la revuelta: Lord Wargram y su cohorte de nobles corruptos.
Poco a poco, el todoterreno dejó atrás el
círculo verde que rodeada Prelux Magna y los suburbios que se extendían más
allá, y continuó bordeando la costa durante un buen rato antes de desviarse
hacia el interior en dirección noreste. Las colinas se erguían al fondo como
remate del paisaje, envueltas en niebla. Antes de dirigirse al interior, Alara
se fijó en que algunas ciudades industriales costeras estaban rodeadas de
alambradas con torretas erizadas de ametralladoras y cañones láser.
-¿Temen una invasión?- quiso saber.
-Lo que temen son los dinovermos- respondió
Mathias.- Las vibraciones de las factorías los atraen como la miel a las
moscas. La ciudad tiene cimientos de hormigón armado, pero es necesario
proteger el perímetro por si alguno de ellos decide emerger a las afueras y
aproximarse por la superficie-.
-¿Tan cerca de la civilización llegan?-
preguntó Octavia, inquieta.
-Han llegado hasta Prelux Magna, con eso te
lo he dicho todo. Los muy malditos se cuelan por el enrejillado de las
alcantarillas cuando aún son jóvenes y engordan en los túneles atrapando a los
mendigos y mutantes de la subcolmena que pululan por allí, y de vez en cuando a
algún operario imperial. Lord Crisagon ha estado estudiando algunos de esos
incidentes últimamente; el más reciente la semana pasada, sin ir más lejos-.
Alara, de manera inconsciente, se encontró
deseando que el Adepto Acadio fuera uno de los encargados de aquella investigación
y acabara sus días en la barriga de un dinovermo.
Caía la tarde cuando llegaron a Karlorn, una pequeña capital comarcal de cien mil
habitantes que se hallaba a quinientos kilómetros de Prelux Magna. Aquella ciudad no formaba
parte del itinerario oficial de la expedición, pero se detuvieron en ella de
todas maneras. Mathias había tomado sobre la marcha la decisión de detenerse allí al caer en cuenta de un detalle.
-No lo había
pensando porque hemos estado demasiado ocupados con los preparativos de la
expedición- dijo.- Pero el convoy es demasiado llamativo. No sólo por el número
de transportes blindados que lo forman, sino por su aspecto. Convendría que los
Rhinos y el Inmolator, en lugar de los colores tan llamativos y reveladores
propios de la Rosa Ensangrentada, la Eclesiarquía y el Adeptus Mechanicus,
fueran pintados en tonos de camuflaje más discretos, como los de la Guardia
Imperial. Vamos a ocuparnos de esto en Karlorn, la ciudad donde pasaremos la
primera noche. Puede que nos retrase un poco pero creo que valdrá la pena-.
Dio órdenes por su
comunicador al Salamandra de la Guardia Imperial, que transmitió las órdenes al
resto de los vehículos. Una vez llegaron a Karlorn, Mathias -que había relevado
a Mikael como conductor- condujo hasta el cuartel general que las Fuerzas de Defensa Planetaria tenían en la ciudad, para avisar de la llegada del convoy y
prepararlo todo.
Al salir de Prelux
Magna algunos débiles rayos de Cadwen Astrum conseguían atravesar el cielo
gris. En Karlorn, por el contrario, el cielo estaba totalmente encapotado. A la entrada del cuartel general los detuvo
un oficial de guardia de aspecto cansino que se mostró prepotente y desconfiado
hasta que Mathias sacó el Sello Inquisitorial. Al instante, el oficial palideció,
saludó en posición de firmes, y no sólo permitió el paso al todoterreno sino
que escoltó personalmente al Legado y su séquito a presencia del comandante de
la guarnición.
A Alara le daba la
sensación de que Mathias comenzaba a disfrutar sintiéndose tan importante.
Saludó con corrección al comandante, le habló del convoy que se aproximaba y
pidió alojamiento para todos sus miembros, así como la puesta a su disposición
de todo el material y la mano de obra necesarios para cubrir los transportes
blindados con una capa ligera de pintura de camuflaje.
-Por supuesto, la
base entera y toda su dotación quedan a su disposición, señor- se apresuró a
responder el comandante.- Pero debo prevenirle que una capa ligera no aguantará
mucho; a los pocos meses comenzará a descascarillarse; menos si tiene que
soportar malas condiciones atmosféricas-.
-No importa-
respondió Mathias.- No quiero que sea permanente. Es sólo para poder continuar
nuestro viaje de una manera más discreta-.
-Daré la orden en
cuanto lleguen los vehículos del convoy-.
-Muchas gracias-
respondió Mathias.
-Si desea que le
mostremos sus habitaciones y las de su séquito…
-No será
necesario. Mi séquito y yo dormiremos fuera del cuartel. ¿Puede usted
recomendarnos una buena hospedería?-.
Una hora más tarde, todo el cuartel de las FDP andaba revolucionado:
los que no se afanaban en buscar alojamiento para el séquito Inquisitorial o en
aclimatar habitaciones para los miembros del convoy, se maravillaban viendo
penetrar en el patio del recinto una cabalgata de vehículos blindados
imperiales como jamás habían visto. Alara se regocijó interiormente al ver las
caras de asombro, temor y admiración de los soldados al ver descender de los
Rhinos al padre Bruno, a la Ejecutora Tharasia y a Ophirus Crane. Hubiera sido
difícil discernir cuál de ellos les impresionaba e intimidaba más.
Aún quedaba mucho hasta la hora de cenar. El padre Bruno, como predicador de la
Eclesiarquía, no portaba una gran cantidad de enseres personales en su
equipaje, de modo que Alara supuso que estaría libre para hablar con ella antes
de que tuviera que retirarse al hostal con el resto del séquito. Lo abordó poco
después de que intercambiara unas palabras de cortesía con el comandante de la
base.
-Padre Bruno- lo
llamó.- ¿Puedo hablar un momento con usted?-.
-Por supuesto-
contestó Burno.- ¿En qué puedo ayudarla, hermana?-.
-Necesito que me
oiga en confesión-.
-Bueno… he traído
a dos confesores conmigo- titubeó Bruno, algo sorprendido.
-Lo sé, padre,
pero dado que como predicador también ha ostentado el cargo de confesor y por
lo tanto puede dar la absolución… preferiría que me oyera usted. El tema del
que tengo que hablarle es de naturaleza… privada y personal-.
Al instante, se
dio cuenta de que el interés y la curiosidad destellaban en los ojos de Bruno.
“Ahora entiendo
por qué es amigo de Mathias” pensó Alara. “Él hubiera reaccionado exactamente
igual ante cualquier misterio”.
-Venga conmigo-
dijo él.- En aquellos bancos de allá podremos hablar en privado-.
Condujo a Alara a
unas bancadas que se encontraban al otro extremo del patio. Cerca de allí había
dos soldados haciendo guardia, que desaparecieron de inmediato cuando el padre
Bruno los despidió con un gesto de la mano. Una vez solos, él y Alara se sentaron.
-Escuchadme,
padre, pues requiero la Misericordia del Emperador- dijo Alara.
-La Misericordia
del Emperador es grande, hija. ¿Cuáles son tus pecados?-.
-Bueno… -ella vaciló.- En realidad no… no creo que se trate de ningún pecado. Es más bien una
situación de… hum, necesidad de guía espiritual. Estoy envuelta en una
situación algo inusual y requiero de su consejo-.
Bruno la miró
extrañado e interesado a partes iguales.
-Bien, ¿de qué se
trata?-.
“¿Cómo se lo
digo?” se preguntó Alara. “Mejor será ser directa, sin ambages. Ni él ni yo
estamos en situación de perder el tiempo”.
-Estoy enamorada
de Mathias Trandor, y él me corresponde-.
Los ojos de Bruno
casi se desencajan de la sorpresa. Era obvio que no se esperaba una confesión
así, y menos a bocajarro.
-¿Él… él y usted…?-
acertó a balbucir.
Alara entrelazó
con fuerza los dedos de las manos para controlar y sosegar sus emociones.
Quería evitar ruborizarse a toda costa.
-Sí, pero esa no
es la cuestión. Soy consciente de que mis votos no impiden lo que ha sucedido.
El problema… bien, en realidad no es que haya un problema… ¿cómo explicárselo?
Usted conoce a Mathias, ¿no es así? Son amigos, ¿verdad?-.
-Sí, sí- respondió
el padre Bruno, todavía desconcertado.- No es que seamos íntimos, pero quedamos
un par de veces por semana para charlar un rato-.
-Entonces, tal vez
comprenda mejor lo que voy a contarle- dijo Alara, y acto seguido comenzó a
hablar.
Nunca le había
relatado la historia completa a nadie, y aunque la incomodaba poner al
descubierto sus intimidades, también la reconfortó poder confiarle todo aquello
a un sacerdote de la Eclesiarquía. Cuando hubo terminado, se quedó en silencio sin saber muy bien cómo continuar.
-¿Por qué me ha contado esta historia, hermana?- la animó el padre Bruno con voz amable.- Es evidente que algo la está perturbando-.
-Cuando Mathias y yo nos reencontramos, vi la mano del Emperador en ello- respondió Alara tras una pausa.- Los dos sentimos como si de algún modo Él hubiera querido reunirnos para poder llevar a cabo esta investigación juntos, mano a mano. Sin embargo, mi Ejecutora no ve con agrado nuestra relación, y Mathias ha tenido problemas con algunos acólitos de la cábala inquisitorial por este mismo motivo. No puedo evitar preguntármelo; ¿cree que llevamos razón? ¿O estamos pecando de
orgullo al atribuir al Emperador unos designios sobre nosotros que en realidad no han
sido otra cosa que la proyección de nuestros propios deseos personales?-.
Bruno se mantuvo
en silencio. Alara se retorció las manos, angustiada.
-Entiendo su inquietud,
hermana Alara- dijo finalmente el padre Bruno, tras un breve suspiro.-Ha hecho bien en acudir a mí. Tal y como me lo ha relatado todo…
puede que haya habido cierta precipitación, pero eso no tiene por qué ser
malo. Soy de la opinión de que nada bueno o
noble ocurre si no es por inspiración del Emperador. Si vuestro
amor es tan bueno y noble como parece, significará que forma parte de su
voluntad, y en ese caso nada podrá destruirlo. Manténgase firme en la fe, y
ella le mostrará el camino, como ha ido haciendo hasta ahora-.
Una sombra de
vergüenza llenó el corazón de Alara.
-Tiene razón, padre. No debería haber dudado-.
-No sea tan dura
consigo misma, hermana. Esta situación es nueva para usted, y muy
delicada. Ha sido lógico que consultara conmigo. El Emperador de la Humanidad
no se enoja con aquellos que buscan la verdad de su voluntad. Tal vez él mismo
haya dispuesto las sombras que nacían en su corazón para que viniera a hablar
conmigo, y de ese modo nuestra conversación ayude a salvar cualquier escollo
que pueda haber más adelante-.
-¿Escollo?-
inquirió Alara, mirando al sacerdote.- ¿Cree que puede haber escollos?-.
-Por supuesto que
pueden haberlos- respondió el padre Bruno con tranquilidad.- En todas las
relaciones los hay, tarde o temprano. No hay ningún hombre perfecto salvo el
Dios Emperador, y eso significa que posiblemente habrá malentendidos o disputas
entre ustedes. Pero, y recuerde bien lo que le digo, si su amor es fruto de
la voluntad del Emperador, nunca jamás los apartará de su sagrada misión ni de
sus deberes. Antes los conducirá por la buena senda cuando las malas
tentaciones aparezcan en su camino. Creo que esa debe ser su misión, hermana
Alara: Mathias Trandor confía en usted; sea su guía espiritual. Recuérdele
siempre quién es y a quién sirve, y de ese modo permitirá que todas sus excepcionales
cualidades sirvan al Emperador y que su afán de conocimiento no lo lleve nunca
a sendas peligrosas-.
Alara esbozó una
leve sonrisa y miró al padre Bruno, agradecida. Ahora se sentía mucho más
ligera, menos angustiada.
-¿Va a imponerme
alguna penitencia?- preguntó.
-No ha cometido
ninguna falta por la cual deba pagar- dijo él.- A quien sí voy a imponer una
penitencia, sin embargo, es a ese sinvergüenza de Mathias.- Al ver que los ojos
de Alara se abrían de asombro y preocupación, Bruno sonrió.- El
muy tunante lleva ya casi tres semanas con usted y no se había dignado a
contármelo. Menudo amigo…
Después de la
oración vespertina que ofició el padre Bruno, Mathias se reunió con su grupo de
investigación y les reveló que ya había encontrado alojamiento.
-Como los trabajos
de pintura y secado van a durar en total tres días, ese será el tiempo que
permaneceremos en Karlorn- dijo.- Hay una pensión de buena calidad a menos de
un kilómetro de aquí; allí será donde pernoctemos. Vamos a aprovechar estos días de retraso para hacer un ensayo general-.
-¿Un ensayo
general?- preguntó Valeria, curiosa.
-Pues sí. De vosotras tres, la única que sabe moverse con soltura por la
sociedad civil es Octavia. Durante estos tres días en Karlorn, aprovecharéis para aprender a
fingir que sois ciudadanas imperiales normales. Así cuando tengamos
que infiltrarnos de verdad no andemos con la guardia baja-.
-Es una excelente
idea- dijo Octavia, sonriendo con estusiasmo.- Entre Mathias y yo os
instruiremos, aunque Mikael también podrá aconsejaros, ¿de acuerdo?-.
Alara asintió sin mucho entusiasmo. La última vez que había interactuado con la sociedad civil como una ciudadana imperial más había sido a los ocho años.
-No creo que sea necesario que os movais por la clase alta- continuó Octavia.- Costaría demasiado tiempo organizar una buena coartada para todos nosotros, y de todos modos los nobles son tan pocos que cualquier cara nueva llamaría demasiado la atención, sobre todo en una ciudad tan pequeña como Karlorn. Si se da el caso de tener que relacionarse con la nobleza durante esta misión, cosa que dudo, dejadme hablar a mí; me han entrenado especialmente para ello, aunque tengo nociones de
comportamiento en todos los estratos sociales-.
-Estoy de acuerdo- asintió Mathias.- Yo siempre me he movido por entornos de clase media, y Mikael controla
bastante el ambiente de las clases bajas. De modo que todo solucionado. Tenemos
que conseguir que Valeria y Alara dejen Karlorn convertidas en unas perfectas
civiles capaces de pasar desapercibidas-.
-No sé si será
posible, jefe- dijo Mikael con ironía, mirándolas de arriba a abajo.- De
momento, no pueden llamar más la atención-.
-¿Y eso por qué?-
protestó Valeria.- Nuestro disfraz es perfecto-.
-El disfraz está
bien, pero sólo es un comienzo- repuso Mikael.- Valeria y tú tenéis un aspecto
demasiado marcial. Tenéis que aprender a relajaros-.
-¿Y eso cómo se hace?-
preguntó Alara, desconcertada.
Mikael lanzó un
suspiro.
-Esto va a ser
difícil-.
-Sobre todo si les
das tantos ánimos- gruñó Mathias.- Ánimo, chicas; estoy seguro de que pronto lo
haréis bien. Cuanto antes empecemos, mejor-.
-Podríamos salir a
dar un paseo por la ciudad- dijo Alara, animándose de repente.- Me gustaría ir a una
librería-.
-¿A una librería?-
preguntó Octavia.- ¿Para qué quieres tú ir a una librería?-.
-¿Para qué va a ser? Para comprar un libro. De niña me gustaba leer, pero hace años que no leo nada que no sean
textos sagrados, manuales de combate o el Mandatos del Sororitas. El padre Bruno podría
acompañarnos para ejercer de censor y ayudarnos a elegir obras adecuadas-.
-Sí que te has
hecho amiga del padre Bruno- observó Valeria.
-¿Por qué dices
eso?- inquirió Mathias.
-Bueno, antes los
he visto hablando solos durante mucho rato, en el patio de armas del cuartel-.
-Voy a ir a
buscarle- dijo con rapidez Alara, que no quería contarle a Mathias el motivo
por el cual había hablado con Bruno.
Mathias frunció el
ceño, pero la dejó marchar sin hacer comentario alguno. Poco después, Alara regresó acompañada del sacerdote.
-Valeria, la Ejecutora me ha pedido que te llame- informó a su amiga.- Hay unos milicianos que
se encuentran mal y el oficial al mando le ha solicitado a Tharasia la asistencia de las Hospitalarias-.
Valeria puso los ojos en blanco.
-Por el Emperador, qué oportunos. Me temo que esta primera toma de contacto con la sociedad tendréis que hacerla sin mí-.
-Me parece que yo
también me voy a quedar- dijo Octavia tras una breve reflexión.- En realidad, yo no necesito practicar, y quiero seguir estudiando todo lo
que pueda el idioma montano de Vermix. Es realmente complicado-.
Mathias hizo un
gesto de contrariedad.
-En fin… supongo
que nos veremos en la pensión al anochecer. Mikael, tú sabes dónde está;
quédate y acompáñalas. Yo iré con Bruno y con Alara-.
-Nos vemos en la
pensión dentro de tres horas, jefe- asintió Mathias.
-No me llames
jefe- le reprendió Mathias muy serio.- Que no te lo tenga que volver a
recordar-.
-Perdón, j…
Mathias-.
Alara, contrariada, vio marchar a sus amigas de vuelta hacia el cuartel. La invadió una oleada de inseguridad al darse cuenta de que iba a tener que enfrentarse a su primera interacción social sin ellas. Al notar su turbación, Mathias la cogió del brazo con gesto animoso.
-¡No te preocupes, Alara! Con esas maneras de Militante Dialogante que tienes, seguro que lo haces mucho mejor de lo que tú misma crees. Vamos a ver qué tal te desenvuelves en sociedad-.
Mikael emitió una risilla sarcástica.
-No sabéis lo mucho que lamento perdérmelo. Seguro que va a ser una experiencia memorable-.
Cuando el padre
Bruno, Mathias y Alara dejaron el cuartel general de la milicia, el sol
comenzaba a declinar. Las nubes acrecentaban la penumbra que comenzaba a
adueñarse del ambiente, y en conjunto aquella luz daba a la ciudad, gris y
anodina, un aspecto algo deprimente. A petición de Mathias, Bruno se había vestido con ropas civiles para no llamar la atención. Siguiendo el plano que les habían facilitado
en el cuartel, pronto encontraron una librería que se hallaba a pocas manzanas
de distancia.
-Es
extraordinario- comentó Alara mientras cruzaban la calle.- Por primera vez en muchos años voy a entrar en una librería sin tener que quemar los ejemplares y
detener al dueño-.
Mathias la miró de
reojo.
-Por favor, no
hagas ese tipo de comentarios cuando entremos. Pondrías nervioso al dependiente-.
Empujaron unas
puertas de madera ornamentada para penetrar en el interior de la tienda. Había unos pocos estantes con
libros, encuadernados en piel o cartón duro, que alcanzaban precios
exorbitantes. Mucho más económicos eran los más ligeros y manejables microdiscos
insertables en las placas de datos, para poder descargarse uno o varios
volúmenes y leerlos allí. Fue la opción que Mathias aconsejó a Alara.
-Yo no tengo placa de datos propia- protestó ella.- La que tengo es... eh... del trabajo, prestada-.
-Ya entiendo- dijo
Mathias.- Pero puedes usarla durante el viaje y luego trasladar la información
a la mía, si quieres. Yo te la dejaré siempre que me la pidas-.
Aquello trajo
recuerdos a Alara. Miró a Mathias con una sonrisa melancólica.
-¿Recuerdas cuando
éramos niños? Siempre nos poníamos de acuerdo para pedir a nuestros padres los
libros que no teníamos, para luego intercambiárnoslos-.
Mathias le
devolvió la sonrisa.
-Lo recuerdo. Una
vez me enfadé contigo porque me devolviste uno manchado de mermelada-.
Alara se rió al
acordarse der aquello.
-¡No fui yo quien
lo manchó, fue Kevan! Te lo dije y no me creíste-.
-Pero te pusiste a
llorar al ver que no te creía y entonces te perdoné. Nunca pude permanecer más
de cinco minutos enfadado contigo-.
La voz de Mathias
se llenó de dulzura al pronunciar aquellas últimas palabras, mientras
intercambiaba una mirada tierna con Alara. Pero de inmediato desvió la vista y
se puso a fingir un gran interés en la estantería que tenía delante. Alara se
sintió confusa durante un momento hasta que cayó en la cuenta de que Mathias
ignoraba que el padre Bruno estaba al corriente de la relación que había entre
ellos; seguramente, intentaba disimular por temor a que el sacerdote se diera
cuenta y los reprendiera.
“Tengo que
acordarme de hablar con él después para contárselo”, pensó ella.
Se demoró unos
quince minutos en elegir tres títulos, sugeridos por Mathias y refrendados por
el padre Bruno. Se trataba de una trilogía de aventuras llamada El
explorador de las Estrellas Halo, donde un valiente piloto imperial y su
tripulación se aventuraban en el borde exterior de la Galaxia, justo en el
límite del alcance del Astronomicon, y vivían peligrosas aventuras en planetas
inexplorados llenos de hostiles y peligrosas criaturas alienígenas. Tras escoger los microdiscos, Alara se acercó muy ufana al mostrador. El vendedor estaba
sentado al otro lado, mirando un catálogo con aspecto cansino.
-Hola- dijo Alara,
esbozando la sonrisa más amplia y amistosa que fue capaz.- Buenas tardes.
Quiero comprar estos microdiscos-.
El librero la miró
algo extrañado por su exagerada simpatía.
-Eh… por supuesto,
señorita. Serán tres tronos-.
Alara sacó tres monedas de su bolso y se las tendió al hombre, que pasó los
microdiscos por el lector de códigos y le
entregó un recibo.
-Gracias- dijo
Alara, volviendo a sonreír.
-De nada- gruñó el
dependiente, volviendo a su catálogo.
Cuando salieron de
la librería, Mathias se giró hacia ella.
-No ha estado mal,
pero la próxima vez intenta no sobreactuar tanto-.
-¿Sobreactuar?-
preguntó Alara, decepcionada.
-Has sido
demasiado amable, has sonreído demasiado, y le has mirado demasiado fijamente.
¿No te has dado cuenta de que te miraba raro?-.
Alara frunció el
ceño.
-¿Acaso tengo que
ser antipática?-.
-Intenta hallar el
término medio- suspiró Mathias.- Mira; ahora iremos a un bar a tomar un trago,
¿te parece bien? Aún queda un buen rato hasta que se haga hora de ir a la pensión.
Mira cómo lo hacemos Bruno y yo, y aprende-.
“Esto va a ser
más difícil de lo que yo me imaginaba”, pensó Alara, algo desanimada.
Entraron en un bar situado a pocas manzanas de la librería. No había mucha gente. Aparte del barman,
había un par de parejas sentadas en las mesas más cercanas a la puerta, un
hombre vestido de gris que leía el periódico sentado en la barra, y cuatro chicos
de largas melenas enmarañadas y vestidos de negro que jugaban a los dardos y
bebían grandes jarras de una sustancia amarilla espumosa que Alara no supo
identificar. El local tenía las paredes deslucidas, con varios pósters de grupos musicales salpicando el estucado aquí y allá. Tras la barra, largas estanterías
alineaban botellas de licor, vasos vacíos y pizarras con listados de precios.
En el aire flotaba un tenue olor a desinfectante.
Mathias, Bruno y
Alara se sentaron en la barra.
-¿Qué va a ser?-
preguntó el barman, acercándose a ellos.
Alara miró la
pizarra, insegura.
-No sé qué pedir-.
-Tres licores de
frutas- pidió Mathias.
Cuando el barman
se retiró a preparar las bebidas, Alara miró a Mathias.
-¿Licor? ¿Quieres
decir que llevan alcohol?-.
-No es una bebida
muy fuerte- la tranquilizó Mathias.
-No me parece adecuado que se la ofrezcas a ella si no está acostumbrada- le reprendió Bruno.
-Tiene que
acostumbrarse- se defendió Mathias, encogiéndose de hombros.- En algunos de los
locales a los que tendremos que ir la mirarán raro si pide sólo agua o zumos-.
Al cabo de poco
tiempo, el barman puso delante de ellos tres vasos llenos de un líquido color
morado en el cual flotaban varios cubitos de hielo. Alara lo olfateó con
precaución; olía muy bien, parecido a las bayas dulces que crecían en los
bosques tarionitas. Sintiendo que la boca se le hacía agua, se llevó el vaso a
los labios y bebió un gran trago.
Fue como si una
lengua de fuego le bajara por el cuello. La garganta se le cerró ante aquella
intensa quemazón, cuya amargura, mezclada con el sabor dulzón de la fruta, hizo
que Alara sintiera náuseas. Escupió de inmediato el líquido sobre el suelo del
bar, doblándose a causa de las arcadas. Tuvo que hacer un esfuerzo de voluntad
para no vomitar allí mismo.
-¡Pero qué haces!
¡De un trago no!- exclamó Mathias, consternado.
Alara comenzó a
toser, con una mueca de asco en la cara. Los chicos de negro que jugaban a los
dardos la miraron y se rieron.
-Eh, tíos, parece
que esa pava no aguanta el alcohol- se burló uno de ellos.- Mirad la que ha
montado-.
Alara sintió un
arrebato de indignación. ¿Estaba hablando de ella? ¿Cómo se atrevía?
-Que el Trono te
lleve, idiota- le gruñó.
El chico se giró
hacia ella y la miró sorprendido. Las greñas de pelo oscuro y ondulado
enmarcaban un rostro afilado con barba de varios días, cuyos ojos oscuros la
miraron con una mezcla de burla y desafío.
-¿Pero de qué vas,
niñata? Me cago en ti y en el puto Trono-.
Alara se levantó
de la silla, roja de furia.
-¡¿Qué es lo que has dicho?! ¡Arrepiéntete ahora mismo o te reviento la cabeza!- gritó.
Mathias y Bruno se pusieron en pie de inmediato y agarraron a Alara por los hombros, temiendo que se liara a golpes con el chico allí mismo.
-Bueno, aquí no ha
pasado nada- se apresuró a decir Mathias.- Venga, tío, déjalo estar. No vamos
buscando bronca-.
El chico lanzó una
risa desdeñosa.
-Pues ponle el
bozal a tu perra, entonces- dijo.
Sus amigos le
rieron la gracia
Los músculos del
brazo de Alara se tensaron bajo la mano de Mathias.
-No- siseó él
junto a su oído.- Te lo prohíbo. Es una orden-.
-Eh, vosotros-
ladró el barman.- Si queréis pelea, idos afuera. Nada de broncas dentro del
local-.
-Pierda cuidado,
jefe- dijo otro de los chicos, un joven alto con ropas de cuero. Miró a su
compañero.- Ya has oído al amigo-.
Alara dedujo que el de la chaqueta
de cuero debía ser el líder, ya que el chico que la había
importunado le dirigió una última mirada de desprecio y volvió con sus amigos.
-¿Quiere usted que
le ponga otra cosa?- preguntó el barman a Alara, limpiando con un paño la
superficie pulida de la barra.
-Sí, por favor-
respondió Alara.- Póngame un vaso de agua fría-.
Mathias y Bruno
intentaron conversar con ella de trivialidades, pero Alara no pudo dejar de
sentirse molesta, ni siquiera cuando un rato más tarde los chicos de negro se
despidieron del barman y se marcharon del local. El que la había insultado le
lanzó al pasar una mirada desdeñosa y escupió a sus pies.
-Que te jodan-
masculló.
Alara estiró el
pie disimuladamente poniéndole la zancadilla. El joven no se dio cuenta y
tropezó, trastabilló y cayó al suelo. Se levantó de un salto, furioso.
-Serás hija de…
-Vale, tío- le
interrumpió el líder, cogiéndolo del hombro.- Ya has oído antes al barman. Nada
de peleas en el local. Tira para la puerta-.
Alara los miró de
reojo mientras salían, aún enfadada. Sentía no haber podido darle su merecido a
aquel sinvergüenza. No la habían entrenado para ignorar los desafíos sino para
castigarlos. Sabía que aquel joven impertinente jamás habría osado faltarle al
respeto ni blasfemar contra el Trono si hubiera sabido que ella era una Hermana del Adepta Sororitas.
“Bueno, por lo
menos el entrenamiento está sirviendo de algo” se dijo, bebiendo un largo trago
de agua. El dulce frescor barrió los últimos vestigios de ardiente amargor de
su garganta. “Realmente necesitaba practicar”.
Ya se había puesto
el sol cuando el padre Bruno miró por la ventana y sugirió que ya iba siendo
hora de marcharse.
-Deberíais ir a la
pensión, Mathias- observó.- Pronto será de noche; los demás ya deben estar
esperándoos-.
-Tienes razón-
convino Mathias. Dejó unas monedas sobre la barra y se levantó del taburete.-
Vámonos-.
Cuando salieron
del bar, las sombras comenzaban a extenderse por doquier. Aún era de día, pero
la luz era mortecina, cada vez más débil, y el cielo encapotado se había vuelto de color gris verdoso.
-Os acompañaré
hasta la encrucijada de la esquina- dijo Bruno.- A partir de ahí, yo volveré al
cuartel y vosotros iréis a la pensión-.
Los tres caminaron
por la acera y llegaron al cruce. Se disponían a traspasarlo, cuando Alara
escuchó un repentino chirrido de neumáticos. Estaba distraída, perdida en sus
pensamientos, y por un instante tardó en reaccionar.
-¡Alara, cuidado!-
gritó Mathias con la voz llena de pánico.
Agarró a Alara y
la echó para atrás de un violento tirón. Ella, atónita, vio cómo de repente un
coche de carrocería color verde oscuro pasaba como una centella por delante,
justo donde un segundo antes se encontraba ella. El corazón empezó a latirle
como enloquecido.
-¿Pero qué…?-
balbuceó atónita.
“¡Ha intentado
atropellarnos!”.
El coche se detuvo
con un frenazo seco varios metros más allá. Las portezuelas se abrieron y de un
salto salieron los chicos de negro que estaban en el bar. Obviamente, los
habían estado esperando. Llevaban pistolas ordinarias en las manos. El que
había importunado a Alara se acercó el primero, desafiante.
-¡Me vas a comer
la polla, zorra!- gritó.
Alara frunció el
ceño, asqueada al oírle emplear semejante lenguaje. Sin embargo, no se
amedrentó. Tal vez no estuviera preparada para moverse con soltura en
sociedad, pero sí que lo estaba para reaccionar frente a las amenazas. Con un
gesto tan rápido que apenas fue perceptible, desenfundó la pistola láser que
llevaba oculta bajo la gabardina y disparó al joven en la mano. Acertó de pleno. De repente, el chico soltó la pistola y
cayó de rodillas al suelo, aullando de dolor, con la mano derecha agujereada de
lado a lado, ennegrecida en el centro y con los dedos enrojecidos colgando
inertes hacia abajo.
La reacción de
Mathias y Bruno no se hizo esperar. Apenas fueron conscientes de que Alara
sacaba su arma, ellos desenfundaron las suyas y dispararon. Los pandilleros, alarmados, respondieron al fuego, pero ninguno de sus tiros dio en el
blanco; estaban demasiado sorprendidos y confusos por lo que le había pasado a
su compañero, y de ningún modo esperaban que Alara estuviera armada y se
defendiera con tanta eficacia. Sin embargo, los disparos de Mathias y Bruno sí
dieron en el blanco. Bruno hirió a uno de los chicos en el hombro, mientras que
el disparo de Mathias quebró el cristal de la ventanilla que estaba justo al
lado del jefe. Los pandilleros se detuvieron en seco.
-Pero, ¿qué…
-comenzó a decir el jefe.
Alara lo apuntó
con su pistola láser. No sentía temor ni aprensión, sólo furia. Clavó en aquel
hombre una mirada gélida, y cuando habló, su voz fue fría como el helo.
-Vuestro amigo
sólo está vivo porque he apuntado a su mano- dijo.- Si alguien vuelve a
disparar o intenta atacarnos, tiraré a matar-.
El jefe levantó un
poco las manos, aunque sin soltar la pistola.
-Calma, calma,
nena. Nadie va a disparar a nadie, ¿de acuerdo?-.
-Guardad las armas
y largaos de aquí- siseó Alara.
El chico de la
mano herida se había escondido detrás de un coche y gimoteaba. Aquel que había
sido alcanzado por el padre Bruno había caído sentado en el suelo, apoyado en
el coche, y se llevaba la mano al hombro mientras jadeaba de dolor. El que
quedaba ileso miró al jefe, y este asintió. Acto seguido, los dos bajaron las
armas muy despacio y las guardaron.
-Ahora bájala tú-
exigió el jefe.- Y deja que vayamos a por nuestro colega-.
-Yo iré a por él-
gruñó Alara.- Chicos, guardadme las espaldas- dijo, sabiendo que Mathias y
Bruno la escuchaban.- Si intentan algo, los matáis-.
-Joder, tía, no te
pongas así- protestó el jefe.- Hemos guardado las armas, ¿no? Buen rollo,
¿eh?-.
Alara lo ignoró y
se dirigió hacia el hueco entre coches donde se había escondido el de la mano
herida. Al verla, el joven lanzó un gemido de rabia y dolor.
-¡Joder, tía, eres
una puta loca! ¡Me has reventado la mano, joder! ¡Mierda!-.
Alara le apuntó a
la cabeza con la pistola láser.
-Cállate esa boca
sucia y levántate ahora mismo, o te vuelo la cabeza-.
-V… v… vale, tía-
gimoteó el pandillero, acobardado. Su rostro estaba cada vez más pálido.
Intentó levantarse, pero tenía las rodillas temblorosas. Alara lo agarró del
hombro para alzarlo, y vio que bajo la manga corta de su camiseta negra se
vislumbraba un tatuaje.
-¿Qué es eso?-
preguntó, levantándole la manga. Sobre la piel blanca del joven destacaba el dibujo de una especie de serpiente anillada que se devoraba a sí
misma, formando un ocho horizontal.
El chico dudó un
instante, pero Alara seguía apuntándole con la pistola láser.
-El tatuaje de mi
banda- respondió finalmente.
-¿Cuál es tu
banda?-.
-Somos los
Guerreros Gusano- murmuró el chico, poniéndose en pie del todo.- La banda más
peligrosa de Karlorn-.
-Anda y tira hacia
delante, idiota- le espetó Alara, empujándolo sin contemplaciones hacia sus
amigos.- Llevaos de aquí a este imbécil y que no lo vuelva a ver-.
-Vale, vale- dijo
el jefe, que no parecía tener ningunas ganas de continuar la bronca. Entre él y
el que quedaba ayudaron a los dos heridos a meterse en el coche, y luego ambos
entraron por las puertas delanteras, el jefe al volante.
-Joder con la tía
psicópata esa- le oyó farfullar Alara antes de que arrancara y desaparecieran
de allí.
Cuando los vio
perderse al final de la calle y estuvo segura de que se habían marchado, si
giró hacia Mathias y Bruno al tiempo que guardaba la pistola láser de nuevo en
la cartuchera.
-¿Nos vamos?-
preguntó.
Los dos hombres la miraron en silencio unos instantes: Bruno, admirado; Mathias, atónito.
Los dos hombres la miraron en silencio unos instantes: Bruno, admirado; Mathias, atónito.
-Sí, claro-
respondió este finalmente.
Por seguridad,
decidieron escoltar al sacerdote hasta las inmediaciones del cuartel. Una vez
allí, Bruno se despidió cordialmente de ellos.
-Adiós, Mathias.
Adiós hermana Alara. He de reconocer que después de lo que ha pasado me siento
mucho más tranquilo sabiendo que usted y sus hermanas forman parte de mi
escolta-.
-Es un honor
servir a la Eclesiarquía, padre. Que tenga buenas noches-.
Una vez Bruno hubo
desaparecido por las puertas del cuartel, Mathias se giró hacia Alara.
Vaya- dijo con una
media sonrisa.- Además de valiente, peligrosa. Jamás había
visto a nadie desenfundar tan rápido, excepto a Mikael-.
-¿Así que esto es la socidad civil?- bromeó ella, dedicándole una sonrisa burlona.- No es tan aburrida como yo me temía. ¿Volveremos a salir mañana?-.
Mathias lanzó un suspiro.
¡Guau, empieza la acción, jejeje! Estaba deseando ver a Alara repartiendo estopa, que le hacía falta algo de entrenamiento para no anquilosarse. Qué pena que no haya durado más...
ResponderEliminarMe han parecido bastante divertidas las dificultades de Alara para adaptarse a una sociedad ajena al convento de las Sororitas. Y, por cierto, su reacción al probar el licor se parece bastante a la mía cuando me dieron a probar por primera vez el licor café, XP
Este ha sido el aperitivo de la estopa, jejeje. Tranquila que esto es 40K; tarde o temprano habrá más bofetadas. Muchas bofetadas :-P
ResponderEliminarMe alegro de que te hayan parecido divertidos los ensayos de la pobre Alara para hacerse pasar por civil. Yo también tuve una reacción parecida a la suya con el licor de bayas y a la tuya con el licor de café; en mi caso fue con el orujo de hierbas XD
Joder con la hermana Alara, menuda chunga...pero se lo merecían. Desde luego esta no es la Alara que tenía figurada en la cabeza ES mucho más fría en combate.
ResponderEliminarLo del alcohol me ha recordado a cierta valenciana que conozco que se declara abstemia xDD, creo que con la descripción de la bebida alcoholica puedo entender cómo se siente al beber xDDD.
Siento curisoidad, ¿cómo te la figurabas? :-P
EliminarDe todos modos, ten en cuenta que para ella no es lo mismo amedrentar a unos cuántos pandilleros que enfrentarse a auténticos herejes... o algo peor.
A ver, me la imaginaba concentrada en combate...pero un poco menos iracunda. Aunque como te digo, estos es que se pasaron de rosca. Hasta ahora sólo era Alara la emocionalmente verde, esta es Alara la Hermana de Batalla.
ResponderEliminar¿¿Un poco menos iracunda?? Te advierto que con estos tipos, Alara ha sido casi amable. ¿Te dicen algo las palabras "ángel vengador", "cólera justiciera", "ira purificadora"...? Espera a verla cabreada de verdad :-P
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