A.D. 841M40. Prelux
Magna (Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.
Hace frío en Prelux Magna. Es invierno, acaba
de terminar la estación del monzón, y el aire está cargado de una humedad fría
y paralizante que se cuela incluso a través de los abrigos y las camisas de
lana cuando sopla el viento. Mathias Trandor se dirige a paso ligero a la
capilla del Ordo Xenos, se quita los guantes en cuanto entra, y se demora un
tanto en saludar a la Adepta Orbiana mientras se sopla las palmas para entrar
en calor.
-Hace frío, ¿eh?- comenta la mujer con sorna.
Mathias murmura algo y echa a caminar a paso
ligero por el pasillo, deseando llegar a su habitación. Se muere de ganas de
quitarse la ropa de calle, envolverse en un cálido batín, encender la
calefacción y ponerse a pasar a limpio el informe semanal del laboratorio
mientras bebe una taza de recafeinado caliente. Apresurado como va, abre la
puerta de la sección de alojamientos y no se da cuenta de que otra persona
estaba a punto de salir hasta que la tiene encima. Los dos tropiezan. Se
escucha un agudo grito de sorpresa y una placa de datos cae al suelo. Mathias
se agacha de inmediato a recogerla, y sólo al incorporarse se da cuenta de que
la persona frente a él es una chica a la que no había visto nunca antes.
Se trata de una joven que no llegará a los
treinta años, cuyo rostro expresa apuro y confusión. Los ojos de Mathias la
recorren por un fugaz instante -formas voluptuosas, cabello claro, color miel,
que cae en cascada por su espalda, ojos azules, piel dorada y pecosa- y su
cerebro, de modo inconsciente, la descarta automáticamente; no se parece en
nada a Alara. La muchacha esboza una tímida sonrisa mientras coge la tabla de
datos de las manos de Mathias.
-¡Oh, perdóname!- dice. Tiene una voz muy
bonita, dulce y aniñada.- Te ruego que me disculpes, estaba leyendo la tabla de
datos y no me he dado cuenta de que la puerta se abría. ¡Ay, espero que el
espíritu máquina no se haya indispuesto con el golpe!-.
Angustiada, comprueba la placa. Mathias
deduce que todo debe andar bien, porque unos segundos después la chica alza la
mirada y sonríe.
-No te he visto antes por aquí, ¿eres
nuevo?-.
-Eso te iba a preguntar yo- dice Mathias.-
Llevo aquí casi un año, y nunca te había visto-.
La sonrisa de ella se hace más ancha.
-Llevo cinco años en el séquito de Lord
Crisagon, pero me he pasado los últimos meses haciendo trabajo de campo.
Debiste llegar poco después de que me marchara- le tiende la mano con ademán
cordial.- Soy Phoebe Aberlindt, historiadora-.
-Mathias Trandor, Docto Biologis- responde
él, estrechándole la mano. Los dedos de la joven son finos y delicados. Todo en
ella tiene una apariencia dulce y frágil, como si fuera una muñeca de porcelana.
Lleva un traje sencillo y de buen corte color azul pastel, y salvo una pequeña conexión
de datos detrás de la oreja derecha, no presenta implante alguno. Luce collar,
pulsera y pendientes de oro, todo a juego, y una manicura perfecta. Sus cejas
perfectamente depiladas se arquean al escuchar la presentación de Mathias.
-¿Biólogo? ¡Vaya! ¿Trabajas con el Magíster
Séneca?-.
-Sí, ¿cómo lo has adivinado?-.
Ella se ríe.
-Hacía mucho que se andaba quejando de que le
faltaba personal. Y el pobre Acadio ya no podía con todo. Creo que tú has sido
la respuesta a sus plegarias-.
Mathias también se echa a reír.
-¡Esas fueron exactamente las palabras del
Magíster el día que me presenté ante él!-. Una oleada de cordialidad se
extiende entre ellos, la suficiente como para que Mathias se anime a decir las
siguientes palabras.- Justo iba a tomar una taza de recafeinado. ¿Quieres
acompañarme?-.
-¡Claro!- dice ella, tras echarle un vistazo
a su crono de pulsera.- Puedo permitirme media hora de descanso. Ya seguiré
leyendo más tarde-.
Ambos desaparecen en dirección a la sala
común, charlando animadamente.
A.D .844M40.
Shantuor Ledeesme (Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.
Alara agradeció
que la búsqueda del templo pagano tuviera lugar en el interior de la fortaleza,
porque durante la tormenta que descargaba en el exterior no se había detenido
desde la noche anterior. Al salir del Salamandra, pudo oír con claridad el
repiqueteo de la lluvia en el patio exterior, y siguió oyéndolo cuando sus
hermanas se unieron a ella junto a la entrada principal. Allí ya se encontraban
Mathias, Mikael, Octavia y Valeria, y el tecnosacerdote y los tecnomantes
llegaron poco después.
El vestíbulo
estaba tan vacío y polvoriento como la vez anterior; los Guardias Imperiales
habían retirado los cadáveres de los dinorácnidos y los habían apilado en el
patio exterior, donde no estorbaban. Las puertas enfrentadas a las escaleras
descendentes estaban cerradas, pero esto no supuso ningún problema para las
Sororitas, que se limitaron a reventar las cerraduras de un balazo y penetrar
en las escaleras con el sistema de visión nocturna activado. Ni allí ni más
abajo, en la sala heptagonal, había nadie. Todo estaba oscuro, silencioso y
vacío.
Tras asegurar la
zona, Alara indicó a Mathias por el vocotransmisor que ya podían bajar.
Mientras, echó un vistazo a su alrededor. La sala era de notables dimensiones;
tenía al menos veinte metros de largo por otros tantos de ancho, y formaba un
heptágono perfecto. En cada uno de sus lados se abría la boca de un pasillo,
los cuales, según Alara sabía gracias a la exploración del día anterior,
acababan en los baluartes de la fortaleza, donde se hallaban los búnkers. El
suelo era liso, de cemento, igual que el techo y las paredes.
Un eco de pisadas
precedió la llegada de Mathias, Valeria, Octavia y los miembros del Culto
Mecánico. Ophirus Crane comenzó a ladrar órdenes apenas llegó; con rapidez,
Lauron y Basilio colocaron potentes linternas a intervalos regulares por toda
la sala para iluminarla y los servidores portearon una pesada máquina erizada
de cables y runas, que depositaron en el centro del heptágono.
-¿Qué es eso?-
quiso saber Alara.
-Un aparato para
cartografiar el subsuelo- explicó Mathias.- Se usa con frecuencia en las excavaciones
arqueológicas. Así se sabe dónde hay que cavar-.
El tecnosacerdote
y los dos tecnomantes comenzaron a entonar el ritual para despertar al espíritu
máquina del cartografiador. Tras unos minutos, pulsaron las runas indicadas y
la máquina se encendió.
-Bien- dijo Crane,
satisfecho.- Ahora vamos a empezar a…
Alara no escuchó
el resto de sus palabras, y tampoco lo hicieron los demás. Porque en ese
instante el eco de un extraño petardeo resonó en los túneles. Todos se quedaron
helados.
-¿Qué es eso?-
preguntó Mathias cuando el petardeo volvió a dejarse oír.- ¿Son disparos?-.
Un grito frenético
resonó a través del canal público del vocotransmisor.
-¡Al habla el
sargento Sheffield! ¡Nos están atacando! ¡Necesitamos refuerzos!-.
El instinto
militar hizo que Alara fuera la primera en reaccionar. El sargento Sheffield
estaba al mando de una de las tres escuadras que patrullaban el sótano, lo cual
significaba que ella y sus hermanas, estando allí abajo, eran los refuerzos más
cercanos con los que los guardias imperiales podían contar.
-Al habla la
hermana Alara, sargento. Indique posición-.
-¡Atrincherados en
un almacén, entre los pasillos oeste y noroeste, primera encrucijada!-.
Alara indicó con
la mano a su escuadra que la siguiera y se dirigió de inmediato al pasillo
oeste, que quedaba a su izquierda.
-Informe sobre
posición y fuerzas enemigas-.
-¡Es uno, y está
justo delante de nosotros!- dijo la voz de Sheffield, entrecortada por el
esfuerzo y la tensión.
Alara frunció el
ceño, invisible bajo el visor de su casco modelo Sabbat.
-Repita, sargento.
¿Ha dicho uno?-.
-¡Sí! ¡Sé… sé que
es extraño, pero ya ha matado a dos de los nuestros y no hay manera de acabar
con él! ¡Necesitamos refuerzos, por favor!-.
-Mantengan
posición, sargento; mi escuadra se dirige hacia ahí-.
Gracias a la
visión nocturna, Alara era capaz de ver pasillo arriba por varias decenas de
metros. Aún así, las distancias eran grandes. Pasó al canal de su escuadra para
dar órdenes.
-Hermanas,
formación delta-.
Las Sororitas
ocuparon sus posiciones de inmediato. Cecilia, con el lanzallamas, en
retaguardia. Claudia se retrasó para cubrir a Cecilia, mientras que Silvana y
Cordelia se adelantaron para cubrir los flancos de Alara. Sin correr, para que
el eco de sus pasos no alertara al enemigo, avanzaron con un suave trote hasta
llegar al primero de los corredores concéntricos que atravesaban los ocho
pasillos radiales. El sonido de disparos, tal y como habían indicado el
sargento, procedía del lado derecho del corredor. Alara distinguió al fin al
enemigo: una figura apoyada en la pared que tenía un rifle láser en cada mano y
disparaba sin control. Sus risotadas agudas y maníacas se confundían con el
sonido de los disparos. En el suelo, a su lado, yacían los dos cadáveres de los
guardias caídos en un lecho de sangre.
Alara indicó
mediante gestos a Silvana y a Cordelia que se mantuvieran por detrás de ella y
avanzó con cautela. El tirador maníaco parecía demasiado ocupado con los
guardias imperiales atrincherados y no pareció darse cuenta de la presencia de
la Sororita. En ese momento, una ráfaga procedente del almacén lo alcanzó en el
pecho, lanzando al hombre contra la pared. Sin embargo, no murió ni se
desplomó. Se tambaleó unos instantes, lanzó un desquiciado aullido y siguió
disparando.
“No es posible”,
pensó Alara, incrédula. “¡Apenas lleva blindaje! ¿Cómo ha resistido todos esos
impactos?”. Se forzó a dejar de pensar y lo apuntó con la mira láser de su
rifle bólter. “A ver si también resistes esto, bastardo”.
Se permitió un par
de segundos más para afinar la puntería, y disparó. El proyectil alcanzó al
tirador en el pecho, explotando una décima de segundo después y reventándole la
caja torácica. La sangre y los órganos internos destrozados dejaron una
impronta en la pared, tras él, justo antes de que se desplomara al fin,
lanzando un agónico gañido. Quedó en el suelo, inmóvil.
Alara avanzó a
paso ligero hacia el almacén. Sin embargo, antes de entrar dirigió una fugaz
mirada al cadáver, y eso los salvó a todos.
El cuerpo se movía.
Alara, asombrada, se acercó al tirador caído y vio que, contra toda lógica,
seguía con vida. Sus pulmones habían reventado, las costillas destrozadas se
clavaban en su estómago y en su hígado, su sangre llenaba el suelo y las
paredes, pero aquel bastardo hijo de de la disformidad se movía. Alara
lo miró a la cara y vio un rostro enfermizo, de piel amarillenta y perlada de
sudor, en cuyas facciones se reflejaba la más desquiciada locura. Tardó un
instante en caer en la cuenta de que se trataba del bandido herido que había
huido del bunker la tarde anterior.
La boca del
demente se torció en una sonrisa desquiciada, y una carcajada ahogada brotó de
sus labios. Por el rabillo del ojo, Alara advirtió que sujetaba algo en su mano
derecha. Disparó de inmediato, antes incluso de comprobar qué era.
El segundo
proyectil de bólter penetró por la barbilla del bandido y estalló en su
garganta, volándole toda la cabeza de nariz para abajo. Aquello acabó
finalmente con él; sus ojos se pusieron en blanco y sus miembros quedaron
inmóviles. Aún así, Alara aún lo apuntó unos segundos más, absurdamente en
guardia, como si de algún modo fuera posible que siguiera moviéndose. Después,
cuando le quedó patente más allá de toda duda que estaba muerto, desvió la
mirada y se dio cuenta de lo que sostenía su mano: una granada explosiva, con
el dedo índice de la mano izquierda en el interior de la anilla.
-El Emperador nos
asista- susurró.
Se arrodilló para
examinar el cuerpo. No había reconocido al bandido al principio, porque había
algo distinto en él. Parecía más delgado y macilento, como si estuviera
enfermo. Todo su cuerpo poseía una tonalidad amarillenta de aspecto repugnante.
Y su sangre… no era normal, sino oscura, espesa y extraña. Como la que podría
tener un mutante.
“¡Mutaciones!
¡Enfermedad! ¡Los Poderes Ruinosos! ¡Nurgle!”.
-Hermana, gracias
al Emperador- dijo una voz desde el almacén; era el sargento.- Menos mal que…
-¡Quieto!- le
gritó Alara, girándose hacia él.- ¡Quietos usted y sus hombres, no den un paso
más! ¡Métanse en el almacén, rápido!-.
El sargento, que
ya estaba en el umbral, la miró desconcertado. Hizo además de avanzar.
-Pero, ¿qué está
dicien…
Alara lo encañonó
con el bólter.
-He dicho adentro.
Ahora. Al primero de ustedes que salga de ese almacén le disparo-.
El sargento
palideció de furia, pero retrocedió.
-¿Qué significa
esto?- protestó con voz airada.
-¡Este hombre es
un mutante! ¡Está enfermo, y podría ser contagioso! ¡Cierren la puerta del
almacén y quédense dentro mientras examinamos el cadáver! ¡Obedezca!-.
Tan duras y
perentorias eran las palabras de Alara, que el sargento obedeció. Cerró la
puerta y él y sus dos hombres se quedaron en el interior del almacén. Alara
pasó al canal público de vocotransmisor.
-Doctor Trandor,
¿me recibe?-.
-La recibo,
hermana- respondió Mathias.- Informe, ¿qué está pasando?-.
-Hemos abatido al
enemigo, señor. Se trataba del bandido superviviente que escapó ayer. Sin
embargo, está… cambiado. Parece sufrir algún tipo de enfermedad, y creo que
también mutaciones. Requiero la presencia de la hermana Valeria para un examen
a fondo-.
-La hermana
Valeria y yo acudiremos de inmediato- respondió Mathias, y cortó la
comunicación.
Alara y el resto
de su escuadra se encontraban a una prudente distancia del cadáver cuando
Mathias y Valeria llegaron al pasillo.
-Será mejor que me
acerque yo sola- dijo Valeria, que vestía la servoarmadura completa de la
cámara hospitalaria.- Mi blindaje es hermético y equivale a un nivel seis de
aislamiento biológico. Su armadura caparazón no llega a tanto, Doctor Trandor-.
-Muy bien,
hermana. Puede proceder-.
Valeria se acercó
al cadáver y lo examinó con precaución.
-¿Dos disparos?-
inquirió.- ¿Los dos tuyos, Alara?-.
-El primero fue el
del pecho- respondió Alara.- Pero el muy maldito seguía vivo y tuve que
rematarlo. Estaba a punto de hacer explotar una granada-.
-Eso no es
posible- dijo Mathias, atónito.
-Le aseguro que es
cierto, Doctor- replicó Alara con frialdad.- Ese hombre se movía-.
-Presenta signos
de ictericia- diagnosticó Valeria.- Sudoración… alta temperatura corporal,
aunque ahora empieza a descender… Por la gloria del Emperador, jamás había
visto esta sangre. No es normal. Debería… -alzó la vista y tragó saliva.- Tiene
que ser un mutante, no veo otra explicación. Pero este hombre estaba presente
ayer en el búnker donde nos retenían prisioneras, y no era ningún mutante, ni
mostraba signo alguno de enfermedad-.
-Estaba herido-
apuntó Mathias.- ¿Tal vez septicemia…?
-Esto no es una
septicemia- declaró Valeria con rotundidad.
-Y la septicemia
no permite regenerar heridas- añadió Alara.- Ni otorga una resistencia
sobrenatural. Los guardias imperiales del almacén no dejaban de dispararle, y
le acertaban… pero de algún modo, resistía los impactos de láser. Ni siquiera
el primer disparo de mi bólter lo mató al instante, y tendría que haberlo hecho-.
-Un momento, un
momento… -protestó Mathias.- ¿Mutaciones repentinas? ¿Regeneración? ¿Estáis
seguras de lo que decís? Eso… eso es imposible, sólo podría haberlo provocado…
-El Caos- terminó
Valeria por él.- Este hombre ha sido corrompido por el Caos. Y ha tenido que
suceder hace menos de veinticuatro horas-.
-Pero, ¿cómo?-.
-El Gran Padre-
dijo Alara en voz baja.- Este lugar siniestro y repugnante, abandonado en medio
de ninguna parte… ¿quién sino aquellos que aún adoran en su corazón al culto
Vermisionario podrían encontrarlo aceptable como escondite? Estos bandidos eran
paganos. Los humanos, al menos. Las inteligencias abominables serían
completamente inmunes al influjo de este sitio, para bien o para mal. Pero los
humanos eran creyentes. Éste bandido lo era. Estaba solo, herido, asustado y
acorralado. Se escondió en algún lugar, pero sabía que no podría escapar, y que
sólo era cuestión de tiempo que lo encontráramos, si es que no moría antes por
sus heridas. Así que rezó pidiendo ayuda al Gran Padre. Se puso a rezar… y algo
respondió a sus oraciones-.
Valeria tomó una
muestra de sangre y otra de tejidos, los introdujo en sendos tubos herméticos,
que guardó en una caja igualmente hermética, y se levantó.
-Ya he terminado-
dijo.
-¿Lo tiene todo,
Doctor Trandor?- inquirió Alara.
-Eh… sí, sí-
respondió Mathias, aún atónito.
-Muy bien,
entonces le ruego que se retire. Retírense todos. Hermana Cecilia, incinere los
tres cadáveres y todo resto orgánico que haya. Quémelo todo-.
-A la orden,
hermana- respondió Cecilia con un inconfundible todo de satisfacción.
Mathias retrocedió
todavía más al oír mencionar el lanzallamas. Cecilia, en cambio, avanzó, y el
fuego purificador de su lanzallamas devoró aquel tramo del pasillo
convirtiéndolo en un infierno.
Poco después, se
dirigieron de vuelta a la sala heptagonal. Mathias se demoró el tiempo
necesario para ordenar el traslado de los tres guardias imperiales
supervivientes a una habitación alejada del pasillo donde se encontraban los
restos carbonizados del bandido mutado y de los soldados caídos. Allí, el
confuso sargento y sus dos subordinados fueron confinados bajo la vigilancia de
las hermanas Julia y Lucinda, miembros de la Escuadra de conductoras y
artilleras que manejaban los Rhinos del Adepta Sororitas.
-Han de permanecer
encerrados hasta que nos aseguremos de que el mutante no les ha contagiado
nada- ordenó Mathias a las hermanas.- Queda prohibido que nadie entre ni salga
de esa habitación, bajo pena de muerte para cualquiera que desobedezca-.
Alara, que no se
había separado de su lado en ningún momento, se quedó atónita cuando regresaron
a la sala. El tecnosacerdote Crane se había hecho amo y señor de la situación y
campaba a sus anchas ladrando órdenes. La escuadra de ingenieros de la Guardia
Imperial, liderada por el sargento Tauton, había bajado para prestarle
asistencia, y los soldados se afanaban en retirar escombros mientras los
servidores perforaban el suelo con enormes taladros mecánicos y los tecnomantes
supervisaban la excavación y consultaban datos en las pantallas de sus
cogitadores portátiles.
-¿Tecnoadepto
Crane?- inquirió Mathias, acercándose a él.- ¿Qué es todo esto?-.
Ophirus se giró
hacia el Legado con ademán satisfecho.
-Buenas noticias,
doctor. Hemos encontrado lo que estábamos buscando-.
-¿La entrada?-
preguntó Alara sin poderse contener.- ¿Está ahí?-.
-En efecto,
hermana. Tenía usted razón. Y eso que al principio no ha sido tan sencillo. El
medidor ordinario que hemos utilizado no nos ha revelado gran cosa; sirve para
localizar diferencias de densidad y bolsas de aire bajo el suelo, con lo cual
podemos saber si hay habitaciones o niveles ocultos debajo. Sin embargo, sólo
penetra una cantidad limitada de metros, y bajo nuestros pies los datos
revelaban un suelo sólido… hasta que hemos usado ese escáner de ahí, que se
utiliza en las excavaciones arqueológicas para localizar piezas pequeñas en los
estratos de un yacimiento. Y hemos hallado esto-.
Señaló una
pantalla. Mathias y Alara miraron; se trataba de una fracción del suelo que
pisaban, bajo el cual se veía una forma extraña: un círculo.
-Estaba debajo del
cemento- explicó Crane.- Tal y como sospechábamos, los sacerdotes
vermisionarios debieron ocultar el suelo original de esta habitación con una
capa de cemento fresco durante el asedio. Ya casi hemos terminado de
levantarla; ahí tienen lo que hay debajo-.
Y allí estaba,
entre los restos de escombros que los sufridos guardias imperiales se afanaban
en retirar: un inmenso círculo de piedra.
-¿Cuánto
tardarán?- quiso saber Mathias.
-Quince minutos.
Veinte a lo sumo-.
Durante el tiempo
que restaba, Mathias aprovechó para reorganizar el grupo dando órdenes. Las
circunstancias habían cambiado; acababan de encontrar una puerta oculta y la
experiencia con el bandido mutado había dejado claro más allá de cualquier duda
que al otro lado iban a tener que vérselas con fuerzas de la disformidad. Por
orden del Legado, todas las hermanas de batalla estuvieron armadas, equipadas y
prestas en la sala heptagonal en menos de un cuarto de hora; las únicas que no
participarían en la exploración de aquel lugar serían la escuadra de
Hospitalarias y las dos Militantes que se habían quedado encargadas de
custodiar a los guardias imperiales. Todas las demás se unieron al grupo al
completo, incluyendo a la hermana Diana, una agregada Vengadora que medía metro
ochenta de estatura y portaba un bólter pesado en sus musculosos brazos. Las
acompañarían también el padre Bruno y sus confesores, que formarían la
retaguardia del grupo de exploración junto a la hermana Octavia. Los sacerdotes
aparecieron en armadura completa, armados con pistolas bólter, espadas sierra y
todos los ornamentos, rosarios e iconos propios de su cargo. Bruno llevaba
sujeto al cinto un libro de oraciones protegido por una funda de cuero.
Mathias pretendía
bajar con el grupo de exploración, pero Alara, Octavia y Bruno consiguieron
disuadirlo de ello.
-No debes bajar-
le dijo Alara por el canal privado.- ¡No sabemos qué peligros puede haber ahí
abajo! No estás entrenado para soportar los horrores de la disformidad, tu
mente es vulnerable-.
Mathias vaciló, pero
el comentario de Alara lo había herido en su orgullo.
-Estoy harto de
que me consideres un pusilánime, Alara Farlane. Soy el Legado Inquisitorial y
mi deber es dirigir la expedición-.
Alara cambió de
estrategia y recurrió a la Dialogante y al sacerdote, que le dieron la razón.
-Señor Legado, con
todo mi respeto, creo será usted más útil aquí arriba- dijo Octavia en tono
respetuoso.- Lo necesitamos para que coordine toda la operación desde una zona
segura, y además es usted demasiado valioso como para arriesgarse en primera
línea. Apreciamos su valor y su devoción, pero creo que debe permanecer aquí-.
Bruno fue más
contundente.
-Cualquiera que
carezca de la sagrada protección que nos proporcionan la fe y la devoción
podría volverse loco o perder su alma en presencia de la disformidad-
sentenció.- Como sacerdote y como amigo, te ruego que no lo hagas-.
Al final, a
regañadientes, el joven comprendió que tenían razón y aceptó quedarse, aunque era
patente el disgusto que le producía aquella decisión.
“No quiere
quedarse aquí mientras yo bajo”, comprendió Alara.
La voz de Ophirus
Crane los distrajo a todos.
-Ya está- anunció.-
La puerta está despejada-.
Así era, pero,
¿cómo abrirla? No tenía cerradura ni mecanismo alguno de apertura, al menos de
manera visible. Tampoco se parecía a ninguna puerta que Alara hubiera visto
jamás. Se trataba de un círculo segmentado de metal inoxidable en cuyo centro
había una semiesfera también metálica coronada por una especie de pulsador de
pequeño tamaño. Los segmentos de metal eran todos de idéntico tamaño salvo el
que coincidía con las escaleras de acceso a la sala, el doble de ancho que los
demás.
-Espero que
alguien sepa cómo abrir esto- dijo Mathias, mirando a los tecnoadeptos.
-Déjemelo a mí,
señor Legado- se ofreció Ophirus.
El tecnosacerdote
dio la vuelta completa al círculo segmentado, observándolo con atención.
Finalmente se inclinó y su mecadendrito manipulador se agitó en el aire.
-Oh, Sagrado
Omnissiah, tú que guardas toda verdad y todo conocimiento, guía ahora mi mano y
aplaca al espíritu máquina de este mecanismo para que revele sus secretos ante
mí- rezó, y la garra del mecadendrito apretó el pulsador de la semiesfera.
Una serie de
chasquidos consecutivos resonaron con un sordo tintineo, como si un mecanismo
de ruedecillas se hubiera puesto a funcionar. El silencio era tan espeso que
hubiera podido cortarse con un cuchillo, y las miras láser de los rifles de los
guardias imperiales y de los bólters de las Sororitas estaban fijas en los
segmentos de la puerta. Sin embargo, no fueron aquellos segmentos los que se
movieron, sino el círculo central. La semiesfera se alzó revelando una columna
cilíndrica que emergió hasta alcanzar un metro de altura. Los tecnomantes
Lemnos y Heisen musitaron una plegaria.
Cuando se hizo
evidente que no iba a suceder nada más, el tecnosacerdote Crane avanzó hasta
posicionarse en el segmento más ancho de todos, aquel que estaba alineado en
recto con las escaleras. Su peso debió activar algo en el mecanismo interior de
la puerta, porque apenas puso los dos pies sobre la placa de metal, la
semiesfera que coronaba el cilindro se escindió en dos partes que se deslizaron
hacia abajo con un leve siseo.
-¿Qué hay ahí?-
preguntó Mathias, impaciente.- ¿Qué es?-.
-Sin duda, el
mecanismo de apertura- respondió Crane sin dudar.- La cuestión es averiguar
cómo activarlo. Parece depender de algún tipo de clave… pero no me resulta evidente-.
-¿Qué tipo de
clave?-.
-Numérica. Se
trata de dos semicírculos unidos cada uno dividido en cuatro fracciones; ocho
casillas en total, cada una de las cuales tienen un dial con los números del
cero al siete-.
-¿Y qué hay que
hacer con ellos?-.
-Esa es la
cuestión- gruñó el tecnosacerdote.- Habrá que marcar algún tipo de combinación
numérica, pero no tengo la menor idea de cuál podría ser-.
-¿Podríamos
intentar reventar el código?- sugirió Basilio Lemnos. Levantó la vista para
mirar a Mathias y a las Sororitas.- Me refiero a probar con todas las
combinaciones posibles hasta que demos con la adecuada por azar. Es lo que se
conoce como un ataque de fuerza bruta-.
-No lo veo
factible- objetó Crane.- Me temo que existen grandes posibilidades de que un
ataque de fuerza bruta bloquee el mecanismo de manera permanente; es una de las
medidas de seguridad más comunes en cerraduras de clave como ésta. Sólo
deberíamos intentarlo como última opción-.
En ese momento, la
tímida voz de Alara resonó en la estancia.
-Si me permite… -dijo,
vacilante.- Tengo una idea-.
Varias cabezas se
giraron a mirarla, entre ellas las de Mathias y la Ejecutora. Ophirus Crane
frunció el ceño al observarla.
-¿Usted?-
preguntó, suspicaz.- ¿Una idea?-.
-Sí. Verá, creo…
en realidad, no sabría cómo descifrar esa clave, pero creo que la actitud de
los sacerdotes vermisionarios puede darnos una pista sobre ella. Durante el
asedio de Shantuor Ledeesme, cuando ya sabían que las fuerzas imperiales iban a
conseguir asaltar este lugar… ¿por qué no se limitaron a destruir la puerta sin
más? Si lo que querían era ocultar el templo pagano para siempre, ¿por qué se
limitaron a echar una capa de cemento por encima y dejaron la puerta intacta
con el mecanismo de apertura operativo?-.
Calló durante un
instante, y el tecnosacerdote la invitó a continuar con un gesto de la mano.
-Prosiga,
hermana-.
-En mi opinión, si
esta puerta todavía se puede abrir es porque los sacerdotes vermisionarios
pretendieron ocultarla hasta que llegara el momento apropiado. Tal vez tenían
la esperanza de que los suyos resistieran, se reorganizaran, y algún día
arrebataran el control del planeta al Imperio. En ese caso, lo que querrían
sería preservar intacto el templo pagano y todo lo que éste ocultaba hasta que
alguien digno a ojos de ellos, uno de los suyos, volviese aquí sabiendo lo que
tenía que buscar y lo encontrara-.
-Es una teoría
interesante- admitió Crane.- Y plausible. Pero, ¿en qué nos puede ayudar para
abrir esta puerta?-.
-Si lo que hay
aquí abajo es tan valioso como para arriesgarse a conservarlo aún con la
fortaleza en manos imperiales, es porque les interesaba que los vermisionarios
del futuro lo descubrieran. Y para ello, tendrían que ponérselo fácil. ¿Y si los
imperiales ejecutaban a todos los que conocían las claves? ¿Y si cualquier
soporte donde estuvieran anotadas desaparecía, era destruido o caía en manos
enemigas? La contraseña debería ser obvia para los iniciados en el culto vermisionario.
Y eso significa que no ha sido elegida al azar. Cualquiera familiarizado con la
religión vermisionaria y su simbología tendría que ser capaz de deducirla por
medio de la lógica-.
Un silencio
pensativo siguió a las palabras de Alara. Octavia fue quien lo rompió.
-Si realmente el
Gran Padre es un avatar de Nurgle, y dadas las pruebas que hemos encontrado yo
diría que es cada vez más probable… la clave debería girar en torno al número
siete. Es el que tradicionalmente se asocia a este Poder Ruinoso. Y a decir
verdad, es algo que está presente en mayor o menor medida en toda esta
fortaleza: siete baluartes, la planta heptagonal de la fortaleza y de esta
misma sala… incluso el número de escalones que hemos bajado para llegar hasta
aquí era múltiplo de siete-.
-Entonces, es fácil,
¿no?- preguntó Alara.- Habrá que poner todos los diales a siete-.
-No lo veo tan
claro- objetó Octavia, pensativa.- Y te diré por qué. Los que crearon este
mecanismo de apertura eran brujos sacerdotes. Místicos, no matemáticos.
Numerológicamente tendría sentido que la clave fuera “siete veces siete”, pero
los diales son ocho. Y lo más llamativo, contienen el número cero, que jamás se
emplea en la numerología mística porque su significado es el vacío, la nada.
Tiene que tratarse de otra combinación, no tan obvia, cuyo patrón sea el número
siete-.
-¡Un momento!-
exclamó Mathias.- ¿Hay alguna manera de ordenar los números siguiendo una
progresión lógica de manera que todos los opuestos sumen siete, igual que en
los dados?-.
-Sí, claro-
respondió Crane de inmediato.- El problema es que son varias, no solamente una.
La más lógica sería una progresión ascendente separando los pares de los
impares. Pero seguimos teniendo el problema de identificar cuál es la casilla
de origen. Si tomamos el cero como punto de partida, ¿en cuál de los diales
deberíamos marcarlo? Eso nos deja con ocho combinaciones posibles, que siguen
siendo demasiadas-.
-Si la hermana
Alara tiene razón y los vermisionarios que ocultaron la puerta pretendían que
un fiel versado en el culto pudiera deducir la combinación por medio de la
lógica, entonces la respuesta a esa cuestión tiene que ser la más sencilla-
dedujo Mathias.- Pruebe a usar como punto de partida la casilla que queda justo
delante de usted en la posición en que se encuentra; en la semiesfera donde
vaya el cero tendrán que ir los pares y en la contraria los impares-.
-Muy bien- dijo
Ophirus.- Esperemos que funcione.- Rezó una rápida plegaria al Omnissiah y
comenzó a manipular los diales, murmurando los números en voz baja.- Cero… uno…
tres… cinco… siete… seis… cuatro… dos. Ya está-.
Un chasquido
apagado resonó bajo el suelo, seguido de un quejido chirriante. Los segmentos
de metal de la puerta se hundieron y se abrieron en abanico formando una
espiral descendente: una escalera de caracol que se perdía en la negrura de las
profundidades. Mathias dio una palmada con entusiasmo.
-¡Eso es!- exclamó.-
¡Lo hemos conseguido!-.
Alara dio un paso
adelante inmediatamente.
-Hermana
Ejecutora, mi escuadra y yo rogamos el honor de abrir la marcha-.
La voz indignada
de Mathias resonó en el auricular de Alara, esta vez por el canal privado.
-¡Qué dices! ¿Te
has vuelto loca?-.
-Por el mérito de
haber ideado la exploración de este lugar, le concedo su petición, hermana
Alara- respondió Tharasia.- Hermanas, pasen a visión nocturna-.
Alara ajustó su
visor. La Ejecutora desvió su mirada, oculta bajo el visor de su yelmo Sabbat,
hacia Mathias Trandor.
-Señor Legado, le
informaré de cualquier novedad. Si damos voz de alarma o algo que no somos
nosotros intenta subir por las escaleras, cierre la puerta de inmediato y
déjenos atrás. Si hay alguna entidad maligna ahí abajo, no debe quedar en
libertad. El Emperador protege-.
-El Emperador
protege- repitió Mathias con la voz llena de tensión contenida. Dirigió a Alara
una mirada fugaz repleta de preocupación y angustia.
-Segunda escuadra,
adelante- ordenó Tharasia.
Alara respiró
hondo, dio orden de avance con un gesto del brazo y comenzó el descenso.
¡Joé, qué miedo me ha dado el zombie/mutante de las narices! Me ha hecho recordar un poco a los zombies de Resident Evil, que no se mueren ni aunque utilices un lanzagranadas. Pero bueno, siempre es agradable ver a Alara sacándole el polvo al bólter, ^^*.
ResponderEliminarRealmente no era un zombie, no estaba muerto. Era un mutante con una capacidad sobrenatural de regeneración y una cantidad importante de locura.
EliminarPero si éste te ha dado mal rollo, espera a ver la que se les viene encima... >:-)
1. Hay que ver este Mathias...el recorrido que ha tenido con las mujeres antes de Alara, con la rubia ya lleva 3 anteriores, no pierde el tiempo, no.
ResponderEliminar2. Plas, plas, plas. Me ha encantado la resolución de la clave vermisionaria, qué te voy a decir...me encanta tener que resolver puzzles para abrir puertas (por eso me vicié tanto al Tomb Raider) y era difícil este porque tenían que tener conocimientos de la cultura gusanaria para poder dar con la numeración, no era todo pura lógica.
3. Cuando Alara se pone con lo suyo...se pone, qué penita el pobre Mathias. Me ha recordado a estos dibujos Manga en plan chibi, con Mathías poniendo cara de cabreo mientras la chibiAlara avanza con los ojos cerrados y paso marcial.
Jajaja, tendrías que dibujar uno de esos chibis!! XDD
EliminarPD: Vuelve a leer el interludio; Mathias no se lía con la rubia, son amigos ;-)