A.D. 843M40. Prelux
Magna (Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.
Mathias Trandor sabe que va a tener
pesadillas. Siempre las ha tenido, pero esta noche va a ser peor. Porque hoy es
el aniversario de la Matanza de Galvan.
La mayor parte del tiempo, Mathias aparenta
ser un joven normal. Es inteligente, trabaja duro y ha congeniado bien con la
mayoría de los acólitos de la cábala del Inquisidor Aeneas Crisagon. Se lleva
bien con Acadio Udrian, su compañero de laboratorio, a pesar de que éste no
posee demasiadas habilidades sociales. Admira y respeta al Magíster Séneca, su
superior directo, que lo trata con amabilidad. Le cae bien Robert Travis, el
teniente de la Guardia Imperial que está al mando del pelotón que Lord Crisagon
ha escogido para proteger a sus acólitos cuando salen de expedición. Incluso ha
conseguido caerle en gracia a los dos miembros más inaccesibles de la cábala:
Mikael Skyros, el asesino vermixiano, y Ophirus Crane, el tecnosacerdote. Ambos
son astutos, ingeniosos, y poseen un punto de humor negro que sólo unos pocos,
como Mathias, han logrado conocer. También se ha hecho amigo de Bruno Drayven,
un sacerdote de la Eclesiarquía, que no es miembro de la cábala de Lord Crisagon
pero con el que coincide con frecuencia en su taberna favorita del sector
eclesiástico de Prelux Magna.
Y también, por supuesto, está Phoebe.
Phoebe Aberlindt se ha convertido en la única
amiga cercana que tiene en la cábala. De hecho, es la única amiga que ha tenido
desde que se separó de Alara Farlane. Por supuesto que ha conocido diversas
mujeres a lo largo de su vida y ha tenido novias y amantes, pero nunca pensó en
ninguna de ellas como su amiga. Phoebe, en cambio, no es nada de eso. Nunca ha
habido intimidad física entre ellos, porque a pesar de que a la joven
historiadora no le faltan encantos físicos, Mathias tiene dificultades para
sentirse atraído por mujeres que no coinciden con la nebulosa imagen mental que
él tiene de Alara. Sin embargo, ella es lo más parecido que tiene a una
confidente, y se lo pasan bien juntos; es de las pocas personas con las que
siente que puede hablar de cualquier tema.
O casi cualquier tema. Porque Mathias jamás
ha hablado acerca de Alara. Ni con ella, ni con nadie más. Dolería demasiado.
Sin embargo, aunque nunca hable de Alara,
piensa con frecuencia en ella, y en el aniversario de la Matanza de Galvan
todavía más. Recuerda a su amiga, llorosa y asustada, recuerda el horror, la
confusión, el fuego y las llamas. Pero sobre todo, recuerda a su familia. Los
gritos de su hermana, quemándose viva dentro de la casa. Y los últimos y
horribles momentos de la vida de su madre, de aquella figura envuelta en llamas
que alguna vez se había llamado Alyssa…
De repente, las lágrimas lo hacen parpadear.
Por fortuna está solo en el laboratorio; Acadio y el Magíster Séneca ya se han
marchado, aunque él ha preferido quedarse a trabajar un poco más. Ya debe ser
la hora de la cena. Mathias reflexiona un momento y finalmente saca un frasco
de su bolsillo, el que contiene los tranquilizantes que lo ayudan a dormir. No
siempre lo libran de las pesadillas, y desde luego no lo harán esta noche, pero
por lo menos podrá descansar, y cuando el horror invada sus sueños no
despertará gritando. Se traga dos pastillas, una primero y la otra después, y
las hace bajar con un sorbo de agua.
-¿Mathias?- pregunta una voz desde la
puerta.- ¿Te encuentras bien? ¿Qué es lo que estás tomando?-.
Mathias se gira de repente, sobresaltado. No
ha oído entrar a Phoebe. La joven viste uno de sus sencillos vestidos color
pastel y lleva el dorado cabello peinado en un recogido sencillo que le despeja
las facciones. Sus bonitos ojos azules están teñidos de preocupación.
-¿Qué haces aquí?- pregunta él.
-He visto que no venías a cenar y me he
preocupado por ti. ¿No tienes hambre?-.
-Estoy bien. No me he dado cuenta de que
fuera tan tarde-.
Se mete con disimulo el frasco en el
bolsillo, pero no consigue despistar a Phoebe.
-¿Qué es eso? ¿Son pastillas? ¿Estás
enfermo?-.
-No, no- se apresura a tranquilizarla
Mathias, temiendo que su amiga, con lo protectora que es, intente convencerle
de visitar a un médico.- Sólo son tranquilizantes. Para dormir-.
Phoebe frunce el ceño.
-¿Por qué necesitas tranquilizantes? ¿Ha
pasado algo?-.
“¿Qué si ha pasado algo?”. Mathias se queda
mudo. “No tienes ni idea. ¿Cómo explicarte, cómo hacerte ver aunque sea
mínimamente, todo lo que me ha pasado?”.
Al fin y al cabo, Phoebe no es una progénita.
No es como él. Ella es una historiadora vermixiana de buena familia, licenciada
en el Collegia Imperiales de Prelux; estudios que le ha pagado sus padres, que
siguen vivos, para asegurar el futuro de su hija, porque será su hermana mayor
quien herede el negocio y la fortuna familiar. No tiene ni idea de lo que es
perderlo todo, que te arranquen de tu planeta natal, y ser forjado, quebrado y
vuelto a forjar como el acero de una espada por los abades instructores de la
Schola Progenium. A pesar de las pastillas que se acaba de tragar, siguen
ardiéndole los ojos.
Phoebe se acerca, preocupada y comprensiva.
-Mathias, por favor, si en algo te puedo
ayudar, dímelo. ¿Qué ha sucedido?-.
Lo toma de las manos en un gesto cariñoso, y
de repente las lágrimas de Mathias se desbordan incontrolables por sus mejillas
y sin apenas darse cuenta empieza a hablar, a hablar y a hablar; le cuenta a
Phoebe Aberlindt lo que no le había contado a ningún ser humano jamás: Tarion,
Galvan, su familia, la incursión del Caos que acabó con sus hermanos mayores y
con sus padres, la Schola Progenium, la disciplina militar sin rastro de cariño
ni ternura a la que tuvo que someterse con apenas ocho años, los castigos, el
sufrimiento y las horas de soledad, con el llanto encerrado en un corazón
helado que no sabía cómo dejarlo salir. Las pesadillas que lo visitan casi a
diario, especialmente cuando se acerca el aniversario de la Matanza de Galvan,
que no puede soportar sin tomar tranquilizantes antes de dormir, porque en caso
contrario no se atrevería a cerrar los ojos. La hora de cenar pasa y llega la
noche cerrada, pero Phoebe no se separa de su lado y lo escucha con paciencia,
sin soltarle la mano. Mathias se siente inundando de una gratitud enorme, casi
absurda, comprendido y reconfortado por primera vez desde que se convirtió en
progénito, y durante un momento mira a Phoebe Aberlindt y siente que le
recuerda a su hermana, a Helena, esa hermana mayor a la que tanto quería, dulce
y cariñosa como ella, que siempre lo consolaba y lo protegía de los líos en los
que su hermano Martin, más avispado y travieso que él, lo intentaba enredar.
Y por primera vez desde que tenía ocho años,
confortado por la cálida presencia de la única amiga en la cree poder confiar,
el amor secreto que anida en su corazón brota al exterior como sangre supurante
de una herida sin curar, y sus labios pronuncian el nombre de Alara Farlane.
-Nunca he podido amar a nadie más- confiesa.
Con el rostro hundido entre los dedos, no puede ver la expresión de Phoebe,
pero sabe que su amiga lo escucha, y su tranquilizadora presencia lo alienta.-
He intentado seguir adelante, lo he intentado mil veces, pero no puedo. ¡No
puedo! Hasta que no sepa qué ha sido de ella, hasta que no consiga encontrarla,
no podré librarme de su recuerdo-.
A.D .844M40.
Shantuor Ledeesme (Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.
Las escaleras
de caracol pronto dejaron de ser metálicas para convertirse en escalones de piedra,
tallados en la roca viva. Las paredes estaban decoradas con mosaicos que
representaban humanos adorando a dinovermos, a sacerdotes o a una pareja de
gigantesco tamaño formada por un hombre grueso y una mujer esbelta; sin duda,
debían ser el Padre y la Madre de los que hablaba el informe de las religiones
vermixianas. Algunos boquetes dispuestos a intervalo regular revelaban los
lugares donde antiguamente habían estado situadas las luces que iluminaban el
descenso.
A medida que
bajaban, la atmósfera se hacía cada vez más y más opresiva. Cada veinte
escalones, Alara se detenía y escuchaba con atención, pero de las profundidades
no llegaba ni el más leve sonido. Sin embargo, estaba segura de que aquel sitio
no estaba vacío. Algo en el aire rebosaba malignidad, y la sensación era más
intensa cuanto más avanzaba.
“Con que un
destino aburrido escoltando a los predicadores por las ciénagas, ¿eh, Alara?”,
pensó con ironía. “Al parecer, el Emperador escuchó tus quejas”.
Parecía que las
escaleras de piedra nunca iban a terminarse, pero de repente terminaron. Alara
se encontró en un pasillo de techo alto cuyo final se perdía en las tinieblas.
Miró hacia arriba, aunque supuso que era una precaución inútil.
“Es imposible que
en este lugar cerrado durante tantos siglos hayan sobrevivido dinorácnidos o
cualquier otro animal”.
Con paso
cauteloso, comenzó a avanzar. De vez en cuando, se topaba con puertas cerradas
a ambos lados de la pared. Probó a abrir una de ellas, pero el pomo no cedió.
Al otro lado no se escuchaba nada, y decidió seguir adelante. A varias decenas
de metros, llegó a una encrucijada. Se detuvo en ella, indecisa por unos
instantes.
“¿Hacia dónde?”.
No tenía ni idea, de modo que decidió dejarse llevar por la intuición.
“Seguiremos recto, hacia delante”.
-Tercera escuadra,
atentas a la retaguardia- ordenó la voz de Tharasia por el vocotransmisor.
Al cabo de un
minuto, Alara llegó al final del pasillo. Frente a ella había una puerta de
doble hoja, labrada con ornamentos del suelo al techo. En la parte central,
junto a dos enormes goznes, se perfilaban las gigantescas figuras del Gran
Padre y la Madre de Todo, esculpidas con sorprendente realismo: un hombre
corpulento y una mujer esbelta, extendiendo las manos en un gesto de saludo o
bendición. La mujer tenía los cabellos largos y una expresión melancólica, con
tres grandes lágrimas brotándole de cada ojo. El hombre, sin embargo, lucía una
beatífica sonrisa, pero Alara advirtió que la jovialidad de su sonrisa no
alcanzaba a los ojos, cuya mirada expresaba una gran dureza.
-Tengo frente a mí
una puerta cerrada- informó.- ¿Intento forzarla?-.
-Espere un
momento- respondió la Ejecutora.- Hermana Octavia, adelántese y examínela-.
Poco después,
Octavia llegó hasta donde se encontraba Alara. Iba vestida con servoarmadura
completa y portaba un Auspex psíquico en la mano. Lo acercó a la puerta y pulsó
una runa. El aparato empezó a zumbar.
-Percibo energía
disforme- dijo.- Pero no en la puerta, ni detrás de ella, sino más allá-.
-Gracias, hermana
Octavia. Adelante, hermana Alara-.
Al no ver
cerradura ni tranca alguna, Alara agarró los goznes y tiró de ellos, sumando la
fuerza de su servoarmadura a la suya propia. Para su sorpresa, la puerta se
abrió son un quejumbroso chirrido. Gracias al sistema de visión nocturna, fue
capaz de vislumbrar lo que había al otro lado. Se trataba de una inmensa sala
heptagonal repleta de bancos de piedra, capaz de dar cabida holgadamente a un
millar de personas. Cada una de las esquinas de la sala estaba ocupada por una
columna llena de pebeteros vacíos y con cientos de volutas talladas. Las
paredes estaban decoradas con mosaicos que representaban escenas similares a
las de los relieves de las escaleras. Varias de las teselas se habían
desprendido con el paso del tiempo, dejando las imágenes plagadas de
melladuras. Al fondo, Alara vio un gigantesco altar, desde el que tres lejanas
figuras envueltas en penumbra se cernían inmóviles tras el púlpito.
-El templo pagano-
dijo.- Por fin lo hemos encontrado-.
-Exploren por
escuadras- ordenó Tharasia.- Primera escuadra, conmigo a la izquierda. Segunda
escuadra, a la derecha. Padre Bruno, hermana Octavia, confluyan con nosotras
junto al altar cuando hayamos verificado la seguridad del terreno. Tercera
escuadra, custodien las puertas. Adelante-.
Alara y las
hermanas de su escuadra rodearon las filas de bancos explorando el terreno. A
media sala, hallaron una puerta de tamaño regular que se abría bajo un friso
decorado con vermívoros tallados. Tampoco estaban cerradas con llave, y al
entrar, constataron que se trataba de una especie de sacristía, polvorienta y
abandonada. Había una mesa con varias sillas, un par de armarios y una vitrina.
Tanto la vitrina como los armarios estaban vacíos.
“Aquí debían
guardar las túnicas sacerdotales y el material de culto”, pensó Alara.
No había más
puertas en aquella estancia, ni tampoco ventana alguna. Las Sororitas
retrocedieron y siguieron avanzando hasta llegar al altar. Alara había estado
en decenas de iglesias y había visitado las catedrales imperiales de Galvan,
Randor Augusta, Prelux Magna y el Convento Sanctorum de Ophelia VII, todas
ellas muchísimo más grandes, adornadas y monumentales que aquel templo pagano,
pero aún así el altar la sobrecogió. Las figuras no estaban talladas al estilo
imperial, sino de un modo mucho más refinado, pulido. Casi daba la impresión de
que estaban vivas. Esta vez no se trataba de una pareja, sino de un trío: el
Padre, la Madre, y el medio de ellos una figura alta envuelta en una túnica
llena de pliegues, cuya capucha mantenía oculto el rostro. En su mano derecha
portaba un báculo coronado por el vermívoros. La madre alzaba la mano en gesto
de solemne bendición, mientras que el padre portaba una espada en la diestra y
una balanza en la siniestra; sin duda una alegoría de la justicia, muy común en
la mayoría de las sociedades humanas. Sobre el altar, ante las estatuas, se
alzaba la figura de una estrella de siete puntas.
-Flanco derecho
despejado- informó.
-Flanco izquierdo
despejado- dijo la voz de Tharasia.
-Retaguardia sin
novedad- afirmó Theodora.
Aquel fue el
momento en que el padre Bruno, los confesores y Octavia se adelantaron. La
Dialogante escaneó el altar con el Auspex y dio un leve respingo.
-Percibo energía
disforme en el púlpito- anunció.- Se concentra en la estrella de siete puntas,
aunque no hay ningún hechizo activo-.
Octavia exploró el
púlpito, examinándolo por todos lados. Finalmente, miró al techo y señaló.
-La energía que
alimenta el altar proviene de un conducto que nace bajo el púlpito y se
introduce en la pared del fondo, tras el altar. Creo que deberíamos comprobar
qué hay al otro lado-.
Un pasillo rodeaba
el semicírculo del altar confluyendo al otro lado, justo en el extremo opuesto
a la puerta por la que habían entrado. Sin embargo, allí no había nada. Nada
salvo las paredes, que se unían en un ángulo obtuso formando el pico de la sala
heptagonal.
-No es posible-
dijo Tharasia, cuya voz rezumaba descontento.- La energía disforme tiene que
venir del otro lado-.
El rostro de
Octavia estaba oculto por el casco de su servoarmadura, pero Alara podía
imaginar a la perfección cuál era su expresión en aquel momento: labios
apretados, mandíbula prieta y ceño fruncido, la que siempre ponía cada vez que
se enfrentaba a un problema difícil.
-Vamos a ver…
-murmuró por el vocotransmisor.- Esta esquina sólo se diferencia del resto en
una cosa: No hay ninguna columna en la unión de las paredes. Eso puede
significar… hum, veamos…
La mirada de la
Dialogante reptó por las paredes y se desvió hacia el suelo.
-Hermana
Ejecutoria, mire eso- señaló.
Tharasia y todas
las demás bajaron la mirada hacia donde señalaba Octavia. En el suelo, frente
al ángulo de la pared, había un círculo que parecía hecho del mismo plomo que
los goznes de la puerta. En su interior destacaba el relieve de una estrella de
siete puntas. Octavia se arrodilló para examinarlo de cerca.
-Hay una leve
separación entre el círculo y las baldosas- dijo.- Muy pequeña, de un par de
milímetros…
Apoyó la mano
sobre el círculo y apretó. No sucedió nada. Entonces, se levantó y se posicionó
encima del círculo, que tenía el diámetro justo para que una persona pudiera
ponerse en pie sobre él. Esperó. No sucedió nada.
-¿Hermana?-
inquirió Tharasia.- ¿Percibe algo?-.
-Creo que se ha
hundido un poco cuando me he puesto encima- dijo Octavia, insegura.- Sin
embargo, no estoy del todo seg…
En ese momento, un
chasquido interrumpió sus palabras. La doble pared en ángulo que cerraba la
sala comenzó a deslizarse hacia arriba emitiendo un penetrarte chirrido a
engranajes oxidados. Alara, asombrada, contempló cómo la pared seguía subiendo
más y más, hasta revelar lo que había al otro lado: un gigantesco pasillo
tallado en roca.
Cuando la pared se
detuvo en el punto más alto, Octavia se bajó del círculo.
-Ya está- dijo.-
Un mecanismo de apertura basado en una placa de presión con efecto retardado.
Por lo que veo, al otro lado de la puerta hay otra igual. Por lo visto, el
cierre y la apertura de la pared se pueden controlar desde ambos extremos-.
-Es un alivio-
dijo la Ejecutora.- Significa que no hay peligro de quedarnos encerradas al
otro lado-.
En ese momento,
Alara escuchó un leve chasquido de estática en su vocotransmisor.
-¿Alara?- era
Mathias, por el canal privado.- Por favor, informa-.
-Todo va bien-
respondió ella.- Hemos encontrado el templo pagano. Consta de un altar cuyo
púlpito está alimentado por un canal de energía disforme, aunque Octavia no ha
detectado ningún hechizo activo-.
-¿Energía
disforme, dices?- preguntó Mathias, inquieto.- ¿Y qué la alimenta?-.
-Eso mismo vamos a
descubrir. Acabamos de abrir una puerta levadiza que lleva a una especie de
túnel tallado en la roca. El canal conductor tiene que estar más adelante-.
-Entonces, tened
cuidado. Infórmame de cualquier novedad-.
-Recibido-
respondió Alara.- Cambio y corto-.
Regresó al canal
de su pelotón. Tharasia dio orden de continuar adelante, y así lo hicieron.
Octavia y los sacerdotes retrocedieron de nuevo a su lugar entre el primer y el
tercer pelotón, y Alara echó a andar por el túnel de roca. No tuvo que caminar
mucho; veinte metros más adelante, la boca del túnel se ensanchó, dando paso a
un lugar que la dejó atónita.
Se encontraban en
una gruta de dimensiones colosales. A ojo, Alara calculó al menos trescientos
metros de profundidad. Semejante distancia tendría que haber dejado el extremo
opuesto de la cueva sumido en las tinieblas, pero la joven podía ver con tanta
claridad como si fuese de día, debido a que en aquella enorme caverna la
oscuridad no era absoluta como en el resto del templo. Existía una tenue fuente
de luz, que los visores de las Sororitas amplificaban al máximo.
El suelo se
extendía ante ellas a lo largo de varios metros hasta llegar a la orilla de un
lago subterráneo, que ocupaba las dos terceras partes de la gruta. Las
estalactitas que colgaban del techo, gruesas como troncos de árbol, y las
paredes rocosas e irregulares, revelaban que no se trataba de una cueva
artificial sino de una formación natural que daba cobijo a un lago subterráneo.
Las aguas negras, lisas como el cristal, estaban cruzadas por un puente
metálico en forma de ocho -otro vermívoros- que comunicaba ambas orillas.
“Lo sabía”, pensó
Alara, triunfal. “¡Tenía que haber una cavidad subterránea para los
enterramientos que comunicara con la laguna exterior!”.
Sin embargo,
aquella sensación de triunfo no fue acompañada de regocijo, sino de un profundo
malestar. La luz mortecina que iluminaba aquella cueva procedía de un símbolo
arcano que había en la pared, justo al otro extremo, sobre la arcada de una
puerta negra. El símbolo brillaba y latía con una luz extraña, iridiscente y
sobrenatural. Alara tragó saliva; la mera visión de aquella luz le provocaba
náuseas. De la parte superior de aquel extraño símbolo emergía un tubo
impregnado de aquella extraña luz que cruzaba el techo de la caverna hasta
incrustarse en el extremo opuesto de la pared de roca, justo por donde habían
entrado las hermanas.
-Hechicería- siseó
Tharasia a media voz.- Hechicería impía y blasfema. Hermana Alara, tenía usted
razón. La brujería y la blasfemia impregnan este lugar. Pero nosotras vamos a
purgarla-.
Con paso decidido,
la Ejecutora se encaminó hacia el puente, rifle bólter en mano.
-¡No!- gritó
Alara, sobresaltando a todo el mundo.- ¡No, Ejecutora, no lo haga!-.
Tharasia, que
estaba a punto de poner un pie sobre la pasarela metálica, se detuvo.
-¿Qué sucede?-
inquirió, girándose.
Alara estaba tan
nerviosa que tuvo que hacer un esfuerzo para no dejar salir las palabras a toda
velocidad.
-Bajo el agua
podría haber dinovermos. Se guían a través del sonido, y esa plataforma
metálica emitirá vibraciones si caminamos por encima de ella. ¡Los atraerá!-.
-¿Dinovermos?-
preguntó Tharasia, escéptica.- ¿Está segura de lo que dice, hermana?-.
-¡Los funerales
vermisionarios consistían en la ofrenda de cadáveres a los dinovermos!-
insistió Alara.- Creo que la cavidad sumergida que comunica la Laguna Verde con
esta gruta debe ser lo bastante grande como para dejarlos pasar. Por favor,
retroceda y permítame comprobarlo-.
Tharasia aún
parecía escéptica, pero retrocedió. Cuando comprobó que sus hermanas estaban
alejadas de la orilla, Alara apuntó con el rifle a la pasarela metálica y
disparó.
Había intentando
dirigir el tiro lejos de la orilla, y el primer disparo falló. La bala se
hundió en el agua, emitiendo una leve onda expansiva. El eco reverberó por las
paredes. El agua no se movió, aunque Alara creyó distinguir una leve ondulación
al margen de la que la bala había causado. Volvió a apuntar, disparó, y esta
vez tuvo éxito. La plataforma metálica reverberó con la potencia de un gong.
Durante un segundo
eterno no sucedió nada. Luego, de repente, la superficie del lago se quebró con
un estruendo, y una figura monstruosa emergió, abalanzándose con la rapidez de
una sierpe sobre la pasarela de metal. Alara contempló anonadada el cuerpo
anillado de un dinovermo de tres metros de diámetro cuya boca abierta, erizada
de colmillos engarfiados, mordió con ferocidad el lugar donde un par de segundos
antes había impactado el proyectil de su rifle bólter. Furioso por haber
mordido el vacío, el dinovermo se irguió amenazador, abriendo y cerrando las
fauces.
-¡Emperador
bendito!- exclamó Tharasia.- ¡Fuego a discreción!-.
Las Sororitas
comenzaron a disparar. Alara también lo hizo al principio, pero de repente cayó
en cuenta del error. Los proyectiles de bólter se introducían en el cuerpo
gelatinoso del dinovermo y reventaban causándole desgarros en la piel, pero
aquel bicho era demasiado grande. El dolor, en lugar de herirlo de gravedad, lo
estaba poniendo furioso. Tharasia también debió darse cuenta, porque ladró una
orden.
-¡Dejen de
disparar!-.
Las hermanas se
detuvieron. El bicho, sangrando por un centenar de heridas, se revolvió con
furia y volvió a introducirse en el agua. Un instante después, dos dinovermos
tan grandes como el anterior emergieron, retorciéndose como culebras. Alara los
contempló con una mezcla de asco, temor y fascinación. Los animales acecharon durante unos minutos con las fauces entreabiertas, pero las Sororitas se mantuvieron inmóviles y no las detectaron. Al final, volvieron a hundirse bajo las aguas oscuras.
“No conseguiremos matarlos a disparos”, pensó Alara. “Hay demasiados. No podremos cruzar; nos quedaremos sin munición
antes de acabar con ellos”.
Afortunadamente,
tenía a mano al mayor experto en dinovermos que podía desear. Sintonizó su
vocotransmisor en el canal privado.
-Mathias, aquí
Alara. ¿Me recibes?-.
-Aquí Mathias-
respondió la voz del joven, algo distorsionada por la estática.- ¿Ocurre
algo?-.
-Hemos llegado a
una cueva con un lago subterráneo. Hay una pasarela metálica que lo cruza, pero
el agua está llena de dinovermos y las vibraciones de las pisadas los atraen.
Necesitamos neutralizarlos para cruzar al otro lado. ¿Qué podemos hacer?-.
Una breve pausa
siguió a sus palabras. Luego, Mathias volvió a hablar.
-¿Tenéis
granadas?- preguntó.
-Sí, claro-.
-¿Explosivas o de
fragmentación?-.
-Ambas-.
-Usad las
explosivas. Arrojadlas al lago y que detonen bajo el agua, a ser posible a la
vez. Los dinovermos basan su percepción en el oído y el olfato; una explosión
lo bastante fuerte los dejará sordos y los aturdirá. No serán capaces de seguir
percibiendo las vibraciones de la pasarela. Ni nada más, diría yo, al menos
durante un buen rato. Es posible incluso que los dejéis gravemente heridos o
que pierdan el conocimiento, dependiendo de su tamaño. En cualquier caso, creo
que dejarán de ser una amenaza-.
-Gracias-
respondió Alara.
-Avísame cuando
lleguéis al otro lado- le rogó él.
Alara pasó al
canal de su pelotón del vocotransmisor.
-Hermana
Ejecutora, acabo de consultar con el Doctor Trandor. Me ha sugerido usar
granadas explosivas para aturdir a los dinovermos y neutralizarlos. Debemos
detonarlas simultáneamente bajo el agua-.
-¿Está segura de
que ese método funcionará, hermana Alara?-.
-El Legado del
Ordo Xenos así me lo ha asegurado-.
-Muy bien.
Hermanas, ya lo han oído. Avancen hasta la orilla del lago, granada explosiva
en mano programada a tiempo máximo. Quiten la anilla a mi señal, y cuando haya
contado hasta seis arrójenla al agua. Segunda escuadra, concentren los
lanzamientos en el flanco derecho; tercera escuadra, en el izquierdo; la
primera escuadra en la zona central.- Todas las Sororitas extrajeron una
granada del cinto.- Arranquen anillas, ¡ya! Uno, dos, tres… -todas echaron los
brazos hacia atrás, preparadas para lanzar- …cuatro, cinco, ¡ahora!-.
Las granadas
describieron una parábola en el aire y de manera casi simultánea cayeron al agua.
Pocos segundos después, una multitud de explosiones reverberaron en las paredes
de la gruta, cada una acompañada de un chorro de agua saliendo disparado hacia
arriba como pequeños géiseres. Unos segundos después, cuando las aguas del lago
comenzaban a aquietarse, Tharasia disparó su bólter contra el puente de metal.
Ningún dinovermo reaccionó al disparo.
-¡Adelante,
hermanas!- ordenó la Ejecutora. Entró la primera en la pasarela de metal, y las
demás la siguieron.
Alara miró hacia
el lago mientras cruzaban, pero fue incapaz de vislumbrar a los dinovermos en
aquellas aguas negras. Sin embargo, pronto dejó de mirar cuando una nueva
oleada de náuseas le retorció de nuevo el estómago. Alzó la vista, y el asco y
la repulsión de acrecentaron.
“La luz. Esa maldita
luz”.
Apretó los dientes
y se obligó a seguir caminando, rezando entre dientes una plegaria. Cuanto más
se acercaban al otro extremo de la pasarela, más claramente distinguía el
símbolo arcano de la puerta, y más repugnante le parecía. Finalmente, todas las
hermanas llegaron a la plataforma de piedra que había al final de la gruta.
Octavia y el padre Bruno se adelantaron para observar el sello arcano que
emitía incesantes pulsaciones de luz disforme.
-¿Qué es esa
cosa?- preguntó la Ejecutoria Tharasia.- ¿Lo reconocen?-.
-Sin lugar a
dudas, es brujería- dijo el padre Bruno con la voz teñida de desagrado.- Se
trata de un sello arcano, aunque los glifos me resultan extraños; no se parecen
a los habituales. Aún así, yo diría que se trata de un hechizo de contención-.
-¿Contención?-.
-Yo opino igual-
intervino Octavia.- De hecho, me parece que hay dos patrones. Mismo hechizo,
dos efectos. Protección y contención-.
Tharasia se
impacientó.
-¿Quiere hacer el
favor de explicarlo de un modo comprensible, hermana?-.
-Impide atravesar
la puerta desde ambos extremos. Será necesario desactivarlo para poder entrar…
pero, si lo hacemos, también romperemos la barrera contra todo aquello que
quiera salir. Tal vez un psíquico imperial bien entrenado podría
discriminar entre ambos hechizos y anular sólo el que nos impide el paso, pero
ahora mismo no disponemos de ninguno-.
La Ejecutoria se
lo pensó durante unos instantes.
-Si pueden
desactivarlo, háganlo. Nuestras órdenes son descubrir qué hay ahí dentro y
eliminarlo-.
-Yo no puedo-
admitió Octavia.- Estoy entrenada para realizar exorcismos, no para desactivar
hechizos-.
-Nosotros sí
podemos hacerlo- dijo Bruno con firmeza.- Nuestra devoción no se manifiesta de
la misma manera forma que en las Sororitas, pero algunas Letanías de Fe son
capaces de anular la magia impía de los descarriados. Hermanos, reuníos en
torno a mí-.
Los confesores que
acompañaban al padre Bruno se reunieron en torno a su líder. El joven
predicador tomó su Rosarius en la mano, lo esgrimió contra el símbolo arcano, y
comenzó a salmodiar en Gótico Clásico.
Alara jadeó. Cada
pulsación de energía disforme le producía un doloroso latido en la cabeza. Por
un instante temió de veras no ser capaz de contenerse y tener que quitarse el
yelmo de un tirón para poder vomitar, pero en ese momento sintió que Octavia la
cogía de la mano.
-Recemos,
hermanas- ordenó la Ejecutora.- Recemos nuestra Fede Imperialis. Pues al
otro lado de esa puerta tal vez nos aguarden horrores inconmensurables, y
nuestra Fe dará fortaleza y poder a las oraciones de nuestros hermanos-.
Mientras los
sacerdotes seguían salmodiando letanías, Alara y sus hermanas comenzaron a
rezar la Oración de Batalla de las Sororitas. Y a medida que lo hacían, la
joven comprobó con alivio que las náuseas y el malestar disminuían y la
determinación volvía a henchir su corazón.
-A spiritu dominato,
Domine, libra nos
Del rayo y la tempestad,
Emperador, líbranos
De la peste, la tentación y la guerra,
Emperador, líbranos.
Del horror alienígena,
Emperador, líbranos.
De la blasfemia de los Descarriados,
Emperador, líbranos.
De los engendros demoniacos,
Emperador, líbranos.
De la maldición de los mutantes,
Emperador, líbranos.
A morte perpetua,
Domine, libra nos.
Porque solo la muerte pueden esperar de vos,
ninguno se librará de vos,
ninguno será perdonado por vos,
te lo rogamos, destrúyelos-.
Domine, libra nos
Del rayo y la tempestad,
Emperador, líbranos
De la peste, la tentación y la guerra,
Emperador, líbranos.
Del horror alienígena,
Emperador, líbranos.
De la blasfemia de los Descarriados,
Emperador, líbranos.
De los engendros demoniacos,
Emperador, líbranos.
De la maldición de los mutantes,
Emperador, líbranos.
A morte perpetua,
Domine, libra nos.
Porque solo la muerte pueden esperar de vos,
ninguno se librará de vos,
ninguno será perdonado por vos,
te lo rogamos, destrúyelos-.
Cuando las
hermanas de batalla terminaron la oración, contemplaron, aún cogidas de las
manos, cómo el padre Bruno y los confesores esgrimían sus Rosarius contra el
símbolo arcano en una última nota triunfal y la luz disforme vacilaba y se
apagaba.
De repente, la
oscuridad más absoluta se adueñó del lugar, aunque Alara y sus hermanas
siguieron viendo con claridad gracias a su visor infrarrojo. Las defensas de la
puerta habían caído, ya nada impedía que pudieran entrar. Pero, ¿qué les
aguardaba al otro lado del umbral? Las Sororitas y los sacerdotes escucharon
con atención; sólo se oía el silencio.
-Hermanas Nadia y
Sarah, abran las puertas- ordenó Tharasia.- Hermanas Diana y Silvia, cúbranlas
y disparen de inmediato contra cualquier cosa que intente salir-. Primera y Tercera
escuadra, a los flancos -.
Nadia y Sarah
giraron el pomo y empujaron. Las puertas comenzaron a abrirse con un gemido de
protesta. Alara aferró con fuerza su rifle bólter.
“Las Hijas del
Emperador no tienen miedo”.
Al otro lado de la
puerta sólo había penumbra, teñida de un leve resplandor iridiscente y verdoso.
El silencio y la quietud seguían siendo totales. Entonces, Alara escuchó un
leve susurro. Por un instante creyó que se trataba de un zumbido de estática
del vocotransmisor, pero luego se dio cuenta de que procedía del exterior. Lo
oyó de nuevo. Una voz susurrante, etérea, casi humana.
Casi.
Se quedó inmóvil
durante un instante, mirando en rededor. No vio nada. Pasó el visor a
ultravioleta, pero nada nuevo se reveló ante sus ojos. Volvió al espectro de
visión nocturna.
-Adelante- ordenó
la voz de Tharasia por el vocotransmisor.
Alara avanzó un
paso. Los susurros se convirtieron en leves bisbiseos de intensidad cambiante.
Algunos parecían formar palabras con sentido, aunque se desvanecían casi antes
de poder retenerlos.
Abierta… Intrusos… Libre… Tiempo…
Alara penetró en
la estancia al frente de su escuadra, y por fin pudo ver con claridad aquel
lugar. Era enorme, casi tan grande como la caverna del lago, y apestaba
a disformidad. No era para menos, porque decenas de metros más allá, en el
centro de la cueva, se erguía una gigantesca plataforma heptagonal sobre la que
se abría un portal disforme.
La plataforma, a
la que se accedía a través de una estrecha rampa, tenía en su centro una
especie de jaula formada por siete altísimas columnas de metal en cuya base
destacaban unos cilindros que parecían contener siluetas inertes en su
interior. Las columnas confluían muy arriba, a cuatro metros del techo,
formando una cúpula heptagonal de la cual descendían una serie de rayos
concéntricos de energía psíquica que se concentraban formando el portal. Por
fortuna, la abertura era muy pequeña, del tamaño aproximado de una cabeza humana,
pero aún así, la iridiscencia que relucía desde el otro lado tenía un halo
amenazador. En realidad era una puerta, no la disformidad en sí, pero la
tonalidad imposible de sus colores cambiantes produjo en Alara una sensación
similar a la de los sueños febriles: la promesa de que un poco más allá sólo
aguardaba la locura. De la cúpula heptagonal surgía un grueso tubo metálico horizontal
que regresaba hacia la puerta de doble hoja, introduciéndose en la pared de
roca.
“Ese debe ser el
conducto que alimentaba el hechizo de contención de la puerta”.
El portal disforme
no era lo único que había en la plataforma. Entre la jaula y la rampa había un
extraño artilugio, algo semejante a un panel de mandos lleno de botones y
palancas en cuya base estaba grabado el símbolo del vermívoros. Estaba rodeado
por un halo plateado que se parecía mucho a un campo Geller: un escudo
deflector de la disformidad y de los seres que la habitaban, que las naves
Imperiales llevaban de serie acoplados a su motor disforme para mantener
alejadas a las criaturas demoníacas cada vez que saltaban al Inmaterium. Alara
no tuvo que pensar mucho para deducir por qué aquella especie de campo Geller
estaba ahí: para impedir que cualquier cosa que entrara por el portal pudiera
acceder al panel de mandos.
La joven también
se dio cuenta de que la jaula no sólo servía para mantener abierto el portal
disforme, sino que de algún modo también drenaba la energía que salía de él. En
extremos opuestos de la plataforma, conectados por conductos metálicos a la jaula-portal,
se alzaban un par de cilindros anillados que parecían condensadores de energía,
así como cuatro extraños cañones cuyo diseño no se parecía en nada al del
armamento imperial.
La plataforma del
portal se alzaba en medio de la caverna como una isla solitaria. El resto de la
cueva estaba vacía, a excepción de un singular bosquecillo de setas. Más allá
de la entrada el suelo estaba cubierto de lo que parecía un limo húmedo y
viscoso, que se extendía desde el suelo plano central hasta los pequeños
terraplenes de roca que se adherían a las paredes laterales de la cueva. Y, a
excepción de cinco o seis metros libres en la zona central, delante y alrededor
de la plataforma, toda la caverna estaba infestada de aquellos extraños hongos
que crecían en el limo oscuro como una plaga. Los más pequeños no tenían más de
veinte centímetros, pero los de mayor tamaño superaban en altura a las hermanas
de batalla. Todas y cada una de aquellas setas despedían un leve brillo verdoso
que teñía la caverna de un débil resplandor putrefacto.
El final de la
cueva, sin embargo, no se avistaba. Una espesa niebla luminiscente de tonalidad
púrpura y verdosa rodeaba la base de la plataforma y se extendía más allá. Tras
aquella cortina de niebla sobrenatural, los hongos desaparecían, y nada podía
adivinarse sobre lo que aguardaba al otro lado.
De repente, la voz
de Mathias hizo que Alara casi pegara un respingo.
-¿Alara? Alara,
¿me recibes?-.
-¡Por el Sagrado
Trono, Mathias!- exclamó Alara por el canal privado.- ¡Casi me matas de un
infarto!-.
-Creí haberte
pedido que informaras cuando cruzarais la plataforma. ¿Estáis bien?-.
-Sí, disculpa.
Todo va bien, tu truco ha dado resultado. Había un hechizo que impedía el paso
al otro lado, pero los sacerdotes lo han desconectado y hemos traspasado la
puerta que había al otro lado de la gruta-.
-¿Qué hay?-.
-Un portal
disforme-.
-¿Qué?-.
-Vamos a
examinarlo. No sé si hay algo más aquí, pero deberías avisar al tecnosacerdote
Crane. Me parece que el portal se controla a través de un panel de mandos, y si
es así, él será el único que pueda saber cómo desactivarlo. Vamos a necesitar
su ayuda-.
-Recibido, Alara.
Hablaré con él de inmediato. Mantenme informado-.
-De acuerdo.
Corto-.
Tras escuchar la
voz de Mathias, Alara se sintió más tranquila. La Ejecutora Tharasia dio orden
de asegurar la zona, y las hermanas se dispusieron en formación aquila: el
extremo de los flancos ligeramente adelantado para cubrir al grueso que ocupaba
el centro. Alara avanzó desde su posición en el flanco derecho. A medida que se
acercaban a la niebla, volvió a escuchar susurros casi incomprensibles. Tragó
saliva y siguió avanzando. Ella y las que se encontraban a su alrededor
penetraron en el interior de la niebla. Los siseos sobrenaturales crecieron en
intensidad; murmullos que la hacían mirar en rededor sin ver nada en absoluto,
apuntando en todas direcciones.
Nada parecido a la
voz que, de repente y sin aviso previo, resonó dentro de su cabeza. Una voz
pavorosa, disonante, antinatural y enfermiza. La voz de algo que no debía
existir. Una voz de pesadilla que, sin embargo, le habló directamente a ella en
un tono que era casi alegre.
Bienvenida, ALARA FARLANE. Te estaba
ESPERANDO.
Así que la rubia, efectivamente no era objetivo de Mathías, bueno, me alegro de que el pobre pudiese soltar todo lo que llevaba dentro al fin. Tenías razón.
ResponderEliminarCreía que las Sororitas tendrían que enfrentarse a un vermívoro gigante y mosntruoso, al menos no han tenido que encararlos directamente...pero ese ente disforme que estaba esperando a Alara tiene pinta de que va a ponerla a una durísima prueba. Y de que ya la conocía hace muchíiiiiiiisimo tiempo.
Ciertamente, la rubia no ha sido objetivo de conquista de Mathias. Aunque precisamente por esa cuestión, puede que sea más peligrosa para Alara que todas las ex novias juntas...
ResponderEliminarLos dinovermos (el vermívoros es un símbolo religioso, no un ser vivo) son animales. Temibles, pero no son el enemigo, al menos por sí mismos. Créeme si te digo que lo que acaba de hablar con Alara es mucho, mucho, mucho peor que el más grande de los dinovermos.
Buen truco el de aturdir a los dinovermos con granadas; de hecho, yo se lo estaba diciendo al capítulo, XD. Es la mejor manera de dejar fuera de combate a unas sanguijuelas del tamaño de una excavadora.
ResponderEliminarMe ha dejado pasmada el ser ese que ha hablado con Alara. A ver cómo sigue!
¡Jajaja, te estoy imaginando gritándole a la pantalla: "¡granadas! ¡hacedlo con granadas!" y me ha entrado la risa tonta XDD
ResponderEliminar¿Dinovermos como excavadoras? Jejeje, los más grandes podrían tragarse una excavadora (que la digirieran es otra cuestión, claro) :-P
Va bastante bien la historia por ahora, mis felicitaciones por haberme enganchado XD.
ResponderEliminarAlara no será de repente psíquica o estará despertando como tal ahora, ¿no? Se la ve muy sensible a las fluctuaciones psiquicas: la pesadilla de los gusanos, las sensaciones en los pasillos, las voces en la cabeza... Pero antes de de entrar en la orden de las sororitas ya la habrían sondado ante la posibilidad de encontrar psiquicos, ¿no?
Así es. Como bien dices, a todas las Sororitas las sondean antes de admitirlas en el convento para que no se les cuele ninguna psíquica. Alara no es psíquica, y de hecho la Fe Pura que tiene es una especie de escudo que la protege contra la emersión psíquica... al menos, en teoría.
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