A fe y fuego

A fe y fuego

lunes, 13 de julio de 2015

Capítulo 19



A.D .844M40. Shantuor Ledeesme (Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.

(Mientras, en el exterior…)


Mathias Trandor apenas puede contener los nervios. Lo disimula bien, porque sabe que es fundamental para mantener la moral de sus subalternos que el Legado Inquisitorial al mano se mantenga firme. Pero por dentro, un puño de piedra le constriñe el corazón.
Alara está ahí dentro. Ahí abajo. No puede ni quiere imaginarse los horrores que podría encontrar, pero al verla descender por la escalera de caracol al frente de sus hermanas, tuvo la sensación de que la estaba tragando la oscuridad.
Hace poco que ha informado de la situación. Estaba frente a un lago subterráneo, y le ha pedido ayuda para neutralizar a unos dinovermos.
“Dinovermos… animales temibles, pero si son lo peor que se encuentra allí abajo, daré gracias al Emperador”.
Para tranquilizarse, cierra el puño en torno al Rosarius que lleva prendido al cinto, justo al lado de su pistola bólter. Al otro lado cuelgan la cartuchera de su pistola láser y la empuñadura de su bastón eléctrico.
Curioso objeto, ese bastón. Lo eligió de la armería de Lord Crisagon porque es un arma sutil, discreta, y sirve para aturdir a los objetivos a quienes no interesa matar. Muy útil para reducir herejes sin peligro a cargárselos por accidente. El bastón tiene oculto entre sus ornamentos una runa que al ser pulsada genera una potente descarga eléctrica capaz de dejar sin conocimiento a un hombre robusto. Si se hiciera necesario entrar en un lugar comprometido donde no pudiera llevar armas, el bastón podría proporcionarle una ventaja sin igual.
Sin embargo, aunque lo lleve encima en este momento, no cree que el bastón vaya serle ahora mismo de utilidad. Todo el mundo anda inquieto, excepto los tecnosacerdotes, que en opinión de Mathias -y de todos los que no pertenecen al Culto Mecánico, en verdad- exhiben una carencia de emociones casi inhumana, gracias a todo ese metal que tienen incrustado en el cerebro. Reina una calma tensa en el ambiente, que se rompe de repente cuando resuena la estática en su vocotransmisor. Al principio, cree que oirá la voz de Alara, pero quien habla resulta ser el Brigada Harrington, encargado del perímetro exterior.
-Doctor Trandor, señor, acabamos de avistar un fenómeno extraño-.
-Informe, Brigada- ordena Mathias.
-De repente, de la torre central ha salido un… un… bueno, no podría jurar qué demonios ha salido, pero se trata de una especie de rayo de luz verde. Ha dibujado un símbolo muy raro en las nubes-.
-¿Qué tipo de símbolo?-.
-No sabría decirle, señor, no hemos podido reconocerlo. Parece un ocho tumbado de espaldas, si usted me entiende-.
“El vermívoros”, comprende Mathias, y un escalofrío le recorre la espalda. “Por el Emperador, Alara, ¿qué está pasando?”.
Le cruza por la mente la idea de contactar con ella y preguntar, pero tiene miedo de pillarla en medio de un combate. Hace unos minutos, cuando la llamó para saber si había conseguido librarse de los dinovermos, le ha dado un susto de muerte. Y ella informó de la existencia de un portal. Un portal disforme… ¿tendrá eso algo que ver con la extraña luz de los vigías acaban de presenciar?
Sin embargo, cuando aún está pensándose si contacta con Alara o no, la voz del Brigada Harrington vuelve a resonar por el vocotransmisor. Y esta vez parece alarmado.
-¡Señor, solicitamos refuerzos! ¡Nos están atacando!-.
-¿Quién?- requiere Mathias.- ¿Quién los ataca? ¡Informe!-.
Pero al otro lado del vocotransmisor ya sólo hay silencio. Mathias informa rápidamente al teniente Travis y sube las escaleras a toda prisa acompañando a los refuerzos de la Guardia Imperial.
Cuando salen al vestíbulo interior, el rostro muerto de un cadáver animado les da la bienvenida.




A.D .844M40. Shantuor Ledeesme (Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.


Alara se quedó helada, paralizada. Una oleada de miedo la recorrió entera.
“¿Qué es esto? ¿Quién eres?”.
Soy el GUARDIÁN de este LUGAR. Me llamo PUSTUS. Por fin estás AQUÍ, mi querida AMIGA. Esperaba impaciente tu LLEGADA.
-¿Alara?- preguntó Silvana, que caminaba a su lado, al ver que se había detenido.- ¿Qué sucede? ¿Has encontrado algo?-.
Alara se sentía cada vez más confusa y aterrorizada. No entendía nada. ¿Por qué aquella horrible voz estaba hablando dentro de su cabeza? ¿Y por qué la trataba como si la conociera?
“¡Sal de mi cabeza, maldita cosa! ¿Qué eres? ¿Dónde estás?”.
Estoy CONTIGO, querida. ¿Acaso no lo VES? Yo SOY la NIEBLA que hay a vuestro ALREDEDOR. Es un placer ABRAZAROS, aunque no puedo llegar hasta VOSOTRAS si lleváis puestos esos ARMATOSTES. Tal vez si os los QUITÁRAIS…
-¿Alara?- insistió Silvana, inquieta.
Las otras Sororitas también se detuvieron.
-¿Qué ocurre, hermana Alara?- preguntó Tharasia, inquieta.
-¡Es… es la niebla!- exclamó Alara con voz aterrada.- ¡Es algo vivo! ¡Un espíritu disforme! ¡Me… me está hablando a mí, dentro de mi cabeza!-.
Algunas de las hermanas la apuntaron con sus rifles bólter de inmediato.
No me GUSTA lo que hacen esas CHICAS. Te están AMENAZANDO. ¿Quieres que las DETENGA?
Alara intentaba por todos los medios no participar en aquella conversación demencial, pero los pensamientos surgían en su mente aunque no quisiera expresarlos.
“¡No! ¡No hagas daño a mis hermanas!”.
Como QUIERAS, pero no voy a PERMITIR que te AMENACEN. Nadie amenaza a mis AMIGOS.
“¡Yo no soy tu amiga, engendro! ¿Qué es lo que eres, un demonio? ¡Sal de mi cabeza!”.
No sé a QUÉ te refieres con DEMONIO, pero por SUPUESTO que somos AMIGOS. Anoche estuvimos JUNTOS; te envié un MENSAJE para que vinieras A MÍ. Hace tanto TIEMPO que espero un AMIGO. He estado tan SOLO, encerrado en este LUGAR durante nueve mil AÑOS…
“¡Fuiste tú!”, comprendió Alara, horrorizada. “¡Tú fuiste quien me provocó el horrible sueño de los gusanos! ¡Y también el que mutó al bandido! ¡Lo enfermaste y lo volviste loco!”.
Su mente PUSILÁNIME era demasiado FRÁGIL. No debería haber PEDIDO la bendición del PADRE si era demasiado DÉBIL para SOPORTARLA.
El vello de Alara se erizó como si fueran escarpias. ¡Aquel ser era un demonio! ¡Y le estaba hablando a ella! La repugnancia que le producía aquella voz melosa y antinatural era terrible, insoportable, como si los mismos gusanos que habían reptado por su cuerpo en la pesadilla se deslizaran ahora por su cerebro. Se llevó las manos a la cabeza, asustada.
-¡No quiero seguir escuchándolo!- exclamó.- ¡Padre Bruno! ¡Octavia! ¡Sacadlo de mi cabeza!-.
Aquel comentario sacó de sus casillas a la hermana Leda, una de las primeras que la había apuntado.
-¡Un demonio está intentado poseerla!- gritó.- ¡Hay que purgarla!-.
Su dedo se tensó sobre el gatillo del rifle bólter, pero antes de que pudiera disparar, desapareció con un grito, tragada por el limo viscoso que cubría el suelo.
-Nadie se METE con mi AMIGA Alara- graznó Pustus con aquella voz disonante y dulzona.- ACABARÉ con CUALQUIERA que intente hacerle DAÑO-.
-¡No!- gritó Alara, despavorida.
“¡Dios Emperador! ¡Esto es una pesadilla! ¡Una pesadilla! ¡No puede estar pasando!”.
-¡Hermana Alara!- la voz de Tharasia adquirió un tono tan terrible que habría bastante para congelar un sol.- ¡Entregue las armas, de inmediato!-.
Alara se desembarazó del rifle y la pistola bólter de inmediato.
-¡Está mintiendo!- exclamó desesperada.- ¡Yo no soy amiga de ese engendro!-.
Lilian, una de las hermanas de la escuadra de Tharasia, cogió sus armas. Otra de ellas, Sarah, cogió su espada sierra.
-No hay signos de posesión demoníaca- advirtió Octavia, que llevaba un Auspex psíquico en la mano.- Sin embargo, detecto una poderosa presencia disforme en la niebla, a nuestro alrededor. Sugiero prudencia, hermana Ejecutora; el ser podría estar intentado hacernos desconfiar las unas de las otras para dividirnos-.
-Es un control mental lo que temo, hermana Octavia, no una posesión demoníaca. La hermana Alara permanecerá desarmada mientras pueda ser un peligro potencial para otros o para sí misma-.
Tus AMIGAS son un poco ABURRIDAS, ¿no te PARECE?
“¡Déjame en paz!” gritó Alara mentalmente, con toda la fuerza que fue capaz. No se atrevió a volver a decirlo en voz alta por temor a que alguna hermana entusiasta repitiese el intento de Leda.
Y también sois muy DESCONFIADAS. Yo no quiero haceros DAÑO, sólo necesito tu AYUDA. ¿Por qué no puedes ESCUCHARME? ¿Por qué te NIEGAS a ser mi AMIGA?
Las últimas palabras fueron casi un grito mental, y tenían un indudable matiz amenazante. Alara se dio cuenta de que aquella criatura se estaba irritando, aunque intentara disimularlo con sus maneras cordiales. Y para colmo, era una niebla. ¿Cómo se luchaba contra la niebla? Todas las Sororitas habían llevado consigo un cargador de munición bólter bendecida, prevenidas ante lo que pudieran encontrar. Pero, ¿serviría esa munición contra aquella bruma inmaterial? ¿Y si el engendro se limitaba a tragar hermanas, una tras otra, hasta que Alara le hiciera caso?
“¡Si no quieres hacer daño, suelta a Leda! ¡Devuélvela intacta y escucharé lo que vayas a decir!”.
Como QUIERAS. Ahora, la voz tenía un indiscutible matiz juguetón. Sólo la ESTABA sujetando un POCO. Aquí la TIENES.
Un segundo más tarde, el fango escupió un bulto de ceramita que emergió pataleando del suelo. La voz de la hermana Leda resonó en la caverna con un matiz histérico.
-¡Emperador bendito! ¡Sagrado Trono! ¡Algo… algo me estaba reteniendo en el suelo! ¡No podía moverme!-.
-Limpia- aseveró Octavia.- Tampoco hay signos de corrupción. Aunque su armadura está dañada-.
Alara se dio cuenta de que así era: la armadura de Leda mostraba signos de corrosión y humeaba, como si el limo del suelo fuera una sustancia ácida. Tharasia también debió darse cuenta.
-¡Hermanas, retrocedan! ¡Aléjense de la niebla y busquen suelo seco!-.
Tú no te VAYAS. Dijiste que me ESCUCHARÍAS.
“Puedo seguir escuchando mientras retrocedo. No voy a salir de aquí”.
Por favor, ABANDONA tu DESCONFIANZA. Ya te he dicho que no QUIERO hacerte DAÑO. Sólo necesito que me AYUDES. Necesito que ABRAS un poco MÁS el portal disforme. Yo no PUEDO llegar hasta los MANDOS, pero te DIRÉ cómo HACERLO. Es muy FÁCIL.
“¿Te has vuelto loco, demonio? ¡No pienso abrir un portal a la disformidad!”.
Necesito que lo ABRAS para MARCHARME de aquí. SÓLO quiero volver a mi CASA. Los humanos de este LUGAR me ENCERRARON aquí hace MUCHO tiempo para que les OTORGARA las bendiciones del PADRE. Pero NUNCA me dejaron VOLVER, y hace más de dos MILENIOS que se MARCHARON. Llevo tanto TIEMPO aquí solo, sin ningún AMIGO…
La voz de Pustus se tornó triste, casi lastimera. Durante un instante, Alara casi sintió compasión ante aquellas palabras… hasta que se dio cuenta de que aquella compasión no era natural. Era lo que aquel engendro estaba intentando que ella sintiera. No se atrevía a tratar de controlar directamente su mente, pero intentaba manipular sus emociones, conseguir que confiara en él. Su corazón se endureció.
“No abriré ese portal. Estás intentando engañarme”.
Te ASEGURO que digo la VERDAD. Sólo quiero MARCHARME. Ábrelo un poco MÁS y me IRÉ sin hacerle daño a NADIE.
Tal vez aquellas palabras hubieran sembrado la duda en el corazón de un incauto, o de alguien más débil de mente o de voluntad. Pero Alara era una hermana de batalla, y al intentar manipular su mente, Pustus no pudo evitar que ella atisbara una fracción de la suya propia. Apenas duró una milésima de segundo, pero para Alara fue suficiente. Percibió la terrible malevolencia que se agazapaba tras aquella voz dulzona y amable, el cruel engaño que se escondía tras sus melosas palabras.
-Quieres que abra el portal- dijo Alara en voz alta, con intención de que sus hermanas y los sacerdotes la escucharan. Ya no había miedo en ella, sólo ira.- Dices que si lo hago marcharás sin hacernos nada. Pero no hablas de lo que aguarda al otro lado, de lo que entrará una vez la puerta sea lo bastante grande para que puedas cruzarla. ¡Yo te nombro, Pustus, heraldo demoníaco, y te digo que ni tu voz ni tus mentiras me engañan! ¡Volverás a la disformidad expulsado por el fuego de nuestro sagrado bólter, y mis hermanas y yo perderemos nuestras vidas antes que permitir que ese portal se abra! ¡En nombre del Divino Emperador, SAL… DE… MI… CABEZA!-.
Gritó las últimas palabras con toda la potencia y determinación que fue capaz, concentrando en ellas toda la fuerza de su Fe. Y un halo dorado de luz sagrada brilló en torno a su silueta mientras la voz y la conciencia del demonio eran expulsadas de su mente, y toda conexión entre ella y el impío ser se cortaban.
La voz helada de Pustus, hueca y reverberante, libre ya de su disfraz y sin asomo alguno de simpatía, se dejó oír como un eco en la caverna.
-Que así SEA-.



El débil y tenue resplandor del bosque de setas comenzó a palpitar. Un relámpago de pavorosa intuición estalló en la mente de Alara.
-¡Hermanas!- gritó.- ¡Destruid las setas, abrasadlas con los lanzallamas! ¡Rápido!-.
-Pero, ¿qué…?- la hermana Ejecutora tuvo un segundo de confusión, pero por fortuna sabía tomar decisiones rápidas.- ¡Hagan lo que dice! ¡Ahora! ¡Hermana Lilian, devuélvale las armas!-.
Mientras Alara recuperaba su pistola y su rifle bólter, Cecilia y Sophia apuntaron con sus lanzallamas las setas más cercanas. El eco de un zumbido comenzó a resonar en la caverna y fue creciendo en intensidad, como si un millón de moscas estuvieran revoloteando al unísono. Y por encima de él, un coro de aullidos siniestros, estremecedores. Eran las voces que susurraban cuando las hermanas habían entrado, pero ahora gritaban, gritaban de odio y de ira. Alara acababa de enfundarse la espada sierra en el cinto cuando los lanzallamas comenzaron a vomitar promethium ardiente sobre las setas. Muchas hermanas también se pusieron a disparar a los extraños hongos, pero Alara levantó la cabeza al sentir una ráfaga de aire en las alturas. Vio que una sombra se abalanzaba sobre ella y se arrojó al suelo con una exclamación de sorpresa, justo a tiempo para impedir que un engendro volador de grandes alas membranosas y garras afiladas como cuchillas le arrancara la cabeza.
-¡Furias!- exclamó Octavia.- ¡Son furias del Caos!-.
El zumbido de moscas se alzó de volumen hasta convertirse en un rugido. La niebla se oscureció y se arremolinó sobre sí misma hasta cobrar la forma de un ente monstruoso que se materializó ante las hermanas de batalla. Sólo gracias al intensivo adoctrinamiento y preparación espiritual que había recibido pudo Alara sostener la mirada sobre semejante visión sin perder la cordura. Sobre la plataforma, junto al portal, se erguía ahora un engendro demoníaco de varios metros de altura. Su cuerpo hinchado y abotagado tenía una extraña tonalidad verde que recordaba al color de la carne putrefacta, cubierto de pústulas, granos y llagas que manaban fluidos nauseabundos. De los pellejos podridos que formaban su vientre colgaban lo que parecían intestinos supurantes. Un único ojo inyectado en sangre parpadeaba en la cabeza deforme, coronada por un cuerno enorme y grotesco. En la tumefacta piel del pecho llevaba grabado un símbolo que recordaba a la señal imperial de peligro biológico: tres círculos dispuestos en forma piramidal. Era la marca de Nurgle, el dios demoníaco de la enfermedad, la plaga y la podredumbre. Y aquel ser, aquella aberración deforme que acababa de tomar forma frente a las Sororitas y que había dicho llamarse Pustus, era uno de sus heraldos.
-¡DESPERTAD, pequeños MÍOS!- trinó la cosa, levantando los brazos.- ¡DESPERTAD y luchad por NUESTRO gran PADRE!-.
Apenas acabó de decirlo, el portal disforme latió, y el metal que formaba la jaula emitió una pulsación iridiscente. La energía se transmitió veloz por el conducto metálico del techo y desapareció. Un segundo más tarde, todos los hongos de la cueva comenzaron a retorcerse y a palpitar.
Cecilia y Sophia habían abrasado ya una docena de setas cada una, y las hermanas de batalla que no estaban ocupadas disparando contra las furias del caos también habían reventado un buen número de ellas con los disparos de su bólter, pero eran simplemente demasiadas. Había docenas y docenas, creciendo por todos los rincones de la cueva, y sólo habían podido destruir las más cercanas cuando las restantes explotaron. Una multitud de pequeños seres rugientes y saltarines emergieron de ellas y se precipitaron hacia el grupo que formaban Sororitas y sacerdotes. Tenían el aspecto de pequeños demonios, con ojillos astutos y pequeños cuernos saliéndoles de la frente. No tenían extremidades inferiores y las superiores eran poco más que brazuelos atrofiados, pero no parecían hacerles mucha falta para luchar a la vista de sus enormes bocas llenas de colmillos desiguales. Eran cientos, tal vez miles, y cargaron a la vez con un rugido de entusiasmo.
-¡Hermanas, reagrupación!- gritó la Ejecutora Tharasia.- ¡Lanzallamas, y primer escuadra, barrera contra los nurgletes! ¡Segunda y tercera escuadra, aniquilen a las furias! ¡Hermana Diana, fuego de cobertura contra el heraldo! ¡Padre Bruno, Octavia, exorcicen esa aberración! ¡Por el Emperador y por Su Sagrada Cólera, purgad a los impuros!-.
Su voz era tan potente que se hizo oír incluso por encima del griterío de las furias. Mientras Cecilia y Sophia mantenían a raya con ayuda de la primera escuadra a la horda de nurgletes que se abalanzaban sobre ellas, las demás hermanas se concentraron en las furias. Alara se sobrepuso por fin al horror y apartó la vista del heraldo demoníaco, justo a tiempo para ver como la furia del Caos que la había atacado se lanzaba de nuevo en picado sobre ella. Apuntó con el sagrado bólter y disparó una ráfaga, lanzando un grito que fue a la vez de furia y de triunfo cuando los proyectiles penetraron el torso de la bestia y la desintegraron.
-¡Alara, a tu izquierda!- chilló la hermana Nadia.
La advertencia llegó un segundo demasiado tarde. Antes de que pudiera esquivarla, una segunda furia del Caos se abalanzó sobre ella. Sólo le dio tiempo de echarse hacia atrás, de modo que las garras que iban contra su casco se clavaron en el blindaje de su hombrera izquierda, arrancando un buen pedazo. Alara aplicó el cañón del bólter contra la piel rugosa y áspera de la criatura. La furia lanzó un chillido indignado, revelando las hileras de dientes afilados que ocultaba su pico deforme, cuando la potencia del disparo la lanzó despedida hacia atrás. Entonces, oyó a su lado el grito de la hermana Nadia: otra furia la había agarrado entre sus zarpas y la había elevado en el aire. Nadia trató de zafarse para contraatacar, pero antes de que pudiera hacerlo otras dos furias más volaron en picado contra ella, clavaron las garras en su cuerpo, quebrando la servoarmadura a pura fuerza bruta, y la despedazaron.
La sangre llovió como agua sobre Alara, Cordelia y Annabella, que dispararon tres potentes ráfagas contra aquellos mostruos, acribillándolos. Como aquellos engendros no eran en realidad seres vivos, sino espíritus disformes que habían adoptado forma física gracias a la energía disforme que emitía el portal, el cuerpo de las furias se volatilizaron en una nube de humo al ser destruidos, mientras sus esencias dispersadas eran enviadas de vuelta al Inmaterium.
Las voces de Octavia y del Padre Bruno se unieron en una sola mientras ambos, protegidos por bólter pesado de Diana, se encaraban contra Pustus y extendían sus brazos hacia él. Octavia sostenía en su mano derecha el Breviario de la Cámara Dialogante; el padre Bruno, su Rosarius.
-¡In nomine Imperator vade retro indmundum! ¡Non haberes potestatem adversum fidelibus!-.
El heraldo de Nurgle retrocedió y siseó enseñando los dientes, pero sólo durante un momento. Una malvada sonrisa torcida apareció en sus labios amoratados.
-¡Sois VOSOTROS los que NO tenéis PODER sobre MÍ! Ese EMPERADOR al que decís ADORAR es un CÁDAVER viviente, siervo del PADRE NURGLE-.
Aquella blasfemia hizo que algunas de las Sororitas aullaran de ira, pero Bruno y Octavia se mantuvieron impávidos. Sabían que el demonio no pretendía otra cosa que romper su concentración con aquellas mentiras. Con voz poderosa y firme, continuaron recitando las letanías de excretación. Pustus, furioso, miró a Octavia con su único ojo y descargó una oleada de niebla oscura sobre ella, pero el cuerpo de la Dialogante brilló con un halo de luz sagrada, y el poder del demonio de dispersó en torno a ella sin dañarla. Algunas hermanas aprovecharon que el número de furias del Caos había disminuido para disparar a Pustus, pero todas las heridas que los proyectiles bólter abrían en su carne tumefacta se cerraban al poco de aparecer.
Alara aprovechó el breve respiro que las furias le habían dado para hacer balance de la situación. Por decirlo lisa y llanamente en palabras de Mathias, estaban jodidas. Sabía lo suficiente acerca de los demonios y de la Disformidad para saber que los engendros contra los que luchaban se nutrían de la energía impía que emanaba del portal. Cada demonio que no destruían en el acto era capaz de regenerar poco a poco sus daños gracias a ese poder, y sólo tenían que retirarse de la primera línea de combate para recuperarse y volver a atacar. El principal peligro era Pustus, el heraldo demoníaco, pero sus hermanas y los sacerdotes estaban totalmente desbordados por el ataque de las furias y el empuje de los nurgletes. Tarde o temprano, el promethium que alimentaba los lanzallamas de Cecila y Sophia se acabaría, y la munición bólter de las demás hermanas también. Tal vez para entonces hubieran conseguido aniquilar a las furias, pero los nurgletes eran demasiados. Aunque cada proyectil bólter destruía a uno de ellos y la barrera de fuego de lanzallamas los mantenía a raya, cientos de ellos seguirían en pie.
“Tengo que hacer algo, ¡ya! Astrid… recuerda a la hermana Astrid. ¿Qué haría Astrid en esta situación?”.
Siendo una hermana Serafín, la respuesta era sencilla: volar… y destruir al demonio disparándole en su propia cara.
Alara volvió a mirar hacia arriba, pero no vio más furias. En su lugar, vislumbró algo de lo que ya se había olvidado: el conducto metálico que conducía la energía disforme hacia la puerta de entrada. Lo siguió con la mirada: iba en línea recta hasta la cúpula heptagonal de la jaula-portal… justo encima de donde se encontraba Pustus.
-¡Hermana Ejecutora, necesito la asistencia de la hermana Silvia!- dijo Alara por el vocotransmisor. Silvia era miembro de la primera escuadra y la única que portaba un rifle de fusión.- ¡Necesito que me ayude a eliminar al heraldo! ¡Tengo un plan!-.
-¡Asista a la hermana Alara, Silvia!- ordenó Tharasia.- ¡Muere, ser impío, en nombre del Trono!-. Disparó su bólter contra una furia, que se volatilizó en el acto.
-¡Vamos, Silvia!- exclamó Alara, retirándose tras la primera línea.- ¡Ven conmigo!-.
Silvia la alcanzó.
-¿Qué pretendes?-.
-¡Los sagrados bólters no le hacen suficiente daño al heraldo! ¡Tenemos que llegar hasta él y dispararle con el rifle de fusión desde corto alcance, por ahí!-. Señaló hacia el conducto de metal que recorría la caverna por encima de sus cabezas.
-¿Has perdido el juicio?- exclamó Silvia.- ¿Cómo vamos a llegar hasta ahí? ¡No tenemos Serafines!-.
-No, pero tenemos esto-. Alara mostró a Silvia el garfio que Ophirus Crane le había instalado en el brazal izquierdo de su armadura.- Agárrate fuerte a mí, Silvia. Vamos a subir-.
Esperó a la siguiente letanía de Octavia y Bruno, que fue acompañada por una nueva andanada de disparos de bólter. Pustus volvió a rugir con una mueca aterradora, esta vez con tanto dolor como ira. Alzó sus brazos hinchados de garras retorcidas, y el zumbido de moscas volvió a dejarse oír. Una espesa nube de insectos, salida de ninguna parte, rodeó al heraldo como un remolino, dificultando la puntería de las militantes que le disparaban.
Esa era la distracción que Alara estaba esperando. Apuntó el brazo hacia arriba, pulsó la runa apropiada, y el garfio salió despedido. Tal y como la joven esperaba, no se clavó en el techo, sino que se enrolló con fuerza en torno al conducto de energía disforme. Sujetando a Silvia con fuerza, apretó otra runa, y el servomotor del garfio las izó a través del aire.
El conducto tenía un metro de ancho, suficiente para que una persona pudiera caminar por él. Mientras desenredaba el cable del garfio con toda la rapidez que sus dedos le permitían, Alara contactó con Mathias por el canal privado.
-¿Mathias, estás ahí?-.
La voz de Mathias se dejó oír unos segundos después. Sonaba jadeante y entercortada.
-Alara, ¿qué sucede? ¡Dímelo rápido, tenemos problemas!-.
-¿Qué está pasando?- se inquietó Alara.
-¡No… no te lo vas a creer, pero todos los bandidos que matamos han… han vuelto a la vida, o algo así! ¡Se han levantado! ¡Parece que siguen muertos, pero los muy cabrones caminan! ¡Y atacan! ¡Y no sólo ellos; un montón de cadáveres medio podridos están saliendo de la Laguna Verde!-.
-¿Cuándo ha sido eso?-.
-¡Hace poco! ¡Los Guardias Imperiales del exterior han comunicado que el cielo se iluminó con una especie de resplandor verde, y en ese instante los muertos se levantaron!-.
“El latido disforme”, comprendió Alara. “La energía que Pustus invocó, la que salió por el conducto de metal. ¡Ese demonio inmundo ha levantado a los muertos!”.
-¡Mathias, creo que esos muertos vivientes están controlados y sostenidos por el poder de un demonio! ¡Está… está aquí, y hay cientos de ellos! ¡Un heraldo de Nurgle y sus engendros demoníacos! ¡Los sustenta la energía del portal disforme!-.
-¡Por la Sangre del Emperador!- exclamó Mathias, espantado.- ¡Aguanta, Alara! ¡Os enviaré ayuda!-.
-¡No mandes a la Guardia Imperial!- replicó Alara.- ¡Los necesitáis arriba, y estos demonios son demasiado peligrosos para ellos! ¡Morirán igual que nosotras!-.
-¡No voy a dejarte morir, Alara!-.
-¡Entonces, dile que Ophirus Crane que nos ayude ya! ¡Necesitamos cerrar ese maldito portal, los demonios se nutren de su energía disforme!-.
-¡Se lo he dicho antes; os estaba preparando algo! ¡Le diré que lo envíe en seguida! ¡Por amor del Emperador, Alara, aguanta!-.
-¡Tú también! ¡Cambio y corto!-.
Con el cable de acero ya desenredado en la mano, Alara miró a la hermana Silvia, que aguardaba expectante.
-Vamos- ordenó.
Las dos caminaron en fila india por el conducto. El estruendo de la batalla resonaba abajo, pero allí arriba el silencio era total. Alara estaba convencida de que sus enemigos no las habían detectado… hasta que una furia emergió de súbito junto al conducto de metal, lanzando un graznido de rabia, y se lanzó sobre Silvia, la presa más cercana.
Silvia emitió una exclamación de sorpresa e intentó defenderse, pero se encontró con el mismo problema que Alara: el rifle le resultaba demasiado aparatoso para maniobrar. Su grito de sorpresa se convirtió en un alarido de dolor cuando las garras de las criatura arrancaron su brazal derecho y le desagarraron la carne. Alara ni siquiera trató de utilizar  su rifle; desenfundó con agilidad la pistola bólter, la aplicó a la cabeza de la furia, disparó una vez y luego volvió a disparar. El engendro ni siquiera tuvo tiempo de emitir un chillido antes de desvanecerse entre volutas de humo.
-¡Silvia, Silvia! ¿Estás bien?-.
-Sí, pero esa furia impía me ha herido- respondió la hermana Silvia, jadeando de dolor. La sangre manaba a borbotones de su brazo derecho.- Apenas puedo mover la mano; ¡no podré disparar el rifle de fusión!-.
-Está bien. No soy especialista en armas de fusión, pero he recibido la instrucción básica, Dame el rifle y coge la pistola bólter. ¿Podrás darme fuego de cobertura con la mano izquierda?-.
-Sí-.
Alara cogió el rifle de fusión entre sus brazos. Recordaba cómo dispararlo, pero no era el arma que estaba habituada a usar. Rogaba al Emperador que sus limitados conocimientos fueran suficientes. Mientras Silvia se quedaba agazapada en el límite del conducto, Alara bordeó poco a poco la cúpula, saltando de un lado a otro del heptágono.
“Divino Emperador, guía mis pasos, no dejes que me caiga”.
Echó un vistazo abajo, y la ansiedad la invadió: Cecilia y Sophia ya habían depositado en el lanzallamas su última carga de promethium. Bruno había interrumpido el exorcismo; estaba sangrando por el hombro y sostenido por uno de sus confesores, mientras el otro disparaba sin cesar a una furia que revoloteaba. Octavia se estaba enfrentado sola a Pustus. Alara se dio cuenta de que debía acabar con él, y tenía que hacerlo ya.
La nube de moscas estaba zumbando casi debajo de ella. Al mirarla desde arriba, Alara constató que su forma de remolino no era causal; en la parte de arriba había un punto ciego, justo en el centro de la vorágine de insectos, que estaba vacío y permitía vislumbrar con calidad la parte superior de la cabeza del heraldo: el enorme cuerno, la piel rugosa, y la coronilla, justo detrás. Una mueca de repugnancia torció los labios de Alara al darse cuenta de que por el cuerno del demonio reptaban los mismos gusanos blancos que habían aparecido en su horrible sueño. Oyó la voz de Octavia, que seguían enfrentándose al heraldo demoníaco. Nada quedaba de la dulce y tímida Dialogante en aquel momento; se había convertido en una exorcista, cuya voz se alzaba firme y airada a pesar del cansancio que comenzaba a denotar.
-¡Yo te maldigo, oh maléfica serpiente que te arrastras bajo mi suela! ¡Que mi desprecio caiga sobre ti! ¡Con mi repulsa te condeno y con mi odio te atravieso!-.
Tras desplazarse los últimos metros, Alara se acuclilló sobre la superficie de metal, apoyándose contra uno de los barrotes que formaban la cúpula para ganar un poco de estabilidad. Luego, agarró con todas sus fuerzas el rifle de fusión. Se trataba de un arma grande y aparatosa, capaz de emitir un poderoso haz energético a tan altísimas temperaturas que podía vaporizar la carne y derretir el adamantium. Las tropas imperiales lo usaban para perforar vehículos blindados, de modo que Alara estaba bastante segura de que sería lo bastante dañino incluso para un heraldo demoníaco. Apuntó a la coronilla de Pustus y tensó el dedo en el gatillo.
-A spiritu dominato, domine libra nos- rezó en voz baja.- A morte perpetua, domine libra nos… -se dio unos segundos para apuntar, fijando su objetivo en el demonio, en aquella aberración que había envenenado sus sueños e intentado apoderarse de su mente.- De los engendros demoníacos, Emperador líbranos… Porque sólo la muerte pueden esperar de Vos… -concentró toda su fe, todo su fervor, todo su odio, y la devoción y la cólera divina que ardían en su alma surgieron a la vez con el grito que emergió de su garganta.- ¡NINGUNO SE LIBRARÁ DE VOS! ¡TE LO ROGAMOS, DESTRÚYELOS!-.
El aura divina de la fe brilló envolviendo a Alara en un halo dorado, al tiempo que el grito de ira divina salía de su garganta y sus manos disparaban el rifle de fusión. Un potente rayo de energía, mucho mayor de lo normal, alcanzó la cabeza de Pustus y penetró en su interior.
El demonio lanzó un alarido al recibir de lleno el impacto de rayo que perforó su carne. Lleno de dolor y furia, retorció las manos y su cuerpo emitió un halo de energía disforme que se transmitió como una pulsación a lo largo de toda la caverna. Sin embargo, estaba muy debilitado por el ritual de exorcismo de Octavia, y el disparo del rifle de fusión quebrantó la envoltura física de su ser. Pustus apenas consiguió mirar a Alara con su único ojo, inyectado en sangre y furia, antes de que su carne de deshiciera, su esencia se disipara, y su cuerpo y la nube de moscas que lo protegía se fundieran a la vez en un jirón de niebla verdosa que desapareció pocos instantes después.
Un momentáneo silencio de sorpresa llenó la caverna. Alara aflojó la presión de sus dedos sobre el rifle, tomó el rosario que prendía de su cintura y se lo llevó a los labios.
-Gracias, oh, Divino- susurró.- Gracias por dejarme ser Tu mano-.
En ese momento, los disparos y rugidos de la zona inferior se reanudaron: la masa de nurgletes, confusa y desorganizada sin la guía de su señor, volvía a avanzar. Ahora atacaban en desorden, atropellándose unos a otros, lo cual los hacía menos efectivos, pero las Sororitas y los sacerdotes seguían siendo unas pocas decenas frente a varios centenares. Alara se giró hacia Silvia.
-¡Ven conmigo, vamos a bajar!-.
Silvia que había arrancado un trozo de su faldón para vendarse en brazo y detener lo peor de la hemorragia, asintió y correteó hasta ella. Alara se cargó el rifle de fusión al hombro, rodeó a Silvia con el brazo derecho, y volvió a enrollar el cable de acero en el conducto metálico que había bajo sus pies. Luego, saltó al vacío y apretó la runa para soltar de manera controlada el cable, que las bajó a una velocidad aceptable hasta la plataforma central.
Aterrizaron de pie, justo al lado del portal. Alara corrió hacia los cañones que había a loa lados de la plataforma para examinarlos.
-¡Tenemos que activarlos!- exclamó.- ¡Hay que destruir a los nurgletes como sea!-.
A llegar hasta el primer cañón, Alara se dio cuenta de hasta qué punto eran extrañas aquellas armas. Jamás en su vida había visto nada igual. De formas sencillas y estilizadas, con curvas imposibles y de un material tan ligero y pulido que casi parecía aceitado. Era un diseño diferente por completo a cualquier cosa que hubiera visto jamás, tan extraño que casi parecía alienígena. Sin embargo, no tuvo tiempo de seguir preocupándose por eso, porque de repente el fango que se arremolinaba alrededor de la plataforma empezó a vibrar. Recordó el pulso de energía que Pustus había invocado justo antes de desaparecer y sintió una oleada de malestar.
Entonces, se súbito, siete figuras enormes y alargadas emergieron del fango. Por un instante, Alara creyó que se trataba de dinovermos, pero en seguida se dio cuenta de que no era uno de aquellos gusanos hipervitaminados.
Se trataba de algo mucho, mucho peor. Aquellas repugnantes criaturas eran obviamente bestias demoníacas; aquel aspecto tan grotesco jamás habría podido pertenecer a un animal normal. Parecían babosas multicolores, con decenas de pies enmarañados que se agitaban enloquecidos y un hocico retorcido y erizado de verdes tentáculos. Lo más aterrador, sin embargo, es que sonreían. Sus cuatro ojos denotaban una estupidez animal, sin inteligencia alguna, pero sus babeantes bocas llenas de dientes se torcían en lo que era, sin duda, la parodia de una sonrisa. Tenían la lengua fuera, como si fueran cachorros demoníacos, y miraban hacia la montaña de nurgletes que se arremolinaba en torno a las acosadas hermanas de batalla como si no quisieran perderse la diversión. Lanzando algo semejante a un gañido de entusiasmo, comenzaron a corretear hacia ellas.
Alara, desesperada, se montó de un salto en el sillín acoplado al cañón, que a juzgar por su estrechez sin duda estaba diseñado para alguien mucho más esbelto que una mujer fibrosa ataviada con servoarmadura.
-¿Cómo lo hago?- exclamó la hermana Silvia, desde el cañón opuesto.- ¿Cómo se enciende?-.
-¡No lo sé!- exclamó Alara, observando el incomprensible panel de mandos con frenética desesperación.
-Runa superior izquierda- informó una serena voz metálica.- Los manillares sirven para dirigir el cañón, la runa azul que ve acoplada al derecho es el disparador, y la del izquierdo sirve para ajustar la mira-.
Alara se giró sorprendida, y vio que a su lado, suspendido en el aire, había un servocráneo con ojos biónicos, un globo de luz acoplado y el inconfundible emblema del Adeptus Mechanicus grabado en la frente. La joven comprendió que aquella era la ayuda prometida que Ophirus Crane había enviado; era su voz la que emergía del vocoamplificador instalado entre los dientes de la calavera, distorsionada por un deje metálico.
-¡Tecnosacerdote Crane! ¿Sigue usted arriba? ¿Nos ve?-.
-Sigo arriba, y veo muy bien a través de la pictograbación que me envían los ojos-.
-¡No mire a los demonios!-.
-Mi mente está preparada, hermana Alara. Son muchos años los que llevo al servicio de la Inquisición. Ayude a sus hermanas; están en apuros-.
Alara levantó la vista. ¡Las bestias se abrían paso a través de la horda de nurgletes para llegar hasta las Sororitas!
-¡Hermana Ejecutora, nos hemos quedado sin promethium!- gritó la hermana Sophia.
-¡Repliéguense a retaguardia!- ordenó Tharasia.- ¡Hermanas, fuego a discreción! ¡Manténganlos a raya! ¡Por el Emperador y Su Sagrada Gloria!-.
-¡Por el Emperador y Su Sagrada Gloria!- gritaron las Sororitas, disparando sus rifles. La hermana Diana concentraba el fuego de su bólter pesado contra una de las bestias.
Alara apretó la runa de encendido, mientras al otro extremo de la plataforma la hermana Silvia la imitaba.
-¡Eh, bichos inmundos!- exclamó con toda la fuerza de sus pulmones, activando su propio vocoamplificador.
El cañón vibró con un tenue zumbido al encenderse. Todas sus runas se iluminaron. Alara apuntó a la retaguardia de la horda demoníaca y disparó. Un rayo iridiscente salió proyectado de la boca del cañón e implosionó en medio de la marea de nurgletes, creando un vórtice semejante a un agujero negro que se tragó a docenas de ellos de inmediato y desintegró la cola de una de las bestias al rozarla de refilón. El engendro lanzó un quejido de dolor y se giró hacia Alara con su rostro animal deformado por la rabia. Olvidando a las acosadas hermanas de batalla, se lanzó contra los cañones con un siseo furioso.
-¡Por el Sagrado Trono!- exclamó Alara.- ¿Qué demonios es este arma?-.
-Un cañón de vórtice- respondió la voz metalizada de Crane.
-Pero, ¿qué es lo que ha hecho?-.
-No importa ahora. ¡Concéntrese en disparar; esa bestia de Nurgle viene a por usted!-.
Alara no sentía ningún miedo, ni siquiera preocupación por su propia supervivencia. Todos sus sentidos estaban concentrados en atacar. Afinó la puntería mientras la bestia trotaba hacia ella, y cuando la tuvo lo bastante cerca disparó. Ante sus ojos, vio cómo la realidad se deformaba formando un vórtice en espiral, el cual se expandió formando una campana de oscuridad que dividió por la mitad a la bestia y la desintegró. El monstruo se volatilizó en el aire con un aullido.
Las otras seis bestias se giraron al oír el lamento agónico de su compañero. Alara vio cómo la alegría se desvanecía de sus rostros y comenzaban a sisear furiosas cuando su rudimentaria inteligencia les hacía comprender qué había sido de su compañera. Se abalanzaron en masa contra el cañón de Alara.
-¡Hermana Alara!- exclamó Silvia.- ¿Necesitas ayuda?-.
-¡Me encargaré de ellos!- respondió Alara.- ¡Ayuda a los demás; se están quedando sin munición!-.
Efectivamente, algunas de las hermanas de batalla ya no tenían más cargadores de rifle y estaban apurando la munición de sus pistolas bólter. El padre Bruno y los confesores, que habían agotado ya sus pistolas, desenfundaron las espadas sierra. Algunos de los nurgletes superaron la barrera de defensa y comenzaron a atacar a las Sororitas. Cuando una de ellas cayó derribada al suelo, un grupo de demonios utilizaron la brecha para penetrar las defensas y hacer sobre los sacerdotes. Bruno y uno de los confesores atacaron a los nurgletes a golpe de espada sierra mientras el otro confesor caía al suelo aplastado por una docena de aquellos repugnantes seres. El aire comenzó a llenarse de alaridos de agonía.
Silvia disparó contra la retaguardia de la horda una y otra vez, volatilizando decenas de pequeños demonios con cada disparo. Alara, sin embargo, tuvo que concentrarse en las bestias. El área de efecto del cañón disforme era grande, pero su cadencia demasiado lenta. El primer disparo volatilizó una e hirió gravemente a dos más. El segundo disparo eliminó a las dos heridas. Alara disparaba casi sin apuntar, aprovechando que el tamaño de aquellas bestias hacía difícil fallar. Sobre todo, porque se abalanzaban rugiendo contra ella. El siguiente disparo vaporizó a otra más e hirió a otra. Alara  apenas sentía los regueros de sudor frío que corrían a raudales por su piel. Disparaba y rezaba, metódica y letal, como una década de duro entrenamiento la había enseñado.
-¡Por su agonía y su sangre!- repetía.- ¡Por su Trono Dorado y por su Muerte! ¡Por su destrucción y su resurrección como dios de los Hombres!-.
Entonces, dos bestias llegaron a la vez hasta el cañón. Una de ellas se adelantó, lanzó hacia delante su cabeza tentaculada y aprisionó entre sus colmillos la boca del cañón, que emitió un crujido.
-¡Protégenos y mantennos fuertes, a nosotros que luchamos por ti!- exclamó Alara, disparando al fin.
En aquella ocasión, el rayo de energía implosionó dentro de la boca de la bestia, abriéndose en una semiesfera oscura que engulló a la vez a las tres criaturas. Alara entornó los ojos y desvió la vista, asqueada ante la perturbación que aquella energía siniestra le provocaba. Durante un instante, emitió un suspiro de alivio, que se cortó de repente al darse cuenta de algo.
“¡He matado seis! ¡Sólo seis! ¡Falta una!”.
Impulsada por un funesto presentimiento, se giró a tiempo para ver cómo la séptima bestia emergía sobre la plataforma justo detrás de la hermana Silvia, concentrada en disparar.
-¡No!- chilló Alara, agarrando del suelo el rifle de fusión.
La bestia proyectó sus fauces contra la hermana Silvia, aprisionando su casco, y comenzó a sacudir la cabeza. Alara disparó. Sabía que había peligro de darle a Silvia, pero no había otra manera de salvarla. El disparo impactó en el cuerpo de la bestia, que abrió la boca lanzando un rugido al tiempo que el rayo de energía del rifle la partía por la mitad. Se desvaneció en el aire al mismo tiempo que la hermana Silvia caía al suelo como un fardo.
-¡Silvia!- gritó Alara, corriendo hacia ella.- ¡Silvia!-.
Se arrodilló junto a ella y le dio la vuelta. La hermana Silvia había perdido el casco, arrancado por el brutal ataque de la bestia. Aún conservaba la cabeza sobre los hombros, pero los colmillos habían atravesado los visores del yelmo. Los ojos de Silvia se habían convertido en dos cuencas vacías que lloraban sangre y supuraban líquidos viscosos de lo que habían sido los globos oculares. Se encontraba en estado de shock, y desde luego, incapaz de luchar. Si sobrevivía, lo haría ciega.
Alara no podía hacer nada más por ella. Se montó de un salto sobre el cañón de vórtice y tomó los mandos, aunque no quedaba mucho contra lo que disparar. La hermana Silvia había hecho un buen trabajo, y aquella arma capaz de destruir dos docenas de nurgletes en un solo disparo había sido providencial. Quedaban muy pocos demonios en pie, y la mayoría se estaban retirando en pequeños grupos. Disparó sobre los más grandes, provocando que los que quedaban huyeran entre chillidos y se escondieran en el bosque de setas reventadas.
Alara cogió a Silvia entre sus brazos y bajó con precaución la rampa acercándose al resto de las hermanas. Al llegar hasta ellas, pudo comprobar los resultados del feroz ataque. Apenas quedaba una hermana ilesa, y muchas de ellas estaban heridas de gravedad. Irónicamente, habían resistido bastante bien los ataques psíquicos de Pustus gracias al escudo que suponía su fe, las bestias no habían llegado a atacarlas, y los rifles bólter habían acabado con las furias con relativa facilidad. En cambio, los pequeños nurgletes habían resultado devastadores por pura superioridad numérica.
-¡Hermana Alara!- exclamó Tharasia al verla llegar.- ¿Qué ha sucedido? ¿Y qué ha pasado con la hermana Silvia?-.
Alara depositó a Silvia en el suelo con suavidad.
-La ha atacado una bestia de Nurgle- respondió.- Por fortuna, he podido acabar con ella y con las demás. También he matado al heraldo demoníaco. Utilicé mi nuevo arnés para subir al conducto de energía disforme y la hermana Silvia me dio fuego de cobertura mientras acababa con el heraldo. Hemos matado a todos los nurgletes que hemos podido con aquellos cañones, pero… Lo siento mucho, no hemos podido hacerlo más rápido…
-No tiene que disculparse por nada, hermana- la cortó Tharasia.- Usted y la hermana Silvia han salvado muchas vidas. Esto podría haber sido una masacre-.
-¿Cuántas bajas hay?- preguntó Alara, temiendo la respuesta.
-Siete- respondió Tharasia.- Siete mártires del Imperio se encuentran ya al lado del Emperador, benditos sean. Las hermanas Nadia, Sarah, Leda, Irene y Severa lucharon con valor, pero una furia mató a Nadia y los nurgletes se les echaron encima a las demás. No queda nada de ellas, ni tampoco de los dos confesores que dieron su vida por salvar la del padre Bruno. Está herido, pero se recuperará; ya he dado aviso a las Hospitalarias para que vengan de inmediato. Por fortuna, usted y la hermana Silvia acabaron con casi toda la horda, y las que quedábamos en pie hemos matado o ahuyentado al resto de los demonios-.
Alara no pudo evitar echar un vistazo a los cuerpos. Las hermanas caídas parecían poco más que servoarmaduras abolladas y quebradas hechas un montón informe; la sangre quedaba disimulada por el color rojo de la ceramita. En cambio, los dos confesores no eran más que dos esqueletos mondos tirados sobre jirones de túnica ensangrentados. Los nurgletes los habían devorado vivos.
-Con su permiso, voy a informar al Legado de lo sucedido- dijo.
-Tiene mi permiso, hermana- respondió Tharasia, agachándose para asistir a la hermana Alexandra. La propia Tharasia estaba sangrando por las junturas de la armadura, pero aún así se arrancó un trozo de su propia túnica para hacerle un torniquete en la pierna a la hermana herida.
-Doctor Trandor, ¿me recibe?- preguntó Alara por el canal público.
Al cabo de unos interminables segundos de ansiedad, le llegó la voz de Mathias.
-La recibo, hermana Alara. ¿Están todas bien?-.
-No- respondió Alara, intentando que no se le formara un nudo en la garganta.- Hemos tenido muchas bajas, entre ellas siete muertos: cinco Sororitas y los dos confesores. Sin embargo, hemos conseguido exterminar a los engendros demoníacos, loada sea Su Divina Majestad. ¿Cómo va todo ahí arriba?-.
-Mejor- respondió Mathias. La comunicación se interrumpió durante unos instantes.- Lo siento, casi no puedo hablar. Aquí arriba seguimos luchando.,
-¿Luchando?- exclamó Alara.- ¿Siguen activos los muertos vivientes?-.
-Sí. Ahora es más fácil combatirlos porque ya no atacan coordinados, parecen confusos… pero aún así, siguen teniendo el instinto atávico de matar todo lo que ven-.
“El Portal Disforme”, comprendió Alara. “El hechizo demoníaco se mantiene activo porque lo alimenta la energía impía que fluye de ahí. ¡Hay que cerrarlo!”.
-Gracias, Legado. Cambio y corto-. Alzó la mirada hacia Tharasia.- Hermana Ejecutora, ya lo ha oído. Tenemos que cerrar el portal-.
-¿Y cómo piensa hacerlo?- inquirió Tharasia, incorporándose.
-El tecnosacerdote Crane ha mandado un servocráneo para asistirnos en ello. ¿Dónde está la hermana Octavia?-.
-También ha sido herida. La hermana Silvana la está atendiendo ahora mismo. El exorcismo la ha dejado agotada, no creo que pueda contar con ella ahora-.
-Está bien- respondió Alara.- Me las arreglaré-.
Caminó de nuevo hasta la plataforma y se acercó al servocráneo, que planeaba en torno al panel de mandos.
-Tecnosacerdote Crane, ¿ha averiguado cómo funciona?-.
-Sí- respondió el servocráneo.- Tengo una idea de ello. ¿Ve esa rueda giratoria numerada? Desbloquéela pulsando la runa que está justo a su derecha y luego gírela hasta alcanzar el nivel 0-.
-¿Y ya está?- preguntó Alara, sorprendida.- ¿Eso es todo?-.
-Según he podido constatar, esta caverna estaba protegida para que sólo un psíquico pudiera deshacer las protecciones exteriores y entrar. Es obvio que quienes las construyeron no conocían la psiónica ni lo que esta puede hacer. Asimismo, la entrada oculta estaba preparada para que sólo pudieran abrirla los iniciados en el culto vermisionario. Así pues, los que ocultaron este lugar contaron con que sólo un brujo sacerdote del Gran Padre conseguiría llegar hasta aquí; ¿por qué dificultarle entonces el control del portal? Atraviese el campo Geller y ciérrelo, hermana. Cuanto antes nos libremos del ataque de los muertos vivientes, mejor-.
Alara asintió, se acercó a la tabla de mandos y siguió las instrucciones de Crane. Cuando empezó a girar la rueda, comprobó que la abertura del portal se iba haciendo cada vez más pequeña. Al llegar al punto 0, la jaula-portal dejó de emitir rayos, y la abertura encogió y se cerró.
El portal estaba cerrado. Ya no había nada.
Alara se apoyó en el tablón de mandos y por primera vez en muchas horas se permitió un suspiro de alivio. Sin embargo, apenas había terminado de exhalar su aliento cuando los cilindros que rodeaban el hueco vacío donde antaño se abría el portal empezaron a burbujear.
-Maldita sea- gruñó el servocráneo. Incluso con aquel timbre metálico, se percibía claramente la preocupación en la voz de Crane.- No había previsto esto-.
-¿El qué?- preguntó Alara, inquieta.- ¿Qué está pasando?-.
-Este servocráneo está equipado con un sistema Auspex como el que utilizan el Doctor Trandor y la hermana Octavia- respondió el tecnosacerdote.- Por lo que veo, la jaula-portal no funcionaba tan sólo gracias a la arcanotecnología; dentro de esos cilindros hay siete psíquicos en estasis cuyo poder conjunto, drenado por la máquina, mantenía abierto el portal-.
-¿Psíquicos? ¿Quiere decir brujos?-.
-Sí. Y muy poderosos, a juzgar por la lectura del Auspex. El más débil de ellos es un beta-.
-¿Y llevan aquí desde que se ocultó el portal? Pero eso… eso fue durante el asedio de Shantuor Ledeesme. ¡Hace casi dos milenios!-.
-Los campos de estasis prácticamente detienen el tiempo para quienes están dentro- repuso Crane.- Estaban en hibernación. Con toda seguridad, ni siquiera sabrán distinguir si los metieron ahí ayer o hace dos mil años. Pero ese no es el problema-.
El burbujeo se hizo más intenso. Alara se sintió invadida por una fuerte sensación de malestar.
-Entonces, ¿cuál es?-.
-Que al parecer las cámaras de estasis estaban conectadas al panel de control. Han percibido que acabamos de cerrar el portal. Y se están despertando-.

2 comentarios:

  1. 1. Pustus me suena a Pústula, el nombre da a entender lo repugnante que es.
    2. Las Furias del Caos me recuerdan a las griegas.
    3. "Su cuerpo hinchado y abotagado tenía una extraña tonalidad verde que recordaba al color de la carne putrefacta, cubierto de pústulas, granos y llagas que manaban fluidos nauseabundos".
    Ahooooora salen las pústulas, qué puto asco, parece un engendro mutante sacado de los malos de las Tortugas Ninja.
    4. No sé si ha sido por lo de comentar lo de las Cazafantasmas esta tarde, pero me encanta esta pelea  .
    5. Me encanta ver a estas chicas guerreando. Son unas templarias.
    6. Y cuando pensaba que ya podían descansar...¡más ostias!  ,¡acción!¡bieeeeeeen!.
    7. Ya puedes decir que me has alegrado un lunes :D :D :D

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  2. 1. Siempre es una alegría (y un mérito) alegrarle un lunes a alguien :-P

    2. Será por tortas, en esta historia... jejeje.

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