A.D .844M40.
Shantuor Ledeesme (Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.
(Mientras, en
el exterior…)
Mathias Trandor apenas puede contener los
nervios. Lo disimula bien, porque sabe que es fundamental para mantener la
moral de sus subalternos que el Legado Inquisitorial al mano se mantenga firme.
Pero por dentro, un puño de piedra le constriñe el corazón.
Alara está ahí dentro. Ahí abajo. No puede ni
quiere imaginarse los horrores que podría encontrar, pero al verla descender
por la escalera de caracol al frente de sus hermanas, tuvo la sensación de que
la estaba tragando la oscuridad.
Hace poco que ha informado de la situación.
Estaba frente a un lago subterráneo, y le ha pedido ayuda para neutralizar a
unos dinovermos.
“Dinovermos… animales temibles, pero si son
lo peor que se encuentra allí abajo, daré gracias al Emperador”.
Para tranquilizarse, cierra el puño en torno
al Rosarius que lleva prendido al cinto, justo al lado de su pistola bólter. Al
otro lado cuelgan la cartuchera de su pistola láser y la empuñadura de su
bastón eléctrico.
Curioso objeto, ese bastón. Lo eligió de la
armería de Lord Crisagon porque es un arma sutil, discreta, y sirve para
aturdir a los objetivos a quienes no interesa matar. Muy útil para reducir
herejes sin peligro a cargárselos por accidente. El bastón tiene oculto entre
sus ornamentos una runa que al ser pulsada genera una potente descarga
eléctrica capaz de dejar sin conocimiento a un hombre robusto. Si se hiciera
necesario entrar en un lugar comprometido donde no pudiera llevar armas, el
bastón podría proporcionarle una ventaja sin igual.
Sin embargo, aunque lo lleve encima en este
momento, no cree que el bastón vaya serle ahora mismo de utilidad. Todo el
mundo anda inquieto, excepto los tecnosacerdotes, que en opinión de Mathias -y de
todos los que no pertenecen al Culto Mecánico, en verdad- exhiben una carencia
de emociones casi inhumana, gracias a todo ese metal que tienen incrustado en
el cerebro. Reina una calma tensa en el ambiente, que se rompe de repente
cuando resuena la estática en su vocotransmisor. Al principio, cree que oirá la
voz de Alara, pero quien habla resulta ser el Brigada Harrington, encargado del
perímetro exterior.
-Doctor Trandor, señor, acabamos de avistar
un fenómeno extraño-.
-Informe, Brigada- ordena Mathias.
-De repente, de la torre central ha salido un…
un… bueno, no podría jurar qué demonios ha salido, pero se trata de una especie
de rayo de luz verde. Ha dibujado un símbolo muy raro en las nubes-.
-¿Qué tipo de símbolo?-.
-No sabría decirle, señor, no hemos podido
reconocerlo. Parece un ocho tumbado de espaldas, si usted me entiende-.
“El vermívoros”, comprende Mathias, y un
escalofrío le recorre la espalda. “Por el Emperador, Alara, ¿qué está pasando?”.
Le cruza por la mente la idea de contactar
con ella y preguntar, pero tiene miedo de pillarla en medio de un combate. Hace
unos minutos, cuando la llamó para saber si había conseguido librarse de los
dinovermos, le ha dado un susto de muerte. Y ella informó de la existencia de
un portal. Un portal disforme… ¿tendrá eso algo que ver con la extraña luz de
los vigías acaban de presenciar?
Sin embargo, cuando aún está pensándose si
contacta con Alara o no, la voz del Brigada Harrington vuelve a resonar por el
vocotransmisor. Y esta vez parece alarmado.
-¡Señor, solicitamos refuerzos! ¡Nos están
atacando!-.
-¿Quién?- requiere Mathias.- ¿Quién los
ataca? ¡Informe!-.
Pero al otro lado del vocotransmisor ya sólo
hay silencio. Mathias informa rápidamente al teniente Travis y sube las
escaleras a toda prisa acompañando a los refuerzos de la Guardia Imperial.
Cuando salen al vestíbulo interior, el rostro
muerto de un cadáver animado les da la bienvenida.
A.D .844M40.
Shantuor Ledeesme (Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.
Alara se quedó
helada, paralizada. Una oleada de miedo la recorrió entera.
“¿Qué es esto?
¿Quién eres?”.
Soy el GUARDIÁN de este LUGAR. Me llamo
PUSTUS. Por fin estás AQUÍ, mi querida AMIGA. Esperaba impaciente tu LLEGADA.
-¿Alara?- preguntó
Silvana, que caminaba a su lado, al ver que se había detenido.- ¿Qué sucede?
¿Has encontrado algo?-.
Alara se sentía
cada vez más confusa y aterrorizada. No entendía nada. ¿Por qué aquella
horrible voz estaba hablando dentro de su cabeza? ¿Y por qué la trataba como si
la conociera?
“¡Sal de mi
cabeza, maldita cosa! ¿Qué eres? ¿Dónde estás?”.
Estoy CONTIGO, querida. ¿Acaso no lo VES? Yo
SOY la NIEBLA que hay a vuestro ALREDEDOR. Es un placer ABRAZAROS, aunque no
puedo llegar hasta VOSOTRAS si lleváis puestos esos ARMATOSTES. Tal vez si os
los QUITÁRAIS…
-¿Alara?- insistió
Silvana, inquieta.
Las otras Sororitas
también se detuvieron.
-¿Qué ocurre,
hermana Alara?- preguntó Tharasia, inquieta.
-¡Es… es la
niebla!- exclamó Alara con voz aterrada.- ¡Es algo vivo! ¡Un espíritu disforme!
¡Me… me está hablando a mí, dentro de mi cabeza!-.
Algunas de las
hermanas la apuntaron con sus rifles bólter de inmediato.
No me GUSTA lo que hacen esas CHICAS. Te
están AMENAZANDO. ¿Quieres que las DETENGA?
Alara intentaba
por todos los medios no participar en aquella conversación demencial, pero los
pensamientos surgían en su mente aunque no quisiera expresarlos.
“¡No! ¡No hagas
daño a mis hermanas!”.
Como QUIERAS, pero no voy a PERMITIR que te
AMENACEN. Nadie amenaza a mis AMIGOS.
“¡Yo no soy tu
amiga, engendro! ¿Qué es lo que eres, un demonio? ¡Sal de mi cabeza!”.
No sé a QUÉ te refieres con DEMONIO, pero por
SUPUESTO que somos AMIGOS. Anoche estuvimos JUNTOS; te envié un MENSAJE para
que vinieras A MÍ. Hace tanto TIEMPO que espero un AMIGO. He estado tan SOLO,
encerrado en este LUGAR durante nueve mil AÑOS…
“¡Fuiste tú!”,
comprendió Alara, horrorizada. “¡Tú fuiste quien me provocó el horrible sueño
de los gusanos! ¡Y también el que mutó al bandido! ¡Lo enfermaste y lo volviste
loco!”.
Su mente PUSILÁNIME era demasiado FRÁGIL. No
debería haber PEDIDO la bendición del PADRE si era demasiado DÉBIL para
SOPORTARLA.
El vello de Alara
se erizó como si fueran escarpias. ¡Aquel ser era un demonio! ¡Y le estaba
hablando a ella! La repugnancia que le producía aquella voz melosa y
antinatural era terrible, insoportable, como si los mismos gusanos que habían
reptado por su cuerpo en la pesadilla se deslizaran ahora por su cerebro. Se
llevó las manos a la cabeza, asustada.
-¡No quiero seguir
escuchándolo!- exclamó.- ¡Padre Bruno! ¡Octavia! ¡Sacadlo de mi cabeza!-.
Aquel comentario
sacó de sus casillas a la hermana Leda, una de las primeras que la había
apuntado.
-¡Un demonio está
intentado poseerla!- gritó.- ¡Hay que purgarla!-.
Su dedo se tensó
sobre el gatillo del rifle bólter, pero antes de que pudiera disparar,
desapareció con un grito, tragada por el limo viscoso que cubría el suelo.
-Nadie se METE con
mi AMIGA Alara- graznó Pustus con aquella voz disonante y dulzona.- ACABARÉ con
CUALQUIERA que intente hacerle DAÑO-.
-¡No!- gritó
Alara, despavorida.
“¡Dios Emperador!
¡Esto es una pesadilla! ¡Una pesadilla! ¡No puede estar pasando!”.
-¡Hermana Alara!-
la voz de Tharasia adquirió un tono tan terrible que habría bastante para
congelar un sol.- ¡Entregue las armas, de inmediato!-.
Alara se
desembarazó del rifle y la pistola bólter de inmediato.
-¡Está mintiendo!-
exclamó desesperada.- ¡Yo no soy amiga de ese engendro!-.
Lilian, una de las
hermanas de la escuadra de Tharasia, cogió sus armas. Otra de ellas, Sarah,
cogió su espada sierra.
-No hay signos de
posesión demoníaca- advirtió Octavia, que llevaba un Auspex psíquico en la
mano.- Sin embargo, detecto una poderosa presencia disforme en la niebla, a
nuestro alrededor. Sugiero prudencia, hermana Ejecutora; el ser podría estar
intentado hacernos desconfiar las unas de las otras para dividirnos-.
-Es un control
mental lo que temo, hermana Octavia, no una posesión demoníaca. La hermana
Alara permanecerá desarmada mientras pueda ser un peligro potencial para otros
o para sí misma-.
Tus AMIGAS son un poco ABURRIDAS, ¿no te
PARECE?
“¡Déjame en paz!”
gritó Alara mentalmente, con toda la fuerza que fue capaz. No se atrevió a
volver a decirlo en voz alta por temor a que alguna hermana entusiasta
repitiese el intento de Leda.
Y también sois muy DESCONFIADAS. Yo no quiero
haceros DAÑO, sólo necesito tu AYUDA. ¿Por qué no puedes ESCUCHARME? ¿Por qué
te NIEGAS a ser mi AMIGA?
Las últimas
palabras fueron casi un grito mental, y tenían un indudable matiz amenazante.
Alara se dio cuenta de que aquella criatura se estaba irritando, aunque
intentara disimularlo con sus maneras cordiales. Y para colmo, era una niebla.
¿Cómo se luchaba contra la niebla? Todas las Sororitas habían llevado consigo
un cargador de munición bólter bendecida, prevenidas ante lo que pudieran
encontrar. Pero, ¿serviría esa munición contra aquella bruma inmaterial? ¿Y si
el engendro se limitaba a tragar hermanas, una tras otra, hasta que Alara le
hiciera caso?
“¡Si no quieres
hacer daño, suelta a Leda! ¡Devuélvela intacta y escucharé lo que vayas a
decir!”.
Como QUIERAS. Ahora, la voz
tenía un indiscutible matiz juguetón. Sólo la ESTABA sujetando un POCO. Aquí
la TIENES.
Un segundo más
tarde, el fango escupió un bulto de ceramita que emergió pataleando del suelo.
La voz de la hermana Leda resonó en la caverna con un matiz histérico.
-¡Emperador bendito!
¡Sagrado Trono! ¡Algo… algo me estaba reteniendo en el suelo! ¡No podía
moverme!-.
-Limpia- aseveró
Octavia.- Tampoco hay signos de corrupción. Aunque su armadura está dañada-.
Alara se dio
cuenta de que así era: la armadura de Leda mostraba signos de corrosión y
humeaba, como si el limo del suelo fuera una sustancia ácida. Tharasia también
debió darse cuenta.
-¡Hermanas,
retrocedan! ¡Aléjense de la niebla y busquen suelo seco!-.
Tú no te VAYAS. Dijiste que me ESCUCHARÍAS.
“Puedo seguir
escuchando mientras retrocedo. No voy a salir de aquí”.
Por favor, ABANDONA tu DESCONFIANZA. Ya te he
dicho que no QUIERO hacerte DAÑO. Sólo necesito que me AYUDES. Necesito que
ABRAS un poco MÁS el portal disforme. Yo no PUEDO llegar hasta los MANDOS, pero
te DIRÉ cómo HACERLO. Es muy FÁCIL.
“¿Te has vuelto
loco, demonio? ¡No pienso abrir un portal a la disformidad!”.
Necesito que lo ABRAS para MARCHARME de aquí.
SÓLO quiero volver a mi CASA. Los humanos de este LUGAR me ENCERRARON aquí hace
MUCHO tiempo para que les OTORGARA las bendiciones del PADRE. Pero NUNCA me
dejaron VOLVER, y hace más de dos MILENIOS que se MARCHARON. Llevo tanto TIEMPO
aquí solo, sin ningún AMIGO…
La voz de Pustus
se tornó triste, casi lastimera. Durante un instante, Alara casi sintió
compasión ante aquellas palabras… hasta que se dio cuenta de que aquella
compasión no era natural. Era lo que aquel engendro estaba intentando que ella
sintiera. No se atrevía a tratar de controlar directamente su mente, pero
intentaba manipular sus emociones, conseguir que confiara en él. Su corazón se
endureció.
“No abriré ese
portal. Estás intentando engañarme”.
Te ASEGURO que digo la VERDAD. Sólo quiero
MARCHARME. Ábrelo un poco MÁS y me IRÉ sin hacerle daño a NADIE.
Tal vez aquellas
palabras hubieran sembrado la duda en el corazón de un incauto, o de alguien
más débil de mente o de voluntad. Pero Alara era una hermana de batalla, y al
intentar manipular su mente, Pustus no pudo evitar que ella atisbara una
fracción de la suya propia. Apenas duró una milésima de segundo, pero para
Alara fue suficiente. Percibió la terrible malevolencia que se agazapaba tras aquella
voz dulzona y amable, el cruel engaño que se escondía tras sus melosas
palabras.
-Quieres que abra
el portal- dijo Alara en voz alta, con intención de que sus hermanas y los
sacerdotes la escucharan. Ya no había miedo en ella, sólo ira.- Dices que si lo
hago marcharás sin hacernos nada. Pero no hablas de lo que aguarda al otro
lado, de lo que entrará una vez la puerta sea lo bastante grande para que puedas
cruzarla. ¡Yo te nombro, Pustus, heraldo demoníaco, y te digo que ni tu voz ni
tus mentiras me engañan! ¡Volverás a la disformidad expulsado por el fuego de
nuestro sagrado bólter, y mis hermanas y yo perderemos nuestras vidas antes que
permitir que ese portal se abra! ¡En nombre del Divino Emperador, SAL… DE… MI…
CABEZA!-.
Gritó las últimas
palabras con toda la potencia y determinación que fue capaz, concentrando en
ellas toda la fuerza de su Fe. Y un halo dorado de luz sagrada brilló en torno
a su silueta mientras la voz y la conciencia del demonio eran expulsadas de su
mente, y toda conexión entre ella y el impío ser se cortaban.
La voz helada de
Pustus, hueca y reverberante, libre ya de su disfraz y sin asomo alguno de
simpatía, se dejó oír como un eco en la caverna.
-Que así SEA-.
El débil y tenue
resplandor del bosque de setas comenzó a palpitar. Un relámpago de pavorosa
intuición estalló en la mente de Alara.
-¡Hermanas!-
gritó.- ¡Destruid las setas, abrasadlas con los lanzallamas! ¡Rápido!-.
-Pero, ¿qué…?- la
hermana Ejecutora tuvo un segundo de confusión, pero por fortuna sabía tomar
decisiones rápidas.- ¡Hagan lo que dice! ¡Ahora! ¡Hermana Lilian, devuélvale
las armas!-.
Mientras Alara
recuperaba su pistola y su rifle bólter, Cecilia y Sophia apuntaron con sus
lanzallamas las setas más cercanas. El eco de un zumbido comenzó a resonar en
la caverna y fue creciendo en intensidad, como si un millón de moscas
estuvieran revoloteando al unísono. Y por encima de él, un coro de aullidos
siniestros, estremecedores. Eran las voces que susurraban cuando las hermanas
habían entrado, pero ahora gritaban, gritaban de odio y de ira. Alara acababa
de enfundarse la espada sierra en el cinto cuando los lanzallamas comenzaron a
vomitar promethium ardiente sobre las setas. Muchas hermanas también se
pusieron a disparar a los extraños hongos, pero Alara levantó la cabeza al
sentir una ráfaga de aire en las alturas. Vio que una sombra se abalanzaba
sobre ella y se arrojó al suelo con una exclamación de sorpresa, justo a tiempo
para impedir que un engendro volador de grandes alas membranosas y garras
afiladas como cuchillas le arrancara la cabeza.
-¡Furias!- exclamó
Octavia.- ¡Son furias del Caos!-.
El zumbido de
moscas se alzó de volumen hasta convertirse en un rugido. La niebla se
oscureció y se arremolinó sobre sí misma hasta cobrar la forma de un ente
monstruoso que se materializó ante las hermanas de batalla. Sólo gracias al
intensivo adoctrinamiento y preparación espiritual que había recibido pudo
Alara sostener la mirada sobre semejante visión sin perder la cordura. Sobre la
plataforma, junto al portal, se erguía ahora un engendro demoníaco de varios
metros de altura. Su cuerpo hinchado y abotagado tenía una extraña tonalidad
verde que recordaba al color de la carne putrefacta, cubierto de pústulas,
granos y llagas que manaban fluidos nauseabundos. De los pellejos podridos que
formaban su vientre colgaban lo que parecían intestinos supurantes. Un único
ojo inyectado en sangre parpadeaba en la cabeza deforme, coronada por un cuerno
enorme y grotesco. En la tumefacta piel del pecho llevaba grabado un símbolo
que recordaba a la señal imperial de peligro biológico: tres círculos
dispuestos en forma piramidal. Era la marca de Nurgle, el dios demoníaco de la
enfermedad, la plaga y la podredumbre. Y aquel ser, aquella aberración deforme
que acababa de tomar forma frente a las Sororitas y que había dicho llamarse
Pustus, era uno de sus heraldos.
-¡DESPERTAD, pequeños MÍOS!-
trinó la cosa, levantando los brazos.- ¡DESPERTAD y luchad por NUESTRO gran
PADRE!-.
Apenas acabó de
decirlo, el portal disforme latió, y el metal que formaba la jaula emitió una
pulsación iridiscente. La energía se transmitió veloz por el conducto metálico
del techo y desapareció. Un segundo más tarde, todos los hongos de la cueva
comenzaron a retorcerse y a palpitar.
Cecilia y Sophia
habían abrasado ya una docena de setas cada una, y las hermanas de batalla que
no estaban ocupadas disparando contra las furias del caos también habían
reventado un buen número de ellas con los disparos de su bólter, pero eran
simplemente demasiadas. Había docenas y docenas, creciendo por todos los
rincones de la cueva, y sólo habían podido destruir las más cercanas cuando las
restantes explotaron. Una multitud de pequeños seres rugientes y saltarines
emergieron de ellas y se precipitaron hacia el grupo que formaban Sororitas y
sacerdotes. Tenían el aspecto de pequeños demonios, con ojillos astutos y
pequeños cuernos saliéndoles de la frente. No tenían extremidades inferiores y las
superiores eran poco más que brazuelos atrofiados, pero no parecían hacerles
mucha falta para luchar a la vista de sus enormes bocas llenas de colmillos
desiguales. Eran cientos, tal vez miles, y cargaron a la vez con un rugido de entusiasmo.
-¡Hermanas,
reagrupación!- gritó la Ejecutora Tharasia.- ¡Lanzallamas, y primer escuadra,
barrera contra los nurgletes! ¡Segunda y tercera escuadra, aniquilen a las
furias! ¡Hermana Diana, fuego de cobertura contra el heraldo! ¡Padre Bruno,
Octavia, exorcicen esa aberración! ¡Por el Emperador y por Su Sagrada Cólera,
purgad a los impuros!-.
Su voz era tan
potente que se hizo oír incluso por encima del griterío de las furias. Mientras
Cecilia y Sophia mantenían a raya con ayuda de la primera escuadra a la horda
de nurgletes que se abalanzaban sobre ellas, las demás hermanas se concentraron
en las furias. Alara se sobrepuso por fin al horror y apartó la vista del
heraldo demoníaco, justo a tiempo para ver como la furia del Caos que la había
atacado se lanzaba de nuevo en picado sobre ella. Apuntó con el sagrado bólter
y disparó una ráfaga, lanzando un grito que fue a la vez de furia y de triunfo
cuando los proyectiles penetraron el torso de la bestia y la desintegraron.
-¡Alara, a tu
izquierda!- chilló la hermana Nadia.
La advertencia
llegó un segundo demasiado tarde. Antes de que pudiera esquivarla, una segunda
furia del Caos se abalanzó sobre ella. Sólo le dio tiempo de echarse hacia
atrás, de modo que las garras que iban contra su casco se clavaron en el
blindaje de su hombrera izquierda, arrancando un buen pedazo. Alara aplicó el
cañón del bólter contra la piel rugosa y áspera de la criatura. La furia lanzó
un chillido indignado, revelando las hileras de dientes afilados que ocultaba
su pico deforme, cuando la potencia del disparo la lanzó despedida hacia atrás. Entonces, oyó a su lado el grito de la hermana Nadia: otra furia la había agarrado entre sus zarpas y la había elevado en el aire. Nadia trató de zafarse para contraatacar, pero antes de que pudiera hacerlo otras dos furias más volaron en picado contra ella, clavaron las garras en su cuerpo, quebrando la servoarmadura a pura fuerza bruta, y la despedazaron.
La sangre llovió como agua sobre Alara, Cordelia y Annabella, que dispararon tres potentes ráfagas contra aquellos mostruos, acribillándolos. Como aquellos engendros no eran en realidad seres vivos, sino espíritus disformes que habían adoptado forma física gracias a la energía disforme que emitía el portal, el cuerpo de las furias se volatilizaron en una nube de humo al ser destruidos, mientras sus esencias dispersadas eran enviadas de vuelta al Inmaterium.
La sangre llovió como agua sobre Alara, Cordelia y Annabella, que dispararon tres potentes ráfagas contra aquellos mostruos, acribillándolos. Como aquellos engendros no eran en realidad seres vivos, sino espíritus disformes que habían adoptado forma física gracias a la energía disforme que emitía el portal, el cuerpo de las furias se volatilizaron en una nube de humo al ser destruidos, mientras sus esencias dispersadas eran enviadas de vuelta al Inmaterium.
Las voces de
Octavia y del Padre Bruno se unieron en una sola mientras ambos, protegidos por
bólter pesado de Diana, se encaraban contra Pustus y extendían sus brazos hacia
él. Octavia sostenía en su mano derecha el Breviario de la Cámara Dialogante;
el padre Bruno, su Rosarius.
-¡In nomine
Imperator vade retro indmundum! ¡Non haberes potestatem adversum fidelibus!-.
El heraldo de
Nurgle retrocedió y siseó enseñando los dientes, pero sólo durante un momento.
Una malvada sonrisa torcida apareció en sus labios amoratados.
-¡Sois VOSOTROS
los que NO tenéis PODER sobre MÍ! Ese EMPERADOR al que decís ADORAR es un
CÁDAVER viviente, siervo del PADRE NURGLE-.
Aquella blasfemia
hizo que algunas de las Sororitas aullaran de ira, pero Bruno y Octavia se
mantuvieron impávidos. Sabían que el demonio no pretendía otra cosa que romper
su concentración con aquellas mentiras. Con voz poderosa y firme, continuaron
recitando las letanías de excretación. Pustus, furioso, miró a Octavia con su
único ojo y descargó una oleada de niebla oscura sobre ella, pero el cuerpo de
la Dialogante brilló con un halo de luz sagrada, y el poder del demonio de
dispersó en torno a ella sin dañarla. Algunas hermanas aprovecharon que el
número de furias del Caos había disminuido para disparar a Pustus, pero todas
las heridas que los proyectiles bólter abrían en su carne tumefacta se cerraban
al poco de aparecer.
Alara aprovechó el
breve respiro que las furias le habían dado para hacer balance de la situación.
Por decirlo lisa y llanamente en palabras de Mathias, estaban jodidas. Sabía lo
suficiente acerca de los demonios y de la Disformidad para saber que los
engendros contra los que luchaban se nutrían de la energía impía que emanaba
del portal. Cada demonio que no destruían en el acto era capaz de regenerar
poco a poco sus daños gracias a ese poder, y sólo tenían que retirarse de la
primera línea de combate para recuperarse y volver a atacar. El principal
peligro era Pustus, el heraldo demoníaco, pero sus hermanas y los sacerdotes
estaban totalmente desbordados por el ataque de las furias y el empuje de los
nurgletes. Tarde o temprano, el promethium que alimentaba los lanzallamas de
Cecila y Sophia se acabaría, y la munición bólter de las demás hermanas
también. Tal vez para entonces hubieran conseguido aniquilar a las furias, pero
los nurgletes eran demasiados. Aunque cada proyectil bólter destruía a uno de
ellos y la barrera de fuego de lanzallamas los mantenía a raya, cientos de
ellos seguirían en pie.
“Tengo que hacer
algo, ¡ya! Astrid… recuerda a la hermana Astrid. ¿Qué haría Astrid en esta
situación?”.
Siendo una hermana
Serafín, la respuesta era sencilla: volar… y destruir al demonio disparándole en
su propia cara.
Alara volvió a
mirar hacia arriba, pero no vio más furias. En su lugar, vislumbró algo de lo
que ya se había olvidado: el conducto metálico que conducía la energía disforme
hacia la puerta de entrada. Lo siguió con la mirada: iba en línea recta hasta
la cúpula heptagonal de la jaula-portal… justo encima de donde se encontraba
Pustus.
-¡Hermana
Ejecutora, necesito la asistencia de la hermana Silvia!- dijo Alara por el
vocotransmisor. Silvia era miembro de la primera escuadra y la única que
portaba un rifle de fusión.- ¡Necesito que me ayude a eliminar al heraldo!
¡Tengo un plan!-.
-¡Asista a la
hermana Alara, Silvia!- ordenó Tharasia.- ¡Muere, ser impío, en nombre del
Trono!-. Disparó su bólter contra una furia, que se volatilizó en el acto.
-¡Vamos, Silvia!-
exclamó Alara, retirándose tras la primera línea.- ¡Ven conmigo!-.
Silvia la alcanzó.
-¿Qué pretendes?-.
-¡Los sagrados
bólters no le hacen suficiente daño al heraldo! ¡Tenemos que llegar hasta él y
dispararle con el rifle de fusión desde corto alcance, por ahí!-. Señaló hacia
el conducto de metal que recorría la caverna por encima de sus cabezas.
-¿Has perdido el
juicio?- exclamó Silvia.- ¿Cómo vamos a llegar hasta ahí? ¡No tenemos
Serafines!-.
-No, pero tenemos
esto-. Alara mostró a Silvia el garfio que Ophirus Crane le había instalado en
el brazal izquierdo de su armadura.- Agárrate fuerte a mí, Silvia. Vamos a
subir-.
Esperó a la siguiente
letanía de Octavia y Bruno, que fue acompañada por una nueva andanada de
disparos de bólter. Pustus volvió a rugir con una mueca aterradora, esta vez
con tanto dolor como ira. Alzó sus brazos hinchados de garras retorcidas, y el
zumbido de moscas volvió a dejarse oír. Una espesa nube de insectos, salida de
ninguna parte, rodeó al heraldo como un remolino, dificultando la puntería de
las militantes que le disparaban.
Esa era la
distracción que Alara estaba esperando. Apuntó el brazo hacia arriba, pulsó la
runa apropiada, y el garfio salió despedido. Tal y como la joven esperaba, no
se clavó en el techo, sino que se enrolló con fuerza en torno al conducto de
energía disforme. Sujetando a Silvia con fuerza, apretó otra runa, y el
servomotor del garfio las izó a través del aire.
El conducto tenía
un metro de ancho, suficiente para que una persona pudiera caminar por él.
Mientras desenredaba el cable del garfio con toda la rapidez que sus dedos le
permitían, Alara contactó con Mathias por el canal privado.
-¿Mathias, estás
ahí?-.
La voz de Mathias
se dejó oír unos segundos después. Sonaba jadeante y entercortada.
-Alara, ¿qué
sucede? ¡Dímelo rápido, tenemos problemas!-.
-¿Qué está
pasando?- se inquietó Alara.
-¡No… no te lo vas
a creer, pero todos los bandidos que matamos han… han vuelto a la vida, o algo
así! ¡Se han levantado! ¡Parece que siguen muertos, pero los muy cabrones
caminan! ¡Y atacan! ¡Y no sólo ellos; un montón de cadáveres medio podridos
están saliendo de la Laguna Verde!-.
-¿Cuándo ha sido
eso?-.
-¡Hace poco! ¡Los
Guardias Imperiales del exterior han comunicado que el cielo se iluminó con una
especie de resplandor verde, y en ese instante los muertos se levantaron!-.
“El latido
disforme”, comprendió Alara. “La energía que Pustus invocó, la que salió por el
conducto de metal. ¡Ese demonio inmundo ha levantado a los muertos!”.
-¡Mathias, creo
que esos muertos vivientes están controlados y sostenidos por el poder de un
demonio! ¡Está… está aquí, y hay cientos de ellos! ¡Un heraldo de Nurgle y sus
engendros demoníacos! ¡Los sustenta la energía del portal disforme!-.
-¡Por la Sangre
del Emperador!- exclamó Mathias, espantado.- ¡Aguanta, Alara! ¡Os enviaré
ayuda!-.
-¡No mandes a la
Guardia Imperial!- replicó Alara.- ¡Los necesitáis arriba, y estos demonios son
demasiado peligrosos para ellos! ¡Morirán igual que nosotras!-.
-¡No voy a dejarte
morir, Alara!-.
-¡Entonces, dile
que Ophirus Crane que nos ayude ya! ¡Necesitamos cerrar ese maldito portal, los
demonios se nutren de su energía disforme!-.
-¡Se lo he dicho
antes; os estaba preparando algo! ¡Le diré que lo envíe en seguida! ¡Por amor
del Emperador, Alara, aguanta!-.
-¡Tú también!
¡Cambio y corto!-.
Con el cable de
acero ya desenredado en la mano, Alara miró a la hermana Silvia, que aguardaba
expectante.
-Vamos- ordenó.
Las dos caminaron
en fila india por el conducto. El estruendo de la batalla resonaba abajo, pero
allí arriba el silencio era total. Alara estaba convencida de que sus enemigos
no las habían detectado… hasta que una furia emergió de súbito junto al
conducto de metal, lanzando un graznido de rabia, y se lanzó sobre Silvia, la
presa más cercana.
Silvia emitió una
exclamación de sorpresa e intentó defenderse, pero se encontró con el mismo
problema que Alara: el rifle le resultaba demasiado aparatoso para maniobrar.
Su grito de sorpresa se convirtió en un alarido de dolor cuando las garras de
las criatura arrancaron su brazal derecho y le desagarraron la carne. Alara ni
siquiera trató de utilizar su rifle;
desenfundó con agilidad la pistola bólter, la aplicó a la cabeza de la furia,
disparó una vez y luego volvió a disparar. El engendro ni siquiera tuvo tiempo
de emitir un chillido antes de desvanecerse entre volutas de humo.
-¡Silvia, Silvia!
¿Estás bien?-.
-Sí, pero esa
furia impía me ha herido- respondió la hermana Silvia, jadeando de dolor. La
sangre manaba a borbotones de su brazo derecho.- Apenas puedo mover la mano;
¡no podré disparar el rifle de fusión!-.
-Está bien. No soy
especialista en armas de fusión, pero he recibido la instrucción básica, Dame
el rifle y coge la pistola bólter. ¿Podrás darme fuego de cobertura con la mano
izquierda?-.
-Sí-.
Alara cogió el
rifle de fusión entre sus brazos. Recordaba cómo dispararlo, pero no era el
arma que estaba habituada a usar. Rogaba al Emperador que sus limitados
conocimientos fueran suficientes. Mientras Silvia se quedaba agazapada en el
límite del conducto, Alara bordeó poco a poco la cúpula, saltando de un lado a
otro del heptágono.
“Divino Emperador,
guía mis pasos, no dejes que me caiga”.
Echó un vistazo
abajo, y la ansiedad la invadió: Cecilia y Sophia ya habían depositado en el
lanzallamas su última carga de promethium. Bruno había interrumpido el
exorcismo; estaba sangrando por el hombro y sostenido por uno de sus
confesores, mientras el otro disparaba sin cesar a una furia que revoloteaba.
Octavia se estaba enfrentado sola a Pustus. Alara se dio cuenta de que debía
acabar con él, y tenía que hacerlo ya.
La nube de moscas
estaba zumbando casi debajo de ella. Al mirarla desde arriba, Alara constató
que su forma de remolino no era causal; en la parte de arriba había un punto
ciego, justo en el centro de la vorágine de insectos, que estaba vacío y
permitía vislumbrar con calidad la parte superior de la cabeza del heraldo: el
enorme cuerno, la piel rugosa, y la coronilla, justo detrás. Una mueca de
repugnancia torció los labios de Alara al darse cuenta de que por el cuerno del
demonio reptaban los mismos gusanos blancos que habían aparecido en su horrible
sueño. Oyó la voz de Octavia, que seguían enfrentándose al heraldo demoníaco.
Nada quedaba de la dulce y tímida Dialogante en aquel momento; se había
convertido en una exorcista, cuya voz se alzaba firme y airada a pesar del
cansancio que comenzaba a denotar.
-¡Yo te maldigo,
oh maléfica serpiente que te arrastras bajo mi suela! ¡Que mi desprecio caiga
sobre ti! ¡Con mi repulsa te condeno y con mi odio te atravieso!-.
Tras desplazarse
los últimos metros, Alara se acuclilló sobre la superficie de metal, apoyándose
contra uno de los barrotes que formaban la cúpula para ganar un poco de
estabilidad. Luego, agarró con todas sus fuerzas el rifle de fusión. Se trataba
de un arma grande y aparatosa, capaz de emitir un poderoso haz energético a tan
altísimas temperaturas que podía vaporizar la carne y derretir el adamantium.
Las tropas imperiales lo usaban para perforar vehículos blindados, de modo que
Alara estaba bastante segura de que sería lo bastante dañino incluso para un
heraldo demoníaco. Apuntó a la coronilla de Pustus y tensó el dedo en el
gatillo.
-A spiritu
dominato, domine libra nos- rezó en voz baja.- A morte perpetua, domine
libra nos… -se dio unos segundos para apuntar, fijando su objetivo en el
demonio, en aquella aberración que había envenenado sus sueños e intentado apoderarse
de su mente.- De los engendros demoníacos, Emperador líbranos… Porque sólo la muerte
pueden esperar de Vos… -concentró toda su fe, todo su fervor, todo su odio, y
la devoción y la cólera divina que ardían en su alma surgieron a la vez con el
grito que emergió de su garganta.- ¡NINGUNO SE LIBRARÁ DE VOS! ¡TE LO ROGAMOS,
DESTRÚYELOS!-.
El aura divina de
la fe brilló envolviendo a Alara en un halo dorado, al tiempo que el grito de
ira divina salía de su garganta y sus manos disparaban el rifle de fusión. Un
potente rayo de energía, mucho mayor de lo normal, alcanzó la cabeza de Pustus
y penetró en su interior.
El demonio lanzó
un alarido al recibir de lleno el impacto de rayo que perforó su carne. Lleno
de dolor y furia, retorció las manos y su cuerpo emitió un halo de energía
disforme que se transmitió como una pulsación a lo largo de toda la caverna.
Sin embargo, estaba muy debilitado por el ritual de exorcismo de Octavia, y el
disparo del rifle de fusión quebrantó la envoltura física de su ser. Pustus
apenas consiguió mirar a Alara con su único ojo, inyectado en sangre y furia,
antes de que su carne de deshiciera, su esencia se disipara, y su cuerpo y la
nube de moscas que lo protegía se fundieran a la vez en un jirón de niebla
verdosa que desapareció pocos instantes después.
Un momentáneo
silencio de sorpresa llenó la caverna. Alara aflojó la presión de sus dedos
sobre el rifle, tomó el rosario que prendía de su cintura y se lo llevó a los
labios.
-Gracias, oh,
Divino- susurró.- Gracias por dejarme ser Tu mano-.
En ese momento,
los disparos y rugidos de la zona inferior se reanudaron: la masa de nurgletes,
confusa y desorganizada sin la guía de su señor, volvía a avanzar. Ahora
atacaban en desorden, atropellándose unos a otros, lo cual los hacía menos
efectivos, pero las Sororitas y los sacerdotes seguían siendo unas pocas
decenas frente a varios centenares. Alara se giró hacia Silvia.
-¡Ven conmigo,
vamos a bajar!-.
Silvia que había
arrancado un trozo de su faldón para vendarse en brazo y detener lo peor de la
hemorragia, asintió y correteó hasta ella. Alara se cargó el rifle de fusión al
hombro, rodeó a Silvia con el brazo derecho, y volvió a enrollar el cable de
acero en el conducto metálico que había bajo sus pies. Luego, saltó al vacío y
apretó la runa para soltar de manera controlada el cable, que las bajó a una
velocidad aceptable hasta la plataforma central.
Aterrizaron de
pie, justo al lado del portal. Alara corrió hacia los cañones que había a loa
lados de la plataforma para examinarlos.
-¡Tenemos que
activarlos!- exclamó.- ¡Hay que destruir a los nurgletes como sea!-.
A llegar hasta el
primer cañón, Alara se dio cuenta de hasta qué punto eran extrañas aquellas
armas. Jamás en su vida había visto nada igual. De formas sencillas y
estilizadas, con curvas imposibles y de un material tan ligero y pulido que
casi parecía aceitado. Era un diseño diferente por completo a cualquier cosa
que hubiera visto jamás, tan extraño que casi parecía alienígena. Sin embargo,
no tuvo tiempo de seguir preocupándose por eso, porque de repente el fango que
se arremolinaba alrededor de la plataforma empezó a vibrar. Recordó el pulso de
energía que Pustus había invocado justo antes de desaparecer y sintió una
oleada de malestar.
Entonces, se
súbito, siete figuras enormes y alargadas emergieron del fango. Por un
instante, Alara creyó que se trataba de dinovermos, pero en seguida se dio
cuenta de que no era uno de aquellos gusanos hipervitaminados.
Se trataba de algo
mucho, mucho peor. Aquellas repugnantes criaturas eran obviamente bestias
demoníacas; aquel aspecto tan grotesco jamás habría podido pertenecer a un
animal normal. Parecían babosas multicolores, con decenas de pies enmarañados
que se agitaban enloquecidos y un hocico retorcido y erizado de verdes
tentáculos. Lo más aterrador, sin embargo, es que sonreían. Sus cuatro
ojos denotaban una estupidez animal, sin inteligencia alguna, pero sus
babeantes bocas llenas de dientes se torcían en lo que era, sin duda, la
parodia de una sonrisa. Tenían la lengua fuera, como si fueran cachorros
demoníacos, y miraban hacia la montaña de nurgletes que se arremolinaba en
torno a las acosadas hermanas de batalla como si no quisieran perderse la
diversión. Lanzando algo semejante a un gañido de entusiasmo, comenzaron a
corretear hacia ellas.
Alara,
desesperada, se montó de un salto en el sillín acoplado al cañón, que a juzgar
por su estrechez sin duda estaba diseñado para alguien mucho más esbelto que
una mujer fibrosa ataviada con servoarmadura.
-¿Cómo lo hago?-
exclamó la hermana Silvia, desde el cañón opuesto.- ¿Cómo se enciende?-.
-¡No lo sé!-
exclamó Alara, observando el incomprensible panel de mandos con frenética
desesperación.
-Runa superior
izquierda- informó una serena voz metálica.- Los manillares sirven para dirigir
el cañón, la runa azul que ve acoplada al derecho es el disparador, y la del
izquierdo sirve para ajustar la mira-.
Alara se giró
sorprendida, y vio que a su lado, suspendido en el aire, había un servocráneo con
ojos biónicos, un globo de luz acoplado y el inconfundible emblema del Adeptus
Mechanicus grabado en la frente. La joven comprendió que aquella era la ayuda
prometida que Ophirus Crane había enviado; era su voz la que emergía del
vocoamplificador instalado entre los dientes de la calavera, distorsionada por
un deje metálico.
-¡Tecnosacerdote
Crane! ¿Sigue usted arriba? ¿Nos ve?-.
-Sigo arriba, y
veo muy bien a través de la pictograbación que me envían los ojos-.
-¡No mire a los
demonios!-.
-Mi mente está
preparada, hermana Alara. Son muchos años los que llevo al servicio de la
Inquisición. Ayude a sus hermanas; están en apuros-.
Alara levantó la
vista. ¡Las bestias se abrían paso a través de la horda de nurgletes para
llegar hasta las Sororitas!
-¡Hermana
Ejecutora, nos hemos quedado sin promethium!- gritó la hermana Sophia.
-¡Repliéguense a
retaguardia!- ordenó Tharasia.- ¡Hermanas, fuego a discreción! ¡Manténganlos a
raya! ¡Por el Emperador y Su Sagrada Gloria!-.
-¡Por el Emperador
y Su Sagrada Gloria!- gritaron las Sororitas, disparando sus rifles. La hermana
Diana concentraba el fuego de su bólter pesado contra una de las bestias.
Alara apretó la
runa de encendido, mientras al otro extremo de la plataforma la hermana Silvia
la imitaba.
-¡Eh, bichos
inmundos!- exclamó con toda la fuerza de sus pulmones, activando su propio
vocoamplificador.
El cañón vibró con
un tenue zumbido al encenderse. Todas sus runas se iluminaron. Alara apuntó a
la retaguardia de la horda demoníaca y disparó. Un rayo iridiscente salió
proyectado de la boca del cañón e implosionó en medio de la marea de nurgletes,
creando un vórtice semejante a un agujero negro que se tragó a docenas de ellos
de inmediato y desintegró la cola de una de las bestias al rozarla de refilón.
El engendro lanzó un quejido de dolor y se giró hacia Alara con su rostro
animal deformado por la rabia. Olvidando a las acosadas hermanas de batalla, se
lanzó contra los cañones con un siseo furioso.
-¡Por el Sagrado
Trono!- exclamó Alara.- ¿Qué demonios es este arma?-.
-Un cañón de
vórtice- respondió la voz metalizada de Crane.
-Pero, ¿qué es lo
que ha hecho?-.
-No importa ahora.
¡Concéntrese en disparar; esa bestia de Nurgle viene a por usted!-.
Alara no sentía
ningún miedo, ni siquiera preocupación por su propia supervivencia. Todos sus
sentidos estaban concentrados en atacar. Afinó la puntería mientras la bestia
trotaba hacia ella, y cuando la tuvo lo bastante cerca disparó. Ante sus ojos,
vio cómo la realidad se deformaba formando un vórtice en espiral, el cual se
expandió formando una campana de oscuridad que dividió por la mitad a la bestia
y la desintegró. El monstruo se volatilizó en el aire con un aullido.
Las otras seis
bestias se giraron al oír el lamento agónico de su compañero. Alara vio cómo la
alegría se desvanecía de sus rostros y comenzaban a sisear furiosas cuando su
rudimentaria inteligencia les hacía comprender qué había sido de su compañera.
Se abalanzaron en masa contra el cañón de Alara.
-¡Hermana Alara!-
exclamó Silvia.- ¿Necesitas ayuda?-.
-¡Me encargaré de
ellos!- respondió Alara.- ¡Ayuda a los demás; se están quedando sin munición!-.
Efectivamente,
algunas de las hermanas de batalla ya no tenían más cargadores de rifle y
estaban apurando la munición de sus pistolas bólter. El padre Bruno y los
confesores, que habían agotado ya sus pistolas, desenfundaron las espadas
sierra. Algunos de los nurgletes superaron la barrera de defensa y comenzaron a
atacar a las Sororitas. Cuando una de ellas cayó derribada al suelo, un grupo
de demonios utilizaron la brecha para penetrar las defensas y hacer sobre los
sacerdotes. Bruno y uno de los confesores atacaron a los nurgletes a golpe de
espada sierra mientras el otro confesor caía al suelo aplastado por una docena
de aquellos repugnantes seres. El aire comenzó a llenarse de alaridos de
agonía.
Silvia disparó
contra la retaguardia de la horda una y otra vez, volatilizando decenas de
pequeños demonios con cada disparo. Alara, sin embargo, tuvo que concentrarse
en las bestias. El área de efecto del cañón disforme era grande, pero su
cadencia demasiado lenta. El primer disparo volatilizó una e hirió gravemente a
dos más. El segundo disparo eliminó a las dos heridas. Alara disparaba casi sin
apuntar, aprovechando que el tamaño de aquellas bestias hacía difícil fallar.
Sobre todo, porque se abalanzaban rugiendo contra ella. El siguiente disparo
vaporizó a otra más e hirió a otra. Alara apenas sentía los regueros de sudor frío que
corrían a raudales por su piel. Disparaba y rezaba, metódica y letal, como una
década de duro entrenamiento la había enseñado.
-¡Por su agonía y
su sangre!- repetía.- ¡Por su Trono Dorado y por su Muerte! ¡Por su destrucción
y su resurrección como dios de los Hombres!-.
Entonces, dos
bestias llegaron a la vez hasta el cañón. Una de ellas se adelantó, lanzó hacia
delante su cabeza tentaculada y aprisionó entre sus colmillos la boca del
cañón, que emitió un crujido.
-¡Protégenos y
mantennos fuertes, a nosotros que luchamos por ti!- exclamó Alara, disparando
al fin.
En aquella
ocasión, el rayo de energía implosionó dentro de la boca de la bestia, abriéndose
en una semiesfera oscura que engulló a la vez a las tres criaturas. Alara
entornó los ojos y desvió la vista, asqueada ante la perturbación que aquella
energía siniestra le provocaba. Durante un instante, emitió un suspiro de
alivio, que se cortó de repente al darse cuenta de algo.
“¡He matado seis!
¡Sólo seis! ¡Falta una!”.
Impulsada por un
funesto presentimiento, se giró a tiempo para ver cómo la séptima bestia
emergía sobre la plataforma justo detrás de la hermana Silvia, concentrada en
disparar.
-¡No!- chilló
Alara, agarrando del suelo el rifle de fusión.
La bestia proyectó
sus fauces contra la hermana Silvia, aprisionando su casco, y comenzó a sacudir
la cabeza. Alara disparó. Sabía que había peligro de darle a Silvia, pero no
había otra manera de salvarla. El disparo impactó en el cuerpo de la bestia,
que abrió la boca lanzando un rugido al tiempo que el rayo de energía del rifle
la partía por la mitad. Se desvaneció en el aire al mismo tiempo que la hermana
Silvia caía al suelo como un fardo.
-¡Silvia!- gritó
Alara, corriendo hacia ella.- ¡Silvia!-.
Se arrodilló junto
a ella y le dio la vuelta. La hermana Silvia había perdido el casco, arrancado
por el brutal ataque de la bestia. Aún conservaba la cabeza sobre los hombros,
pero los colmillos habían atravesado los visores del yelmo. Los ojos de Silvia
se habían convertido en dos cuencas vacías que lloraban sangre y supuraban
líquidos viscosos de lo que habían sido los globos oculares. Se encontraba en
estado de shock, y desde luego, incapaz de luchar. Si sobrevivía, lo haría
ciega.
Alara no podía hacer
nada más por ella. Se montó de un salto sobre el cañón de vórtice y tomó los
mandos, aunque no quedaba mucho contra lo que disparar. La hermana Silvia había
hecho un buen trabajo, y aquella arma capaz de destruir dos docenas de
nurgletes en un solo disparo había sido providencial. Quedaban muy pocos
demonios en pie, y la mayoría se estaban retirando en pequeños grupos. Disparó
sobre los más grandes, provocando que los que quedaban huyeran entre chillidos
y se escondieran en el bosque de setas reventadas.
Alara cogió a
Silvia entre sus brazos y bajó con precaución la rampa acercándose al resto de
las hermanas. Al llegar hasta ellas, pudo comprobar los resultados del feroz
ataque. Apenas quedaba una hermana ilesa, y muchas de ellas estaban heridas de
gravedad. Irónicamente, habían resistido bastante bien los ataques psíquicos de
Pustus gracias al escudo que suponía su fe, las bestias no habían llegado a
atacarlas, y los rifles bólter habían acabado con las furias con relativa
facilidad. En cambio, los pequeños nurgletes habían resultado devastadores por
pura superioridad numérica.
-¡Hermana Alara!-
exclamó Tharasia al verla llegar.- ¿Qué ha sucedido? ¿Y qué ha pasado con la
hermana Silvia?-.
Alara depositó a
Silvia en el suelo con suavidad.
-La ha atacado una
bestia de Nurgle- respondió.- Por fortuna, he podido acabar con ella y con las
demás. También he matado al heraldo demoníaco. Utilicé mi nuevo arnés para
subir al conducto de energía disforme y la hermana Silvia me dio fuego de
cobertura mientras acababa con el heraldo. Hemos matado a todos los nurgletes
que hemos podido con aquellos cañones, pero… Lo siento mucho, no hemos podido
hacerlo más rápido…
-No tiene que
disculparse por nada, hermana- la cortó Tharasia.- Usted y la hermana Silvia
han salvado muchas vidas. Esto podría haber sido una masacre-.
-¿Cuántas bajas
hay?- preguntó Alara, temiendo la respuesta.
-Siete- respondió
Tharasia.- Siete mártires del Imperio se encuentran ya al lado del Emperador,
benditos sean. Las hermanas Nadia, Sarah, Leda, Irene y Severa lucharon con
valor, pero una furia mató a Nadia y los nurgletes se les echaron encima a las demás. No queda nada de ellas, ni tampoco
de los dos confesores que dieron su vida por salvar la del padre Bruno. Está
herido, pero se recuperará; ya he dado aviso a las Hospitalarias para que
vengan de inmediato. Por fortuna, usted y la hermana Silvia acabaron con casi
toda la horda, y las que quedábamos en pie hemos matado o ahuyentado al resto
de los demonios-.
Alara no pudo
evitar echar un vistazo a los cuerpos. Las hermanas caídas parecían poco más
que servoarmaduras abolladas y quebradas hechas un montón informe; la sangre
quedaba disimulada por el color rojo de la ceramita. En cambio, los dos
confesores no eran más que dos esqueletos mondos tirados sobre jirones de
túnica ensangrentados. Los nurgletes los habían devorado vivos.
-Con su permiso,
voy a informar al Legado de lo sucedido- dijo.
-Tiene mi permiso,
hermana- respondió Tharasia, agachándose para asistir a la hermana Alexandra. La
propia Tharasia estaba sangrando por las junturas de la armadura, pero aún así
se arrancó un trozo de su propia túnica para hacerle un torniquete en la pierna
a la hermana herida.
-Doctor Trandor,
¿me recibe?- preguntó Alara por el canal público.
Al cabo de unos
interminables segundos de ansiedad, le llegó la voz de Mathias.
-La recibo,
hermana Alara. ¿Están todas bien?-.
-No- respondió
Alara, intentando que no se le formara un nudo en la garganta.- Hemos tenido
muchas bajas, entre ellas siete muertos: cinco Sororitas y los dos confesores.
Sin embargo, hemos conseguido exterminar a los engendros demoníacos, loada sea
Su Divina Majestad. ¿Cómo va todo ahí arriba?-.
-Mejor- respondió
Mathias. La comunicación se interrumpió durante unos instantes.- Lo siento,
casi no puedo hablar. Aquí arriba seguimos luchando.,
-¿Luchando?-
exclamó Alara.- ¿Siguen activos los muertos vivientes?-.
-Sí. Ahora es más
fácil combatirlos porque ya no atacan coordinados, parecen confusos… pero aún
así, siguen teniendo el instinto atávico de matar todo lo que ven-.
“El Portal
Disforme”, comprendió Alara. “El hechizo demoníaco se mantiene activo porque lo
alimenta la energía impía que fluye de ahí. ¡Hay que cerrarlo!”.
-Gracias, Legado.
Cambio y corto-. Alzó la mirada hacia Tharasia.- Hermana Ejecutora, ya lo ha
oído. Tenemos que cerrar el portal-.
-¿Y cómo piensa
hacerlo?- inquirió Tharasia, incorporándose.
-El tecnosacerdote
Crane ha mandado un servocráneo para asistirnos en ello. ¿Dónde está la hermana
Octavia?-.
-También ha sido
herida. La hermana Silvana la está atendiendo ahora mismo. El exorcismo la ha
dejado agotada, no creo que pueda contar con ella ahora-.
-Está bien-
respondió Alara.- Me las arreglaré-.
Caminó de nuevo
hasta la plataforma y se acercó al servocráneo, que planeaba en torno al panel
de mandos.
-Tecnosacerdote
Crane, ¿ha averiguado cómo funciona?-.
-Sí- respondió el
servocráneo.- Tengo una idea de ello. ¿Ve esa rueda giratoria numerada?
Desbloquéela pulsando la runa que está justo a su derecha y luego gírela hasta
alcanzar el nivel 0-.
-¿Y ya está?-
preguntó Alara, sorprendida.- ¿Eso es todo?-.
-Según he podido
constatar, esta caverna estaba protegida para que sólo un psíquico pudiera
deshacer las protecciones exteriores y entrar. Es obvio que quienes las
construyeron no conocían la psiónica ni lo que esta puede hacer. Asimismo, la
entrada oculta estaba preparada para que sólo pudieran abrirla los iniciados en
el culto vermisionario. Así pues, los que ocultaron este lugar contaron con que
sólo un brujo sacerdote del Gran Padre conseguiría llegar hasta aquí; ¿por qué
dificultarle entonces el control del portal? Atraviese el campo Geller y
ciérrelo, hermana. Cuanto antes nos libremos del ataque de
los muertos vivientes, mejor-.
Alara asintió, se
acercó a la tabla de mandos y siguió las instrucciones de Crane. Cuando empezó
a girar la rueda, comprobó que la abertura del portal se iba haciendo cada vez
más pequeña. Al llegar al punto 0, la jaula-portal dejó de emitir rayos, y la
abertura encogió y se cerró.
El portal estaba
cerrado. Ya no había nada.
Alara se apoyó en
el tablón de mandos y por primera vez en muchas horas se permitió un suspiro de
alivio. Sin embargo, apenas había terminado de exhalar su aliento cuando los
cilindros que rodeaban el hueco vacío donde antaño se abría el portal empezaron
a burbujear.
-Maldita sea-
gruñó el servocráneo. Incluso con aquel timbre metálico, se percibía claramente
la preocupación en la voz de Crane.- No había previsto esto-.
-¿El qué?-
preguntó Alara, inquieta.- ¿Qué está pasando?-.
-Este servocráneo
está equipado con un sistema Auspex como el que utilizan el Doctor Trandor y la
hermana Octavia- respondió el tecnosacerdote.- Por lo que veo, la jaula-portal
no funcionaba tan sólo gracias a la arcanotecnología; dentro de esos cilindros
hay siete psíquicos en estasis cuyo poder conjunto, drenado por la máquina,
mantenía abierto el portal-.
-¿Psíquicos?
¿Quiere decir brujos?-.
-Sí. Y muy
poderosos, a juzgar por la lectura del Auspex. El más débil de ellos es un
beta-.
-¿Y llevan aquí
desde que se ocultó el portal? Pero eso… eso fue durante el asedio de Shantuor
Ledeesme. ¡Hace casi dos milenios!-.
-Los campos de
estasis prácticamente detienen el tiempo para quienes están dentro- repuso
Crane.- Estaban en hibernación. Con toda seguridad, ni siquiera sabrán distinguir
si los metieron ahí ayer o hace dos mil años. Pero ese no es el problema-.
El burbujeo se
hizo más intenso. Alara se sintió invadida por una fuerte sensación de
malestar.
-Entonces, ¿cuál
es?-.
-Que al parecer
las cámaras de estasis estaban conectadas al panel de control. Han percibido
que acabamos de cerrar el portal. Y se están despertando-.
1. Pustus me suena a Pústula, el nombre da a entender lo repugnante que es.
ResponderEliminar2. Las Furias del Caos me recuerdan a las griegas.
3. "Su cuerpo hinchado y abotagado tenía una extraña tonalidad verde que recordaba al color de la carne putrefacta, cubierto de pústulas, granos y llagas que manaban fluidos nauseabundos".
Ahooooora salen las pústulas, qué puto asco, parece un engendro mutante sacado de los malos de las Tortugas Ninja.
4. No sé si ha sido por lo de comentar lo de las Cazafantasmas esta tarde, pero me encanta esta pelea .
5. Me encanta ver a estas chicas guerreando. Son unas templarias.
6. Y cuando pensaba que ya podían descansar...¡más ostias! ,¡acción!¡bieeeeeeen!.
7. Ya puedes decir que me has alegrado un lunes :D :D :D
1. Siempre es una alegría (y un mérito) alegrarle un lunes a alguien :-P
ResponderEliminar2. Será por tortas, en esta historia... jejeje.