A.D. 824M40. Randor Augusta (Kerbos), Sistema Kerbos, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.
Hace frío en Randor Augusta cuando los niños
descienden de la lanzadera. Alara se estremece, pero no tiene más ropa que la
que lleva puesta. Lo único que le han permitido conservar de su vida anterior
es el rosario de su madre, las condecoraciones póstumas de su padre y su
hermano, y las fotos familiares; en la Schola Progenium los alumnos llevan
uniforme y apenas se les permite tener posesiones propias. Octavia sorbe por la
nariz, y su amiga Valeria le pasa la mano por los hombros en ademán protector.
Inmediatamente, Mathias hace lo mismo con Alara.
-A los aerodeslizadores, niños- les dice uno
de los sacerdotes que han venido a recogerles.
Los cuatro amigos suben juntos. Octavia se
sienta al lado de Valeria y Alara al lado de Mathias. El camino parece muy
largo hasta que por fin arriban a la Schola Progenium. Y cuando descienden,
Alara ve algo que hace que el aliento se le congele en la garganta y casi se le
pare el corazón: frente a los dos gigantescos edificios gemelos que forman la
institución, hay dos filas: una de niños y otra de niñas. La Schola Progenium
separa a los niños por sexos.
"No", gime la mente de Alara,
demasiado horrorizada para que le salga la voz. "No, no, no..."
Un preceptor de aspecto amable se acerca a
los cuatro amigos.
-Niñas, id a vuestra fila- les dice a
Octavia, Valeria y Alara. Luego, se gira hacia Mathias.- Y tú, muchacho,
sígueme-.
Ante la certeza de lo inevitable, la voz de
Alara surge por fin. Teme que sea inútil, pero tiene que hacer algo. Ha perdido
a sus padres, sus hermanos, su casa. No puede perder también a Mathias.
-¿Qué?- protesta, desesperada.- ¡No! ¡Él es
mi amigo!-.
-Tu amiguito tiene que ir a la otra escuela
como todos los chicos- le dice el preceptor con voz afable. Lo coge de la
mano.- Vamos, ven conmigo-.
Mathias parece tan desesperado como ella. Se
suelta del preceptor y se arroja sobre Alara.
-Siempre seré tu amigo- le susurra con voz
temblorosa, abrazándola.- Te voy a echar de menos-.
-Y yo también a ti- gimotea ella. El llanto
le quiebra la garganta mientras le devuelve el abrazo.
En esos momentos, Alara oye un correteo de pasos
tras de sí. Poco después escucha una voz de mujer, agria y desagradable.
-¿Qué es esto? ¡Niña, a tu fila!-.
-Se están despidiendo, Helga- le reprocha el
hombre en voz baja.
-Si seguimos con las despedidas no vamos a
terminar en todo el día- refunfuña la mujer.- ¿Tienes idea de cuántos huérfanos
nos han llegando desde Tarion, Walter?- agarró a Alara del hombro con
brusquedad.- ¡Te he dicho que vengas, niña! ¡Obedéceme o empezarás el curso
castigada!-.
A tirones, desembaraza a los dos niños. Tira
del brazo de Alara para llevársela.
-¡Alara, ven con nosotras!- la llamó Octavia
desde la fila.- ¡Te estamos guardando el sitio!-.
Pero Alara se resiste. No quiere ir; no
quiere separarse de Mathias. Siente como si al decirle adiós estuviera
diciéndole el adiós definitivo a su vida en Tarion. También siente otras muchas
cosas, cosas que su corazón infantil no es capaz de procesar. Sollozando,
alarga el brazo libre hacia él, y por un momento sus manos se estrechan, pero
el férreo tirón de Helga los separa en seguida.
-¡Alara!- grita Mathias con voz temblorosa.
En sus ojos brillan las lágrimas y el mismo espantoso sufrimiento que hiere los
ojos de Alara, el mismo sentimiento avasallador al que ninguno de los dos sabe
poner nombre.
-¡Nunca te olvidaré, Mathias!- le grita Alara
mientras se la llevan.
-¡Esto es intolerable!- exclama la
preceptora, indignada.- ¡Deja de gritar y ven aquí de una vez! ¡Te pasarás
castigada un día entero por desobediente!-.
Alara no escucha esa voz cruel, insensible a
su dolor. Sólo tiene ojos para Mathias, que se aleja de la mano de Walter con
la cabeza girada para mirarla. Le desgarra el corazón saber que no les dejarán
volver a verse, que los separan sin que puedan impedirlo, sin que ninguna mano
se alce para ayudarlos ni ningún poder del mundo sea capaz de defenderlos, de
detener la injusticia. Las lágrimas le corren como ríos por la cara. Y lo
quiere más que nunca mientras lo ve marchar.
-¡Nunca te olvidaré!- insiste ella por última vez,
llorando.- ¡Nunca!-.A.D. 844M40. Prelux Magna (Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.
Alara se quedó pasmada, paralizada por la
sorpresa y la incredulidad, mientras toda la rabia se desvanecía como barrida
por un maremoto.
"No puede ser", pensó, incrédula.
"No puede ser que sea él, después de veinte años".
Le miró de nuevo a la cara, y entonces lo
reconoció. Vio en él las facciones familiares que antes le habían pasado
desapercibidas: sus ojos, que no había reconocido del todo tras las gafas, el
cabello castaño claro, que de niño llevaba más largo y ondulado mientras que ahora
lucía corto por detrás de las orejas, las facciones, mucho más marcadas ahora
que habían perdido la redondez infantil... Y su corazón estalló de emoción al
reconocerle. El rostro de Alara dejó de mostrar sorpresa para llenarse de
alegría.
-¡Mathias!- exclamó, feliz. Y salvó a paso
ligero la distancia que los separaba para estrecharlo entre
sus brazos.
Él se sorprendió durante un instante por
aquella efusividad, pero le devolvió el abrazo.
-No sé si será adecuado que una Hermana de
Batalla abrace así a alguien- bromeó.
-Cállate, anda- rió ella sin soltarle, el
corazón lleno de una alegría tan intensa como repentina.- Ahora ya no hay nadie
que me obligue a soltarte por la fuerza-.
Permanecieron abrazados durante varios
segundos más, hasta que al fin Alara se apartó. Al mirarle, vio que él tenía
dibujada en la cara una amplia sonrisa, la misma sonrisa dulce y encantadora
que ella conocía tan bien.
-¿Qué haces aquí?- preguntó ella.- ¡No puedo
creer que te haya encontrado aquí, en Vermix!-.
-Llevo cuatro años formando parte del séquito
de Lord Crisagon, desde que me converti en Docto Biologis- respondió Mathias, aún sonriente.- Más bien debería preguntarte qué
haces tú aquí. ¿Desde hace cuánto tiempo estás en Prelux Magna?-.
-He llegado hoy- contestó Alara con voz
alegre.- ¡Hoy mismo! ¡Por el Trono, es increíble! Se me ocurrió venir a la
capilla del Ordo Xenos para preguntar por la fauna autóctona del planeta, pero
jamás pensé que te encontraría aquí-.
-¿La fauna autóctona?- preguntó él,
ofreciéndole una de las sillas de la mesa de reuniones.- ¿Y para qué quiere la
pequeña Alara saber algo de la fauna autóctona? ¿Alguna misión para la cámara
Dialogante de tu Orden?-.
Ella levanto el dedo índice para señalarle en
ademán burlón.
-La "pequeña Alara" no es una
Hermana Dialogante, sino Militante Redentora, y podría darte una buena paliza
con los ojos cerrados y una mano atada a la espalda-.
Mathias la miró con sorpresa.
-¿Eres una Militante? ¿De las que van friendo
herejes y mutantes con el Sagrado Bólter? Vaya, sí que has cambiado-.
Al decirlo, la miró de arriba a abajo. Alara
se sintió de repente ligeramente incómoda.
-Tú también- murmuró, devolviéndole la
mirada. La última imagen que tenía de Mathias Trandor lo representaba como un
niño de ocho años algo bajito, delgado y pálido debido a la tristeza, con las
pupilas azules brillando en un mar de lágrimas. No tenía mucho que ver con
aquel hombre joven, atractivo y sereno, más alto incluso que ella.
Él fue el primero en retirar la vista.
-Bueno, si has venido hasta aquí en busca de
información sobre la fauna autóctona, me alegra decirte que estás hablando con
la persona indicada. Soy doctor en Biología y estoy especializado en bioquímica
metabólica, pero sé bastante de los no demasiado encantadores bichos que campan
por este planeta-.
-No
tienes pinta de pertenecer al Adeptus Mechanicus, si me permites el
comentario- dijo Alara.- No es que haya conocido a muchos, precisamente,
pero las Visioingenieras que ponen a punto nuestros vehículos tienen un
aspecto mucho más... peculiar-.
-Eso
es porque no soy miembro del Mechanicus- respondió Mathias, volviendo a
sonreír.- Me formé en la Collegia Scholastica Imperialis de Randor
Augusta. Los Adeptos que escogemos el camino de la erudición en la
Schola Progenium también podemos estudiar química y biología; no es un
saber que posean en exclusiva los Magus Biologis. Tengo entendido que al
Adeptus Mechanicus no le hace demasiada gracia, pero mientras en los
Collegi no enseñen nada relacionado con los misterios del Dios Máquina,
poco pueden hacer aparte de refunfuñar. Bien, ahora dime: ¿Qué es
exactamente lo que quieres saber? ¿Deseas información
sobre alguna especie en particular?-.
Alara asintió.
-Quiero informarme acerca de todas las que puedan ser un problema:
saurios, insectos gigantes... y en especial, los dinovermos. Necesito saber
cómo matarlos o ahuyentarlos-.
Los labios de Mathias se curvaron en una
sonrisa irónica.
-Ah, claro, los dinovermos, cómo no. Los
queridos dinovermos. A todo el mundo le encantan los dinovermos-.
-Esta vez no vas a conseguir tomarme el pelo-
le advirtió Alara.
-Díselo a mi mentor, el Magister Seneca- repuso
Mathias.- Está fascinado por esos gusanos. Tiene uno vivo en el tanque del
laboratorio, e incluso le ha puesto nombre. Vermilio, lo llama, ¿puedes
creerlo? A mí personalmente me parecen repugnantes, aunque tengo que reconocer
que son seres interesantísimos desde el punto de vista científico-.
-¿Sólo repugnantes?- inquirió ella.- ¿No
peligrosos?-.
-Sobre todo peligrosos- respondió él con
gravedad.- Dime, Alara, ¿por qué estás interesada en ellos?-.
Alara le explicó cuál era la misión para la
que ella y sus compañeras habían sido destinadas al planeta. Mathias pareció
inquietarse al escucharla.
-Vaya, pues sí. Sí que es una faena. No te
preocupes, te explicaré todo lo que tienes que saber-.
Durante más de dos horas, Mathias estuvo
hablando, y Alara tomando notas. Conforme escribía, se sentía cada vez más
satisfecha; sin duda, Tharasia y Lissandra quedaría muy complacidas con la
información. Supo que tanto los insectos como los saurios gigantes eran
fácilmente rechazables a tiro de bólter y además tenían pavor al fuego, con lo
cual un buen lanzallamas como el que manejaba Cecilia sería suficiente para
hacerlos huir si se acercaban demasiado. Los dinovermos, en cambio, eran harina
de otro costal.
-Son unos auténticos monstruos- afirmó
Mathias.- Los mayores depredadores de este planeta, y están en la cúspide de la
cadena alimenticia, lo que significa que ellos no tienen prácticamente ninguno.
Eso los ha convertido en una auténtica plaga. Son hermafroditas y pueden llegar
a poner un centenar de huevos en cada puesta; por suerte sólo se aparean una
vez al año. Para colmo, el fuego los daña, pero en lugar de hacerlos huir los
pone furiosos. Las crías ya miden un palmo de ancho y metro y medio de largo
nada más nacer; un dinovermo adulto pequeño tiene unos dos metros de ancho y
alrededor de doce metros de longitud, y puede tragarse sin problemas a un
hombre fornido. Los más grandes y ancianos de todos tienen cuatro metros de
ancho y veinticuatro metros de longitud. Y entre los lugareños se habla de un
dinovermo todavía mayor, casi mítico, que mide seis metros de ancho y treinta y
seis de largo y podría llegar a tragarse un Leman Russ. Aunque, en honor a la
verdad, ese tipo de gusano aún no ha sido catalogado, al menos por esta cábala.
Personalmente creo que hay mucho de superstición en esa veneración al Gran
Gusano-.
-¿Veneración... al Gran Gusano?- preguntó
Alara, inquieta. Aquello sonaba muy mal.
-Sí, son supersticiones locales. Creencias
paganas de los ignorantes a los que aún no han llevado la luz de la verdadera
fe. Esos ignorantes a los que van a tener que convertir tus predicadores, por
cierto-.
-Humm... ¿y todos los lugareños del planeta
veneran a ese... Gran Gusano?-.
Mathias se quitó un momento las gafas para
frotarse el puente de la nariz, con gesto de cansancio.
-No, no todos. Ese culto es propio de las
Tierras Bajas. En las Tierras Altas, es más común venerar al Gran Saurio-.
-¿Has dicho culto? ¿Significa eso que estamos
ante una religión organizada?-.
-Sí, pero no... En realidad, he empleado la
palabra "culto" de manera un tanto incorrecta. Como he dicho, se
trata más bien de una veneración supersticiosa. No nos consta que haya
sacerdotes, ni ritos, ni nada de eso ¿Por qué te importa tanto? Creía que
deseabas saber cómo matarlos, no cómo adorarlos-.
Alara se cruzó de brazos y frunció el ceño.
-¡Mi misión también es informarme acerca de
esas repugnantes supersticiones heréticas! Y una veneración al Gran Gusano no
me ha sonado nada bien. Y tampoco creo que le suene bien a la Palatina de mi
Orden-.
Mathias lanzó un suspiro.
-Por el Trono, se me había olvidado que
estaba hablando con una Hermana de Batalla. La verdad es que con esa túnica
blanca y negra podrías pasar por una acólita inquisitorial más. Me cuesta
recordar lo que eres al verte sin servoarmadura-.
-No llevamos todo el tiempo la servoarmadura-
le dijo Alara, molesta. Ya estaba más que acostumbrada a las ideas
preconcebidas que casi todos los ciudadanos imperiales tenían sobre ellas, pero
por algún motivo la fastidiaba que Mathias también las tuviera.- Sólo nos la
ponemos en misión de combate o en actos ceremoniales solemnes. Y sí, el corte
de pelo es obligatorio por reglamento, y no, las que tienen el pelo blanco no
es por haber visto a un demonio sino porque se lo tiñen, y no, el Adepta
Sororitas no está lleno de lesbianas. Lo digo para ahorrarte las siguientes
tres preguntas-.
Mathias levantó las dos manos en señal de
rendición.
-Vale, vale; disculpa si te han molestado mis
palabras. No tenía intención de ofenderte-.
Parecía entristecido, y el corazón de Alara
se ablandó.
-Perdóname tú a mí por ponerme así. Es que
estoy harta de los prejuicios que mucha gente tiene sobre nosotras. Nadie nos
mira como si fuésemos personas reales. No niego que nuestras vidas
estén muy controladas y nuestra disciplina sea rígida, y también es cierto que
raramente tenemos la oportunidad de mezclarnos con los demás ciudadanos, sobre
todo si no pertenecen de alguna manera a la Santa Eclesiarquía, ¡pero seguimos
siendo humanas!-.
Mathias esbozó una media sonrisa.
-Lo sé- respondió.- No tienes que preocuparte
de eso en lo que a mí respecta. Para mí, tú sigues siendo simplemente Alara. Mi
amiga Alara. Si es que aún me consideras tu amigo después de veinte años,
claro-.
En ese momento, la voz entrecortada de un
Mathias niño le vino a la memoria.
"Siempre seré tu amigo".
Se le hizo un nudo en la garganta.
-Claro que sí- susurró.
Él volvió a mirarla fijamente durante un
instante, antes de apartar los ojos y volver al tema. Le contó cómo los
dinovermos se desplazaban reptando por la tierra húmeda y fangosa o por el
lecho de los ríos, cómo cazaban percibiendo las vibraciones de su presa en la
superficie y emergiendo de repente para atraparla entre sus fauces tetarlobuladas repletas de dientes engarfiados.
-Una servoarmadura podría resistir todo el
viaje hasta el estómago- le explicó.- Aunque su portador quedaría lesionado, y
no podría resistir mucho antes de que empezara a disolverse por los ácidos. Una
armadura caparazón puede que resistiera los peores daños de la mordedura, pero no
resistiría el esófago triturador que hay justo después de la garganta, lleno de
más colmillos todavía y capaz de estrujar con una fuerza descomunal. Los
dinovermos no tienen mandíbulas y no pueden masticar, de modo que ese esófago
se encarga de destrozar la carne y triturar los huesos, preparándolos para la digestión-.
Alara hizo una mueca de repugnancia.
-Menuda pinta deben tener los que acaban ahí
dentro-.
-No es agradable, te lo puedo asegurar- dijo
Mathias, meneando la cabeza.
-¿Acaso has visto alguno?- inquirió Alara,
extrañada.
Mathias pareció incómodo.
-Lord Crisagon alimentó a algunos dinovermos
con reos de muerte de la prisión de Prelux. Luego, hizo que los diseccionáramos
en distintos momentos de la digestión para observar los efectos-.
Alara frunció el ceño.
-¿Y tú participaste en eso?-. Sabía que cosas
así eran necesarias para obtener conocimiento, pero no le resultaban gratas, y
al Mathias que ella creía conocer no lo consideraba capaz de observar algo así
y quedarse impertérrito.
-No es algo que me guste ni que apruebe, y yo
no participé en... la fase activa de alimentación. Aunque sí tuve que
encargarme de las disecciones. Lord Crisagon así me lo ordenó-.
Alara sintió una extraña sensación de
tristeza.
-Definitivamente, estos veinte años nos han
cambiado mucho- murmuró.
Mathias no contestó. Parecía algo
apesadumbrado por la reacción de Alara, que por vez primera cobró plena
consciencia de que, por muy amigos que hubieran sido en el pasado, dos décadas
de separación habían hecho mella entre ellos.
"Conocías al niño", pensó. "Al
hombre no lo conoces de nada".
-¿Quieres verlo?- preguntó Mathias de
repente.
-¿Qué?-.
-Al dinovermo; ¿quieres verlo?-.
Alara se encogió de hombros.
-Supongo que será interesante ir
familiarizándome con ellos-.
Mathias esbozó una leve sonrisa, como si
estuviera ideando una broma secreta.
-Ven conmigo-.
Alara dejó sus notas en la mesa y se levantó
para seguir a Mathias más allá de la cristalera hasta la puerta metálica, que
resultó ser la entrada a un ascensor. Él pulsó un botón, y descendieron dos
niveles, tras lo cual empujó la puerta para salir. Allí, Alara pudo contemplar
el auténtico laboratorio: una sala gigantesca llena de mesas alargadas,
microscopios, alambiques, probetas y muchos más instrumentos científicos que no
hubiera podido nombrar. En una mesa metálica particularmente larga, Alara vio
un cuerpo blanquecino y viscoso extendido de lado a lado.
-Este es el ejemplar que he diseccionado- le
explicó Mathias.- Te lo puedo mostrar luego, si quieres, pero no es lo que te
quería enseñar-.
La condujo hasta una última puerta, situada
al fondo de la enorme sala. Pasó su tarjeta de identificación por el lector
para abrirla, y encendió las luces. Allí, Alara vio un gran tanque de agua, en
el cual flotaba como adormilado un gusano descomunal. Tenía el mismo color
blanquecino que el diseccionado, pero su tamaño era aún mayor.
-No parece haberse dado cuenta de que has
encendido la luz- observó Alara.
-Eso es porque son ciegos- le explicó
Mathias, acercándose al tanque y haciéndole un gesto para que ella también se
acercara.- Sus sentidos básicos son el tacto y el oído. Perciben las
vibraciones, tanto en la tierra como en el aire. Por ejemplo, mira qué pasa
si...
Golpeó con el puño el cristal del tanque. Al
instante, el monstruo se estremeció, y con la rapidez atávica de un depredador,
se abalanzó contra el cristal abriendo sus fauces erizadas de colmillos, justo
en frente de Alara. Ella se limitó a enarcar una ceja.
-Vaya- dijo con tranquilidad.- Francamente aterrador-.
Mathias puso una cara de asombro y decepción
casi cómica.
-Sororitas- murmuró, enfurruñado.
Alara lanzó una carcajada burlona.
-Vas a tener que mostrarme mucho más que eso
para impresionarme- bromeó.
Subieron de nuevo a la sala de reuniones,
dejando el laboratorio atrás. Mientras ascendían, el agujero que sentía en el
estómago le reveló a Alara que se acercaba la hora de cenar.
-Creo que debo marcharme- dijo.- Se hace tarde, y
no puedo faltar a la oración vespertina-.
-Confío en que la información que te he dado
haya sido suficiente- dijo Mathias.- Aunque claro, si no lo es, siempre puedes
volver otro día...
Alara sonrió.
-Se me acaba de ocurrir una idea. Tendría que
consultarla con la Hermana Superiora, claro, pero, ¿te vendría bien venir a mi
convento para dar una conferencia acerca de todo lo que me has explicado a mí?
Así todas mis hermanas compartirían mi conocimiento y tendrían la posibilidad
de preguntarte las dudas que les surgieran. ¿Qué te parece?-.
-Estaré encantado de dar esa conferencia si a
tu Superiora le parece útil. Ten, apunta el número de mi vocófono; así podrás llamarme en
cuanto te digan algo-.
Tras darle el número, él la acompañó hasta la salida. Cuando llegaron al vestíbulo,
los recibió la mirada escrutadora de la Adepta Orbiana, que aún se encontraba
allí.
-Adiós- se despidió Alara.
-Adiós- contestó Orbiana con voz seca, casi
como si la contrariara tener que devolverle la despedida.
-Vieja bruja- masculló Alara.
Mathias se rió.
-No te tomes a mal el carácter de Orbiana- le
dijo en voz baja.- Se pasa el día gruñendo, pero en el fondo no es mala
persona. Algunos de nosotros tenemos la teoría de que se debe a que está un
poco enamoriscada de nuestro Jefe de Seguridad, y él no le hace mucho caso. De
momento. Aunque todo se andará, ¿no crees?-.
Alara se encogió de hombros.
-La verdad es que no entiendo mucho de esas
cosas- admitió.
-Ah, claro- suspiró Mathias.- La pureza y
castidad de las Sororitas. Entiendo-.
-Celibato- puntualizó Alara.
-¿Cómo dices?- inquirió él, sorprendido.
-Hacemos voto de celibato, no de castidad- le
explicó Alara, aunque se sentía algo incómoda con aquel tema.- No podemos casarnos ni tener hijos, pero técnicamente
hablando no tenemos prohibidas las relaciones... eh... sentimentales-.
-¿De veras?- preguntó Mathias, mirándola
fijamente.- ¿Y por qué está tan extendida la creencia de que todas las Hermanas
de Batalla son... este... castas?-.
-Bueno,
realmente muy pocas de nosotras
tenemos ocasión de entablar ese tipo de relaciones alguna vez. Quiero
decir
que, haciendo vida monacal y saliendo
sólo para luchar en campaña o cumplir alguna misión de apoyo o escolta,
¿qué
oportunidad hay de conocer a alguien? Las hospitalarias o las
dialogantes podrían tener ocasión, pero las militantes... bueno, digamos
que sólo las que
se retiran del servicio activo a un destino más tranquilo podrían tener
ocasión
de ello, y eso no sucede hasta que llegan a la madurez. Y aún así,
nuestros deberes rara vez nos permiten disponer libremente de nuestro
tiempo-.
Miró al suelo, turbada. Nunca había hablando
de aquel tema con nadie. Al ver que Mathias no contestaba, volvió la vista a él
y esbozó una sonrisa tímida.
-Bueno... tengo que irme, de verdad. No
quiero llegar tarde. Espero que volvamos a vernos pronto; me alegro mucho de
haberte encontrado-.
Él también sonrió.
-Yo también, Alara. Llámame cuando sepas algo acerca de
la conferencia-.
Está muy bien que cada capítulo tenga su interludio con episodios de la vida pasada de Alara. Ayuda mucho a conectar con el personaje y saber por qué después se convierte en lo que es ahora :-)
ResponderEliminar¡Gracias! ^^
ResponderEliminarSi me lo permites, seguramente abrás revisado el texto varias veces pero aún así, a veces se nos pasan detalles (ya sea por escribir rápido o por algún corrector), no quiero ser puntilloso pero por si te ayuda y no molesta, decirte que esto a mi por lo menos me suena raro. Me refiero a la frase "junto en frente de Alara" ¿no querrias decir "justo en frente de Alara"?:
ResponderEliminarGolpeó con el puño el cristal del tanque. Al instante, el monstruo se estremeció, y con la rapidez atávica de un depredador, se abalanzó contra el cristal abriendo sus fauces erizadas de colmillos, junto en frente de Alara. Ella se limitó a enarcar una ceja.
Espero no te moleste el comentario, si es así solo tienes que decirlo.
¡Qué va a molestarme! Muchísimas gracias. Como "junto" también es una palabra existente en castellano, el corrector ortográfico no la detecta y al releer lo escrito se puede escapar muy fácilmente. Corregido, y muy agradecida. Espero que te guste la historia ^_^
EliminarMe alegro. La historia por lo que lleva va muy bien, bastante por encima de las pocas novelas de WH40K que he leido. Sigue así.
EliminarLa escena con el gusano me ha gustado mucho. Y aprecio el detalle de que Alara y Mathias tengan un acondicionamiento progresivo, se reconocen por el cariño infantil que se tenían pero al mismo tiempo se están "probando" mutuamente como adultos y volviendo a conocerse entre ellos.
ResponderEliminarMe ha matado el nombre del gusano, Vermilio xDDD, eso es cosa de Tindomion xDD, seguro xDDDD
Aciertas en ambos casos XD
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