A fe y fuego

A fe y fuego

sábado, 30 de mayo de 2015

Capítulo 5


A.D. 824M40. Randor Augusta (Kerbos), Sistema Kerbos, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.


Hace frío en Randor Augusta cuando los niños descienden de la lanzadera. Alara se estremece, pero no tiene más ropa que la que lleva puesta. Lo único que le han permitido conservar de su vida anterior es el rosario de su madre, las condecoraciones póstumas de su padre y su hermano, y las fotos familiares; en la Schola Progenium los alumnos llevan uniforme y apenas se les permite tener posesiones propias. Octavia sorbe por la nariz, y su amiga Valeria le pasa la mano por los hombros en ademán protector. Inmediatamente, Mathias hace lo mismo con Alara.
-A los aerodeslizadores, niños- les dice uno de los sacerdotes que han venido a recogerles.
Los cuatro amigos suben juntos. Octavia se sienta al lado de Valeria y Alara al lado de Mathias. El camino parece muy largo hasta que por fin arriban a la Schola Progenium. Y cuando descienden, Alara ve algo que hace que el aliento se le congele en la garganta y casi se le pare el corazón: frente a los dos gigantescos edificios gemelos que forman la institución, hay dos filas: una de niños y otra de niñas. La Schola Progenium separa a los niños por sexos.
"No", gime la mente de Alara, demasiado horrorizada para que le salga la voz. "No, no, no..."
Un preceptor de aspecto amable se acerca a los cuatro amigos.
-Niñas, id a vuestra fila- les dice a Octavia, Valeria y Alara. Luego, se gira hacia Mathias.- Y tú, muchacho, sígueme-.
Ante la certeza de lo inevitable, la voz de Alara surge por fin. Teme que sea inútil, pero tiene que hacer algo. Ha perdido a sus padres, sus hermanos, su casa. No puede perder también a Mathias.
-¿Qué?- protesta, desesperada.- ¡No! ¡Él es mi amigo!-.
-Tu amiguito tiene que ir a la otra escuela como todos los chicos- le dice el preceptor con voz afable. Lo coge de la mano.- Vamos, ven conmigo-.
Mathias parece tan desesperado como ella. Se suelta del preceptor y se arroja sobre Alara.
-Siempre seré tu amigo- le susurra con voz temblorosa, abrazándola.- Te voy a echar de menos-.
-Y yo también a ti- gimotea ella. El llanto le quiebra la garganta mientras le devuelve el abrazo.
En esos momentos, Alara oye un correteo de pasos tras de sí. Poco después escucha una voz de mujer, agria y desagradable.
-¿Qué es esto? ¡Niña, a tu fila!-.
-Se están despidiendo, Helga- le reprocha el hombre en voz baja.
-Si seguimos con las despedidas no vamos a terminar en todo el día- refunfuña la mujer.- ¿Tienes idea de cuántos huérfanos nos han llegando desde Tarion, Walter?- agarró a Alara del hombro con brusquedad.- ¡Te he dicho que vengas, niña! ¡Obedéceme o empezarás el curso castigada!-.
A tirones, desembaraza a los dos niños. Tira del brazo de Alara para llevársela.
-¡Alara, ven con nosotras!- la llamó Octavia desde la fila.- ¡Te estamos guardando el sitio!-.
Pero Alara se resiste. No quiere ir; no quiere separarse de Mathias. Siente como si al decirle adiós estuviera diciéndole el adiós definitivo a su vida en Tarion. También siente otras muchas cosas, cosas que su corazón infantil no es capaz de procesar. Sollozando, alarga el brazo libre hacia él, y por un momento sus manos se estrechan, pero el férreo tirón de Helga los separa en seguida.
-¡Alara!- grita Mathias con voz temblorosa. En sus ojos brillan las lágrimas y el mismo espantoso sufrimiento que hiere los ojos de Alara, el mismo sentimiento avasallador al que ninguno de los dos sabe poner nombre.
-¡Nunca te olvidaré, Mathias!- le grita Alara mientras se la llevan.
-¡Esto es intolerable!- exclama la preceptora, indignada.- ¡Deja de gritar y ven aquí de una vez! ¡Te pasarás castigada un día entero por desobediente!-.
Alara no escucha esa voz cruel, insensible a su dolor. Sólo tiene ojos para Mathias, que se aleja de la mano de Walter con la cabeza girada para mirarla. Le desgarra el corazón saber que no les dejarán volver a verse, que los separan sin que puedan impedirlo, sin que ninguna mano se alce para ayudarlos ni ningún poder del mundo sea capaz de defenderlos, de detener la injusticia. Las lágrimas le corren como ríos por la cara. Y lo quiere más que nunca mientras lo ve marchar.
-¡Nunca te olvidaré!- insiste ella por última vez, llorando.- ¡Nunca!-.


  


A.D. 844M40. Prelux Magna (Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.


Alara se quedó pasmada, paralizada por la sorpresa y la incredulidad, mientras toda la rabia se desvanecía como barrida por un maremoto.
"No puede ser", pensó, incrédula. "No puede ser que sea él, después de veinte años".
Le miró de nuevo a la cara, y entonces lo reconoció. Vio en él las facciones familiares que antes le habían pasado desapercibidas: sus ojos, que no había reconocido del todo tras las gafas, el cabello castaño claro, que de niño llevaba más largo y ondulado mientras que ahora lucía corto por detrás de las orejas, las facciones, mucho más marcadas ahora que habían perdido la redondez infantil... Y su corazón estalló de emoción al reconocerle. El rostro de Alara dejó de mostrar sorpresa para llenarse de alegría.
-¡Mathias!- exclamó, feliz. Y salvó a paso ligero la distancia que los separaba para estrecharlo entre sus brazos.
Él se sorprendió durante un instante por aquella efusividad, pero le devolvió el abrazo.
-No sé si será adecuado que una Hermana de Batalla abrace así a alguien- bromeó.
-Cállate, anda- rió ella sin soltarle, el corazón lleno de una alegría tan intensa como repentina.- Ahora ya no hay nadie que me obligue a soltarte por la fuerza-.
Permanecieron abrazados durante varios segundos más, hasta que al fin Alara se apartó. Al mirarle, vio que él tenía dibujada en la cara una amplia sonrisa, la misma sonrisa dulce y encantadora que ella conocía tan bien.
-¿Qué haces aquí?- preguntó ella.- ¡No puedo creer que te haya encontrado aquí, en Vermix!-.
-Llevo cuatro años formando parte del séquito de Lord Crisagon, desde que me converti en Docto Biologis- respondió Mathias, aún sonriente.- Más bien debería preguntarte qué haces tú aquí. ¿Desde hace cuánto tiempo estás en Prelux Magna?-.
-He llegado hoy- contestó Alara con voz alegre.- ¡Hoy mismo! ¡Por el Trono, es increíble! Se me ocurrió venir a la capilla del Ordo Xenos para preguntar por la fauna autóctona del planeta, pero jamás pensé que te encontraría aquí-.
-¿La fauna autóctona?- preguntó él, ofreciéndole una de las sillas de la mesa de reuniones.- ¿Y para qué quiere la pequeña Alara saber algo de la fauna autóctona? ¿Alguna misión para la cámara Dialogante de tu Orden?-.
Ella levanto el dedo índice para señalarle en ademán burlón.
-La "pequeña Alara" no es una Hermana Dialogante, sino Militante Redentora, y podría darte una buena paliza con los ojos cerrados y una mano atada a la espalda-.
Mathias la miró con sorpresa.
-¿Eres una Militante? ¿De las que van friendo herejes y mutantes con el Sagrado Bólter? Vaya, sí que has cambiado-.
Al decirlo, la miró de arriba a abajo. Alara se sintió de repente ligeramente incómoda.
-Tú también- murmuró, devolviéndole la mirada. La última imagen que tenía de Mathias Trandor lo representaba como un niño de ocho años algo bajito, delgado y pálido debido a la tristeza, con las pupilas azules brillando en un mar de lágrimas. No tenía mucho que ver con aquel hombre joven, atractivo y sereno, más alto incluso que ella.
Él fue el primero en retirar la vista.
-Bueno, si has venido hasta aquí en busca de información sobre la fauna autóctona, me alegra decirte que estás hablando con la persona indicada. Soy doctor en Biología y estoy especializado en bioquímica metabólica, pero sé bastante de los no demasiado encantadores bichos que campan por este planeta-.
-No tienes pinta de pertenecer al Adeptus Mechanicus, si me permites el comentario- dijo Alara.- No es que haya conocido a muchos, precisamente, pero las Visioingenieras que ponen a punto nuestros vehículos tienen un aspecto mucho más... peculiar-.
-Eso es porque no soy miembro del Mechanicus- respondió Mathias, volviendo a sonreír.- Me formé en la Collegia Scholastica Imperialis de Randor Augusta. Los Adeptos que escogemos el camino de la erudición en la Schola Progenium también podemos estudiar química y biología; no es un saber que posean en exclusiva los Magus Biologis. Tengo entendido que al Adeptus Mechanicus no le hace demasiada gracia, pero mientras en los Collegi no enseñen nada relacionado con los misterios del Dios Máquina, poco pueden hacer aparte de refunfuñar. Bien, ahora dime: ¿Qué es exactamente lo que quieres saber? ¿Deseas información sobre alguna especie en particular?-.
Alara asintió.
-Quiero informarme acerca de todas las que puedan ser un problema: saurios, insectos gigantes... y en especial, los dinovermos. Necesito saber cómo matarlos o ahuyentarlos-.
Los labios de Mathias se curvaron en una sonrisa irónica.
-Ah, claro, los dinovermos, cómo no. Los queridos dinovermos. A todo el mundo le encantan los dinovermos-.
-Esta vez no vas a conseguir tomarme el pelo- le advirtió Alara.
-Díselo a mi mentor, el Magister Seneca- repuso Mathias.- Está fascinado por esos gusanos. Tiene uno vivo en el tanque del laboratorio, e incluso le ha puesto nombre. Vermilio, lo llama, ¿puedes creerlo? A mí personalmente me parecen repugnantes, aunque tengo que reconocer que son seres interesantísimos desde el punto de vista científico-.
-¿Sólo repugnantes?- inquirió ella.- ¿No peligrosos?-.
-Sobre todo peligrosos- respondió él con gravedad.- Dime, Alara, ¿por qué estás interesada en ellos?-.
Alara le explicó cuál era la misión para la que ella y sus compañeras habían sido destinadas al planeta. Mathias pareció inquietarse al escucharla.
-Vaya, pues sí. Sí que es una faena. No te preocupes, te explicaré todo lo que tienes que saber-.



Durante más de dos horas, Mathias estuvo hablando, y Alara tomando notas. Conforme escribía, se sentía cada vez más satisfecha; sin duda, Tharasia y Lissandra quedaría muy complacidas con la información. Supo que tanto los insectos como los saurios gigantes eran fácilmente rechazables a tiro de bólter y además tenían pavor al fuego, con lo cual un buen lanzallamas como el que manejaba Cecilia sería suficiente para hacerlos huir si se acercaban demasiado. Los dinovermos, en cambio, eran harina de otro costal.
-Son unos auténticos monstruos- afirmó Mathias.- Los mayores depredadores de este planeta, y están en la cúspide de la cadena alimenticia, lo que significa que ellos no tienen prácticamente ninguno. Eso los ha convertido en una auténtica plaga. Son hermafroditas y pueden llegar a poner un centenar de huevos en cada puesta; por suerte sólo se aparean una vez al año. Para colmo, el fuego los daña, pero en lugar de hacerlos huir los pone furiosos. Las crías ya miden un palmo de ancho y metro y medio de largo nada más nacer; un dinovermo adulto pequeño tiene unos dos metros de ancho y alrededor de doce metros de longitud, y puede tragarse sin problemas a un hombre fornido. Los más grandes y ancianos de todos tienen cuatro metros de ancho y veinticuatro metros de longitud. Y entre los lugareños se habla de un dinovermo todavía mayor, casi mítico, que mide seis metros de ancho y treinta y seis de largo y podría llegar a tragarse un Leman Russ. Aunque, en honor a la verdad, ese tipo de gusano aún no ha sido catalogado, al menos por esta cábala. Personalmente creo que hay mucho de superstición en esa veneración al Gran Gusano-.
-¿Veneración... al Gran Gusano?- preguntó Alara, inquieta. Aquello sonaba muy mal.
-Sí, son supersticiones locales. Creencias paganas de los ignorantes a los que aún no han llevado la luz de la verdadera fe. Esos ignorantes a los que van a tener que convertir tus predicadores, por cierto-.
-Humm... ¿y todos los lugareños del planeta veneran a ese... Gran Gusano?-.
Mathias se quitó un momento las gafas para frotarse el puente de la nariz, con gesto de cansancio.
-No, no todos. Ese culto es propio de las Tierras Bajas. En las Tierras Altas, es más común venerar al Gran Saurio-.
-¿Has dicho culto? ¿Significa eso que estamos ante una religión organizada?-.
-Sí, pero no... En realidad, he empleado la palabra "culto" de manera un tanto incorrecta. Como he dicho, se trata más bien de una veneración supersticiosa. No nos consta que haya sacerdotes, ni ritos, ni nada de eso ¿Por qué te importa tanto? Creía que deseabas saber cómo matarlos, no cómo adorarlos-.
Alara se cruzó de brazos y frunció el ceño.
-¡Mi misión también es informarme acerca de esas repugnantes supersticiones heréticas! Y una veneración al Gran Gusano no me ha sonado nada bien. Y tampoco creo que le suene bien a la Palatina de mi Orden-.
Mathias lanzó un suspiro.
-Por el Trono, se me había olvidado que estaba hablando con una Hermana de Batalla. La verdad es que con esa túnica blanca y negra podrías pasar por una acólita inquisitorial más. Me cuesta recordar lo que eres al verte sin servoarmadura-.
-No llevamos todo el tiempo la servoarmadura- le dijo Alara, molesta. Ya estaba más que acostumbrada a las ideas preconcebidas que casi todos los ciudadanos imperiales tenían sobre ellas, pero por algún motivo la fastidiaba que Mathias también las tuviera.- Sólo nos la ponemos en misión de combate o en actos ceremoniales solemnes. Y sí, el corte de pelo es obligatorio por reglamento, y no, las que tienen el pelo blanco no es por haber visto a un demonio sino porque se lo tiñen, y no, el Adepta Sororitas no está lleno de lesbianas. Lo digo para ahorrarte las siguientes tres preguntas-.
Mathias levantó las dos manos en señal de rendición.
-Vale, vale; disculpa si te han molestado mis palabras. No tenía intención de ofenderte-.
Parecía entristecido, y el corazón de Alara se ablandó.
-Perdóname tú a mí por ponerme así. Es que estoy harta de los prejuicios que mucha gente tiene sobre nosotras. Nadie nos mira como si fuésemos personas reales. No niego que nuestras vidas estén muy controladas y nuestra disciplina sea rígida, y también es cierto que raramente tenemos la oportunidad de mezclarnos con los demás ciudadanos, sobre todo si no pertenecen de alguna manera a la Santa Eclesiarquía, ¡pero seguimos siendo humanas!-.
Mathias esbozó una media sonrisa.
-Lo sé- respondió.- No tienes que preocuparte de eso en lo que a mí respecta. Para mí, tú sigues siendo simplemente Alara. Mi amiga Alara. Si es que aún me consideras tu amigo después de veinte años, claro-.
En ese momento, la voz entrecortada de un Mathias niño le vino a la memoria.
"Siempre seré tu amigo".
Se le hizo un nudo en la garganta.
-Claro que sí- susurró.
Él volvió a mirarla fijamente durante un instante, antes de apartar los ojos y volver al tema. Le contó cómo los dinovermos se desplazaban reptando por la tierra húmeda y fangosa o por el lecho de los ríos, cómo cazaban percibiendo las vibraciones de su presa en la superficie y emergiendo de repente para atraparla entre sus fauces tetarlobuladas repletas de dientes engarfiados.
-Una servoarmadura podría resistir todo el viaje hasta el estómago- le explicó.- Aunque su portador quedaría lesionado, y no podría resistir mucho antes de que empezara a disolverse por los ácidos. Una armadura caparazón puede que resistiera los peores daños de la mordedura, pero no resistiría el esófago triturador que hay justo después de la garganta, lleno de más colmillos todavía y capaz de estrujar con una fuerza descomunal. Los dinovermos no tienen mandíbulas y no pueden masticar, de modo que ese esófago se encarga de destrozar la carne y triturar los huesos, preparándolos para la digestión-.
Alara hizo una mueca de repugnancia.
-Menuda pinta deben tener los que acaban ahí dentro-.
-No es agradable, te lo puedo asegurar- dijo Mathias, meneando la cabeza.
-¿Acaso has visto alguno?- inquirió Alara, extrañada.
Mathias pareció incómodo.
-Lord Crisagon alimentó a algunos dinovermos con reos de muerte de la prisión de Prelux. Luego, hizo que los diseccionáramos en distintos momentos de la digestión para observar los efectos-.
Alara frunció el ceño.
-¿Y tú participaste en eso?-. Sabía que cosas así eran necesarias para obtener conocimiento, pero no le resultaban gratas, y al Mathias que ella creía conocer no lo consideraba capaz de observar algo así y quedarse impertérrito.
-No es algo que me guste ni que apruebe, y yo no participé en... la fase activa de alimentación. Aunque sí tuve que encargarme de las disecciones. Lord Crisagon así me lo ordenó-.
Alara sintió una extraña sensación de tristeza.
-Definitivamente, estos veinte años nos han cambiado mucho- murmuró.
Mathias no contestó. Parecía algo apesadumbrado por la reacción de Alara, que por vez primera cobró plena consciencia de que, por muy amigos que hubieran sido en el pasado, dos décadas de separación habían hecho mella entre ellos.
"Conocías al niño", pensó. "Al hombre no lo conoces de nada".
-¿Quieres verlo?- preguntó Mathias de repente.
-¿Qué?-.
-Al dinovermo; ¿quieres verlo?-.
Alara se encogió de hombros.
-Supongo que será interesante ir familiarizándome con ellos-.
Mathias esbozó una leve sonrisa, como si estuviera ideando una broma secreta.
-Ven conmigo-.
Alara dejó sus notas en la mesa y se levantó para seguir a Mathias más allá de la cristalera hasta la puerta metálica, que resultó ser la entrada a un ascensor. Él pulsó un botón, y descendieron dos niveles, tras lo cual empujó la puerta para salir. Allí, Alara pudo contemplar el auténtico laboratorio: una sala gigantesca llena de mesas alargadas, microscopios, alambiques, probetas y muchos más instrumentos científicos que no hubiera podido nombrar. En una mesa metálica particularmente larga, Alara vio un cuerpo blanquecino y viscoso extendido de lado a lado.
-Este es el ejemplar que he diseccionado- le explicó Mathias.- Te lo puedo mostrar luego, si quieres, pero no es lo que te quería enseñar-.
La condujo hasta una última puerta, situada al fondo de la enorme sala. Pasó su tarjeta de identificación por el lector para abrirla, y encendió las luces. Allí, Alara vio un gran tanque de agua, en el cual flotaba como adormilado un gusano descomunal. Tenía el mismo color blanquecino que el diseccionado, pero su tamaño era aún mayor.
-No parece haberse dado cuenta de que has encendido la luz- observó Alara.
-Eso es porque son ciegos- le explicó Mathias, acercándose al tanque y haciéndole un gesto para que ella también se acercara.- Sus sentidos básicos son el tacto y el oído. Perciben las vibraciones, tanto en la tierra como en el aire. Por ejemplo, mira qué pasa si...
Golpeó con el puño el cristal del tanque. Al instante, el monstruo se estremeció, y con la rapidez atávica de un depredador, se abalanzó contra el cristal abriendo sus fauces erizadas de colmillos, justo en frente de Alara. Ella se limitó a enarcar una ceja.
-Vaya- dijo con tranquilidad.- Francamente aterrador-.
Mathias puso una cara de asombro y decepción casi cómica.
-Sororitas- murmuró, enfurruñado.
Alara lanzó una carcajada burlona.
-Vas a tener que mostrarme mucho más que eso para impresionarme- bromeó.
Subieron de nuevo a la sala de reuniones, dejando el laboratorio atrás. Mientras ascendían, el agujero que sentía en el estómago le reveló a Alara que se acercaba la hora de cenar.
-Creo que debo marcharme- dijo.- Se hace tarde, y no puedo faltar a la oración vespertina-.
-Confío en que la información que te he dado haya sido suficiente- dijo Mathias.- Aunque claro, si no lo es, siempre puedes volver otro día...
Alara sonrió.
-Se me acaba de ocurrir una idea. Tendría que consultarla con la Hermana Superiora, claro, pero, ¿te vendría bien venir a mi convento para dar una conferencia acerca de todo lo que me has explicado a mí? Así todas mis hermanas compartirían mi conocimiento y tendrían la posibilidad de preguntarte las dudas que les surgieran. ¿Qué te parece?-.
-Estaré encantado de dar esa conferencia si a tu Superiora le parece útil. Ten, apunta el número de mi vocófono; así podrás llamarme en cuanto te digan algo-.
Tras darle el número, él la acompañó hasta la salida. Cuando llegaron al vestíbulo, los recibió la mirada escrutadora de la Adepta Orbiana, que aún se encontraba allí.
-Adiós- se despidió Alara.
-Adiós- contestó Orbiana con voz seca, casi como si la contrariara tener que devolverle la despedida.
-Vieja bruja- masculló Alara.
Mathias se rió.
-No te tomes a mal el carácter de Orbiana- le dijo en voz baja.- Se pasa el día gruñendo, pero en el fondo no es mala persona. Algunos de nosotros tenemos la teoría de que se debe a que está un poco enamoriscada de nuestro Jefe de Seguridad, y él no le hace mucho caso. De momento. Aunque todo se andará, ¿no crees?-.
Alara se encogió de hombros.
-La verdad es que no entiendo mucho de esas cosas- admitió.
-Ah, claro- suspiró Mathias.- La pureza y castidad de las Sororitas. Entiendo-.
-Celibato- puntualizó Alara.
-¿Cómo dices?- inquirió él, sorprendido.
-Hacemos voto de celibato, no de castidad- le explicó Alara, aunque se sentía algo incómoda con aquel tema.- No podemos casarnos ni tener hijos, pero técnicamente hablando no tenemos prohibidas las relaciones... eh... sentimentales-.
-¿De veras?- preguntó Mathias, mirándola fijamente.- ¿Y por qué está tan extendida la creencia de que todas las Hermanas de Batalla son... este... castas?-.
-Bueno, realmente muy pocas de nosotras tenemos ocasión de entablar ese tipo de relaciones alguna vez. Quiero decir que, haciendo vida monacal y saliendo sólo para luchar en campaña o cumplir alguna misión de apoyo o escolta, ¿qué oportunidad hay de conocer a alguien? Las hospitalarias o las dialogantes podrían tener ocasión, pero las militantes... bueno, digamos que sólo las que se retiran del servicio activo a un destino más tranquilo podrían tener ocasión de ello, y eso no sucede hasta que llegan a la madurez. Y aún así, nuestros deberes rara vez nos permiten disponer libremente de nuestro tiempo-.
Miró al suelo, turbada. Nunca había hablando de aquel tema con nadie. Al ver que Mathias no contestaba, volvió la vista a él y esbozó una sonrisa tímida.
-Bueno... tengo que irme, de verdad. No quiero llegar tarde. Espero que volvamos a vernos pronto; me alegro mucho de haberte encontrado-.
Él también sonrió.
-Yo también, Alara. Llámame cuando sepas algo acerca de la conferencia-.

7 comentarios:

  1. Está muy bien que cada capítulo tenga su interludio con episodios de la vida pasada de Alara. Ayuda mucho a conectar con el personaje y saber por qué después se convierte en lo que es ahora :-)

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  2. Si me lo permites, seguramente abrás revisado el texto varias veces pero aún así, a veces se nos pasan detalles (ya sea por escribir rápido o por algún corrector), no quiero ser puntilloso pero por si te ayuda y no molesta, decirte que esto a mi por lo menos me suena raro. Me refiero a la frase "junto en frente de Alara" ¿no querrias decir "justo en frente de Alara"?:
    Golpeó con el puño el cristal del tanque. Al instante, el monstruo se estremeció, y con la rapidez atávica de un depredador, se abalanzó contra el cristal abriendo sus fauces erizadas de colmillos, junto en frente de Alara. Ella se limitó a enarcar una ceja.
    Espero no te moleste el comentario, si es así solo tienes que decirlo.

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    1. ¡Qué va a molestarme! Muchísimas gracias. Como "junto" también es una palabra existente en castellano, el corrector ortográfico no la detecta y al releer lo escrito se puede escapar muy fácilmente. Corregido, y muy agradecida. Espero que te guste la historia ^_^

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    2. Me alegro. La historia por lo que lleva va muy bien, bastante por encima de las pocas novelas de WH40K que he leido. Sigue así.

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  3. La escena con el gusano me ha gustado mucho. Y aprecio el detalle de que Alara y Mathias tengan un acondicionamiento progresivo, se reconocen por el cariño infantil que se tenían pero al mismo tiempo se están "probando" mutuamente como adultos y volviendo a conocerse entre ellos.

    Me ha matado el nombre del gusano, Vermilio xDDD, eso es cosa de Tindomion xDD, seguro xDDDD

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