A fe y fuego

A fe y fuego

lunes, 18 de mayo de 2015

Capítulo 2



A.D. 819M40. Galvan (Tarion), Sistema Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.


Los Farlane y los Trandor siempre celebran juntos el Día del Emperador. Se ha convertido en una tradición familiar, y este año no es ninguna excepción. Las festividades duran una semana en Tarion, como en todos planetas civilizados, pero el día grande, sin duda, es el de la Ascensión.
Por la mañana, las dos familias se han levantado temprano y, tras vestirse con sus mejores galas, se han encaminado a la catedral. Alara ha ido de la mano de su padre, muy orgullosa de su vestido blanco nuevo y la linda cinta que decora su negra cabellera. Sus dos hermanos mayores, Duncan y Kevan, se han vestido de punta en blanco, con pantalones largos, botas lustrosas, camisa blanca y casaca impoluta. Marcus se ha puesto su uniforme de gala de capitán de la Guardia Imperial, y Selene ha elegido un hermoso vestido de muselina color azul cielo, con un tocado floreado en los cabellos. La catedral estaba decorada con estandartes y flores, e iluminada por miles de velas encendidas. El Obispo llevaba puesta la túnica dorada de gala preceptiva para las fiestas mayores. Incluso los pequeños Mathias y Alara se han comportado de manera discreta y formal en la ceremonia, tratando de imitar a sus mayores y tarareando con sus vocecillas infantiles los himnos cuando no recordaban la letra.
Pero a las doce del mediodía, tras finalizar el servicio religioso y recibir la bendición del Obispo, todos los habitantes de Galvan regresan a sus casas para continuar la fiesta de un modo más informal. En el caso de las familias que viven en el distrito militar, la celebración continúa en la Pradera. No se llama de ningún modo especial, es simplemente la Pradera: una gran extensión de hierba verde y aterciopelada que a principios de verano, cuando tiene lugar la festividad, está cubierta de flores: margaritas, violetas, dientes de león, y también drusillas y alcáridas, un tipo de flores autóctonas del planeta Tarion que lucen como estrellas doradas las primeras y como capullos rojos moteados de púrpura las segundas. Delimitan la pradera al norte un magnífico bosque de álamos, sauces y robles, y al sur un maravilloso lago de aguas cristalinas, habitado por moluscos de agua dulce e inofensivos pececillos, ideal para que los niños y los jóvenes se bañen, jueguen y alivien el calor.
Los Trandor y los Farlane, vestidos ya de manera más informal, se reúnen y caminan juntos hasta llegar a la Pradera, donde cientos de familias se están instalando ya con sus mesas plegables, sus sillas portátiles y sus cestas de picnic. Apenas llegan, los hombres empiezan a montar el mobiliario, las mujeres a sacar las cestas con el almuerzo, y los niños a jugar. Duncan saca una pelota y empieza a pasársela a Martin, el hijo mayor de los Trandor; los dos muchachos tienen trece años y están pletóricos de energía. Helena Trandor, de once, otea las proximidades en busca de sus amigas. Kevan comienza a charlar animadamente con Anton, un par de años menor que él. En cuanto a Mathias y Alara, ven a un grupo de críos de su edad correteando, entre los que se cuentan sus amigos Thomas, Adrien, Octavia y Valeria, y cruzan una mirada, calibrando si echar a correr a la vez para unirse a ellos, pero en ese momento la voz de sus madres los distraen.
-¡A la mesa! ¡La comida está lista!-.
Las dos familias disfrutan juntas de los platos fríos que las mujeres han preparado para el picnic. Marcus, Randall, Selene y Alyssa disfrutan de un ligero y refrescante licor tariano aromatizado con flores silvestres, mientras que sus hijos beben zumos de fruta y refrescos burbujeantes. Al terminar, el calor aprieta, Cadwen Astrum está en su apogeo, y los niños se quitan las ropa, revelando los trajes de baño que llevan debajo, y corren hacia el lago entre alegres risas. Mathias y Alara corren junto a sus hermanos mayores, seguidos de cerca por sus madres. Ambos niños se meten en el agua con un chillido de excitación.
-¡Qué fría está!- chilla Alara.
-¡Cobardica!- se burla Mathias, salpicándole agua con las manos.
Otra niña tal vez se hubiera enfadado, pero Alara se echa a reír.
-¿Cobardica yo? ¡Ahora verás!- exclama con voz alegre.
Y los dos niños se enzarzan en una batalla de agua. El sonido del chapoteo y las carcajadas de los niños, claras y vibrantes como campanillas, se mezcla con las risas de sus madres.





Año 844 del Milenio 40. El Espacio Exterior. Segmento Tempestuoso.


-Recuerden que se sentirán un poco raras, justo antes de desvanecerse y al poco de despertar- dijo la tecnosacerdotisa. Su voz serena y modulada, carente de entonación, resultó ligeramente inquietante para Alara. Era casi como oír hablar a una máquina.- Los síntomas suelen incluir debilidad, confusión, falta de coordinación motora y mareos. Su duración oscilará entre quince minutos y dos horas. Si al cabo de ese tiempo la sintomatología persiste, por favor contacten con uno de nosotros-.
En los viajes interestelares que duran más de un mes, se somete a los viajeros a un estado de animación suspendida, una estasis inconsciente que perdura durante todo el salto a la Disformidad. Aquel viaje no iba a ser una excepción. Alara ya lo había hecho otras veces: cuando viajó desde Tarion a Kerbos, de Kerbos a Ophelia, y en un par de idas y venidas más entre Ophelia y Kerbos. Había llegado a acostumbrarse a aquellos dos planetas: el maravilloso mundo santuario donde se erguía el impresionante Convento Sanctorum, con sus torres góticas, sus escalinatas de piedra blanca y sus largos pasillos coronados por arcos apuntados, y la populosa capital imperial del Sistema Kerbos, vagamente parecida a Tarion pero sin tanta naturaleza, sin los lagos azules ni las praderas verdes, ni la granjas, ni los bosques de arboles altos plenos de follaje cuyas copas susurraban con el viento...
Ahora se encaminaba a un lugar completamente nuevo: el planeta Vermix. El Gladis Astra, crucero espacial clase Legatus que transportaría a Alara y a las demás Sororitas hasta allí, ya navegaba a toda velocidad por el espacio. A través de los cristales blindados del mirador principal sur, la hermosa esfera de Ophelia VII se veía cada vez más pequeña. Alara apoyó las manos en el cristal, sintiendo la ya familiar punzada de un dolor antiguo en el corazón.
Mathias, susurró su mente, y ella apartó la vista para alejar el recuerdo. Veinte años más tarde, seguía sin poder disociar la visión de un planeta en la inmensidad espacial a través del mirador de una nave del recuerdo de Mathias Trandor. Uno de sus últimos recuerdos. Y con Mathias, llegaron sus padres. La dulce sonrisa de Selene, la mirada tierna y protectora de Marcus. Las risas traviesas de Duncan y Kevan. Al cabo del tiempo había aprendido a recordarlos así; vivos, felices, sanos y sonrientes. Era preferible a rememorar el último recuerdo que conservaba de sus cuerpos destrozados, tirados en el suelo junto a un charco de sangre. Al menos, en el caso de su madre y Kevan. No le habían permitido ver el cuerpo de su padre, y en cuanto a Duncan, apenas había quedado nada que enterrar. Todos aquellos a quienes había amado estaban muertos, a excepción de Octavia y Valeria, que siempre habían sido sus amigas y ahora eran sus hermanas. Mathias también seguía vivo, pero en lo que a Alara respectaba era como si estuviera muerto. Hacía tiempo que había asumido que no volvería a verlo jamás. No después de que las fuerzas del Caos penetraran en Galvan, de que atacasen la zona residencial del distrito militar de la Guardia Imperial lanzando bombas incendiarias sobre sus hogares y masacrando a sus familias, de que Valeria, Octavia, Mathias y ella se quedaran solos en el mundo, de...
"Basta". Alara se mordió con fuerza el labio inferior hasta hacerse daño, parpadeando para disipar las lágrimas. "Las Hijas del Emperador no lloran".
La voz de la tecnosacerdotisa la devolvió a la realidad.
-Síganme, hermanas, por favor-.
Todas las hermanas del Sororitas siguieron la alta y estilizada figura de la mujer, envuelta en una larga túnica roja con los emblemas del Adeptus Mechanicus. Esta las condujo a la Sala de Soporte Vital, donde una larga hilera de cápsulas se alineaban a ambos lados de un pasillo que se extendía varios centenares de metros.
Mientras las tecnomantes iban y venían preparando el material médico necesario para sostener a las pasajeras durante la travesía, la Palatina Sabina reunió en torno suyo a todas las Sororitas para entonar la oración tradicional que todos los fieles rezaban antes de emprender un viaje por la Disformidad. Alara cruzó las manos sobre el pecho formando el signo del águila mientras oraba a una voz con sus compañeras.
-Oh, eterno Emperador
Que nos miras en soledad
Y mandas sobre las mareas y tormentas
Ten compasión de tus siervas
Presérvanos de los peligros de la Disformidad
Para que estemos a salvo en el dominio de los hombres-.
Un breve silencio siguió a la oración, que fue roto finalmente por la Palatina.
-Que el Emperador nos proteja, Hermanas. Ocupen sus asientos-.
Cada Hermana se introdujo en una cápsula. Alara comenzó a desnudarse mientras las otras mujeres de su pelotón hacían lo propio: Tharasia, la Hermana Ejecutora que lideraba su pelotón; Silvia, la experta en manejar el rifle de fusión; Cecilia, que tras las horribles quemaduras que había sufrido durante la Masacre de Galvan siendo una niña sentía fascinación por el lanzallamas; Theodora, Annabella y Claudia, tiradoras de precisión como ella. Y un poco más lejos, junto a sus compañeras dialogantes y hospitalarias, Octavia y Valeria.
En aquel momento, sonó un mensaje por megafonía.
-Atención, por favor. Les habla el capitán. Se ruega a los pasajeros ocupen sus cápsulas. Faltan cincuenta minutos para efectuar el Salto Disforme-.
Vestida tan sólo con una bata blanca, Alara dejó que una de las tecnosacerdotisas de la nave le ajustara los miembros con correas, la sondara y le inyectara sendas vías en el hueco del codo. Una de ellas serviría para mantenerla hidratada y alimentada mediante un suero que contenía todos los nutrientes esenciales. La otra le inocularía el psicofármaco que mantendría su cuerpo y su mente en estasis, sin soñar y sin ser consciente del paso del tiempo. Pasarían tres meses antes de que la nave arribase a su destino.
-Cierre los ojos y relájese, por favor- le dijo la tecnosacerdotisa.
Alara relajó los miembros y cerró los ojos. Al cabo de un momento, sintió como un líquido frío se introducía por la vía y comenzaba a correrle por las venas.
-Respire hondo. Cuente hasta diez-.
-Uno- contó Alara. El frío se extendió por su brazo, cada vez más arriba, hasta el codo.- Dos, tres, cuatro, cinco...
Cuando la gelidez alcanzó su corazón, Alara dejó de contar. Ya estaba inconsciente.

3 comentarios:

  1. Buenas noches.

    Me gusta como escribes y la ambientación sobre las Hermanas de Batalla me parece muy interesante.
    Sólo tengo una "pega"...no recuerdo haber leido sobre la hibernacion en los viajes a traves del Inmaterium en ninguna novela de WH 40000.
    Pero son tus relatos y tu creación y los respeto.

    Un saludo y enhorabuena por tu historia.

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  2. ¡Hola!

    Muchas gracias por comentar. Lo de la hiberanción lo he metido basándome en el trasfondo del juego de rol "Dark Heresy", basado en 40K, en el que se supone que sí se usa la hibernación en los viajes largos. Muchas de las cuestiones trasfondísticas de esta historia se basan en el reglamento del "Dark Heresy" por no haber encontrado mejor referencia para ello en el trasfondo normal de 40K.

    ¡Un saludo! ^^

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  3. Lo mismo leo el siguiente y me das la sorpresa...pero esto huele a que Alara se reencontrará con Mathias y terminará habiendo salseo entre ellos :D.

    Me gusta el contraste entre lo casi bucólico del flashback y la imagen de fría nave y fría actitud que tienen como hermanas de batalla porque tienen una misión y se tienen que preparar para el viaje.
    Quizás...de momento (a lo mejor me equivoco, ya veremos) lo de Mathias/Alara va siendo un poco predecible...

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