A.D. 819M40. Galvan (Tarion), Sistema Cadwen, Sector Sardan, Segmento
Tempestuoso.
Los Farlane y los Trandor siempre celebran
juntos el Día del Emperador. Se ha convertido en una tradición familiar, y este
año no es ninguna excepción. Las festividades duran una semana en Tarion, como
en todos planetas civilizados, pero el día grande, sin duda, es el de la
Ascensión.
Por la mañana, las dos familias se han
levantado temprano y, tras vestirse con sus mejores galas, se han encaminado a
la catedral. Alara ha ido de la mano de su padre, muy orgullosa de su vestido
blanco nuevo y la linda cinta que decora su negra cabellera. Sus dos hermanos
mayores, Duncan y Kevan, se han vestido de punta en blanco, con pantalones
largos, botas lustrosas, camisa blanca y casaca impoluta. Marcus se ha puesto
su uniforme de gala de capitán de la Guardia Imperial, y Selene ha elegido un
hermoso vestido de muselina color azul cielo, con un tocado floreado en los
cabellos. La catedral estaba decorada con estandartes y flores, e iluminada por
miles de velas encendidas. El Obispo llevaba puesta la túnica dorada de gala
preceptiva para las fiestas mayores. Incluso los pequeños Mathias y Alara se
han comportado de manera discreta y formal en la ceremonia, tratando de imitar
a sus mayores y tarareando con sus vocecillas infantiles los himnos cuando no
recordaban la letra.
Pero a las doce del mediodía, tras finalizar
el servicio religioso y recibir la bendición del Obispo, todos los habitantes
de Galvan regresan a sus casas para continuar la fiesta de un modo más
informal. En el caso de las familias que viven en el distrito militar, la celebración
continúa en la Pradera. No se llama de ningún modo especial, es simplemente la
Pradera: una gran extensión de hierba verde y aterciopelada que a principios de
verano, cuando tiene lugar la festividad, está cubierta de flores: margaritas,
violetas, dientes de león, y también drusillas y alcáridas, un tipo de flores
autóctonas del planeta Tarion que lucen como estrellas doradas las primeras y
como capullos rojos moteados de púrpura las segundas. Delimitan la pradera al
norte un magnífico bosque de álamos, sauces y robles, y al sur un maravilloso
lago de aguas cristalinas, habitado por moluscos de agua dulce e inofensivos
pececillos, ideal para que los niños y los jóvenes se bañen, jueguen y alivien
el calor.
Los Trandor y los Farlane, vestidos ya de
manera más informal, se reúnen y caminan juntos hasta llegar a la Pradera,
donde cientos de familias se están instalando ya con sus mesas plegables, sus
sillas portátiles y sus cestas de picnic. Apenas llegan, los hombres empiezan a
montar el mobiliario, las mujeres a sacar las cestas con el almuerzo, y los
niños a jugar. Duncan saca una pelota y empieza a pasársela a Martin, el hijo
mayor de los Trandor; los dos muchachos tienen trece años y están pletóricos de
energía. Helena Trandor, de once, otea las proximidades en busca de sus amigas.
Kevan comienza a charlar animadamente con Anton, un par de años menor que él.
En cuanto a Mathias y Alara, ven a un grupo de críos de su edad correteando,
entre los que se cuentan sus amigos Thomas, Adrien, Octavia y Valeria, y cruzan
una mirada, calibrando si echar a correr a la vez para unirse a ellos, pero en
ese momento la voz de sus madres los distraen.
-¡A la mesa! ¡La comida está lista!-.
Las dos familias disfrutan juntas de los
platos fríos que las mujeres han preparado para el picnic. Marcus, Randall,
Selene y Alyssa disfrutan de un ligero y refrescante licor tariano aromatizado
con flores silvestres, mientras que sus hijos beben zumos de fruta y refrescos
burbujeantes. Al terminar, el calor aprieta, Cadwen Astrum está en su apogeo, y
los niños se quitan las ropa, revelando los trajes de baño que llevan debajo, y
corren hacia el lago entre alegres risas. Mathias y Alara corren junto a sus
hermanos mayores, seguidos de cerca por sus madres. Ambos niños se meten en el
agua con un chillido de excitación.
-¡Qué fría está!- chilla Alara.
-¡Cobardica!- se burla Mathias, salpicándole
agua con las manos.
Otra niña tal vez se hubiera enfadado, pero
Alara se echa a reír.
-¿Cobardica yo? ¡Ahora verás!- exclama con
voz alegre.
Y los dos niños se enzarzan en una batalla de agua. El
sonido del chapoteo y las carcajadas de los niños, claras y vibrantes como
campanillas, se mezcla con las risas de sus madres.
Año 844 del Milenio 40. El Espacio Exterior. Segmento Tempestuoso.
-Recuerden que se sentirán un poco raras,
justo antes de desvanecerse y al poco de despertar- dijo la tecnosacerdotisa.
Su voz serena y modulada, carente de entonación, resultó ligeramente
inquietante para Alara. Era casi como oír hablar a una máquina.- Los síntomas
suelen incluir debilidad, confusión, falta de coordinación motora y mareos. Su
duración oscilará entre quince minutos y dos horas. Si al cabo de ese tiempo la
sintomatología persiste, por favor contacten con uno de nosotros-.
En los viajes interestelares que duran más de
un mes, se somete a los viajeros a un estado de animación suspendida, una
estasis inconsciente que perdura durante todo el salto a la Disformidad. Aquel
viaje no iba a ser una excepción. Alara ya lo había hecho otras veces: cuando
viajó desde Tarion a Kerbos, de Kerbos a Ophelia, y en un par de idas y venidas
más entre Ophelia y Kerbos. Había llegado a acostumbrarse a aquellos dos
planetas: el maravilloso mundo santuario donde se erguía el impresionante
Convento Sanctorum, con sus torres góticas, sus escalinatas de piedra blanca y
sus largos pasillos coronados por arcos apuntados, y la populosa capital
imperial del Sistema Kerbos, vagamente parecida a Tarion pero sin tanta
naturaleza, sin los lagos azules ni las praderas verdes, ni la granjas, ni los
bosques de arboles altos plenos de follaje cuyas copas susurraban con el
viento...
Ahora se encaminaba a un lugar completamente
nuevo: el planeta Vermix. El Gladis Astra,
crucero espacial clase Legatus que transportaría a Alara y a las demás Sororitas
hasta allí, ya navegaba a toda velocidad por el espacio. A través de los
cristales blindados del mirador principal sur, la hermosa esfera de Ophelia VII
se veía cada vez más pequeña. Alara apoyó las manos en el cristal, sintiendo la
ya familiar punzada de un dolor antiguo en el corazón.
Mathias, susurró su mente, y ella apartó la vista
para alejar el recuerdo. Veinte años más tarde, seguía sin poder disociar la
visión de un planeta en la inmensidad espacial a través del mirador de una nave
del recuerdo de Mathias Trandor. Uno de sus últimos recuerdos. Y con Mathias,
llegaron sus padres. La dulce sonrisa de Selene, la mirada tierna y protectora
de Marcus. Las risas traviesas de Duncan y Kevan. Al cabo del tiempo había
aprendido a recordarlos así; vivos, felices, sanos y sonrientes. Era preferible
a rememorar el último recuerdo que conservaba de sus cuerpos destrozados,
tirados en el suelo junto a un charco de sangre. Al menos, en el caso de su
madre y Kevan. No le habían permitido ver el cuerpo de su padre, y en cuanto a
Duncan, apenas había quedado nada que enterrar. Todos aquellos a quienes había
amado estaban muertos, a excepción de Octavia y Valeria, que siempre habían
sido sus amigas y ahora eran sus hermanas. Mathias también seguía vivo, pero en
lo que a Alara respectaba era como si estuviera muerto. Hacía tiempo que había
asumido que no volvería a verlo jamás. No después de que las fuerzas del Caos
penetraran en Galvan, de que atacasen la zona residencial del distrito militar
de la Guardia Imperial lanzando bombas incendiarias sobre sus hogares y
masacrando a sus familias, de que Valeria, Octavia, Mathias y ella se quedaran
solos en el mundo, de...
"Basta". Alara se mordió con
fuerza el labio inferior hasta hacerse daño, parpadeando para disipar las lágrimas.
"Las Hijas del Emperador no lloran".
La voz de la tecnosacerdotisa la devolvió a
la realidad.
-Síganme, hermanas, por favor-.
Todas las hermanas del Sororitas siguieron la
alta y estilizada figura de la mujer, envuelta en una larga túnica roja con los
emblemas del Adeptus Mechanicus. Esta las condujo a la Sala de Soporte Vital,
donde una larga hilera de cápsulas se alineaban a ambos lados de un pasillo que
se extendía varios centenares de metros.
Mientras las tecnomantes iban y venían
preparando el material médico necesario para sostener a las pasajeras durante
la travesía, la Palatina Sabina reunió en torno suyo a todas las Sororitas para
entonar la oración tradicional que todos los fieles rezaban antes de emprender
un viaje por la Disformidad. Alara cruzó las manos sobre el pecho formando el
signo del águila mientras oraba a una voz con sus compañeras.
-Oh,
eterno Emperador
Que nos miras en
soledad
Y mandas sobre las
mareas y tormentas
Ten compasión de
tus siervas
Presérvanos de los
peligros de la Disformidad
Para que estemos a
salvo en el dominio de los hombres-.
Un breve silencio siguió a la oración, que
fue roto finalmente por la Palatina.
-Que el Emperador nos proteja, Hermanas.
Ocupen sus asientos-.
Cada Hermana se introdujo en una cápsula. Alara
comenzó a desnudarse mientras las otras mujeres de su pelotón hacían lo propio:
Tharasia, la Hermana Ejecutora que lideraba su pelotón; Silvia, la experta en
manejar el rifle de fusión; Cecilia, que tras las horribles quemaduras que
había sufrido durante la Masacre de Galvan siendo una niña sentía fascinación
por el lanzallamas; Theodora, Annabella y Claudia, tiradoras de precisión como ella. Y un
poco más lejos, junto a sus compañeras dialogantes y hospitalarias, Octavia y
Valeria.
En aquel momento, sonó un mensaje por
megafonía.
-Atención, por favor. Les habla el capitán.
Se ruega a los pasajeros ocupen sus cápsulas. Faltan cincuenta minutos para
efectuar el Salto Disforme-.
Vestida tan sólo con una bata blanca, Alara
dejó que una de las tecnosacerdotisas de la nave le ajustara los miembros con
correas, la sondara y le inyectara sendas vías en el hueco del codo. Una de
ellas serviría para mantenerla hidratada y alimentada mediante un suero que
contenía todos los nutrientes esenciales. La otra le inocularía el psicofármaco
que mantendría su cuerpo y su mente en estasis, sin soñar y sin ser consciente
del paso del tiempo. Pasarían tres meses antes de que la nave arribase a su
destino.
-Cierre los ojos y relájese, por favor- le
dijo la tecnosacerdotisa.
Alara relajó los miembros y cerró los ojos.
Al cabo de un momento, sintió como un líquido frío se introducía por la vía y
comenzaba a correrle por las venas.
-Respire hondo. Cuente hasta diez-.
-Uno- contó Alara. El frío se extendió por su
brazo, cada vez más arriba, hasta el codo.- Dos, tres, cuatro, cinco...
Cuando la gelidez alcanzó su corazón, Alara dejó de
contar. Ya estaba inconsciente.
Buenas noches.
ResponderEliminarMe gusta como escribes y la ambientación sobre las Hermanas de Batalla me parece muy interesante.
Sólo tengo una "pega"...no recuerdo haber leido sobre la hibernacion en los viajes a traves del Inmaterium en ninguna novela de WH 40000.
Pero son tus relatos y tu creación y los respeto.
Un saludo y enhorabuena por tu historia.
¡Hola!
ResponderEliminarMuchas gracias por comentar. Lo de la hiberanción lo he metido basándome en el trasfondo del juego de rol "Dark Heresy", basado en 40K, en el que se supone que sí se usa la hibernación en los viajes largos. Muchas de las cuestiones trasfondísticas de esta historia se basan en el reglamento del "Dark Heresy" por no haber encontrado mejor referencia para ello en el trasfondo normal de 40K.
¡Un saludo! ^^
Lo mismo leo el siguiente y me das la sorpresa...pero esto huele a que Alara se reencontrará con Mathias y terminará habiendo salseo entre ellos :D.
ResponderEliminarMe gusta el contraste entre lo casi bucólico del flashback y la imagen de fría nave y fría actitud que tienen como hermanas de batalla porque tienen una misión y se tienen que preparar para el viaje.
Quizás...de momento (a lo mejor me equivoco, ya veremos) lo de Mathias/Alara va siendo un poco predecible...