A.D
.844M40. Gemdall (Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.
Mathias se siente disgustado y furioso cuando baja a cenar. Aún no entiende
muy bien por qué Alara y él han tenido esa estúpida discusión en Shantuor
Ledeesme. Cuanto más lo piensa, más absurdo le parece.
"¿Qué pretende, que le retire la palabra a Phoebe y a cualquier otra
chica que se me acerque? Si quiere estar conmigo, tiene que aprender a confiar
en mí".
Cuando llega al vestíbulo del hotel, los demás ya están esperando. Lo miran
con extrañeza al ver que baja solo.
-¿Y Alara?- pregunta Octavia.
-Está en la habitación- responde Mathias con voz seca.- No ha querido bajar
a cenar-.
El ceño de Valeria se frunce de un modo casi imperceptible.
-¿Por qué? ¿Le duele el estómago? Será mejor que suba para ver si se
encuentra bien; id pidiendo la cena, que ya llegaré yo-.
Antes de que Mathias pueda replicar, Valeria desaparece en dirección a los
ascensores. De todos modos, decide dejarla marchar sin decir nada; no tiene
ningunas ganas de explicar lo que realmente le pasa a Alara. Y a juzgar por el
hosco mutismo que ha tenido que soportar durante todo el viaje, tampoco cree
que ella se muestre muy habladora.
Entran en el salón comedor y encargan la sopa y el pescado. Los platos
llegan y Valeria se retrasa; ya están terminando el primer plato cuando la
Hospitalaria entra en el salón comedor y se sienta con sus compañeros.
-¿No ha querido bajar?- pregunta Octavia, preocupada.- ¿Qué le ocurre?-.
Valeria se lleva una cucharada de sopa a la boca.
-No está enferma- dice después de tragar.- No te preocupes-.
-¿Entonces sólo se ha quedado ahí porque sigue enfadada? Vaya, me quitas un
peso de encima-.
Octavia se pone a comer con más animación y termina el plato. Mikael sigue
comiendo en silencio, como si el tema no fuese con él. Mathias mira de reojo a
Valeria y se da cuenta de que su amiga le devuelve una mirada llena de
seriedad.
"¿Qué le habrá contado Alara?", se pregunta Mathias. Tiene la
intuición de que no va a gustarle la respuesta. Tampoco le ha gustado la
tranquilidad con que ha hablado Octavia... como si no le extrañase el enfado de
Alara porque ya conoce el motivo.
Terminan de cenar en silencio. Cuando se levantan y van a regresar a sus
habitaciones, Valeria retiene a Mathias.
-Mathias, tienes que hablar con Alara-.
Él echa un vistazo nervioso en rededor. Mikael ya se ha ido al vestíbulo y
el restaurante está casi vacío. Octavia espera junto a la puerta observándolos
con una mirada interrogante. No tiene más remedio que confrontar a Valeria.
-¿Qué te ha contado?- pregunta de mala gana.
-¿Qué crees que me ha contado?- pregunta Valeria a su vez.
Mathias empieza a ponerse nervioso.
-Creía que aquí el inq... vestigador era yo- sisea en voz baja.
Valeria no sonríe.
-En serio, Mathias, ¿qué crees que me ha contado?-.
El joven se encoge de hombros con fastidio.
-Supongo que se habrá dedicado a ponerme verde. Está muy enfadada conmigo-.
-Pues te equivocas de medio a medio. En ambas cosas-.
La respuesta deja a Mathias completamente desconcertado.
"Joder, si las mujeres ya son de por sí difíciles de entender, las
Sororitas ni te cuento".
-No lo entiendo. ¿Ahora qué le pasa?-.
-Le pasa que tiene miedo de perderte. Creo que en el fondo siempre lo ha
tenido, pero se manifestó de pleno cuando apareció la Adepta Aberlindt-.
Mathias lanza un gemido de exasperación.
-¡Joder! No sé cómo explicárselo, de verdad que ya no sé cómo hacerlo.
¡Nunca me he acostado con Phoebe, y no es mi ex novia! Alara se está
comportando como una celosa irracional. ¿Qué tengo que hacer para que me crea?
¿Va a odiar a todas las mujeres que sean mis amigas?-.
-No has entendido nada- dice Valeria, meneando la cabeza.- No entiendes
nada acerca de ella, ¿verdad? No tienes ni idea de cómo ha vivido, de cómo se
siente. Ella te cree; no se trata de eso-.
-Entonces, ¿de qué se trata?-.
-Para empezar, Alara no odia a todas tus amigas. Octavia y yo también lo
somos, y nunca ha tenido ningún problema al respecto. No se trata de que
pretenda tenerte en exclusividad. Alara ha vivido desde los dieciséis años en
un convento de clausura, igual que nosotras, pero nosotras hemos tenido más
contacto social del que ella ha tenido jamás, por ser una Militante. Para los
estándares imperiales es una inepta social, pero eso no significa que sea
estúpida. Tiene ojos en la cara e intuye bastante bien cómo funciona el mundo.
Ha visto a Phoebe Aberlindt y se ha visto a sí misma, y es consciente de que,
como mujer, ella sale perdiendo.
Mathias se siente más confuso que nunca.
-¿De qué diantre estás hablando, Valeria? ¿Qué quieres decir con eso de que
sale perdiendo como mujer?-.
Valeria lo mira como una maestra impaciente miraría a un niño pequeño que
no comprende la lección.
-Phoebe Aberlindt es guapa, es femenina, es una erudita inteligente y tiene
la libertad de vivir donde quiera y formar una familia si le place. Alara tiene
suficiente músculo en el cuerpo para descoyuntar a un grox de una patada, no
tiene la menor idea de sutilezas femeninas y es una monja guerrera atada a una
docena de votos a cual más exigente, entre ellos la obediencia y el celibato.
Dime, Mathias, ¿a cuál de las dos crees que escogería un hombre normal?-.
-Pues... eh... hombre, si lo dices así... -la pregunta lo ha cogido
desprevenido.- ¡Pero yo no soy un hombre normal! Yo quiero a Alara, ¡llevaba
toda mi vida pensando en ella!-.
-Cierto- conviene Valeria.- Y ahora la has encontrado. Pero la Alara que
tienes junto a ti, ¿acaso se parece a la que tenías en la imaginación?-.
-Supongo que no... en el sentido de que no esperaba que fuera una Hermana
del Adepta Sororitas. De hecho, rogaba por que no lo fuera, ya que hasta hace
poco creía que también hacíais voto de castidad. Y claro que su situación
personal no me parece la más propicia del mundo. ¡Pero no me importa! Yo la
quiero tal y como es; me da igual que sea una hermana de batalla. Es verdad que
eso hace las cosas más difíciles, pero no la cambiaría ni por mil eruditas-.
Valeria esboza una sonrisa.
-Lo suponía. Pero ella sufre por ello. Teme que la situación sea demasiado
complicada para ti y acabes buscando una opción más fácil. Alguien que te permita
formar una familia-.
-¿Y ella... ella cree que Phoebe sería...?- Mathias mira a Valeria con
incredulidad.- ¡Eso es una tontería! Phoebe es encantadora, pero nunca la he
visto como una posible pareja. Y ahora que estoy con Alara, todavía menos. De
hecho, me ha fastidiado muchísimo que Alara y ella hayan empezado con mal pie.
Tenía la esperanza de que se hicieran amigas-.
-Pues no has escogido un buen modo de conseguirlo- dice Valeria, mordaz.-
¿Tú qué harías si tuvieras novia y tu primer contacto con un amigo suyo fuera
ver cómo corre hacia ella y la toma entre sus brazos?-.
-Pero si yo no... -Mathias se sonroja ligeramente.- Yo no tuve nada que ver
con eso. Phoebe es muy efusiva y se alegró de verme; ¿que querías que hiciera?
¿Quitármela de encima?-.
-Eso es lo de menos, Mathias. Lo que estoy intentando es que entiendas cómo
se siente Alara. Está confundida y se siente muy desdichada; la mitad de lo que
te he contado no lo comprendía ni ella misma hasta que hemos hablado. No se
trata de que tenga celos irracionales o sea una persona controladora; lo único
que le pasa es que tiene miedo de perderte-.
Mathias siente un ramalazo de tristeza. Su enfado se ha ido evaporado a
medida que escuchaba las palabras de Valeria.
-No quiero que sufra. No quiero que sea infeliz. Y no quiero a ninguna otra
mujer. Se lo habría dicho si hubiera hablado conmigo en lugar de cerrarse como
una ostra-.
Valeria suspira.
-Aún suponiendo que Alara hubiera entendido lo que le estaba pasando, por
la espada de Santa Mina que habría preferido reventar antes de contártelo. No
habría soportado mostrar ante ti lo que ella considera debilidad-.
-Entiendo- dice él en voz baja.
-¡Eh!- les llama Octavia desde la puerta del restaurante.- ¡Mikael dice que
Alara ya viene!-.
-Vámonos- ordena Valeria.- Es mejor que no sospeche que hemos estado
hablando. Ya aclararéis las cosas más tarde-.
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Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.
Pasaban dos horas de la medianoche cuando Alara
y sus compañeros regresaron al hotel Solaris. Tras recabar la información que
necesitaba, Octavia consiguió librarse de los coqueteos de Reen gracias a la intervención
de Mikael, que se presentó junto a la mesa fingiendo ser la pareja de Octavia.
Reen pareció bastante decepcionado, aunque Octavia se las arregló para quedar
bien con él gracias a sus habilidades sociales de hermana Dialogante. Antes de
que se marcharan, Reen les escribió en un papel la dirección de Elsa Brümmer y
se excusó sinceramente por no poder acompañarles, ya que trabajaba a turnos en
una empresa de distribución de mercancía y no tenía tiempo para ir a visitar a
su abuela, que vivía casi a una hora de distancia en coche de Gemdall.
-No os preocupéis- les dijo.- Le daré un toque
por el vocofonador para avisarle de que iréis-.
Caía una llovizna fina y persistente cuando el
taxi que habían tomado junto al Volinkas los dejó junto al hotel. Tras desearse
buenas noches, cada cual se dirigió a su habitación. Apenas hubieron cerrado la
puerta a sus espaldas, Mathias cogió a Alara de la mano.
-Alara, por favor, ¿podemos hablar? No quiero
que sigamos enfadados-.
Alara le miró. Tras la cena de la que ella había
estado ausente, el enojo se Mathias se había evaporado. Se preguntó si acaso
Valeria había hablado con él después de visitarla a ella, aunque no le parecía
probable; tendría que haberlo hecho durante la cena, delante de los demás, y
Alara no la creía tan indiscreta.
-Ya no estoy enfadada- dijo.
Mathias no parecía muy convencido.
-Alara, escúchame, yo sólo te quiero a ti. No
hay nadie en el mundo que...
-No quiero hablar del tema- le cortó Alara.
Mathias pareció herido, y ella se entristeció.
No había pretendido ser brusca con él, pero conversar acerca de Phoebe
Aberlindt se le antojaba incómodo y desagradable. Era un tema que no tenía la
menor intención de volver a tratar. Al fin y al cabo, ¿cuándo la volverían a
ver? Sin duda, no hasta que la misión finalizara, ya que la joven se había
quedado investigando Shantuor Ledeesme con el Interrogador Kyrion. Y, de todos
modos, Valeria tenía razón. Después de orar, Alara lo había visto muy claro. Se
sometería a la voluntad y a los designios del Emperador, como siempre había
hecho. Él la había reunido con Mathias, y Él seguiría siendo que les marcara el
camino. Ninguna erudita pretenciosa y remilgada con aspecto de florecilla iba a
cambiar eso.
-Perdona- dijo.- No quería ser descortés. Es
sólo que, de verdad, no quiero hablar del tema. ¿No podemos dejarlo estar?-.
-Sólo quiero dejarte claros mis sentimientos-
insistió él.- Yo nunca...
Al ver que él seguía hablando, Alara decidió
acabar la conversación de la forma más efectiva que se le ocurrió: agarró a
Mathias por la nunca y le dio un beso profundo y apasionado.
-Vaya- dijo él con una sonrisa nerviosa cuando
se separaron.- Me alegro de ver que en verdad ya no estás enfadada...
Alara volvió a besarle, lo arrojó de un empujón
sobre la cama y comenzó a quitarle la ropa a toda velocidad mientras le
recorría el cuello con la lengua. Mathias se rindió a ella de buena gana. A
juzgar por el gemido de anhelo y avidez que emergió de su garganta cuando ella
se quitó la blusa, tampoco tenía ya ningunas ganas de hablar acerca de Phoebe
Aberlindt.
Al día siguiente, a media mañana, partieron
hacia Romwall. Alara no había dormido mucho aquella noche, pero no acusaba la
falta de sueño. Se sentía pletórica, llena de nuevo de energía y confianza en
sí misma. Mathias, que tampoco había dormido demasiado, cruzaba con ella
miradas cómplices y le sonreía.
A pesar de las indicaciones de Reen, el viaje se
prolongó más de la cuenta, ya que comenzó a llover con fuerza poco después de
que salieran a la autovía. Los rayos restallaban en el horizonte como disparos
de un rifle láser. Valeria lanzó un resoplido.
-¿Es que nunca deja de llover en este planeta?-
se quejó.
-Es el monzón- dijo Mathias.- Yo también me
sorprendí el primer año, pero al final te acostumbras. Cuando llegue la
estación seca, estaréis tan acostumbradas a la lluvia que la echaréis de
menos-.
-¡Eso nunca!- exclamaron Valeria y Alara a la
vez.
Mikael y Mathias se rieron.
Para llegar a Romwall tuvieron que desviarse por
una carretera sinuosa que ascendía hacia las alturas. Mientras circulaban junto
a un páramo rocoso, Mathias se mostró satisfecho.
-Mientras más alto subamos, menos posibilidades
de encontrar dinovermos- dijo.- He mirado el mapa y el río Ingwald pasa a unos
cinco kilómetros del pueblo. Mientras no nos acerquemos a las proximidades de
la orilla, no deberíamos tener problemas-.
Alara recordó a los gigantescos y repugnantes
monstruos que custodiaban el lago subterráneo de Shantuor Ledeesme. No tenía
ninguna ganas de encontrarse uno de ellos cara a cara, al menos mientras no
llevara puesta la servoarmadura. Ella y todos los demás iban disfrazados con
las ropas de "niño bien de Collegia Imperialis", como las había
llamado Mikael. No llevaban armas, a excepción de las pistolas de proyectiles
que tenían ocultas en los bolsillos interiores de las gabardinas. No podían
llevar sus armas bólter, que los habrían delatado de inmediato como agentes imperiales,
y las pistolas láser eran poco eficientes bajo la lluvia, ya que las gotas de
agua interferían con el rayo y le restaban potencia y capacidad de penetración.
De todos modos, era muy poco probable que tuvieran que utilizarlas durante
aquella misión.
Romwall era un pueblo pequeño, de unos veinte
mil habitantes. Estaba amurallado y la mayor parte de sus casas eran sencillas
construcciones de ladrillo encalado propias de un mundo colonial. Riachuelos de
agua de lluvia corrían por el rococemento que asfaltaba las calles. Muchas
viviendas tenían patios vallados donde florecían las huertas, y un paraje
rocoso salpicado de arbustos rodeaba el pueblo desde todas direcciones
convirtiéndolo en la única pequeña isla de civilización que había en muchos
kilómetros a la redonda. En los prados adyacentes pastaban rebaños de grox.
Mathias condujo a través de la avenida principal y se detuvo una vez para
preguntar a un lugareño por la calle donde vivía Elsa Brümmer. Encontró un
hueco libre cerca de la plaza del Emperador y aparcó.
-Ya está- dijo.- Los Brümmer viven a un par de
calles de aquí. Como es la hora de comer y no querría pillarles en la mesa,
sugiero que comamos algo y vayamos a verles después. Podríamos llevarles unos
pastelillos para la hora del recafeinado-.
-Claro- gruñó Alara.- Es justo lo que hay que
hacer con los herejes: llevarles pastelillos-.
-No sabemos si son herejes- la previno Mathias.-
Todo lo que sabemos de Elsa Brümmer es que conoce antiguas leyendas
vermixianas-.
-Que desde luego no habrá aprendido en la
iglesia local, ya que esas leyendas fueron proscritas hace siglos por la
Eclesiarquía- replicó Alara.
-Sea como sea, no podemos mostrarnos hostiles-
insistió Mathias con seriedad.- Se supone que somos estudiantes de
antropología, no agentes der la Inquisición. Sea lo que sea Elsa Brümmer, no
podemos dar pie a que sospeche de nosotros, de manera que disimulad-.
-No te preocupes, sé lo que tengo que hacer.
Únicamente, me da rabia que tengamos que ser simpáticos con unos ciudadanos
potencialmente heréticos-.
-Si descubrimos algo turbio, nos ocuparemos de
ellos en su debido momento- dijo Mathias, apagando el motor.- Y ahora,
silencio; tenemos que buscar un sitio donde almorzar-.
No tuvieron que buscar mucho. Apenas salieron
del coche, vieron un restaurante situado al otro extremo de la plaza, justo en
frente del Ayuntamiento, cuyo aspecto era inconfundible: aparte de las pocas
iglesias que habían visto, se trataba del único edificio de arquitectura gótica
en todo el pueblo. En la portada, grabada en piedra, había un águila imperial.
El restaurante se llamada "El nido del águila" y ocupaba toda la
planta baja de un edificio encalado en blanco exactamente igual a todos los
demás. La mayoría de las mesas estaban llenas, pero aún quedaban algunas
libres. Se sentaron, pidieron el menú el día, y mientras una joven camarera iba
a buscar las bebidas, Alara se entretuvo en mirar por la ventana. Pronto la
sobresaltó algo que rompió la idílica tranquilidad de la plaza de Emperador: un
pequeño convoy de vehículos militares que llegó de repente por la carretera
principal, levantando polvo del camino, y aparcó de manera descuidada junto a
la rotonda floreada. Mathias se giró al ver que Mikael se ponía tenso y miraba
hacia el mismo sitio que Alara.
-¿Sucede algo?- preguntó.
-Creo que no- dijo Alara, que no perdía ojo.-
Parecen soldados de la Milicia Planetaria-.
De los vehículos comenzaron a bajar soldados con
el uniforme de las FDP. Todos ellos eran fornidos, de piel curtida y cabellos
oscuros y crespos.
-Montanos- observó Mikael.- La Milicia siempre
destina a los montanos en territorio paliano, y al revés-.
Los soldados se dirigieron a “El Nido de
Águila”, entraron en el local y su oficial se acercó a la camarera que acababa
de dejar las bebidas en la mesa de Alara.
-Mesas para veinte- dijo.
-Lo siento, pero estamos llenos- dijo la joven,
haciendo un gesto con la mano a su alrededor.- Sólo nos quedan dos mesas
libres; no hay sitio para veinte personas-.
El oficial frunció el ceño.
-Somos soldados de la Milicia Planetaria y
queremos una mesa. A los de este lado me los echas- dijo, señalando tres mesas
situadas al fondo del local- y nos preparas la mesa-.
-¡No puedo hacer eso!- protestó la camarera.-
¡Son clientes y están comiendo!-.
El oficial le lanzó una mirada de irritación y
levantó el brazo, como si fuera a golpear a la chica, pero en ese momento un
hombre mayor salió de la cocina.
-Soy el dueño, ¿qué está pasando aquí?-.
-Milicia Planetaria. Dile a esta zorra que nos
ponga las mesas ahora mismo si quieres seguir teniendo entero el local, viejo-.
El dueño apretó los labios en una mueca de
disgusto, pero los soldados que se agrupaban en torno a su oficial tenían su
misma mueca de desprecio, y muchos tenían la mano cerca del arma, como si se
murieran de ganas de usarla. El hombre miró a sus comensales.
-Lamento pedirles que se vayan, pero necesitamos
las mesas. Por favor, levántense. Invita la casa-.
No debía ser la primera vez que sucedía algo
así, porque los clientes mostraron desagrado pero no sorpresa. Apuraron a toda
prisa un par de bocados, se levantaron y se marcharon. La camarera empezó a
recoger las mesas en silencio, con los ojos de los veinte milicianos clavados
en su espalda. Alara sintió una punzada de indignación.
-Pero, ¿cómo se atreven?- siseó- Mathias, tenemos
que hacer algo-.
El joven negó con la cabeza, aunque también
miraba la escena con disgusto.
-No podemos hacer nada- susurró.
Alara resopló. Bastaría sólo con que Mathias se
levantara y esgrimiera su sello de Legado Inquisitorial para que el oficial de
las FDP y su banda de matones se cagaran encima, pero aquello arruinaría por
completo la misión. Mathias tenía razón; no podían hacer nada.
La camarera desapareció hacia la cocina con la
bandeja llena y volvió a seguir recogiendo. Uno de los soldados le tocó el
trasero cuando se inclinó para apilar unos platos medio vacíos. La chica dio un
respingo, pero no se atrevió a protestar. Envalentonado, otro de los soldados
volvió a tocarla cuando se giró de vuelta a la cocina. La camarera trató de no
reaccionar, pero Alara se dio cuenta de que se había puesto pálida. Los
comensales que quedaban en el restaurante se habían quedado en silencio. La
mayoría miraba fijamente el contenido de sus platos; un par de familias dejaron
apresuradamente un puñado de monedas en la mesa y se marcharon.
“Nadie ayudará a la chica si esos veinte tíos se
le echan encima”, comprendió Alara.
Llamó la atención de Mathias con un golpecito en
la pierna, y cuando éste se giró, señaló con el dedo su vocofonador y a
continuación hizo un gesto disimulado hacia el Ayuntamiento. El joven asintió
sin decir palabra. Alara, manteniendo las manos bajo la mesa, marcó el código
del vocofonador de Mathias y llamó.
El sonido del aparato retumbó en el restaurante
como un trueno. Los milicianos se giraron hacia la mesa de Alara poniendo mala
cara. Mathias hizo un gesto de disculpa con la mano, se levantó y salió por la
puerta, como si fuera a contestar la llamada en el exterior.
-Bueno, chicos- dijo de pronto Octavia,
esbozando una sonrisa cómplice- como os estaba diciendo antes, ayer terminé de
leer el monográfico nuevo sobre folclore vermixiano, y creo que no contiene ni
la mitad de lo que vamos a recopilar-.
Hablaba con un exagerado acento de niña rica de
capital, que en sus labios casi resultaba cómico. Alara se sintió desconcertada
durante un segundo, hasta que comprendió lo que su amiga pretendía: con aquella
conversación mostrarían a los milicianos que no eran palianos sino estudiantes
acomodados de Prelux Magna, y por lo tanto no eran objetivo para sus abusos y
tampoco les tenían miedo. Aún así, la mitad de los montanos los miró con
desprecio. La otra mitad apenas reparó en ellos; estaba demasiado centrado en
la joven camarera.
A una orden del oficial, los soldados se
sentaron y pidieron la comida. La chica tomó nota y se giró para marcharse,
cuando el miliciano que tenía al lado le tocó la pierna. Ella dio otro respingo
y desapareció a paso ligero hacia la cocina. Los soldados se rieron. El oficial
no dijo nada.
“Un oficial debería mantener la disciplina de la
tropa”, pensó Alara, furiosa.
La camarera volvió a salir al cabo de un par de
minutos con las bebidas de los soldados. Mientras las dejaba en la mesa, el
hombre de antes volvió a tocarle la pierna, deslizando la mano por su muslo. La
chica se apartó con brusquedad.
-¡Quítame las manos de encima de una vez!-
exclamó.
Los soldados prorrumpieron en carcajadas y
sonidos burlones. El que había tocado a la chica la agarró del brazo con
brusquedad.
-A mí no me vaciles, perra paliana- gruñó.-
¿Sabes la que te puede caer si desafías a un soldado de la Milicia
Planetaria!-.
La joven volvió a palidecer y se retorció.
-¡Que me sueltes, joder! ¡Déjame en paz!-.
El soldado lanzó una risa despectiva.
-Que la suelte, dice- se levantó, la atrajo
hacia sí y comenzó a sobarle el pecho. La camarera comenzó a gritar.
-¡Basta!- exclamó Alara, levantándose por
impulso antes de que el sentido común la detuviera.- ¡Soltadla!-.
Su voz era tan fría y autoritaria que el soldado
se detuvo de inmediato. Todo el restaurante se volvió a mirarla.
-Cállese y siéntese- le ordenó el oficial con
frialdad.
-Pues póngale la correa a sus perros- le espetó
Alara sin amilanarse.- ¡Si es usted el oficial, actúe como tal y mantenga el
orden!-.
El miliciano se puso de pie y tiró al suelo su
vaso de cristal de un manotazo, fulminando a Alara con una mirada cargada de
ira. Alara, envalentonada por la furia justiciera que comenzaba a hervir en su
sangre, dio un paso adelante, ignorando el débil intento de Octavia por
retenerla. Mikael también se puso en pie. Sólo el Emperador sabe qué habría
ocurrido en ese momento si la puerta no llega a abrirse para dejar entrar a
tres patrullas de la Policía Planetaria: aquellos a los que Mathias había ido a
buscar al Ayuntamiento siguiendo las sutiles indicaciones de Alara.
-¿Qué está pasando aquí?- preguntó el sargento
de la Policía, mirando a los milicianos.
La camarera sollozaba rodeándose los hombros con
los brazos. El oficial vaciló. Una cosa era propasarse con una pueblerina
paliana y darle un par de bofetones a unos niñatos de ciudad con ínfulas de
grandeza, y otra muy distinta enfrentarse a la Policía. Aquello podría
desmadrarse más de la cuenta. Hizo un gesto a los soldados.
-Estábamos quejándonos de la comida de mierda
que dan en este lugar- dijo.- Vamos, muchachos, levantaos. Vamos a buscar un
sitio más decente donde no nos estafen-.
Varios soldados tiraron al suelo sus bebidas al
levantarse, fingiendo que lo habían hecho por accidente. Cruzando una mirada de
desprecio con los policías, los milicianos abandonaron el local a grandes
zancadas.
-¿Se encuentran bien, señoritas?- inquirió el
sargento.
La camarera asintió y se limpió las lágrimas,
sin dejar de sollozar. Alara asintió con la cabeza.
-Por fortuna, nuestro amigo los ha traído
deprisa- dijo- No sé qué hubiera pasado si llego a tener que vérmelas con
ellos-.
-Le aconsejo que no lo intente, señorita- dijo
el policía, mirándola con el ceño fruncido.- No sé qué podría hacer usted
contra veinte soldados de la Milicia Planetaria-.
Alara casi tuvo que morderse la lengua para no
contestar.
-Han… han roto los vasos- lloró la camarera.- Y
han tirado la bebida…
Los policías menearon la cabeza, apesadumbrados.
El dueño salió de la cocina y rodeó a la
camarera con el brazo.
-¿Estás bien, Berit?- preguntó, preocupado.- No
te preocupes por los vasos y ve a beber un poco de agua fría, te hará bien-.
-Puede poner una denuncia si quiere- dijo el
sargento.
-No serviría de mucho. No nos harían caso. No es
la primera vez que se propasan y nadie ha hecho nunca nada-.
Alara se volvió a sentar. Los policías
permanecieron allí hasta que los vehículos de la Milicia Planetaria dejaron la
plaza con un chirrido de neumáticos y desaparecieron por donde habían llegado.
Poco después, Mathias salió de Ayuntamiento y regresó al restaurante.
-¿Todo bien?- preguntó.
Uno de los policías asintió.
-Gracias por avisarnos, señor-.
-Es lo menos que podía hacer- dijo Mathias, que
también forzaba al máximo su acento para parecer nativo de Prelux Magna.- Esto
es una vergüenza; en la capital no pasan estas cosas-.
-¡Ay, señor, en las zonas rurales las cosas son
diferentes!- se lamentó el dueño del local.- ¡Ustedes no tienen ni idea, pero
este tipo de abusos ocurren a menudo! Los montanos son unos brutos y unos
salvajes, y a todos los mandan a la Milicia Planetaria de estas tierras porque
saben que no nos tienen ningún aprecio a los palianos-.
-Creo que nuestra presencia aquí ya no es
necesaria- intervino el sargento de la Policía.- Dejaré una patrulla vigilando
la plaza para que no haya sorpresas. Que tengan buenos días-.
Cuando los policías se hubieron marchado, el
dueño del restaurante se acercó a la mesa de Alara, donde Mathias se acababa de
sentar de nuevo, y lanzó a todos una gran sonrisa.
-Muchas gracias por su ayuda, señores. Lamento
mucho el incidente. ¿Qué quieren comer? Invita la casa-.
-No, por favor- dijo Mathias amablemente.-
Pagaremos como todo el mundo-.
-¡No, no, de ninguna manera! Los invitaremos con
mucho gusto. No sólo han salvado a la pobre Berit, sino que han hecho un gran
favor a mi negocio. Esos bastardos montanos son todos iguales, comen hasta que
se hartan y luego se niegan a pagar. Pero, ¿sabe qué hacen? Le pasan la
papeleta de gastos de alimentación al Administratum de todas maneras. Así,
comen gratis, nos arruinan el negocio y encima cobran. Lo sé de buena tinta; me
lo ha contado un sobrino mío que está enrolado en la Milicia allá por Borsian-.
Alara se abstuvo de preguntarle al hombre cómo
había averiguado tal cosa su sobrino. ¿Se tratarían de rumores cuartelarios, o
es que los milicianos palianos trataban igual de mal a los montanos en su
territorio? Fuera como fuese, anotó mentalmente que tenía que hablar con el
Auditor Hoffman sobre el tema. Al Administratum le interesaría mucho saber que
la Milicia Planetaria estaba estafando dinero público a costa de abusar de los
pueblerinos vermixianos.
La comida fue magnífica, y fiel a su palabra el
dueño se negó a recibir pago alguno por mucho que Mathias insistió. La camarera
sonreía a Alara cada vez que la servía, y cuando finalmente se marcharon del restaurante,
muchos comensales se despidieron de ellos con cordialidad.
-Vaya- suspiró Octavia cuando volvieron a la
calle.- No imaginaba que las cosas estuvieran tan tensas por aquí-.
-Eso es porque no conoces a fondo la hostilidad
que hay entre palianos y montanos- gruñó Mikael.- Pero no te preocupes, vas a
ver muchas más como ésta a lo largo de nuestro viaje-.
Alara se sentía turbada. Semejante odio racial
le parecía desproporcionado. Todos los planetas tenían rivalidades regionales
más o menos amistosas, pero no como allí. En Tarion, los habitantes del
continente de Archanes solían cantar canciones burlonas y contar chistes acerca
de los ciudadanos de Arkarion, y viceversa, pero jamás se trataba mal o de
manera diferente a una persona sólo porque fuera de otra etnia. ¿Qué feroz
rivalidad subyacía en Vermix para que el odio fuera tan enconado?
Se forzó a dejar de lado aquellas reflexiones
cuando llegaron a casa de los Brümmer. Mathias había comprado una bandeja de
pasteles en una tienda cercana al restaurante. Poco después de que llamaran a
la puerta, abrió una mujer anciana de revuelto cabello gris, que los miró con
cara de sorpresa.
-Buenas tardes, jóvenes- dijo.- ¿Os puedo
ayudar?-.
-Hola, muy buenas- respondió Mathias, exhibiendo
su sonrisa más encantadora.- ¿Es usted Elsa Brümmer?-.
La mujer asintió, aún sorprendida.
-Somos amigos de su nieto Reen. Lo conocemos de
Gemdall y nos dio su dirección para que pudiéramos visitarla cuando fuéramos a
Romwall-.
-¡Ah, Reen!- por primera vez, en el rostro de la
anciana se dibujó una sonrisa.- ¡Sí, me llamó diciendo que vendríais! Pasad, pasad. ¿Cómo se encuentra? ¿No ha venido
él?-.
-Verá, señora Brümmer, Reen está muy liado con
el trabajo y no puede viajar, pero nos mandó saludos cariñosos para usted-.
-¿Y por qué os dijo que vinierais a verme?-
quiso saber la mujer, cerrando la puerta.
-Porque le hablamos acerca de un trabajo que
estamos realizando para la Collegia Imperialis de Prelux y nos dijo que usted
podría, quizás, ayudarnos-.
La sonrisa amigable se esfumó del rostro de la
anciana, dando paso a una nueva confusión.
-¿Yo? ¡Pobre de mí, si no tengo estudios! Yo no
entiendo nada de colegias de esas, yo no he hecho en esta vida nada más
que trabajar. ¿Cómo os voy a ayudar yo a vosotros, que sois chicos de ciudad y
estáis estudiando? Por cierto, no me habéis dicho vuestros nombres…
-Disculpe, señora. Yo soy Mark, y ellos son
Mycah, Larya, Flavia y Vanity. Estamos haciendo una investigación para
recopilar y comparar las distintas leyendas e historias de la cultura
vermixiana. Ya sabrá que la tradición propia de este planeta fue muy rica e
importante en días pasados; sería una lástima permitir que se perdiera-. Al
decir aquello, Mathias esbozó otra de sus sonrisas zalameras, y la anciana se
la devolvió casi sin poderlo evitar.
-¿Historias antiguas, decís?-.
-Sí, así es. Leyendas, tradiciones, todo lo que
tenga que ver con la cultura de Vermix. Y Reen nos dijo que usted sabía mucho
de esas cosas, que le contaba cuentos cuando era pequeño. Por eso nos propuso
que fuéramos a verla-.
-Ay, este Reen… creo que ha exagerado. Sí que le
contaba algunas cosillas de niño, pero ahora soy vieja y me falla la memoria…
Pero por favor, ¡sentaos, jóvenes! ¿Queréis un poco de recafeinado? No tengo
dulces en casa porque no esperaba visitas, pero…
-No se preocupe- intervino Octavia.- Le hemos
traído unos pastelitos, para compensarla por la molestia. ¿Querrá usted
probarlos?-.
-¡Uy, qué amables!- los ojos de la vieja se
iluminaron al coger el paquete.- No tendríais que haberos molestado. Sentaos
que en seguida os sirvo el café-.
Mientras tomaban asiento, Alara echó un vistazo
a su alrededor. La casa era modesta y sencilla, con paredes encaladas y suelo
de piedra. Los muebles no eran modernos, pero estaban limpios y bien cuidados.
Sin embargo, lo primero que le saltó a la vista fue que ni en el recibidor, ni
en el salón, había símbolo imperial alguno. Recordó su propia casa en Galvan,
cuando era niña: sus padres tenían una talla del Aquila imperial justo en
frente de la puerta principal, para que fuera lo primero que todo el mundo veía
nada más entrar, y habían educado a sus hijos para que se hicieran su símbolo
en el pecho frente a ella cada vez que llegaban a casa. Había una talla de Santa
Leda en salón, al lado del holoproyector, y en todos los dormitorios había
cuadros con santos y querubines sobre las cabeceras de las camas. Ni Selene ni
Marcus Farlane eran fanáticos religiosos, aunque sí devotos creyentes, y su
iconografía casera no era más abundante que la de sus vecinos. Sin embargo, el
hogar de Elsa Brümmer carecía de todo aquello, al menos en apariencia.
La anciana regresó al salón poco después
llevando una bandeja con seis tazas humeantes y los pastelillos. Mathias y
Valeria se levantaron de inmediato a ayudarla.
-No, no os preocupéis, ya puedo yo- rechazó
amablemente la mujer, dejando la bandeja en la mesa.- ¿Os gusta con azúcar?-.
Tras servir la merienda, les preguntó qué
deseaban saber, y Mathias tomó de nuevo las riendas de la conversación. Alara
no pudo evitar sentir una oleada de fascinación a darse cuenta de que estaba
asistiendo al primer interrogatorio inquisitorial de su vida, y no podía ser
más diferente a lo que ella había imaginado: sin prisiones ni celdas, sin
drogas ni instrumentos de tortura, sólo la sonrisa cautivadora y los
comentarios ingeniosos de un joven guapo con aspecto inocente que pronto hizo
bajar la guardia a la anciana con su encanto.
-¿La señal del Padre?- preguntó Elsa, dando un
sorbo al café.- ¡Ah, sí! Alguna vez le conté ese cuento a mi nieto antes de
dormir. Le gustaban las historias de miedo, al muy tunante, y me pedía que se
lo contara. Aunque ya no lo recuerdo bien. Dejadme pensar… Sí, sí. Bien, según
la leyenda, hubo un tiempo en que Vermix estaba en manos de unos seres
monstruosos, muy poderosos y terribles, que trataban a los humanos como
esclavos. Pero el Dios Padre se compadeció de sus hijos y nos dio fuerzas para
luchar en su nombre y expulsar a los monstruos del planeta. Sin embargo, como
mucha gente tenía miedo de que volvieran, el Padre prometió cuidar siempre de
nosotros y avisar en caso de que los monstruos quisieran regresar. Y cuenta
esta leyenda que algún día, en una noche lóbrega y tormentosa, la Señales del Padre lucirá en el cielo, y será el comienzo de una era oscura de
guerra y de dolor, porque significará que los monstruos vuelven. Pero también
se dice que en esos días el Padre elegirá a un gran guerrero que liderará de
nuevo a la humanidad para guiarla en la lucha y derrotar de nuevo a los
malvados-.
Todos se quedaron en silencio. Mathias asintió
mirándola con gran interés.
-Es una leyenda muy interesante, señora Brümmer.
¿Quién cree usted que es ese Dios Padre?-.
Elsa lo miró con la blanda expresión de una
abuela inocente.
-El Emperador, supongo. ¿No es él el guardián de
toda la humanidad?-.
Alara sintió una punzada de recelo. ¿Creía en
verdad aquello la señora Brümmer, o sólo lo estaba diciendo porque consideraba
arriesgado contestar otra cosa? De repente, se le ocurrió una idea.
-Disculpe, señora, ¿el cuarto de baño?-
preguntó.
-Claro, jovencita. Al fondo del pasillo, justo
al lado de las escaleras-.
Alara le dio las gracias con una sonrisa y
salió. Sabiendo que Mathias se encargaría de la anciana, caminó por el pasillo,
pero no entró en el baño. En lugar de eso, subió las escaleras al primer piso
sin hacer ruido.
La primera planta estaba vacía y silenciosa,
sumida en la penumbra. Encontró otro cuarto de baño, una habitación repleta de
ropa por planchar y remendar y un dormitorio pequeño, escasamente adornados.
Sin embargo, en la habitación del fondo, la más grande de todas, encontró por
fin un objeto que sí era de simbología religiosa: acababa de llegar al
dormitorio principal de la casa. Al empujar la puerta, vio una cama de matrimonio
vacía, cubierta por una colcha tejida a mano, y sobre ella, justo encima de la
cabecera, un retablo cerrado. Tras escuchar en silencio unos instantes para
asegurarse de que seguía estando sola, Alara encendió la luz, se acercó al
retablo y lo abrió.
Lo primero que constató al ver el interior fue
que reconocía a los santos allí representados. Se trataba sin duda de san
Leandro y santa Minerva, dos santos del Sector Sardan. Según la onomástica
imperial, que Alara conocía de memoria, san Leandro había sido un predicador
que dedicó su vida a ir sistema por sistema para predicar y convertir infieles
al Culto Imperial. Por desgracia, durante sus viajes cayó gravemente enfermo,
pero cuando sus compañeros temieron que moriría sin completar su sagrada tarea,
una pía religiosa llamada Minerva lo
sanó por la gracia del Emperador mediante una imposición de manos. Tras curar a
san Leandro, santa Minerva se unió a él en su peregrinaje a lo largo del
subsector, y dedicaron el resto de sus días a difundir la Palabra del Emperador
por el Universo. Las imágenes del retablo los representaban a ellos, sin duda.
Sin embargo, tras un segundo vistazo, Alara se
dio cuenta de que algo no encajaba. Un poco más tarde, se dio cuenta del por
qué. La imaginería de aquellos santos no era la estándar imperial: contenía
algunos cambios, sutiles pero llamativos. Para empezar, las figuras se hallaban
invertidas: si tradicionalmente se representaba a san Leandro a la diestra, con
un libro en una mano y una espada en la otra, y a santa Minerva a la siniestra,
haciendo un gesto de bendición con las manos, en aquel retablo sucedía justo al
revés: Minerva estaba a la derecha y Leandro a la izquierda. Los objetos de las
manos del santo también estaban intercambiados. Y si generalmente se
representaba a san Leandro con cara de sufriente dolor, fruto de su enfermedad,
y a santa Minerva con el rostro lleno de serena sabiduría, también aquí era al
revés: era él quien tenía una expresión de benevolencia en el rostro y ella quien
miraba al frente con expresión de tristeza, casi de agonía. Una lágrima
transparente, casi invisible, se deslizaba de uno de sus ojos y caía por su
mejilla.
Alara observó fijamente el retablo, grabando en
su mente hasta el último de los detalles. Cuando estuvo segura de que no se le
había pasado nada por alto, memorizó el nombre del artista y del fabricante y
abandonó la habitación, regresando de nuevo a la planta baja. Al llegar al
pasillo y meterse en el baño, oyó que Mathias y Elsa seguían conversando en el
salón, y deseó que la charla no se prolongara mucho rato más.
Sería muy interesante averiguar si aquella
desviación del canon hagiográfico era una variante generalizada en el planeta o
ese icono en particular tenía algo de extraño.
<3 Alarthias <3
ResponderEliminarSi tuviera que resumir mi emoción por una escena de ellos dos la expresaría así. Visto desde fuera cualquiera pensaría que Alara es una celosa irracional...pero ha quedado bien explicado que no tiene habilidades sociales y que se siente insegura frente a la Adepta Aberlindt. Y qué mujer en su situación no lo estaría...la verdad es que esto es un clásico de las relaciones en general.
Me ha asqueado profundamente la escena con los montanos, tanto que hasta me he puesto nerviosa, bueno, tú ya sabes que soy una lectora emocional, tenía ganas de que Alara les diese una paliza, han tenido suerte de que Mathias avisara a la Policía, por mí los podría haber reventado.
Y lo de la anciana vermixiana, en cuanto Alara ha visto a los dos santos he pensado..."ya está, el Padre y la Madre camuflados", me da pena la señora..la que le va a caer cuando salga el plumero y se vea que es una hereje, me da pena porque Alara no va a tener piedad xDD.
Menos mal que vino la Policía, sí, porque Alara podría haber repartido hostias para todos con la mano abierta (y si se le unen Mikael, Valeria y Octavia ni te cuento), pero en ese caso se habrían delatado y la coartada se les habría ido a tomar por el saco: a ver quién se cree que cuatro estudiantes pijos de Prelux Magna se pueden zampar con patatas a un pelotón de la Milicia Planetaria :-P
EliminarLo de la anciana está dejando a Alara bastante mosqueado, pero no olvides que se trata de un grupo secreto de investigación inquisitorial... y la Inquisición sabe que no es una buena estrategia eso de atrapar al pequeño pececillo y así alertar a los tiburones.
¡Bueno, se ha hecho esperar pero por fin están de vuelta Alara y compañía! ^^*
ResponderEliminarSobre la escritura, nada que decir. Tienes un estilo muy bueno y llevadero, que no se hace pesado. Lo que sí te aconsejaría, y esto es un aspecto estilístico, es que mires de acostumbrarte a utilizar el guión largo en los diálogos. Queda mucho mejor y es más cómodo para la lectura, :-)
En cuanto al argumento del episodio... Bien, me ha encantado ver de nuevo a Mathias, pero me repatea un poco que Alara se le ponga de morros. Vale que se sienta insegura al ver a Phoebe, pero Mathias le ha dejado muy claro que la quiere tal como es y se lo ha demostrado varias veces. Así que, ¿a santo de qué viene tanta inseguridad?
La escena del restaurante... me estaba temiendo que iba a terminar mal, pero me alegro de que todo haya salido bien. Ese tipo de escenas tan crudas me perturban un poco, aunque sé que en determinados argumentos son necesarias ^^U.
Y lo de la anciana... me huele que aquí va a haber un foco de herejía que Alara y las suyas van a tener que eliminar de raíz. Espero que la pobre señora no acabe mal parada. No parece mala... ¿verdad?
Tienes razón con lo de los diálogos. El problema es que es cosa de mi teclado (mete así los guiones por defecto), y es muy lioso tener que cambiarlos todos antes de actualizar el blog. Lo sé, soy una vaga T__T
ResponderEliminarEn cuanto a la señora, y sobre todo, a lo que se va a descubrir a raíz del icono de la señora... tendrás que esperar, pero poco. Después de lo que se descubrirá en el siguiente capítulo, van a venir del tirón muchíiisimas sorpresas (risa malvada).
Je, la escenita del bar, ese es uno de los motivos por los que el Dios emperador de Dune tiene un ejército exclusivamente femenino. Que yo sepa al menos, las mujeres no van violando por ahí, así que crean mucho menos malestar y por tanto generan muchas menos revueltas.
ResponderEliminarPerdón que vuelva a insistir en el tema, pero este verano me terminé la saga de Dune, en julio (o fue agosto?) me leí la del Dios emperador, y ya te dije, las habladoras pez son lo más parecido que he visto a las hermanas de batalla en literatura scify.
Por cierto, perdona otra vez si insisto, pero en las 2 siguientes novelas, se vió que sin la guía espiritual del Dios emperador, las habladoras pez (parte de ellas) evolucionaron, masculinizándose, a las honoradas matres, que son unas violadoras de hombres en serie. La saga de Dune en sus últimos libros tiene unas ideas de sexualidad un tanto... weird, bizarre. No conozco palabras españolas para definirlo. Extraño no lo define con exactitud.
Jajaja, no sé hasta qué punto puede hacerse una analogía con ello; como ya te dije, son muy fan de Warhammer 40.000 (creo que se nota) pero estoy totalmente pez (nunca mejor dicho, jejeje, lo sé, chiste MUY malo) en la saga de Dune.
EliminarDe todos modos, claro te dejo que sin el Dios Emperador las Hermanas de Batalla no tendrían una evolución semejante a esas mujeres del universo Dune. Si el Emperador desapareciera, yo sólo veo a las Sororitas suicidándose en masa (intentando al mismo tiempo llevarse por delante a todos los caóticos que pudieran) o cerrando la mente en una absoluta negación y continuando combatiendo por él a pesar de todo. De ningún modo irían por libre; sin el Dios Emperador, las Sororitas sencillamente no tienen ninguna razón de ser. Y recuerda que estamos hablando de mujeres que no sólo han sido adoctrinadas desde niñas sino que tienen que pasar unas pruebas de fe y de pureza exigentísimas; si no son unas fanáticas total y absolutamente convencidas, te garantizo que no las ordenan como Hermanas ;-)
PD: Bizarre = Bizarro. La palabra española es casi idéntica :-D
Te has hecho de rogar, no era el único al que tenías en ascuas por lo que veo XDD
ResponderEliminarContinúa así.