A fe y fuego

A fe y fuego

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Capítulo 23



A.D .844M40. Gemdall (Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.


Mathias se siente disgustado y furioso cuando baja a cenar. Aún no entiende muy bien por qué Alara y él han tenido esa estúpida discusión en Shantuor Ledeesme. Cuanto más lo piensa, más absurdo le parece.
"¿Qué pretende, que le retire la palabra a Phoebe y a cualquier otra chica que se me acerque? Si quiere estar conmigo, tiene que aprender a confiar en mí".
Cuando llega al vestíbulo del hotel, los demás ya están esperando. Lo miran con extrañeza al ver que baja solo.
-¿Y Alara?- pregunta Octavia.
-Está en la habitación- responde Mathias con voz seca.- No ha querido bajar a cenar-.
El ceño de Valeria se frunce de un modo casi imperceptible.
-¿Por qué? ¿Le duele el estómago? Será mejor que suba para ver si se encuentra bien; id pidiendo la cena, que ya llegaré yo-.
Antes de que Mathias pueda replicar, Valeria desaparece en dirección a los ascensores. De todos modos, decide dejarla marchar sin decir nada; no tiene ningunas ganas de explicar lo que realmente le pasa a Alara. Y a juzgar por el hosco mutismo que ha tenido que soportar durante todo el viaje, tampoco cree que ella se muestre muy habladora.
Entran en el salón comedor y encargan la sopa y el pescado. Los platos llegan y Valeria se retrasa; ya están terminando el primer plato cuando la Hospitalaria entra en el salón comedor y se sienta con sus compañeros.
-¿No ha querido bajar?- pregunta Octavia, preocupada.- ¿Qué le ocurre?-.
Valeria se lleva una cucharada de sopa a la boca.
-No está enferma- dice después de tragar.- No te preocupes-.
-¿Entonces sólo se ha quedado ahí porque sigue enfadada? Vaya, me quitas un peso de encima-.
Octavia se pone a comer con más animación y termina el plato. Mikael sigue comiendo en silencio, como si el tema no fuese con él. Mathias mira de reojo a Valeria y se da cuenta de que su amiga le devuelve una mirada llena de seriedad.
"¿Qué le habrá contado Alara?", se pregunta Mathias. Tiene la intuición de que no va a gustarle la respuesta. Tampoco le ha gustado la tranquilidad con que ha hablado Octavia... como si no le extrañase el enfado de Alara porque ya conoce el motivo.
Terminan de cenar en silencio. Cuando se levantan y van a regresar a sus habitaciones, Valeria retiene a Mathias.
-Mathias, tienes que hablar con Alara-.
Él echa un vistazo nervioso en rededor. Mikael ya se ha ido al vestíbulo y el restaurante está casi vacío. Octavia espera junto a la puerta observándolos con una mirada interrogante. No tiene más remedio que confrontar a Valeria.
-¿Qué te ha contado?- pregunta de mala gana.
-¿Qué crees que me ha contado?- pregunta Valeria a su vez.
Mathias empieza a ponerse nervioso.
-Creía que aquí el inq... vestigador era yo- sisea en voz baja.
Valeria no sonríe.
-En serio, Mathias, ¿qué crees que me ha contado?-.
El joven se encoge de hombros con fastidio.
-Supongo que se habrá dedicado a ponerme verde. Está muy enfadada conmigo-.
-Pues te equivocas de medio a medio. En ambas cosas-.
La respuesta deja a Mathias completamente desconcertado.
"Joder, si las mujeres ya son de por sí difíciles de entender, las Sororitas ni te cuento".
-No lo entiendo. ¿Ahora qué le pasa?-.
-Le pasa que tiene miedo de perderte. Creo que en el fondo siempre lo ha tenido, pero se manifestó de pleno cuando apareció la Adepta Aberlindt-.
 Mathias lanza un gemido de exasperación.
-¡Joder! No sé cómo explicárselo, de verdad que ya no sé cómo hacerlo. ¡Nunca me he acostado con Phoebe, y no es mi ex novia! Alara se está comportando como una celosa irracional. ¿Qué tengo que hacer para que me crea? ¿Va a odiar a todas las mujeres que sean mis amigas?-.
-No has entendido nada- dice Valeria, meneando la cabeza.- No entiendes nada acerca de ella, ¿verdad? No tienes ni idea de cómo ha vivido, de cómo se siente. Ella te cree; no se trata de eso-.
-Entonces, ¿de qué se trata?-.
-Para empezar, Alara no odia a todas tus amigas. Octavia y yo también lo somos, y nunca ha tenido ningún problema al respecto. No se trata de que pretenda tenerte en exclusividad. Alara ha vivido desde los dieciséis años en un convento de clausura, igual que nosotras, pero nosotras hemos tenido más contacto social del que ella ha tenido jamás, por ser una Militante. Para los estándares imperiales es una inepta social, pero eso no significa que sea estúpida. Tiene ojos en la cara e intuye bastante bien cómo funciona el mundo. Ha visto a Phoebe Aberlindt y se ha visto a sí misma, y es consciente de que, como mujer, ella sale perdiendo.
Mathias se siente más confuso que nunca.
-¿De qué diantre estás hablando, Valeria? ¿Qué quieres decir con eso de que sale perdiendo como mujer?-.
Valeria lo mira como una maestra impaciente miraría a un niño pequeño que no comprende la lección.
-Phoebe Aberlindt es guapa, es femenina, es una erudita inteligente y tiene la libertad de vivir donde quiera y formar una familia si le place. Alara tiene suficiente músculo en el cuerpo para descoyuntar a un grox de una patada, no tiene la menor idea de sutilezas femeninas y es una monja guerrera atada a una docena de votos a cual más exigente, entre ellos la obediencia y el celibato. Dime, Mathias, ¿a cuál de las dos crees que escogería un hombre normal?-.
-Pues... eh... hombre, si lo dices así... -la pregunta lo ha cogido desprevenido.- ¡Pero yo no soy un hombre normal! Yo quiero a Alara, ¡llevaba toda mi vida pensando en ella!-.
-Cierto- conviene Valeria.- Y ahora la has encontrado. Pero la Alara que tienes junto a ti, ¿acaso se parece a la que tenías en la imaginación?-.
-Supongo que no... en el sentido de que no esperaba que fuera una Hermana del Adepta Sororitas. De hecho, rogaba por que no lo fuera, ya que hasta hace poco creía que también hacíais voto de castidad. Y claro que su situación personal no me parece la más propicia del mundo. ¡Pero no me importa! Yo la quiero tal y como es; me da igual que sea una hermana de batalla. Es verdad que eso hace las cosas más difíciles, pero no la cambiaría ni por mil eruditas-.
Valeria esboza una sonrisa.
-Lo suponía. Pero ella sufre por ello. Teme que la situación sea demasiado complicada para ti y acabes buscando una opción más fácil. Alguien que te permita formar una familia-.
-¿Y ella... ella cree que Phoebe sería...?- Mathias mira a Valeria con incredulidad.- ¡Eso es una tontería! Phoebe es encantadora, pero nunca la he visto como una posible pareja. Y ahora que estoy con Alara, todavía menos. De hecho, me ha fastidiado muchísimo que Alara y ella hayan empezado con mal pie. Tenía la esperanza de que se hicieran amigas-.
-Pues no has escogido un buen modo de conseguirlo- dice Valeria, mordaz.- ¿Tú qué harías si tuvieras novia y tu primer contacto con un amigo suyo fuera ver cómo corre hacia ella y la toma entre sus brazos?-.
-Pero si yo no... -Mathias se sonroja ligeramente.- Yo no tuve nada que ver con eso. Phoebe es muy efusiva y se alegró de verme; ¿que querías que hiciera? ¿Quitármela de encima?-.
-Eso es lo de menos, Mathias. Lo que estoy intentando es que entiendas cómo se siente Alara. Está confundida y se siente muy desdichada; la mitad de lo que te he contado no lo comprendía ni ella misma hasta que hemos hablado. No se trata de que tenga celos irracionales o sea una persona controladora; lo único que le pasa es que tiene miedo de perderte-.
Mathias siente un ramalazo de tristeza. Su enfado se ha ido evaporado a medida que escuchaba las palabras de Valeria.
-No quiero que sufra. No quiero que sea infeliz. Y no quiero a ninguna otra mujer. Se lo habría dicho si hubiera hablado conmigo en lugar de cerrarse como una ostra-.
Valeria suspira.
-Aún suponiendo que Alara hubiera entendido lo que le estaba pasando, por la espada de Santa Mina que habría preferido reventar antes de contártelo. No habría soportado mostrar ante ti lo que ella considera debilidad-.
-Entiendo- dice él en voz baja.
-¡Eh!- les llama Octavia desde la puerta del restaurante.- ¡Mikael dice que Alara ya viene!-.
-Vámonos- ordena Valeria.- Es mejor que no sospeche que hemos estado hablando. Ya aclararéis las cosas más tarde-.



A.D .844M40. Gemdall (Vermix), Sistema Cadwen, Sector Sardan, Segmento Tempestuoso.


Pasaban dos horas de la medianoche cuando Alara y sus compañeros regresaron al hotel Solaris. Tras recabar la información que necesitaba, Octavia consiguió librarse de los coqueteos de Reen gracias a la intervención de Mikael, que se presentó junto a la mesa fingiendo ser la pareja de Octavia. Reen pareció bastante decepcionado, aunque Octavia se las arregló para quedar bien con él gracias a sus habilidades sociales de hermana Dialogante. Antes de que se marcharan, Reen les escribió en un papel la dirección de Elsa Brümmer y se excusó sinceramente por no poder acompañarles, ya que trabajaba a turnos en una empresa de distribución de mercancía y no tenía tiempo para ir a visitar a su abuela, que vivía casi a una hora de distancia en coche de Gemdall.
-No os preocupéis- les dijo.- Le daré un toque por el vocofonador para avisarle de que iréis-.
Caía una llovizna fina y persistente cuando el taxi que habían tomado junto al Volinkas los dejó junto al hotel. Tras desearse buenas noches, cada cual se dirigió a su habitación. Apenas hubieron cerrado la puerta a sus espaldas, Mathias cogió a Alara de la mano.
-Alara, por favor, ¿podemos hablar? No quiero que sigamos enfadados-.
Alara le miró. Tras la cena de la que ella había estado ausente, el enojo se Mathias se había evaporado. Se preguntó si acaso Valeria había hablado con él después de visitarla a ella, aunque no le parecía probable; tendría que haberlo hecho durante la cena, delante de los demás, y Alara no la creía tan indiscreta.
-Ya no estoy enfadada- dijo.
Mathias no parecía muy convencido.
-Alara, escúchame, yo sólo te quiero a ti. No hay nadie en el mundo que...
-No quiero hablar del tema- le cortó Alara.
Mathias pareció herido, y ella se entristeció. No había pretendido ser brusca con él, pero conversar acerca de Phoebe Aberlindt se le antojaba incómodo y desagradable. Era un tema que no tenía la menor intención de volver a tratar. Al fin y al cabo, ¿cuándo la volverían a ver? Sin duda, no hasta que la misión finalizara, ya que la joven se había quedado investigando Shantuor Ledeesme con el Interrogador Kyrion. Y, de todos modos, Valeria tenía razón. Después de orar, Alara lo había visto muy claro. Se sometería a la voluntad y a los designios del Emperador, como siempre había hecho. Él la había reunido con Mathias, y Él seguiría siendo que les marcara el camino. Ninguna erudita pretenciosa y remilgada con aspecto de florecilla iba a cambiar eso.
-Perdona- dijo.- No quería ser descortés. Es sólo que, de verdad, no quiero hablar del tema. ¿No podemos dejarlo estar?-.
-Sólo quiero dejarte claros mis sentimientos- insistió él.- Yo nunca...
Al ver que él seguía hablando, Alara decidió acabar la conversación de la forma más efectiva que se le ocurrió: agarró a Mathias por la nunca y le dio un beso profundo y apasionado.
-Vaya- dijo él con una sonrisa nerviosa cuando se separaron.- Me alegro de ver que en verdad ya no estás enfadada...
Alara volvió a besarle, lo arrojó de un empujón sobre la cama y comenzó a quitarle la ropa a toda velocidad mientras le recorría el cuello con la lengua. Mathias se rindió a ella de buena gana. A juzgar por el gemido de anhelo y avidez que emergió de su garganta cuando ella se quitó la blusa, tampoco tenía ya ningunas ganas de hablar acerca de Phoebe Aberlindt.



Al día siguiente, a media mañana, partieron hacia Romwall. Alara no había dormido mucho aquella noche, pero no acusaba la falta de sueño. Se sentía pletórica, llena de nuevo de energía y confianza en sí misma. Mathias, que tampoco había dormido demasiado, cruzaba con ella miradas cómplices y le sonreía.
A pesar de las indicaciones de Reen, el viaje se prolongó más de la cuenta, ya que comenzó a llover con fuerza poco después de que salieran a la autovía. Los rayos restallaban en el horizonte como disparos de un rifle láser. Valeria lanzó un resoplido.
-¿Es que nunca deja de llover en este planeta?- se quejó.
-Es el monzón- dijo Mathias.- Yo también me sorprendí el primer año, pero al final te acostumbras. Cuando llegue la estación seca, estaréis tan acostumbradas a la lluvia que la echaréis de menos-.
-¡Eso nunca!- exclamaron Valeria y Alara a la vez.
Mikael y Mathias se rieron.
Para llegar a Romwall tuvieron que desviarse por una carretera sinuosa que ascendía hacia las alturas. Mientras circulaban junto a un páramo rocoso, Mathias se mostró satisfecho.
-Mientras más alto subamos, menos posibilidades de encontrar dinovermos- dijo.- He mirado el mapa y el río Ingwald pasa a unos cinco kilómetros del pueblo. Mientras no nos acerquemos a las proximidades de la orilla, no deberíamos tener problemas-.
Alara recordó a los gigantescos y repugnantes monstruos que custodiaban el lago subterráneo de Shantuor Ledeesme. No tenía ninguna ganas de encontrarse uno de ellos cara a cara, al menos mientras no llevara puesta la servoarmadura. Ella y todos los demás iban disfrazados con las ropas de "niño bien de Collegia Imperialis", como las había llamado Mikael. No llevaban armas, a excepción de las pistolas de proyectiles que tenían ocultas en los bolsillos interiores de las gabardinas. No podían llevar sus armas bólter, que los habrían delatado de inmediato como agentes imperiales, y las pistolas láser eran poco eficientes bajo la lluvia, ya que las gotas de agua interferían con el rayo y le restaban potencia y capacidad de penetración. De todos modos, era muy poco probable que tuvieran que utilizarlas durante aquella misión.
Romwall era un pueblo pequeño, de unos veinte mil habitantes. Estaba amurallado y la mayor parte de sus casas eran sencillas construcciones de ladrillo encalado propias de un mundo colonial. Riachuelos de agua de lluvia corrían por el rococemento que asfaltaba las calles. Muchas viviendas tenían patios vallados donde florecían las huertas, y un paraje rocoso salpicado de arbustos rodeaba el pueblo desde todas direcciones convirtiéndolo en la única pequeña isla de civilización que había en muchos kilómetros a la redonda. En los prados adyacentes pastaban rebaños de grox. Mathias condujo a través de la avenida principal y se detuvo una vez para preguntar a un lugareño por la calle donde vivía Elsa Brümmer. Encontró un hueco libre cerca de la plaza del Emperador y aparcó.
-Ya está- dijo.- Los Brümmer viven a un par de calles de aquí. Como es la hora de comer y no querría pillarles en la mesa, sugiero que comamos algo y vayamos a verles después. Podríamos llevarles unos pastelillos para la hora del recafeinado-.
-Claro- gruñó Alara.- Es justo lo que hay que hacer con los herejes: llevarles pastelillos-.
-No sabemos si son herejes- la previno Mathias.- Todo lo que sabemos de Elsa Brümmer es que conoce antiguas leyendas vermixianas-.
-Que desde luego no habrá aprendido en la iglesia local, ya que esas leyendas fueron proscritas hace siglos por la Eclesiarquía- replicó Alara.
-Sea como sea, no podemos mostrarnos hostiles- insistió Mathias con seriedad.- Se supone que somos estudiantes de antropología, no agentes der la Inquisición. Sea lo que sea Elsa Brümmer, no podemos dar pie a que sospeche de nosotros, de manera que disimulad-.
-No te preocupes, sé lo que tengo que hacer. Únicamente, me da rabia que tengamos que ser simpáticos con unos ciudadanos potencialmente heréticos-.
-Si descubrimos algo turbio, nos ocuparemos de ellos en su debido momento- dijo Mathias, apagando el motor.- Y ahora, silencio; tenemos que buscar un sitio donde almorzar-.
No tuvieron que buscar mucho. Apenas salieron del coche, vieron un restaurante situado al otro extremo de la plaza, justo en frente del Ayuntamiento, cuyo aspecto era inconfundible: aparte de las pocas iglesias que habían visto, se trataba del único edificio de arquitectura gótica en todo el pueblo. En la portada, grabada en piedra, había un águila imperial. El restaurante se llamada "El nido del águila" y ocupaba toda la planta baja de un edificio encalado en blanco exactamente igual a todos los demás. La mayoría de las mesas estaban llenas, pero aún quedaban algunas libres. Se sentaron, pidieron el menú el día, y mientras una joven camarera iba a buscar las bebidas, Alara se entretuvo en mirar por la ventana. Pronto la sobresaltó algo que rompió la idílica tranquilidad de la plaza de Emperador: un pequeño convoy de vehículos militares que llegó de repente por la carretera principal, levantando polvo del camino, y aparcó de manera descuidada junto a la rotonda floreada. Mathias se giró al ver que Mikael se ponía tenso y miraba hacia el mismo sitio que Alara.
-¿Sucede algo?- preguntó.
-Creo que no- dijo Alara, que no perdía ojo.- Parecen soldados de la Milicia Planetaria-.
De los vehículos comenzaron a bajar soldados con el uniforme de las FDP. Todos ellos eran fornidos, de piel curtida y cabellos oscuros y crespos.
-Montanos- observó Mikael.- La Milicia siempre destina a los montanos en territorio paliano, y al revés-.
Los soldados se dirigieron a “El Nido de Águila”, entraron en el local y su oficial se acercó a la camarera que acababa de dejar las bebidas en la mesa de Alara.
-Mesas para veinte- dijo.
-Lo siento, pero estamos llenos- dijo la joven, haciendo un gesto con la mano a su alrededor.- Sólo nos quedan dos mesas libres; no hay sitio para veinte personas-.
El oficial frunció el ceño.
-Somos soldados de la Milicia Planetaria y queremos una mesa. A los de este lado me los echas- dijo, señalando tres mesas situadas al fondo del local- y nos preparas la mesa-.
-¡No puedo hacer eso!- protestó la camarera.- ¡Son clientes y están comiendo!-.
El oficial le lanzó una mirada de irritación y levantó el brazo, como si fuera a golpear a la chica, pero en ese momento un hombre mayor salió de la cocina.
-Soy el dueño, ¿qué está pasando aquí?-.
-Milicia Planetaria. Dile a esta zorra que nos ponga las mesas ahora mismo si quieres seguir teniendo entero el local, viejo-.
El dueño apretó los labios en una mueca de disgusto, pero los soldados que se agrupaban en torno a su oficial tenían su misma mueca de desprecio, y muchos tenían la mano cerca del arma, como si se murieran de ganas de usarla. El hombre miró a sus comensales.
-Lamento pedirles que se vayan, pero necesitamos las mesas. Por favor, levántense. Invita la casa-.
No debía ser la primera vez que sucedía algo así, porque los clientes mostraron desagrado pero no sorpresa. Apuraron a toda prisa un par de bocados, se levantaron y se marcharon. La camarera empezó a recoger las mesas en silencio, con los ojos de los veinte milicianos clavados en su espalda. Alara sintió una punzada de indignación.
-Pero, ¿cómo se atreven?- siseó- Mathias, tenemos que hacer algo-.
El joven negó con la cabeza, aunque también miraba la escena con disgusto.
-No podemos hacer nada- susurró.
Alara resopló. Bastaría sólo con que Mathias se levantara y esgrimiera su sello de Legado Inquisitorial para que el oficial de las FDP y su banda de matones se cagaran encima, pero aquello arruinaría por completo la misión. Mathias tenía razón; no podían hacer nada.
La camarera desapareció hacia la cocina con la bandeja llena y volvió a seguir recogiendo. Uno de los soldados le tocó el trasero cuando se inclinó para apilar unos platos medio vacíos. La chica dio un respingo, pero no se atrevió a protestar. Envalentonado, otro de los soldados volvió a tocarla cuando se giró de vuelta a la cocina. La camarera trató de no reaccionar, pero Alara se dio cuenta de que se había puesto pálida. Los comensales que quedaban en el restaurante se habían quedado en silencio. La mayoría miraba fijamente el contenido de sus platos; un par de familias dejaron apresuradamente un puñado de monedas en la mesa y se marcharon.
“Nadie ayudará a la chica si esos veinte tíos se le echan encima”, comprendió Alara.
Llamó la atención de Mathias con un golpecito en la pierna, y cuando éste se giró, señaló con el dedo su vocofonador y a continuación hizo un gesto disimulado hacia el Ayuntamiento. El joven asintió sin decir palabra. Alara, manteniendo las manos bajo la mesa, marcó el código del vocofonador de Mathias y llamó.
El sonido del aparato retumbó en el restaurante como un trueno. Los milicianos se giraron hacia la mesa de Alara poniendo mala cara. Mathias hizo un gesto de disculpa con la mano, se levantó y salió por la puerta, como si fuera a contestar la llamada en el exterior.
-Bueno, chicos- dijo de pronto Octavia, esbozando una sonrisa cómplice- como os estaba diciendo antes, ayer terminé de leer el monográfico nuevo sobre folclore vermixiano, y creo que no contiene ni la mitad de lo que vamos a recopilar-.
Hablaba con un exagerado acento de niña rica de capital, que en sus labios casi resultaba cómico. Alara se sintió desconcertada durante un segundo, hasta que comprendió lo que su amiga pretendía: con aquella conversación mostrarían a los milicianos que no eran palianos sino estudiantes acomodados de Prelux Magna, y por lo tanto no eran objetivo para sus abusos y tampoco les tenían miedo. Aún así, la mitad de los montanos los miró con desprecio. La otra mitad apenas reparó en ellos; estaba demasiado centrado en la joven camarera.
A una orden del oficial, los soldados se sentaron y pidieron la comida. La chica tomó nota y se giró para marcharse, cuando el miliciano que tenía al lado le tocó la pierna. Ella dio otro respingo y desapareció a paso ligero hacia la cocina. Los soldados se rieron. El oficial no dijo nada.
“Un oficial debería mantener la disciplina de la tropa”, pensó Alara, furiosa.
La camarera volvió a salir al cabo de un par de minutos con las bebidas de los soldados. Mientras las dejaba en la mesa, el hombre de antes volvió a tocarle la pierna, deslizando la mano por su muslo. La chica se apartó con brusquedad.
-¡Quítame las manos de encima de una vez!- exclamó.
Los soldados prorrumpieron en carcajadas y sonidos burlones. El que había tocado a la chica la agarró del brazo con brusquedad.
-A mí no me vaciles, perra paliana- gruñó.- ¿Sabes la que te puede caer si desafías a un soldado de la Milicia Planetaria!-.
La joven volvió a palidecer y se retorció.
-¡Que me sueltes, joder! ¡Déjame en paz!-.
El soldado lanzó una risa despectiva.
-Que la suelte, dice- se levantó, la atrajo hacia sí y comenzó a sobarle el pecho. La camarera comenzó a gritar.
-¡Basta!- exclamó Alara, levantándose por impulso antes de que el sentido común la detuviera.- ¡Soltadla!-.
Su voz era tan fría y autoritaria que el soldado se detuvo de inmediato. Todo el restaurante se volvió a mirarla.
-Cállese y siéntese- le ordenó el oficial con frialdad.
-Pues póngale la correa a sus perros- le espetó Alara sin amilanarse.- ¡Si es usted el oficial, actúe como tal y mantenga el orden!-.
El miliciano se puso de pie y tiró al suelo su vaso de cristal de un manotazo, fulminando a Alara con una mirada cargada de ira. Alara, envalentonada por la furia justiciera que comenzaba a hervir en su sangre, dio un paso adelante, ignorando el débil intento de Octavia por retenerla. Mikael también se puso en pie. Sólo el Emperador sabe qué habría ocurrido en ese momento si la puerta no llega a abrirse para dejar entrar a tres patrullas de la Policía Planetaria: aquellos a los que Mathias había ido a buscar al Ayuntamiento siguiendo las sutiles indicaciones de Alara.
-¿Qué está pasando aquí?- preguntó el sargento de la Policía, mirando a los milicianos.
La camarera sollozaba rodeándose los hombros con los brazos. El oficial vaciló. Una cosa era propasarse con una pueblerina paliana y darle un par de bofetones a unos niñatos de ciudad con ínfulas de grandeza, y otra muy distinta enfrentarse a la Policía. Aquello podría desmadrarse más de la cuenta. Hizo un gesto a los soldados.
-Estábamos quejándonos de la comida de mierda que dan en este lugar- dijo.- Vamos, muchachos, levantaos. Vamos a buscar un sitio más decente donde no nos estafen-.
Varios soldados tiraron al suelo sus bebidas al levantarse, fingiendo que lo habían hecho por accidente. Cruzando una mirada de desprecio con los policías, los milicianos abandonaron el local a grandes zancadas.
-¿Se encuentran bien, señoritas?- inquirió el sargento.
La camarera asintió y se limpió las lágrimas, sin dejar de sollozar. Alara asintió con la cabeza.
-Por fortuna, nuestro amigo los ha traído deprisa- dijo- No sé qué hubiera pasado si llego a tener que vérmelas con ellos-.
-Le aconsejo que no lo intente, señorita- dijo el policía, mirándola con el ceño fruncido.- No sé qué podría hacer usted contra veinte soldados de la Milicia Planetaria-.
Alara casi tuvo que morderse la lengua para no contestar.
-Han… han roto los vasos- lloró la camarera.- Y han tirado la bebida…
Los policías menearon la cabeza, apesadumbrados.
El dueño salió de la cocina y rodeó a la camarera con el brazo.
-¿Estás bien, Berit?- preguntó, preocupado.- No te preocupes por los vasos y ve a beber un poco de agua fría, te hará bien-.
-Puede poner una denuncia si quiere- dijo el sargento.
-No serviría de mucho. No nos harían caso. No es la primera vez que se propasan y nadie ha hecho nunca nada-.
Alara se volvió a sentar. Los policías permanecieron allí hasta que los vehículos de la Milicia Planetaria dejaron la plaza con un chirrido de neumáticos y desaparecieron por donde habían llegado. Poco después, Mathias salió de Ayuntamiento y regresó al restaurante.
-¿Todo bien?- preguntó.
Uno de los policías asintió.
-Gracias por avisarnos, señor-.
-Es lo menos que podía hacer- dijo Mathias, que también forzaba al máximo su acento para parecer nativo de Prelux Magna.- Esto es una vergüenza; en la capital no pasan estas cosas-.
-¡Ay, señor, en las zonas rurales las cosas son diferentes!- se lamentó el dueño del local.- ¡Ustedes no tienen ni idea, pero este tipo de abusos ocurren a menudo! Los montanos son unos brutos y unos salvajes, y a todos los mandan a la Milicia Planetaria de estas tierras porque saben que no nos tienen ningún aprecio a los palianos-.
-Creo que nuestra presencia aquí ya no es necesaria- intervino el sargento de la Policía.- Dejaré una patrulla vigilando la plaza para que no haya sorpresas. Que tengan buenos días-.
Cuando los policías se hubieron marchado, el dueño del restaurante se acercó a la mesa de Alara, donde Mathias se acababa de sentar de nuevo, y lanzó a todos una gran sonrisa.
-Muchas gracias por su ayuda, señores. Lamento mucho el incidente. ¿Qué quieren comer? Invita la casa-.
-No, por favor- dijo Mathias amablemente.- Pagaremos como todo el mundo-.
-¡No, no, de ninguna manera! Los invitaremos con mucho gusto. No sólo han salvado a la pobre Berit, sino que han hecho un gran favor a mi negocio. Esos bastardos montanos son todos iguales, comen hasta que se hartan y luego se niegan a pagar. Pero, ¿sabe qué hacen? Le pasan la papeleta de gastos de alimentación al Administratum de todas maneras. Así, comen gratis, nos arruinan el negocio y encima cobran. Lo sé de buena tinta; me lo ha contado un sobrino mío que está enrolado en la Milicia allá por Borsian-.
Alara se abstuvo de preguntarle al hombre cómo había averiguado tal cosa su sobrino. ¿Se tratarían de rumores cuartelarios, o es que los milicianos palianos trataban igual de mal a los montanos en su territorio? Fuera como fuese, anotó mentalmente que tenía que hablar con el Auditor Hoffman sobre el tema. Al Administratum le interesaría mucho saber que la Milicia Planetaria estaba estafando dinero público a costa de abusar de los pueblerinos vermixianos.
La comida fue magnífica, y fiel a su palabra el dueño se negó a recibir pago alguno por mucho que Mathias insistió. La camarera sonreía a Alara cada vez que la servía, y cuando finalmente se marcharon del restaurante, muchos comensales se despidieron de ellos con cordialidad.
-Vaya- suspiró Octavia cuando volvieron a la calle.- No imaginaba que las cosas estuvieran tan tensas por aquí-.
-Eso es porque no conoces a fondo la hostilidad que hay entre palianos y montanos- gruñó Mikael.- Pero no te preocupes, vas a ver muchas más como ésta a lo largo de nuestro viaje-.
Alara se sentía turbada. Semejante odio racial le parecía desproporcionado. Todos los planetas tenían rivalidades regionales más o menos amistosas, pero no como allí. En Tarion, los habitantes del continente de Archanes solían cantar canciones burlonas y contar chistes acerca de los ciudadanos de Arkarion, y viceversa, pero jamás se trataba mal o de manera diferente a una persona sólo porque fuera de otra etnia. ¿Qué feroz rivalidad subyacía en Vermix para que el odio fuera tan enconado?
Se forzó a dejar de lado aquellas reflexiones cuando llegaron a casa de los Brümmer. Mathias había comprado una bandeja de pasteles en una tienda cercana al restaurante. Poco después de que llamaran a la puerta, abrió una mujer anciana de revuelto cabello gris, que los miró con cara de sorpresa.
-Buenas tardes, jóvenes- dijo.- ¿Os puedo ayudar?-.
-Hola, muy buenas- respondió Mathias, exhibiendo su sonrisa más encantadora.- ¿Es usted Elsa Brümmer?-.
La mujer asintió, aún sorprendida.
-Somos amigos de su nieto Reen. Lo conocemos de Gemdall y nos dio su dirección para que pudiéramos visitarla cuando fuéramos a Romwall-.
-¡Ah, Reen!- por primera vez, en el rostro de la anciana se dibujó una sonrisa.- ¡Sí, me llamó diciendo que vendríais! Pasad, pasad. ¿Cómo se encuentra? ¿No ha venido él?-.
-Verá, señora Brümmer, Reen está muy liado con el trabajo y no puede viajar, pero nos mandó saludos cariñosos para usted-.
-¿Y por qué os dijo que vinierais a verme?- quiso saber la mujer, cerrando la puerta.
-Porque le hablamos acerca de un trabajo que estamos realizando para la Collegia Imperialis de Prelux y nos dijo que usted podría, quizás, ayudarnos-.
La sonrisa amigable se esfumó del rostro de la anciana, dando paso a una nueva confusión.
-¿Yo? ¡Pobre de mí, si no tengo estudios! Yo no entiendo nada de colegias de esas, yo no he hecho en esta vida nada más que trabajar. ¿Cómo os voy a ayudar yo a vosotros, que sois chicos de ciudad y estáis estudiando? Por cierto, no me habéis dicho vuestros nombres…
-Disculpe, señora. Yo soy Mark, y ellos son Mycah, Larya, Flavia y Vanity. Estamos haciendo una investigación para recopilar y comparar las distintas leyendas e historias de la cultura vermixiana. Ya sabrá que la tradición propia de este planeta fue muy rica e importante en días pasados; sería una lástima permitir que se perdiera-. Al decir aquello, Mathias esbozó otra de sus sonrisas zalameras, y la anciana se la devolvió casi sin poderlo evitar.
-¿Historias antiguas, decís?-.
-Sí, así es. Leyendas, tradiciones, todo lo que tenga que ver con la cultura de Vermix. Y Reen nos dijo que usted sabía mucho de esas cosas, que le contaba cuentos cuando era pequeño. Por eso nos propuso que fuéramos a verla-.
-Ay, este Reen… creo que ha exagerado. Sí que le contaba algunas cosillas de niño, pero ahora soy vieja y me falla la memoria… Pero por favor, ¡sentaos, jóvenes! ¿Queréis un poco de recafeinado? No tengo dulces en casa porque no esperaba visitas, pero…
-No se preocupe- intervino Octavia.- Le hemos traído unos pastelitos, para compensarla por la molestia. ¿Querrá usted probarlos?-.
-¡Uy, qué amables!- los ojos de la vieja se iluminaron al coger el paquete.- No tendríais que haberos molestado. Sentaos que en seguida os sirvo el café-.
Mientras tomaban asiento, Alara echó un vistazo a su alrededor. La casa era modesta y sencilla, con paredes encaladas y suelo de piedra. Los muebles no eran modernos, pero estaban limpios y bien cuidados. Sin embargo, lo primero que le saltó a la vista fue que ni en el recibidor, ni en el salón, había símbolo imperial alguno. Recordó su propia casa en Galvan, cuando era niña: sus padres tenían una talla del Aquila imperial justo en frente de la puerta principal, para que fuera lo primero que todo el mundo veía nada más entrar, y habían educado a sus hijos para que se hicieran su símbolo en el pecho frente a ella cada vez que llegaban a casa. Había una talla de Santa Leda en salón, al lado del holoproyector, y en todos los dormitorios había cuadros con santos y querubines sobre las cabeceras de las camas. Ni Selene ni Marcus Farlane eran fanáticos religiosos, aunque sí devotos creyentes, y su iconografía casera no era más abundante que la de sus vecinos. Sin embargo, el hogar de Elsa Brümmer carecía de todo aquello, al menos en apariencia.
La anciana regresó al salón poco después llevando una bandeja con seis tazas humeantes y los pastelillos. Mathias y Valeria se levantaron de inmediato a ayudarla.
-No, no os preocupéis, ya puedo yo- rechazó amablemente la mujer, dejando la bandeja en la mesa.- ¿Os gusta con azúcar?-.
Tras servir la merienda, les preguntó qué deseaban saber, y Mathias tomó de nuevo las riendas de la conversación. Alara no pudo evitar sentir una oleada de fascinación a darse cuenta de que estaba asistiendo al primer interrogatorio inquisitorial de su vida, y no podía ser más diferente a lo que ella había imaginado: sin prisiones ni celdas, sin drogas ni instrumentos de tortura, sólo la sonrisa cautivadora y los comentarios ingeniosos de un joven guapo con aspecto inocente que pronto hizo bajar la guardia a la anciana con su encanto.
-¿La señal del Padre?- preguntó Elsa, dando un sorbo al café.- ¡Ah, sí! Alguna vez le conté ese cuento a mi nieto antes de dormir. Le gustaban las historias de miedo, al muy tunante, y me pedía que se lo contara. Aunque ya no lo recuerdo bien. Dejadme pensar… Sí, sí. Bien, según la leyenda, hubo un tiempo en que Vermix estaba en manos de unos seres monstruosos, muy poderosos y terribles, que trataban a los humanos como esclavos. Pero el Dios Padre se compadeció de sus hijos y nos dio fuerzas para luchar en su nombre y expulsar a los monstruos del planeta. Sin embargo, como mucha gente tenía miedo de que volvieran, el Padre prometió cuidar siempre de nosotros y avisar en caso de que los monstruos quisieran regresar. Y cuenta esta leyenda que algún día, en una noche lóbrega y tormentosa, la Señales del Padre lucirá en el cielo, y será el comienzo de una era oscura de guerra y de dolor, porque significará que los monstruos vuelven. Pero también se dice que en esos días el Padre elegirá a un gran guerrero que liderará de nuevo a la humanidad para guiarla en la lucha y derrotar de nuevo a los malvados-.
Todos se quedaron en silencio. Mathias asintió mirándola con gran interés.
-Es una leyenda muy interesante, señora Brümmer. ¿Quién cree usted que es ese Dios Padre?-.
Elsa lo miró con la blanda expresión de una abuela inocente.
-El Emperador, supongo. ¿No es él el guardián de toda la humanidad?-.
Alara sintió una punzada de recelo. ¿Creía en verdad aquello la señora Brümmer, o sólo lo estaba diciendo porque consideraba arriesgado contestar otra cosa? De repente, se le ocurrió una idea.
-Disculpe, señora, ¿el cuarto de baño?- preguntó.
-Claro, jovencita. Al fondo del pasillo, justo al lado de las escaleras-.
Alara le dio las gracias con una sonrisa y salió. Sabiendo que Mathias se encargaría de la anciana, caminó por el pasillo, pero no entró en el baño. En lugar de eso, subió las escaleras al primer piso sin hacer ruido.
La primera planta estaba vacía y silenciosa, sumida en la penumbra. Encontró otro cuarto de baño, una habitación repleta de ropa por planchar y remendar y un dormitorio pequeño, escasamente adornados. Sin embargo, en la habitación del fondo, la más grande de todas, encontró por fin un objeto que sí era de simbología religiosa: acababa de llegar al dormitorio principal de la casa. Al empujar la puerta, vio una cama de matrimonio vacía, cubierta por una colcha tejida a mano, y sobre ella, justo encima de la cabecera, un retablo cerrado. Tras escuchar en silencio unos instantes para asegurarse de que seguía estando sola, Alara encendió la luz, se acercó al retablo y lo abrió.
Lo primero que constató al ver el interior fue que reconocía a los santos allí representados. Se trataba sin duda de san Leandro y santa Minerva, dos santos del Sector Sardan. Según la onomástica imperial, que Alara conocía de memoria, san Leandro había sido un predicador que dedicó su vida a ir sistema por sistema para predicar y convertir infieles al Culto Imperial. Por desgracia, durante sus viajes cayó gravemente enfermo, pero cuando sus compañeros temieron que moriría sin completar su sagrada tarea, una pía  religiosa llamada Minerva lo sanó por la gracia del Emperador mediante una imposición de manos. Tras curar a san Leandro, santa Minerva se unió a él en su peregrinaje a lo largo del subsector, y dedicaron el resto de sus días a difundir la Palabra del Emperador por el Universo. Las imágenes del retablo los representaban a ellos, sin duda.
Sin embargo, tras un segundo vistazo, Alara se dio cuenta de que algo no encajaba. Un poco más tarde, se dio cuenta del por qué. La imaginería de aquellos santos no era la estándar imperial: contenía algunos cambios, sutiles pero llamativos. Para empezar, las figuras se hallaban invertidas: si tradicionalmente se representaba a san Leandro a la diestra, con un libro en una mano y una espada en la otra, y a santa Minerva a la siniestra, haciendo un gesto de bendición con las manos, en aquel retablo sucedía justo al revés: Minerva estaba a la derecha y Leandro a la izquierda. Los objetos de las manos del santo también estaban intercambiados. Y si generalmente se representaba a san Leandro con cara de sufriente dolor, fruto de su enfermedad, y a santa Minerva con el rostro lleno de serena sabiduría, también aquí era al revés: era él quien tenía una expresión de benevolencia en el rostro y ella quien miraba al frente con expresión de tristeza, casi de agonía. Una lágrima transparente, casi invisible, se deslizaba de uno de sus ojos y caía por su mejilla.
Alara observó fijamente el retablo, grabando en su mente hasta el último de los detalles. Cuando estuvo segura de que no se le había pasado nada por alto, memorizó el nombre del artista y del fabricante y abandonó la habitación, regresando de nuevo a la planta baja. Al llegar al pasillo y meterse en el baño, oyó que Mathias y Elsa seguían conversando en el salón, y deseó que la charla no se prolongara mucho rato más.
Sería muy interesante averiguar si aquella desviación del canon hagiográfico era una variante generalizada en el planeta o ese icono en particular tenía algo de extraño.

7 comentarios:

  1. <3 Alarthias <3

    Si tuviera que resumir mi emoción por una escena de ellos dos la expresaría así. Visto desde fuera cualquiera pensaría que Alara es una celosa irracional...pero ha quedado bien explicado que no tiene habilidades sociales y que se siente insegura frente a la Adepta Aberlindt. Y qué mujer en su situación no lo estaría...la verdad es que esto es un clásico de las relaciones en general.

    Me ha asqueado profundamente la escena con los montanos, tanto que hasta me he puesto nerviosa, bueno, tú ya sabes que soy una lectora emocional, tenía ganas de que Alara les diese una paliza, han tenido suerte de que Mathias avisara a la Policía, por mí los podría haber reventado.

    Y lo de la anciana vermixiana, en cuanto Alara ha visto a los dos santos he pensado..."ya está, el Padre y la Madre camuflados", me da pena la señora..la que le va a caer cuando salga el plumero y se vea que es una hereje, me da pena porque Alara no va a tener piedad xDD.

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    1. Menos mal que vino la Policía, sí, porque Alara podría haber repartido hostias para todos con la mano abierta (y si se le unen Mikael, Valeria y Octavia ni te cuento), pero en ese caso se habrían delatado y la coartada se les habría ido a tomar por el saco: a ver quién se cree que cuatro estudiantes pijos de Prelux Magna se pueden zampar con patatas a un pelotón de la Milicia Planetaria :-P

      Lo de la anciana está dejando a Alara bastante mosqueado, pero no olvides que se trata de un grupo secreto de investigación inquisitorial... y la Inquisición sabe que no es una buena estrategia eso de atrapar al pequeño pececillo y así alertar a los tiburones.

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  2. ¡Bueno, se ha hecho esperar pero por fin están de vuelta Alara y compañía! ^^*

    Sobre la escritura, nada que decir. Tienes un estilo muy bueno y llevadero, que no se hace pesado. Lo que sí te aconsejaría, y esto es un aspecto estilístico, es que mires de acostumbrarte a utilizar el guión largo en los diálogos. Queda mucho mejor y es más cómodo para la lectura, :-)

    En cuanto al argumento del episodio... Bien, me ha encantado ver de nuevo a Mathias, pero me repatea un poco que Alara se le ponga de morros. Vale que se sienta insegura al ver a Phoebe, pero Mathias le ha dejado muy claro que la quiere tal como es y se lo ha demostrado varias veces. Así que, ¿a santo de qué viene tanta inseguridad?

    La escena del restaurante... me estaba temiendo que iba a terminar mal, pero me alegro de que todo haya salido bien. Ese tipo de escenas tan crudas me perturban un poco, aunque sé que en determinados argumentos son necesarias ^^U.

    Y lo de la anciana... me huele que aquí va a haber un foco de herejía que Alara y las suyas van a tener que eliminar de raíz. Espero que la pobre señora no acabe mal parada. No parece mala... ¿verdad?

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  3. Tienes razón con lo de los diálogos. El problema es que es cosa de mi teclado (mete así los guiones por defecto), y es muy lioso tener que cambiarlos todos antes de actualizar el blog. Lo sé, soy una vaga T__T

    En cuanto a la señora, y sobre todo, a lo que se va a descubrir a raíz del icono de la señora... tendrás que esperar, pero poco. Después de lo que se descubrirá en el siguiente capítulo, van a venir del tirón muchíiisimas sorpresas (risa malvada).

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  4. Je, la escenita del bar, ese es uno de los motivos por los que el Dios emperador de Dune tiene un ejército exclusivamente femenino. Que yo sepa al menos, las mujeres no van violando por ahí, así que crean mucho menos malestar y por tanto generan muchas menos revueltas.
    Perdón que vuelva a insistir en el tema, pero este verano me terminé la saga de Dune, en julio (o fue agosto?) me leí la del Dios emperador, y ya te dije, las habladoras pez son lo más parecido que he visto a las hermanas de batalla en literatura scify.

    Por cierto, perdona otra vez si insisto, pero en las 2 siguientes novelas, se vió que sin la guía espiritual del Dios emperador, las habladoras pez (parte de ellas) evolucionaron, masculinizándose, a las honoradas matres, que son unas violadoras de hombres en serie. La saga de Dune en sus últimos libros tiene unas ideas de sexualidad un tanto... weird, bizarre. No conozco palabras españolas para definirlo. Extraño no lo define con exactitud.

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    1. Jajaja, no sé hasta qué punto puede hacerse una analogía con ello; como ya te dije, son muy fan de Warhammer 40.000 (creo que se nota) pero estoy totalmente pez (nunca mejor dicho, jejeje, lo sé, chiste MUY malo) en la saga de Dune.
      De todos modos, claro te dejo que sin el Dios Emperador las Hermanas de Batalla no tendrían una evolución semejante a esas mujeres del universo Dune. Si el Emperador desapareciera, yo sólo veo a las Sororitas suicidándose en masa (intentando al mismo tiempo llevarse por delante a todos los caóticos que pudieran) o cerrando la mente en una absoluta negación y continuando combatiendo por él a pesar de todo. De ningún modo irían por libre; sin el Dios Emperador, las Sororitas sencillamente no tienen ninguna razón de ser. Y recuerda que estamos hablando de mujeres que no sólo han sido adoctrinadas desde niñas sino que tienen que pasar unas pruebas de fe y de pureza exigentísimas; si no son unas fanáticas total y absolutamente convencidas, te garantizo que no las ordenan como Hermanas ;-)

      PD: Bizarre = Bizarro. La palabra española es casi idéntica :-D

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  5. Te has hecho de rogar, no era el único al que tenías en ascuas por lo que veo XDD
    Continúa así.

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